Las divas no van al infierno Capítulo 02: Dime quién eres




El día lunes pasó muy rápido, y para cuando las veinticuatro participantes llegaron al lugar indicado, parecía que la última vez que se vieron era muy reciente.
El recinto donde se había realizado la audición el domingo estaba siendo desmontado para instalar el anfiteatro donde se emitiría el programa a partir de la semana entrante, por lo que durante esa semana el entrenamiento se llevaría a cabo en el subterráneo de un edificio, distante una cuadra del lugar. Acondicionado según las necesidades, ofrecía un ambiente resguardado, temperado y cómodo para realizar todas las labores necesarias.

Tan pronto entraron, Verónica se hizo cargo del grupo: el interior del gran salón estaba despejado y en su interior, del lado opuesto a la puerta había una mesa cubierta con un mantel largo de colores vibrantes, ante la que estaba la mujer alta, delgada y de actitud seria, que contrastaba con su cabello de un encendido color rojo y maquillaje estilo pin up.

—Buenos días —Saludó con una estridente voz—. Bienvenidas preciosas, soy Verónica, y estoy aquí por que soy los ojos y oídos del programa en el que van a estar. Pasen —indicó vagamente el interior vacío del gran salón—, siéntanse cómodas y prepárense para darlo todo.

Valeria procuró quedarse a un costado donde fuese poco visible, esperando que les dijeran de qué se trataba todo eso. Verónica destacaba tanto por su aspecto estrafalario que parecía una concursante en vez de una productora; después de una pausa, puso en la mesa una cámara y se reclinó en el asiento.

—Escuchen, todo esto es muy simple: necesito que olviden que hicieron unas pruebas previas, que olviden el video que mandaron para postular y todo lo demás, miren esta cámara y se presenten. Pero no quiero que se presenten como en esos aburridos clips de los programas de talento: quiero que sean auténticas, que sean estrellas, que se conviertan en la estrella a la que se parecen, y que sean unas ganadoras, en dos minutos.

Hizo una nueva pausa, que sirvió para que el nerviosismo aumentara a la par con la emoción; unos momentos después, la llamativa mujer volvió a hablar.

—Bien, espero que estén preparadas, porque es un momento muy importante para ustedes; piensen que esta es la audición para entrar al programa. ¿Alguien quiere empezar?

Charlene salió disparada del grupo antes que Verónica pudiera terminar la pregunta, y taconeando a toda velocidad se puso por delante de las demás.

—¡Yo! Yo, estoy lista.

Después que la productora le diera el vamos, la chica se sacudió ligeramente el cabello y se preparó para hacer la primera representación de su vida; de inmediato recordó los desfiles de Victorias mientras cantaba Ariana, y se imaginó a sí misma como una de esas chicas perfectas, de piernas largas y mirada afilada, con alas grandes de múltiples colores, teniendo el mundo a sus pies. Pensó que la mujer en la mesa era el público, la cámara, sus admiradores, y en un punto atrás de todos, aquellas personas que alguna vez la habían menospreciado de alguna forma, encabezados por el engreído de su hermano.
Caminando al frente contorneando las caderas como Beyonce, sonriendo amigable como Ariana, ahora un giro rápido, casi un salto, como Selena, se dijo que era la dueña del escenario, que en ese momento sólo importaba ella, y en el futuro todos recordarían su primer paso en ese programa.

—Tiempo.

Cuando se dio cuenta, los dos minutos se habían esfumado, y ella no alcanzó a empezar su presentación. Se quedó un instante de pie, mirando a la mujer que la contemplaba sin darse cuenta de lo que pasaba, o disimulando muy bien; después de lo que se le antojó un tiempo muy largo, se obligó a recomponer la expresión, sonrió e hizo una reverencia, agradeciendo la oportunidad.

—La siguiente, por favor.

Nubia no pudo sacar los ojos de la chica rubia cuando ella volteó y caminó de regreso al grupo. Parecía tan segura e indiferente a las miradas burlescas de varias de las otras que sin mucho disimulo se sonreían por su atropellada presentación, pero algo le decía que no estaba tan tranquila, que sólo era una pantalla para evitar que las burlas fueran mayores. La siguiente en pasar fue una de las cuatro mejores de la selección inicial, y demostró que había motivos para ello desde el primer momento: caminó con prestancia, como si estuviera en una pasarela, se plantó a media distancia entre el fondo de la sala y la mesa en donde estaba la cámara, y se presentó como si estuviera saludando a alguien que conociera, y en vez de hablar de ella, recordó un par de escenas de películas, también como si se las estuviese contando a un conocido. Desde donde las demás estaban no era posible ver su rostro, pero todas podían ver su desenvuelta actitud corporal en cada movimiento, dueña de una confianza plena. Lisandra vio con sorpresa que la mujer en el pequeño escritorio no demostraba ningún cambio de expresión entre ver a una chica u a otra, y se mostraba interesada en todas por igual ¿Qué tanta importancia tendría la opinión de ella en comparación con la grabación que estaban haciendo?
Mientras esto sucedía, en una sala posterior, Kevin Haim miraba todo lo que estaba pasando en la gran pantalla de plasma, que captaba el interior del salón a través de una cámara secundaria, oculta en el techo del lugar. Sentada a su lado, su brazo derecho, Sandra, observaba todo con ojo clínico.

—Se ven bien.
—Hay material para trabajar —comentó ella.
—De todos modos, tengo algunas objeciones con algunas —Indicó él, meneando la cabeza—; Alma es demasiado perfecta, y hay dos que no entiendo por qué quedaron.

Kevin y Sandra trabajaban juntos desde hacía tiempo, y la relación tenía establecidas reglas implícitas: él era quien tomaba las decisiones, ella quien explicaba los procedimientos, y al final, él quien maquinaba todo.

—Necesitamos una chica perfecta como Alma.
—Pero ella no tiene defectos —Objetó él—, dentro de un año estará en la portada de la revista Casos, no nos sirve aquí.
—Calma, ya pensé en eso: si sale nominada para eliminación la segunda semana, todas se volverán locas.

Kevin lo sopesó un momento.

—Supongo que sí —dijo al fin.
—Dijiste que hay dos que no entiendes por qué las seleccioné.
—Sí —replicó él, desplazando la vista de un punto a otro de la pantalla—. La morena de cabello largo.
—Valentina.
—Sí —reflexionó un momento más—, hay algo extraño con ella, está ocultando algo. Y esa rubia de corte melena, no le veo utilidad; está bien, entiendo que es carne de cañón, que la vas a mostrar sufriendo hasta que explote, pero la chica que se parece a Demi es mucho más apropiada para ese papel. Tener a dos víctimas que lucen tan parecidas puede ser contraproducente.
—Tranquilo, esa es la parte que más te gustará de esto: una de ellas es un lobo con piel de oveja, sólo que todavía no lo sabe.

Kevin volteó por primera vez hacia ella: la mujer mostraba una confianza plena en sus palabras.

—Eso podría ser de utilidad.
—Lo sé, por eso dejé a ambas. Imagina cuando una de ellas, Nubia o Lisandra, muestre su verdadera cara ante todos, será magnífico.
—Los niveles de audiencia subirán —comentó él, con una sonrisa torcida, que reservaba solo para momentos de confianza—, y seguramente en las redes se formarán equipos. Sí, lo apruebo, pinta bastante bien.

Sandra estaba segura de que sería un gran suceso dentro del programa, y desde luego, un mérito que él le compensaría llegado el momento. Volteó hacia el fondo de la sala y habló con tono más autoritario.

—¿Están tomando nota?

En un escritorio pequeño había cuatro personas, jóvenes todos, en medio de una marea de cuadernos de notas y lápices. Uno de ellos levantó la vista nerviosamente y respondió asintiendo repetidas veces.

—Cada detalle, podemos presentar un pre guion a las doce.
—Bien, lo espero a esa hora.

Kevin ladeó la cabeza, adoptando una expresión sarcástica en su rostro.

—Ellas no sospechan que tenemos todo planeado para este programa.
—Pero tenemos que estar atentos por los imprevistos.
—Así es —replicó, frunciendo el ceño—. Sandra, que todo esté preparado.

2


Vicenta Menares había llegado a las instalaciones de la productora a las nueve de la mañana, y fue recibida por Gael, un chico de 20 años quien era su asistente personal; acostumbrado al vertiginoso ritmo de trabajo de la mujer, el desaliñado joven recibió la cartera y el abrigo largo de sus manos tan pronto ella entró.

—Buenos días Vicenta.
—No entiendo por qué es tan difícil confirmar una cita.
—¿Qué?

Ella soltó una risilla cristalina.

—Estás un poco lento hoy.
—La referencia del día, sí, ya entendí —replicó él, sonriendo—, creo que me hace falta café.
—¿Ya llegaron?
—Yo mismo no puedo creerlo, pero llegaron todas, la más retrasada cinco minutos antes de la hora en que fueron citadas.

La mujer hizo una mueca.

—Responsables. Esto me huele mal, porque ya sabes cómo funciona la ley de compensaciones, cuando son todas responsables, al menos habrá una tonta y tres sin talento. ¿Cómo luzco?
—Como una pantera.

Esa jornada, ella llevaba vaqueros con botas de tacón alto, una camisa negra ajustada y el cabello tomado en una cola alta que hacía resaltar sus rizos al caminar.

—Es justo lo que esperaba lograr. Ahora dame la libreta con los nombres de estos esperpentos, tengo que empezar a sufrir. ¿A qué hora terminan de hacer el ridículo frente a la cámara de Verónica?
—Probablemente unos minutos antes de las diez.
—Estupendo —La mujer se sacudió el cabello—. Iré a tomar mi desayuno especial y revisar un poco los datos de las chicas, avísame cuando estén listas para empezar con ellas.

Más tarde, la mujer fue hasta el salón en donde todas esperaban tras la experiencia frente a la cámara, y sin sonreír, entró haciendo eco con el sonido de sus tacones.

—Me alegra saber que no tengo que empezar regañándolas por el horario —dijo a modo de saludo—. Las veo bien, durmieron bastante, parece. Vamos a empezar por lo más importante de todo: mi nombre es Vicenta, soy maestra de actitud y a partir de hoy, soy la diosa de este lugar durante el tiempo que dure mi clase.

Lisandra quedó impresionada otra vez al verla y escucharla; de alguna manera, Vicenta conseguía que la atención se volcara sobre ella, como si resultara imposible quitarle los ojos de encima. Sin hablar muy fuerte, sonaba como una autoridad, sin haber dicho aún algo relevante, lograba que todas supieran que cada una de sus palabras debía ser tomada en cuenta; con ese antecedente era imposible preguntarse por qué era la maestra de actitud.

—Tengo poco tiempo para conseguir que el público las vea cuando estén sobre un escenario; apuesto que les han dicho al menos una vez en la vida “la cámara te ama”

Dejó la frase en el aire para que hiciera efecto; cuando volvió a hablar, su voz estaba cargada de condescendencia.

—Lamento decirles que todo eso es una mentira; puede que se vean bien en una foto, pero eso no es ni de lejos que la cámara las ame. Cuando la cámara te ama, no tienes que estar en el centro de la imagen para conseguir que te vean, y estoy segura de que las princesas de cuento que están aquí siempre salen solas en sus fotos.

Valeria había sacado muchas fotos con su nueva apariencia; más de cuarenta y ocho horas después, seguía maravillada con los cambios que había experimentado, y aunque eso le otorgaba seguridad, tuvo que admitir que el comentario de las fotos tenía mucho de verdad.

—La mayoría de las mujeres compiten entre ellas —comentó con una sonrisa malévola—. Otras como yo, sabemos que eso es absurdo; yo me hago notar, aunque esté rodeada de reinas de belleza.
Ahora voy a hacer la primera prueba de hoy: tienen cinco minutos para hacer una tarjeta de felicitación con los implementos que hay en la caja que el precioso de Gael está trayendo ahora mismo.

La instrucción dejó a todas las chicas sorprendidas. El asistente llegó con una gran caja de cartón en las manos, de la que sobresalían cintas y distintos objetos de colores llamativos.

—¿Y bien?

Vicenta había iniciado el cronómetro en su celular dorado, y el tiempo ya estaba avanzando; Charlene se abalanzó sobre la caja junto a las demás, y por un momento se sintió en la escuela, ante los pliegos de goma de espuma, los crayones y la brillantina en pequeños envases transparentes.

—Disculpa, permiso.

Lisandra había reaccionado muy tarde, y apenas podía meter una mano entre el grupo de mujeres que forcejeaban por los artículos y se empujaban con el cuerpo, aparentando que no lo hacían, igual como en las rebajas de las tiendas por departamento.

—Oh, casi lo olvido —dijo Vicenta, con tono inocente—: las tarjetas deben tener al menos cinco elementos diferentes en ellas.

Esa nueva instrucción aumentó los niveles de excitación en el grupo, y todas se volcaron otra vez a tratar de conseguir los elementos que les pudieran servir. Vicenta se sentó en la silla que Gael había traído para ella y lo miró de reojo, hablando en voz baja.

—Voy a tener mucho trabajo aquí.

El resto de los cinco minutos pasó muy rápido, y terminado el tiempo, la pelirroja avisó a todas que el plazo se había cumplido y debían formarse en un semi círculo de frente a ella.

—Si esto fuera una prueba de eliminación —Explicó mirándolas con las cejas levantadas—, todas ustedes se tendrían que ir a casa de inmediato, y de eso no hay duda.

Los nervios de todas estaban en un estado más sensible que antes de comenzar la inesperada prueba, y la maestra lo sabía.

—Pero ¿qué tiene que ver esto con estar en un programa de talento?

Ante la pregunta de una de las chicas, la maestra tuvo la oportunidad perfecta para seguir con su parlamento.

—Querida, si no puedes ver la verdadera intención de esta prueba estás perdida; pero para tu suerte, puedo ver en la cara de todas las demás que tampoco tienen la menor idea de lo que está sucediendo. Siéntense.

Hubo un instante de confusión, mientras todas buscaban sillas en alguna parte que no veían; ahogando una risa, la mujer les señaló el suelo.

