Las divas no van al infierno Capítulo 21: Tu cuerpo




Cuando comenzó el programa del miércoles, el ambiente estaba enrarecido en la zona de trabajo; como nunca, las chicas pusieron el máximo esfuerzo en todo el proceso de producción del espectáculo, y se pudo notar un afán de colaboración mutua, incluso entre las que habían tenido algún tipo de desencuentro anterior. Esto era porque al haber salido por lesión una de las competidoras, todas sabían que existía una enorme posibilidad de que integraran a una nueva, alguien quizás del proceso de selección inicial que estuvo a punto de ingresar y, por ende, una competidora fresca y que habría tenido tiempo de observarlas a todas.
Por supuesto, nadie dijo una palabra al respecto.
Cuando comenzó el programa, Aaron Love esperó a que pasara la intro del programa y en seguida entró en el escenario; después de su trabajada expresión de congoja por la salida de la anterior participante, ahora se mostraba chispeante y alegre.

—Y comenzamos con el programa de hoy amigas y amigos; como saben a través de la transmisión on line y nuestras redes sociales, sufrimos el abandono por lesión de una de nuestras queridas participantes.

Querida no era la palabra que Charlene tenía en mente; se dijo que ya que estaba adoptando el modo de heroína, tal vez podría ir a visitarla y llevarle uno de esos arreglos de flores o una canasta de panecillos para quedar como la competidora perfecta. Las redes harían el resto, y solo tendría que averiguar un poco de ella para hacer como que le interesaba.

—Sin embargo –estaba diciendo el conductor—, el programa debe seguir adelante y no podemos detenernos. La producción del programa pensó muy arduamente en todo esto, y llegaron a la conclusión de que sería muy inapropiado incorporar a una chica que viniera de fuera, porque tendría a su haber un factor de ventaja – desventaja sobre las otras, siempre hemos planteado que en este espacio son ustedes quienes deciden.

Valeria estaba tranquila esa jornada; durante la mañana había hablado con Jorge, y él dejó un poco de lado su mal humor, dándose tiempo a escucharla; aún cuando ella no le había dicho nada sobre el chantaje, de momento le causaba alegría saber que él no se había alejado del todo. Pero al escuchar la forma en que Love se expresaba, se inquietó un poco; sintió que él iba a anunciar algo, y que en realidad entraría una nueva competidora.

—Así que hemos revisado las estadísticas de nuestras redes sociales, porque como siempre, la decisión la tienen ustedes; de acuerdo con estas mediciones, hemos llegado a una conclusión, y quiero que vean por sí mismos el resultado de todo esto ¡Vamos a verlo!

Se retiró del escenario, y en seguida este se oscureció. Una luz azul bajó desde el techo, y una mujer cubierta por una capa y con antifaz y peluca de colores pastel caminó hasta el frente.

¿Ya la había llevado al programa? Márgara se dijo que eso estaba muy mal, porque si iba a haber una nueva, lo lógico era que llegara al final, no intentando robarse el protagonismo.

El público aplaudió; comenzó a sonar la música, y varios bailarines en bañador y con el cuerpo manchado de purpurina aparecieron haciendo complicadas piruetas, mientras ella permanecía en el centro, inmóvil e inalcanzable.

Lisandra apenas estaba poniendo atención; en ese momento estaba pensando en todos los métodos posibles para resaltar más, y mientras tomaba nota mental de cada cosa que se le ocurría, se dijo que esa semana de ninguna manera iba a estar cerca de la eliminación; su etapa de perdedora había terminado para siempre.

La voz sintetizada de la mujer no permitía identificar de quién se trataba, pero se escuchó fuerte y claro decir las palabras correctas mientras un bailarín adicional aparecía en el escenario.
El hombre llevaba un diminuto y ajustado bañador color piel, que creaba la ilusión de completa desnudez; se quedó al centro del escenario, simplemente de pie, en actitud relajada y de entrega mientras los otros formaban un semi círculo tras él, cada uno con un bote de purpurina de distintos colores.

—No necesito saber tu nombre ni dónde has estado –dijo ella con una voz sensual y determinada—, no necesitas hablar ni decirme nada, solo es importante estar aquí.

Los acordes rítmicos y los pulsos de estilo electrónico siguieron por todo el lugar, mientras ella caminaba hacia uno de los bailarines y tomaba un puñado de purpurina; ese era su día, su presentación, su todo.

—Todo lo que quiero hacer es amar tu cuerpo.

Sus palabras vinieron al son de la música, al tiempo que arrojaba la purpurina contra el torso de él; mientras le decía que esa noche sería su noche de suerte, tomó otro color, siguiendo poco a poco con ese espectáculo de polvo de color y luces vibrantes, convirtiéndolo a él en una estatua viviente, un cuerpo colorido sin facciones propias, solo un elemento superfluo y divertido.
Unos momentos después se quitó la capa, revelando un vestido ajustado, multicolor como la peluca, y junto a los otros bailarines hizo algunos pasos de baile, justo antes que todo terminara y el escenario se llenara de luz.

—Una presentación impactante, sugerente y llena de ritmo –dijo el conductor del programa mientras ingresaba al escenario y los bailarines salían_, estoy seguro de que todos en sus casas estarán ansiosos por saber quién se integra a la competencia.

La chica caminó hacia él, y mientras lo hacía se quitó la peluca y el antifaz. En la zona de trabajo, Charlene tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se notara lo sorprendida que estaba.

—Así es damas y caballeros –decía Love—. Tengo el agrado de informar que quien se reintegró al programa es Nubia.

La chica lucía radiante, con el cabello de un tono un poco más oscuro que antes, cercano al color miel con muchos reflejos, y un maquillaje colorido que destacaba sus ojos.

—Seguramente todos se están preguntando cómo es que pasó esto. Pues se los explicaré mientras en pantalla podrán ver el detalle de lo que les estoy contando; la producción revisó las estadísticas, vale decir la cantidad de veces que fueron mencionadas usando el hashtag correspondiente, las dos eliminadas del programa hasta ahora: Carol y tú, y concluyeron que la más solicitada eres tú, de modo que eso te ha dado la posibilidad de volver y ocupar el puesto que por desgracia ha tenido que dejar Ivonne. Por favor, un aplauso para nuestra bella Nubia.

El público aplaudió; en tanto, las chicas en la zona de trabajo estaban lo bastante sorprendidas como para dejar lo que estaban haciendo; se trataba de una situación que ninguna esperaba.

—Nubia, es un placer tenerte de vuelta –continuó el conductor_. Cuéntanos cómo te sientes.
—Muy contenta y agradecida –replicó ella—. Durante estos días recibí mucho cariño del público en las redes sociales y esta oportunidad la veo como un regalo de todos ustedes.
—Así es _concluyó él_, y para todos nosotros es una alegría también tenerte de vuelta. Un aplauso nuevamente y ve por favor a la zona de trabajo, para que te reúnas con tus compañeras y puedas prepararte, porque estás en igualdad de condiciones y eso significa que debes hacer una presentación hoy con la luz como concepto central al igual que las demás chicas. Pero antes, regálame un segundo para que el jurado nos ilumine con su punto de vista.

La luz enfocó a Jaim, quien asintió con elegancia.

—Jaim, como todos saben, eres el maestro de pasarela ¿Qué te parece la reincorporación de Nubia al programa?
—Es una gran oportunidad, sin duda –comentó él—, por supuesto, tiene un punto a favor porque ha tenido unos días para descansar, pero al mismo tiempo ha perdido el ritmo.
—¿Qué consejo le darías?
—Que use sus mejores tacones y camine con la frente en alto para enfrentar este desafío.

Aaron Love sabía que las otras debían estar echando chispas; por el audio le dijeron que hiciera una pregunta más.

—Muchas gracias Jaim. Vicenta ¿Qué consejo le darías a Nubia?

Que se cuidara del veneno de víbora, fue lo primero que pensó ella, pero no lo dijo.

—Le diría que tendrá que trabajar el doble o el triple para recuperar el terreno perdido, y que de seguro esta oportunidad no se repetirá.
—Así es, gracias Vicenta. Y ahora Nubia, el tiempo corre, y ustedes en sus casas, no pierdan detalle porque el programa de hoy será infartante.

En la sala de dirección, Sandra estaba viendo en la tablet esa parte del programa; la medida dispuesta de incorporar a Nubia al principio del programa había resultado en sintonía, lo que le daba a ella un gran punto a favor porque fue su idea hacerlo. Las estadísticas al momento indicaban que el regreso de esa chica y las caras de sorpresa de las otras vendían bastante, pero además reforzaba la idea del apoyo de la transmisión por la red antes del inicio del programa como una fuente de interés para el público seguidor. Desde ese momento en adelante no importaba mucho si la chica seguía en el programa o la volvían a sacar, porque su cometido ya era una realidad.

—Sigan menos a Nubia, enfócate en Alma y en Márgara.

Kevin había guardado silencio mientras el circo romano se llevaba a cabo; se trataba de un acto tan humano y básico que resultaba divertido que nadie en realidad sospechara. A fin de cuentas, lo que causaba las explosiones de rating y las discusiones en las redes era el morbo de ver cómo se sacaban el cabello a jalones con tal de ganar; era una arena de combate, y cada elemento estaba programado para enaltecer más al público.
Se había puesto de pie mientras Sandra daba instrucciones, y miró en el móvil un mensaje que le llegó y que nadie debía ver salvo él.

—Ya estoy en mi casa.
—Perfecto –escribió en respuesta–. Lo hiciste muy bien.
—Lo sé, pagaste muy bien por esta actuación.
—Sí, solo asegúrate de sostenerla; tienes que seguir fingiendo que todo es real.
—Tranquilo, nadie sabrá la verdad.

Guardó el móvil en el bolsillo; Ivonne había hecho una actuación perfecta, el resto era solo pagar médicos y exámenes para que esa farsa pudiera ser una realidad sólida. Se trataba de un secreto absoluto, algo que incluso Sandra no sospechaba ¿Por qué hacerlo? Porque podía.

2


Algunos minutos después, Sandra había trasladado algunos deberes para estar disponible en caso de algún informe sorpresa; la idea de reintegrar a Nubia había sido suya, y Kevin estuvo de acuerdo en ello gracias al respaldo de las redes sociales. En esos momentos era importante marcar un punto de inflexión para todas, porque hacía que se sintieran inseguras ante el futuro; una lesión era algo imprevisible, pero si en el futuro volvía a pasar, cada una de ellas sabría por anticipado que alguna de las eliminadas podría volver.
Descansada, recargada y dispuesta a vengarse, muy probablemente.
Nubia era una víctima y desde ahora, seguramente pasaría uno o dos programas en la cima de las votaciones, para luego empezar a caer por su falta de experiencia como artista en general y como persona en particular; tal como ella lo tenía previsto, Lisandra estaba convirtiéndose más rápido de lo que parecía en una loba, lo que de seguro pondría los ojos del público en ella y prendería todas las alertas en las otras.
La noticia de Nubia terminaría por ser una anécdota, y cuando volviera a ser eliminada, realmente a nadie le importaría.
Ya era el momento de empezar a utilizar a Valeria para cumplir sus planes; después de haber arreglado que recibiera los tratamientos de belleza que necesitaba para aparentar que era joven, sabía que estaba en su poder y que tendría que hacer todo lo que fuera necesario.
Era importante comenzar a sabotear las presentaciones de las otras, desde detalles muy pequeños, para poder influir en las opiniones del público real; si bien Kevin podía decidir en cualquier momento quién sería eliminada, él tendría que acatar las decisiones que fueran demasiado evidentes por parte del público o que reflejaran detalles reales de las presentaciones. No tenía un pelo de tonto, y no podía dejar que alguien sospechara de la manipulación de las votaciones.
En ese momento recibió una llamada; era el contacto que coordinaba la información que recibían los bailarines.

—¿Qué sucede? –preguntó con voz desprovista de emoción.
—La madre de Marina tiene que someterse a una cirugía mañana; ella no se lo ha dicho a nadie.

Un drama personal; la forma de manejarlo sería hacer que el conductor del programa citara algún comentario fraterno de las redes sociales para tocar esa fibra.

—¿Alguna novedad de ese caso especial?
—Un poco, está muy protegida _explicó el hombre del otro lado de la conexión—. Todo indica que está trabajando con alguien, pero todavía no lo dice.
—¿Y cuál es la noticia?
—Que está colaborando con un hogar de menores –apuntó él—, aparentemente lo tiene como una carta bajo la manga, pero no parece tener pensado usarlo todavía.

La productora se detuvo y tomó la tableta, para revisar en el apartado de videos algunos que había separado por ser curiosos. El momento en que Lisandra tuvo un ataque de histeria y atacó a Charlene era interesante, porque por el contrario de lo que parecía de forma común, ella no tuvo una reacción agresiva, sino que se las dio de mártir; en un momento en particular ella hacía como que iba a hablar de alguien o explicar esa ridícula presentación que parecía de día de los enamorados en versión pobre. Entonces se trataba de eso, ya tenía planeado mostrar en algún momento esa faceta de benefactora del pueblo para sensibilizar a la gente; para haber ingresado casi por accidente al programa, estaba muy bien preparada.
¿Un asistente?
Quizás el asunto de fondo era que no estaba sola en eso, y tenía a alguien entendido en televisión y espectáculo dando las ideas para mantenerse vigente. Pues bien, quizás ella podía ayudarla a subir tan solo un poco, y usarla como un arma para desequilibrar a las otras; si eso la ayudaba a llegar más lejos o no, no era realmente importante.

—Bien, dile a Nigel que haga todo lo posible por averiguar acerca de eso.
—Como digas —respondió Alberto del otro lado de la conexión—, lo que tú digas.
—Y una cosa más: ahora que Nubia volvió, dile a Nick que retome los planes. Eso es todo por ahora, sigan trabajando bien.

