Contracorazón Capítulo 16: Un abrazo imposible




Faltando una semana para la boda de Magdalena y Mariano, las cosas para el novio estaban mejorando; la recuperación de la herida había avanzado sin mayores complicaciones, y el hombre ya podía hacer medio reposo, todo un alivio para él luego de los primeros días de descanso absoluto y vigilado por madre y novia. Así las cosas, el sábado Rafael se levantó temprano, con la idea de adelantar algo del proyecto que tenía en manos: llevaría un pastel de carne con gratinado de queso y verduras para el almuerzo en casa de su hermana al día siguiente. Mientras pelaba las papas, tenía en televisión un programa de cocina para guiarse en algunos pasos de la receta; podía hacer un pastel de carne sencillo por sí mismo, pero quería hacer algo más elaborado y para eso necesitaba algo de asistencia.
El chef que estaba en pantalla había tomado notoriedad en los medios después de publicar una serie de videos en donde criticaba los clips perfectos de recetas que abundaban en los canales, aquellos en donde los utensilios se multiplicaban hasta el infinito, los ingredientes más costosos o raros eran demasiado sencillos de conseguir, y todo funcionaba como una película; después de eso, su canal se hizo conocido por mostrarlo haciendo el proceso en tiempo real, incluyendo el lavado de los accesorios o las dificultades habituales en una casa como no tener una enorme variedad de cuchillos a disposición.
A Rafael le agradaba su programa y la forma didáctica de enseñar, y además le parecía muy atractivo, lo que era un regalo extra al momento de verlo; después de preparar los ingredientes y dejar en el refrigerador, limpió la cocina y ordenó un poco, justo a tiempo para contestar una llamada de Martín.

—¿Cómo va?
—Bien —respondió mientras sacaba una botella de gaseosa—, estaba adelantando un poco de trabajo para mañana.
—¿Mañana? —preguntó Martín.
—Sí, iré a almorzar donde mi hermana y llevaré un pastel de carne.

Martín silbó sorprendido al otro lado de la línea.

—Vaya, eso es mucho trabajo; yo no soy tan bueno cocinando, creo que soy mejor como ayudante ¿Recuerdas cuando te dije el otro día que estábamos preparando algo en casa de mis padres? Pues yo era más bien el trae esto, termina aquello, cuida que no se queme eso.

Los dos rieron ante el comentario; el trigueño siguió con la conversación yendo a lo que era más próximo.

—¿Sigues ocupado?
—No, terminé recién lo quería hacer —replicó Rafael.
—En ese caso, podríamos salir pronto, dan las once de la mañana y quiero llegar donde mis padres antes que empiecen a cocinar, para que no me acusen de no ayudar.

Rafael estaba pensando en lo mismo, ya que durante la semana no hablaron de ese tema a pesar de haber estado en contacto.

—Sí, creo que es buena hora. Me cambio de ropa, me ordeno un poco y bajo ¿En diez minutos?
—Perfecto. Nos encontramos abajo.

Se reunieron poco más tarde y fueron en dirección al metro, charlando animadamente; en medio del trayecto el trigueño recibió un mensaje en el móvil, que lo hizo sonreír al leer.

—Es de Carlos —explicó—. Dice que papá anda en el mercado comprando unas cosas. Anda de buen humor.
—Eso es bueno —comentó el moreno—. ¿Cómo le va con las clases?
—Con problemas con historia, lo que es medio mala suerte para mí.

Rafael lo miró, extrañado.

—¿Por qué para ti?
—Porque soy analista de datos ¿Recuerdas? Cuando no entiende algo la hago de guía por teléfono, pero por suerte sólo le está yendo mal en esa asignatura en el último tiempo.

Rafael no había pasado por una situación similar, ya que la diferencia de edad entre él y su hermana era de cuatro años, mientras que la de Martín con Carlos era de casi nueve.

—¿Cómo es eso de la escuela y esas cosas? Con Magdalena lo vivimos distinto porque somos más cercanos; de hecho, ella me ayudó siempre con aritmética y álgebra porque no soy muy bueno en esa área.
—Y ella sí.
—Sí, es buenísima en todo —explicó el moreno—, cuando éramos niños ella parecía una maestra conmigo, tenía que sentarme y no interrumpirla porque se enfadaba.

Martín meneó la cabeza.

—En nuestro caso fue distinto. Para cuando dejó la escuela yo tenía diecisiete, casi estaba saliendo de la secundaria, así que estaba adelantado y se me hizo una costumbre llegar en la tarde a ayudarlo con los deberes; además es listo, sólo que de vez en cuando se atrasa en alguna materia porque cree que es Dios para jugar en la consola, ver series y estudiar al mismo tiempo.

Poco después llegaron a la casa de los padres de Martín, que estaba hacia el norte de la zona en donde ambos vivían; el barrio en el que estaba ubicada era una especie de micro universo distinto a la mayoría de las calles de la ciudad, con multitud de pasajes con cerca en donde los niños jugaban en tranquilidad, y los adultos mayores reposaban al sol o conversaban de cualquier cosa. Rafael se sorprendió de ver ese clima tan especial en la ciudad, algo que veía de forma común en su hogar familiar, pero desconocía en la gran urbe. Los padres de Martín tenían en común un aspecto generalizado de cansancio, algo entendible por las experiencias que habían vivido, pero eran muy distintos de comportamiento y aspecto; él era de baja estatura, corpulento y bastante silencioso, mientras que ella era alta y distinguida, y se expresaba con cercanía en todo momento. Ambos fueron muy amables con él desde el principio, haciéndolo sentir acogido y cómodo, como si lo conocieran desde antes; en cuanto a Carlos, Rafael notó que estaba de buen humor, aunque un poco nervioso, rasgo que omitió para no ponerlo en evidencia.
Fue el propio Carlos quien sugirió que Rafael se uniera a ellos en la preparación del almuerzo, y gracias a la ayuda del buen carácter y facilidad de palabra de Martín, las cosas se dieron con naturalidad; al poco, se encontró charlando de forma amena con la familia, compartiendo anécdotas casi con la misma facilidad que lo hacía con Martín cuando hablaban a diario.

—Rafael ¿Puedes ir por la albahaca? Está en el patio —comentó Martín.
—Claro, voy en seguida.

La cocina de esa casa era enorme en comparación a la de su departamento, y conectaba con un pequeño patio trasero, en donde se veía un diminuto huerto de especias; Rafael salió y buscó lo que le habían encargado, pero no lo encontraba entre las demás especias.

—Son las que están colgando en la cuerda.

Carlos había salido al patio y le indicó un cordel blanco al extremo del patio.

—Ah, ahora las veo —replicó mirando en la dirección que indicaba el joven.
—Sí, mamá dijo que estaban secando así que creí que no las ibas a ver.
—Gracias.

Tomó las hojas de la aromática planta y sintió el agradable olor.

—¿También las tienen aquí?
—Sí, papá se encarga del huerto porque…

La frase quedó interrumpida; extrañado, Rafael volteó hacia el muchacho y se quedó de piedra al verlo.

—¿Carlos?

El muchacho estaba pálido, y se sostenía débilmente con la mano derecha en el mesón; Rafael sintió que se tardaba mucho tiempo en reaccionar ante algo que debería ser evidente.

—¿Carlos?
—Estoy bien —musitó el muchacho, mientras se sujetaba las costillas con la mano izquierda.

No pudo decir más, y en un acceso de dolor, el brazo derecho no pudo sostenerlo más; Rafael actuó puramente por instinto, sin pensar ni calcular, de modo que no supo cómo, pero alcanzó a llegar donde él justo un instante antes que el joven chocara contra el mueble. Lo sujetó, atrayéndolo hacia su cuerpo mientras tomaba su mano entre la suya.

—¡Martín!

Su destemplado grito hizo que el aludido saliera de la cocina casi como si se hubiera transportado hasta allí; entendió la escena en una milésima de segundo y se acercó, rodeando con sus brazos a su hermano menor.

—Estoy aquí, ya te tengo —dijo con voz suave, aunque firme— ¿Dónde te duele?
—No es nada —se esforzó por decir el muchacho.

El trigueño se había ubicado de frente a él, mirándolo con infinito cariño.

—Vamos, te llevaré a tu cuarto.

Intentó moverse, pero notó que las piernas del joven temblaban. Con una increíble combinación de fuerza y suavidad, lo tomó en sus brazos, sosteniéndolo abrazado a él, y levantándolo del suelo. Al dar un paso, notó que el muchacho seguía sosteniendo la mano de Rafael fuertemente entre sus dedos, acaso como un acto reflejo ante el dolor que lo acosaba; el trigueño volteó y le hizo un leve asentimiento para que los acompañara.
Mientras entraban en la cocina, Rafael no pudo evitar preguntarse dónde estaban los padres, pero unos momentos después comprendió que ya sabían lo que estaba sucediendo, y se dedicaron de inmediato a otras labores que tenían el mismo objetivo. El padre estaba en la sala, preparando unas jeringas y otras cosas desde un maletín metálico, muy concentrado en su acción, mientras que la madre se había adelantado hasta el cuarto del joven, dejando abierta la puerta y preparando la cama para que pudiera reposar; una vez todo estuvo listo, Martín pudo llegar hasta la cama, dejando sobre ella al muchacho, en un acto tan suave y cuidado que a primera vista daba la impresión de no requerir esfuerzo alguno. Sin embargo, Rafael pudo ver sus músculos tensos por el esfuerzo, en contraposición con su actitud dedicada y la expresión de total atención hacia él. En un momento como ese, no existía nadie más para Martín que su hermano.

—Ya estamos aquí —susurró mientras lo dejaba sobre la cama— ¿Quieres que apague la luz?

El muchacho había soltado su mano cuando entraron al cuarto, y esta pendía sin fuerza por el borde de la cama; en la semi oscuridad del lugar, Martín se arrodilló en el suelo y acomodó la ropa de cama en torno al débil cuerpo del joven, que producto de los dolores que lo aquejaban parecía más delgado y pequeño, como un ser quebradizo que necesitara ser tratado con extremo cuidado. Rafael sintió un estremecimiento al ver la total entrega de Martín en ese momento, en donde lo único que le importaba era hacer lo que estuviera en su poder para ayudar a su hermano, poniendo en segundo lugar su propia tranquilidad y comodidad, sin cuestionar ni preguntar.

—Lamento arruinar el almuerzo —se esforzó por decir el muchacho.
—¿Quien se preocupa por el almuerzo? —exclamó Martín, con ligereza—, es sólo comida, podemos seguir con eso en cualquier momento.

Guiándose solo por su voz, se podría pensar que estaba hablando con total normalidad, pero el moreno identificó la actuación de su amigo; no estaba mintiendo, sólo se trataba de una decisión por poner el énfasis en las cosas que creía más importantes en ese instante.

—¿Es aquí? —indicó la zona en el torso que su hermano había estado sosteniendo—. Podría hacerte un masaje ¿Te parece?

Carlos asintió casi de forma imperceptible, ante lo que Martín se subió las mangas de la remera y comenzó a frotar las palmas.

—Sólo dame un segundo ¿De acuerdo? Tengo las manos un poco heladas y no quiero gritos por el frío.

No era un chiste propiamente tal, pero lo dijo con liviandad como si fuera una costumbre para él; mientras se frotaba las manos para activar la circulación, volteó hacia Rafael e hizo un leve asentimiento, dando a entender que estaba bien, que podía quedarse ahí y no sería un intruso en ese lugar, a pesar de lo íntimo y personal de ese momento.

—Bien, ahora estoy listo —declaró con seguridad—, vamos a ponernos en acción.

Poco a poco, el masaje dedicado de Martín ayudó al joven, y algunos momentos después, su padre ingresó al cuarto, listo para realizar las infiltraciones de medicamentos para las que se había estado preparando; el joven parecía hundido en la cama, con los ojos cerrados y respirando de forma pausada, con poca fuerza y a un ritmo que parecía aprendido para poder usarlo en una situación como esa.
Al compás de la respiración fuerte y decidida de Martín, los minutos fueron pasando, hasta que finalmente su hermano se sumió en un superficial, aunque estable sueño. Todos salieron del cuarto sin hacer ruido; los padres se encargaron de tareas prácticas como apagar los fuegos de la cocina y guardar los ingredientes para que no se estropearan, pero Rafael vio que Martín se escabulló hacia el patio delantero. Decidió seguirlo al sentir que sabía lo que le estaba sucediendo.

—Martín.

Lo encontró sentado en uno de los bancos de madera dispuestos al lado de la puerta de la casa; en la luminosa mañana, parecía que nada podía iluminarlo.

—Es mi culpa —murmuró al sentirlo acercar.
—¿De qué estás hablando?

El otro, medio perdido en sus pensamientos, demoró un momento en responder.

—Pensé que solo estaba nervioso porque venía una visita, porque se incomoda cuando está frente a personas que no conoce —dio un largo suspiro—; se siente vulnerable y no quiere que lo vean en ese estado. Estuvimos hablando de eso, y le insistí que no se preocupara por ti, que tú no lo ibas a mirar con lástima o algo parecido.