—En el piso, santas señoritas.

Charlene ya la odiaba; se comportaba como si fuera la dueña del programa ¡Y era solo una maestra! Ni siquiera era conocida como en algunos programas que había visto, en donde una actriz o cantante de trayectoria se hacía cargo de compartir sus conocimientos.

—Voy a explicar esto en simple —dijo Vicenta una vez que todas consiguieron sentarse—: la actitud no tiene que ver con el escenario; es una forma de pararse ante la vida, un método para enfrentar cualquier desafío y seguir siempre digna, agradable, elegante, distinta y perfecta. Ya se los dije antes, esa tontería de que la cámara las ama es lo mismo que comer un pastelillo, tiene muy buen sabor, pero en realidad no sirve de nada.

Se dio una pausa para caminar hacia la caja llena de útiles de manualidades y la señaló con sus brillantes unas rojas.

—En esta caja, cada elemento estaba repetido más de treinta veces. Ustedes podrían haber analizado eso un miserable segundo. ¿Pero para qué? ¿Para qué pensar que una caja de un metro y veinte de alto podría contener materiales más que suficientes? Eso es para esas tontas y feas nerds de la secundaria, yo voy a estar en televisión, pensar no es para mí.

Lisandra sintió que se le subían los colores a la cara ¿Por qué no había hecho una conexión tan sencilla como esa?

—Entonces, mírense, ustedes vienen aquí a las nueve de la mañana un martes, con tacones, con escotes y minifaldas, incluso hay una con esas medias de malla que no se usan de día, y tienen problemas para hacer algo tan sencillo como sentarse en el suelo, ni hablar de hacer eso —señaló vagamente las tarjetas—, que es algo que hacían en primaria, y tampoco pueden hacerlo bien.

Metió la mano en la caja y sacó de ella un puñado de objetos, sin mirarlos; luego caminó hacia la silla, se sentó con garbo, y en unos cuantos segundos usó como base una de las tarjetas de cartón blanco, y sobre ella puso goma, brillantina, una pluma artificial, más goma, y con los dedos recortó un trozo de espuma, que puso al interior. Hizo un cómico gesto de echar aire con la mano para que el adhesivo se secara, y tras una pausa enseñó el resultado de su trabajo a todas; Márgara  se sintió auténticamente sorprendida, y no pudo evitar comparar el resultado con su trabajo y el de las otras: la tarjeta tenía una cara similar a la de un emoji, con una pluma con brillantina como adorno, un ojo cerrado, el otro de lentejuela, y el resto del polvo brillante era una especie de beso volador que atravesaba la tarjeta hasta el otro extremo. El conjunto estaba tan bien armonizado en colores y formas que los obvios defectos de corte en la espuma que formaba la cara pasaban a un segundo plano; lucía como una tarjeta artística hecha con técnica libre, y en definitiva se veía mejor que cualquiera de las hechas por las chicas.

—¿Alguien quiere comentar algo?
—Es muy bonita —comentó Nubia, sorprendida—. No se me habría ocurrido hacer algo así antes, estoy muy impresionada.
—Y yo estoy impresionada de que tú seas la única que demostró algo de respeto —replicó la maestra, con una sonrisa amable—. Me habría gustado tener aquí una cámara para poder mostrarles el espectáculo lamentable que formaron, empujándose como gatas, casi creí que en cualquier momento iban a empezar a arañarse y jalarse el cabello ¿Dije yo que esto era una competencia donde iba a haber una ganadora?

Valeria se había dicho que iba a estar pendiente de cada detalle para sacar provecho de ello, pero al momento de escuchar las palabras de Vicenta se dio cuenta de que había actuado sin pensar, dando por hecho muchas cosas sin nada en lo que apoyarse.

—Ustedes están aquí para aprender, pero tengo que decir algo —La mirada fulminante de sus ojos adelantó lo que pensaba—: fui yo quien aprendió algo, aprendí en menos de diez minutos que todas ustedes tienen la cabeza llena de luces, pero poco más. Nubia es la única en veinticuatro que tuvo un gesto de actitud, pero ni creas que eso basta.

Se puso de pie e hizo un gesto para que ellas también lo hicieran.

—Estoy segura de que alguna ya me odia, pero les voy a dar un consejo: empiecen a amarme, y así tal vez puedan aprender, aunque sea por imitación. Ahora quítense los tacones, si no tienen actitud, no los merecen.



3


Mientras tanto, Sandra estaba comparando informes con Verónica.

—Las viste en persona, dame tu opinión.
—Todas tienen alguna clase de potencial —Declaró la otra mujer—, ahora si me estás preguntando si van a aguantar en este mundo, eso es más difícil de saber; yo diría que unas cinco no van a sobrevivir más allá del programa y que una de ellas fallará en todo lo que se proponga.

Sandra se puso de pie con la libreta de notas en las manos. No se esperaba eso ¿Había cometido un error de juicio al escoger a esa chica? No necesitaba una que fuera a fallar en todo, necesitaba que todas fueran vulnerables y débiles, pero que pudieran tener éxito al menos en una cosa.

—¿Y crees que esa que va a fallar es...?
—Ella —Verónica señaló sin dudar una de las fotos en la imagen impresa—. Vamos, Sandra, trabajamos hace quince años, sabes que tengo ojo clínico para estas cosas.

Sí, lo sabía. Verónica era una de las personas más confiables a la hora de evaluar las capacidades de alguien, y en cierto modo la propia Sandra tenía temor ante la posibilidad de que no funcionara como esperaba.

—Entonces dices que no dará resultado —Preguntó tras una pausa.
—Con suerte y mucha ayuda puede durar un tiempo en pantalla, pero no demasiado ¿Por qué te importa? La mayoría de ellas son descartables.

Sandra trató un momento en responder; al final, cuando estallara el confeti y las luces brillaran, no serían las participantes ni el público quienes decidieran a la elegida. Y esta vez, esa decisión final tampoco la tomaría Kevin; por una vez, sería ella quien decidiera el último paso.

—Era una apuesta personal.
—Espero que no arriesgues mucho —dijo Verónica.
—No hay problema con eso —replicó, animándose—. En todo caso, no importa, si no es ella, será otra.


Próximo capítulo: Luces, cámara y mucho trabajo

Contracorazón Capítulo 04: Tomar una decisión




El lunes siguiente a su fallida reunión con compañeros de trabajo, Rafael se había olvidado del incidente ocurrido, o al menos lo tenía en un lugar secundario, hasta que estaba a un par de cuadras de su punto de llegada; de pronto lo recordó, y se preguntó si es que su fingido malestar habría sido lo suficientemente creíble, o escucharía las preguntas típicas en este tipo de situaciones. Pero más allá de sus cuestionamientos al respecto, estaba claro que algo había cambiado para él; inicialmente se preguntó si quizás era que él estaba exagerando, y después de pensarlo, decidió que no era así. De acuerdo, el hecho que presenció no era de una importancia crucial, pero ¿No era eso el principio de todo? Si se naturaliza un acto de violencia por ser pequeño, después resulta muy sencillo ir desplazando esa escala de valores más y más, para conseguir sentirse bien a pesar de las acciones. Pensó en su madre, y en ese espíritu fuerte y determinado que siempre la había definido en su actuar; ella le contó que la relación con su padre no había sido sencilla en un inicio, pues él tenía arraigados comportamientos que lo hacían cometer acciones impropias sin darse cuenta. Pero fue gracias a la tenacidad de ella y al interés de él por cambiar, que con el tiempo las cosas mejoraron, al punto que él mismo aprendió a vivir en paz con las personas que tenían cualquier tipo de diferencia con él e inculcarle eso a sus hijos; de no ser por eso, no habría aceptado que su hijo fuera homosexual o que su hija fuera a vivir con el novio antes de casarse.
Tomó la decisión de mantener el mismo perfil laboral que antes, e ignorar el sentimiento de rechazo que le causaban sus con pañeros en pro de una buena convivencia al momento de realizar sus labores; al llegar a la tienda, poco antes de las diez de la mañana, se encontró con algo que no esperaba: Un nuevo encargado estaba ahí desde antes que ellos, y una vez que todos estuvieron dentro, les habló con serena frialdad.

—Buenos días a todos; mi nombre es Daniel Diaz, y seré encargado de esta tienda hasta que asuma un nuevo cargo contratado por la empresa.
— ¿Qué sucedió con Bernardo? – preguntó una de las chicas.
—Fue trasladado a otras funciones.

El tono en que lo dijo dejaba muy en claro que no iba a dar más detalles al respecto; se trataba de un hombre de poco más de cincuenta años, de rasgos duros y expresión severa, que se expresaba con claridad y educación, pero solo lo mínimo de cordialidad para no resultar grosero.

—Bien, ahora quiero aclarar algunos puntos; todos han sido informados de la oportunidad de postular al cargo de encargado de tienda, y esto es válido para todas las personas que cumplan con los requisitos mencionados en el documento adjunto al correo que recibieron. El plazo para completar el formulario y enviarlo es hasta mañana, y la empresa espera poder contar con su participación para ello; damas, caballeros, espero que al menos un nuevo encargado de tienda pueda salir de entre ustedes. Por ahora eso es todo, ya es casi la hora de abrir la tienda y atender a nuestro público; una cosa más, se me ha pedido revisar las evaluaciones individuales de cada uno de ustedes, por lo que es posible que los llame en algún momento de la jornada.

Lo último que dijo cambió el ánimo de todos; en general, las revisiones de evaluaciones eran un indicador de algún cambio, que podía ser un traslado a otra tienda, algo que por contrato era posible de realizar. A pesar de ser lunes, la tienda recibió mucho público, por lo que Rafael no tuvo oportunidad de alternar con sus compañeros de trabajo, aunque a primera vista, todo parecía ir como siempre; poco antes del almuerzo, el nuevo encargado llamó a Ángel y estuvo hablando con él por largo rato, suficiente como para que los demás empezaran a susurrar todo tipo de conjeturas al respecto.

—Voy al entrepiso –avisó en un momento que quedó desocupado— ¿Alguien necesita algo?
—Sí –replicó Sara—, pilas recargables triple A, el pack de audífonos de la oferta del día, y un poco de los topes aislantes.
— ¿Los C29?
—No, los 32. Gracias –la chica le sonrió.
—Por nada.

La zona de atención de público estaba en el primer piso, con la puerta hacia la calle, pero la tienda tenía dos niveles más: una bodega en el subterráneo, en donde se guardaba el grueso de la mercancía para vender, y un entrepiso, denominado así por ellos, que era una suerte de segundo piso dentro de la primera planta, en donde se almacenaban los productos que tenían una venta más rápida, y las ofertas temporales. Preparó una caja con lo que necesitaba más lo que le habían pedido, y bajó, a tiempo para escuchar a Ángel hablando con otros.

— ¿Entonces vas a postular al cargo?
—Por supuesto — replicó el hombre, sin disimular la confianza que sentía en sí mismo—, lo estuve pensando, y eso es lo que quiero hacer. Además, este lugar necesita que lo dirija un hombre.

La última parte la dijo dedicándole una significativa mirada, que Rafael no devolvió con gesto alguno, porque en un principio se tardó demasiado en comprender la expresión en su rostro. Por suerte Romina habló y evitó que alguien más notara su actitud.

—O mujer.
—Sí, por supuesto –concedió el corpulento hombre, con su habitual cordialidad—, no voy a ser yo quien empiece una discusión por la igualdad de género; al fin y al cabo, este mundo fue creado para hombres y mujeres, nada más.

Sus últimas palabras tuvieron que diluirse debido a la llegada de más gente, y Rafael se ocupó en dejar los suministros en los gabinetes correspondientes mientras eso sucedía.
Lo sabía. De alguna forma, Ángel lo sabía, y resultaba evidente que se trataba de una noticia que no le agradaba en absoluto; no había usado expresiones concretas y seguro no lo haría, pues su fama de risueño y liviano de carácter se lo impediría, pero para él era claro el mensaje que le transmitió, como coronación para su sorpresiva decisión de postular al cargo, después de haber dicho con claridad que no era algo que quisiera hacer.
La larga reunión con el nuevo jefe.
Se sintió ridículo haciendo conjeturas detectivescas acerca de esos hechos, pero lo cierto es que el asunto daba para pensar ¿Era a causa de su supuesto malestar estomacal?  ¿Una clase de broma? No, conocía lo suficiente a Ángel como para poder diferenciar entre una broma y una actitud seria, además él no poseía el tacto necesario como para hacer humor tan fino; eso lo llevaba a que la decisión de postular al cargo estaba relacionada con la conversación con el jefe, y de alguna manera con el mensaje encriptado que le envió momentos antes. Mientras atendía a una pareja de ancianos que no podían decidir qué color de ampolletas led comprar, intentó ordenar los hechos y la información que tenía en su poder: si le causaba algún tipo de molestia lo que había descubierto de Rafael, decir algo abiertamente ofensivo en su contra no serviría para sus propósitos, porque el buen ambiente laboral era considerado a la hora de realizar una promoción ¿Entonces qué era lo que pretendía? Deslizó en el mesón una caja de ampolletas de otro diseño, para aumentar el tiempo de decisión de la pareja, y darse espacio para pensar sin llamar la atención; el tema de la censura a otras orientaciones sexuales, razas, religiones o etnias, había surgido de forma muy escasa en las conversaciones del trabajo, y casi siempre a través de bromas o chistes, pero eso no servía para proyectar una actitud definitiva. La forma en que lo había mirado, con esa clásica expresión de “yo soy un hombre, tú no” sí definía su comportamiento, y esto podía incidir en sus acciones ¿Tanto como para postular al cargo de jefe de tienda para evitar que él accediera? A pesar de lo dicho por el nuevo jefe, de manera extraoficial todos sabían que esos procesos se iniciaban para escoger al encargado de la o las tiendas que carecieran de uno, y el correo de las brujas no le había traído información al respecto en otra. Esa era la única tienda en la que necesitaban un nuevo jefe.
Parecía totalmente absurdo que Ángel decidiera postular a un cargo solo por eso, pero si lo pensaba bien, en la vida sucedían cosas más sorprendentes por los motivos más insólitos. Lo más inquietante es que no sabía cómo había llegado a dominar ese tipo de información, y no podía hacer ninguna pregunta al respecto, acaso fuera un cazabobos. Tendría que esperar.