Alberto finalizó la llamada y dejó el móvil a un costado; en ese momento estaba en una sesión de masaje, disfrutando del aroma de los óleos y la excelente mano de su masajista de siempre.

—¿Cómo sientes la espalda? —preguntó el experimentado hombre.
—Como si fuera de algodón —replicó el joven, volteándose boca arriba—. deshiciste esos nudos sin dificultad, eres el mejor.

El fornido masajista continuó con el tren inferior, empezando por flectar su pierna izquierda.

—Ops, eso dolió.
—Parece que aumentaste el peso en el gimnasio ¿No es así? —comentó el otro—. Te he dicho que debes ir poco a poco.
—Lo sé, lo sé, es sólo que es como si fuera una droga, ya sabes, pero sin los efectos secundarios de inyectarse cosas; me veo en el espejo, comparo con los resultados del mes pasado, y es como si la adrenalina subiera por un cable hacia arriba. Además, hay alguien que aprecia mucho mi fuerza.
—Ah, claro, esa misteriosa mujer que te usa como un juguete—observó el otro, divertido.
—Ella.
—¿Y es tan secreto, eres una especie de amante infiel?
—Nada de infidelidad. Es solo un secreto, hay asuntos de trabajo, es solo eso.

3


Después de hacer su presentación al inicio del programa, Nubia fue de inmediato a la zona de trabajo, para preparar su presentación al igual que las demás; en principio, no se sorprendió de los saludos corteses, pero para nada amistosos de las otras chicas, ya que era lo primero que se esperaba al momento de llegar.
Desde el momento de ser eliminada del programa pasó por muchas emociones; primero, la sorpresa y decepción de no haber podido avanzar más, luego una terrible sensación de tristeza y vacío, y finalmente la resignación ante lo inevitable. Había decidido volver a ver el programa para quitarse de la cabeza la persistente idea de haber fracasado, y enfocarse en analizar todo desde un punto de vista objetivo, e intentando divertirse, como si no se tratara del mismo producto que tan poco tiempo antes había sido su sueño.
No había funcionado para ella como lo esperaba, pero estaba intentando hacerlo poco a poco, hasta que recibió la llamada de la producción un par de días atrás, preguntando si estaba disponible para regresar al programa para una etapa de repechaje, o en el caso de un alargue de la emisión. Lo primero que pensó fue decir que no, que había tenido suficiente con una decepción, pero en realidad su pensamiento de fondo era otro; haber conocido el mundo del espectáculo y la televisión era una de las mejores cosas que había vivido.
Dijo que estaba disponible, y le respondieron que debía estar atenta, ya que tan pronto como recibiera una llamada, el tiempo volvería a correr para ella.
Se trataba de una propuesta sin fecha y sin un concepto claro, pero que removió todos sus sentidos; la posibilidad de volver a pisar el escenario, de crear y construir una presentación con la presión del tiempo era algo casi sublime, pero escuchar el saludo y aplauso del público era definitivamente incomparable.
Nick había mantenido contacto con ella, y ahora que estaba de regreso, sabía que en algún momento, quizás ese mismo día, volverían a encontrarse entre los pasillos y las personas trabajando a toda máquina; ansiaba volver a verlo, ahí junto con ella o a tan sólo unos pasos, pero lo que más ansiaba era saber que volverían a encontrarse en secreto, y que sería un motivo de alegría por su regreso, no un modo de estar esperando un consuelo de su parte.
Buenas cosas esperaban para ella, estaba segura de eso.


Próximo capítulo: Fuerte

Contracorazón Capítulo 24: Nunca volverá a pasar




Magdalena entró en la urgencia a paso rápido; localizó con la vista el mesón de informaciones y torció en esa dirección, pero vio a Martín y giró de nuevo hacia donde se encontraba él. El hombre se puso de pie al notar que ella se acercaba.

—¿Dónde está mi hermano? ¿Qué fue lo que sucedió?

Había un inconfundible tono de reproche en su voz, aunque el principal era de alarma; a Martín no se le había ocurrido que quizás ella estaba al tanto de los detalles de su discusión con Rafael, pero descartó esa idea al instante; Rafael era noble, e incluso después de cómo lo trató, no habría hablado de eso.

—Magdalena, tranquilízate.
—No me quiero tranquilizar, quiero saber qué fue lo que le pasó a mi hermano.

La mirada de ella decía mucho sobre su estado; Martín la había visto pocas veces, pero había conocido su faceta amable, divertida y agradable. Sin embargo, en ese momento estaba angustiada, y además, de seguro preocupada por el estado de su hermano; también era probable que sospechara que había ocurrido algo extraño entre Rafael  y él. ¿O sólo era una idea suya por el estrés que estaba viviendo?

—Lo están controlando, pero en la ambulancia dijeron que estaba fuera de peligro.
—Dime qué fue lo que pasó.

La exigencia de ella era lo menos que se merecía en un momento como ese; de alguna forma, él mismo se había estado sintiendo culpable por todo eso.

—Estaba en el centro comercial donde fue el atentado explosivo.

El rostro de la chica se tensó al escuchar esas palabras, y contuvo sin querer la respiración; durante un eterno segundo no habló, perdida en el horror de imaginar a su hermano en medio de ese infierno.

—¿Qué le pasó? —Exigió, con voz ronca—, no me mientas.
—El personal que lo atendió dijo que sufrió un golpe en la cabeza, y un corte.
—¿Tiene quemaduras?
—No —Respondió de inmediato—, no sé exactamente cómo fue todo, pero parece que lo que lo golpeó fue la onda expansiva.

Mariano había llegado casi corriendo tras Magdalena tras estacionar el auto, y se quedó de pie junto a ella; había escuchado lo suficiente y sabía que en ese momento no tenía mucho que agregar.

—¿En qué habitación esta?
—No lo sé, llegamos hace muy poco; todavía no lo he visto.
—Cariño, deberíamos sentaros ahora —Intervino Mariano—, seguro que en un momento nos darán alguna noticia.

El rostro de Magdalena se contrajo por la emoción, y con un gesto casi espasmódico secó una única lágrima que escapaba por el rabillo del ojo. Estaba determinaba a no quebrarse mientras Rafael la necesitara, y mantendría esa actitud a cualquier precio.

—Martín, quiero que me digas exactamente lo que sucedió.

Había algo de lo que él no podía hablar con ella; estaba seguro de que Rafael no le había contado acerca de esos presentimientos, y si estaba en lo cierto, él solo causaría problemas al mencionar aquello.

—Nosotros —Dudó un instante; tendría que mentirle y confiar en que todo se solucionara después—. Nosotros íbamos a reunirnos al mediodía.
—Pero mi hermano debería estar trabajando a esa hora —Refutó ella.
—Es cierto, fue algo repentino, en realidad él no me dijo por qué era que iba a estar ahí, me lo diría cuando hablaremos en persona —Sentía que su mentira era frágil y débil, pero la iba a mantener—, y yo estaba por esos lados porque tenía que vender un producto.
—¿Y estabas ahí cuando…?
—Cerca, yo estaba justo del otro lado de las boleterías de la estación de metro cuando pasó —replicó él, adelantándose a la pregunta—; después comenzaron a llegar los equipos de emergencia y nos trajeron hacia acá.
—Ya veo.

Había un motivo por el cual se sentía culpable, y en ese momento frente a ella, a pesar de no poder decirlo, sintió la urgente necesidad de hablarlo de algún modo.

—Magdalena, yo… quisiera haber hecho más, haber evitado que…
—No digas tonterías —Lo interrumpió la mujer, con voz ahogada—, era imposible que supieras lo que iba a pasar; estuviste ahí y lo acompañaste, eso es todo lo que importa.

2


Cuando Rafael abrió los ojos, sintió algo parecido al dolor generalizado después de una gripe fuerte, solo que mucho más intenso; después de unos momentos de que su mirada vagara, logró fijarla en quien estaba sentada a su lado. Magdalena lo miraba con cariño y atención.

—Magdalena.

Sintió su voz débil y trató de aclararse la garganta, pero le resultó imposible.

—Estoy aquí, tómalo con calma ¿De acuerdo?

No tenía realmente energías para discutir eso, de modo que dejó que pasaran unos segundos antes de volver a intentarlo; el dolor se focalizó en la cabeza.

—¿En dónde estoy?
—En una urgencia —respondió ella, con voz calma—, tuviste un accidente.

Entonces recordó. El sonido, la sensación de ser arrojado sin control, y luego el olor a metal y plástico y metal quemado, el humo y los gritos.

—Martín. ¿Dónde…?

Intentó incorporarse en la camilla, pero el dolor en la cabeza se lo impidió; su hermana se apresuró a sujetarlo para evitar que lo intentara.

—Está bien, tranquilo. Martín está bien, sabía que ibas a querer verlo por ti mismo, pero quería verte yo primero. Quería asegurarme de que estabas a salvo.

Eso significaba que alguien la había llamado a ella para darle aviso de lo sucedido; vio su expresión fuerte y determinada en ese momento, pero la conocía demasiado y podía identificar muy bien la angustia oculta tras esa máscara de fortaleza, porque sería lo mismo que sucedería con él si la situación fuese a la inversa.

—Perdón por asustarte.
—Está bien, no importa —replicó ella, con ternura—, sólo descansa, te pondrás bien en un momento.

Se puso de pie y salió del pequeño rectángulo que separaba esa camilla de las otras; en el pasillo se reunió con Mariano y le hizo un gesto a Martín para que entrara en el lugar.

—¿Cómo está? —Le preguntó él.
—Disculpándose por preocuparme y queriendo saber si Martín estaba bien —respondió ella—, es decir que está bastante bien, se comporta como siempre.

Mariano la abrazó tiernamente; en ese momento lo único que podía hacer era servir como un apoyo moral para ella.

—Todo va a estar bien.
—Sí, estoy segura.

En el interior del lugar, Martín se aceró a la camilla, mirando con cierta aprensión a Rafael; tenía un parche en la nuca y lucía cansado y demacrado.

—Martín.

Se sentó al lado de él, queriendo decir tantas cosas, pero esperó a que fuera el momento apropiado.

—Hola.
—Hola.

Intuyó que Rafael iba a preguntarle si estaba bien; porque esa era una de las características de su amigo, estar siempre ocupándose de los demás.

—Pasaste un golpe fuerte ¿cómo te sientes ahora?
—Como si me hubiera chocado un camión —replicó Rafael.
—Te golpeaste la cabeza, pero no fue algo grave —Intentó sonar divertido—, tienes la cabeza dura ¿No es así?

Por un momento ninguno de los dos habló, y Rafael comprendió que Martín tenía algo que decirle; aun sentía sombras, pero estaba casi por completo seguro de que la presencia de su amigo en ese lugar no era circunstancial.

—Escucha, yo tengo que decirte esto.

Martín se sintió en paz para ser honesto, porque sabía que Rafael lo entendería.

—Yo me asusté. Cuando me dijiste eso el otro día, yo me asusté y no quise pensar en nada más; me aterrorizaba la idea de que mi vida fuera controlada por alguien o algo. Pero no son las personas, son los hechos.

Respiró profundo, y se atrevió a pronunciar las palabras; desde ese momento, ya no habría forma de cambiarlo, sería una realidad que tendría que afrontar de la mejor forma posible.

—Tú lo dijiste y yo no quise escuchar.
—Martín…
—Déjame terminar, necesito que me escuches. Rafael, yo había decidido ayer hablar contigo para solucionar todo, pero realmente aún estaba negándome a esa verdad. Y hoy cuando estaba en ese lugar, de pronto simplemente lo entendí, y lo supe, supe que estabas ahí, y me preocupé porque sentí que podía pasarte algo malo.
Mira, para ser honesto, no entiendo lo que está sucediendo, pero sé que tuviste razón en lo que dijiste en primer lugar. Ahora quiero que descanses, después vamos a poder hablar con más calma.
—Martín…

Rafael lo detuvo; aun había algo que debía decir.

—Gracias.
—No hay nada que agradecer.  Escucha, Carlos me dijo que los sentimientos no se equivocan, y tiene razón en eso; una vez te dije que habías sido un poco cursi, pero ahora me toca a mí. Eres mi hermano, Rafael, y lo que sea que esté pasando, lo vamos a enfrentar juntos.

Rafael se incorporó en la canilla, y los dos hombres se dieron un abrazo que fue la muestra de haber resuelto sus anteriores diferencias, y al mismo tiempo un gesto honesto de unión y preocupación mutua.

—Tú también eres mi hermano —replicó Rafael—. solo quiero que todo se solucione.
—Habrá tiempo para eso —dijo Martín—. Pero primero tienes que ponerte bien de ese golpe; luego vamos a hablar todo, me vas a contar todo lo que sucedió, y juntos vamos a ver qué hacer.

3


A pesar de lo impactante del accidente en el que se vio involucrado, Rafael tuvo un diagnóstico de herida leve; según lo que pudieron establecer más tarde de acuerdo con el reporte de la policía, Rafael estaba a determinada distancia del lugar en donde detonó el artefacto, y la explosión lo arrojó contra una pared cercana, que era de piedra y tenía ciertos relieves. Se golpeó y cortó en la parte trasera de la cabeza, sufriendo una pérdida momentánea de consciencia y un traumatismo, para el cual se recetó un medicamento apropiado y reposo por dos días. Magdalena acompañó a su hermano a su departamento y se quedó con él hasta la tarde, tras lo cual fue Martín quien tomó el relevo, aunque ante las protestas de Rafael por no dejarlo a solas en su propia casa.
El jueves Rafael despertó con una sensación generalizada de cansancio, pero con menos dolor que la jornada anterior; después de levantarse fue a la sala, en donde se encontró con Martín, quien estaba recogiendo la ropa de cama con la que se había cobijado en el sofá.