A Rafael ni siquiera se le había pasado por la mente esa idea.

—Pero yo en ningún momento quise…
—No, no es sobre ti —interrumpió—, tú no hiciste nada malo, eso ya lo sabía desde antes. Pero yo te conozco, no él, y como insistí en que estuviera tranquilo y se comportara como siempre con nosotros, le causé el efecto contrario, lo empujé a que fingiera que estaba bien cuando no era así. Y me convencí que estaba actuando extraño porque estaba algo nervioso, no quise ver ninguna de las señales.

Ambos quedaron en silencio luego de estas palabras; Rafael no esperaba que Martín se sintiera culpable por lo que estaba pasando ¿Era realmente así? Él había visto muchacho sólo una vez, por lo que no conocía su forma de comportarse de la misma forma; no sabía si lo que identificó como nerviosismo lo era o no, pero Martín de seguro lo conocía mucho mejor. Se sentó junto a él y lo miró a los ojos.

—No te sientas culpable.
—¿Cómo no? —Exclamó el otro—. Estaba aquí, yo soy el que lo conoce mejor; no pude evitar lo que le sucedió, pero pude haber actuado antes, tenía que haber actuado antes.

El moreno meditó las palabras un momento antes de hablar. Necesitaba saber muy bien lo que estaba diciendo para poder conectar.

—Escucha, esto no es tu culpa; tu hermano tomó esa decisión, fue algo que él quiso hacer.
—No entiendo lo que dices —replicó el otro.
—No quiso quedar fuera —explicó con lentitud—; tal vez no fue la forma más apropiada, pero quiso olvidarse de su enfermedad al menos por un momento.

Martín lo miró como si le estuviera hablando en otro idioma.

—¿Por qué haría eso? Yo no quería que él fingiera estar bien.
—Tal vez no lo hizo por ti —explicó Rafael—. Quizás sólo quería olvidarse de todo, ser uno más en un grupo, no necesitar ser diferente.
—¿Te dijo algo? —preguntó Martín con un dejo de ansiedad.
—No, no me dijo nada —respondió con sencillez—, sólo hablo de lo que veo. No me pareció ver que quisiera mentir por tu causa, sólo que fue algo que decidió por sí mismo; tienes que entender que tu hermano no es un niño, es un adolescente, pronto será un hombre. Ayúdalo a tomar buenas decisiones, eso es lo que puedes hacer, pero no puedes estar culpándote por cualquier cosa que él haga. Si quieres que se convierta en un buen hombre, vas a tener que dejar que se equivoque y estar ahí para apoyarlo.

Martín se había quedado en completo silencio, mirándolo muy fijo a los ojos; para cuando Rafael terminó de hablar, le dedicó una mirada sincera.

—Eso fue realmente bueno. Gracias por preocuparte tanto.
—Para eso son los amigos ¿No es así?

El trigueño asintió y se acercó a él, abrazándolo amistosamente. Después se puso de pie, tomando y botando aire en repetidas ocasiones.

—A veces me pregunto cómo ayudarlo de alguna otra forma, siempre siento que me quedo corto. Si pudiera, te lo juro que cambiaría lugares con él. Aunque fuera un día, aunque por una vez pudiera darle un momento de tranquilidad, algo que sepa que no va a desaparecer de un momento a otro.
Tener el poder de garantizar que por lo menos una vez, desde que se levante y hasta que se acueste, pudiera hacer lo que le plazca, sin interrupciones; sin dolor.
Es un pensamiento bastante ingenuo ¿No lo crees?

Rafael negó con la cabeza.

—Yo creo que es algo que todos pensamos en algún momento sobre alguien a quien amamos —repuso encogiéndose de hombros—. Todos queremos lo mejor para los nuestros, es algo natural; habla muy bien de ti que pienses de esa forma.

Durante la tarde, el núcleo familiar hizo un cambio en los planes para el almuerzo; decidieron hacer, bocadillos fríos para compartir cuando Carlos se sintiera un poco mejor; Rafael podía ver el esfuerzo de los padres por conservar un ambiente de normalidad en la casa, y decidió honrar esa decisión actuando de la misma forma. Más tarde, el hermano menor de Martín se recuperó un poco y se unió a ellos en una jornada de juegos de mesa, que sirvió mucho para mejorar los ánimos.
Por la noche, ambos amigos iban de regreso a casa tras un término de jornada mejor.

—¿Necesitas ayuda con esa preparación que estás haciendo? —preguntó Martín cuando estaban llegando al sector donde ambos vivían.
—No, estoy bien —replicó Rafael—, gracias, pero en la mañana dejé listo lo más complicado, falta poco. Gracias por la invitación.
—Gracias, a ti. Por todo.

Después le despedirse, Martín subió a su departamento y se dio una ducha; por lo general no se mostraba sentimental, pero en compañía de Rafael esos sentimientos afloraban con facilidad y se sentía cómodo para hablar de lo que le estaba sucediendo. Al final, sacando las cuentas del día, todo había salido mejor de lo que esperaba, incluso con el incidente con su hermano; se planteó hablar con él al respecto, pero decidió esperar un poco y hacerlo con más calma.
Rafael tenía razón, era una decisión de Carlos y tenía que actuar con respeto ante ella, no recriminarlo por sus acciones, de modo que pensaría bien qué decirle para hacerlo en el momento y de la forma apropiada.
Durante la noche, un grito lo hizo despertar sobresaltado.

—¡Ayúdenme!

Algo desorientado, creyó que era un sueño, pero luego entendió que era real. Y esa voz era conocida.

—¿Rafael?

En el cuarto de su departamento, Rafael despertó de un salto al escuchar su propio grito.
Estaba bañado en sudor, muy agitato y con una sensación de angustia terrible en el pecho. Por fin, después de muchas dudas y sensaciones vagas, sabía de una forma concreta qué era lo que le estaba pasando, y ese conocimiento lo había llenado de un horror que nunca creyó experimentar.

—¿Rafael?

Se incorporó con dificultad, sintiéndose atontado y perdido ¿Y esa voz? Eso no era parte del sueño, ya no estaba soñando. Recordaba el sueño, las voces y los gritos, pero por sobre todo, la desesperación sin límite, que era algo mucho más real que la evocación de un simple sueno.

—¿Rafael, estás bien?

La voz tenía un tono de alerta. Él conocía esa voz, pero aún estaba demasiado impactado por lo que le estaba pasando como para reaccionar y atar los cabos con más rapidez. Sin embargo, algo en su interior le dijo que tenía que concentrarse y actuar como si eso no estuviera sucediendo; tenía que reprimir lo que pasaba y actuar con la mayor normalidad de la que fuera capaz.

—Voy a bajar en un momento ¿De acuerdo?

Martín; en un instante reaccionó, y entendió que la voz era de Martín, quien lo estaba llamando, probablemente porque había escuchado sus gritos. Los gritos habían traspasado la barrera de los sueños, llegando hasta la realidad, teniendo la suficiente fuerza para hacerse escuchar fuera del recinto del departamento.
Había dejado la ventana abierta, por lo que su voz podría haber salido con mucha más facilidad que si no hubiera sido así.

—¡No! Estoy bien.

Se dio cuenta de la voz débil y supo que no iba a ser suficiente con hablar, que tendría que ponerse de pie y llegar hasta la ventana.
Aún si parecía que era una distancia interminable.

—Estoy bien —repitió, intentando sonar creíble.

No hubo respuesta, pero por alguna razón supo que el trigueño seguía ahí; con gran dificultad se puso de pie y caminó hasta la sala, luchando contra el dolor y la terrible sensación de angustia en su pecho. Lo que estaba sintiendo en ese momento tenía que quedar como un secreto para Martín.

—Perdón por despertarte.

Salió a la ventana, que había dejado abierta, y miró hacia arriba; la expresión de Martín decía con claridad que estaba preocupado.

—Disculpa por eso, solo fue un mal sueño.
—¿Estás seguro? —preguntó el otro hombre, incrédulo—. No sonaba como un sueño.

No iba a poder sostener esa mentira por mucho tiempo; hizo un esfuerzo por sonar creíble, por convencer a su amigo de algo que él mismo no sería capaz de creer si se escuchara. Tenía miedo, se sentía más solo y abandonado que jamás antes, pero era fundamental que eso no lo dijera, que parado en el pequeño balcón de su departamento lograra ser fuerte y demostrar que todo era un simple error, un malentendido sin trascendencia.

—Sí, es solo que me quedé dormido en la sala, en el sofá, y cuando hago eso duermo mal. Ahora me voy a la cama y se me pasa.

Hizo un gesto vago con las manos, tratando de quitar toda importancia al tema.
La expresión de Martín era de total incertidumbre; esa débil mentira no iba a resistir más, tenía que terminar con esa conversación.

—Perdona por molestar —dijo al cabo de un momento.
—No te preocupes. Rafael —preguntó el otro hombre, mirándolo con atención— ¿Todo está bien?

No, no lo estaba, y a partir de ese momento nunca sabría si iba a estar bien, no con lo que estaba experimentando. Se obligó a mantener el aplomo un momento más, lo suficiente para dar sentido a sus palabras.

—Sí, desde luego. Ve a dormir, y gracias.

Se despidió vagamente, cerró la ventana y regresó a su cuarto, derrumbándose por el trayecto.

Lo que había experimentado era real, era completamente real.
Sólo que no era un sueño, era un recuerdo.
Pero un recuerdo de otra persona; la experiencia de alguien que no era él.


Próximo capítulo: Tiempo atrás

Las divas no van al infierno Capítulo 14: Problema

Conoce este capítulo al ritmo de esta canción: Problem

Lisandra aprovechó el descanso del lunes para ir a la casa de Nubia; después de la eliminación del viernes, la chica había estado desconectada por completo de las redes sociales y se sentía algo preocupada. Cuando localizo la dirección, tocó el timbre y esperó en la calle, hasta que un chico adolescente asomó a la puerta.

—¿Sí?
—Hola —saludó con una sonrisa—. Busco a Nubia ¿Vive aquí?

El muchacho iba a responder, pero algo llamó su atención desde dentro y se metió en la casa; después de unos segundos la puerta se abrió y salió Nubia, con un aspecto por completo diferente a cono la había visto en clases: llevaba ropa deportiva y nada de maquillaje, por lo que no pudo identificar si su aspecto era cansancio o mal humor. Tenía el cabello corto recogido con numerosas pinzas.

—¿Qué quieres?

La pregunta no había sido dicha con mala intención, pero a Lisandra le chocó escucharla así, sin un saludo de por medio.

—Saber cómo estabas —replicó, suavemente—. El viernes te acompañaron a la salida por otra vía y ya no pudimos hablar.

El rostro de Nubia demostró que esa explicación era del todo insuficiente, pero cerró la puerta tras sí y atravesó el pequeño jardín, aunque no hizo el menor gesto por abrir la reja de calle.

—Estoy fuera del programa, creí que eso había quedado completamente claro el viernes.

Lisandra se dijo que eso no estaba funcionando; no estaba ahí en plan confrontacional, pero llegada a ese momento, tampoco sabia muy bien cuál era su propósito en ese lugar.

—Te vi afectada el viernes —dijo intentando establecer un nexo—, fue muy sorpresivo.

Nubia entrecerró los ojos; no parecía molesta ni sorprendida por verla ahí. En ella había una emoción que no lograba identificar.

—¿A qué viniste?
—A verte —Todo eso estaba saliendo mal, demasiado mal—, para hablar un poco.
—Yo ya no estoy en el programa, eso es evidente —declaró con voz plana—, no hay nada de lo que podamos hablar.

Se quedó mirándola sin expresión; rendida, Lisandra no tuvo otra salida más que despedirse de forma escueta y devolverse sobre sus pasos. Mientras la rubia volvía a entrar en su casa, a menos de dos cuadras de distancia un automóvil gris permanecía estacionado, y la persona en el asiento trasero dio una instrucción mientras miraba fijamente.

—Es suficiente, salgamos de aquí.
—Como usted diga.

Tal como esperaba, Lisandra había ido a ver a Nubia, y esta la había rechazado por completo; ahora que una de las dos ya no era parte del programa y que ella manejaba esa información, sería muy sencillo provocar el siguiente paso.
En su casa, Nubia ignoró las miradas de su familia y fue directo a su cuarto; también había estado ignorando los mensajes en las redes, pero se detuvo al mirar en el móvil uno cuyo remitente era Nick, el bailarín del programa con quien había estado conversando unos días antes: un emoji de sonrisa junto a un saludo informal era lo que estaba pendiente de ver.

Nick.

Pulsó la miniatura de la foto fe perfil y esta se expandió; el joven de cabello rizado sonreía a la cámara mientras posaba en traje de baño con una hermosa playa de fondo. Al mirar con más detención reconoció una playa cerca de la ciudad, que había visto en algún paseo familiar, y de alguna forma le reconfortó saber que él tenía algo en común con ella. Después de minimizar la imagen notó que la hora del mensaje era de antes de la eliminación; había estado esperando su respuesta desde entonces.

«Hola —escribió en respuesta.»