2


Por la noche, tras un agitado día de trabajo, completó el formulario con los datos requeridos y lo envió; de forma automática recibió un mensaje de confirmación, pero a pesar de que eso era lo que quería, tanto por la mejora en el salario como por el modo en que eso influiría en sus proyectos, no pudo dejar de sentirse incómodo, casi como si se tratara de un sentimiento de anticipación. ¿Todo eso eran ideas suyas, o de verdad alguien a quien hasta hace poco consideró un amigo del trabajo se había convertido en una especie de enemigo?

—Esto es ridículo.

Apagó el ordenador y encendió el televisor; no era lógico tener que estar perdiendo tiempo en todas esas conjeturas, y mucho menos sentirse bajo una especie de amenaza dentro de su trabajo, sin tener culpa ni forma de comprobar si esas inquietudes tenían fundamento. Magdalena le diría que lo más sano era hablar de ello de forma pública, pero eso a él le parecía absurdo; no tenía nada que “confesar” ni contarle a nadie, era un asunto privado que a su juicio no les correspondía a sus compañeros de trabajo o personas a quienes conocía de forma casual, y actuar de forma contraria a sus pensamientos no estaba en sus planes. Quizás en otra época, en donde la integración de los distintos modos de vivir fuera completa y real, y no ese modo hipócrita de “aceptar” una persona pero reírse de ella o atacarla a la primera oportunidad que era moneda corriente en esos tiempos, incluso no tendría que decir nada al respecto.
Papá siempre le dijo que era demasiado idealista, que esperaba de la vida cosas que no iban a suceder, y tenía razón; odiaba la idea de conformarse con algo como una forma fácil de escapar de una situación que pudiese ser adversa, porque en su interior sentía que eso era traicionarse a sí mismo. Fue hasta la ventana de la sala, que conducía al pequeño balcón, pero percibió movimiento en el piso de arriba, al frente, y se acercó con cuidado, hasta poder mirar con discreción sin correr la cortina; vio a Martín en el balcón de su departamento, apoyado en el borde, mirando a la nada mientras hablaba en voz baja por teléfono. Rafael notó con gran interés que estaba a torso desnudo, y aunque el ángulo y la distancia no eran los mejores, pudo ver su figura y comprobar que, en efecto, en el aspecto físico no le era indiferente: su piel era clara, a diferencia de la suya, y parecía tener un muy buen estado físico, ya que notaba en la semi oscuridad de la noche varios músculos bastante marcados, no tanto como alguien que hace pesas, pero sí para un hombre que hacía actividad física con frecuencia. Después de unos momentos, notó que había algo que llamaba mucho más su atención, y no era por su cuerpo, sino por la expresión de su rostro mientras escuchaba la voz a través del celular; lucía tan concentrado, tan dentro de un espacio de tranquilidad, que se sintió mal de estarlo observando, como si de algún modo ese acto casual e inocente de espionaje fuera una intromisión en un espacio al que no tenía derecho. Martín estaba hablando con alguien que llenaba todo su tiempo y espacio, y ese era un lugar propio, donde él no tenía que estar. Se devolvió a la sala, preguntándose con quién hablaría con esa intensidad, y se dijo que seguramente era una novia, o un novio, o alguien con quien estaba comenzando algo, parque en esas primeras etapas de coqueteo y conquista era donde los sentimientos estaban más a flor de piel.

3


El inicio del miércoles fue caótico, ya que por primera vez en mucho tiempo olvidó programar la alarma del móvil, y se quedó profundamente dormido hasta las nueve cuarenta de la mañana; cuando despertó, saltó de la cama para meterse a la ducha, maldiciendo por no haber descargado en el móvil una aplicación de taxis a pedido. Estaba entrando a la ducha cuando escuchó el tono de llamada de la tienda, y se debatió un momento entre contestar o no; al final corrió de vuelta al cuarto y respondió, procurando sonar natural.

—Hola.
—Rafael, buenos días –saludó el jefe provisional de la tienda—, necesito comunicarle algo.

¿Comunicar? Rafael estuvo a punto de decir que estaba prácticamente llegando, pero la expresión se le antojó muy extraña y optó por esperar.

—Lo escucho.
—Hice algunas modificaciones en el horario, y lo necesito aquí mañana, así que podría cambiar su día de descanso para hoy; tengo entendido que usted vive muy cerca y pienso que no está en camino todavía.

Rafael casi soltó una carcajada: estaba desnudo en la mitad de su cuarto, con el móvil en una mano y una toalla en la otra. De todos modos, el hombre al otro lado de la conexión no hablaba como si estuviera haciendo una pregunta.

—En realidad estaba saliendo para allá, pero si es necesario hacer el cambio, de momento no tengo inconveniente.
—Fantástico –replicó el hombre, aunque sin un ápice de entusiasmo en la voz—, entonces lo dejo, buenos días.
—Buenos días.

Dejó el móvil en la cama y se puso unos pantalones cortos y una sudadera; entonces tenía la jornada libre, al menos eso le serviría para recobrar la respiración y poder tomar desayuno, ya que estaba hambriento. Los cambios de horario en la tienda eran ocasionales, y en cierto modo debió esperar que este nuevo jefe hiciera algunas modificaciones, pero no dejaba de ser una sorpresa que lo hiciera de ese modo. Fue al refrigerador y se sirvió un poco de jugo, caminando por la sala de forma despreocupada, pensando en cómo aprovechar ese día de la mejor manera; cuando llegó al balcón y se apoyó en el borde, quedó mirando a la nada durante unos instantes, hasta que una voz llamó su atención.

—Vecino.

Miró hacia el edificio contiguo al suyo, y elevó la mirada hasta el cuarto piso.

—Vecino –repitió Martín, con una sonrisa— ¿Le puedo pedir una taza de azúcar?

Estaba despeinado y tenía una evidente cara de sueño. Rafael se dijo que quizás no había sido tan malo ese cambio de planes.

— ¿Necesitas azúcar?
—No, era sólo un saludo.
— ¿Cómo estás? –preguntó Rafael, devolviendo la sonrisa.
—Con sueño, me levanté recién.
—También yo.
— ¿Día de descanso? –el trigueño estiró los brazos mientras hablaba, para desperezarse.
—Sí, un poco sorpresivo.
— ¿Y cómo es eso? Espera –se interrumpió—, si recién te levantaste ¿Por qué no te vienes para acá y me acompañas? Tengo un pastel de hoja con dulce de leche y café en polvo, soy mejor opción que cualquier cafetería cara de por aquí.

La oferta se le antojó irresistible, y no encontró motivo para decirle que no; por un momento pensó en cambiarse para ir hasta su departamento, pero a último momento decidió quedarse como estaba. Así parecería por completo informal y no que estuviera escogiendo una tenida para una invitación que era del todo casual; se preguntó si estaría oxidado ¿acaso no estaría notando que Martín estaba coqueteando con él? Su actitud en todo momento parecía solo de alguien amistoso, no veía ningún indicio, como una mirada o actitud corporal que le indicara que eso estaba sucediendo, y no pensaba poner en riesgo la buena voluntad nacida entre ambos intentando averiguar si estaba en lo cierto o no. Sin embargo, esos pensamientos no evitaron que se mirara al espejo antes de salir, para comprobar que al menos estuviera presentable.
Minutos después llegó al departamento de Martín, quien llevaba un atuendo bastante similar al suyo, aunque en su caso era un pantalón corto y remera, que tenía un curioso dibujo que no supo interpretar.

—No sabía qué traer, así que traje café.

Entró con un frasco de café granulado en las manos; el departamento lucía casi igual a aquella jornada en que lo ayudó a ordenar, excepto por un cojín puf muy grande, de un encendido color verde, que estaba en frente del televisor en la zona correspondiente a la sala. Ambos departamentos eran casi iguales en configuración.

— ¿Es alguna clase de indirecta, tienes un problema con mi café en polvo?
—No, ninguna –replicó, encogiéndose de hombros–, sólo era como muestra de cordialidad por la invitación.

Entraron en la cocina, que al igual que la sala era casi idéntica a la de su departamento, excepto porque en el rincón había una mesa alta con espacio para dos sillas; había pan en una cesta, tazones que no hacían juego y algunas cosas más.

—No revisé antes de hablar, así que no hay mucha variedad; hay queso, pasta de pollo y crema tártara.
—Es más de lo que yo tengo habitualmente en mi casa –replicó Rafael, sentándose—, así que por mí está perfecto.
— ¿Y cómo era eso de que es sorpresivo tener día de descanso?
—Es porque mi jefe me llamó de improviso para decirme que me cambiaba el día de mañana a hoy.
— ¿Y puede hacerlo?

Por la mente de Rafael pasó fugazmente la idea de decir que aunque no pudiera, el resultado era bueno, porque eso lo había llevado hasta ahí, pero tan pronto como tuvo la idea, la desechó.

—Sí, es parte de las condiciones en las que trabajamos. Pero no me molesta, de todos modos me había quedado dormido; dijiste que te habías quedado hasta tarde ¿Alguna película?
—Estaba terminando de ver una serie de acción tan mala que era imposible dejar de verla. Se llama “Balas muertas” y es de un hombre que matan a su esposa y luego busca venganza, algo nunca visto en la historia de la humanidad.

Tenía razón en lo que estaba diciendo; hubo un momento de silencio mientras servían el café y el pan, y Rafael decidió hablar de algo que aún no tenía respuesta.

—La idea parece bastante repetida. ¿Te importa si te hago una pregunta?
—Para nada, dilo.
—Hace unos días cuando nos conocimos, en el centro comercial –comentó, como si nada.
—Cuando hice el acto de patinaje y me comí la máquina de refrescos –apuntó mordaz.
—Si, ese día; sé que va a sonar un poco tonto, pero me quedé con una duda. Estábamos en un baño de hombres —sonrió al recordar la expresión que usó su hermana—, es zona de hombres, pero no quisiste quitarte el pantalón para secarlo. Está bien, tal vez no es lo más cómodo, pero quedar en calzoncillos no es tan terrible.

Martín lo apuntó con un trozo de pan que tenía un exceso de pasta de pollo en él.

—Ese es precisamente el punto.
—No entiendo.
—Que no traía calzoncillos –explicó, riéndose—, esa mañana fue un caos en muchos sentidos, y entre todo lo que me pasó, cuando tenía que ir al trabajo, salí corriendo de la ducha y me vestí casi corriendo a la puerta, ni siquiera me di cuenta hasta que iba por las escaleras, y bueno, tú sabes que se nota la diferencia.

Ambos empezaron a reír. Entonces era eso, se trataba de algo tan sencillo como un olvido y salir de forma apresurada, cosa que pudo pasarle a él mismo esa mañana; de todos modos, ya superada esa incógnita, resultaba en una buena coincidencia que eso los llevara a conocerse.

—Entonces era por eso, ahora entiendo. ¿Y cómo va el asunto de la búsqueda de trabajo?
—Hasta ahora no he encontrado nada —replicó Martín, más serio—, pero sigo tranquilo.
— ¿No había posibilidad de seguir en el restaurante?
—Lo que ocurre es que este empleo era por dos meses, por que salieron de vacaciones los dos anfitriones oficiales del lugar; además, yo soy analista de datos, no tengo nada que hacer en un restaurante. De todos modos la dueña habló conmigo y me dijo que contara con sus recomendaciones, y que si sabía de algún dato que pudiera serme de utilidad me lo diría, y le creo, es una persona grandiosa en verdad.

Si antes, que pensaba que su rubro era la comida, no tenía idea de qué recomendarle, al saber que era analista de datos sus nociones eran aún más vagas; pero Mariano, el futuro esposo de su hermana trabajaba en el departamento de finanzas de una empresa, quizás él pudiera saber algo al respecto. Aunque eso significaba tener que pasar por Magdalena y aguantar sus comentarios acerca del interés en ayudar al anfitrión.
Martín sirvió dos trozos generosos de un pastel de mil hojas relleno y cubierto con dulce de leche, que se veía muy apetitoso.

—Me lo dio el pastelero del restaurante –explicó mientras servía—. Había quedado porque nos hicieron un pedido y se arrepintieron, así que la jefa del restaurante puso varios en oferta y el pastelero nos regaló.
—Está muy bueno –comentó Rafael.
—Sí, buenísimo. Y cuéntame en qué trabajas.

Rafael le comentó sobre su trabajo en la tienda de electrónica, y sin darse cuenta se encontró contándole sobre la oportunidad de acceder a un cargo superior; solo en ese momento notó que llevaba mucho rato hablando.

—Lo siento, estoy dando demasiados detalles y te voy a aburrir.
—Para nada —Martín negó con la cabeza—, no me aburre en absoluto; me decías que un amigo tuyo del trabajo decidió postular a última hora ¿No es así?

Rafael había omitido la parte de la historia en donde sospechaba de los verdaderos motivos de ese suceso.

—Sí, y tiene más antigüedad que yo en la empresa, eso significa que podrían darle preferencia.
—Eso no es bueno. ¿No eres de los que hacen lobby con los jefes?
—No me resulta —replicó el moreno—; no resulto creíble intentando convencer a alguien de algo de esa forma.
— ¿Y qué crees que pase?

