Contracorazón Capítulo 24: Nunca volverá a pasar




Magdalena entró en la urgencia a paso rápido; localizó con la vista el mesón de informaciones y torció en esa dirección, pero vio a Martín y giró de nuevo hacia donde se encontraba él. El hombre se puso de pie al notar que ella se acercaba.

—¿Dónde está mi hermano? ¿Qué fue lo que sucedió?

Había un inconfundible tono de reproche en su voz, aunque el principal era de alarma; a Martín no se le había ocurrido que quizás ella estaba al tanto de los detalles de su discusión con Rafael, pero descartó esa idea al instante; Rafael era noble, e incluso después de cómo lo trató, no habría hablado de eso.

—Magdalena, tranquilízate.
—No me quiero tranquilizar, quiero saber qué fue lo que le pasó a mi hermano.

La mirada de ella decía mucho sobre su estado; Martín la había visto pocas veces, pero había conocido su faceta amable, divertida y agradable. Sin embargo, en ese momento estaba angustiada, y además, de seguro preocupada por el estado de su hermano; también era probable que sospechara que había ocurrido algo extraño entre Rafael  y él. ¿O sólo era una idea suya por el estrés que estaba viviendo?

—Lo están controlando, pero en la ambulancia dijeron que estaba fuera de peligro.
—Dime qué fue lo que pasó.

La exigencia de ella era lo menos que se merecía en un momento como ese; de alguna forma, él mismo se había estado sintiendo culpable por todo eso.

—Estaba en el centro comercial donde fue el atentado explosivo.

El rostro de la chica se tensó al escuchar esas palabras, y contuvo sin querer la respiración; durante un eterno segundo no habló, perdida en el horror de imaginar a su hermano en medio de ese infierno.

—¿Qué le pasó? —Exigió, con voz ronca—, no me mientas.
—El personal que lo atendió dijo que sufrió un golpe en la cabeza, y un corte.
—¿Tiene quemaduras?
—No —Respondió de inmediato—, no sé exactamente cómo fue todo, pero parece que lo que lo golpeó fue la onda expansiva.

Mariano había llegado casi corriendo tras Magdalena tras estacionar el auto, y se quedó de pie junto a ella; había escuchado lo suficiente y sabía que en ese momento no tenía mucho que agregar.

—¿En qué habitación esta?
—No lo sé, llegamos hace muy poco; todavía no lo he visto.
—Cariño, deberíamos sentaros ahora —Intervino Mariano—, seguro que en un momento nos darán alguna noticia.

El rostro de Magdalena se contrajo por la emoción, y con un gesto casi espasmódico secó una única lágrima que escapaba por el rabillo del ojo. Estaba determinaba a no quebrarse mientras Rafael la necesitara, y mantendría esa actitud a cualquier precio.

—Martín, quiero que me digas exactamente lo que sucedió.

Había algo de lo que él no podía hablar con ella; estaba seguro de que Rafael no le había contado acerca de esos presentimientos, y si estaba en lo cierto, él solo causaría problemas al mencionar aquello.

—Nosotros —Dudó un instante; tendría que mentirle y confiar en que todo se solucionara después—. Nosotros íbamos a reunirnos al mediodía.
—Pero mi hermano debería estar trabajando a esa hora —Refutó ella.
—Es cierto, fue algo repentino, en realidad él no me dijo por qué era que iba a estar ahí, me lo diría cuando hablaremos en persona —Sentía que su mentira era frágil y débil, pero la iba a mantener—, y yo estaba por esos lados porque tenía que vender un producto.
—¿Y estabas ahí cuando…?
—Cerca, yo estaba justo del otro lado de las boleterías de la estación de metro cuando pasó —replicó él, adelantándose a la pregunta—; después comenzaron a llegar los equipos de emergencia y nos trajeron hacia acá.
—Ya veo.

Había un motivo por el cual se sentía culpable, y en ese momento frente a ella, a pesar de no poder decirlo, sintió la urgente necesidad de hablarlo de algún modo.

—Magdalena, yo… quisiera haber hecho más, haber evitado que…
—No digas tonterías —Lo interrumpió la mujer, con voz ahogada—, era imposible que supieras lo que iba a pasar; estuviste ahí y lo acompañaste, eso es todo lo que importa.

2


Cuando Rafael abrió los ojos, sintió algo parecido al dolor generalizado después de una gripe fuerte, solo que mucho más intenso; después de unos momentos de que su mirada vagara, logró fijarla en quien estaba sentada a su lado. Magdalena lo miraba con cariño y atención.