Se sorprendió al ver que él aparecía en línea casi al instante, y le escribía de vuelta.

«No quería molestar enviando más mensajes —indicó él—, y no sabía si me ibas a querer contestar.»

Ella sintió un leve estremecimiento al entender que él se estaba disculpando, cuando en realidad era ella quien debería hacerlo por no ser cortés.

«Perdón por no contestar, es que no quería hablar con nadie.»

Esperaba alguna frase de consuelo clásica, pero se sorprendió al ver lo que él dijo.

«¿Quieres hablar conmigo?»


2


Valeria esperaba muy nerviosa en una pequeña oficina, ubicada a un costado del centro de tratamientos de belleza de Tina Marinovic. Había llegado puntual a las diez de la mañana, y aunque estaba aburrida de esperar, no iba a demostrarlo en esos momentos; finalmente la dueña del centro se dignó a aparecer a las diez cuarenta, sonriendo como si no se hubiera retrasado ni un minuto.

—Querida, un placer verte.
—Tina, qué gusto.

Todo en ella era tan perfecto y artificial que resultaba imposible sentir simpatía real, pero Valeria sabía que de esa mujer dependía de que su aspecto siguiera como ella lo necesitaba.

—Felicidades —dijo la mujer con una sonrisa radiante—, supe que no fuiste eliminada del programa.

Más fue a una felicitación, sonaba cono a una advertencia, y tenía razón en hacerla; el trato para seguir aplicando en ella el tratamiento que la había rejuvenecido era conseguir nuevas clientas, y si era eliminada eso sería mucho más difícil.

—Sí, es magnífico, estoy trabajando mucho para eso. ¿Vinieron?
—Dos de las tres que dijiste que vendrían —Tina asintió con un hilo de sonrisa en sus labios rosa—, al parecer una de ellas tuvo algún contratiempo.

Contratiempo no era la palabra en la que estaba pensando, eso era seguro; Valeria no acusó el golpe y mantuvo tanto la sonrisa como la actitud amable.

—Voy a llamarla para saber qué le sucedió —replicó con tono de que eso solucionaba todo el problema—, y voy a seguir con lo que hablamos, estoy buscando a las personas idóneas para que vengan a tratarse contigo.

La otra mujer le dedicó una sonrisa solo un poco más amplia que la anterior; le estaba dando un ultimátum.

—Las eliminaciones en el programa son el viernes ¿No es así?
—Sí —respondió luchando por no mostrarse nerviosa.
—Eso quiere decir que viernes vas a estar muy ocupada. Llámame el miércoles. Tengo que irme, ya sabes, una cita muy importante; te ves linda, radiante diría yo.

Se despidió con su habitual beso que no tocaba la mejilla y la dejó sola en la pequeña oficina. Tenía que conseguir más gente sin tardanza, o perdería su principal seguro en el programa.


3


Charlene fue a abrir la puerta y se encontró con un sonriente Harry, que la saludó haciendo aspavientos.

—Viva la diva —hizo una reverencia—, acabas de pasar el primer obstáculo, solo te faltan veintidós.

La rubia lo hizo pasar y cerró la puerta tras él.

—¿Qué te pasó? Estás hecha un espantajo.

Lo decía porque ella estaba en tenida deportiva, sin maquillaje y el cabello envuelto en un llamativo gorro de color plateado.

—Es un tratamiento para cuidar el cabello, tú no lo entiendes.
—Sí, bueno, sólo espero que no se te quemen las ideas ahí dentro —indicó el gorro en la cabeza de ella—, sería un drama.

Ella desechó la broma con un gesto de la mano.

—Hay que hacer algunos sacrificios por la causa. Y hablando de eso —lo apuntó, mirándolo con el ceño fruncido—, ese plan de asaltarme de ese modo fue bastante exagerado ¿Era necesario que el tipo ese me jalara de esa manera?

Harry se encogió de hombros, riendo.

—Era la única forma de parecer real ¿Eso querías? Pues ahí tienes, además no tenías para qué sostener de esa forma el bolso, parecías pobre tratando de salvar el dinero del arriendo —soltó una carcajada—. Después ibas a recuperar el bolso de una forma discreta.

La rubia le hizo una mueca.

—Tenía el móvil dentro del bolso, si me lo robaban no podía aparecer con él de nuevo como por arte de magia; ahora que estoy en televisión tengo que cuidar cada paso.
—Bueno, sea como sea, mi plan funcionó a la perfección —dijo mientras se sentaba en el sofá.
—Mi plan —lo corrigió ella—, y baja los pies de mi mesa de centro; ahora, eso está terminado y espero que no queden cabos sueltos.
—Todos los cabos están amarrados —explicó él con liviandad—, no hay forma de que alguien sospeche de esto, y a tu asaltante nunca lo van a encontrar.

Se puso de pie y fue al refrigerador con una de las bolsas que traía en las manos.

—Pero lo mejor es que no te cuente detalles, no vaya a ser que se te escapa algo.
—¿Qué estás haciendo? —exclamó ella.
—Guardando cervezas, por supuesto —de respondió enseñando un envase—, ya que este es el único lugar en donde nos vemos, tengo que mantener una provisión de combustible.

Ella revoleó los ojos.

—De acuerdo, si no hay de otra. A todo esto ¿Tuviste cuidado al venir? Recuerda que nadie puede sospechar que estás en esto.
—Descuida, tuve más cuidado que amante enamorado.

Ella iba a decir algo, pero el sonido del móvil la interrumpió.

—¿No vas a contestar?
—Es mi madre, de nuevo —revoleó los ojos—. Desde el asalto no para de hacer preguntas y estar vigilando si sigo viva.
—¿Y no te serviría incorporarla a todo esto para el botón emotivo?

Charlene hizo una mueca de asco.

—Nunca en la vida ¿Para que la entrevisten y empiece a hablar del triste pasado de la familia en un barrio pobre? Deja eso para Lisandra o para Jazmín. Ahora cállate.

Tomó el celular y contestó con voz dulce, aunque sin cambiar la expresión de hastío en el rostro.

—¿Mamá? Sí, bien. Mamita, me encantaría, pero no puedo, tengo que ir a arreglarme el cabello, las uñas, y después ver los vestidos, no puedo tener ni un detalle en la ropa, tú sabes cómo es esto. Sí, por supuesto. Sí, desde luego. Muchas gracias, y no te olvides de verme. Lo sé, estoy segura, claro. Buenos días.

Terminó la llamada e iba a decir algo, pero sonó el timbre.

—Amiga, soy yo.

La rubia le hizo gestos Harry para que hiciera ruido.

—¿Quién es? —susurró él?
—Es un bailarín del programa —susurró ella—. Escóndete, y deja tu móvil en silencio, no te puede ver.

Luego que Harry se escondiera, Charlene fue a abrir; Nigel iba de blanco, con unos pantalones deportivos y una sudadera muy osada.

—Pero mira lo guapo que te ves —opinó ella mientras el bailarín entraba—, estás hecho un modelo.
—Gracias —replicó él—, siempre me arreglo, porque ya sabes que puede haber alguien mirando en cualquier parte y no voy a desteñir.
—Oh, eso jamás —comentó ella, con una sonrisa—, la apariencia lo es todo, me encanta tu look. Creí que vendrías más tarde.

Mientras él entraba, la chica dio una rápida mirada alrededor para descartar que a Harry se le hubiera quedado algo; más tranquila, le indicó al musculoso bailarín que se sentara.

—Sí, es que como dijiste que necesitabas un poco de ayuda con esos ejercicios de elongación, me dije que era lo mejor venir antes de la hora de almuerzo. ¿Tienes agua o algo saludable?

Charlene abrió la puerta del refrigerador y la cerró de golpe al ver las cervezas.

—Tengo un jugo de fresa sin azúcar —comentó haciendo como que no pasaba nada—, es delicioso ¿Con hielo?
—Dos por favor.

Sirvió dos vasos altos con rapidez para que las latas no quedaran a la vista, y se fue a sentar con él; desde que Nubia había sido eliminada él se mostraba más amigable, de seguro para evitar que ella fuera a decirle a alguien que de él provenían los datos que le habían asegurado quedarse en el programa.

—¿Y cómo estás después de lo del asalto?
—Bueno, no fue un asalto en total —explicó ella—, pero ese hombre horrible lo intentó, eso es seguro; estoy tranquila, es decir, no es sencillo pasar por algo como eso, pero no puedo dejar de hacer mis cosas.
—Este jugo está delicioso —comentó él—, y es cierto lo que dices, hay que ser fuerte y seguir adelante ¿Hiciste una denuncia por lo que sucedió?

Como si ella fuera a arriesgarse a ir a hacer una denuncia al respecto.

—Lo pensé ¿Sabes? Pero estuve viendo ese video que alguien alcanzó a captar cuando sucedió todo, y a ese hombre nunca se le ve el rostro; yo no lo recuerdo, todo fue tan rápido que no podría describirlo ¿Cómo puedo denunciar a alguien así? No, lo mejor que puedo hacer es quitarme de todo eso y seguir con lo que tengo que hacer ¡Hay que olvidar las cosas malas!

Hizo un gesto como para alejar de sí cualquier cosa que estuviera alrededor; lo que acababa de decir estaba muy bien pensado para que el pudiera tomarlo como un mensaje útil para sus propios planes.

—Tienes razón, lo mejor es quedarse con todo lo bueno.
—Es cierto —reafirmó ella—, ahora pensemos en todas las cosas que vamos a hacer de ahora en adelante, porque el pasado pesa mucho para arrastrarlo.
—Me gusta esa filosofía —comentó él— ¿Nos ponemos a practicar?
—Tengo que ir a comprar unas verduras —dijo ella mientras se ponía de pie con mucho ánimo— ¿Me acompañas? Me saco la gorra del tratamiento capilar y volveremos en un minuto.

Procuró decirlo en voz alta para que Harry la escuchara; si ese bailarín seguía soltando información tan importante, tendría muchas más armas a su favor.


4


Valeria había esperado hasta el momento de la primera eliminación para usar algunas de sus armas secretas; después de tanto intentar entrar al mundo de la televisión, tenía guardado un gran lote de atuendos, zapatos y accesorios que nunca había usado, y que en su momento adquirió para el evento de pasar de una audición a algo más importante.
Abrió el gran baúl que había guardado por tanto tiempo, y se quedó contemplando las cajas de zapatos y vestidos, como un tesoro que esperó por largos años volver a tocar; tomó la caja de cubierta aterciopelada y la abrió con dedos suaves, permitiéndose un instante de fascinación por los collares, pulseras y pendientes que brillaban a la espera del momento preciso. Esa era la oportunidad perfecta, porque todas usaban algo propio y recurrían al departamento de vestuario del canal para las pruebas, pero ella había observado con atención, descubriendo que en las imágenes y videos de antes del programa era cosa común que lucieran algo desarregladas. Pues bien, les habían prohibido promocionarse a través de las redes sociales, pero eso no impedía que usara el poder de la imagen para llamar la atención; desde el día siguiente llamaría la atención de todos por ser la mejor vestida. Su teléfono la interrumpió en sus pensamientos.

—Karin ¿Cómo estás? —saludó con falsa simpatía.
—Hola —respondió la voz del otro lado de la conexión—, Valentina, no te había podido llamar.

Era una frase muy vaga, que en principio ignoraba las llamadas perdidas que tendría de ella de más temprano; Valeria necesitaba encontrarla para saber por qué no había ido a hacerse el tratamiento.

—¿Qué sucedió? —Adoptó un tono de preocupación—. Estaba preocupada.
—Ayer me empecé a sentir mal durante la noche —replicó la chica—, y hoy seguía igual en la mañana. Ahora me siento mejor, pero por desgracia, en la mañana no pude ir al centro de estética.

Considerando la sutil amenaza que la dueña del centro había hecho, a Valeria lo que menos le importaba era el estado de salud de esa chica, pero se dijo que quizás podría sacar algo bueno de todo eso.

—Qué mal —pronunció con tono de auténtica preocupación—¿Te sientes mejor ahora?
—Sí, bastante mejor —respondió la chica—. No sabía si ir o no porque no pude llegar a la hora, y como dijiste que es un dato para un descuento, creí que lo mejor sería hablar contigo en primer lugar.

Valeria estaba contemplando un collar de cuentas de cristal dorado que pendía entre sus dedos mientras hablaba; era una decisión acertada hablar con ella, de hecho.

—Entiendo. Escucha, no creo que tengas problema con lo de la clínica de estética, sólo déjame hacer algunas llamadas y podemos solucionarlo. Las chicas dicen que están felices con el resultado.
—Qué bueno.
—Pero, aprovechando que estamos hablando solas tú y yo —agregó con tono confidencial— ¿Crees que podrías hacer algo por mí? Ya sabes, un pequeño favor.
—Si puedo ayudar en algo —Aventuró la chica del otro lado de la línea—, solo dilo.
—Bien, lo que estaba pensando —replicó Valeria, con suavidad—, es que tal vez tú podrías ayudarme a conseguir a otras interesadas en este tratamiento de belleza; ya sabes, no tiene por qué ser una de las chicas, pero me he fijado que tienes muy buena conexión con todo el mundo en el canal y estoy segura de que podrías encontrar a la persona correcta ¿Qué dices? Hoy por ti, y mañana por mí.