—Buenos días.
—Buen día —Martín lo saludó con energía—, deberías haber aprovechado que estás con descanso estos días y haber dormido más ¿No crees? Apenas dan las ocho treinta.
—Sí, es que no tengo sueño y estoy acostumbrado al horario. ¿Cómo dormiste?

El trigueño le dedicó una mirada condescendiente.

—Ya empezaste; eres el del accidente, no yo, se supone que esa pregunta la hago yo.

Se cruzó de brazos con gesto severo. Rafael sonrió.

—Ésta bien, está bien. Martín, gracias por preguntar, dormí sin novedad y me siento mejor que ayer. Y no se me ha desprendido el parche ni veo doble o algo así.
—Muy bien, eso me parece mejor.

El moreno se sentó en uno de los sillones mientras tanto.

—¿Incómodo?
—No, tú sofá está bastante bien, aunque tengo que decir que aquí hace más calor que en mi departamento, todavía, por eso me di una ducha rápida al levantarme. ¿Tomamos desayuno?
—Si quieres saca las cosas del refrigerador y pon agua para café, mientras me doy una ducha También.
—¿Necesitas ayuda?

Rafael lo miró con las cejas levantadas y un asomo de sonrisa.

—Martín, me golpeé la cabeza, no perdí un órgano. Por favor no te pongas como mi hermana.

El otro se estaba riendo; era una broma que ayudaba a ambos a sentirse en un ambiente más distendido.

—Oye, gracias a mi es que Magdalena se convenció de dejarte aquí y no quedarse como enfermera; con mi argumento de que si necesitabas algo lo arreglaría mejor yo porque entre hombres nos entendemos salvé la situación.
—Eso es cierto; amo a mi hermana, pero de verdad estoy bien, puedo hacer todo por mí mismo. De todos modos, de verdad te agradezco por todo, eres el mejor.
—Eso ya lo sé.

Poco después estaban ante la mesa en la pequeña cocina; después de todo lo ocurrido en el día anterior, estar haciendo algo tan sencillo como desayunar junto a Martín era un cambio del cielo a la tierra.

—¿Y crees que todo esté bien en la tienda estos dos días?
—Sí, cuando me llamaron ayer de recursos humanos les dije que dejaran todo en manos de dos vendedores que son de confianza. En realidad, es Sara en quien confío, pero decidí dejar a dos personas para que no se genere alguna idea de preferencias o algo.
—Eso estuvo bien pensado —replicó Martín —. Ahora, cambiando de tema ¿Crees que sea momento ya para que hablemos del otro asunto?

A Rafael le resultaba sorprendente ver cómo todo entre ellos había vuelto a la normalidad; no hicieron falta demasiadas palabras, y nuevamente era como siempre, esa confianza y naturalidad total entre los dos. Sin embargo, notó que Martín no había mencionado de nuevo nada relacionado con lo sucedido antes.

—Pienso que sí, pero de todos modos tengo que decir que hay muchas cosas que no puedo explicar bien.
—Porque simplemente son así —Observó Martín —. Sí, estuve pensando en eso, es lo mismo que me pasó. No puedo explicar cómo supe que ibas a estar ahí, solo lo sabía. Así que estoy listo para escuchar toda la historia.

De pronto, Rafael se encontró contándole todo lo que recordaba del último tiempo; desde aquellas extrañas sensaciones, hasta los sueños que parecían ser suyos, pero en realidad no lo eran; su amigo en todo momento lo escuchó con suma atención.

—Entonces esa noche cuando te escuché gritar, no estabas teniendo una simple pesadilla —comentó Martín—, se trataba de lo mismo. Me siento culpable por no haber podido estar en ese momento.
—No, eso no —Lo interrumpió Rafael—. No quiero que te sientas culpable, no quiero culpas ni nada por el estilo; todo esto es algo que no estaba dentro de lo común, culparnos no sirve de nada.
—Pero entonces ¿Quiere decir que todo esto era una especie de advertencia?
—Eso es lo que concluí después de mucho pensarlo —Explicó el moreno—, es por eso que yo supe lo que iba a pasar; los hechos se están repitiendo.

Martín se lo pensó un momento; en la interna, seguía temeroso de esa situación intangible e inexplicable, pero se esforzaba por hacer que su lado sensato no perdiera el norte.

—Y dices que en esos recuerdos tú y yo somos parecidos a ellos ¿Cómo si hubiésemos reencarnado o algo por el estilo?
—No, no lo veo de esa forma —Explicó Rafael—, porque no son mis recuerdos, no es como si estuviera viendo algo que me pasó antes.
—Pero hay un parecido, eso tiene que significar algo.

Rafael hizo un gesto amplio con los brazos.

—¿Una nueva oportunidad? Te estoy contando que ellos murieron jóvenes, de seguro tendrían nuestra edad o menos; quizás se trata de que volvieron, pero en otra forma, y hay una especie de intento por evitar que se repita una desgracia.
—Sí, eso lo entiendo —Observó el otro hombre, pensativo—, pero hay algo en todo esto que no me deja en paz. ¿Por qué piensas que este hombre que le dices Miguel está muerto?

La pregunta descolocó a Rafael.

—¿Qué? Pues te lo dije, te expliqué todo lo que vi.
—Sí, pero tú no lo sabes de una forma concreta.
—¿De qué estás hablando?

Martín lucía serio y pensativo en esos momentos; incluso con todos los hechos que había escuchado, aun había algo que podía analizar y entender.

—Escucha, no estoy tratando de poner en duda lo que dices, pero este es el asunto: tú, o él en ese caso, vio a su pareja morir. Dijiste que murió en sus brazos y eso es algo que puedo entender muy bien. Pero tú no viste cómo murió Miguel.
—Pues claro que no —Protestó el moreno—, son sus recuerdos, es lógico que no sepa cómo murió.
—Espera, espera, estoy tirando ideas al aire. Dejemos eso ahí un momento ¿Es un incendio?

Eso sí se lo había preguntado con anterioridad, y tenía una respuesta clara para eso.

—No es un incendio; no puedo explicarlo, pero no es un incendio, se trata de otra cosa. No sé adónde quieres llegar, pero él murió allí también, de eso se trata todo esto.

Martín tampoco lo sabía, pero estaba dejando que los pensamientos se volvieran palabras.

—Y dijiste que lo que viste…lo que sucedía es que su pareja tenía estas heridas, y él lo abrazaba al verlo morir.
—Y juraba que estarían juntos.

No supo cómo, pero al repensar en eso, Martín lo compendió.

—Eso es.
—¿Qué?
—La promesa —Explicó con lentitud, mientras aun juntaba todas las piezas—, dijiste que prometía que estarían juntos para siempre, es como jurar que estarían unidos en la muerte, pero ¿Y si no fue así?
—No sé si estoy preparado para lo que sea que me vayas a decir —apuntó Rafael.
—Es sólo que cuando lo pienso, tiene sentido —Afirmó Martín—. Me quedé pensando en lo que dijiste, y piensa que yo no había pensado ni sentido nada antes de ayer. Pero ayer sí sentí algo —Continuó con seriedad—. Sentí que iba a pasar algo malo, y que tú estarías en ese sitio; dijiste que no eran los hechos, que eran las personas, pero ¿Y si en realidad sí fueran las personas, pero no nosotros?
—No entiendo.

Martín se puso de pie e hizo un gesto muy amplio con los manos.

—Yo tampoco; pero esto es lo que estoy tratando de decir: yo pienso que hay una energía, un algo que viene de nosotros y que no termina cuando uno ya no está aquí. Miguel ve herido a su pareja, se aferra a él, promete que estarán juntos en la muerte, pero ¿Y si algo los separó?
—¿Algo como qué? —Preguntó Rafael, con un hilo de voz.
—Una explosión —replicó Martín—. Una explosión como la de ayer ¿Qué pasaría si ellos hubieran estado en otro atentado, pero en vez de una bomba, fueran dos? ¿Qué pasaría si en ese último momento, ocurriera algo que los apartara?

Estaría siempre buscándolo en la eternidad; entonces se trataba de eso, siempre fue eso.

—Tienes razón; Martín, eso es, diste en el clavo. Entonces ¿Es eso?
—Eso creo, te digo que sólo estoy dejando que las palabras salgan por si solas. Si fuera así, entonces todo lo que ha estado pasando sí se repitió, y eso quiere decir que podemos descubrir quiénes son ellos y qué fue lo que sucedió.

Fue a la puerta rápidamente.

—¿Adónde vas?
—A mi departamento, voy por mi laptop.
—Pero tengo un ordenador aquí.
—Rafael, aunque no ejerza, soy analista de datos, y un analista siempre trabaja mejor en su propia máquina. Escucha, esto es una apuesta, pero si todo esto que dije no son solo locuras, quiere decir que podemos rastrear esto. Lo tenemos que intentar.

Poco después estaba de regreso y dispuso el portátil en la mesa; ingresó a una serie de sitios de almacenaje de datos y noticias, hasta que dio con un resultado.

—Mira, no hay muchos atentados con bomba en este país además del de ayer, y suponiendo que la búsqueda sea solo en esta ciudad, hay uno hace dos años, uno hace siete, otro hace doce y nada más; no, espera, hay otro hace treinta años. Es este, en el de hace treinta años murieron varias personas, en el de hace doce uno, y era un señor de edad avanzada.

¿Treinta años atrás? La idea resultaba estremecedora, porque dejaba entrever una historia de dolor mucho más compleja; al mismo tiempo, explicaba ese constante sentimiento de angustia, la necesidad de proteger la intimidad de la pareja, porque en efecto, vivían en una sociedad mucho más agresiva e intolerante.

—¿Dónde fue ese atentado?

Martín se quedó sin palabras al ver la información en el sitio; allí, una foto borrosa en blanco y negro era apenas distinguible en la digitalización de la noticia impresa.

—No puede ser.
—¿Qué?
—La foto —Explicó Martín, aunque sin salir de su asombro—. Rafael, ese atentado hace treinta años fue en la plaza de armas, en el edificio donde se encuentra la catedral.
—Cielos.
—No, no es eso. El otro día estuve ahí, fui a una entrevista de trabajo en la librería que está justo al lado; pasé por el costado del memorial y no me paré a mirarlo.
—Esa es una coincidencia enorme —Apuntó Rafael, sorprendido.
—No estoy hablando de eso. Dentro de la tienda había una foto, era antigua, y cuando la vi, sentí como si antes ya la hubiera visto. Rafael, creo que uno de ellos está en esa foto.

El otro hombre se puso de pie de inmediato al escuchar eso.

—Entonces tenemos que ir; tal vez ahí podamos descubrir algo más.
—¿No prefieres esperar a que ya se termine tu reposo?
—¿Estás loco? —exclamó mientras iba hacia su cuarto—. No puedo dejar pasar esta oportunidad. Me cambio y salimos de inmediato.
—De acuerdo, hagámoslo entonces.

Poco más tarde, los dos amigos llegaron al lugar y se detuvieron ante el memorial de piedra que estaba ubicado en la plaza, enfrente de la iglesia; la estructura fría y oscura ostentaba una placa en donde figuraban nombres de cinco personas.

—En su memoria, para que nunca otra vez pase algo como esto, para que nunca otra vez alguien corte alas.

Rafael leyó la inscripción con una cierta melancolía; estaban cerca, y al mismo tiempo tan irreparablemente lejos de todo aquello.

—Vamos.

En ese momento, todos los vendedores estaban ocupados, de modo que pudieron entrar sin ser interrumpidos; los dos hombres se quedaron quietos, mirando la antigua fotografía en la pared, esperando encontrar algo en ella. Tras unos momentos de análisis, ambos lo hicieron.

—No puedo creerlo; es él, el segundo de la izquierda. Soy yo, es decir, se parece a mí.
—Es cierto —murmuró Rafael—, lo encontramos.


Próximo capítulo: Camino al pasado

Contracorazón Capítulo 23: Sombras




Rafael llegó a su departamento con una gran sensación de desasosiego en su interior, y una serie de contrastes.
De ninguna manera estaba arrepentido de sus actos; lo que sucedió con ese automóvil era la demostración empírica de que estaba en lo correcto, y de ese modo, sus acciones eran las indicadas a pesar de las consecuencias. Sin embargo, las consecuencias no estaban en su rango de opciones, simplemente porque nunca había pensado en el panorama que tuviera lugar tras los acontecimientos que quería evitar; de alguna forma había asumido que al tener éxito en ayudar a Martín, todo volvería a la normalidad eventualmente.
Se quitó la ropa y se miró en el espejo del baño: tenía un moratón enorme en el lado izquierdo de la cadera, lo que explicaba la dificultad al caminar, y algunos raspones en las piernas y brazos; sacó la botella de desinfectante para heridas y se aplicó en las zonas, hasta cierto punto ignorante del escozor que se producía en estas por estar pensando en todo lo sucedido.
Si tenía que enfrentar el perder a Martín como amigo, le parecía un precio justo por haber evitado que le ocurriera algo malo; en ningún momento había pensado en su propio bienestar, y aunque al verlo en retrospectiva había sido muy arriesgado e irresponsable, lo que más le importaba era haberlo conseguido.
Poco después de salir de la ducha vio que su móvil anunciaba una llamada de Martín; a pesar de querer recibir algún tipo de comunicación, lo primero que pensó al respecto es que podría ser una mala noticia, pero dado que no tenía sentido intentar evadir el tema, contestó.

—Martín.
—Hola.

Por primera vez desde que se conocían sintió esa evidente incomodidad del otro lado de la conexión. Se acercó ala ventana y vio que las luces del departamento no estaban encendidas, lo que significaba que de seguro él no se encontraba allí.

—Escucha, yo —el trigueño carraspeó, incómodo—. Sé que cuando sucedió todo me comporté de una forma brusca, fui agresivo y eso no estuvo bien.

Esa expresión graficaba con claridad el carácter noble de Martín, pero de todos modos a Rafael eso se le hizo innecesario.