Llamó su atención que Martín demostrara interés en lo que le estaba contando, pero al mismo tiempo, se sorprendió de descubrir que, incluso con la serie de teorías que se le habían pasado por la mente, no había hecho una proyección. Hasta el momento sólo sabía que su supuesto amigo del trabajo había decidido de forma abrupta presentarse como postulante al cargo de jefe de tienda, mandando mensajes en segunda línea y sin ningún motivo aparente.
O tal vez sí lo tenía.
De pronto unió todos los cabos, y descubrió que todo eso había tenido lugar el lunes, es decir, después de la jornada de descanso, y que fue durante ese día que se encontró con su ex, quien por cierto lo había abrazado de forma muy efusiva al saludarlo. Al interior de una galería que se encontraba a poca distancia del edificio donde estaba la tienda de electrónica, y a una hora que coincidía demasiado bien con el momento en que todos fueron evacuados por el amago de incendio. ¿Y la guinda de la torta? Que en el subterráneo de esta galería había un café que era objeto de visita frecuente por parte de Ángel.
¿Entonces así había sucedido? ¿Lo había visto saludarse de una forma afectuosa con otro hombre y eso le hizo sacar todas las conclusiones? Sonaba un poco exagerado, pero era lo único que tenía sentido, y le permitía considerar la situación desde un punto de vista más amplio.

— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Reaccionó, y vio la expresión divertida de Martín, y se dio cuenta del rato que llevaba haciendo conjeturas.

—Disculpa, me quedé pensando en algo.
—Parece que era importante.
—En realidad no –reaccionó y decidió cambiar de tema–. Sólo pensaba en esas cosas raras como las coincidencias de la vida.

Martín recogió la loza y la llevó al fregadero mientras hablaban.

—Ah, pensamientos profundos.
—No tanto, sólo se me pasó por la mente; no lo sé –decidió arriesgarse a decirlo—, por ejemplo, nosotros nos conocimos por accidente; si ese día le hubiera dicho a mi hermana que no quería salir con ella, no nos habríamos visto.

Se acercó al fregadero para ayudar, pero Martín lo detuvo con un gesto.

—No, siéntate, eres invitado, yo me encargo. Y es cierto –reflexionó—, no se me había pasado por la mente. Pero es una afortunada coincidencia.

Le dedicó una amistosa aunque fugaz, y volteó para lavar la loza.
¿Había sido solo un gesto de buena crianza, o significaba algo más? Rafael se sintió incapaz de descifrarlo, pero se dijo que no podía estar haciendo hipótesis ante cada gesto o palabra de Martín, principalmente porque él mismo se había dicho que iba a privilegiar la amistad en vez de estar tratando de encontrar otro tipo de sentimiento. Sin embargo, debía encontrar una forma elegante de dilucidar esa incógnita, al menos para saber en qué territorio estaba pisando.


Próximo capítulo: Escuchar de más





La traición de Adán Capítulo 4: Mariposas



¿Sabes para qué vuelan las mariposas?

Cuando Micaela escuchó el aviso por altavoz de que el viaje del barco había terminado, no se movió del cómodo camarote que la había albergado la mayor parte del tiempo durante el viaje. Aún tenía tiempo para holgazanear un rato más, antes de tomar el equipaje y llegar a puerto.
Se trataba de una mujer de 26 años, de figura espléndida por su estatura cercana al metro setenta y cinco y su cuerpo fuerte y vigoroso; tenía brazos largos, piernas fuertes por el nado y la bicicleta, y toda su estructura demostraba que era una joven saludable, incluso cuando no hubiera hecho nada de ejercicio mientras duraba el viaje de regreso al país.
Un viaje de placer.
Sin embargo, la joven no había hecho ese viaje por placer. Ni el anterior. Micaela estaba huyendo, y aunque le molestara, ella misma debía reconocérselo. Llevaba ocho meses escapando, desde esa tarde horrible cuando su vida había sido arruinada ¿O ella misma la había arruinado al fijarse en esa persona, al amar a esa persona?
Daba lo mismo.
Algunos minutos después, se levantó de la cama y dio uno ducha rápida; haber dormido mucho, mientras desperdiciaba su tiempo a bordo de un transporte que demoró innecesariamente su retorno, no había hecho una gran mejoría con su aspecto, y seguía viéndose desaliñada y cansada.
Era una mañana cálida cuando llegó a puerto, cargando un morral al hombro y tirando de una maleta; ocho meses de huir, ocho meses de simular que se había ido al extranjero a cambiar el aire y trabajar, y de engañarse a sí misma, porque por mucho que de verdad estuviera trabajando, en realidad lo que hacía era huir. Y lo que más rabia le daba era que escapaba porque le dolía, porque a estas alturas la traición y el amor eran lo mismo, venían de la misma persona, y ante eso no tenía defensa.
No habría regresado de poder evitarlo, pero las vueltas del destino la habían obligado a comprar un boleto y embarcarse, porque la última empresa para la que trabajó, quebró, y la matriz se encontraba en el país, de modo que resultaba necesario ingresar y hacer todo el papeleo para rescatar sus honorarios a la antigua, visitando oficinas y hablando con personas que tenían documentos impresos, algo completamente fuera de la sencilla modernidad de enviar un correo electrónico o validar una firma digitalmente; dentro de todo, podía decir que tenía suerte, porque no tuvo que abandonar un trabajo para venir a cobrar el dinero de otro, y además, a lo sumo tomaría tres días hacer todo, para poder volver a marcharse.
Daba lo mismo.
Como no era alentador estar de regreso en el país, tomó un crucero para tratar de engañarse y creer que se relajaría y llegaría con ánimos, al menos de no deprimirse; el servicio era de primera, y la fauna humana a bordo estaba tan interesada en pasarla en grande, que no había riesgo de algún entrometido intentando ser amistoso con ella.
Tenía un bronceado saludable y había descansado.
No había resultado como lo esperaba, pero esa mentalidad depresiva no era efectiva, quizás se había desatado en ella porque estaba en un estado diferente al habitual, con demasiado tiempo libre; a lo largo de esos ocho meses, siempre había estado trabajando, y esa presión constante le impedía dedicar demasiado tiempo a cualquier otra cosa, sometiéndola a una suerte de embotamiento que hacía que la adrenalina funcionara en lugar de los sentimientos; ahora no servía de nada quejarse, o pensar que sería mucho mejor haber llegado en avión después de algunas horas de dormir o ver una película tonta, porque meditar demasiado en eso la haría empeorar. Así que Micaela decidió tener todo finiquitado ese mismo día, ir directamente al banco, solucionar los problemas, dejar resuelto todo el asunto de los honorarios, las firmas y lo que fuera necesario hacer, para no tener que volver, y tomar el primer avión que encontrara de regreso a Europa.
Fue entonces cuando, de pie junto a un semáforo, esperando cruzar, la vio. Inocente, frágil, pero poderosa por su delicadeza y hermosura, una mariposa de considerable tamaño, reposando sobre una hoja, ajena a lo que pasaba por la mente de la joven en esos momentos. No era igual, pero sí muy parecida a una de las que aparecían en esa pintura que nunca olvidaría, esa que de algún modo ejemplificaba todo lo que le había pasado después. Y la pregunta volvió a aparecer en su mente, tal como si la escuchara en esos momentos, la pregunta que definió tantas dudas.
¿Sabes para qué vuelan las mariposas?
Ella había tenido una mariposa, una tan hermosa y frágil como no lo creyó posible, y en su momento pensó que estaría para siempre, pero al final la traición fue la respuesta a la pregunta, y los hechos la habían arruinado.
Pilar Basaure, su mariposa, ese ser tan frágil que resultó ser un engaño ¿En qué parte de la historia se había trastocado en alguien así?
Pensar en Pilar seguía haciéndole mal, principalmente porque aunque eso la hiciera retorcerse de rabia, la amaba. La amaba y la odiaba por hacerle lo que le hizo; engañar, para algo tan bajo como apropiarse de un dinero que no le pertenecía, y peor aún, comportarse como si todo se tratara de un error, intentando pasar por alto las pruebas en su contra. Había estado con ella, viviendo una relación feliz, mientras al mismo tiempo, planeaba un robo, como si se tratara de una simple transacción comercial que le dejaría importantes créditos; de una sola vez, la decepcionó a ella, y a su madre, quien la sacó de su vida casi más rápido que la propia Micaela. Y ella no podía olvidar esa jornada, los documentos que la delataban, y cómo el mundo que imaginó a su lado se desmoronaba por completo; tenían que haber sido felices, dentro de su pequeño universo, pero después de saber que ella era capaz de actuar de ese modo en contra de su propia madre, y al mismo tiempo sin importarle su relación de pareja, la felicidad ya no era posible, y ese llanto y excusas nunca pudieron contrarrestar el abrumador peso de la verdad.

 Al menos tenía la opción de sufrir en paz, sin que nadie más que una imagen fantasmal la perturbara, porque sabía que Pilar no estaba en el país, pues ella también había huido hacía ocho meses atrás, cuando quizás por remordimientos había tomado sus cosas para salir, y nunca volver. Esa había sido la última noticia que había tenido de ella.
Micaela subió al taxi abrazando el morral que siempre cargaba consigo, con la vista perdida en el horizonte, sin mirar nada más que su pasado, donde de un día para otro la felicidad se había convertido en dolor; tenía que solucionar sus problemas financieros, y ya que estaba en un sitio tan decisivo, podía aprovechar la oportunidad y hacerse cargo de algo más. Ya no iba a huir. Volvería, no a ver a Pilar, pero si volvería, a los lugares que las vieron, volvería a los recuerdos y al sufrimiento, y conseguiría extirpársela de una vez por todas. Micaela se juró a sí misma, esa mañana, que ya no seguiría más escapando, se sacaría a esa mujer del recuerdo, y con fuerza se juró que el odio la llevaría a destruir el sentimiento, hasta que llegara un punto en que solo quedara vacío. Después podría empezar de nuevo.

2


Mientras tanto, en la capital, Pilar entraba en la habitación donde su madre seguía bajo seguimiento estricto, y se sentó junto a la camilla, bajo la blanca y cálida luz del lugar.

– ¿Mamá?

Lo dijo en un tono de voz muy bajito, casi hablando consigo misma, casi por costumbre de cuando era pequeña y quería entrar al taller de su madre, y ella la reprendía por interrumpir su concentración. “Pilar, por favor, estoy trabajando, ahora no” era una de las oraciones que más marcadas habían quedado en su memoria. La noticia la había golpeado, principalmente porque aún sabiendo del paso de los años, seguía viendo a su madre como la mujer fuerte, temperamental y de voluntad inalterable que siempre había visto, la artista que tanta gente admiraba en los exposiciones o entrevistas, pero de la que pocos tenían conocimiento real, cuando de su casa o de su amado taller se cerraban las puertas.
Carmen Basaure era un roble, una araucaria, un ser demasiado poderoso como para ser vulnerable o perder el control de su vida; demasiado fuerte como para estar en riesgo de morir.

— ¿Cómo pasó esto?

Y sin embargo, ahí estaba, conectada a un respirador artificial, sin saber del mundo a su alrededor, o percatarse de las máquinas que vigilaban su pulso cardíaco; el doctor había sido muy gentil, y trató de maquillar el diagnóstico, aunque a fin de cuentas, lo que trataba de decir era que la artista estaría en ese estado durante un tiempo, a menos que reaccionara de forma favorable antes, y pudiera recuperarse con prontitud, lo que de momento dejaba todo en manos de la incertidumbre.
La única persona que tenía como familia era ella, alguien demasiado cobarde y débil como para hacerse cargo del algo así, o de la galería de arte, o de decisiones difíciles. De modo inconsciente, cuando estaba ahí sola en frente de su madre gravemente afectada, Pilar pensó en quién podía necesitar en ese instante, y la imagen de Micaela apareció frente a ella, haciendo que las lágrimas brotaran de sus ojos, sin poder contenerlas. ¿Cómo tendría fuerzas para enfrentar una desgracia como esa, cuando ni siquiera podía recordar a Micaela sin llorar?
Estaba sola, pero no como cuando había llegado al país y pensaba visitar la galería y ver la alegría de su madre, aunque sin ser vista, ahora estaba sola frente a lo desconocido, y sabiendo que no tenía más opción que seguir aunque no lo quisiera; incluso sabiendo que su madre no la quería ahí, ni ocho meses atrás, ni nunca.

Fuera de la habitación, Adán descansaba sentado con los brazos cruzados, con la apariencia perfecta y lozana de siempre, aunque interiormente estaba preocupado por lo que estaba sucediendo. ¿Por qué la hija de Carmen tenía que llegar al país justo en ese momento?
Cuando tomó la decisión de contactarla, esperaba encontrarse con algún tipo de resistencia, o que en un panorama ideal, ella no contestara, o simplemente le dijera que no podía regresar al país; contando con eso en su favor, podría deshacerse de ese asunto en vez de tener otro más en la lista. Pero, ella contestó, y cuando él le explicó lo que estaba sucediendo, ella le dijo, para su sorpresa, que acababa de llegar al país para un asunto urgente, y que, desde luego, estaba muy preocupada por su madre, de modo que iría de inmediato al sitio en donde estaban cuidando de ella. No sólo fue algo inesperado, sino que incorporaba un nuevo elemento de descontrol a un mapa que ya era muy complejo; al verla en persona, se encontró con una mujer de apariencia frágil, y que se mostraba muy nerviosa y angustiada por la situación que estaba ocurriendo, incluso con los ojos llorosos y un temblor en todo el cuerpo. Se dijo que para estar separada de su madre y haber sido borrada del presente de Carmen, parecía estar demasiado involucrada, demasiado preocupada por el destino que pudiera correr su progenitora; hizo todo lo posible por mostrarse gentil y al mismo tiempo, como un brazo fuerte en quien confiar, pero la chica no parecía ocupada de nada que no fuera exclusivamente el estado de su madre, de modo que no le quedó alternativa más que dejarla en la habitación con ella, y confiar en que era posible mantener el control de todo. En ese momento, Izurieta respondió su mensaje, llamándolo por teléfono.

— ¿Está contigo?
—Estoy fuera de la habitación —respondió con prisa, en voz baja—, ella está con Carmen ahora.

El abogado soltó un bufido.

—Es una coincidencia muy desafortunada.
—Lucía muy angustiada —comentó con fingido desconcierto.
—Supongo que piensa que tiene motivos para estarlo –reflexionó el hombre, de un modo misterioso— ¿Le dijiste que habías hablado conmigo?
—Sólo le hablé de lo de Carmen.
—Bien, hiciste lo correcto; de momento, no hay nada que se pueda hacer, sólo esperar. Infórmame de cualquier cosa que suceda ¿De acuerdo?