Para su suerte, la otra chica no pareció sospechar o tomarse a mal la solicitud; bien, quizás la podría tener como llave para asegurar muchas clientas para el centro.

—No creo que sea complicado —reflexionó—, y pienso que puede haber algo que hacer.
—Fantástico —Celebró con auténtica alegría—, entonces llamaré a nuestro lugar favorito y te llamo de vuelta ¿Te parece?

Después de finalizar la llamada, iba a llamar a Jorge, pero descartó la idea por el momento; cuando estaba consiguiendo lo que quería, sentía la cabeza en las nubes, sin peso en los hombros, y esa sensación era incomparable. Levantarse temprano todas las mañanas, hacer su rutina de cuidado personal, comer algo saludable, y salir a clases los días que correspondía; disfrutar de lo que estaba aprendiendo, sufrir con las ideas locas de Vicenta, luchar con los desafíos de Jaim, desatar toda su creatividad en las clases de arte, y luego, dos días a la semana tener su momento estelar.
El día en que tenía que llegar al estudio, preparar todo y estar lista para brillar cuando salieran al aire era su momento especial, una situación que ni siquiera el peligro de ser eliminada podía amenazar del todo. Ese era su ambiente y allí respiraba con libertad, moviéndose entre focos y luces con comodidad completa, preparada para avanzar por la pista y conquistar al público.
Debería ser más lista y darse cuenta de que sin él tenía un problema menos.
Un problema menos.
Él nunca iba a despertar a la realidad de ella, jamás comprendería que todo lo que ella hacía era como el aire para respirar, que necesitaba estar ahí, porque eso la hacía sentir plena. Debería darse por vencida, sabía que no debería ni volver a llamarlo, pero cada vez que pensaba en eso algo la detenía: lo que sentía por él era muy fuerte y se trataba de algo que no podía negar.
Cuanto él la acariciaba y le decía que la quería se quedaba sin aliento, y otra vez todo se quedaba atrás; además, él se estaba sacrificando por ella al ocultarse y ayudarla a mantener esa mentira, lo que hacía que el sentimiento fuera aún más fuerte.
De alguna forma sabía que no debería quererlo, pero siempre se trataba de él.


Próximo capítulo: Ruleta rusa

La traición de Adán Capítulo 16: Errores en cadena




Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, esta vez ambas sentadas frente al ordenador. Ya caía la noche del lunes, y el trabajo había resultado muy satisfactorio, ya que en el banco le habían proporcionado una copia de la grabación de seguridad del día del depósito en su cuenta, luego de hacerla firmar un documento donde eximía al banco de cualquier responsabilidad penal; lo firmo sin más, lo que quería era ver a la persona que había hecho el depósito en su cuenta, no iniciar un pleito que la hiciera ir a los juzgados.

— ¿Estás lista?
—Sí.

No lo estaba, pero tampoco podía ya arrepentirse.  Dieron inicio al video y lo adelantaron hasta la hora del depósito, hasta que dieron con el hombre; pudo saber que era porque en el banco, además de su nombre, lo único otro que pudieron darle fue una vaga descripción, hombre de entre treinta y cuarenta, en la caja tres, con un dinero sacado de los bolsillos de su chaqueta.

—Mira, es ese.
—Pero no se le ve el rostro. Esperemos hasta que salga a ver si se da vuelta.

Pero en ningún momento se le vio la cara, y la cámara enfocaba desde arriba, así que tendría que voltear completamente o mirar hacia arriba. No lo hizo, y mientras se alejaba, las esperanzas de tener alguna respuesta se esfumaban.

—Rayos, ya está saliendo, creo que en esto llegamos hasta aquí.
—Espera.

Siguió mirando como el hombre se alejaba, y entonces, contra cualquier pronóstico que pudiera haber tenido, la vio.

—No es posible...
—Qué es, mujer, no veo nada. Hay una persona afuera, pero la imagen no es clara.

No era posible. No podía ser que esa persona estuviera involucrada. ¿Cómo, por qué?
Sintió que se le escapaba el aire, esto era aún peor que todo lo que había pasado antes, porque significaba que...

—Dime Pilar, por Dios santo, te pusiste pálida, estás matándome con la angustia, dime qué estás viendo que yo no.
—La mujer mayor —respondió con voz temblorosa, mientras detenía el video—, la que está junto al sujeto.
— ¿Sabes quién es?
—Si... es imposible, tiene que haber un error...
— ¡Pero dime quién es!

No podía creerlo, no podía aceptar algo así, porque si era verdad, si en serio había ocurrido eso, entonces ella no era la única víctima en toda esa historia, y la maquinación que se escondía detrás de todo eso era absolutamente monstruosa.

—Esa mujer... ahora está jubilada, tengo que encontrarla, tengo que enfrentarla y escuchar que me lo confirme o nunca podré creerlo. Ella —sintió pánico por lo que iba a decir, porque una vez verbalizado, ya no sería una elucubración, sería real—, es el ama de llaves de la madre de Micaela.

Margarita casi se cayó del asiento.

— ¿Qué?
—Es ella, la recuerdo muy bien, desde que me conoció siempre me trató con mucho cariño.
—Pero no lo entiendo, no tendría motivos para...
—No es ella. Ella solo hacía las cosas por órdenes, y si es así... Dios me libre, si de verdad esto no es un error, entonces puede ser que la madre de Micaela este detrás de todo esto. Mañana a primera hora salgo a buscarla.

2


Adán estaba en la galería revisando los detalles necesarios para la re—inauguración de la galería la noche siguiente; por suerte había pasado tan poco que la mayoría estaba listo, y el personal necesario ya estaba contactado para que, a las diez de la noche atendieran a todos los invitados.
El confuso, y hasta el momento inexplicable hecho ocurrido la jornada anterior había servido como una excelente publicitad gratuita, pues ahora habían algunos medios de prensa más, y habían confirmado prácticamente todos los invitados; todo era casi igual, excepto que ahora habría una recepción rápida afuera y los cuadros se quedarían en el interior, de hecho había dispuesto que el nuevo Regreso al paraíso estuviera en el centro de la galería, abrazado por las otras pinturas que eran de imagen más amable que esta nueva. Sabía que la obra llamaría la atención, pero no estaba seguro del efecto en general, porque un resultado tan convulso podía perjudicar a todo lo demás. La suerte ya estaba echada otra vez, Carmen descansaba en su departamento y él tenía todo controlado, excepto aquel molesto mensaje en la tarjeta: no había dejado de pensar en eso, hasta finalmente convencerse de que no había motivos para estar alarmado, porque por mucho que alguien deslizara cualquier tipo de amenaza, aún tendría que disponer de alguna prueba, y eso era sumamente difícil.
Porque había destruido cada una de ellas, mucho tiempo atrás.
Sonó su teléfono celular, y se quedó un momento mirando el nombre en la pantalla: Eva. ¿Qué podría lograr que entre los dos naciera aquella chispa, el sentimiento mutuo que era mucho más que una atracción? Siendo un hombre que siempre tuvo cada aspecto de su vida bajo control, parecía una locura involucrarse con alguien de esa forma, pero lo que sintió por ella al verla, y todo lo que experimentaron después, era algo fuera de lo común; había allí un sentimiento animal, que iba más allá de lo físico, que trascendía lo simple del sexo por diversión, y los llevaba a otro nivel de conexión. Lo que había era casi inexplicable, pero en su interior lo entendía a la perfección.

—Eva —respondió al cabo de un instante.
—Ven al hotel —respondió ella; su voz era intensa y decidida, y transmitía un sentimiento que él comprendió al instante.
—Voy para allá.

No dijo más, y cortó. Tan pronto como escuchaba a Eva lo demás se borraba, ahora solo le importaba amarla otra vez, y para poder dedicase a eso, cerró la galería, y salió rápidamente en su auto, sin percatarse del vehículo estacionado a cierta distancia, donde un hombre lo vigilaba atentamente.

—Parece que vas a tener noche de fiesta Adán —murmuró Miguel, para sí—, y mañana es tu gran día. No me conviene decirle nada a Sofía aún, así que te voy a dejar disfrutar de tu noche de gloria y después atacaré; tranquila Sofía, tú y yo vamos a tener nuestra venganza.

3


A la mañana siguiente, Pilar salió rápidamente y con solo un objetivo en la mente; no le fue difícil dar con el paradero de la persona que buscaba, sabía que por su edad no se había ido a vivir sola, de modo que le bastó hacer algunas averiguaciones, y supo que estaba en una casa de retiro campestre a las afueras de la ciudad. Estaba más nerviosa que antes, ante la posibilidad de encontrarse con una verdad que no quería oír, pero por dura que fuese la situación, no iba a acobardarse esta vez, de alguna manera el apoyo y la fe de su amiga le habían dado fuerzas para enfrentar de una vez por todas aquello de lo que tenía ocho meses escapando.
Cuando la localizó dentro de la casa de retiro, vio a una mujer de más de setenta años, quizás más embarnecida y canosa, pero básicamente igual: de baja estatura, blanca de piel y cabello corto con rizos plateados, sentada sobre una reposadera, sola en ese instante.

—Marcia.

La mujer mayor miró en su dirección, y al cabo de unos momentos la reconoció, pero no pareció alegre al verla, aunque tampoco triste.

— ¿Y usted qué hace aquí, niña Pilar?

Sonaba como antes, con esa voz melodiosa que inspiraba a la vez respeto y confianza, pero no era lo mismo, no podía acercarse a ella sin más, primero tenía que saber.

—Necesito saber algo Marcia, por eso vine aquí. Tengo una pregunta que quiero que me respondas.

La anciana la miró fijo y más seria al notar su expresión. ¿Acaso estaría ya preparada para esa visita? Pilar recordó todas las veces que hablaron, y la forma tan maternal en que se dirigía a ella; nunca había vivido eso de parte de su madre, de modo que, al recibir esa clase de preocupación, la valoró con gran intensidad.

—Dime, mi niña.
—Dime quién te envió hace ocho meses a depositar mucho dinero en mi cuenta en el banco.

La mujer dio señales de no entender.

— ¿Dinero en el banco? No sé, yo no hago esas cosas, creo que estás confundida.
—Acompañaste a un hombre.
—No Pilar, yo no...
—Lo hiciste, te vi en una grabación —replicó, conservando aún la calma—, por favor no me lo niegues.
—Es que no estoy negando nada, yo nunca he sabido nada de esas cosas, estás confundida mi niña.
— ¡No me digas así, no me sigas tratando como si fuera estúpida!

No tenía costumbre de gritar, así que su voz salió aguda, con una nota de histeria. Mejor, ya estaba harta de callar.

—Pilar...
—Dime la verdad Marcia.

Pudo notar que la resistencia de la anciana disminuía, y en ese momento comprendió por qué Bernarda Solar siempre contrataba una buena cantidad de personas de un estrato socioeconómico bajo: porque era mucho más fácil comprar su lealtad; esa casa de reposo, y la ropa sencilla, pero de buena factura que tenía, no eran producto de ahorros. Eran un pago.

—Pilar yo...
—Dime la verdad Marcia —exclamó con energía—, me lo debes, después que confié en ti, después que te creí mi amiga me lo debes, al menos sé sincera conmigo una vez, porque está claro que nunca antes lo fuiste.

La anciana se sintió ofendida, pero mantuvo la mirada.

—Ustedes sabían que lo que hacían estaba mal.

Pilar abrió mucho los ojos; se dijo que no era posible, que después de la confianza que ella y Micaela le habían tenido, no podía ser simplemente un cruel juego de una arcaica escala de valores a lo que se redujera la pesadilla vivida.

— ¿Qué?
—Lo sabían —la acusó, en voz más alta. De pronto había dejado de ser la anciana apacible que vio sestada al entrar en ese lugar—, y la señora estaba sufriendo por eso, pero no les importó, nada les importaba; pero es verdad cuando dicen que las cosas se compensan por sí solas, por eso es que ella las puso a prueba, y se demostró todo, lo mal hecho se les devolvió.

Hablaba como una fanática, refiriéndose a su relación con Micaela como un pecado o un delito imperdonable.

—No sabes de lo que estás hablando.
—Ustedes tampoco sabían que lo que hacían estaba mal, o no quisieron escuchar.
—Por Dios Marcia, estás hablando de Micaela, ¡tú prácticamente la criaste! Y estás hablando de mí, me acogiste, me escuchaste, y ahora me vienes con esto... ¿Por qué lo hiciste si siempre pensaste que nuestro amor era un delito?

Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero hizo un esfuerzo y evitó llorar; el tiempo de las lágrimas había pasado ya.

—Porque siempre se intenta al comienzo —explicó la anciana, con convicción—, siempre se intenta convencer, pero si no funciona hay que hacer algo, nunca quedarse de brazos cruzados.
—No sabes lo que dices. ¿Tienes alguna idea de lo que me hicieron? ¡Contéstame!
—Hicimos lo que era necesario.

