Narices frías Capítulo 27: Silencio en el cielo





Román no se podía creer que le hubieran dado libre la noche y el día siguiente después de todo lo que había pasado; en regla era la noche desde las ocho hasta las tres del martes, pero de todos modos era algo muy extraño.
No había hecho algo especial, ni rescatado a alguien en una situación extrema; en ambos casos llegó demasiado tarde para poder hacer algo al respecto, y solo se hizo cargo de la misma forma que lo habría hecho otro oficial en su lugar. Pero su jefe no quiso escucharlo y lo envió fuera de la unidad de inmediato.
El asunto es que Román no tenía ganas de estar fuera del trabajo.
Pasó a comprar una cena preparada y tras asegurarse de cerrar muy bien la bolsa para que no dejara olor en el asiento trasero, subió al auto y emprendió rumbo hacia su departamento, pero se detuvo en el primer semáforo. Daban las ocho treinta, y el distrito parecía mucho más silencioso y tranquilo que un par de horas antes, e ignorante por completo de los horrores vividos en el interior de sus calles; alrededor, algunas personas paseaban con sus mascotas, dedicados y alegres de dedicarles tiempo y atención en sus ratos libres. Él nunca había tenido mascotas ni pensaba tenerlas, ya que su experiencia con los animales había sido lo su suficientemente traumática como para no querer tener algo que ver con las mascotas de un modo tan cercano.
Recordaba de un modo bastarte vago lo que sentía con respecto a los animales cuando era pequeño, pero nunca había olvidado cuando tenía ocho años y tuvo la mala fortuna de encontrar un perro en la calle, y llevarlo a casa; al verlo en retrospectiva era bastante lógico que fuese imposible tenerlo en el hogar, ya que la casa en el pueblo en el que vivían era pobre, pero eso de ninguna forma justificaba lo que había sucedido después. Su padre le arrebató el cachorro y lo arrojó a la calle, dándose la casualidad cósmica de que el indefenso animal se estrelló de cabeza contra el suelo, muriendo casi al instante; Román había soñado por muchos años con la patética imagen del pequeño animal sobre el suelo, despojado de vida y dignidad, convertido en sangre y tendones. Por supuesto que le dieron una tunda y ni padre ni madre se compadecieron de él, pero el dolor por los golpes había terminado por pasar, de igual modo que las palabras que le dijeron terminaron por convertirse en borrones a medida que pasaba el tiempo, pero esa imagen nunca se fue.
Esa imagen era culpa. A lo largo de los años y con mayor fuerza desde que se convirtió en policía, aprendió a entender el mundo y las consecuencias de su labor, y a separar la causalidad de los daños. Un oficial de la ley debía aprender que era imposible conseguir una labor prefecta, y que muchas cosas saldrían mal durante el ejercicio, sin importar cuánto se esforzara por evitarlo; morían inocentes a manos de delincuentes, y estos mismos en algún atraco, o un accidente causaba lesionados de todo tipo. Si no podía ser perfecto, al menos tenía el firme propósito de hacer todo lo que estuviera en su poder, y en el fondo sabía que cuando se saltó las reglas o hizo algo más allá de su cargo, siempre fue para ayudar o salvar a alguien, sin importarle si eso lo perjudicaba.
Pero la muerte de ese cachorro había sido su culpa. Desde siempre había tenido esa imagen, y sabía que lo perseguiría sin terminar, porque no existía justificación posible para haber cometido ese acto, sin importar que fuese un niño cuando ocurrió; porque tenía ocho años, pero sus padres siempre fueron violentos y desatendidos con él, por lo que ya sabía que pasaría algo malo si desobedecía cualquiera de sus reglas, entre las que estaba no llevar visitas ni animales. Él no había sido la mano, pero sin duda fue el artífice de esa muerte, y sin importar cuánto luchara o a cuánta gente salvara, nunca podría ser lo bastante bueno como para retroceder el tiempo y salvar una vida que fue destruida por su causa.
Ya no podía seguir negándolo: no le gustaba el distrito. Había algo indefinible con lo que no se había sentido cómodo desde un principio, y haber encontrado tres cadáveres en su primera semana no había ayudado a mejorar su percepción del lugar. Aparcó después de avanzar escasas dos cuadras, sintiendo que no iba a querer comer en cuanto llegara al departamento; había algo en todo ese sitio, y él no había sido capaz de encontrar cuál era la razón que le causaba esa incomodidad. Pero, cuando estaba sentado al volante de su auto, detenido y con el suave ronroneo del motor como única compañía, todas las piezas encajaron, y la pregunta formulada de forma inconsciente se volvió una oscura y dura realidad ante sus sentidos, con tal fuerza que se vio en la obligación de salir del vehículo y quedarse de pie a su lado, para confirmarlo.