—No tienes que disculparte.
—No, es lo correcto que reconozca si hice algo mal —lo interrumpió con determinación—, y no estuvo bien que te hablara de ese modo, lo siento.
—No hay nada que disculpar, en serio —replicó Rafael—, además fue una situación tensa, es natural que uno esté angustiado o algo así.
—Sí.

Nuevamente sucedió un silencio, y Rafael se quedó a la espera de lo que fuera que Martín tuviera que decirle; al fin, el otro hombre se animó y siguió hablando.

—Escucha, sobre lo que pasó en la mañana...
—¿Sí?
—No quiero que parezca que soy un malagradecido —era evidente que estaba luchando por conjugar las palabras del modo correcto, al tiempo que batallaba contra un sentimiento que era distinto, o quizás más fuerte de lo que quería decir—, de verdad te agradezco por haberme ayudado cuando sucedió lo del auto.
—Martín...
—Déjame hablar —lo interrumpió con intensidad—, no quiero que te lo tomes a mal, en serio; es muy importante lo que hiciste porque también te arriesgaste mucho cuando pasó eso. Pero eso no cambia lo que dije con respecto a lo que tú dijiste después, porque eso es diferente.

Quería insistir en que no se trataba de situaciones personales, sino del curso de los acontecimientos, pero Martín no lo estaba dejando hablar.

—¿Te has puesto a pensar que en esta vida uno tiene realmente muy pocas cosas? Quiero decir, lo que compramos, o el trabajo, esas cosas vienen y van, pero la vida que tenemos, las experiencias y todo lo que pasó es algo propio. Es único y yo… yo no puedo aceptar que eso no sea mío.
—Nada te va a quitar lo que eres o lo que has vivido —se apuró en decir—, no se trata de eso, en serio.

Pero Martín nuevamente se adelantó y siguió hablando, haciendo caso omiso a sus palabras.

—Como sea, mira, solo olvidemos todo esto ¿De acuerdo? Dejemos pasar unos días hasta que todo quede en el pasado.
—Si no quieres seguir manteniendo contacto conmigo…
—No, no es eso, somos amigos. Solo dejemos que pase el tiempo, para que todo vuelva a ser como antes. Estoy donde mis padres y salí a comprar, ahora tengo que volver.
—De acuerdo.

Pareció que iba a cortar, pero a último momento cambió de opinión y retomó la conversación.

—Le dije a Carlos que te habías despertado con una indigestión y que por eso no habías podido venir; te lo digo para que lo sepas.
—Sí, está bien.
—Hablamos después.

Martín colgó y se quedó sentado en el banco de madera de la plaza en la que estaba; había inventado que quería tomar un determinado tipo de gaseosa y salió a comprarla, pero en realidad era una excusa para salir y hacer esa llamada telefónica con tranquilidad.
¿Por qué entonces se sentía tan incómodo?
Se había dicho que lo correcto era llamar a Rafael y decirle lo que estaba sintiendo, explicarle que no estaba enfadado con él, pero al momento de hacerlo sintió que no estaba usando las palabras correctas, y que además la forma no era la adecuada. Sonaba demasiado frío e impersonal, como si de algún modo no estuviera siendo sincero o transparente por expresarse por teléfono, sin mirarlo a la cara.
Rafael era su amigo y eso no había cambiado para él; que se hubiera puesto en peligro para ayudarlo no solo era un gran gesto, sino que reforzaba el sentimiento de amistad y respeto que tenía hacia él. Pero a la vez hacía que el conflicto por esas palabras fuera más grande, porque de algún modo lo veía como un ataque.
Lo que no quería reconocer es que estaba aterrorizado.
La sola idea de que alguien, quien sea, sugiriera que su vida no estaba dirigida por él sino por alguien más resultaba perturbadora, porque lo dejaba en un espacio donde no había de qué sostenerse. Su núcleo era su familia, sus padres y su hermano, pero pensar que eso pudiera no pertenecerle hacía que se desatara una parte más instintiva de su ser, una que intentaba proteger a los suyos con toda su energía.
El problema en eso es que Rafael era su mejor amigo ¿Cómo lidiar con ambos sentimientos? No quiso admitirlo, pero se dijo que la mejor forma era sepultar ese hecho y las explicaciones de Rafael, y dejar que el tiempo pasara.
Asumir que nada de eso sucedió, aunque en el fondo sabía que eso no era una real solución.

Rafael, en tanto, se quedó pensando en las palabras de Martín, y no pudo evitar quedarse con una sensación agridulce respecto a esa situación; no esperaba bajo ningún término causarle problemas como eso, pero ¿Acaso no era algo parecido a lo que le había pasado a él mismo en un principio, cuando fue consciente de aquellos extraños sueños? La diferencia entre ambos es que a él nadie le había dicho de aquello, se trataba de una experiencia propia, sobre la que había aprendido paso a paso, sintiendo todo tipo de emociones y viviendo también la incredulidad y la negación. Él había tenido toda esa evolución y además el adicional de la visualización en primera persona, que le otorgaba un tipo de conocimiento distinto y que era sensorial, algo que no podía explicar.
¿Se habría roto su amistad?
Odiaba esa incomodidad percibida a lo largo de la llamada; incluso hablando por teléfono, siempre se había mantenido el tono alegre y amistoso entre ambos, por lo que ese cambio era muy brusco y no le agradaba. Era como si Martín no estuviera seguro de qué decir o qué no, o peor aún, que no estuviera decidido a hablar con él ; deseaba que las cosas se arreglaran entre ellos, y aunque en realidad quería compartir esa experiencia, se resignó al silencio y el olvido.
Se tendió de espalda en la cama pensando en todas estas cosas, hasta que el cansancio y el sueño se apoderaron de él.

2


Martín comenzó la semana en que ya estaba sin trabajo con mucho que hacer; la idea que había tenido de comprar elementos para realizar serigrafia y luego venderlos había resultado perfecta, y para ese martes tenía tres acuerdos, de modo que se levantó temprano y se preparó un desayuno contundente para salir lleno de energía.
Estuvo ordenado las cajas con el material que iba a vender, y poco antes de salir habló con una persona que le solicitaba implementos para realizar impresiones permanentes en vidrio; no sabía acerca del tema, pero decidió alargar eso diciendo que estaba realizando una venta en ese momento y devolvería el llamado más tarde para darse tiempo a revisar en la red si existía alguna posibilidad al respecto.
Poco más tarde, cuando ya había entregado la primera caja e iba a entregar una pequeña a otro sitio, recibió una llamaba de su hermano.

—Hola —saludó con energía.
—Hola ¿Cómo va tu día?
—Perfecto —replicó confirmando la hora—, ando de viaje por la ciudad, aplanando las calles; a este paso me voy a convertir en todo un empresario.

Al menos hasta la última vez que hablaron del tema, Carlos se había tomado con tranquilidad lo del trabajo, y bastante curioso con respecto a ese emprendimiento personal; Martín estaba sorprendido por el éxito que estaba teniendo, pero sabía que al ser un tipo de trabajo independiente no podía confiar de forma indefinida en que fuera a funcionar.

—Pero no camines demasiado. ¿Extrañas el auto?
—Solo un poco, la verdad no me molesta caminar —replicó con ligereza—, además lo estoy viendo como una oportunidad de conocer la ciudad, voy a pasar por calles que ni sabía que existían.
—Tienes razón ¿Y cómo está Rafael?

La pregunta lo descolocó, pero reaccionó y habló con la mayor naturalidad posible.

—Bien, está trabajando, claro.
—Me alegro —respondió su hermano menor—, escucha, quería saber si más tarde puedes venir.

Martín se sintió aliviado por el cambio del tema, porque al no haber hablado con Rafael desde el día anterior no sabia nada de él.

—Sí, no creo que tenga algún inconveniente ¿Alguna novedad de tu nueva ocupación?
—Si, algo hay de eso, ahora mismo estaba dibujando.
—Me gusta esa actitud.

Estaba realmente feliz con la energía que tenía su hermano menor para ese proyecto; en un principio había pensado ver la forma de ayudarlo haciendo algún tipo de publicidad o buscando potenciales clientes, pero se detuvo a tiempo para meditar acerca de ese asunto. Su hermano era un jovencito, no un niño, y así como había desarrollado toda esa idea por si solo, era capaz de proseguir por su cuenta, sin que él se entrometiera; su trabajo era estar a su lado y dispuesto a apoyarlo en caso de necesidad.
Miró en la lista de contactos y se quedó un momento en el apartado de Rafael; pensándolo bien, era primera vez desde que entablaron amistad que no hablaban de forma regular, y se dijo que tal vez debería terminar con ese distanciamiento. Hablaría con él al día siguiente.

Mientras tanto, Carlos fue a la sala a hacerle una pregunta a su madre.

—Mamá ¿Qué opinas de Rafael?

Ella lo miró con cariño, aunque ocultando perfectamente lo que estaba sintiendo en realidad; de momento prefería quedarse con la mejor parte de todo eso, que era la genuina preocupación de uno de sus hijos por el otro: esa unión y cariño verdadero era una de las mejores cosas a las que podía aspirar.

—Es un muchacho muy educado, y se preocupa mucho por tu hermano. Pero eso tú ya lo sabes.
—Sí, es solo que me preguntaba si tal vez estaba en lo cierto o no —replicó el muchacho—, a veces no sé si lo que pienso de una persona es así o no.

Ella le indicó que se sentara junto a él.

—Está bien que no confíes en cualquier persona, porque eso te ayuda a estar protegido; pero Rafael no es un desconocido, y yo pienso que sobre él tú ya sabes lo que piensas. Solo tienes que ser honesto y lo vas a poder ver.

3


Por la noche, Martín fue a casa de sus padres; estaba de un humor excelente después de los buenos resultados en sus ventas y estaba convencido de que su hermano también tendría buenas noticias.
No lo eran del todo; su padre le dijo que Carlos había tenido accesos de dolor durante la primera parte de la tarde, aunque no habían sido tan severos como en otras ocasiones. Por esto, estaba descansando en su cuarto.

—¿Se puede?

Tocó a la puerta aunque estaba entreabierta, y esperó a que su hermano contestara; cuando entró, lo vio sentado ante el escritorio, aunque no estaba usando el ordenador. Lucía cansado, ya que como de costumbre lo dejaba con muy pocas fuerzas un acceso de dolor.

—Hola.
—Hola —saludó el joven—, ¿Cómo te fue?

Martín acercó una silla y se sentó a su lado; reprimió las ganas de abrazarlo, presa de la contradicción que vivía en un caso como ese en donde aquel gesto de amor no ayudaría con el malestar de su hermano.

—Bien, vendí todo y tengo un par de pedidos más; y no solo eso, también descubrí que existe algo que se llama impresión con ácido sobre vidrio, y creo que puedo hacer algo de negocio con eso. ¿Cómo va lo tuyo?

El joven hizo un gesto hacia la mesa de trabajo.

—Bien, aunque hoy no hice mucho; estoy aprendiendo a hacer algunos cosas nuevas en el programa de edición, quiero hacer unas pruebas cuando pueda.
—¡Bien! Cuando tengas eso quiero verlo, tus diseños son muy buenos.
—Está bien.

Se miraron por un momento sin hablar, hasta que el menor rompió el silencio entre los dos.

—¿Le dijiste a Rafael que sigue invitado a venir?

Entonces ese era el real motivo de la llamada; en ningún momento en la mañana había podido engañarlo.

—Bueno, es algo obvio porque hubo un inconveniente.
—¿Discutieron?

No era una acusación, pero Martín vio la real preocupación en el rostro de su hermano, y la transparencia de ese sentimiento hizo que fuera imposible para él mentirle, porque hacerlo sería peor que engañarse a sí mismo.

—No, no discutimos —respondió en voz baja.
—Pero él no estaba enfermo el domingo —concluyó el menor—, no fue por eso que no vino ¿O estoy equivocado?

No esperaba esa conversación, porque en el fondo él mismo no había querido afrontar el tema; solo quería cerrar puertas y no hacerse preguntas.

—No, no estaba enfermo. Perdona por decirte esa mentira.
—No me pidas disculpas —replicó Carlos—, no estoy molesto, pero me gustaría saber qué pasó.

Martín suspiró; él no lo sabía con exactitud, pero ante esa pregunta que no podía soslayar, no tenía más opción que enfrentar la realidad.

—Tuvimos una diferencia.
—Entonces discutieron —apuntó el joven.
—No, no discutimos —enfatizó. Ahora todo lo sucedido le sonaba de un tono distinto que cuando ocurrió—, es complicado, tal vez no hice bien en confiar en él.
—Yo no lo creo —replicó el joven, con determinación.

Martín guardó silencio un momento; él mismo no estaba tan seguro de nada en ese instante.

—Todos nos podemos equivocar, yo también cometo errores.
—Sí —exclamó el muchacho; había una nueva intensidad en su voz que demostraba lo convencido que estaba—. Puede ser que te equivoques, pero no en los sentimientos.
—¿A qué te refieres?

Carlos se incorporó un poco de la posición reclinado en la que estaba y lo miró a los ojos; en ese momento, Martín sintió un terrible estremecimiento, al ver esa confianza absoluta depositada en él.

—Rafael es tu amigo, pero hay algo que es especial entre ustedes —reflexionó—, cuando hablan, cuando están juntos, es como si de verdad se conocieran de toda la vida.
Nunca lo había visto de esa forma, pero ahora que lo pienso, es como si él también fuera tu hermano. Y no me molesta ni me da celos, al contrario, porque entendí que tienes a alguien que te cuida y se preocupa, igual que yo te tengo a ti. Rafael es tu amigo, tú lo quieres, y ese sentimiento no puede estar mal.

Martín se quedó sin palabras por largos segundos. Aún sin saber de qué se trataba, su hermano había llegado hasta el punto más importante de todo eso, haciendo referencia a la amistad que lo unía con Rafael; no era una cuestión del tiempo que se conocían, era sobre los lazos que se creaban.