Su paso por allí había terminado; era doloroso escuchar esas palabras de una persona en la que confió en su momento, pero fuese como fuese, a fin de cuentas, la responsable mayor estaba en otro sitio.

—Fue ella, fue la madre de Micaela. Siento pena por ti Marcia, estás tan equivocada que no tendrás tiempo para entender la verdad; te quise casi como si fueras una madre, te habría recibido en mi casa si hubiese sido necesario ¿Y me traicionaste por lealtad a Bernarda? ¿Por cumplir las órdenes de una persona que te ve a ti y a cualquier empleado como un objeto, que usa mientras le sirve? Cuando estuve fuera del país, te eché de menos, pero ahora, me alegro de no tener que volver a verte.

Dio media vuelta y se apresuró a salir de allí. Esperaba sentirse devastada o con deseos de llorar, pero por primera vez en su vida, en vez de pena, lo que sintió fue rabia; ella misma tenía culpa por haber sido crédula, pero aunque sabía que era inocente de lo que la habían acusado, siempre se había sentido más culpable que víctima, de ahí su salida del país. Pero ahora ya no podía callar, ahora sabía que la mujer a la que amaba había faltado a su palabra de creer y confiar en ella, que Bernarda, tras esa sonrisa, la había traicionado, que para su progenitora había sido más importante un lienzo que su hija, y que en resumidas cuentas había sido sacrificada para conseguir los objetivos de alguien más. Ya no más, tenía tomada la decisión, esta vez las cosas iban a aclararse, esta vez tendrían que escucharla.
Poco tiempo después, llegó al departamento que estaba arrendando Micaela, el que no le fue difícil ubicar pues aún conservaba datos de ella a través de los cuales lo hizo. Aun no daban las diez de la mañana, temía no encontrarla, pero abrió la puerta casi al momento con una sonrisa en los labios que desapareció al verla.

— ¿Qué es lo que haces tú aquí?
—Necesito pasar, hay algo de lo que voy a hablarte.

Micaela frunció el ceño. ¿Qué le pasaba, como se atrevía a visitarla de ese modo? Verla aparecer de ese modo en su departamento hizo que sintiera una irritación que no experimentaba desde tiempo atrás.

— ¿Qué? Estás loca, lárgate de aquí.

Pero Pilar no la escuchó y entró, apartándola a un lado. Entró en el departamento luchando, por no desmoronarse al reconocer algunas cosas como adornos y muebles, cosas que incluso habían elegido juntas cuando decidieron compartir el departamento antiguo; Micaela la fulminó con la mirada.

—No sé qué te pasa y no me importa, pero es mejor que te vayas ahora, antes que me enoje.
—No me voy a ir —sentenció—, no hasta que te diga a lo que vine.

Micaela se encogió de hombros.

—No me interesa.
—Claro que te va a interesar, vas a escucharme.
— ¿En qué idioma te lo digo? —exclamó Micaela— No hay nada de ti que me interese.
— ¡Te dije que vas a escucharme!

El grito de Pilar descolocó a Micaela; jamás la había visto así, no supo cómo reaccionar.

—Estoy cansada de todos ustedes, estoy cansada de las amenazas de mi madre, de tus gritos y de la desconfianza de todos; no tengo por qué seguir soportándolo, me quedé callada demasiado tiempo, ahora vas a escuchar cada palabra, maldita sea. Te amaba Micaela, eras la persona más importante para mí, se suponía que tú tenías que creer en mí antes que en cualquier otra persona, pero tu amor fue demasiado frágil.

Puso en volumen alto la grabación de voz que había hecho de su conversación con Marcia, y mientras las palabras volvían a escucharse, vio como Micaela abría más los ojos, sin poder dar crédito al registro.

—Esta es la verdad —continuó, con fuerza, tan pronto terminó la grabación—; jamás fui la responsable, y te lo dije: ese día te dije que estaban pasando cosas extrañas, pero no me creíste, y con eso me rompiste el corazón.

Era Marcia. Marcia, su nana, la mujer que había vivido y trabajado en su casa durante tantos años, a quien siempre consideró como parte de la familia; Micaela sintió que un escalofrío corría por su espalda.

—No puede ser... —murmuró, incapaz de creerlo— No es posible, tiene que haber un error...
—Yo tampoco lo creía en un principio, me parecía una locura, pero como te darás cuenta, los hechos son más fuertes.

Micaela se sentía como si la hubieran arrojado contra el pavimento desde la ventana del edificio; estaba escuchando a nana, a su nana decirle a Pilar que habían tenido que hacer eso porque ellas estaban cometiendo un pecado o algo por el estilo. ¡Pero si ella siempre lo supo, siempre la escuchó en todo!

—No puede ser —continuó con la voz quebrada—, no lo entiendo, porque ella...
—Ella estaba trabajando para las órdenes de tu madre —acusó Pilar, implacable—, por eso es que ella de pronto estaba de tu lado, porque sería mucho más fácil atacar desde adentro, así nunca sabrías qué era lo que te había golpeado.

Solo en ese momento las piezas comenzaron a encajar. Recordó entonces esa fatídica jornada, y a su madre apareciendo en su cuarto con expresión compungida. ¨Descubrí algo tremendo, hija. Descubrí quién es la persona que me hizo la venta de la colección de cuadros de Carmen Basaure, y por lo que sé, lo hizo a sus espaldas. Fue su hija, fue Pilar, mira este documento¨
En ese momento todo se fue al demonio, y ahora descubría que todo era un plan, una maquinación de su propia madre para separarlas, aprovechando de adjudicarse un trofeo para su colección. Eso quería decir que Pilar tenía razón, porque sabía que su madre era capaz de todo, solo que nunca creyó que en contra de su propia hija; entonces había permitido que las separaran, había dejado que la mentira fuera más fuerte que el amor, y todas esas cosas horribles que le dijo eran totalmente injustificadas.

—Pilar —balbuceó, aun sin poder creerlo del todo—, esto es... es horrible, pero tienes que entender que yo... habían pruebas Pilar, todo coincidía, tu firma, los datos...

Durante todo ese tiempo, Pilar había pensado que las pruebas eran suficientes contra su palabra, pero ahora entendía que, de haber sido al contrario, ella habría luchado contra el mundo por defenderla, incluso justificando sus acciones; eso era lo que había hecho toda su vida, justificar la falta de amor de su madre, la pérdida de su padre, inclusive las agresiones verbales de Micaela cuando se descubrió el negocio con Bernarda Solar.

— ¡Y eso qué! —le reprochó con rabia— se supone que me amabas, me juraste que estaríamos juntas, me juraste que creerías en mí, pero me fallaste, y ni siquiera me diste el beneficio de la duda, te bastó con ver unos papeles para olvidarte de lo nuestro y tratarme de lo peor; me dijiste cosas horribles, me trataste como si fuera la peor mujer del mundo y no me dejaste defenderme. Podía aguantar lo que fuera, el rechazo de mi madre, podía aguantar que todo el mundo pensara que era una mala hija y una mala persona, pero no tú, tú tenías que ser mi apoyo, y me dejaste sola cuando más te necesitaba.

El principio de lo poco probable fue lo primero que se le vino a la mente. Su relación con su madre jamás había sido la más amistosa, pero Micaela no prestó mayor atención a eso, incluso le gustaba tener cierta independencia a nivel familiar; pero no pudo menos que sentirse agradecida cuando su relación con Pilar se hizo oficial, al ver que su madre no hacía reclamos ni recriminaciones. Y Bernarda era una empresaria, no siempre compraba de Forma directa ¿Qué podía tener de extraño que alguno de sus ejecutivos comprara una colección? ¿Qué podía tener de sospechoso que ella no supiera los detalles? Ese fue el truco, dejar la verdad en un sitio tan evidente, que resultaba absurdo creer que realmente podía ser así; un simple contrato, con una firma falsificada, y una suma de dinero en una cuenta, habían bastado para cegarla por completo.

—Pilar, por favor perdóname —suplicó Micaela, acercándose—, yo no sabía... fui una estúpida, fui la más tonta del mundo al creer en lo que me dijeron, pero yo te amaba, por eso es que… es que no pensé con claridad, y me volví loca al creer que eras culpable.

Pero Pilar se alejó; durante meses había extrañado el abrazo de Micaela, ahora no quería que se le acercara.

—Esto no se trata de quién tiene la culpa, lo que está hecho ya no se puede deshacer, lo que me rompió el corazón no fue lo de la mentira, ni que me acusaran de robarle a mi propia madre, ya te lo dije, esto se trata de tú y yo, se trata de que no fuiste capaz ni siquiera de escucharme, y eso habla tan mal de tu supuesto amor por mí, como de mí por creer que estarías conmigo hasta el fin.

Tenía razón en todo lo que le estaba diciendo, y al mismo tiempo Micaela estaba sintiendo asco de sí misma por haber sido tan ilusa, rabia con Marcia y odio por su madre, pero lo peor de todo, es que el amor por Pilar nunca se había ido, y ahora que estaba descubriendo toda la verdad ese sentimiento volvía, convertido en culpa y dolor; no podía imaginar cuánto había hecho sufrir a Pilar, mientras estaba sola y sabiéndose inocente. Durante meses, se había revolcado en su propio dolor, pensado una y mil veces en las supuestas acciones de ella, sufriendo por lo que había perdido, por sentirse traicionada, engañada ¿Y qué había de Pilar? ¿Cómo podía haber desconfiado tan fácilmente de ella? ¿Acaso en realidad su sentimiento nunca fue tan fuerte como creía?

—Pilar, por favor escúchame —le rogó con los ojos llenos de lágrimas, hablando atropelladamente—, fui una estúpida, pero podemos arreglarlo, puedo arreglarlo, yo jamás te he dejado de querer.

Pilar la miró con dureza.

—No tuve tu amor cuando lo necesité. Ahora es demasiado tarde para eso, solo vine porque no podía, no puedo dejar todo esto así. Tenía que decírtelo a la cara, tenía que verte cuando supieras la verdad, para poder sacarme este dolor, la tristeza y el abandono que sentí durante todos estos meses. Pero no quiero nada más de ti.
—Pilar espera...

Pero la otra mujer no la esperó, y salió rápidamente del departamento, azotando la puerta; Micaela quedó entonces sola en el lugar, con la respiración entrecortada, comenzando a llorar de forma convulsiva, mientras las escenas aparecían una a una en su mente; era culpable, era irremediablemente culpable de haber faltado a su promesa de amor, de no haber confiado en Pilar, de dejarse engañar con tanta facilidad y de haber herido a la mujer a la que amaba tanto como antes. Quedó sentada en el suelo, llorando sola.


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Contracorazón Capítulo 15: Cariño y preocupación




Rafael salió a su trabajo el lunes un poco antes de lo acostumbrado con el objetivo de encerrarse en la oficina para tratar de recomponerse antes de comenzar la jornada; después de una pésima noche de sueno estaba casado y con dolor de cabeza, pero no podía faltar a sus deberes.
Antes de llegar vio a Ángel, su antiguo compañero de trabajo, esperando a un costado de la puerta metálica por donde entraban los trabajadores cuando la tienda aún estaba cerrada. Pues bien, se dijo, en algún momento eso tendría que pasar y debería agradecer que sucediera antes del inicio de la jornada y no en medio de la atención de público, pero no dejaba de ser molesto que apareciera para hacer algún tipo de escena; en su mente eso podría tener alguna clase de justificación. Sin embargo, dado como se sentía en esa mañana, no era ni de lejos el momento apropiado para una confrontación como esa.
Pero no por estar cansado o sentirse mal iba a huir.

—¿Podemos hablar?

No sonaba a una pregunta, pero de forma extraña, tampoco a una exigencia; Rafael no pudo identificar cuál era la emoción detrás de esas palabras.

—¿Sobre qué?

No supo si la expresión del otro hombre era fruto del rechazo que le provocaba verlo, o se trataba de algo más.

—Supongo que sabes que me trasladaron a labores de bodega en la planta centro.

El moreno estuvo a punto de pronunciar alguna fase sarcástica al respecto, pero decidió omitirla; no tenía ganas de discutir.

—Sí, lo supe.
—No puedo atender público, según lo que decidieron.
—¿Qué es lo que quieres? —Lo interrumpió, cortante—. ¿Por qué estás aquí?

Vio que el hombre se debatía antes de hablar; sin embargo, no quiso demostrar interés más allá de la pregunta que había hecho.

—Porque hay cosas que tienen que quedar en el entorno laboral, no salir de aquí.
—¿Adonde quieres llegar con eso?
—A que yo tengo una familia —replicó el corpulento hombre, con una mirada dura—, y mi familia no tiene por qué enterarse de las cosas que ocurren en mi trabajo.

¿Entonces se trataba de eso? Ahora estaba viendo que sus acciones podían poner en riesgo su tranquilidad, en vez de hacer algo para mejorar, se estaba dedicando al control de daños.

—Lo que pasa con tu familia no tiene nada que ver conmigo.
—Pero tú sabes lo que pasó aquí —la voz del otro se había vuelto más ronca—, sólo quiero aclarar que no es necesario que nada de lo que pasó aquí hace unos días tiene que salir de este entorno.