—Magdalena.

Sintió su voz débil y trató de aclararse la garganta, pero le resultó imposible.

—Estoy aquí, tómalo con calma ¿De acuerdo?

No tenía realmente energías para discutir eso, de modo que dejó que pasaran unos segundos antes de volver a intentarlo; el dolor se focalizó en la cabeza.

—¿En dónde estoy?
—En una urgencia —respondió ella, con voz calma—, tuviste un accidente.

Entonces recordó. El sonido, la sensación de ser arrojado sin control, y luego el olor a metal y plástico y metal quemado, el humo y los gritos.

—Martín. ¿Dónde…?

Intentó incorporarse en la camilla, pero el dolor en la cabeza se lo impidió; su hermana se apresuró a sujetarlo para evitar que lo intentara.

—Está bien, tranquilo. Martín está bien, sabía que ibas a querer verlo por ti mismo, pero quería verte yo primero. Quería asegurarme de que estabas a salvo.

Eso significaba que alguien la había llamado a ella para darle aviso de lo sucedido; vio su expresión fuerte y determinada en ese momento, pero la conocía demasiado y podía identificar muy bien la angustia oculta tras esa máscara de fortaleza, porque sería lo mismo que sucedería con él si la situación fuese a la inversa.

—Perdón por asustarte.
—Está bien, no importa —replicó ella, con ternura—, sólo descansa, te pondrás bien en un momento.

Se puso de pie y salió del pequeño rectángulo que separaba esa camilla de las otras; en el pasillo se reunió con Mariano y le hizo un gesto a Martín para que entrara en el lugar.

—¿Cómo está? —Le preguntó él.
—Disculpándose por preocuparme y queriendo saber si Martín estaba bien —respondió ella—, es decir que está bastante bien, se comporta como siempre.

Mariano la abrazó tiernamente; en ese momento lo único que podía hacer era servir como un apoyo moral para ella.

—Todo va a estar bien.
—Sí, estoy segura.

En el interior del lugar, Martín se aceró a la camilla, mirando con cierta aprensión a Rafael; tenía un parche en la nuca y lucía cansado y demacrado.

—Martín.

Se sentó al lado de él, queriendo decir tantas cosas, pero esperó a que fuera el momento apropiado.

—Hola.
—Hola.

Intuyó que Rafael iba a preguntarle si estaba bien; porque esa era una de las características de su amigo, estar siempre ocupándose de los demás.

—Pasaste un golpe fuerte ¿cómo te sientes ahora?
—Como si me hubiera chocado un camión —replicó Rafael.
—Te golpeaste la cabeza, pero no fue algo grave —Intentó sonar divertido—, tienes la cabeza dura ¿No es así?

Por un momento ninguno de los dos habló, y Rafael comprendió que Martín tenía algo que decirle; aun sentía sombras, pero estaba casi por completo seguro de que la presencia de su amigo en ese lugar no era circunstancial.

—Escucha, yo tengo que decirte esto.

Martín se sintió en paz para ser honesto, porque sabía que Rafael lo entendería.

—Yo me asusté. Cuando me dijiste eso el otro día, yo me asusté y no quise pensar en nada más; me aterrorizaba la idea de que mi vida fuera controlada por alguien o algo. Pero no son las personas, son los hechos.

Respiró profundo, y se atrevió a pronunciar las palabras; desde ese momento, ya no habría forma de cambiarlo, sería una realidad que tendría que afrontar de la mejor forma posible.

—Tú lo dijiste y yo no quise escuchar.
—Martín…
—Déjame terminar, necesito que me escuches. Rafael, yo había decidido ayer hablar contigo para solucionar todo, pero realmente aún estaba negándome a esa verdad. Y hoy cuando estaba en ese lugar, de pronto simplemente lo entendí, y lo supe, supe que estabas ahí, y me preocupé porque sentí que podía pasarte algo malo.
Mira, para ser honesto, no entiendo lo que está sucediendo, pero sé que tuviste razón en lo que dijiste en primer lugar. Ahora quiero que descanses, después vamos a poder hablar con más calma.
—Martín…

Rafael lo detuvo; aun había algo que debía decir.

—Gracias.
—No hay nada que agradecer.  Escucha, Carlos me dijo que los sentimientos no se equivocan, y tiene razón en eso; una vez te dije que habías sido un poco cursi, pero ahora me toca a mí. Eres mi hermano, Rafael, y lo que sea que esté pasando, lo vamos a enfrentar juntos.