Muy pocas cosas buenas habían salido de su niñez, pero sin duda una de ellas era tener los sentidos agudos hasta niveles sorprendentes; había aprendido a no oír y no ver en situaciones cotidianas, pero en el fondo de su ser esa característica siempre estaba activa. De seguro, si no hubiese estado recién llegado y con dos casos tan fuertes a cuestas lo habría notado antes, pero no tuvo oportunidad, y además se trataba de algo tan evidente que resultaba inverosímil ¿Podía estar en un error?
Volvió a subir al auto y condujo a mayor velocidad, pero en vez de ir a su casa, localizó una plaza cercana, en donde aún paseaba algún rezagado o una pareja romántica no se percataba del tiempo; indiferente de ellos, miró en una y otra dirección, sin querer convencerse de la idea que se estaba formando en su cabeza, porque sonaba demasiado espantosa para ser posible. Volvió a avanzar, y por largos minutos estuvo deambulando por unas calles y otras, entendiendo que cada momento en que no se sintió a gusto y soslayó los pensamientos, su parte instintiva había hecho una conexión, diciéndole a su mente que a su alrededor existía algo, un espacio en blanco que no debería.
Las calles se sucedían como estructuras inertes; Román miró cornisas, techos, copas de árboles y plantas, y a medida que se desplazaba unió cada pieza que ignoró antes, armando un rompecabezas del cual anticipaba la imagen, pero no el motivo de su creación. No era un hombre supersticioso, pero entendía el funcionamiento de las cosas del mundo como una cadena de la cual los seres humanos formaban parte, no central sino como eslabones; la humanidad generalmente pretendía cosas demasiado ambiciosas, que la naturaleza se encargaba de opacar con un terremoto o una tormenta de rayos, y cada vez que se le torcía la mano al orden, algo se obtenía en respuesta.
Pero el algo en ese caso, en ese distrito en donde se encontraba, era la nada.
Volvió a aparcar, detuvo el motor y se permitió subir las ventanas y encerrarse en el silencio sordo del interior, queriendo gritar por lo que había descubierto, presa de un temor absurdo e infantil que le hablaba al oído con la suavidad de una pluma pero hería su conciencia como una espina de hielo. Luego, ese instante desbocado de angustia pasó, y pudo respirar, volver a sentir los dedos apretados en los puños y los músculos del cuerpo apretados, tensos e inmóviles; ese miedo había sido solo un momento de debilidad al entender, pero después de eso ya podía comprender, asociar las ideas y entender como un hombre adulto la completa historia que se estaba desarrollando a su alrededor, y de la que él era una parte insignificante.
No había nidos de aves en los árboles. No había lagartijas en las enredaderas, ni roedores escabulléndose por los contornos de las paredes de los edificios; no había palomas en busca de migajas en una esquina, ni los astutos gorriones tomando un botín para escapar con él. Tampoco había gatos vagando con su aspecto salvaje y elegante a la vez, resplandeciendo sus ojos como lunas doradas en contraste con las sombras que nunca los expulsaban. Ni perros rebeldes persiguiendo los carros o durmiendo en cómicas poses en cualquier parte, o marcando territorio para el poderoso olfato de los otros. Nada de esto había, pero lo más fuerte, lo que había hecho la conexión final, fue el imposible viento sin interrupciones que susurraba en esa incipiente noche; se desplazaba libre y sin oposición, acariciando los muros y rozando los pétalos, desplazándose de un punto a otro en campo traviesa.
Sin oponentes en su permanente firmamento, se movía al compás de una melodía única que nadie podía escuchar, sin que sus notas fuesen cortadas por un trino o el aleteo de espada de un despegue. Nada había, porque no había animales alrededor que pudieran interrumpir al viento, y su ausencia total de sonido fue para él peor que cualquier grito en sus oídos, porque no había forma de combatirlo, no se podía acallar, y desde ese momento ningún sonido sería tan alto o intenso como para apartar su mente del silencio.
No obstante, más allá de lo que estaba sintiendo, su mente tuvo que sobreponerse y pensar en que todo eso significaba desde un punto de vista lógico. En el distrito había muchos animales, sí, pero al parecer todos ellos provenían del mismo lugar, y no existía rastro de otros abandonados o salvajes en las calles o cerca de las casas, y para que eso fuese una realidad, solo se le ocurrían dos alternativas; o fueron eliminados por mano humana, lo que hablaba de una acción de destrucción de fauna de niveles estratosféricos, o había sucedido algo que los hizo salir de allí. ¿Qué podía ser tan enorme como para espantar de los rincones hasta el último par de ojos que pudiese ser testigo?
La radio seguía conectada a la frecuencia de la policía, y su sonido consiguió filtrarse por entre sus pensamientos; escuchó con actitud ajena, inmóvil e insensible cómo la voz decía que se había reportado la desaparición de una persona con problemas mentales. Un humano perdido en una selva sin animales.