No estaba hablando únicamente de él, sino de ambos; Rafael esperó enfadarse por esa actitud, por estar intentando chantajearlo incluso en ese momento, pero en realidad sólo sintió pena. No tanto por él, sino por ver cómo ejemplificaba a la sociedad en la que vivían; con toda la modernidad y los avances sociales, así como la lucha de muchos sectores por lograr igualdad, seguía existiendo un gran grupo que prefería vivir en una cómoda mentira que enfrentar la realidad o asumir los propios errores. Del otro lado de esa moneda, en muchos casos también había una pareja, padres o personas cercanas que preferían no escarbar en la superficie, para no ver su mundo trizarse.

—Ángel, yo no estoy en guerra contigo. Tú empezaste esto, no yo. La verdad —Se encogió de hombros mientras hablaba—, no había pensado en este asunto hasta ahora, pero aunque fuera así, yo no estoy peleando contigo, no me interesa vengarme ni ir a arruinar tu vida ¿Hablando con tu esposa? Probablemente no me creería, no lo sé y tampoco me importa.
—Todos tenemos nuestros asuntos —Apuntó el otro.

Rafael no pudo evitar revolear los ojos al escuchar esas palabras.

—Otra vez con lo mismo; escucha, yo no tengo nada que ocultar, no tengo que dar explicaciones sobre lo que hago en mi vida. No como tú. Pero ese es tu asunto, resuélvelo, no me involucres en eso. Ahora, de verdad tengo mucho trabajo que hacer.

Después del poco agradable encuentro con su ex compañero de trabajo, Rafael entró a la tienda y se quedó un rato en la oficina, intentando mejorar su estado de ánimo, para que ese hecho no le estropeara la jornada.

Aún con sueño, pero algo más tranquilo, se sintió un poco mejor tras tomar un medicamento para el dolor de cabeza, aunque el malestar no había desaparecido del todo. El inicio de la jornada laboral fue algo lento y esperaba poder atender o ayudar a los demás para mantenerse en movimiento, pero llegó una solicitud de despacho con un error y tuvo que emplear algo de tiempo restaurando los datos para enviarlos de forma correcta a la oficina central, a lo que se agregaron otros asuntos que revisar mientras trabajaba en eso.

—¿Se puede?

Reconoció la voz de Sara, y notó que faltaba poco para el mediodía; había estado tan concentrado que no había sentido el paso del tiempo.

—Por supuesto Sara, pasa.

La chica entró a medias, haciendo un gesto hacia la tienda.

—Disculpa, hay alguien que quiere hablar contigo.
—¿Sucedió algo? —Preguntó él, intrigado.
—No, de hecho, ni siquiera compró algo —Explicó ella—, es una señora, y dijo que tenía que hablar contigo algo importante.

Rafael sonrió; esa forma de llegar y expresarse sólo podía pertenecer a una persona.

—Esta bien Sara, muchas gracias, dile que voy en seguida.
—¿No es un reclamo? —Preguntó ella, sospechando de la expresión de él.
—Puede que me reclame algunas cosas —replicó él—, pero nada de aquí, esa mujer es la mujer de mi vida: es mi madre.

La chica sonrió ante el comentario.

—Ah, entiendo.

El moreno salió a la tienda y se encontró a su madre esperando en el exterior; en efecto, no se parecían, ya que ella era de piel clara y cabello castaño, y sus rasgos redondeados evocaban mucho más a Magdalena.

—Hola mamá.

Ella le dio un abrazo y un beso en la mejilla, que de forma inevitable lo hizo sonreír. Su madre era una mujer más formal en entornos públicos, de modo que lo había saludado con menos efusividad que si se hubieran encontrado en su departamento.

—Hola, hijo. Espero no estar interrumpiendo.
—Para nada —replicó él—, estaba actualizando unos informes, pero nada urgente.

Habían caminado por el pesillo hacia un costado, algo ideado por ella para darles algo de intimidad, lesos de las miradas de sus compañeros de trabajo; ella lo miró con esos ojos color castaño, tan vivos, que una y mil veces lo habían traspasado.

—Te ves cansado.

Esa frase significaba mucho más de lo que parecía; en primer lugar, no era una pregunta, ni siquiera un juicio, era una verdad desde su punto de vista de madre. También era un diagnóstico, de algo que ella a simple vista no podía decir, pero que en el fondo de su alma ya conocía. Sabía a la perfección que algo muy distinto al cansancio le pasaba a su hijo, pero estaba dando el espacio para que fuera él quien decidiera si era oportuno contarle o no.

—Es cierto, dormí muy mal —concedió él.

Iba a cambiar de tema, pero vio que los ojos de ella aún estaban a la espera; se dijo que no era el momento para ahondar en esos asuntos, pero tampoco quería preocuparla dejando el tema en el aire.

—La verdad, vengo durmiendo mal hace unos días —explicó al fin—, y esto del ataque a Mariano supongo que me afectó de alguna forma; al final, él es parte de la familia.
—Es cierto, cielo —Apuntó ella con energía—, pero parece que ya todo está bien, Magdalena me dijo que Mariano tenía mucho mejor semblante esta mañana.

Había decidido no hablar de sus sospechas de madre, algo que él agradeció en su interior; quería hablar con ella, escuchar su consejo, pero después de la noche vivida, conversar acerca de eso en el trabajo no era apropiado.

—Sí, Magdalena me dijo lo mismo; quiero estar presente y ayudar, pero no quiero invadir el espacio de ella. Pienso que con los padres de Mariano ya es suficiente.
—Esto y de acuerdo —Indicó ella—, le dije a Matilde que no se apropie le la casa, es una broma, pero es lo que pienso. Toma.

Puso en sus manos una pequeña caja de cubierta aterciopelada de color verde; Rafael reconoció en ella a la que contenía la pinza para corbata de la que hablaron por teléfono.

—Te acordaste. La voy a tener con el traje.
—¿Y cómo es? —preguntó ella.

El hombre se rascó la sien, incómodo.

—La verdad es que aún no lo compro, estoy en eso.
—Hijo —Su madre frunció el ceño—, dejando cosas para última hora, eso no está bien.
—Es cierto —intervino antes que ella iniciar a dosis discurso—, pero lo marqué en la agenda y voy a ir esta semana, no estoy bromeando.

Su madre revoleó los ojos, pero le sonrió; se sentía tan bien hablar con ella y sentirla junto a él.

—No sé si papá te contó que me hizo prometerle que iría a casa un fin de semana completo.
—Deberías ir más seguido —lo reprendió ella—, pero sí me dijo, y cuando vayas, te quedas hasta últimas, nada de que después de almuerzo sales corriendo. Y tiene que ser después del matrimonio de tu hermana por que para esos días vamos a estar por aquí.

Mientras hablaban habían caminado y entado a una galería cercana; Rafael se dio cuenta en ese momento que había pasado algo por alto y le señaló una cafetería.

—Mamá, lo siento, ¿Quieres un café o comer algo?
—No, estoy bien —Ella le dedicó una amable sonrisa—, no tengo apetito en este momento y además voy de pasada, tengo que hacer muchas cosas y el día es muy corto. ¿Te gusta tu nuevo cargo?
—Sí, me está gustando mucho lo que estoy haciendo —replicó él—, todavía tengo que aprender bastante, pero lo estoy llevando bien.
—Me alegra eso. Ahora me tengo que ir, te llamo en la tarde, ¿De acuerdo?

Le dio un beso de despedida, pero al tiempo le dedicó una de sus miradas; esa que Rafael sentía como un escáner en su alma al mirarla a los ojos. A diferencia de cuando lo saludó, ahora no había pregunta, porque ya sabía lo que necesitaba como madre, incluso quizá con mas claridad que él.

—Cuando quieras hablar, sabes dónde estoy.

¿Qué tanto podía averiguar una madre solo con ver en los ojos de su hijo? Por un momento sintió genas de hablarle de esos extraños sueños y experiencias, pero se detuvo por algún motivo que escapaba a su control; jamás había sentido la necesidad de ocultar o evitar hablar de algo con ella, y en este momento sentía que no era correcto hacerlo. Quizás esta inseguridad se debía al mismo origen inexplicable de todos esos sentimientos.

—Gracias mamá. Te prometo que cuando necesite hablar contigo lo haré.

2


Por la tarde, Rafael decidió visitar a su hermana; se alegró que ella se escuchaba más animada por teléfono, de modo que decidió hacer una visita breve, principalmente para asegurarse que todo estuviera en orden; Magdalena había tomado unos días de reposo en su trabajo para cuidar de Mariano, por lo que al llegar se la encontró ocupada de preparar una dieta blanda en contra de las súplicas de su novio. El ambiente en la casa era muy distinto al de la jornada anterior, y se alegró mucho de ver a Mariano más repuesto, hecho que se notaba en un dejo de aburrimiento por tener que estar acostado guardando reposo.
Tras la visita, que le dejó una agradable sensación, regresó a su departamento para poner un poco de orden, ya que con todo lo ocurrido no había tenido tiempo ni mente para preocuparse de su espacio personal; limpió detalladamente las ventanas, barrió desde el pequeño balcón hasta el cuarto, aseó el baño y revisó la despensa y el refrigerador en la cocina, para saber qué comprar. Con esa parte finalizada fue al supermercado para abastecerse, y aprovechó la oportunidad de comprar algunos elementos extra para preparar algo especial para el próximo fin de semana; con todo lo ocurrido, pensó que sería una buena oportunidad para invitar a su hermana y cuñado a comer algo y ayudar con eso a recuperar la normalidad en sus vidas.
Para cuando miró la hora, se dio cuenta de que daban casi las diez y no había comido, de modo que terminó de ordenar y preparó un sándwich de carne fría con especias y algo de verduras y se dispuso a comer; un mensaje de Martín llamó su atención.

«¿Tienes algo que hacer el sábado?»

Estaba planeando la invitación al futuro matrimonio, pero no pensó en el día; quizás dejarlo para el domingo era la mejor opción.

«Nada planeado hasta ahora» —Escribió como respuesta.
«Entonces te invito oficialmente a almorzar con nosotros en la casa de mis padres —Agregó un Emoji con los ojos en blanco—, Carlos está al lado mío exigiendo que te diga que tienes que confirmar tu asistencia.»

Daba la impresión que el positivo cambio del muchacho era permanente; Rafael se alegró de la invitación en ese contexto.

«Muchas gracias a ustedes por invitarme. Y confirmo oficialmente que asistiré.»

Martín lo llamó de inmediato.


—Hola.
—Hola —Saludó el otro—, lo de la invitación es en serio, te lo dije por escrito sólo para molestar a mi hermano; era como decirle que ya era suficiente de insistir con el mismo asunto cada dos días.

Sonaba muy animado; el panorama de poder estar en ese ambiente familiar era muy gratificante, y lo acercaba más en su amistad con Martin.

—Pues voy a estar muy contento de poder ir, en serio. ¿A qué hora tengo que estar allá?
—¿Ya se te olvidó que somos vecinos? —Preguntó el trigueño con una risa ahogada —. Eso lo solucionamos en la semana, además podemos venir juntos.
—Tienes razón, no lo había pensado —Concedió Rafael—, por cierto, olvidé preguntar ¿Tuviste algún problema con el auto?

El vehículo que incidentalmente estaba en poder de Martin durante la noche del asalto había sido vital para llegar lo mas pronto posible al lugar en donde sucedió todo, y era una gratitud extra a la ayuda de su amigo.

—Ninguno, todo está en orden; de todos modos, por las dudas, preferí no decir que había estado corriendo a gran velocidad por las calles de la ciudad.
—Me alegro que no hayas tenido problema.
—Yo también. Estamos de acuerdo entonces; hablamos, que descanses.

Después de finalizar la conversación con Martin, Rafael terminó de comer y se dispuso a ver un poco de televisión; al parecer las cosas estaban volviendo a la normalidad con rapidez.
Excepto, claro, por esos extraños sueños.

3


El hermano menor de Martín había tenido una crisis que interrumpió el curso de la tarde familiar; más tarde, estaba en su cuarto, reposando sobre la cama.

—Permiso.

Generalmente Carlos prefería quedarse solo durante la etapa posterior a una crisis de dolor y Martín lo sabía, pero en ese momento optó por entrar para acompañarlo.

—Disculpa por entrar —dijo con una cálida sonrisa.

Había aprendido a disociar el estado en el que se encontraba su hermano de su yo real; cuando pasaba por una crisis su expresión se tornaba más dura, sus ojeras parecían profundizarse y su cuerpo lucía más frágil y delgado que de costumbre. Pero en sus ojos, Martín seguía viendo a su hermanito, a ese chico que admiraba y amaba con todo su corazón. Se sentó en el suelo, mirándolo con cariño mientras el joven descansaba sobre su costado izquierdo.

—No soy buena compañía en este momento —susurró el muchacho.

Había sido una crisis bastante fuerte; su padre había hecho las infiltraciones con el medicamento, por lo que las reacciones físicas habían sido un poco menores, pero la lucha dentro de su organismo ente su hiperalgesia y el componente analgésico externo lo dejaba agotado, y eso se notaba en todo su ser.