Adán finalizó la llamada, y se quedó pensando en lo que estaba ocurriendo; definitivamente había algo oculto entre Carmen y su hija, alguna clase de historia que era demasiado importante como para dejarla pasar. Quizás la mejor oportunidad de descubrir qué era lo que ocurría, estaba en el momento en que la chica saliera de ese cuarto, probablemente más nerviosa que antes.


Próximo capítulo: Certezas

Las divas no van al infierno capítulo 01: El primer día de las estrellas



Primera parte: Lisandra



Lisandra había estado trabajando como promotora de una marca de pastas en el supermercado Alianza, y aunque podía parecer algo muy sencillo, no era cómodo ni agradable estar parada seis horas sobre tacones, enfundada en un vestido ajustado que no era de la tela más suave, y poniendo cara de circunstancia, de acuerdo con la instructora "Es un producto familiar, por eso el vestido es hasta la rodilla, y nada de escote. No pueden lucir sexis ni poner caras sugerentes, tienen que aparecer cono una amiga de la esposa, la amiga de la familia, pero nunca pasarse de confianza, nunca parecer la que le quiere quitar al marido".
Su único trabajo era estar ahí, para que las personas asumieran que se trataba de un producto totalmente revolucionario e innovador; así que cuando vio que su amigo venía por el pasillo, sonrió, contenta.

—Benjamín, qué sorpresa.
—¿Cómo va tu día?
—Te diría que mal —replicó ella, sonriendo—, que los tacones me tienen cansada, que no quiero que me pregunten jamás otra vez si esta pasta es "más rica" que la otra, pero no. Es el último día y ya sabes lo que eso significa.

Benjamín era su amigo desde la secundaria, y su amistad seguía férrea ahora que tenían 22. Tenían mucha confianza, y ella sabía que podía contar con él para todo.

—Estás muy contenta, me alegra ver eso.
—Te prometo, que ahora que llegó el día, sigo sin poder creerlo. ¿Yo, seleccionada entre las 500 para " Siempre divas" y a punto de presentarme? Es de otro planeta.

Hicieron una pausa mientras una señora pasaba distraídamente por el pasillo; hasta el momento, sólo la familia y él sabían que, al comenzar el domingo, ella estaría luchando por ser una de las 24 participantes del programa de televisión.

—¿Quién iba a decir que llegaría este día? Sé que la pelea va a ser fuerte, pero este ya es un gran paso, hay miles que no quedaron.
—Eres una chica talentosa —dijo él—, este es el fruto de tu esfuerzo, y de tu talento; mañana sólo tienes que dar lo mejor de ti. ¿Tienes todo listo?
—Sí, el bolso con lo necesario para mañana —Enumeró ella—, una maleta pequeña con un par de cambios de ropa por si me lo piden, documentos.
—¿El labial de la suerte?
—¡Por dios! —Se llevó una mano a la frente— Lo olvidé por completo; pero está en mi velador, llegando lo tomaré.
—Bien —Él carraspeó, algo inquieto—, quería decirte que conseguí el día libre para mañana, así que, si quieres, puedo acompañarte a la presentación.

El trabajo de Benjamín tenía unos horarios bastante estrictos, de modo que Lisandra no insinuó siquiera que él la acompañara, para no presionarlo. Además, según las instrucciones de la producción del programa, los familiares o amigos que acompañaran a las participantes sólo podrían estar en una zona delimitada y por un corto espacio de tiempo, y con respecto a su familia, sabía cuánto la apoyaban, pero prefirió pedirles que la esperaran en casa, porque su presencia la haría sentir presionada.

—¿Es en serio?
—Totalmente —replicó él.
—Gracias, no sabes cuánto aprecio eso; pero sólo será un rato, después tendremos que entrar en el centro de eventos, y las pruebas son sin público.
—Eso no me preocupa —dijo él—. Quiero acompañarte en ese proyecto, eso es lo que hacen los amigos.

Más tarde, Lisandra estaba en su cuarto, en una tenida más cómoda, revisando algunos detalles, cuando en televisión pasó el anuncio de Siempre divas; después de una pantalla negra, aparecía en el centro, en un trono, Sarki, la reina madre de las estrellas del espectáculo nacional, una mujer de edad incalculable, pero que lucía de entre treinta y cuarenta años, forrada en cuero con aplicaciones doradas, su característico cabello ensortijado cayendo sobre los hombros, y sus ojos color castaña, rodeados de sombra multicolor, mirando a la pantalla, como si estuviera viendo a los ojos al espectador, de forma personalizada. La mujer inspiraba sutilmente, y luego preguntaba "¿Quieres ser mi sucesora?" Luego de eso, seguían varias secuencias muy rápidas de coreografías de distintas cantantes como Christina, Taylor, Miley, Selena y muchas otras, al ritmo de una melodía que iba en ascenso, hasta una explosión final de confeti, rematada por la voz del conductor del programa, Aaron Love, que invitaba a las chicas a participar en un programa de talentos dedicado al arte de la imitación y caracterización. Había visto ese comercial tantas veces, lo tenía en la galería del móvil, y, sin embargo, al momento de verlo, siempre le causaba la misma impresión, la misma sensación de estar con un subidón de adrenalina, como si estuviera a punto de entrar a ese mismo escenario; la posibilidad de participar, en igualdad de condiciones con otras chicas, por un puesto para ese programa, parecía un simple sueño, pero descargó las bases, y envió la solicitud tan pronto pudo. Una vez pasada esa etapa, tuvo que esperar un par de semanas, y luego enviar un video de cuarenta segundos imitando a una estrella de la música; cualquiera habría esperado que hiciera algo de la cantante Demi, pero decidió jugar sus cartas por algo diferente y apostar por una cantante latina. Cuando recibió el correo con las instrucciones, lloró de emoción, y se sintió como la chica más afortunada del mundo, estando entre las quinientas, y sabiendo que, al día siguiente, tenía que pasar a formar parte del desafío para quedar entre las cincuenta, y luego entre las veinticuatro.
Se miró en el espejo, y se quedó contemplando su imagen: cuando la cantante Demi Lovato comenzó a ser famosa, una amiga de la secundaria le dijo que se parecían, pero en ese momento no lo tomó como una situación real. Ahora que era adulta, sabía que existía un parecido con la intérprete, y pensó que era muy importante no depender de eso al participar; de seguro habría más de una tratando de ser igual a una artista ¿Y si había otra Demi? No, lo que tenía que hacer era demostrar que podía interpretar, sincronizar sus labios, desplazarse y dominar la escena por sí misma, sin necesitad de sujetarse de alguien más; tomó el labial de la suerte, que era de un suave color rosa, y lo miró como a un trofeo: no era el mismo, pero era del mismo color y marca que el primero que tuvo, que su madre le había regalado cuando cumplió once años. Lo llevaría con ella, esperando que le trajera buena suerte.



La edificación en la que se estaba realizando el proceso el domingo era enorme, y en donde entraron había espacio para al menos mil personas, que podían sentarse en asientos que estaban dispuestos en fila, o desplazarse por los espacios abiertos; había percheros y espejos en las paredes, y una muy buena iluminación que permitía apreciar todo con detalle. Una mujer de alrededor de cuarenta y cinco años pasó caminando animadamente por todos los pasillos, dando alguna clase de instrucción a los asistentes, que sin duda ponía nerviosos a quienes la escuchaban.

—Ella debe ser de la producción —Observó Lisandra.
—Lo es —replicó él—, me fijé que lleva una pulsera de color bronceado, es una identificación.
—Es cierto.

Cuando la mujer llegó hasta donde estaba Lisandra, esta procuró acercarse lo más posible para no perder detalle.

—Escuchen por favor, dentro de seis minutos, todas las acompañantes deberán salir, y no podrán volver a entrar en este lugar. El proceso de pruebas se va a realizar en la sala siguiente, pero aquí sólo pueden estar las participantes; las participantes deben estar aquí todo el tiempo, y seguir las instrucciones del personal de la productora: antes de empezar, les recuerdo que deben tener a mano su documento de identidad, y que los móviles deben estar apagados o en modo de espera. Si los guardias detectan a una de las participantes usando el teléfono móvil, esta persona será descalificada de inmediato, y tendrá que irse; no sabemos cuánto va a durar este proceso de selección, pero haremos lo posible por terminar antes de las cinco de lo tarde, así que háganse el ánimo, sean fuertes, y demuestren todo lo que tienen.

Ya estaba dicho; a partir de ese momento, estaba en la partida de esa competencia.

—Gracias por haberme acompañado, y por aguantarme.
—Por nada —replicó Benjamín, sonriendo amistosamente—, ahora me voy, llámame tan pronto salgas.
—Te lo prometo.

El ruido en el lugar disminuyó considerablemente cuando sólo quedaron las quinientas pre seleccionadas; algunas estaban sentadas, muy quietas, en actitud de concentración, mientras que otras se probaban vestidos y accesorios o arreglaban su cabello frente a alguno de los espejos de cuerpo entero, y muy pocas estaban charlando o haciendo amistades, pero lo que más la sorprendió, es que había algunas realmente nerviosas, casi al borde de las lágrimas. Lisandra estaba más bien ansiosa de que llegara el momento, así que estuvo sentada un rato pensando, y luego fue hacia uno de los espejos, para revisar su maquillaje, y comprobar que estaba en las mejores condiciones.

En un momento, notó, casi por accidente, que una chica, en el espejo siguiente, estaba marcando un número en su móvil, el que tenía disimulado entre su largo cabello. Al ver eso, le entró un sentimiento de pánico instantáneo, recordando claramente las palabras de la mujer de la productora, que les indicó que estaba prohibido usar los teléfonos celulares; nerviosa, miró en todas direcciones, e inevitablemente vio a uno de los guardias, mirando de un punto a otro muy lentamente, vigilando que la instrucción fuese cumplida. Estuvo a punto de hablar y decirle algo, o hacer algún tipo de advertencia, pero entonces, dos ideas pasaron por su mente, y ninguna de ellas era buena: la primera, que tratara de advertirle, la chica ocultara el móvil y la acusara de tratar de ponerla en una mala imagen, y la otra, que la descubrieran a pesar de la advertencia, y como una forma de vengarse por no avisarle a tiempo, dijera que la propia Lisandra estaba haciendo lo mismo. ¿Qué tanto podría perjudicarla algo como eso? Aparentó que buscaba algo en el bolso, muy concentrada, mientras de reojo miraba en la dirección de la chica, y tal como lo había anticipado, uno de los guardias la descubrió, y la hizo salir del lugar, causando un pequeño revuelo por las inútiles súplicas de la chica. Lisandra lo lamentó por ella, pero al mismo tiempo, eso le hizo pensar en lo frágil que era la estadía ahí, y en cuánto tenía que cuidarla.
Cuando llegó el momento, llamaron a un grupo, entre las que ella estaba, y les dieron la instrucción de ingresar a la siguiente zona, que, para su sorpresa, estaba dividida en una serie de pasillos negros que conducían a escritorios donde esperaba una persona, acompañada de una cámara y una serie de documentos; por primera vez se sintió realmente nerviosa, pero hizo un esfuerzo por calmarse, y comenzó a caminar.




Segunda parte: Charlene


—Familia: el día llegó.

Aquel sábado 12 de mayo era el comienzo de una nueva vida, y el primer paso en la carrera al éxito para Charlene; tenía todo preparado, y desde luego, era obligación hacer una puesta en escena adecuada para la ocasión.
En la sala de la casa, sus padres estaban sentados en el sofá, su madre por supuesto, la más feliz y emocionada; también estaba Jacinto, su hermano mayor, la tía Agustina, y Berenice junto con Estela, sus dos grandes amigas del barrio. Esa jornada se había esmerado, y llevaba un atuendo compuesto por jeans azules desgastados, una blusa blanca con canesú bordado de flores, y llevaba el cabello rubio tomado en un moño que aparentaba ser casual, pero dejaba caer mechones por todo el contorno del rostro; con la cantidad justa de maquillaje, coronada por labios rosa y algo de brillo en los párpados, formando una apariencia cuidada, pero preparada para un viaje.

—Hija, te ves radiante.
—Gracias mamá, pero sólo me arreglé un poco, la verdad. Quiero agradecerles por estar aquí, tan temprano un domingo, por acompañarme en la despedida, ahora que voy a iniciar este nuevo proyecto.
—Estamos muy contentas por ti —dijo Estela—, es un gran logro que te hayan pre seleccionado para ese programa de talentos. Siempre divas, suena tan grande, tan glamoroso.

Charlene asintió, con un delicado gesto de modestia; a su espalda, la maleta con sus cosas, el bolso de mano y la cartera la esperaban.

—Gracias, amigas; les prometo que voy a hacer mi mejor esfuerzo por estar en ese programa, y dejar este nombre muy en alto.

Hizo un gesto amplio con las manos, mientras todos la miraban; su padre la miró, con cariño.

—¿Estás segura de que quieres irte sola al terminal de autobús?
—Sí papá, es lo mejor, así será menos triste para todos.
—Recuerda llamar —Apuntó su progenitor.
—¡Desde luego! —exclamó, con tono de ilusión.

Su madre se puso de pie, y se acercó, para darle un abrazo. Charlene sabía que estaba tanto o más emocionada que ella.

—Felicidades, hija. Yo sé que vas a cumplir todos tus sueños.
—Tengo fe en que lo voy a hacer lo mejor que pueda. Gracias, mamá. Ya tengo que irme, los quiero.
—Que te vaya muy bien, Charlene —dijo escuetamente su hermano.
—Gracias, Jacinto.

Se despidió una vez más, tomó sus cosas y salió, despidiéndose de nuevo de todos cuando vio sus rostros en la ventana. Una vez que estuvo a prudente distancia, sacó el móvil del bolsillo y marcó un número.

—Estoy lista.