—Tienes razón —dijo al fin—, tengo que solucionarlo.
—Habla con él —concluyó su hermano—, lo que sea que haya sucedido, estoy seguro de que se puede solucionar.

Martín asintió con energía.

—Lo haré. Pero mañana, quiero hablar en persona y solucionarlo todo cara a cara.


4


El miércoles por la mañana, Rafael salió hacia el trabajo con una extraña sensación en su interior; a diferencia de lo que había pasado antes, no había vuelto a tener esos extraños sueños, ni visto otra vez desde los ojos de Miguel. Esto significaba que todo estaba resuelto, que no podía ver más en ese pasado porque el mensaje que le entregaba había sido recibido, y él había cumplido con su objetivo.
Debería sentirse contento y satisfecho, pero en realidad se sentía acongojado, como si de alguna forma todo lo que hubiera hecho no fuera un real éxito.
¿Tendría eso que ver con el distanciamiento con Martín? Había intentado no pensar en eso, decirse que si él había tenido el buen gesto de llamarlo para intentar arreglar las cosas, eso quería decir que de verdad estaba dispuesto a hacerlo, aunque quizás le llevara más tiempo.
Llegó a la tienda y se encerró en la oficina, intentando despejar sus ideas; su mente vagó de un punto a otro mientras él iba de una labor a la siguiente sin hacer algo concreto. La inquietud lo estaba torturando porque no sabia cómo actuar, y al tratarse de un caso tan extraño como ese, seguir cualquier patrón de acción común no sería lo indicado; sólo le quedaba esperar. Le pareció que esa mañana las horas pasaban lentamente.

—¿Se puede?
—Claro, adelante —respondió, distraído.

Jaime, uno de los vendedores más nuevos entró en la oficina; tenía cara de estar con un conflicto.

—Rafael, llamó un señor por un asunto con una factura.
—¿Qué clase de asunto? —preguntó sin comprender.
—Dice que le entregaron ayer un pedido pero que no dejaron la guía de despacho correcta.

Rafael intentó asociar esa explicación con algo en concreto mientras miraba de forma distraída la hora: casi las once; después de un instante recordó que el día anterior habían hecho un despacho de productos a una oficina, algo que se realizaba en muy pocas ocasiones.

—Dame un minuto.

Revolvió los documentos indicados hasta que localizó la copia de la guía; en efecto, quien llevó el pedido le dejó al cliente la copia incorrecta del documento que respaldaba la compra.

—Ya sé lo que es, es cierto. Hay que ir a dejar esto.
—¿Ahora? —preguntó el vendedor—. Estamos un poco llenos.
—No —replicó poniéndose de pie—, sigan atendiendo, yo me encargo de esto, gracias.

Se dijo que ya que estaba tan desconcentrado, podía ser buena idea salir y despejarse, además de hacer algo útil.
Tendría que tomar el tren subterráneo y desplazarse algunas estaciones, después de lo cual tendría que salir a la calle y desplazarse unas dos cuadras hasta la dirección indicada.
En el interior de esa estación de metro había un pequeño centro comercial compuesto por dos pasajes paralelos en los que había tiendas de todo tipo; se dijo que después de entregar el documento indicado podría regresar allí y darse un gusto como tomar un café o un helado, para animarse y poder continuar con el día de una mejor forma que como lo había empezado. De seguro se desocuparía antes del mediodía, y confiaba en regresar a la tienda con un ánimo mucho más elevado.
Antes de salir, vio que su teléfono móvil estaba en la ultima barra de energía; había olvidado cargarlo y no tenía el cargador rápido en el trabajo. Dudó por un momento en dejarlo, pero si de todas formas estaba con batería baja, al apagarse no podría contestar las llamadas; en cualquier caso dudaba que alguien lo fuese a llamar.
Cuando salió de la tienda se encontró con un día luminoso y un poco cálido, y se dijo que había sido una buena idea salir, porque con ayuda de esa brillante jornada podría retomar fuerzas y comportarse como el mismo de siempre.
Estaba decidido: después de solucionar el asunto del documento, regresaría a ese pequeño centro comercial subterráneo y tomaría un café o algo delicioso antes de volver a sus labores.

2


Martín salió de la estación de metro a una despejada mañana; no traía los anteojos de sol, de modo que tuvo que esperar un instante hasta que sus ojos se acostumbraran a la luz del día, muy distinta de la luz blanca artificial del tren subterráneo. Faltaba poco para mediodía y tenía algo de hambre, pero aún no era hora de almorzar; se dijo que era curioso que la persona con quien se iba a reunir dentro de un par de minutos hubiera cambiado el lugar de la entrega del producto a última hora, porque de no ser así...

—Qué raro.

Se quedó de pie en mitad de la acera, y de pronto, muchas cosas cobraron sentido en su mente, como si hubiera encontrado sin querer la última pieza de un rompecabezas, la que permitía ver la imagen por completo. Se trataba del mismo hecho, pero cambiado por una decisión de ultimo minuto; él no tenía pensado salir de la estación, sino hacer la entrega del producto, y luego retomar el tren subterráneo en otra dirección.
No eran las personas, eran los hechos.

—No puede ser.

Sintió un escalofrío. En ese momento, poco antes del mediodía, él no habría estado ahí en la calle si las cosas no hubieran cambiado de forma subrepticia; de no haberse producido aquel cambio insignificante de última hora, estaría al interior del pequeño y abovedado centro comercial contiguo a la entrada de la estación de metro. Del mismo modo que un par de días antes decidió tomar por cierta calle en vez de por otra; cuando casi fue atropellado, eso quizás no habría sucedido de no ser porque él quiso virar en determinada esquina. Pero el auto habría pasado del mismo modo por el mismo sitio, aunque él no estuviera ahí.
Era el día en que había decidido hablar cara a cara con Rafael, para solucionar los malos entendidos.

— ¡Rafael!

Estaba ahí; no supo cómo, pero en su interior encontró la respuesta: de alguna forma, Rafael había ido hacia ese punto, y se dijo que de la misma forma, él estaría también ahí. ¿lo había seguido? Descartó la idea de inmediato, en primer lugar porque su amigo jamás haría algo como eso, y en segundo, porque de alguna forma Rafael anticipaba cosas que iban a pasar. Antes no lo había seguido, lo que había hecho era adelantarse.
Comenzó a caminar rápido de vuelta al acceso al centro comercial, mirando en todas direcciones, tratando de encontrarlo; de pronto entendió que todo su enojo con él no era otra cosa que miedo, un miedo irracional a que un acontecimiento del pasado pudiera quitarle su vida y su identidad. Pero nunca se había tratado de eso, no era sobre identidades, era acerca de hechos, y la humanidad vivía ciclos ¿Por qué no podía repetirse uno de ellos? No un acontecimiento global, pero sí algo más pequeño, dentro de un país, en una ciudad, en un día como ese, hace mucho tiempo atrás, y nuevamente en el presente. Rafael había dicho que fue hasta el lugar en donde ocurrió lo del automóvil porque presintió que ocurriría una desgracia, y la había evitado, pero ¿Y si esa desgracia estaba a punto de suceder de nuevo?
Bajó corriendo las escaleras y regresó al centro comercial, en donde el movimiento habitual de vendedores y pasajeros parecía por completo fuera de lugar con lo que estaba pasando por su mente; se maldijo por no recordar bien todo lo que le había dicho ese día, por haber estado tan ofuscado, y ciego. Mientras caminaba por uno de los pasillos, mirando a todas direcciones, marcó en su móvil el número de Rafael, pero en ese momento estaba fuera de línea.
¿Podía estar imaginando cosas? Descartó de inmediato esa opción, y se dijo que tenía que seguir su primera idea, que si algo le decía que estaba sucediendo algo malo o potencialmente peligroso, tenía que agotar todas las posibilidades hasta resolverlo, y que esa vez no iba a escapar.
Pero buscar a una persona ahí era como tatar de encontrar una aguja en un pajar.
Cuando terminó de recorrer los dos pasillos que conformaban el pequeño centro comercial sintió que se estaba quedando sin opciones, y regresó otra vez sobre sus pasos, agudizando la mirada, tratando de encontrarlo.
El centro comercial estaba conectado por la entrada nor oriente con la estación del tren subterráneo; en la zona previa a los andenes estaba la boletería central, que era un rectángulo con ventanillas de atención por los cuatro costados, a un lado los torniquetes de acceso y las puertas de salida del andén, y mucho espacio para desplazarse de un punto a otro, hasta la salida del extremo opuesto, que daba a la escalera con salida norte. Miró hacia un punto y otro, tratando de localizarlo, y repentinamente lo vio, apareciendo por el umbral ubicado del extremo contrario a donde estaba él.

—¡Rafael!

Su exclamación fue engullida por el ruido alrededor, pero se sintió tranquilo de haber seguido ese presentimiento y ver que Rafael estaba bien.
Pero, repentinamente, un violento sonido quebró el cotidiano bullicio del sitio en el que se encontraba; la explosión que azotó las paredes del lugar fue como un golpe sordo que engulló todos los sonidos alrededor, desatando gritos e histeria de parte de las decenas de personas que transitaban por la estación. 

—¡Rafael!

Su grito fue insuficiente; intentó correr en su dirección, pero la explosión había hecho que todos alrededor intentaran correr y ponerse a salvo, por lo que varias personas chocaron con él o lo apartaron sin prestarle atención.

—¡Rafael!

Volvió a gritar, pero fue inútil: el caos se había apoderado de todos, y los gritos y desesperación se convirtieron solo en la decoración de un sonido más intenso, el que era como un trueno que retumbaba contra las paredes. Se dijo, mientras avanzaba con dificultad entre la marea de gente, que no era posible, que no podía ser que la tragedia predicha por su amigo se hiciera realidad de esa forma, frente a sus ojos.

—¡Rafael!

Logró llegar al punto, que estaba distante de la zona de la explosión por pocos metros; el olor a plástico y metal quemado inundó sus fosas nasales, y la visión de otras personas, caídas o heridas nubló su visión, pero lo que captó todos sus sentidos fue verlo: estaba tendido en el piso, contra la pared de piedra, en una extraña posición; impactado por lo que estaba presenciando, Martín se arrodilló junto a él, sintiendo el calor del suelo quemado e irradiado por la explosión.

—Rafael.

Sintió su voz temblorosa al hablar; de rodillas en el suelo tomó a su amigo por el torso con la mano izquierda y sostuvo su cabeza con la derecha, pero la retiró un instante, al sentir el líquido caliente contra la palma.

—Rafael, contéstame por favor.

Sostuvo su cabeza con la izquierda, intentando hacer caso omiso a la sangre que brotaba; miró en todas direcciones y pidió por ayuda, pero nadie escuchó sus gritos, y si fueron escuchados, nadie atendió.

—Rafael, contéstame.

El otro hombre reaccionó y entreabrió los ojos, enfocando una débil mirada en él.

—Martín —murmuró con debilidad.
—Estoy aquí, estoy aquí —replicó el trigueño, desesperado—, resiste por favor.

El rostro de Rafael esbozó una levísima sonrisa, y con una temblorosa mano sujetó su antebrazo.

—¿Estás bien?
—Resiste —exclamó el otro, sujetándolo con fuerza—, te voy a ayudar.
—Me alegra —murmuró débilmente—, me alegra que estés bien...

Se desvaneció por completo. Martín lo sujetó con fuerza, sin saber qué hacer, mirando en todas direcciones, gritando por ayuda.

—Despierta por favor. Rafael no cierres los ojos ¡Ayuda, ayúdenme!


Próximo capítulo: Nunca volverá a pasar

Las divas no van al infierno Capítulo 20: No puedo ser domada


Disfruta este capítulo al ritmo de esta canción: Cant be tamed

Charlene estaba llegando a su departamento en compañía de Nigel; los dos reían alegremente.

—Y entonces le dije ¿Qué podría salir mal?

Ella soltó una carcajada mientras abría la puerta de entrada; Nigel era muy divertido y con él las risas estaban aseguradas.

—No estoy tan cansada, nos trataron bien —dijo mientras dejaba la maleta a un costado—, así que estoy de muy buen humor y mañana tendré que darlo todo en el escenario.
—¿Quién crees que sea la eliminada esta semana?

Charlene se lo pensó un momento; después del ataque de histeria de Lisandra pensó que ella, pero tras la actitud de diva humilde de Márgara no había estado muy segura.

—No lo sé. Sería interesante que fuera Márgara ¿No lo crees?
—Pero a ella la llamaron antes que a cualquiera —apuntó él—, eso debe significar ene tiene peso o que marca.
—Sí, marca para abajo —comentó ella entre risas—. La hubieras visto el lunes cuando aparecieron a llamar a cuatro de nosotras para ir a un contacto con el matinal ¡Creí que la carne de la cara se le caería a pedazos! Estoy segura que mataría por ir en vez de a ese programa tonto del sábado.
—¡Oye! —reclamó él poniendo los brazos en jarras—, ellos piensan en todo tipo de publico, han hecho desfile de ropa interior o trajes de baño con mujeres, pero también con hombres.

Hizo un gesto de placer mientras ella dejaba el bolso y se sentaba; la chica sonrió.

—Eso es un punto bueno. Me sentí tan bien ayer, estar en el programa de la mañana fue casi como haber ganado una etapa importante del programa.

Se soltó el cabello y lo miró con expresión suplicante.

—Saca el jarro de jugo.

El musculoso revoleó los ojos, pero de todos modos fue hacia el refrigerador.

—Eres una explotadora ¿sabes? Linda, linda, y con esos ojos me manipulas. Ya, mejor dime quién crees que se va esta semana.
—Debería ser Lisandra —replicó ella mientras se miraba el esmalte de uñas—, va como tren sin conductor hacia abajo, y te aseguro que eso pasa la cuenta.
—¿Y qué es eso que te traes ente manos? —el hombre la miró con expresión cómplice—, a mí no me engañas, ibas a decir algo cuando ella te estaba atacando, pero cambiaste de opinión a ultimo momento.