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Narices frías Capítulo 26: Anticipación





Tres muertes en los alrededores; Carlos estaba leyendo distraídamente las tendencias locales en el móvil cuando un ruido en el primer piso lo distrajo. Después de un momento entendió que solo era su madre hablando con el perro.
Los hechos delictuales nunca salían en las noticias importantes; tenía que suceder algo grande para que los medios prestaran atención a lo que pasaba en el distrito, como aquella maldita empresa de animales que tenía a todos embobados. Por lo general las noticias sectoriales eran muy aburridas y se centraban en eventos culturales y cosas por el estilo, pero en esa ocasión eran palabras mayores; tendido sobre la cama, decidió que no tenía más que hacer que investigar un poco al respecto, ya que no tenía tarea, y aunque la hubiese tenido, estaba desganado.
Las fuentes oficiales siempre censuraban la información, así que entró en un foro que conocía y navegó un poco hasta dar con el lugar indicado: en principio, se sorprendió de descubrir que las muertes en los últimos tres días no eran tres, sino cuatro. El primero, un accidente en el que un doctor tropezó en un semáforo y cayó delante de un camión; había una foto bastante clara de cómo un brazo había quedado debajo de la rueda delantera, desprendido del torso. Eso había sido el viernes por la tarde, seguido no de muy lejos por otra cosa anunciada el sábado, aunque al parecer se trataba de algo de un poco antes: habían encontrado a un matrimonio muerto en una casa, junto a una niña pequeña que estaba en el interior del lugar; las fotos tomadas por los vecinos solo mostraban el exterior de la casa, la cinta de seguridad en el perímetro y los vehículos de la policía, así como oficiales, pero por lo visto nadie alcanzó a ir tomar imágenes directas. Sin embargo, alguien comentaba que había un olor insoportable en el lugar y que los gritos que se escuchaban de la niña eran peores que en una película de terror cuando la sacaron de la casa.
Pero en el subforo de audio no había registro de eso; se dijo que la gente era muy desprolija al confiar tanto en las cámaras y no tener la precaución de usar la grabadora de audio del móvil en momentos en donde era útil.
Se sorprendió de ver que el último caso era más complejo de lo que parecía. Un hombre había entrado a la casa de su vecino la noche pasada y lo había apuñalado, pero no estaba muerto, o al menos no lo estaba hasta lo último que se sabía; el muerto en ese caso era el hijo del atacante, que según lo que se había filtrado, había sido asesinado por su propio padre.
Fue hasta los datos y al ver la imagen del hombre se quedó de una pieza: él conocía a esa gente. En realidad no de forma personal, pero sabía de quién se trataba; un hombre con un hijo y una novia, ella era muy bonita. Los había visto en la plaza en algunas ocasiones, paseando con un gato blanco en brazos, y le había parecido tonto que llevaran al animal de esa forma, como si le fuese a pasar algo por el simple hecho de tocar el suelo. Quizás era para que no se ensuciara el pelaje, pero era absurdo que alguien hiciera algo como eso, porque a los animales no les pasaba algo malo por ensuciarse.
De pronto se le ocurrió que eso fuera alguna de esas tontas medidas que inventaban en Narices frías para sacarle más dinero a la gente y tenerla siempre pendiente de esos comerciales y comunicados; había un foro en donde algunas personas decían que todo eso era una especie de enorme negocio entre distintas empresas que estaban relacionadas entre sí, y que se beneficiaban de Narices frías. Esa empresa vendía a los animales y todo ese concepto de cuidado extremo, con una clínica casi a domicilio, mantenimiento, consejos de qué darles de comer y hasta qué shampoo usar para limpiarlos, y las empresas proveían de esos productos con todas las características necesarias, para que personas como sus padres hicieran caso sin pensar y siguieran todas las instrucciones.
Tenía sentido, excepto porque no parecía malo, no había precios altos o un monopolio contra el que alguien reclamara; las pequeñas tiendas de mascotas en el distrito habían sido absorbidas por ese gigante, quien pagó unas cifras increíbles, pero no para hacerlas desaparecer, sino para convertirlas en pequeñas sucursales. Los archivos de noticias decían que varias se habían negado, pero que al ver cómo su publico disminuía y les ofrecían mucho dinero por la franquicia, terminaron por caer como siempre ocurre cuando llegaba una gran empresa a una ciudad: todos estaban felices y el negocio parecía perfecto para todos los involucrados, lo que hacía imposible destacar algo negativo en los noticieros grandes.
Seguía vagando por algunas noticias en el foro cuando se le ocurrió que no sabía si esa empresa tenía alguna clase de plan de acción para ayudar a sus mascotas en un caso como el que había visto. Si ese hombre había asesinado a su hijo y apuñalado al vecino, no era muy probable que se pudiera hacer cargo del gato; sintiendo un fuerte rechazo por la idea de visitar el sitio de esa empresa, optó por hacerlo en un navegador de incógnito para no quedar con huellas de su paso por ahí.