Unos segundos después, apareció un automóvil y se estacionó. El hombre la ayudó con la maleta, y ella subió, mientras se ponía unos anteojos oscuros, satisfecha de que todo saliera de acuerdo con el plan.
¿Despedida familiar en un terminal de autobús? Ni muerta.
¿Empezar su nueva vida con el pesado de su hermano mirándola con esa constante actitud de superioridad? Jamás.
Había logrado quedar seleccionada entre cincuenta mil postulantes, y ahora, siendo parte de las quinientas, sólo tenía que usar toda su capacidad para ocupar uno de los veinticuatro cupos para el programa de talento, lo cual sería pan comido.

—Mi futuro me espera —dijo para sí misma—. Voy a llegar muy lejos, porque tengo talento.


2


—No, no tienes talento.

Charlene se echó a llorar sobre el escritorio, mientras la mujer del otro lado, la miraba con actitud de completa indiferencia.

—No pueden hacerme esto —Sollozó levantando el rostro hacia la mujer—, yo tengo inteligencia, soy una mujer valiosa, tengo talento, yo sé que puedo hacerlo.
—No pudiste sincronizar los labios con la canción, cariño.

Estuvo a punto de gritarle que era una canción de la época de las cavernas, pero se detuvo. Esa mujer, en ese escritorio dentro las instalaciones de la productora Cien estrellas, era su única vía de entrada al programa de talentos; se dijo que tenía que controlarse, que era una prueba inesperada, pero no algo que no pudiera superar.

—Escuche, sólo deme una oportunidad más; estaba distraída, pero le prometo que esta vez lo haré bien.
—De acuerdo —dijo la mujer, revoleando los ojos—, pero sólo una, y si no puedes hacerlo, te pararás de ese asiento y te llevarás tu rubio y artificial peinado de vuelta por donde viniste.

Oprimió el mando en la consola, y comenzaron los primeros acordes; por primera vez en su vida, Charlene agradeció el sufrimiento de escuchar tantas veces a esas cantantes antiguas que su padre insistía en oír los fines de semana. Al momento en que la voz de la cantante, que para ella era en extremo estridente, comenzó a sonar, supo exactamente dónde y cómo sincronizar los labios, para que quien la viera pensara que esas letras, eran cantadas por ella, y puso todo el entusiasmo y drama que era necesario, aunque por dentro no sentía nada por ese tema, y más bien, lo odiaba.

«No quiero flores cuando muera
Las quiero ahora en mi jardín
No quiero amores con cualquiera
Cualquiera no me hace feliz...»

Poco más tarde, la rubia estaba en la gran sala de espera, paseando de un lado a otro, como animal enjaulado; esa horrible mujer la había humillado, impidiéndole pasar a la siguiente etapa, aun cuando ella hizo una presentación perfecta. No podía pasarle eso, tenía que hacer algo, cualquier cosa para conseguir entrar en ese programa, y de ninguna manera podía volver a su casa, mucho menos a ese barrio pobre al que no quería regresar jamás. Alrededor había otras participantes, algunas contentas, otras muy tristes o nerviosas, y entre todas las personas, vio a un hombre de unos treinta y cinco, alto, guapo, muy esbelto, que conseguía pasar entre las personas, al mismo tiempo sin tocarlas y sin que pareciera que las evadía. Una chica se le acercó con expresión de súplica, y supo que se trataba de alguien importante; se acercó disimuladamente y escuchó a una distancia prudente.

—Escúcheme, por favor, yo puedo hacerlo, es sólo que la persona que me entrevistó puso unas canciones muy antiguas.

¡Bingo! Cuidó de no parecer histérica como esa chica, e intervino.

—Lo lamento, pero es verdad; ninguna persona debería ser descalificada por no conocer una canción, en mi caso pasó lo mismo y no tuve alternativa.

El hombre miró a ambas, con una expresión cortés que ocultaba su verdadera emoción.

—¿Sandra? ¿Esto es así?

La mujer que le había hecho la entrevista iba pasando justo en ese momento, y le devolvió una mirada completamente confiada.

—Imposible, Kevin, sabes que soy profesional.
—Estas dos chicas dicen que las descalificaste por no conocer una canción —Apuntó él con algo de hastío.
—Absurdo —replicó ella con una media sonrisa—, de hecho, ella quedó seleccionada. Chacine ¿No es ese tu nombre?
—Charlene —Respondió de forma automática, con el rostro desencajado—, pero usted me dijo que no había quedado seleccionada.

La sonrisa de amable indulgencia de la mujer hizo que se sintiera como una estúpida.

—Lo que dije al principio es que, si seguías estando tan nerviosa, no ibas a quedar seleccionada. ¿Ya olvidaste que después respiraste, y te felicité por lo bien que lo hiciste?

El hombre alto se aclaró la garganta, muy disimuladamente, y se excusó.

—Bien, creo que fue sólo un malentendido; permiso.

Mientras la otra chica seguía llorando y el tal Kevin se iba por una puerta lateral, Charlene siguió a la mujer llamada Sandra, y la interceptó justo antes que saliera del salón de espera hacia las dependencias interiores.

—Espere ¿Qué fue todo eso?
—No sé a qué te refieres, niña —replicó la mujer.
—No me dejó seleccionada en primer lugar —Le dijo en voz baja—, y cuando alguien la acusa, cambia su forma de pensar.
—Oh, y eso te deja muy molesta —comentó la mujer, mordazmente—, tal vez quieras aliviar tu conciencia dejándole tu puesto a esa otra chica.

Entonces no era palabrería, de verdad había pasado la selección y quedado entre las cincuenta, sólo porque esa mujer astutamente se había sacado una acusación de encima.

—Entonces está tratando de decir que...

La mujer se cruzó de brazos, y la miró, divertida.

—No me hagas pensar que eres rubia natural —Le guiñó un ojo, sin nada de diversión—, ahora sólo diviértete, la fama te espera.




Tercera parte: Valeria


Cuanto llegó al departamento, Valeria estaba cansada, pero muy contenta; dejó las bolsas con lo que había comprado en la sala, y fue hacia la habitación en donde se escuchaba el sonido de la ducha abierta.

—Cariño, ya volví.
—Salgo en un minuto.

La puerta del baño estaba abierta, y ella entró, en silencio; como era su costumbre, Jorge se bañaba con agua helada después de trotar, y lo hacía cerrando la puerta transparente de la ducha, pero no las cortinas, de modo que no había vapor ni telas que lo ocultaran. Se tomó un momento para mirarlo bajo el agua, apreciar la espalda ancha, los hombros fuertes, los brazos y manos que se deslizaban por la piel turgente, bronceada por el sol y las rutinas de escalada y nado, y lentamente desplazó la vista hacia las curvas de la cintura y la espalda baja; el sonido de su móvil la interrumpió, e hizo que él volteara hacia ella, sonriendo.

—Camila —dijo, contestando en voz baja—, gracias por llamarme; eso que me dices es genial, te lo agradezco mucho. Te hablo más tarde.

Ella cortó la llamada, mientras él salía de la ducha, con una toalla en la cabeza.

—Hola.
—Hola.
—¿Te vienes a meter a la ducha conmigo? —Sugirió él.
—Sabes que no me gusta el agua helada.

Él se acercó a ella, sonriendo sugestivamente.

—Podemos hacer algo al respecto.

Le dio un beso en los labios, muy suave, que apenas pareció un roce, pero pudo transmitir una deliciosa mezcla de calor corporal y la frialdad del agua. Pero ella se hizo un paso atrás.

—Ahora no puedo, más tarde, sí; tengo cita con mi peluquero, me va a hacer el alisado permanente.
—Yo pienso que luces perfecta ahora mismo.

Valeria salió del baño y se dirigió a la sala; tenía que seleccionar muy bien todo lo que iba a usar al día siguiente, nada podía quedar al azar.

—Eso es muy lindo de tu parte, pero mañana en esa audición, todo va a ser visto con lupa, así que tengo que estar preparada al máximo.

Jorge salió del baño en shorts y sudadera, y soltó un silbido al ver la cantidad de bolsas.

—Vaya, hablabas en serio sobre ir de compras.

Se abrazaron, y él la miró fijo a los ojos; ella se había enamorado de esa mirada honesta y limpia que vio desde un principio.

—Lo vas a hacer muy bien, sabes cómo hacer esto; eres una mujer talentosa, con experiencia, vas a tomar eso y hacer lo tuyo.

Valeria se separó de él; era el momento de hablar de ese asunto, ya no podía seguir posponiendo.

—Sobre eso... hay algo que tienes que saber.
—¿Qué ocurre? — La mirada de él se volvió cautelosa.

Ahora que estaba a punto de decirlo, sintió que sonaba mucho peor que las muchas veces que lo había pensado; pero estaba decidido, ya no iba a dar pie atrás.

—Voy a hacerme un tratamiento en lo de Tina Marinovic.

Su novio frunció automáticamente el ceño; en un instante, comprendió todo lo que significaba ese anuncio.

—Valeria, eso no es necesario —Su voz adquirió de inmediato un tono de reproche.
—Ven.
—Valeria, ya lo hemos hablado.
—Ven —insistió ella.

Entró con él al baño, y lo hizo pararse junto a ella frente al espejo de cuerpo entero.

—¿Qué ves?
—A una chica maravillosa —replicó él, sin un asomo de duda en la voz.

Valeria negó con la cabeza; por un segundo, pasó la vista de su voluptuosa figura a su largo cabello negro, y su piel morena. Él mentía, o se engañaba a sí mismo, pero ella no.

—No. Es una mujer; una mujer de 27 años cumplidos, que está a punto de salir de este mundo, del mundo del espectáculo.
—Eso es absurdo.
—Es la verdad; Jorge, mira a tu alrededor, nadie se mete en el mundo de la televisión a esta edad, mucho menos siendo mujer, y esta es la única oportunidad que me queda. Por eso mentí en la solicitud para entrar al concurso.

En esa ocasión, fue él quien se separó de ella, mirándola con una expresión difícil de descifrar.

—¿De qué estás hablando?
—Mentí sobre mi edad, dije que tengo 23 años.
—Pero tienes que presentar tu identificación cuando pasas la preselección.

Su expresión cambió por una de total incredulidad; la miró como si no la conociera.

—¿Qué fue lo que hiciste?
—Conseguí documentación falsa; por eso necesito hacer ese tratamiento, me dará una piel, un aspecto más juvenil. Escucha, sé que puedo lograrlo, esta es la oportunidad que necesito, y cuando lo logre, todo el esfuerzo valdrá la pena.

La cara de Jorge era una composición de emociones; casi sin darse cuenta, se había apoyado en un mueble, para no perder el equilibrio.

—Entonces por eso lo hiciste.
—¿Qué?
—Esto lo venías planeando hace mucho tiempo —Al reconstruir los acontecimientos en su mente, él iba pasando de un nivel de sorpresa a otro mayor—. Cuando te hiciste ese cambio de apariencia, te pregunté por qué era tan extremo, y me dijiste que querías experimentar; dejaste de usar el cabello ondulado y castaño, te hiciste otro perfilado de cejas, cambiaste todo tu estilo de maquillaje de un día para otro. Lo hiciste porque necesitabas hacer desaparecer a la que eras, para poder convertirte en otra; Valeria, esto está mal, está horriblemente mal.

Ella respiró profundo, intentando calmarse; pelear no ayudaría en un momento como ese.

—Jorge, por favor, sigo siendo la misma.
—¿Estás segura de eso? —replicó él, duramente—¿Qué va a pasar conmigo, me vas a tener escondido?
—Eso no es lo que...
—Eso es lo que tienes que hacer —Le dijo, cortando sus palabras, mientras la miraba con una aterradora mezcla de miedo y desamparo, con los ojos llenos de lágrimas—. Yo no puedo existir, porque eso arruinaría tu identidad nueva; tienes que verte más joven, pero en realidad es ser alguien más, y para eso tienes que borrarme. Si nadie te ve conmigo, no habrá problema, con ese nuevo nombre que te conseguiste, nada importa, porque sólo bastará con que estés presente y mantengas esa mentira, si alguien pregunta, sólo será una chica que se parece a ti, pero que no eres tú.

Valeria ahogó una exclamación; sabía que él se lo iba a tomar a mal, pero su reacción era mucho peor que todo lo que se había imaginado en un principio.

—Escucha, sabes algo, no importa.

El hombre soltó mucho aire por la boca, como si hubiera estado conteniéndolo durante mucho tiempo, y se sentó en el sillón, negando con la cabeza.

—Bueno, hay algo que tengo que decir.
—Jorge, escúchame.
—No, escúchame tú —La cortó él—. Te he querido durante cuatro años; antes de conocerte no sabía diferenciar entre una barra de labios y una de máscara para pestañas; aprendí todo lo de tu mundo, porque nunca quise ser el clásico tipo que le dice a su pareja “sí, linda” pero no sabe de lo que ella le está hablando, no quería ser el que se excusa diciendo que son temas de mujeres.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero estas no llegaron a caer, y el hombre inspiró para darse fuerzas. Valeria no era capaz de decir palabra.

—Aprendí a conocer tu mundo, me interesé por ti, por lo que estabas haciendo, y desde entonces te he acompañado siempre, sin aflojar. Ahora todo está decidido, tú no tienes nada que preguntar o que saber, ya lo decidiste, y éste es tu sueño; siempre dije que me gustaría haber podido hacer algo por ti para ayudarte, pero nunca hice nada más que darte apoyo emocional. Bien, ahora puedo hacerlo.

Valeria consiguió hablar, aunque su voz en esos momentos se oía quebrada y apagada. Todo eso estaba saliendo mucho peor de lo que había esperado.

—Jorge, por favor, esto no es algo en tu contra, no es esa mi intención, lo que estoy haciendo es por mi futuro, te prometo que no quiero lastimarte.
—Mira, vamos a aclarar algo —exclamó él, con determinación—. Todo esto ya está hecho, no trates de decirme otra cosa; para que tu plan funcione, tienes que hacer una mentira que sea creíble, y yo no encajo dentro de esto; así que dime qué es lo que tengo que hacer. Sólo tienes dos opciones: o terminas conmigo, o me dices qué idea tienes, para poder hacerlo. Sólo dime cuál es tu plan, y yo lo haré.