Charlene se dio el tiempo de beber un poco del refrescarte jugo antes de hablar; la idea de Harry de llevarla como hada madrina de ese hogar de niñas pobres había funcionado a la perfección, y aunque tuvo que poner caras todo el tiempo, esas niñas ya la veían como toda una estrella, y la anciana que dirigía el lugar no solo estaba feliz con todo eso, sino que además se había creído todos los cuentos de Harry; de seguro si alguien le preguntaba, diría que ella estaba hace mucho tiempo visitando ese lugar.

—No hay nada que contar, no seas ridículo. Además, ella me atacó por una tontería, yo solo quería darle un toque distinto a esa canción para que no fuera tan triste.
—Bueno, será como tú digas entonces.

Nigel se devolvió al refrigerador para guardar en él el jarro con el jugo, pero se quedó con la puerta abierta y mirándola con las cejas levantadas.

—¿Qué es esto?
—¿Qué cosa? —preguntó ella, distraída.
—Estas cervezas baratas en la parte de abajo —replicó él con tono de incredulidad—, me habías dicho que tenias gustos más finos.

Harry. Ahora tendría que inventar algo; se dijo que lo mejor que podía pasar era que en el programa dejaran de restringirlas tanto y les permitieran tener un manager, de ese modo podría sacarlo de las sombras y trabajar con él de una forma más cómoda; por el momento debía seguir con el espectáculo.

—Cómo se te puede ocurrir que son mías ¿No ves que tengo que conservar este cuerpo maravilloso? Mira, te voy contar pero no puedes decirle a nadie, ni a tu madre.

El corrió y se sentó frente a ella, con la ilusión pintada en la cara.

—Soy un sarcófago cerrado —aseguró.
—Bien, el tema es este —pronunció con tono de confidencialidad—. Cuando me cambié, conocí a un chico, y bueno, no estábamos aquí y él dijo que quería cerveza, así que trajo y la dejó ahí.
—¿Estás saliendo con un hombre? —La voz de él se volvió más aguda—. Cuéntame todo, cómo es, cuándo, cuánto y dónde.

Charlene hizo como que se sonrojaba; perfecta mentira para salir del paso.

—¡No! No me estas dejando hablar. Te estaba diciendo que vino, y bueno, todo estaba bien, pero después nunca mas apareció, creo que se aprovechó de mi inocencia.
—¿Cuál?

Los dos rieron; internamente, ella se dijo que debía conseguir que Harry fuera su manager oficial lo antes posible, pero con mucha más urgencia, que se supiera que era un alma bondadosa para subir como la espuma en las redes.

2


Cuando Benjamín recibió la llamada de Lisandra, se sintió muy emocionado, ya que desde la jornada de la audición no se habían visto. Esperaba que ella le dijera que fuera a su casa esa mañana de miércoles, pero para su sorpresa, lo citó en una cafetería en una zona relativamente cercana al canal de televisión; la segunda sorpresa vino cuando la vio: estaba muy arreglada, con el cabello tomado en una cola alta, sombra de ojos y labial coloridos, y un vestido color calipso hasta las rodillas, que destacaba su figura y lucía muy bien sus piernas.

—Lisandra ¡Te ves preciosa! —comentó, con una gran sonrisa—. Vas muy bien arreglada.

Ella le devolvió la sonrisa y se sentó frente a él.

—Sí, decidí preocuparme más por mi aspecto —explicó con gentileza—, es una responsabilidad con el público que me ve. Benjamín, tengo algo que hablar contigo y creo que nos conviene a ambos.

—¿Convenir? Hacia prácticamente un mes que no se veían, y habían hablado muy poco por las redes sociales, por lo que él esperaba algo distinto a una frase como esa.

—Sí, pero espera, cuéntame un poco cómo va todo en el programa —inquirió con entusiasmo—, cómo han reaccionado tus padres.

Al momento de hacer la pregunta se arrepintió; claramente algo en esas palabras no era del agrado de ella.

—Benjamín, escucha, ahora estoy con mucho que hacer; quiero que conversemos más, pero este no es el momento —de pronto volvió a animarse—. Lo que tengo que decirte es muy interesante, es un negocio que podría sacarte de ese trabajo tan exigente que tienes.

¿Negocio? Por un momento, Benjamín estuvo a punto de reír, como si lo que hubiera escuchado fuese una broma, pero la expresión determinada de ella se lo impidió.

—Disculpa, creo que no entiendo lo que me estás diciendo.
—Tu trabajo —repitió ella como si fuera obvio—, tú tienes un trabajo muy estresante, te requiere mucho tiempo y es obvio que quieres algo mejor, todos queremos algo mejor para nuestras vidas ¿no es así?

El chico la miró levemente confundido, pero decidió continuar con la conversación.

—Sí, supongo que sí.
—Pues mira, este es el asunto, es muy importante que sea super secreto: si te haces pasar por mi novio, puedo lograr que mi fama aumente muy rápido, y eso va a atraer a los auspiciadores, muy pronto van a empezar a llegar los contactos y los contratos.

Benjamín se sentía como si acabara de estrellarse contra algo; estuvo a punto de mirar en todas direcciones, esperando encontrar una cámara oculta, pero la seriedad de ella al hablar le hizo entender que eso iba en serio.

—No estoy seguro de entender que es lo que quieres lograr con esa idea.
—Figurar en los medios, por supuesto —explicó ella—, escucha, estuve revisado las estadísticas de nuestra participación, m e refiero al programa, y está subiendo como la espuma; estoy segura que en dos o tres semanas van a cambiar las condiciones del contrato ¿Te conté los detalles de eso?
—Lisandra, casi no hemos hablado desde que entraste al programa.
—Sí, bueno, se trata de esto: podemos mantener nuestras redes sociales, pero no pedir votos ni hacer campaña o promoción de ningún tipo; no podemos comentar con los hashtag del programa, ni aparecer en las redes de nadie haciendo nada que sugiera que estamos pidiendo que voten por nosotras. Pero —levantó un dedo para ejemplificar la excepción—, estoy segura de que van a modificar esas reglas para que sean más flexibles.
—No entiendo qué tiene que ver eso con...
—Espera, ahora voy con eso —le hizo un gesto para que aguardara—, lo que estoy pensando es que van a hacer lo mismo que en algunos programas de talento, en donde siguen a los participantes en sus actividades diarias, y en ese punto es que un novio me viene de maravilla, porque la gente siempre quiere saber sobre estas cosas.

Benjamín la miró estupefacto.

—¿Quieres que la gente piense que tienes un noviazgo para que hablen de ti en los programas de espectáculo?
—Algo parecido, pero es más un plan a largo plazo; como no he hablado con nadie de esto, pensé que en unos días podría haber una reconciliación ¿Entiendes? Algo como reunirse en un café o un sitio bonito y no demasiado llamativo, la idea es que quede registrado, pero no por nosotros, porque claro que alguien lo va a ver y van a grabar, y desde entonces todo va a ser muy fácil.

Él intentó pensar en algo con lo que cuestionar las palabras de ella, pero estaba tan sorprendido que no se le ocurría nada.

—Lisandra, yo no sé qué decir.
—Di que me vas a ayudar —replicó ella—, eres mi amigo, dijiste que ibas a apoyarme en todo; además lo que estoy pensando es un beneficio para los dos ¿No te conté sobre los regalos?
—No.
—Pues va siendo cada vez mejor —explicó la chica—, por ejemplo, antes del último programa nos regalaron una tarjeta para comprar artículos decorativos para el hogar, y siempre, cuando a un programa como este le va bien en rating y se habla mucho de él, los auspiciadores llegan solos y hacen todo tipo de regalos. Esto te va a servir mucho.

Durante un segundo o dos él no dijo nada, hasta que al fin habló, con voz desprovista de emoción.

—¿Crees que funcione?
—Por supuesto ¿Cuento contigo?
—Por supuesto —replicó él, mirándola con ojos brillantes—, sabes que estoy para ayudarte en lo que necesites.

3


Valeria llegó a su casa después de ir al centro de estética de Tina, algo cansada, pero sintiéndose contenta con los resultados; si bien el tratamiento que estaba recibiendo era una vez al mes, debía asistir dos veces por semana para una inyección de vitaminas y unos retoques menores.
Desde que Sandra había descubierto su verdadera identidad, el cambio en la actitud de Tina era notorio, ya que dejó de hacer veladas amenazas y se limitó a decirle que estaba muy contenta con el aumento de público en su centro, lo que significaba que la productora se había encargado de “recomendar” el centro de estética a las personas indicadas, con lo que había resuelto el problema de Valeria para conseguirlas.
Acababa de dejar el bolso en el sillón cuando su móvil anunció una llamada de Harris.

—¡Hola! ¿Cómo va tu día?

La voz de él se escuchaba algo agitada, y supuso que estaría haciendo ejercicio, como le había dicho que hacía todas las mañanas.

—Bien, estaba retocando mis uñas ¿Qué haces?
—Estoy terminando la rutina de trote de hoy —respondió con voz energética—, después me meto a la ducha y estaré listo.
—Ten cuidado —observó ella—, no vayas a tropezarte por estar hablando conmigo.
—Voy con los audífonos inalámbricos, así que está todo en orden. Escucha, solo quería decirte que me gustaría poder estar en tu presentación de hoy.

Casi no se había percatado del tiempo, hablando con él la noche anterior; él había dicho que todo sería mucho más sencillo si no les prohibieran a ellos como bailarines interactuar con las chicas fuera de lo estrictamente profesional, pero que a la vez no le molestaba tener que disimular todo el día durante las clases o a lo largo de la emisión del programa, mientas pudieran hablar después.
Ella le había dicho que tenían que ser cuidadosos, porque no quería que él fuera perjudicado si alguien de la producción descubría que tenían esa amistad, pero a Harris eso no le importó.
Era impulsivo y arriesgado, y eso a ella le encantaba.

—A mí también me gustaría, pero sabes que no se puede notar que tenemos contacto.
—No te preocupes, sé disimular muy bien —comentó el con tono alegre—. Nos vemos más tarde. Un beso.

La última frase fue dicha justo un instante antes de cortar, por lo que la voz se escuchó un poco más lejos; fue la primera vez que decía algo como eso, y a Valeria se le hizo tierno y encantador.
Cuando fue a su cuarto a escoger la ropa que llevaría ese día, recordó que esa mañana se había dicho que iba a llamar a su novio Jorge, pero no se encontraba de ánimos para hacerlo ¿Cómo, si él no dejaba de criticarla? Había pensado contarle de la amenaza en la que estaba envuelta como una forma de hacerle ver que lo que ella estaba haciendo no era un lecho de rosas, pero tuvo que descartarla al comprender que él nunca lo entendería. De momento, lo mejor que podía hacer era seguir manteniendo la distancia y confiar en que él continuara administrando su parte en la historia de la mejor forma; cuando pudiera conseguir más poder de decisión y tuviera lo que quería, hablaría con él y solucionaría todo.

4


Cuando todas llegaron al canal y les presentaron el desafío de esa jornada, que incluía utilizar mucha luz, Charlene se dijo que era su momento para destacar sobre las otras; pero resultó ser que antes que pasara una hora de las tres que tenían a disposición para realizar la preparación del espectáculo, alguien decidió robar cámara: Ivonne se cayó de una tarima y empezó a llorar y gimotear, lo que hizo que todas las miradas se fueran hacia ella.

—Ojalá que no sea algo agrave.

Después de acercarse al sitio en donde los de enfermería la estaban atendiendo y decir las palabras de cortesía con la expresión adecuada, la rubia regresó a lo suyo; en ese momento se preguntó algo que antes no se le había pasado por la mente. Y si alguna de las chicas debía abandonar el programa por una enfermedad o lesión ¿Se contaría como la eliminaba de la semana?
Treinta minutos más tarde, Aaron Love estaba dando esa respuesta en una comunicación oficial.

—Muy buenas tardes, mis amigos seguidores del programa. Esta vez tengo que hablar con ustedes de algo muy importante y que es un motivo de un pesar dentro del gran equipo que hemos formado en el programa; hace muy poco, nuestra querida Ivonne ha tenido una caída durante un ensayo.

En ese momento, las luces del escenario estaban apagabas y solo un foco acompañaba al conductor, quien como nunca lucía serio y apesadumbrado.

—Por supuesto, contamos con personal calificado para poder atender todo tipo de emergencias, ya que sabemos que la exigencia del programa significa que las chicas podrían sufrir algún tipo de esguince o lesión.
Sin embargo, pronto fue evidente que Ivonne tenía algo más delicado, ya que el dolor no cedía; por esto, fue llevaba a centro de atención especializado, en donde nos han dado la mala noticia: Ivonne sufrió una lesión en los ligamentos del tobillo izquierdo, de grado dos, lo que significa que es un daño más que leve.

Hizo una nueva pausa; nunca lo había dicho, pero adoraba esos momentos dramáticos en los programas, porque permitían que él mostrara toda su capacidad; incluso en alguna entrevista habían mencionado su alto grado de compromiso con la gente y lo humano que era. Y él amaba esos elogios.

—Esta lesión que ha sufrido Ivonne requiere repuso absoluto de entre cinco y nueve semanas, además del uso de medicamentos apropiados para su caso. No podrá usar tacones ni bailar, lo que significa que no podrá seguir en competencia junto con las otras.

Mientras esto sucedía, Márgara se había sentada frente a la pantalla, mirando con atención al tiempo que peinaba la peluca color azul que usaría en su presentación; le parecía que todo eso era innecesario, que si esa chica estaba lesionada debía retirarse y ya, no estar llamando tanto la atención.