Rafael se incorporó en la canilla, y los dos hombres se dieron un abrazo que fue la muestra de haber resuelto sus anteriores diferencias, y al mismo tiempo un gesto honesto de unión y preocupación mutua.

—Tú también eres mi hermano —replicó Rafael—. solo quiero que todo se solucione.
—Habrá tiempo para eso —dijo Martín—. Pero primero tienes que ponerte bien de ese golpe; luego vamos a hablar todo, me vas a contar todo lo que sucedió, y juntos vamos a ver qué hacer.

3


A pesar de lo impactante del accidente en el que se vio involucrado, Rafael tuvo un diagnóstico de herida leve; según lo que pudieron establecer más tarde de acuerdo con el reporte de la policía, Rafael estaba a determinada distancia del lugar en donde detonó el artefacto, y la explosión lo arrojó contra una pared cercana, que era de piedra y tenía ciertos relieves. Se golpeó y cortó en la parte trasera de la cabeza, sufriendo una pérdida momentánea de consciencia y un traumatismo, para el cual se recetó un medicamento apropiado y reposo por dos días. Magdalena acompañó a su hermano a su departamento y se quedó con él hasta la tarde, tras lo cual fue Martín quien tomó el relevo, aunque ante las protestas de Rafael por no dejarlo a solas en su propia casa.
El jueves Rafael despertó con una sensación generalizada de cansancio, pero con menos dolor que la jornada anterior; después de levantarse fue a la sala, en donde se encontró con Martín, quien estaba recogiendo la ropa de cama con la que se había cobijado en el sofá.

—Buenos días.
—Buen día —Martín lo saludó con energía—, deberías haber aprovechado que estás con descanso estos días y haber dormido más ¿No crees? Apenas dan las ocho treinta.
—Sí, es que no tengo sueño y estoy acostumbrado al horario. ¿Cómo dormiste?

El trigueño le dedicó una mirada condescendiente.

—Ya empezaste; eres el del accidente, no yo, se supone que esa pregunta la hago yo.

Se cruzó de brazos con gesto severo. Rafael sonrió.

—Ésta bien, está bien. Martín, gracias por preguntar, dormí sin novedad y me siento mejor que ayer. Y no se me ha desprendido el parche ni veo doble o algo así.
—Muy bien, eso me parece mejor.

El moreno se sentó en uno de los sillones mientras tanto.

—¿Incómodo?
—No, tú sofá está bastante bien, aunque tengo que decir que aquí hace más calor que en mi departamento, todavía, por eso me di una ducha rápida al levantarme. ¿Tomamos desayuno?
—Si quieres saca las cosas del refrigerador y pon agua para café, mientras me doy una ducha También.
—¿Necesitas ayuda?

Rafael lo miró con las cejas levantadas y un asomo de sonrisa.

—Martín, me golpeé la cabeza, no perdí un órgano. Por favor no te pongas como mi hermana.

El otro se estaba riendo; era una broma que ayudaba a ambos a sentirse en un ambiente más distendido.

—Oye, gracias a mi es que Magdalena se convenció de dejarte aquí y no quedarse como enfermera; con mi argumento de que si necesitabas algo lo arreglaría mejor yo porque entre hombres nos entendemos salvé la situación.
—Eso es cierto; amo a mi hermana, pero de verdad estoy bien, puedo hacer todo por mí mismo. De todos modos, de verdad te agradezco por todo, eres el mejor.
—Eso ya lo sé.

Poco después estaban ante la mesa en la pequeña cocina; después de todo lo ocurrido en el día anterior, estar haciendo algo tan sencillo como desayunar junto a Martín era un cambio del cielo a la tierra.

—¿Y crees que todo esté bien en la tienda estos dos días?
—Sí, cuando me llamaron ayer de recursos humanos les dije que dejaran todo en manos de dos vendedores que son de confianza. En realidad, es Sara en quien confío, pero decidí dejar a dos personas para que no se genere alguna idea de preferencias o algo.
—Eso estuvo bien pensado —replicó Martín —. Ahora, cambiando de tema ¿Crees que sea momento ya para que hablemos del otro asunto?

A Rafael le resultaba sorprendente ver cómo todo entre ellos había vuelto a la normalidad; no hicieron falta demasiadas palabras, y nuevamente era como siempre, esa confianza y naturalidad total entre los dos. Sin embargo, notó que Martín no había mencionado de nuevo nada relacionado con lo sucedido antes.

—Pienso que sí, pero de todos modos tengo que decir que hay muchas cosas que no puedo explicar bien.
—Porque simplemente son así —Observó Martín —. Sí, estuve pensando en eso, es lo mismo que me pasó. No puedo explicar cómo supe que ibas a estar ahí, solo lo sabía. Así que estoy listo para escuchar toda la historia.