—Tú siempre eres una buena compañía —comentó con honestidad, sin dejar de mirarlo muy fijo a los ojos—, o bueno, a veces eres un poco insoportable, pero es muy poco, la verdad.

Le dedicó una sonrisa luego de decir estas palabras; quería abrazarlo, sostenerlo entre sus brazos y decirle que todo iba a estar bien, pero sabía que lo primero no era recomendable porque podría causarle problemas y lo segundo era algo que estaba por completo fuera de su control.

—Oye, estaba pensando un día de estos pedir el auto en el trabajo y podríamos salir a dar unas vueltas por la ciudad, solo tú y yo ¿Qué dices?

La mirada de su hermano vagó un momento antes de responder.

—No entiendo qué podríamos hacer.
—Nada en especial —replicó Martín—, o tal vez alejarnos un poco, cambiar de aire, ir a conocer algún lugar bonito fuera de la ciudad. O sólo pasar tiempo juntos.

Acercó con suavidad una mano, y con el índice acarició suavemente el puente de su nariz. Siempre había sido difícil verlo sufrir, pero no por saber que no podía ayudarlo iba a dejar de hacer todo lo que estuviera en sus manos por ayudar a que las cosas fueran lo mejor posible; era una lucha que nunca iba a abandonar.

—¿Y no prefieres salir con tus amigos?
—Hay momentos para todo —Observó el mayor—, ahora se trata solo de nosotros, un paseo, tiempo de hombres.
—Gracias —replicó su hermano—, de verdad.
—No tienes que darme las gracias —Martín lo miró con seriedad—. No te estoy haciendo un favor; somos hermanos y quiero pasar tiempo contigo ¿Te acuerdas cuando eras más chico y hablábamos de ir a conocer lugares?

Cuando era más pequeño, a menudo fantaseaba con ideas de viajes a todo tipo de lugares, y jugaba con Carlos a que irían a explorar a esos sitios; ahora que era un adulto había recuperado ese recuerdo al preguntarse por qué, entre las ocupaciones y obligaciones de la vida, había dejado de lado esa parte lúdica entre los dos.

—Sí, me acuerdo, me mostrabas los programas de viajeros y decíamos que íbamos a conocer esos lugares.
—Bueno —reflexionó Martín— no tengo dinero para esos viajes, pero sí podemos hacer algo más cercano. Estoy seguro de que nos hará muy bien a los dos.

El muchacho se lo pensó un momento antes de responder; en un principio el mayor pensó que podría negarse, pero luego comprendió que estaba recordando.

—¿Te acuerdas? Siempre dijiste que te gustaban los molinos de viento.

Martin sonrió de forma involuntaria; sí, desde pequeño había sentido una fascinación por esos grandes artefactos plantados en la mitad de la nada. Sin una explicación concreta, sólo sabía que había algo en ellos que le resultaba intrigante, como si el viento que meciera sus aspas fuera signo de algo maravilloso, un misterio que ansiaba conocer.

—Sí, aún me gustan mucho.
—Tal vez podríamos ir a ver —murmuró Carlos—, debe ser bonito estar ahí.
—Es una gran idea. Buscaré un lugar en donde haya molinos de viento y podamos ir un fin de semana.

Durante unos segundos se miraron sin hablar, y la complicidad entre ellos fue completa, entendiéndose sin necesidad de palabras.

—Escucha, sé que no te gusta ir a eventos sociales, pero estaba pensando que tal vez podrías ir conmigo a la celebración de Rafael. Va a ser algo pequeño, con poca gente.

Su hermano, tal como lo había anticipado, reaccionó con algo de rechazo ante la idea.

—No creo que sea una buena idea.
—Pero dijiste que Rafael te cae muy bien; incluso fue tu idea invitarlo a almorzar.
—Sí, pero no es lo mismo —replicó el muchacho, incómodo—, es más seguro que él venga para acá. Casi olvido preguntarte ¿Le explicaste de esto?

Martin asintió, con calma ante la pregunta.

—Sí, le expliqué. Pero quiero que te lo tomes con normalidad, que no aparentes delante de él si te sientes mal ¿De acuerdo?

Ese siempre había sido un tema delicado de tratar, y más cuando Carlos entró en la adolescencia; no gustaba mucho de salir, y ante situaciones sociales o en donde no estuviera en su zona de confort, se esforzaba por ocultar sus malestares todo lo que fuera posible. En ese sentido, las constantes dudas y suspicacias con respecto a su enfermedad que escuchó de extraños desde que era muy pequeño lo hicieron reacio a mostrarse con tranquilidad.

—Pero si vamos a estar aquí —arguyó intentando demostrar firmeza—, eso no es necesario, puedo disculparme un rato con cualquier excusa.

Martín, sin embargo, negó con la cabeza; pocas veces estaba tan seguro acerca de algo que aún no había ocurrido.

—No, Carlos, te estás equivocando.
—¿Por qué?

Se tomó un momento para responder; en retrospectiva, él y Rafael habían compartido muchos momentos juntos en poco tiempo, y se sentía como en la compañía de alguien a quien conociera desde hace mucho tiempo atrás cuando estaba hablando con él. No sabía el motivo, pero no podía estar equivocado.

—Porque Rafael va a entender.
—¿Tú crees?

Se estaba refiriendo sin decirlo a experimentar lástima por él, algo que ninguno de los dos quería ver en los ojos de los demás.

—Sí. Rafael ya sabe lo que tiene que hacer, él va a ser como uno más de la familia cuando esté aquí, te lo aseguro. Tienes que confiar en mí, además, tú mismo dijiste que tuve un ojo clínico para elegirlo como amigo.

Su hermano menor esbozó una leve sonrisa.

—Tienes razón. Escogiste un buen amigo.

Por la noche en su departamento, Martin se quedó pensando en la conversación con su hermano y en cómo había recordado algo que incluso para él estaba en un lugar lejano de su memoria: cuando era adolescente y buscaba en televisión algún programa para mostrarle a Carlos, en algún momento se quedó viendo los molinos de viento, captados por una cámara a lo lejos.
Solitarios en medio de un horizonte eterno, rodeados de naturaleza silenciosa, meciendo sus aspas al ritmo invisible del viento. Eran tan sencillos y al mismo tiempo parecían esconder en su mecanismo un universo nuevo y sorprendente, una serie de engranajes que funcionaban a otra velocidad, constante pero distinta.
Como en otro tiempo.
Se quedó dormido evocando el sentimiento de paz que le transmitían esos artefactos.


Próximo capítulo: Un abrazo imposible


Las divas no van al infierno Capítulo 13: Nacida para morir


Conoce este capítulo con esta canción: Born to die

—¿Qué te ocurre Lisandra? te pusiste pálida.

La música seguía sonando alrededor; el escenario, a pocos metros de la zona de trabajo en donde ella se encontraba era su próxima parada, pero para Lisandra el mundo se había congelado.
Reacciona, se dijo; tienes que inventar algo, lo que sea, intentó decirse.
Pero no pudo; sin responder a la pregunta, sin mirar a las cámaras ni prestar atención a quienes estaban a su alrededor, la chica volteó y avanzó a paso rápido, casi corriendo, buscando una puerta, cualquiera que le permitiera salir de ahí.

—¡Lisandra!

No escuchó la voz, y solo corrió por el pasillo, intentando poner distancia y esconderse, desaparecer para que nadie la viera en ese estado; corrió por el pasillo hacia el departamento de vestuario, con la vista nublada, casi sin ver ni oír, solo tratando de evitar que los miles de ojos a su alrededor la vieran.
Encontró un pequeño cuarto de atuendos antiguos y entró en él, azotando la puerta y apagando la luz del lugar; se sintió abandonada, traicionada y sola, y aunque intentó evitarlo, no pudo contener un desgarrado grito de frustración.

—¡Perra!

Se desplomó en el suelo, sollozando de impotencia; había decidido doblar esa canción porque la temática del vestido de novia junto con la canción escogida iba al pie de la letra para su idea de transmitir un mensaje acerca de las relaciones de pareja, igual que en la presentación anterior.
La novia que arruina su traje una y otra vez, que lucha y cae, pero al final se levanta y es capaz de imponerse, surgir y vengarse. Era la temática de un videoclip con la canción de otra artista, y se le ocurrió que sería una idea entretenida y original mezclar a dos cantantes en un mismo concepto para esa ocasión.
Y Ch estaba doblando esa canción justo en ese momento.

—Lisandra.

Ignoró la voz masculina que pronunció su nombre del otro lado de la puerta; se quedó sentada en el suelo, sin ser capaz de hacer otra cosa que llorar.

—Lisandra.

La puerta del lugar se abrió y alguien entró, pero ella no miró en esa dirección.

—Déjenme sola —murmuró con voz sollozante.
—Falta muy poco para que tengas que presentarte —dijo la voz del hombre—, tienes que estar en diez minutos y seguramente todos estarán preguntándose en dónde estás.

Ella no respondió. Había logrado llegar al programa, entrar como las otras ¿Y ese iba a ser su final? Humillada por otra más lista que encontró la forma de arruinarla.

—Tienes que levantarte.
—¡Déjame sola!

Al gritar vio a quien le había estado hablando, y se sintió sorprendida de ver quién era: se trataba de Sam, el bailarín, pero en ese momento la expresión de complicidad y gentileza había sido reemplazada por una de fría determinación.

—Tienes que ponerte de pie, falta poco para que te presentes.
—¡No puedo presentarme! —exclamó ella, impotente— ¿No lo estás escuchando? Ella lo hizo, está haciendo su presentación sorpresa usando mi canción, la canción que yo iba a doblar.

Estaba tan furiosa y angustiada que no pensó en lo que estaba diciendo y simplemente lo dijo; él, sin embargo, se mantuvo imperturbable, hablando con un tono de voz medido, como si aquello que la aquejaba no fuera algo tan importante.

—Esa canción no es tuya.

Lo miró estupefacta, sin comprender del todo lo que le estaba diciendo; el chico le respondió con frialdad.

—Esa canción le pertenece a una cantante estadounidense de veintiséis años, y el video a otra que ha sido popular por más de quince. No es tu canción, no es tu letra ni tu disco, ella no te ha robado nada.

La declaración se le hizo cruel e inoportuna ¿Por qué le estaba hablando de ese modo?

—Yo iba a presentar esa canción —protestó tozudamente—, yo preparé todo, era mi presentación, no la de ella.
—¿Quieres ver cuántas mujeres han hecho una presentación con el tema de ese video clip, con la temática de la canción? —preguntó él, levantando las cejas—. Escucha, puede ser que tengas una buena idea, pero no eres la primera ni la única.

Lisandra se puso de pie y lo enfrentó, enfurecida.

—Eso no importa ¡Ella lo hizo a propósito! Lo mantuve en secreto para que nadie que no estuviera ensayando directamente conmigo lo supiera, pero ella lo supo; estuvo husmeando, se enteró de alguna forma ¿Qué mejor forma de asegurar que no la van a mandar de vuelta a casa que tomar la idea de otra? Aunque yo hiciera algo mejor, ella salió primero, será la primera.

La actitud imperturbable de él resultaba todavía más irritante; sintió ganas de gritarle todo tipo de cosas por no entender que era ella quién estaba sufriendo, ella quien estaba a minutos de perder su sueño.

—Este es un programa de competencias —aclaró, con tono determinado—, ¿Qué esperabas, que todas las otras colaboraran contigo y fueran muy buenas personas? El mundo del espectáculo siempre ha sido así, sólo mira los reportajes que hay en internet. Las van a estar eliminando cada semana, no puedes creer realmente que ellas no van a hacer todo lo posible por quedarse aquí, igual que en todos los programas de competencia o en los realitys. Despierta, esta es la vida real, y sólo tienes dos opciones: o eres lista y luchas por lo que quieres, o dejas que los demás se lo queden. Cuando te conocí pensé que eras de las primeras.

Había un dejo de decepción en la última frase, y ella no pudo dejar de notarlo; las palabras dichas con tanta tranquilidad planteaban un escenario real que no se había imaginado hasta ese momento: jugar sucio era una opción para muchas, y después del primer golpe, reaccionar tratando de desenmascararla sólo haría que la afectada quedara peor.

—De todos modos —dijo con voz quebrada—, no podría hacer nada en diez minutos, no tengo nada con qué competir.
—Y entonces te vas a dar por vencida —observó él—, creí que eras diferente.

En tanto, Charlene había terminado su presentación sorpresa, y mientras el escenario se oscurecía, se acercó al conductor del programa, quien aguardaba por ella con la emoción pintada en la cara.

—Charlene, acabas de hacer la presentación que te ha regalado el público aquí en el estudio ¿Cómo te sientes?
—Nerviosa —contestó esbozando una sonrisa—, no había hecho un desafío sorpresa y es mucha presión en muy poco tiempo, no sabía si lo iba a lograr.

Se tomó un instante para tomar aire, esperando que aquello que creía que iba a pasar sucediera; el conductor del programa le dedicó una mirada cargada de emoción.