—Me avisan que hemos establecido un contacto en directo con nuestra amiga Ivonne. ¿Me escuchas?
—Hola Aaron.
—Gracias por atender; no quiero molestarte mucho tiempo, pero quería preguntar cómo estás sobrellevando esta situación.

La voz de la chica se escuchaba acongojada, pero en control.

—Tratando de tomarlo con calma —respondió hablando despacio—. No puedo hacer nada, así que tengo que resignarme a que mi camino en el programa terminó y concentrarme en recuperarme de la lesión que tengo.
—Por supuesto, la salud siempre es lo principal —comentó él—. Y estoy seguro de que en las redes sociales las personas que te siguen estarán dando sus muestras de cariño para alguien con tanto que entregar como tú.
—Gracias.
—No, gracias a ti por tanto. Antes de despedirme ¿Hay algo que quieras decirle a tu público o a las otras chicas?
—Las chicas saben lo que deben hacer; al público, darle las gracias por su apoyo, y decirles que agradezco todas sus muestras de cariño y apoyo, y el tiempo que se dedicaron para escribir y enviar mensajes de ánimo en las redes.
—Ahora tendrás muchos mensajes de aliento, te lo aseguro —la animó el—. la gente te quiere mucho, de verdad.
—Pues me daré el tiempo de ver esos mensajes —replicó ella un poco más animada—, trataré de leerlos todos.

El conductor se despidió de forma muy cariñosa, y tras hacer una inspiración siguió con sus palabras.

—Sucesos inesperados y pruebas son lo que nos topamos todos los días; así es como pasa en la vida, y por supuesto también en este programa. Por ahora me despido, y nos vemos más tarde.

Mientras la transmisión especial finalizaba, una persona en otro sitio estaba recibiendo una llamada.

—¿Estás lista?
—Por completo —replicó ella.
—Bien, entonces prepárate. Entras tú en reemplazo de Ivonne.
—De acuerdo.

Cortó la llamada y se quedó mirando la pantalla, en donde ahora se exhibían anuncios publicitarios.
Desde ese momento haría que todos los chicos se obsesionaran con ella, que pareciera que la estaban inspeccionando y obligando a sacar los dientes; haría que pensaran que no podían cambiarla, que cada día sería un día que no planeaba, y por sobre todo, que no se le podía domesticar.
Les haría creer que era un rompecabeza, pero en el fondo, lo que quería era volar, dirigirse adonde quisiera y llegar hasta sitios que no conociera, ¿Había error? No, no lo había, era sólo que las reglas habían cambiado para siempre.
No la podían cambiar, y si todo funcionaba de acuerdo con el plan, no la podrían derrotar.


Próximo capítulo: Tu cuerpo

Contracorazón Capítulo 22: Último momento




El jueves 29 de noviembre había sido una jornada muy tranquila en la tienda, y esto permitió que Rafael terminara las nóminas de producto, enviara las planillas y estampara la firma digital en una serie de documentos; con la asistencia del personal completada y los registros de solicitud en línea, había terminado su trabajo para esa semana y el término del mes estaba completo.
Podría ir a vender junto con los demás, como era su costumbre, pero ese día no lo hizo.
Había sido particularmente difícil mantener la máscara de cordialidad y normalidad durante todos esos días, pero en esa jornada le estaba resultando casi imposible, por causa de un sentimiento de anticipación que era más y más fuerte; lo que sea que estaba por ocurrir, se acercaba a pasos agigantados, y no podía hacer mucho por evitarlo.
En realidad, nada.
Salió a almorzar fuera de la tienda otra vez; mientras caminaba con la mirada perdida, sintió que el móvil en su bolsillo anunciaba una llamada entrante.
Era Martín.

Durante los últimos días había mantenido contacto sólo por las redes, rehuyendo cualquier posibilidad de encuentro fortuito incluso en el balcón de su departamento, cerrando la puerta, en un intento inútil y absurdo por alejar de él la desgracia que se avecinaba. En ocasiones se preguntaba si su amigo habría notado esa sutil diferencia de comportamiento, pero luego descartaba esa idea por completo: hasta el momento estaba a salvo de cualquier tipo de conjetura, y esa ignorancia era una protección.
Débil y casi transparente.

—Hola Martín.
—Hola —Saludó el otro con entusiasmo—, no estoy interrumpiendo ¿verdad?

No, claro que no; pero a pesar que siempre era grato hablar con su amigo, en esa ocasión la llamaba tenía un color que era imposible pasar por alto.

—No, estoy yendo a almorzar.
—Bueno, eso significa que no estoy llamado en el mejor momento —Bromeó Martín—, pero no tengo otra alternativa porque tú insististe.

De hecho, había reiterado que tan pronto tuviera noticias acerca de su trabajo, le contara de inmediato, y eso era lo que estaba haciendo; Rafael había descubierto, uniendo trozos de sueño y recuerdos, que a partir de cierto acontecimiento todo cambiaría para siempre.

—¿Yo insistí?
—Sí, hombre, me escribiste como en una docena de momentos diferentes que te avisara cuanto supiera lo del trabajo, así que entendí el mensaje.

Por un momento, Rafael quiso congelar todo de alguna forma y detener el avance de esa conversación, pero tuvo que mantener la actitud de siempre.

—Entonces ya sabes qué va a ocurrir —dijo aparentando normalidad.
—Sí, mi futuro ya está definido. Llego hasta mañana, mi jefe me lo acaba de confirmar.

El hombre se quedó de pie en la acera, aparentando mirar la vitrina, aunque en realidad no veía nada; todo estaba a punto de confirmarse.

—Martín, lo lamento.
—No, está bien, no te preocupes por eso —replicó el otro—. En estos días he estado yendo a varias entrevistas y estoy seguro de que va a salir algo.

Estaba a punto de suceder; todo coincidía de forma alarmante, tanto que casi pudo anticipar las palabras que iba a escuchar.

—Espero que todo se resuelva bien.
—Sí, algo va a salir, estoy seguro de eso.

No lo digas, no lo digas, se repitió internamente, rogando que en esa ocasión las cosas no siguieran el mismo camino que en su sueño.

—Pero también quería hablar de algo más —Siguió con tono ligero— ¿Recuerdas lo que te conté sobre el emprendimiento de Carlos?
—Sí, por supuesto.
—Pues escucha esto: acaban de pagarle su primer trabajo y está como loco, no hay forma de controlarlo.
—Me alegro mucho —replicó Rafael casi de forma mecánica.
—Sí, es genial, yo sabía que tiene talento. Entonces, lo que sucede es que insistió en que este domingo quiere invitar una pizza y quiere que estés ahí; dice que quiere que compartas con nosotros y me exigió que te convenciera a como de lugar.

Rafael sintió que se quedaba sin aire mientras escuchaba las palabras de Martín; en uno de los recuerdos que habían sucedido en las noches donde se obligaba a entrar en esa zona tan insegura, descubrió que había un punto especial, un paso final antes de la tragedia que había terminado para siempre con sus sueños y esperanzas. Antes de eso, había una invitación, un momento para reunirse, que Rafael entendió como la misma jornada en donde todo había terminado.
Una invitación a la casa de los padres de Martín, adonde ninguno de los iba a llegar.

—¿Este domingo?
—Sí, dime que no tienes otro plan por favor —Rio del otro lado de la conexión —, si llego sin ti va a estar molestándome toda la tarde.

¿Qué conseguía con negarse a ir? Cerrar los ojos no serviría de mucho en ese momento, de modo que sólo le quedaba la opción de ir a la ofensiva en ese camino.

—Claro que me gustaría ir —replicó hablando despacio, modulando muy bien las palabras para que no se escuchara su nerviosismo—. Me decías que es este domingo ¿No es así?
—Sí, a la hora de almuerzo.

Había estado ansiando y rechazando a partes iguales ese momento, porque por un lado sentía que era la oportunidad de pasar desde la vereda de la contemplación hacia la de la acción, y ese era el fin último de todo lo que había pasado hasta entonces, pero al mismo tiempo confirmaba que había un hecho de enormes proporciones ante el cual no sabría si tendría éxito ¿Podría perdonarse de no tenerlo?

—Entonces supongo que salimos de aquí, como la otra vez —intentó sonar lo más natural posible.
—No puedo —replicó de inmediato—, olvidé decirte que no voy a estar aquí en la mañana. ¿Te das cuenta que hace días que no nos vemos? Bueno, el tema es que encontré unos productos para serigrafía a un precio muy bueno, me arriesgué y los estoy vendiendo, es un buen ingreso extra y no me quita tiempo, así que iré a vender eso y de ahí voy donde mis padres. Nos encontramos allá.

Un obstáculo inesperado, pero no por ello menos sorpresivo; el momento crítico sucedería cuanto Rafael no estuviera presente.

—Sí, por supuesto. ¿A qué hora tienes pensado llegar?
—A la una y media, es el momento más indicado.

Tenía que sacar mas información de alguna manera, no quedarse con lo mínimo; se forzó a seguir el hilo, ignorando por completo el temor y la angustia que lo llenaba en esos momentos.

—¿Y dónde vas a ir a hacer esa venta? —preguntó forzando un tono casual—. Supongo que no son muchas cosas.
—No, es solo una caja, no es demasiado grande; y es cerca del Centro comercial plaza Centenario, así que tampoco es difícil llegar allá y devolverme. ¿Quedamos entonces?

De nada servía que alargara más esa situación, ya que todo estaba determinado desde antes de ese momento; lo único que podía hacer era esperar a que todo resultara bien.

—Claro que sí. Nos vemos allá.
—Genial, estamos hablando.

Finalizó la llamada y siguió con la vista fija en un punto que no podía alcanzar con facilidad; de momento, todo el camino de sombras se despejaba para conducir en una sola dirección.
Por un momento se planteó inventar algo de último recurso y decirle que quería acompañarlo; podría usar cualquier excusa y justificar como fuera su inclusión en esa salida, pero tuvo que admitir que esa vía era la menos apropiada, porque reducía su campo de acción al mínimo.
Para tratar de evitar que ocurriera una desgracia necesitaba libertad de movimiento, y poder desplazarse sin que Martín lo supiera.

Por la noche, en su casa, Rafael tuvo que reconocerse así mismo que estaba aterrorizado; la posibilidad de un accidente o cualquier tipo de evento que pudiera poner en peligro a Martín lo desequilibraba, de la misma manera que poco tiempo atrás el asalto a Mariano le causó el horror de pensar que él o Magdalena estuvieran en peligro.
La idea de algún ser querido expuesto a algún peligro se le hacía inconcebible.
Quiso llamar a mamá, pero desistió de hacerle por sentirse demasiado cansado y débil como para resistir el escrutinio, o incluso el elocuente silencio de ella mientras hablaba; necesitaba su abrazo y su consejo, pero no podía exigirle a una madre que se expusiera a saber que su hijo podía estar en riesgo por ayudar a otra persona, y mucho menos podía decirle todo lo que estaba pasando.
Tendría que ser fuerte y estar dispuesto, con la mente clara y el corazón abierto para poder comprender todo con detalles, y ser capaz de alcanzar su objetivo.
No había espacio para las dudas, y tampoco tiempo para tenerlas, porque escaseaban las horas para que se cumpliera un plazo del que no tenía más que temores; la cita era ese domingo, pero sabia que ninguno de los dos llegaría a tiempo. Faltaba saber si eso sería por una buena o una mala razón.

2


Iba a suceder ese domingo, y ya no había nada más que pudiera hacer; Rafael se levantó temprano, y después de darse una ducha y afeitarse, escogió ropa cómoda y se preparó para algo que consideraba inevitable. No necesitaba arreglarse, pero lo hizo para mantenerse ocupado y en control.
Por un momento pensó dejar un mensaje escrito, pero cambió de opinión; no tenìa que despedirse, porque no era el final; de todos modos, antes de salir echó una mirada al interior de su departamento, y no pudo menos que detenerse en las pequeñas cosas que había hecho para convertir ese sitio en su hogar. Desde los muebles hasta los objetos decorativos, pasando por las distintas experiencias acumulabas en el día a día, habían transformado ese espacio en algo propio.
No era una despedida, no tenía que serlo.
Se sintió extraño y ajeno deambulando por las calles del sector al que se dirigió; era como si, a pesar de no conocer el lugar, supiera con exactitud hacia dónde dirigir sus pasos. Ahí, entre estas calles, cerca de alguna de esas viviendas, un peligro que aún no tenía un cuerpo concreto estaba demasiado cerca de Martín, su amigo tan querido.
Guiado por este inexplicable sentimiento, Rafael caminó calles y calles buscando algo que no podía localizar a simple vista, siempre viendo la hora, temiendo no poder hacer algo antes que los minutos pasaran; no era mucho después del mediodía, el tiempo se había agotado.

De pronto vio a Martín, lejano por dos cuadras, caminando despreocupadamente mientras llevaba una caja de cartón en las manos; dos cuadras no parecían demasiado, y al verlo en buenas condiciones, sintió un alivio similar que cuando le dijeron que Mariano estaba fuera de peligro. Caminó tras él apurando el paso, pensando en cuál sería la mejor forma de abordarlo por duodécima vez, y al mismo tiempo pensando en cómo podría anticipar ese peligro cuando estuviera cerca.
Estaba a poco menos de una cuadra, apurando el paso, pero aún indeciso sobre abordarlo o no, cuando sucedió. Primero sintió el sonido del motor, y luego su vista captó el movimiento irregular de un automóvil que iba de oriente a poniente por la calle que era el siguiente cruce; Martín, sin tener una visual completa por causa de la caja, simplemente se había quedado de pie en la vereda, esperando que el vehículo cruzara para proseguir su camino, y al ver ambos puntos desde donde estaba, Rafael entendió todo.
No pensó, no habló ni calculó nada, actuando puramente por instinto; corrió hacia Martín a toda velocidad en el mismo momento en que el automóvil se subía a la vereda por el mismo lado donde estaba este, y apenas con tiempo disponible, lo sujetó por el torso y jaló de él con toda la fuerza de cuerpo.
Después el atronador sonido de los frenos se mezcló con el chirrido de los reumáticos con el asfalto y todo se convirtió en un borrón.
Un momento después pudo enfocar la vista y comprendió qué más había sucedido; el automóvil, en claro descontrol, se subió a la vereda, pasó por milímetros del punto en donde ambos estaban un segundo antes, y sin detenerse siguió su ruta, cruzando la calle a mayor velocidad.
Ambos estaban en el suelo, la caja caída a un par de metros de distancia; Rafael, con el corazón oprimido, volteó en dirección a Martín, quien estaba pálido y mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Martín ¡Estás bien?