Después de un video introductorio que le pareció insoportable y que no podía saltar, en donde el viejo rostro publicitario estaba jugando con el perro símbolo en cámara lenta, al fin pudo entrar a la página, y fue directo hasta el apartado de ayuda y preguntas frecuentes. Había una enorme cantidad de preguntas divididas por tipo de animal, pero lo que le sorprendió de verdad fue que había una sección de comentarios que redirigía a redes sociales, en donde había tal cantidad de comentarios y posteos que se extrañó de nunca haberlo visto en tendencias; intrigado, usó su cuenta secundaria para espiar en la red social y buscó la tendencia indicada.
Por la cantidad de posteos, debería estar entre las primeras nacionales, pero aunque sí aparecía en las listas del analítico, no se llevaba el primer lugar por alguna razón que se le escapaba; personalizó en su perfil las opciones relacionadas con mascotas y animales, y solo en ese momento pudo verla en primeros puestos. Generalmente las empresas pagaban por estar visibles en las redes, pero en este caso era al contrario, como si no quisieran ser vistos a pesar de la gran cantidad de publicidad que estaba por todas partes.
La mayor parte de los post eran de personas luciendo el nuevo juguete o accesorio o comentando con flores y corazones la última foto del animal en cuestión; no había mucho que analizar, porque al igual que la publicidad de esa empresa, los comentarios de unos usuarios hacia otros eran todo dulces y colores. Entonces tomó la decisión de hacer un comentario en donde se preguntaba qué pasaría con ese pobre animal tras aquel terrible hecho, y cuando no habían pasado cinco segundos, comenzaron a llegar comentarios de personas que se unían en hilo a la misma pregunta, incluso informándose entre ellas acerca de cuál era el terrible hecho policial. No tardaron en aparecer vecinos o supuestos, que afirmaban haber visto que un oficial de la policía había tomado al felino para protegerlo en la escena del crimen.
Carlos opinaba que era muy improbable que una de esas mascotas necesitara algún tipo de protección, pero no hizo comentarios en el hilo y dejó que los amables samaritanos se explayaran hablando del asunto. Que alguien vio que era un gato blanco, que era muy bonito, que quizás qué tragedia había tenido lugar en esa familia, que pobre niño; y apareció alguien diciendo que sabía lo que iba a suceder, explicaba que cuando en una familia sucedía alguna clase de accidente que impedía que pudieran hacerse cargo de la mascota, un equipo especializado la recibía y se ocupaba de ella hasta que pudiese volver con los suyos.
Pero ¿Cómo iba a volver con los suyos si en esa familia ya no quedaban miembros? No se imaginaba que la novia de ese sujeto quisiera quedarse con el perro de un hombre que había asesinado a su hijo y casi matado a alguien más. Y en ese momento, una idea pasó por su mente, algo que lo hizo ponerse rígido y frío, pero que en su mente tenía sentido total. Navegó un poco más por el sitio, hasta que encontró el registro de mascotas, o como lo llamaban ahí, de hijos adoptados; después de una larga declaración de principios en donde repetían muchas veces cuánto amaban a los animales, estaba el registro actualizado, con datos del nombre y raza del animal, y la información de quien realizó el procedimiento. Después de hacer otras averiguaciones en el foro de noticias en donde supo de todos esos detalles, comprobó que las dos muertes más extrañas eran en casas donde tenían mascotas de Narices frías, mientras que tanto el hombre atropellado como el sujeto acuchillado no las tenían; ambos casos involucraban muertes muy violentas, una cometida por el propio padre, y la otra en una situación misteriosa que había dejado dos cadáveres junto a una niña pequeña.
Y en ambos casos, las mascotas estuvieron ahí; caminaron junto al río de la muerte sin ser nunca salpicadas por ella, indiferentes a los eventos sucedidos, sin huir y siendo protegidos de inmediato. Resultaba curioso que pareciera que la gente estaba más preocupada de su bienestar que del de los humanos; a fin de cuentas, según su propia convicción, esbozada en los comentarios pero nunca dicha, las personas ya estaban muertas, y los sobrevivientes tendrían que acostumbrarse a los hechos, mientras que las mascotas eran seres por completo indefensos, expuestos a los malos designios del destino e incapaces de defenderse por sí solos de los males del mundo.
Pero él sabía que eso no era así; sabía lo que había en ese perro y conocía al enemigo como para saber que la inocencia era solo una distracción para hacer que los demás creyeran en el ¿Podría haber sido él un número más en esa estadística de fin de semana, otro cadáver del que no se preocuparan lo suficiente por estar preocupándose de los traumas de la mascota? No tenía respuesta para eso, y tampoco alguien con quien hablar; estaba solo en su cuarto, con débiles puertas y ventanas resguardando una intimidad frágil y cuestionable, y las razonables dudas que solo él entendía.