2


Más tarde, y repuesta del conflicto que tuvo con su novio, Valeria llegó a la consulta de Tina Marinovic; se trataba de una mujer espléndida, delgada, alta, con un rostro limpio de marcas o arrugas, y un largo cabello rubio que adornaba su gentil expresión. La mujer la recibió en su oficina y la invitó a tomar asiento.

—Al fin te decidiste. ¿Qué te ocurrió? Tienes los ojos un poco hinchados.
—No es nada —respondió, sonriendo para evadir el tema—. Tina, quería agradecerte por esto.
—No seas ridícula, no tienes que agradecer —replicó la mujer, desechando la idea con un gesto de la mano—; recuerda que tenemos un trato: si entras a ese programa de televisión, me traerás algunas clientas, y con eso estaremos a mano. No es nada de difícil, tú eres muy talentosa. No hay nada de qué preocuparse.

En realidad, Valeria sabía que sí lo había, porque en el caso de no entrar, tendría que pagar el costo del tratamiento que iba a hacerse, y no era una cantidad pequeña de dinero.

—Bien, vamos a lo nuestro —dijo la mujer, señalando la pantalla en su escritorio—; el procedimiento que vamos a realizar es de ultrasonido, para la estimulación de las capas de colágeno en tu piel. Inicialmente no vas a ver mayores diferencias, pero ocho horas después ya vas a notar los cambios, aquí en la zona de los ojos —Señaló el área en una imagen digital del rostro de Valeria—, en el contorno de la boca, y en la frente.
—¿Entonces podré verme más joven?

La mujer desplegó una comparativa, mostrando a la izquierda su rostro, y a la derecha una proyección después del tratamiento.

—Por supuesto; no hay duda, te verás de veintitrés con toda facilidad, nadie va a sospechar en lo más mínimo.

Se quedó mirando la proyección, en la que, realmente, lucía con cuatro o cinco años menos; era fascinante poder lograr algo como eso.

—Es increíble; pero hay algo que me preocupa ¿podré hacer mi vida normal mañana domingo? Tengo una audición muy importante.
—Sí, lo recuerdo, me lo comentaste antes; no te preocupes por nada, en este momento son las cinco y media de la tarde, en doce horas ya te sentirás como nueva, así que vas a despertar como una bebita. Sólo ocúpate de dormir muy bien, y estar tranquila, y deja que la ciencia haga sus maravillas.


Cuarta parte: Márgara


El mediodía estaba caluroso cuando Márgara llegó a su casa; ese día, estaba invitada su madre, así que tendría que estar presente a la hora de almuerzo y posponer un poco sus preparativos para el domingo.

—Hola, mi amor —dijo la voz de Fernando desde la cocina—, estamos aquí.

Su madre y su novio estaban bromeando en la cocina, desde donde salía un agradable aroma a estofado; Fernando era perfecto en las artes culinarias y siempre se le ocurrían recetas.

—¿Cómo te fue?
—Bien, tengo todo comprado —Vio la hora en su reloj de pulsera—. Exactamente la una quince, mamá, tienes que irte antes de las cuatro.

Su novio dejó las verduras que estaba procesando y volteó hacia ella, con el ceño fruncido.

—Márgara, eso no suena nada bien.
—Déjala, está bien —Intervino su madre, esbozando una sonrisa—. Hoy no la voy a cuestionar por nada; Márgara tiene la audición para ese programa, es natural que esté histérica.
—Mamá, no estoy histérica.
—¿Lo ves? —Apuntó la mujer, con tono inocente.

La mujer pasó a su lado, sonriendo ampliamente; eran tan distintas, que a veces la joven se preguntaba si realmente eran madre e hija. Su madre era una mujer más bien baja de estatura, de piel blanca y sonrosada y rasgos finos, resaltados por un perfecto maquillaje y enmarcados por un peinado rubio bastante elaborado, y era delgada y esbelta, mientras que ella a sus 22 años, era alta, de curvas pronunciadas, y le gustaba lucir natural, tanto el cabello muy largo, suelto y liso, como la piel, bronceada hasta tener un tono saludable, usando sólo un poco de labial y algo de brillo en los párpados. Pero era en el carácter donde más se diferenciaban, ya que a ella siempre le gustó el arte, las cámaras y las luces, mientras que su madre era una mujer de negocios, práctica, fría, y generalmente mordaz.

—No estoy nerviosa por la audición —Explicó con tono profesional—, es sólo que necesito arreglarme para mañana, y tú no me ayudas aquí, eso es todo.
—Sí, sí, lo que tú digas —Se acercó al refrigerador y sacó de él unos pimientos—; en cualquier caso, vine para acompañarte mientras aún conservas la cabeza en su sitio, mañana vas a estar insoportable.
—¡Mamá!
—Fernando, eres un ángel por soportarla todos los días, te lo juro.

Él sólo sonrió, encogiéndose de hombros; en esos momentos lucía adorable, vestido de celeste y verde, en una tenida informal, y con el delantal rosa de ella, que lo hacía verse muy acinturado. Tenía veinticuatro años, trabajaba en una tienda de accesorios de electrónica de última generación, y era el más solicitado de los vendedores, por ser el más atento y listo de todos; y claro, también era muy guapo, alto y fuerte, con ese aspecto de galán moreno, usando siempre una barba de tres días, muy bien recortada.

—Tú no te rías.
—Cariño, tu mamá solo está bromeando —dijo él, mirándola fijo con sus intensos ojos negros—, además, mira todo esto, es un almuerzo delicioso y ella hizo una parte, tiene muy buena mano.
—Oh, era necesario que supiera cocinar algunas cosas —Intervino su madre, alegre—, porque cuando tu novia era una niña, yo no estaba en una buena situación económica, pero ella ya era una princesa. Y sabes que las princesas no se conforman con cualquier cosa.

Pasó entre ellos con unos platos, rumbo a la sala; Márgara revoleó los ojos ante su comentario, pero antes que pudiera decir algo, Fernando la abrazó tiernamente.

—Tiene razón en algo: eres una princesa.
—No te burles.
—No me estoy burlando —replicó él, en un susurro—; eres mi princesa. Escucha, mañana todo va a salir bien. ¿Ya decidiste si vas a caracterizarte para la audición?

Ella se separó de él para abrir el mueble en donde estaban los vasos.

—Sí, y decidí que no lo haré. Pienso que es una carta demasiado fácil, porque estoy segura de que estará lleno de Cristinas, de Mileys y todas las demás, es lo que cualquiera piensa cuando se habla de las divas: las divas del pop. Además, Sarki aparece en el comercial con el estilo de una de ellas, es imposible no reconocerlo, pero en la solicitud y todos los requerimientos no dice nada sobre imitar o doblar.
—¿Entonces crees que no se trata de eso?
—No —Lo meditó un instante—. Lo que creo es esto: están usando este mensaje subliminal, diciéndonos que tenemos que parecernos a una estrella, pero creo que eso es un filtro; Sarki pregunta en el comercial si una quiere ser su sucesora, pero ella nunca ha sido imitadora de actrices o cantantes. Ella es una artista, estuvo en programas como modelo cuando joven, después como actriz cómica, hizo teatro, fue juez en programas de talento, parte de un panel de conversación.
—Estuviste estudiando su carrera.

Ella sonrió; sus planes para ese año habían cambiado del cielo a la tierra desde que surgió la posibilidad de incorporarse a ese programa de televisión, y ahora estaba mentalizada por completo en eso. Había tomado la decisión de estudiar ese año algo relacionado con actuación, cuando vio el comercial y descargó las bases para participar; cada cierto tiempo, los programas de talento volvían a tomar un lugar en los medios de comunicación, pero por lo general parecían poco prometedores, ya que, en su afán por captar público, mezclaban disciplinas que poco tenían que ver entre ellas, con lo que siempre alguien terminaba llamando la atención a costa de los demás. Desde luego, puede haber un bailarín muy talentoso, pero si lo pones a competir con una cantante, es lógico que la gente la vea más a ella, incluso si como intérprete no es tan buena; pero en este caso, el programa era solo de un tipo de competidor, y además el formato del que hablaban en las bases era de un programa donde tienes a tu disposición muchos recursos y maestros para aprender, lo que significa que las seleccionadas van a estar participando y aprendiendo al mismo tiempo.

—Sólo lo necesario; pero como te decía, quiero dejar eso del parecido con Lana en el baúl de las anécdotas: si alguien lo menciona, bien, y si no, hasta me puede servir para más adelante, quizás hagan un desafío especial o algo así. Pero soy Márgara, no la doble de alguien.

Llevaron la corrida a la mesa y sirvieron, acompañando con vino, y jugo natural para la joven.

—¿No vas a tomar una copa?
—No, el alcohol está prohibido hasta que sepa los resultados.
—Por favor no te emborraches si no quedas seleccionada —comentó alegre su madre.
—Mamá, ya basta.
—Ay niña, no te estreses, no pasa nada. Además, todo esto me lo debes —Se volteó hacia Fernando y le dijo, divertida—; si no fuera por mi estilista, tendría reflejos de color verde en el cabello, eso es seguro. Seis años “mamá, quiero un vestido” y luego a los nueve “mamá, tienes que comprarme esmalte de uñas” y así todo el tiempo. Gracias al cielo que me convertí en una mujer exitosa, o no sé qué habría sido de mí.
—Mamá, eres maravillosa —Enumeró Márgara haciendo una mueca—, gracias a ti soy la mujer que soy, te debo tanto en esta vida que nunca podré terminar de pagártelo.
—Me encanta cuando eres sincera —replicó la mujer, ignorando la burla y alzando su copa—. Y entonces ¿Brindamos?


2


Fernando no podía acompañarla el día de la audición, ya que el encargado de la tienda en la que trabajaba estaba enfermo y tuvo que reemplazarlo; cuando llegó al lugar en donde se iban a realizar las audiciones, Márgara se sorprendió de lo acertada que había sido su predicción acerca de las postulantes al programa “Siempre divas” que deambulaban por ahí. La mayoría de ellas no tenía un real parecido, por lo que su aspecto era lo que indicaba a quién pretendía parecerse; otras lucían algunos rasgos, y algunas habían sido realmente extremas, llevando un atuendo idéntico al que la cantante en cuestión usó en determinado video clip o presentación en vivo; incluso, una estaba con un leotardo dorado, cuando ni siquiera estaban en el interior del recinto. En comparación con ellas, su parecido con una cantante pasaba a un segundo plano, y lo agradeció, porque estaba cada vez más segura de que ser ella misma era lo que la iba a llevar a pasar la selección y quedar entre las veinticuatro participantes del programa.
Mientras esperaba, entró al chat y le envió un mensaje a su novio; un minuto más tarde, decidió llamarlo.

—¿Con quién hablabas?
—¿Qué? —respondió él.

Aún faltaban unos segundos para ingresar, y lo más probable es que en el interior prohibieron usar móviles, o las pruebas comenzaran de inmediato y no pudiera hablar; pero aún tenía algo de tiempo.

—Estabas en línea, te mandé un mensaje y no me contestaste.

La voz de él se alejó un poco, mientras miraba la pantalla de su móvil.

—No lo había visto.
—Pero sí me contestaste cuando te llamé.

Él hizo una pausa muy breve antes de hablar; su voz era suave y cariñosa.

—¿Estás bien?
—Por supuesto que estoy bien, pero no respondiste mi pregunta.
—Cariño, estoy en el trabajo, no veo los mensajes a cada momento; te contesté porque escuché el sonido del móvil, es todo.
—¿Y con quién hablabas? Estabas en línea.
—No hablaba con nadie —dijo él, suavemente—, tal vez se quedó abierto el chat cuando lo guardé en el bolsillo, no lo sé. ¿segura que estás bien?

Ella optó por cambiar de tema.

—Ya estamos a punto de entrar; hay muchas chicas que creen que es un concurso de dobles.
—Eso significa que tomaste una muy buena decisión —comentó él, con voz cariñosa—. Espero que todo salga muy bien.
—Gracias ¿Muy ocupado? —pPeguntó, como que no quiere la cosa.
—En este momento, sí, pero me escapé para sacar copia de unos documentos y están cambiando el tóner de la impresora, así que tengo unos momentos de descanso; llegó un producto nuevo y lo anunciaron en uno de esos periódicos gratuitos que entregan en el metro, así que hay mucha gente hablando de eso y haciendo preguntas. Tengo que volver cariño, hablamos después.
—Bien, hablamos luego.
—Te amo —dijo él como despedida.
—También yo.

Después de cortar la llamada, la chica se quedó un instante mirando la pantalla del móvil, en donde el rostro de él miraba a través de una foto.

—También yo.


Quinta parte: Nubia


—Nubia, levántate o vas a llegar tarde.

La jornada anterior, Nubia se había acostado mucho más temprano que de costumbre, para poder descansar y estar al máximo para el primer día más importarte de su vida. Junto a la cama, el bolso con todo lo necesario para la audición, y sobre el baúl, el vestido rojo con entramado de flores que llevaría puesto, algo sencillo pero con estilo, que lucía bien ante las cámaras por si la grababan, y a la vez no era demasiado osado; por desgracia, toda la preparación previa no sirvió para despertar a la hora que tenía proyectada, y recién lo hizo cuando su madre le habló desde el primer piso. Al escuchar la voz, saltó de entre las sábanas, pero se tropezó con el bolso y cayó cuan larga era, a un costado de la cama.

—¡Rayos ¡Desocupen el baño por favor!

Tomó la ropa con que iba a salir, una toalla de cuerpo y otra de cabello del armario y bajó corriendo las escaleras, cojeando un poco por la caída; Armando, su hermano menor, la esperaba en el primer piso, e hizo una exagerada reverencia, indicándole la puerta del baño.

—Pase usted, su majestad, su alteza.