De pronto, Rafael se encontró contándole todo lo que recordaba del último tiempo; desde aquellas extrañas sensaciones, hasta los sueños que parecían ser suyos, pero en realidad no lo eran; su amigo en todo momento lo escuchó con suma atención.

—Entonces esa noche cuando te escuché gritar, no estabas teniendo una simple pesadilla —comentó Martín—, se trataba de lo mismo. Me siento culpable por no haber podido estar en ese momento.
—No, eso no —Lo interrumpió Rafael—. No quiero que te sientas culpable, no quiero culpas ni nada por el estilo; todo esto es algo que no estaba dentro de lo común, culparnos no sirve de nada.
—Pero entonces ¿Quiere decir que todo esto era una especie de advertencia?
—Eso es lo que concluí después de mucho pensarlo —Explicó el moreno—, es por eso que yo supe lo que iba a pasar; los hechos se están repitiendo.

Martín se lo pensó un momento; en la interna, seguía temeroso de esa situación intangible e inexplicable, pero se esforzaba por hacer que su lado sensato no perdiera el norte.

—Y dices que en esos recuerdos tú y yo somos parecidos a ellos ¿Cómo si hubiésemos reencarnado o algo por el estilo?
—No, no lo veo de esa forma —Explicó Rafael—, porque no son mis recuerdos, no es como si estuviera viendo algo que me pasó antes.
—Pero hay un parecido, eso tiene que significar algo.

Rafael hizo un gesto amplio con los brazos.

—¿Una nueva oportunidad? Te estoy contando que ellos murieron jóvenes, de seguro tendrían nuestra edad o menos; quizás se trata de que volvieron, pero en otra forma, y hay una especie de intento por evitar que se repita una desgracia.
—Sí, eso lo entiendo —Observó el otro hombre, pensativo—, pero hay algo en todo esto que no me deja en paz. ¿Por qué piensas que este hombre que le dices Miguel está muerto?

La pregunta descolocó a Rafael.

—¿Qué? Pues te lo dije, te expliqué todo lo que vi.
—Sí, pero tú no lo sabes de una forma concreta.
—¿De qué estás hablando?

Martín lucía serio y pensativo en esos momentos; incluso con todos los hechos que había escuchado, aun había algo que podía analizar y entender.

—Escucha, no estoy tratando de poner en duda lo que dices, pero este es el asunto: tú, o él en ese caso, vio a su pareja morir. Dijiste que murió en sus brazos y eso es algo que puedo entender muy bien. Pero tú no viste cómo murió Miguel.
—Pues claro que no —Protestó el moreno—, son sus recuerdos, es lógico que no sepa cómo murió.
—Espera, espera, estoy tirando ideas al aire. Dejemos eso ahí un momento ¿Es un incendio?

Eso sí se lo había preguntado con anterioridad, y tenía una respuesta clara para eso.

—No es un incendio; no puedo explicarlo, pero no es un incendio, se trata de otra cosa. No sé adónde quieres llegar, pero él murió allí también, de eso se trata todo esto.

Martín tampoco lo sabía, pero estaba dejando que los pensamientos se volvieran palabras.

—Y dijiste que lo que viste…lo que sucedía es que su pareja tenía estas heridas, y él lo abrazaba al verlo morir.
—Y juraba que estarían juntos.

No supo cómo, pero al repensar en eso, Martín lo compendió.

—Eso es.
—¿Qué?
—La promesa —Explicó con lentitud, mientras aun juntaba todas las piezas—, dijiste que prometía que estarían juntos para siempre, es como jurar que estarían unidos en la muerte, pero ¿Y si no fue así?
—No sé si estoy preparado para lo que sea que me vayas a decir —apuntó Rafael.
—Es sólo que cuando lo pienso, tiene sentido —Afirmó Martín—. Me quedé pensando en lo que dijiste, y piensa que yo no había pensado ni sentido nada antes de ayer. Pero ayer sí sentí algo —Continuó con seriedad—. Sentí que iba a pasar algo malo, y que tú estarías en ese sitio; dijiste que no eran los hechos, que eran las personas, pero ¿Y si en realidad sí fueran las personas, pero no nosotros?
—No entiendo.

Martín se puso de pie e hizo un gesto muy amplio con los manos.