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Narices frías Capítulo 25: Trozos de vidrio





Greta estaba descubriendo que lo que ella pensaba de sí misma sobre no querer socializar era algo ínfimo en comparación con la actitud de Matías.

—Quiero saber qué haces a diario, aparte de andar por los techos
—Nada —replicó él—, el próximo año van a meterme a un instituto.
—¿Por qué no tienes amigos?
—¿Por qué no los tienes tú?
—Ah pero que bonito —exclamó ella algo picada—, de pronto sabes cosas en vez de solo decir "Sí" o "Ajá"

Matías se encogió de hombros, pero no lucía agresivo en lo absoluto.

—No te gusta la gente —observó con tono grave.
—No.
—Y no quieres que les diga a tus padres.

Si había algo que era común a los jóvenes de cualquier época era un tipo de reacción ante la intromisión de los padres; algunos se mostraban excesivamente indiferentes y otros rogaban para no ser acusados, pero en el caso de ese muchacho no había expresión.

—No puedo evitarlo si quieres decirles.
—Pero preferirías que no lo hiciera.
—Preferiría ser invisible.

Tal vez ese comportamiento hacía que sus padres se preocuparan tanto, aunque a decir verdad ellos siempre estaban llegando y saliendo, por lo que aunque a ese matrimonio se le viera seguido, en realidad se podía saber de ellos lo mismo que de su hijo invisible.

—No es necesario que seas invisible. Pero sí tienes que arreglar mi techo.
—Está bien.

Podía perderse en el infinito de esos silencios que aparecían después de las respuestas cortas. Y sin embargo no le parecía un mal muchacho.

—En ese mismo patio que estropeaste hay cosas para que puedas arreglar ¿sabes qué hacer?
—Sí.
—Vamos a hacer esto —dijo finalmente—, si lo arreglas hoy no le diré nada a tus padres y podrás seguir escapando por los techos. Siempre que no vuelvas a romper el mío. Ahora ve a reparar ese techo.

El muchacho se puso de pie y caminó lentamente hacia el pasillo que llevaba al patio trasero, pero a medio camino se detuvo y se volteó para mirarla detenidamente.

—¿Qué pasa muchacho?
—Eres distinta —dijo sin dejar de mirarla—, hablas como si fueras de otra época.

Greta no supo cómo tomar ese comentario.

—Eso es porque soy de otra época —respondió seriamente—, se nota de lejos.

Matías no dio seña de haber escuchado sus palabras, la miró un momento más y volvió a caminar hacia el patio. Unos momentos después se sintió sonido de cosas moviéndose en el patio.

—Que muchacho tan raro...

Pero que Matías hubiera caído en su techo no tenía por qué ser tan malo. Se puso de pie y caminó hacia el patio, donde se lo encontró de cuclillas revisando un viejo cajón de herramientas.

—¿Sabes de internet y esas cosas modernas?
—Claro.
—Por supuesto —dijo ella—, es como si fueras de otra época.

Estaba sorprendida de las habilidades de Matías para las herramientas; en un menos de una hora restauró el techo que había roto al caer, y hasta le dio una demostración un poco terrorífica volviendo a subirse al mismo sitio, que en esa ocasión sí soportó su peso. Una vez dentro otra vez se limpió y volvió a parecer el mismo extraterrestre de antes. Casi era mediodía.

—Hiciste un buen trabajo.

Ni rastro de respuesta; no estaba segura de invitarlo a almorzar, pero por las dudas había preparado una ensalada de frutas como recompensa por un trabajo bien realizado. No le sorprendió verlo sentarse y comer sin decir palabra.

—Y entonces sabes de computadoras y ese tipo de cosas.
—Sí.
—Entonces creo que podrías ayudarme en algo.

Matías levantó la vista del plato y la quedó mirando sin entender.

—¿Quieres que te ayude en algo?

La vez anterior la había tuteado a propósito, pero no sonaba como esos muchachos irrespetuosos que a veces se podía topar, más bien daba la impresión de estar interesado en el tema. Ya toda la situación era extraña, de modo que decidió que no era tan grave.

—Sí, quiero que me ayudes en algo. ¿Te parece extraño?
—Sí.

Tal vez tenía la autoestima muy baja, ella lo sabía porque había estado en situaciones similares, en las que sentía que no valía nada.

—Pues no es tan raro, sabes de internet y yo no, así que necesito tu ayuda.
—¿Para qué?
—Para investigar quién o qué están haciendo en la policía por el caso de ese hombre que apuñalaron en la noche.
—Se llama Dante.

Se quedaron mirando unos momentos. ¿Era su idea o por primera vez desde que lo viera en el patio estaba experimentando algún tipo de reacción? En esa ocasión incluso había dado información sin que ella se lo pidiera.

—Así que se llama Dante. ¿Y entonces me vas a ayudar?
—Sí.
—¿Porqué?

Otro silencio. Se dijo que realmente estaba muy vieja para esperar por respuestas, así que tendría que intentar apurar las cosas.

—Para hacer algo.

Podía ser una respuesta fruto del aburrimiento o de un interés de algún tipo. Pero le serviría.

—Entonces está decidido, me vas a ayudar a investigar esas cosas.
—Bien.
—Bien.

Un silencio más. ¿Por qué él parecía creer que se decían más cosas de las que en realidad se hablaban?

—Ahora sería bueno que me dijeras algo, así como por ejemplo cuándo vas a investigar lo que te dije.
—No lo sé.
—Esa no es una buena respuesta ¿Qué tal si empiezas ahora?
—Está bien.

Las preguntas abiertas no eran útiles con él; de pronto se sintió como hablando con un niño.

—¿Hay algún motivo por el que no estés haciendo nada?
—No puedo hacer nada aquí ¿O sí? No creo que tengas internet, no hay antenas ni cables afuera. Puedo usar mi teléfono, pero está en casa y me gasté la carga de este mes.

Era una observación absolutamente lógica. Tomó nota mental de eso, probablemente el muchacho no era retardado y ni siquiera poco inteligente, sino que veía las cosas desde otra dimensión.

—Es cierto. Y ¿Podías averiguar algunas cosas en tu teléfono si yo le pusiera dinero?
—Sí.