—Al parecer el público en el estudio está bastante satisfecho con tu presentación sorpresa ¿Qué te parece si vemos lo que opina la gente en las redes sociales ahora mismo?

Mientras la pantalla se dividía en dos para el público en su casa, la imagen de las redes fue proyectada en la gran pantalla al lado del mesón de los maestros. Algunas felicitaciones, otros comentarios positivos, y entre ellos un post de un usuario haciendo una especie de acusación.

«¿Por qué no hablan de lo que le pasó hoy a Charlene? La vi cuando la intentaron asaltar y estaba muy mal, no debería estar en el programa hoy»

Aaron Love había leído el mensaje con su habitual entusiasmo, que mutó en una sorpresa total al terminar de transmitir la información.

—Charlene ¿Trataron de asaltarte?

La expresión de la rubia estaba tensa por la pregunta y había dejado de sonreír, pero luchaba por mantener la compostura.

—¿Podemos por favor no hablar de eso? —murmuró, nerviosa.

La seguidilla de comentarios en la pantalla no se había detenido, hasta que apareció un video subido por un usuario; estaba muy mal grabado y a distancia, pero se alcanzaba a ver cómo un sujeto intentaba quitarle el bolso a la chica; ella tiraba, caía al suelo, pero no soltaba, hasta que el hombre se rendía y escapaba corriendo a toda velocidad, entre gritos de otros transeúntes que se habían dado cuenta del intento de robo. El video duraba poco más, pero se alcanzaba a ver cómo se formaba una especie de tumulto alrededor de la chica, y se oían voces diciendo que había que llamar a la policía o ayudarla a ella de alguna manera. Love se volteó hacia ella después de ver el video, con el rostro desencajado.

—Charlene ¿Por qué no le dijiste a nadie que había pasado esto?

La rubia tragó con dificultad, mirando de forma errática antes de contestar.

—Porque no es nada —respondió con dificultad—, no pasó nada, sólo fue el susto.
—Pero es algo grave —repuso Love, con evidente contrariedad—, debiste decirle a la gente de la producción, quizás pedir que pospusieran tu presentación.
—No puedo hacer eso —replicó ella, dando un respingo—, si la gente me eligió no puedo decepcionarlos, además no fue nada grave, en serio…

No pudo seguir hablando; el conductor del programa la abrazó tiernamente, a todas luces afectado por el estado en que se encortaba la chica, e hizo un gesto que apuntaba fuera del límite de las cámaras.

—Charlene, hiciste un gran esfuerzo, pero no estuvo bien que ocultaras esta información —le dijo con tono paternal—, estoy seguro que todos entenderíamos si ocurre algo que no está bajo tu control, o de cualquiera de tus compañeras. Ahora por favor ve con uno de nuestros amigos de producción para que te calmes y puedas prepararte para tu siguiente presentación, si es que te sientes en condiciones.

Valeria había roto una parte de su atuendo y estaba muy concentrada reparándolo, pero no había perdido detalle de la escena que había tenido lugar; se dijo instantáneamente que Charlene estaba mintiendo, que todo eso no era más que un montaje muy bien planificado para dejarla como víctima asegurar su permanencia en el programa. Charlene, la que siempre estaba hablando de todo, intentando llamar la atención, ¿Y de pronto se volvía muy introvertida y no quería contarle a nadie lo que le había sucedido?
Y justo el día de la eliminación, preparado para que todos se enteraran, ya sea al aire o directamente por el boca a boca del que se formaban las redes sociales en la actualidad; incluso si no hubiese salido al aire el llamativo video, se sabría tarde o temprano, y como una de las reglas de participación en el programa era no interactuar en las redes sociales durante la jornada de emisión del programa, la opción de decir que era un plan de ella quedaba descartada.
Todo eso significaba que Charlene estaba dispuesta a todo con tal de llegar a la cima. Pues bien, ella también, y no iba a dejar que las artimañas de la rubia la superaran.

Más tarde, todas las presentaciones habían terminado, y tras una pausa comercial, Aaron Love retomó la conducción del programa, mientras las luces generales se atenuaban un poco.

—Muchas gracias a todas y todos por acompañarnos en esta jornada, ha sido un programa intenso, lleno de todo tipo de emociones para nuestras participantes. Por favor démosle un gran aplauso a todas estas fabulosas chicas que han dado lo mejor en este escenario.

El público en el estudio aplaudió con fuerza cuando las veinticuatro entraron en el rango de cámara y se quedaron en el escenario, sonriendo a la espera de lo que iba a pasar.

—Todas han hecho lo mejor, y las felicitamos por eso, pero ha llegado el momento de enfrentar una triste realidad: una de las chicas no seguirá en el programa, y son ustedes amigos y amigas en sus casas los que han decidido quién será. La eliminada del día de hoy es Nubia.

La aludida se quedó paralizada al escuchar su nombre. No, no podía ser, tenía que ser alguna clase de error ¡Pero si Lisandra no lo había hecho bien! Recordó cómo todos estuvieron preguntando por ella cuando salió corriendo del área de trabajo, y al parecer nadie sabía en dónde se encontraba; poco después regresó, con los ojos llorosos e hinchados, agitada pero muy callada, sin querer responder cuando le preguntaron qué era lo que le pasaba. Pasó bastante tiempo interviniendo el atuendo que había solicitado antes en el departamento de vestuario, sin querer hablar, y cuando salió a escenas le veía nerviosa. Hizo una presentación correcta por lo mínimo, pero un tanto extraña, una especie de ritual de baile con un traje blanco desgarrado, que incluso el entusiasta público del estudio aplaudió solo lo mínimo.
¿Y había tenido una mejor votación que ella?

—Nubia —dijo Aaron, acercándose a ella—, sé que es un momento muy difícil, porque ninguna de las chicas quiere abandonar el programa.

Sintió que le flaqueaban las piernas; solo en ese momento advirtió que todas las otras habían retrocedido, dejándola en primer lugar, sola y a merced del público ¿Qué iba a hacer?

—Amigos —dijo el conductor del programa—, nuestra querida Nubia está un poco nerviosa por la noticia ¿Qué tal si le damos un caluroso aplauso para que sienta lo mucho que apreciamos su esfuerzo y dedicación en esta noche?

Ella casi no escuchó el sonido de las palmas en su favor. Mis pies, se dijo, no me fallen ahora, llévenme hasta la línea de meta.

“No te quiebres. Por lo que más quieras, no te quiebres.”

Sus propios pensamientos se le hicieron ajenos, como ecos distantes; su corazón se rompía a cada paso que daba, mientras el conductor la llevaba hacia un costado para realizar la despedida.
Es por error o un designio divino sentirse tan sola esa noche de viernes, era algo que no sabía, y se pidió a sí misma no ponerse triste ni hacerse llorar, pero al mismo tiempo que intentaba convencerse de ese pensamiento percibió las lágrimas cayendo por sus mejillas, de seguro arruinando el maquillaje frente a las cámaras y a millones de espectadores en televisión y en las redes sociales.
Pero no le importó, o quizás le importó pero no fue capaz de reaccionar apropiadamente en una situación como esa; porque nunca se la había planteado, porque en su mente el paso por el programa era un camino de largo andar, no un paso o dos para luego terminar la carrera.

—Ese aplauso de auténtica emoción es algo que renueve el corazón —estaba diciendo Love—, yo lo siento y estoy seguro que tu emoción es porque también sientes el cariño del público, que te está premiando esta noche con la mayor muestra de cariño después de tu esfuerzo. ¿Quieres decir algunas palabras?

Nubia pronunció las siguientes palabras con un hilo de voz, sin poder luchar contra la emoción.

—Gracias a todos.

Love se dejó el micrófono un momento y aplaudió con entusiasmo, lo que detonó el aplauso de todo el público en el estudio. Sonó la música característica del programa, y las luces bajaron de intensidad como un gran telón.

2


Kevin y Sandra estaban en la sala de dirección mucho después de la finalización del programa, analizando el reporte final de los datos del programa; muchas personas, incluso varios entendidos en televisión, pensaban que un has en el top de los comentarios era más que suficiente para conocer la relevancia de un tema en las redes sociales, pero los analistas de datos podían hacer un trabajo mucho más detallado, filtrando por área demográfica, así como por alcance y repercusiones de las reacciones del público. Lo que la gente común desconocía era que, con solo dar un toque al corazón en un post, el usuario estaba entregando datos sobre su influencia en las redes y cuánto de su estadía en ellas podía ser útil a una determinada causa.

—El reporte final es claro —concluyó Sandra—. Logramos posicionarnos en el tercer lugar de influencia en redes sociales, por debajo del programa de reportajes Informe total y el capítulo larga duración de la novela “Señora del amor”

El productor no pudo evitar una sonrisa; el programa periodístico era casi imbatible los viernes, por lo que no era de sorprender que se mantuviera en la cima; lo que le satisfacía era que esa novela había programado un episodio larga duración justo para ese día, lo que significaba que la competencia empezaba a ponerse nerviosa.

—Hay tres topes de sintonía —continuó ella—, el primero el final de la presentación de Carla cuando se le quebró el tacón del zapato, el segundo durante el momento drama de Charlene y el tercero con la eliminación de Nubia. Ese último nos dejó segundos en sintonía.

Kevin omitió comentario, sobre lo sospechoso del intento de asalto a esa chica, porque había servido al fin de aumentar la sintonía.

—Ella lo hizo muy bien, de verdad estuve a punto de creerle todo su espectáculo de llanto, con el temblor de mentón y eso. Para ser la primera víctima, es muy apropiada.
—Pero tú dijiste que sabias que ella era una víctima desde el principio —objetó ella—, no debería sorprenderte que esté en malas condiciones.
—Es cierto —admitió él, meneando la cabeza—; supongo que me es difícil creer que su emoción sea real, porque nunca lo es.

Sandra sabía que esa era la opinión de él; en el mundo de la televisión, para ese hombre las personas solo eran simples engranajes en una maquinaria mucho mayor.

—Como sea, ese asunto nos dejó bien posicionados, pero me llama la atención que la gente esté tan poco interesada en la otra víctima.

El plan para quebrar a Lisandra había funcionado a la perfección en opinión de Sandra, por que empujaba a esa chica a una línea límite que no admitía vueltas. En uno o dos días eso explotaría.

—Ayuda con el misterio —apuntó, tras una pausa—, porque ya hay algunos usuarios que han pillado el cabo suelto. Deja que eso descanse el fin de semana y para el miércoles tendremos un lindo espectáculo entre esas dos.
—Está bien, pero si eso no pasa, tendrás que poner en práctica el plan de respaldo.
—Descuida —replicó ella—, sé que pasará.

3


Un grupo de chicas había decidido salir a tomar algo para celebrar la primera semana a salvo de la eliminación. Márgara estaba en las nubes esa jornada, como si seguir en el programa fuera un triunfo adicional a lo que era para las otras.

—Esto es sensacional ¿Ven las reacciones del público? La gente ya entendió la mecánica del programa, están participando; miren esto —señaló el móvil—, el programa terminó hace casi una hora y seguimos siendo tendencia.

Valeria no tenía la menor gana de estar después de medianoche en ese ambiente cuando al día siguiente debía estar en clase otra vez, pero decidió ir para tomar el pulso de lo que todas hacían fuera del fragor de la competencia y las luces.

—Ayer una chica me reconoció en la calle —comentó Estela—, fue emocionante, me saludó y dijo que votaría por mí.
—Qué ternura —dijo Márgara—, estoy segura de esto: eso se va a volver una tendencia, así que hay que tener mucho cuidado con lo que hacemos a diario. Hoy en la mañana en la tienda una chica me quedó mirando cuando escogía unos productos, y por supuesto que escogió una leche sin lactosa como yo; me saludó, tímidamente por supuesto, pero era muy gentil. Podemos ser grandes ejemplos para la sociedad.

Estaba mintiendo; Valeria se dijo que Márgara estaba usando una táctica antigua, que era copiar el concepto de alguien más, pero agregar algo que la hacía lucir superior; en ese caso también decía toparse con un fan, pero para su historia construía la escena de modo de ser no sólo un objeto de admiración, sino también de enseñanza.

—Bueno, ha sido un placer, pero no nos podemos ir muy tarde, hay que estar preparadas; sólo me preocupa que alguna chica tome malas decisiones por seguir malos ejemplos.

La morena analizó la expresión preocupada de Márgara al pronunciar esas palabras, y supo lo que iba a decir.

—¿Por qué lo dices? —le preguntó una de las chicas.
—Por Charlene; entiendo que haya estado nerviosa, y juro que nadie quiere que le suceda algo así, pero no fue correcto que usara la misma canción que Lisandra iba a presentar ¿Vieron cómo estaba? Desde luego que se descompuso, por eso después estaba tan nerviosa. Pero —concluyó, respirando profundo y con expresión de alivio—, lo importante es que cada día podemos aprender y mejorar ¿No lo creen?

Valeria se llevó la copa a la boca, para disimular la mueca de desprecio hacia la otra chica.


Próximo capítulo: Problema