—Yo tampoco; pero esto es lo que estoy tratando de decir: yo pienso que hay una energía, un algo que viene de nosotros y que no termina cuando uno ya no está aquí. Miguel ve herido a su pareja, se aferra a él, promete que estarán juntos en la muerte, pero ¿Y si algo los separó?
—¿Algo como qué? —Preguntó Rafael, con un hilo de voz.
—Una explosión —replicó Martín—. Una explosión como la de ayer ¿Qué pasaría si ellos hubieran estado en otro atentado, pero en vez de una bomba, fueran dos? ¿Qué pasaría si en ese último momento, ocurriera algo que los apartara?

Estaría siempre buscándolo en la eternidad; entonces se trataba de eso, siempre fue eso.

—Tienes razón; Martín, eso es, diste en el clavo. Entonces ¿Es eso?
—Eso creo, te digo que sólo estoy dejando que las palabras salgan por si solas. Si fuera así, entonces todo lo que ha estado pasando sí se repitió, y eso quiere decir que podemos descubrir quiénes son ellos y qué fue lo que sucedió.

Fue a la puerta rápidamente.

—¿Adónde vas?
—A mi departamento, voy por mi laptop.
—Pero tengo un ordenador aquí.
—Rafael, aunque no ejerza, soy analista de datos, y un analista siempre trabaja mejor en su propia máquina. Escucha, esto es una apuesta, pero si todo esto que dije no son solo locuras, quiere decir que podemos rastrear esto. Lo tenemos que intentar.

Poco después estaba de regreso y dispuso el portátil en la mesa; ingresó a una serie de sitios de almacenaje de datos y noticias, hasta que dio con un resultado.

—Mira, no hay muchos atentados con bomba en este país además del de ayer, y suponiendo que la búsqueda sea solo en esta ciudad, hay uno hace dos años, uno hace siete, otro hace doce y nada más; no, espera, hay otro hace treinta años. Es este, en el de hace treinta años murieron varias personas, en el de hace doce uno, y era un señor de edad avanzada.

¿Treinta años atrás? La idea resultaba estremecedora, porque dejaba entrever una historia de dolor mucho más compleja; al mismo tiempo, explicaba ese constante sentimiento de angustia, la necesidad de proteger la intimidad de la pareja, porque en efecto, vivían en una sociedad mucho más agresiva e intolerante.

—¿Dónde fue ese atentado?

Martín se quedó sin palabras al ver la información en el sitio; allí, una foto borrosa en blanco y negro era apenas distinguible en la digitalización de la noticia impresa.

—No puede ser.
—¿Qué?
—La foto —Explicó Martín, aunque sin salir de su asombro—. Rafael, ese atentado hace treinta años fue en la plaza de armas, en el edificio donde se encuentra la catedral.
—Cielos.
—No, no es eso. El otro día estuve ahí, fui a una entrevista de trabajo en la librería que está justo al lado; pasé por el costado del memorial y no me paré a mirarlo.
—Esa es una coincidencia enorme —Apuntó Rafael, sorprendido.
—No estoy hablando de eso. Dentro de la tienda había una foto, era antigua, y cuando la vi, sentí como si antes ya la hubiera visto. Rafael, creo que uno de ellos está en esa foto.

El otro hombre se puso de pie de inmediato al escuchar eso.

—Entonces tenemos que ir; tal vez ahí podamos descubrir algo más.
—¿No prefieres esperar a que ya se termine tu reposo?
—¿Estás loco? —exclamó mientras iba hacia su cuarto—. No puedo dejar pasar esta oportunidad. Me cambio y salimos de inmediato.
—De acuerdo, hagámoslo entonces.

Poco más tarde, los dos amigos llegaron al lugar y se detuvieron ante el memorial de piedra que estaba ubicado en la plaza, enfrente de la iglesia; la estructura fría y oscura ostentaba una placa en donde figuraban nombres de cinco personas.

—En su memoria, para que nunca otra vez pase algo como esto, para que nunca otra vez alguien corte alas.

Rafael leyó la inscripción con una cierta melancolía; estaban cerca, y al mismo tiempo tan irreparablemente lejos de todo aquello.

—Vamos.

En ese momento, todos los vendedores estaban ocupados, de modo que pudieron entrar sin ser interrumpidos; los dos hombres se quedaron quietos, mirando la antigua fotografía en la pared, esperando encontrar algo en ella. Tras unos momentos de análisis, ambos lo hicieron.

—No puedo creerlo; es él, el segundo de la izquierda. Soy yo, es decir, se parece a mí.
—Es cierto —murmuró Rafael—, lo encontramos.


Próximo capítulo: Camino al pasado

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