Greta suspiró, pensando en lo que alguien pensaría de ella al verla en una situación como esa: en la sala de su casa, hablando con un muchacho acerca de hacer averiguaciones sobre un hombre moribundo.

—¿Podrías hacerlo si fueras a buscarlo?
—No tengo nada que hacer.
—Está bien —concedió lentamente—, si quieres ir, ve, pero vuelve más tarde; tengo que hacer algunas cosas. No faltes.
—Ajá.

Se puso de pie simplemente y fue hacia atrás, pero la mujer mayor le señaló la puerta.

—Puedes salir por ahí.
—Mejor por el patio.

No discutió. Un momento después lo vio encaramarse en una pared y desaparecer de vista.
Era un muchacho raro, pensó Greta, pero no era mala persona. Estaba claro que tenía serios problemas de expresión pero, ¿Acaso ella no? Claro, ella hablaba sin dificultad, pero era muy antisocial como decía su doctor, y según el propio muchacho, no le gustaba la gente.
Tal vez eso explicaba por qué no le parecía conocido en un principio, porque a lo mejor se encerraba en su cuarto mientras sus padres estaban fuera, lo que era la mayor parte del tiempo al parecer. Por otro lado, ella solo salía muy poco, y las ideas que tenía de la gente eran fruto de fragmentos de su pasado mucho más sociable y partes mucho más pequeñas del presente.
¿Sería común que un chico de dieciocho años no estudiara o trabajara? resultaba bastante llamativo que no hiciera nada, ni siquiera trabajar, pero había dicho que iban a "meterlo" a un instituto, eso era algo muy raro.
Volvió a su caja de reliquias, y enchufó la máquina para comenzar con el pulido que dejara pospuesto para ocuparse de aquella visita inesperada. ¿Estaría bien de la mente? Es decir, se suponía que armara algún tipo de escándalo por el accidente, que llamara a la policía o a los vecinos al ver a un intruso, y en esos momentos desconocido en su casa y en semejantes circunstancias. Tal vez el hecho de estar permanentemente encerrada o aislada la hiciera menos proclive a las histerias de otras personas, o simplemente se trataba de la actitud del joven.
Un momento.
Sí, tal vez la edad la estaba afectando un poco, pero no podía sacarse esa idea de la mente; ese hombre herido pasaba por alguna situación y quizás estaba tan solo como ella, aunque aún peor por estar herido, si es que no estaba muerto.
Por la tarde estaba contenta con el resultado de su trabajo; había conseguido alejar un poco esos malos pensamientos y entre meditaciones había sacado adelante su propósito, teniendo una nueva figurilla lista para ir a venderla. Estaba guardando la maquinilla cuando sintió ruido en el patio de atrás.

—Por todos los cielos niño, no hagas eso, me asustaste.

No había sido como la vez anterior, ahora solo se había sobresaltado un poco al escuchar el ruido, pero supuso que era él antes de verlo.

—Dijiste que viniera más tarde.
—¿Es necesario que te pases por ahí en vez de llegar por la entrada? Las puertas no muerden.

Matías miró hacia la pared por la que se había deslizado como si hubiera algo allí. Y se quedó así; Greta se dio por vencida.

—Escucha, si quieres llegar por ahí está bien, pero no estoy en edad para seguir pasando sustos. Tal vez podrías hacer una señal o algo.

El joven se puso las manos delante de la boca, entrelazadas entre ellas como un globo, y sopló por un extremo: para su sorpresa el sonido era como el viento en la playa, una especie de arrullo ahogado y constante.

—Es perfecto —dijo al cabo de un momento—, me parece una buena señal si vas a llegar, pero si lo haces, yo doy dos palmadas y con eso sabes que te escuché. Si no, esperas un poco y lo vuelves a hacer ¿de acuerdo?
—Está bien.

Fue a sentarse a la sala y el jovencito la siguió. Él le dijo un número al que podía llamar y ella hizo la carga remota, tras lo cual él se metió en el teléfono casi como si estuviera conectado a él; después de unos minutos él levantó la vista.

—Hay un caso en la fiscalía —explicó con voz monocorde—, por homicidio frustrado. El hombre de la gata es quien trató de matar a Dante.
—¿El hombre de la gata?
—El que vive en la casa de junto —replicó él—, fue él.

Se quedó de una pieza al pensar en eso; le parecía del todo imposible que ese hombre pudiera cometer un acto como ese.

—¿Cómo lo supiste?
—Salió en una página de noticias locales, pero dieron de baja el post.
—¿El qué? —preguntó, confundida.
—El post, la noticia.
—No entiendo ¿Entonces no supiste eso por las noticias?
—No, en las noticias solo hablaban de ese matrimonio muerto que encontró la policía replicó él—, fue cerca de aquí. No dicen cómo murieron, pero parece que la hija estuvo encerrada con los cuerpos de los dos por un día o dos.

Greta no daba crédito a lo que escuchaba. Parecía como si, gracias a su impulso por conocer lo que había pasado con Dante, hubiera abierto la puerta a un mundo que desconocía por completo, uno cruel y violento.