El otro no respondió; respiraba agitado, y por un momento su vista vagó desde el punto en donde ambos estaban hacia él y hacia la calle. Rafael se había golpeado el brazo izquierdo y le dolía muchísimo la cadera, pero ignoró esto y se acercó a él, medio de rodillas.

—Martín, contéstame.

El otro lo miró de hito en hito, y Rafael vio que estaba asustado, probablemente en estado de shock por causa de lo ocurrido. Pero estaba bien, y aparentemente el peligro ya había pasado.

—Martín ¿Tienes alguna herida?

Intentó acercarse, pero el trigueño apartó su mano y trató de ponerse de pie, aunque le fallaron las piernas.

—Madre santa —exclamó una mujer mayor saliendo de la casa más cercana—, eso fue un auto, se sintió hasta adentro. Voy a llamar a la ambulancia.
—No es necesario —respondió Rafael—, estamos bien, alcanzamos a esquivarlo.

Dejó de oírla para concentrarse en Martín; el hombre, con el cuerpo tembloroso, logró ponerse de pie, aunque seguía en el mismo estado que antes. Rafael se paró también y se acercó, dispuesto a ayudarlo.

—¿Tienes algún golpe fuerte? Déjame ayudarte.

Pero el otro reaccionó violentamente y se apartó de él, al punto de chocar con la reja; por un instante miró alternadamente a la anciana y a él, hasta que pudo hablar, y lo hizo con una voz ahogada y ronca.

—Tú... —dudó un instante, atenazado por un sentimiento que Rafael aún no lograba interpretar—. ¿Cómo?

La pregunta quedó vagando en el aire, y Rafael entendió que, pese a lo sorpresivo del hecho, Martín no había pasado por alto el asunto central de todo eso.

—Tú no estabas aquí —dijo con voz seca—, no estabas.
—Martín…

No había pensado en algo para un caso como ese; había estado tan cerrado en ayudarlo a como diera lugar que no había meditado acerca de lo imposible que era que él mismo estuviera en ese sitio.

—Martín, salgamos de aquí, creo que tienes una herida en el brazo.
—¿Cómo? —Repitió, con tono acusador—. No puede ser, tú no estabas aquí, dime cómo.
—Martín, yo…

No supo qué decir, y esta duda se vio en su rostro; con la expresión desencajada, Martín se acercó a la caja, la tomó comenzó a caminar, torpemente, pero intentando hacerlo con rapidez.
Eso era algo que Rafael no tenía contemplado; nunca pensó que llegara hasta ese punto, pero al estar sucediendo, era evidente que su inexplicable presencia era tan confusa como el accidente en sí.

—Martín, espera.

Rengueando por el golpe en la cadera, logró darle alcance y se interpuso; los ojos de su amigo expresaban temor y angustia, y por un momento no supo qué hacer. Después de unos segundos dejó la caja en el suelo y se frotó los ojos con los talones de las manos, casi de forma frenética.

—Está bien, está bien, estoy histérico —murmuró, aunque parecía que hablaba más para sí mismo—, solo... rayos...

Se puso de cuclillas respirando con agitación; inspiró y soltó aire con fuerza, como si en el acto de exhalar estuviera tratando de librarse del nerviosismo que se había apoderado de su ser.

—Martín ¿Por qué no nos vamos? Fue una experiencia fuerte, hay que descansar...
—No me respondiste la pregunta.

Se puso de pie y lo enfrentó; había duda y miedo en su expresión ¿Era ese el precio?

—Martín...
—Rafael, tú eres mi amigo —continuó, con algo más de fuerza en la voz—, te hice una pregunta.

Rafael no sabía qué hacer; no se le había pasado por la mente que ocurriera eso, siempre pensó en ponerlo a salvo del peligro y que con eso las cosas se solucionarían por completo.

—Hablemos en otro momento.
—No, no evadas el tema —titubeó, a todas luces aún estaba procesando todo lo ocurrido—, no quiero hablarlo en otro momento. Escucha —su voz se suavizó, apenas lo suficiente para demostrar que lo que iba a decir era genuino—, que te agradezco, claro que sí, prácticamente salvaste mi vida, pero no entiendo cómo pudiste hacerlo.
—Yo —también se sintió dular. Pero tenía que hacer algo, o al menos intentarlo—, tuve un presentimiento.
—¿De que un automóvil se iba a subir en esa vereda y me iba a atropellar, justo en esa esquina, justo hoy, a esta hora? —Martín lo miró estupefacto—, Rafael, tú sabes que eso no es ni lo mínimo suficiente. Dime qué es lo que está sucediendo.

El moreno no supo qué contestar; ahora que había logrado su objetivo, que un imprevisto había estado a punto de dañar a alguien importante para él y lo había evitado, se encontraba frente a un escenario que de ningún modo esperaba.

—Martín, yo...
—¿Me estabas siguiendo? —en su voz había un matiz muy fuerte de duda, como si él mismo fuera incapaz de creer en esa posibilidad—. Tienes que decirme.
—Yo...
—Rafael, somos amigos —lo apuntó con una mano temblorosa—, te he tenido confianza más que cualquier otra persona, te exijo que me expliques lo que está pasando, no puedes creer realmente que voy a ignorar que apareciste aquí de esta forma. Nosotros —su voz volvió a temblar, pero se repuso—, hablamos por teléfono, te dije que iba a andar por estos lados, pero no dije nada más.

Ahora podía comprender el miedo que estaba sintiendo Martín, porque de alguna forma era el mismo que había experimentado él; se trataba de un temor a algo desconocido, a que un hecho influyera de un modo inesperado en su vida. Era una reacción natural y justificada, y no podía evadirla.

—No quiero que te hagas una idea equivocada de...
—Tú no sabes lo que yo estoy pensando —replicó el otro, con firmeza—, tienes que decírmelo, no puedes quedarte callado.

¿Qué podía hacer? La débil excusa de un presentimiento no había sido suficiente, pero la perspectiva de inventar otra mentira mayor para cubrir eso resultaba aún peor. Estaba acorralado y no tenía más opciones.

—Vas a pensar que estoy loco.
—No decidas por mí, solo dilo.
—Yo —volvió a titubear, hasta que al fin se rindió—, sí fue un presentimiento, pero no de la forma en que lo son usualmente; hace unos días empecé a ver...son recuerdos, son cosas que han pasado antes. Y cuando vi esas cosas supe que algo malo iba a pasar, porque en el pasado ya ocurrió.
Yo vi a alguien en el pasado y era como tú; yo solo estaba tratando de evitar que pasara algo malo como en el pasado, eso es todo lo que quería.

Martín lo miró, estupefacto.

—¿El pasado? ¿Alguien como yo? ¿Te estás escuchando, tienes alguna idea de lo que estás diciendo?

Su voz se había elevado hasta convertirse en un grito ronco; Rafael entendió que estaba tirando por la borda todo el tiempo y la confianza ganada en ese tiempo, pero internamente se resignó a esa realidad. Si el precio de salvar a su amigo era perder su amistad, lo aceptaría.

—Sé que suena extraño —Se esforzó por explicar—, a mí también me costó entenderlo.
—¿Extraño? —exclamó el otro—. Estás equivocado, no suena extraño, suena completamente demente. ¿Alguien en el pasado, yo? —Repitió, articulando cada sílaba—. ¿Me estás diciendo que esto no es real, que no es mi vida, que es la de alguien más?
—No, no es sobre ti, no eres tú —rogó, tratando de convencerlo—. No es sobre las personas, es sobre los hechos; sé que suena a una locura, pero lo que acaba de pasar demuestra que estaba en lo cierto, ahora ya pasó, ahora todo puede volver a la normalidad.

La expresión de Martín demostraba que no estaba en absoluto de acuerdo con eso; lo miró como si no lo conociera, como si no tuvieran la confianza y el respeto que construyeron desde que se conocieron.

—¿Normalidad? —Repitió, con la garganta apretada—. Rafael, me dices que tuviste una especie de visión de algo malo que le pasó a alguien que se parece a mí, y se supone que me tengo que quedar tan tranquilo ¿Qué te pasa? Esto es demencial, no tiene ningún sentido ¿Por qué me estás diciendo esto? Esta es mi vida, no es la de alguien más ¿Me escuchaste?

Con una nueva fuerza, que sin duda era guiada por el miedo que despertó en él todo eso, el hombre recogió la caja y se dispuso a continuar caminando.

—Escucha, te agradezco que me hayas ayudado, de verdad. Pero no puedes esperar que después de eso que dijiste no sucede nada.
—Martín.

Le había dado la espalda, pero se detuvo cuando lo escuchó llamarlo. Todo estaba en juego en ese momento, y pendía de un hilo.

—Fui sincero contigo porque tú me lo pediste; no quería que te pasara algo malo.
—Y te lo agradezco —replicó Martín.
—No quería causar ningún daño; no es algo contigo, es sobre los hechos, solo quiero que lo sepas.
—Es mejor que hablemos en otro momento.
—Pero —tuvo que preguntar, al menos para no quedar con esa incertidumbre—,  necesito saber si maté esta amistad.
—Toma distancia, es mejor que pienses las cosas —le respondió Martín—, piensa en lo que me dijiste, esto no es normal.
—Martín…
—En serio —lo interrumpió con voz más cortante—, toma un poco de distancia, de verdad.

Siguió su camino, dejando a Rafael solo en la vereda.

3


Martín sabía que no iba a poder sostener la mentira durante demasiado tiempo, pero al menos lo intentó; fue a su departamento tan pronto como realizó la entrega de la caja con los productos que iba a vender, y se sintió un poco más seguro. Sabía que era un acto infantil, pero cerró la puerta que daba apequeno balón y corrió la cortina, tras lo cual se quitó la ropa y se metió bajo la ducha.
Tenía una rasmilladura bastante extensa en el brazo derecho, y eso explicaba la sangre que había visto en alguna de sus prendas, además le dolía un tobillo, seguramente por causa de la caída; no quería pensar en el auto que casi lo atropella, ni en Rafael ni en nada que tuviera que ver con eso, solo quería pensar en el sonido del agua y en lo refrescante que era estar bajo ella.
Después de ducharse durante lo que se le antojó un tiempo muy corto, confirmó la hora y vio que tenía el tiempo justo para llegar a la casa de sus padres; disimuló la herida en el brazo con una camisa de mangas largas, pero estaba consciente de que no iba a poder tener un éxito permanente.
Cuando llegó a su casa, su madre fue la primera en hacer preguntas.

—¿Cómo estás? Te veo un poco pálido.
—Hola mamá —la saludó con un beso en la mejilla mientras entraba —, estoy bien, sólo tengo sueño porque me levanté temprano para hacer la venta.
—¿Y tu amigo no viene contigo? —preguntó ella con curiosidad—, creí que vendrían juntos.
—No ve a poder venir —respondió él—, no se siente bien, está enfermo y tuvo que quedarse guardando reposo.
—Oh.

La exclamación había sido dicha por su hermano, quien precisamente en ese momento estaba saliendo al jardín; Martín sintió una punzada de culpa por decirle esa mentira, pero luego de lo que había pasado se le hacía imposible hacer algo diferente.

—¿Y qué le sucedió?
—Algo que comió —había practicado las palabras que iba a usar y se apegó a esa versión—, hablamos temprano y me dijo que casi no había dormido y que se sentía mal; al principio insistió en venir, pero un poco después del mediodía me dijo que no mejoraba y que se quedaría durmiendo.

Carlos no disimuló una cierta decepción por ese cambio de planes, pero hizo un esfuerzo por reponerse de inmediato.

—Bueno, es una lástima, pero si no se siente bien es mejor que descanse ¿No es así?
—Sí, yo le dije lo mismo —replicó con evasivas.
—Además —agregó el muchacho—, puede venir otro día.

Martín se limitó a sonreírle mientras entraban, sintiéndose incapaz de responder de forma concreta a una sugerencia tan especifica como esa. ¿Cómo iba a resolver eso más adelante? Se dijo que no importaba, que encontraría alguna forma de salvar las apariencias, pero que lo iría resolviendo a medida que fuera necesario.

—Espera aquí, quiero mostrarte algo.

Martín pensó que los dudas estaban superadas, pero mientras su hermano entraba en su cuarto, su madre le dedicó una mirada cargada de intención.

—¿Qué sucedió?
—Mamá, no es el momento —replicó él en voz baja.
—¿Qué te pasó en el brazo? —la pregunta camuflaba muy bien un tono de alarma.
—Nada, no es nada, sólo me caí cuando iba a hacer la venta, eso es todo. ¿Podemos cambiar de tema?

Ella le dedicó una mirada reprobatoria.

—Pues como tú quieras, pero ten cuidado.

Era una advertencia que no tenía un nombre concreto, pero que explicaba con claridad el sentimiento de ella; sabía que algo no estaba bien con él, y seguramente sospechaba que lo de la supuesta enfermedad de Rafael no era real, pero estaba dejando que él lo resolviera, al menos de momento y mientras eso no afectara el funcionamiento de la familia.
No quería enfrentar lo sucedido, ni pensar en ello de forma alguna; no quería volver a plantearse la posibilidad de que su vida y sus decisiones fueran gobernabas por alguien más.


Próximo capítulo: Sombras