—Cielos, es increíble. ¿Supiste algo más de Dante?
—Debe estar en la urgencia de calle noventa y uno —dijo él mientras buscaba algo en el móvil—, no debe tener familia, si lo ves por sus datos solo está su madre, pero por el número de teléfono que tiene, no está en esta ciudad.

Al menos eso último no la sorprendió, porque sabía que con unos simples datos se podía saber todo de alguien; o al menos muchas cosas.
Se miraron unos momentos más en silencio, hasta que sorprendida vio como él esbozaba una leve sonrisa.

—Me agradas.

Era la segunda cosa con sentimiento que decía en todo ese día. Greta sonrió aun ante su propia sorpresa.

—¿Por qué te agrado?
—Porque eres una persona, no un adulto —replicó como si eso lo explicara todo—, por eso.

No tenía mucho sentido, pero aunque lo conociera unas cuantas horas, no era difícil ver que era del tipo de persona que piensa de un modo muy especial. Con él cada palabra era muchas a la vez.

—¿Sabes lo que creo? —dijo sentándose— que todo lo que te pedí que hicieras es absurdo, me estoy volviendo sentimental con la edad. Quería hacer algo, no lo que hace todo el mundo, no solo mirar.
—Yo también quiero saber qué pasó —dijo él, en voz muy baja—, hay algo raro en algunas personas, algo malo.

Estaba ahí, frente a ella en la mitad de la sala, con un brazo al costado del cuerpo y el otro con el móvil, sin actitud, sin moverse, incluso sin mirar a ningún punto en particular, pero estaba ahí, diciendo con algo parecido a la convicción que pretendía lo mismo que ella. La mujer mayor iba a preguntarle sus razones, si es que era simple aburrimiento o si quizás existía algo más, pero esa mirada de antes la hizo cambiar de opinión y no preguntar, de pronto estaba estirando demasiado la cuerda con alguien a quien no conocía en realidad.
Tal vez la forma de aislarse de él era escapar mientras que la de ella era permanecer en una zona segura, encerrada en su casa junto con sus recuerdos y limpiando aquellas figuritas para poder venderlas.


Próximo capítulo: Anticipación

Narices frías Capítulo 24: Ojos dorados




El anuncio publicitario de Narices frías era una de las cosas más espeluznantes que Román había visto en su vida; era perfecto, filmado con un nivel de detalle tan alto que parecía que todo era casual y natural, como si de verdad la vida fuese como la pintaban ahí.
Después del descubrimiento del cuerpo del niño en la casa de junto al lugar en donde el hombre fue acuchillado, el oficial entregó la información necesaria, pero volvió a ocultar algo que vio ¿Se estaba volviendo loco? Había visto suficientes crímenes y cadáveres como para saber que esos dos últimos casos no eran los peores, pero de todos modos estaba carcomiendo su mente, y se trataba de algo que tenía un elemento común, un secreto del cual no había tenido el atrevimiento de hablar. ¿De qué hablaría en cualquier caso? Algo en su interior se lo decía, ese mismo instinto que lo llevó a entrar en la primera casa y a saber que el asesino estaba en el cuarto en la segunda, pero ese algo era muy similar a un presentimiento o un instinto, y eso no tenía un cuerpo concreto. Toda su vida se basaba en hechos comprobables, y aunque en ocasiones había seguido su instinto, esto siempre tenía que ver con una investigación; tomaba por una calle en vez de otra porque creía que eso era lo que había pensado el delincuente, investigaba a un sospechoso no considerado porque estaba tomando otra óptica ¿Y ahí? Ahí solo tenía la sensación de que las mascotas en ambas casas sabían lo que había sucedido y no les importaba, o peor aún, estaban contentas con ese resultado.
Su superior le dijo que podía ir a casa, pero no quiso ¿Qué iba a hacer? Se quedaría dando vueltas a ese asunto sin ningún avance; aunque al quedarse en la oficina también estaba dando vueltas a ese asunto, sobre todo después de ver ese comercial. Aparentemente todos lo consideraban tierno y amable, lo que lo llevó a pensar que su teoría acerca de las mascotas era correcta, aunque todo eso era una especulación frágil y sin soporte. Estaba en el escritorio, confirmando que en el distrito había una especie de monopolio de animales de compañía liderado por esa empresa, cuando algo llamó su atención y lo hizo levantar la vista.
Los ojos dorados lo estaban mirando.

—Mira la visita que tenemos.

Roger, uno de los oficiales, sostenía en sus brazos al mismo felino que Román vio en la casa en la madrugada; el hombre sonreía con alegría.

—Te sorprendí.
—Es que no sentí tus pasos —mintió Román.
—Pasos de gato, suaves —dijo el otro.

Román relajó la postura y quitó la vista del felino, para mirar directo a los ojos a su compañero; el hecho de haber estado involucrado en dos casos parecía haber hecho más por su cercanía con los otros que cualquier intento de socialización.

—Y ¿Qué haces con ese gato?
—Es una gata, se llama Dina —replicó el otro hombre—, lo dice en su collar; sucede que el hombre no tiene familia por aquí, y la novia entró en una crisis nerviosa cuando se entero de lo que el había hecho, así que la trajimos para acá para que no estuviera sola.

La mirada insistía en seguirlo, en buscar sus ojos, con la persistencia de no pestañear y clavar en él sus pupilas dilatadas y negras; no podía ser, se dijo, que él fuera la única persona que se daba cuenta de eso.

—Parece que te gusta. A todos —agregó con tono casual.
—Es imposible no amarla ¿No crees? Con María queremos un adoptar un perro, pero estamos esperando cambiarnos de casa para hacerlo; tiene que tener un buen lugar, Narices frías dice que el ambiente es muy importante para que se desarrollen bien. ¿Tienes alguna?
—No, no tengo —replicó de forma automática.
—¿Te gustan? No me digas que no te gustan —dijo con incredulidad.
—Por supuesto que sí ¿Quién no las ama? —hizo un gesto amplio con las manos— Es solo no estoy preparado para tener una.

Se dio cuenta de que varios estaban prestando atención; en ese momento no había mucho que hacer, por lo que cualquier conversación podía llamar la atención. Y estaba un poco acorralado por las atentas miradas de todos.

—¿Por qué no estarías preparado?
—Porque Ciro murió hace poco y estoy llevando las cosas con calma.

Carraspeó, dando un perfecto aspecto de incomodidad, que aumentó la atención sobre él; era absurdo inventarse una mascota para evadir esa situación, pero necesitaba quitar todo eso de su alrededor con prisa.

—¿Ciro?
—Sí, fue mi amigo por muchos años —explicó hablando con lentitud—, era un ovejero alemán, era un grande.

Tendría que buscar con urgencia imágenes de ese tipo de perro, pero al menos tenía una idea aproximada de cómo eran; el rostro de Roger se contrajo en una mueca de contrariedad.

—Lo siento, no lo sabía.
—Está bien, no hay problema. Entonces ¿Qué harán con ella?
—Vamos a llamar a Narices frías –replicó el otro_, ellos la cuidarán mientras encuentran alguien que pueda cuidarla, debe estar tan triste y asustada por lo que sucedió.

Román pensaba que podía estar sintiendo muchas cosas, menos miedo o tristeza; volvió a sentarse mientras, por suerte, Roger se acercaba a otros oficiales que querían ver a la gata. Y a cierta distancia, mientras era adulada y acariciada por manos extrañas, ella aún se dio la oportunidad de girar la cabeza y mirarlo de nuevo, buscando sus ojos con sus dorados iris; había algo de no casualidad en eso, como si tras el hallazgo, esa gata se las hubiera ingeniado para conseguir que alguien la llevara hasta el cuartel para poder seguir sus pasos y observarlo.
Podía decirse que era solo una mascota y que todas esas ideas eran algo que se estaba inventando, pero ese argumento no era suficiente para él; seguía esa sensación de anti naturalidad, de que no era posible que esos animales reaccionaran de esa forma. Él realmente nunca tuvo una, pero sabía lo suficiente como para entender que los animales podían sentir cosas tan fuertes como la muerte en niveles incluso superiores a los humanos; una mascota no se quedaba simplemente mirando a un niño llorar, o se acostaba con total calma en la misma cama donde estaba un cadáver, porque no les era indiferente. Pero incluso quitando eso de en medio, incluso si se decía que tal vez no podía comprender del todo las reacciones de los animales, de todos modos era incomprensible para él que hubiesen librado de la escena estando en ella, el primero sin comer el veneno que mató a los adultos, la segunda sin ser atacada de modo alguno. Ese nivel de calma y frialdad era comparable al de un asesino, pero ¿Existía algún modo de que una mascota estuviese involucrada en esos hechos? Se trataba de una situación en donde el usual paralelismo entre víctima y victimario creaba un escenario nuevo, en donde había un ¿Espectador? ¿Manipulador? Los animales no hablaban, lo que significaba que no podían sugerir que alguien hiciera algo, pero al mismo tiempo existía estudios comprobados que afirmaban que las mascotas podían influir positivamente en personas con depresión o alguna clase de trastorno. ¿Y si también pudiese ser al contrario?
Revisó los registros relacionados con Narices frías y se dio cuenta de algo que le pareció imposible: la empresa tenía un Índice del cien por ciento de satisfacción, con absolutamente ninguna queja o sugerencia de mejora; todo el público en el apartado de comentarios en el sitio y en las redes celebraba y felicitaba a los creadores de la iniciativa, sin un asomo de desacuerdo. Quizás las redes de video podían ser manipuladas, pero en los comentarios libres en las redes, donde cada usuario publicaba en su propio perfil, el síntoma era el mismo.
La posibilidad de tener una empresa que brinda un servicio perfecto sin ninguna duda era inverosímil, pero la estaba viendo frente a sus ojos; la gente del distrito consideraba normal que una empresa fuera perfecta, y aparentemente también demostraban un amor y preocupación extremo por esos animales, los mismos que en el anuncio eran indicados como una compañía para toda la vida.
Y al menos en esos dos casos, parecía haber sido así. Ambas mascotas habían sobrevivido a la destrucción de una familia, impávidas ante los hechos, invulnerables ante la horrible realidad; la gata de ojos dorados se estiraba a gusto en brazos de uno de sus compañeros.


Próximo capitulo: Trozos de vidrio