Ella lo ignoro, y entró apresuradamente, cerrando tras sí. Poco después, cuando estuvo lista, salió vestida, aunque con la toalla para el cabello envolviendo su cabeza, corriendo nuevamente al cuarto. Dejó el pijama y las otras cosas sobre la cama, y se detuvo frente al espejo de cuerpo entero que tenía la puerta del almario: nunca tanto como en ese momento, le había parecido tan importante tener ese parecido con una cantante, y estaba segura que había sido, en gran medida, por eso que la habían llamado una vez que envió el video de participación. Desde que la llamaron, dedicó gran parte de su tiempo a leer sus canciones, saber de su vida y conocer sus gestos en las presentaciones en vivo, o en los videoclips; no cambiaba muy seguido de apariencia, por suerte, de modo que usar el cabello estilo bob largo, resaltando el rubio y ordenado, junto al maquillaje indicado y la actitud, hacían que tuviera un parecido aceptable, sin embargo no creía que el programa fuera únicamente de imitación, y en las bases no se aclaraba nada, excepto que era un programa de talentos.

—Hija ¿Se puede?
—Sí mamá; pasa.

Su madre entró al cuarto y la miró con cariño, apoyándose en la puerta del cuarto una vez entró.

—Te ves muy linda.
—Gracias mamá —replicó mientras se peinaba.
—Hice tostadas con miel para el desayuno.
—Ay mamá, te amo por eso, pero tengo el tiempo justo —Respondió Nubia chequeando su aspecto.
—Lo recuerdo, por eso lo traje para acá.

Salió un instante, y regresó con una bandeja en donde, además de las tostadas había una serie de bocadillos, junto a un vaso de jugo recién exprimido y una manzana cortada en tajadas. Todo lucía delicioso.

—Mamá, no te merezco.
—Come algo —replicó su madre sentándose junto a la cama—. Vas a tener un día largo, tienes que llevar energías ¿Guardaste todo en el bolso?

Su madre siempre estaba preocupada de ese tipo de detalles; en cualquier caso, no era de extrañar, ya que ella había estado hablando sin cesar acerca del concurso en el último tiempo.

—Sí, tengo todo listo, y revisado por lo menos dos veces.
—Eso está muy bien; espero que te diviertas mucho en ese evento el día de hoy.

Nubia revoleó los ojos.

—Mamá; no es algo para divertirse, es una audición para entrar al programa.
—Sí, esta, bien, pero tienes que divertirte ¿no es así?

Estuvo a punto de decirle “no mamá; en ese concurso no importa lo que sientas, lo que realmente importa es lo que se vea” pero decidió no tocar el tema, viendo que era imposible explicar nuevamente las características del concurso, y más aún, cuáles eran sus motivaciones para estar en ese tipo de convocatoria.

—Haré todo lo posible por divertirme, mamá. Esto está delicioso, muchas gracias.
—No hay nada que agradecer.
—Ahora, —dijo, poniéndose de pie—, tengo que salir ya mismo, tengo el tiempo justo y no quiero correr hacia el metro.
—No te preocupes, usé esa aplicación que me descargaste en el móvil y pedí un auto de traslado, está a punto de llegar.

Usualmente, a Nubia le resultaba un poco molesto el sobre proteccionismo de su madre; siempre adelantándose a todo, siempre haciendo lo posible por ayudar a facilitar las cosas para sus tres hijos. Ella pensaba que era excesivo, pero en un día como ese, no podía menos que agradecerlo.

—Gracias mamá.
—De nada hija. ¿llegas a almorzar?
—No lo creo —respondió mientras revisaba otra vez el contenido de la pequeña mochila de color verde acuoso en donde llevaba los documentos, algo de dinero y cosas indispensables—, tengo la sensación de que voy a estar casi todo el día allá, así que voy a comer en un restaurante cercano, tengo la aplicación para encontrar el más apropiado.

Su madre sonrió, satisfecha, y Nubia se sintió aliviada de que no hiciera más preguntas al respecto; no tenía pensado gastar un dineral en un almuerzo casero, pero si le decía que comería un sándwich o algo en la comida rápida, tendría una discusión sobre las calorías que debía consumir que no era apropiada en un momento como ese. Por suerte, en el primer piso se escuchó la alegre melodía de una canción de un artista pop antiguo, que su madre tenía como tono de mensaje, y eso las hizo cambiar de tema.

—Ese debe ser tu auto.
—Fabuloso, voy a salir ahora mismo; hablamos más tarde ¿De acuerdo?
—Muy bien, hija, que lo pases muy bien —su madre la miró con cariño.

Con la mochila a la espalda y el bolso en la mano, la chica salió del cuarto, se despidió al pasar de su hermano menor, y se subió al automóvil que la esperaba.

—Dime adónde te llevo —saludó el conductor.
—Tengo que ir a … iMi celular!

Iba a abrir la puerta del auto, pero justo en ese momento alguien golpeó el vidrio: era su hermano, sonriéndole socarronamente mientras le mostraba su móvil.

—Gracias —dijo, bajando el vidrio.
—Dale las gracias a mamá, ella me mandó.


2


Más tarde, cuando ya estaba en el lugar de los hechos, los nervios se la estaban comiendo viva; después de hacer una aterradora prueba de sincronización de labios, frente a una mujer fría como el hielo, tuvo que hacer otras cinco, de lectura de texto, memorización de diálogos y actuación, todas ellas en un módulo individual que no permitía ver a las chicas que se estaban presentando al mismo tiempo. Si bien la espera fue larga, se hizo un poco más tolerante por las pausas entre pruebas, de modo que podía descansar y tratar de prepararse para la nueva mientras el resto hacía lo suyo, aunque era un poco difícil saber para qué se estaba preparando, porque las pruebas eran sorpresa; estar sin el móvil durante ese tiempo fue al mismo tiempo irritante y agotador, porque no tenía que ocuparse de que fuese a sonar estando en modo avión, pero a la vez, no tenía la opción de distraerse con algo. Y, al mirar a las otras, notó que eso estaba haciendo estragos, porque algunas no estaban lidiando bien con la tensión, e incluso una u otra lloraba en el espejo, mientras trataba de salvar el maquillaje; en comparación con ellas, Nubia estaba en control de sus actos.
Si bien estaba relativamente tranquila, no podía negar que la presión de estar ahí esperando era mucha, y además venía cargada de incertidumbre, porque aunque sabía a lo que se enfrentaba, no tenía ni la más remota forma de saber qué criterio en particular estaban poniendo en práctica para escoger a las participantes. Más tarde, cuando ya habían pasado casi todas, una mujer de la producción avisó que se llamaría a las cincuenta pre seleccionadas, y la chica sintió que se le contraía el estómago; sin darse cuenta, empezó a contar los nombres, notando cómo su nerviosismo aumentaba a medida que la cifra aumentaba, por lo que escuchó su nombre casi en sueños, sin reaccionar de ninguna manera. Este cambio en comparación con las otras se debió a que recién en ese momento comprendió cuánto quería estar ahí, y cómo la perspectiva de quedar seleccionada resultaba algo casi palpable, y a la vez, tan lejano. Después de presentarse las cincuenta en otras pruebas, el lugar se sentía mucho más vacío y silencioso, pero al momento del anuncio de las veinticuatro, todo el lugar quedó sumido en un completo mutismo; quien apareció a hacer el anuncio fue, según ella misma se presentó, una de las maestras del programa: Vicenta Menares, una mujer de poco más de cuarenta años, pelirroja y dueña de un estilo único, que destacaba tan sólo verla. Iba vestida con vaqueros negros y una camisa color rosa chicle, que se habría visto vulgar en cualquier otra, pero que ella lucía con garbo y elegancia.

—Tengo la misión de ser la que les de la primera noticia buena en este lugar; bueno, a veinticuatro de ustedes —Agregó con una sonrisa mordaz—, a las otras no les voy a dar nada.

Tenía en las manos una hoja impresa, que agitó levemente, captando con ese gesto las miradas de todas las chicas; en ese momento, la tensión podía cortarse con una sierra.

—Bien, esto va así, me pidieron que nombrara primero a las cuatro mejores de todas; estas chicas tienen el mejor promedio de todas las pruebas que hicieron, ahora diré sus nombres, y cuando lo hagan, deben tomar sus cosas e ir a la zona en donde hicieron las pruebas anteriores.

Sin haberlo supuesto antes, Nubia esperaba escuchar su nombre entre las cuatro, pero eso no sucedió; se dijo que no importaba si estuvo nerviosa, mientras estuviera en el grupo final, no había por qué preocuparse. En tanto, las cuatro nombradas tomaron sus cosas y fueron hacia la puerta indicada, en medio de sollozos y grititos de alegría; Vicenta siguió con la lista cuando se hizo silencio otra vez.

—Bien, ahora las siguientes. Escuchen bien, dentro de este grupo no hay orden para las evaluaciones; para las que les cueste —Agregó con una mirada cargada de intención—, eso quiere decir que, aunque las nombre primero pueden ser las peores, o aunque las nombre al final, pueden ser las mejores, así que lo que les recomiendo es que se alegren por haber pasado, porque las únicas con más mérito son las que ya entraron. Entonces, aquí vamos con la lista; por dios —comentó, soltando una risilla—¿De dónde sacan estos nombres? ¿Sus madres no pensaron que podían ser oficinistas o políticas cuando adultas? En fin, tendré que acostumbrarme, ahora escuchen con mucha atención.

Mientras corría la lista, la rubia se sentía cada vez más nerviosa; uno a uno pasaron los nombres, haciendo que algunas celebraran, y que las demás estuvieran cada vez más angustiadas por lo que iba a suceder, porque al momento de empezar, todas tenían un poco más de un cincuenta por ciento de probabilidades de pasar, pero con cada elegida, las opciones disminuían más y más, y cada una era un peligro para las demás. Al final, sólo quedaron cinco cupos.

—Y aquí están las últimas seleccionadas, ya saben hacia dónde irse; para todas las demás, soy pésima para las despedidas, así que como decían en un programa de televisión, la que no salga elegida tendrá que tomar sus cosas, e irse a casa. Pasen a la otra zona, Valeria, Charlene, Lisandra, Márgara y Nubia; fue un placer.

Durante un largo segundo, Nubia pensó que había oído mal, pero después comprendió que eso no era producto de su imaginación ¡había quedado seleccionada, era una de las veinticuatro! Por un momento estuvo a punto de gritar de alegría, pero sintió pudor de hacerlo, al ver que se había rezagado, y era la única que faltaba por ingresar, lo que significaba que el resto de las chicas en ese sitio estaban, como mínimo, devastadas.
En el interior de la otra zona, la decoración había cambiado, y los pasillos que llevaban a cada módulo habían sido quitados, dejando sólo un escenario plano y vacío, en donde uno de los hombres de la producción les indicó que esperaran; todas las chicas estaban igual de emocionadas, de pie mientras se acercaba un hombre hacia ellas, flanqueado por Vicenta y dos mujeres más. El hombre lucía un traje a medida de color azul, que resaltaba su figura esbelta y atlética.

—Les agradezco por su tiempo, y por estar aquí; primero, dar las gracias a Vicenta, que me concedió unos minutos de su tiempo, y a Sandra y Ana María. Mi nombre es Kevin Haim, soy el productor ejecutivo asignado por el canal Vive, para el programa Siempre divas, para el que ustedes han sido seleccionadas; Vicenta y Ana María son dos de las maestras que tendrán en el transcurso del programa, y Sandra, es la jefa de producción, y por supuesto, son personas de mi más absoluta confianza.

La confianza que demostraba el hombre al hablar demostraba que era quien más poder tenía en ese sitio; el destino del programa y de todas ellas estaba en sus manos.

—Ahora, quiero ser yo quien les diga de qué va el concurso en el que están participando; Siempre divas se va a transmitir dos veces por semana, los miércoles y viernes, en horario estelar, llegando a decenas de miles de hogares de forma simultánea, y para un proyecto tan grande come ese, esperamos hacer y presentar lo mejor.

Dos días por semana en horario estelar era más de lo que Charlene había esperado, incluso en sus mejores proyecciones; eso significaba que, muy probablemente, iba a necesitar ayuda para preparar ese desafío.

—Seguramente habrán notado que todas tienen un cierto parecido con alguna cantante de la música pop; pues bien, eso es algo que pensamos desde un principio, pero es sólo un gancho publicitario, para que la gente tenga en la retina este programa desde un inicio. Tienen que saber que, para este proyecto, lo que estamos buscando es a mujeres que se puedan convertir en artistas, que quieran luchar por transformarse en artistas, bailarinas, cantantes, modelos y presentadoras, todo eso al mismo tiempo. El programa se va a emitir dos veces por semana, pero ustedes estarán aquí desde el martes y hasta el sábado, ensayando, entrenando y preparando cada detalle de las presentaciones que harán.

Lisandra esbozó una sonrisa: que existiera una posibilidad de estar estudiando y preparando una presentación para un programa era exactamente lo que necesitaba, porque eso le daría experiencia y permitiría que aprendiera, al mismo tiempo que competía.

—Es importante que sepan que este es un programa exigente —Continuó el hombre—. Estamos trabajando con un sistema propio, y eso, en la práctica, significa que vamos a necesitar que den lo máximo de sí mismas, porque antes de subir al escenario, tendrán que construir lo que van a hacer.

¿Construir? Nubia notó que esa parte había sido dicha con un especial énfasis, pero el hombre no dijo más al respecto.

—No me gusta desear suerte; yo creo en el trabajo, y espero que ustedes también lo hagan; necesito que entiendan que, aunque necesitamos de su talento, este no es suficiente, y debe ser complementado con un intenso trabajo. Tanto la experiencia previa como lo que aprendan aquí es útil, y tienen que estar dispuestas a mejorar todo el tiempo.

Trabajo constante, eso sonaba como música para los oídos de Valeria; eso significaba que podía guardar algunas cartas bajo la manga, analizar a las otras competidoras, y después poner en práctica lo que sabía.

—Por ahora, tengo poco más que agregar; sólo decirles que, a partir de ahora, nadie tiene ganado un puesto en el programa, porque la competencia va a ser de verdad. El próximo martes deben estar en el lugar que Sandra les indique, y estar muy bien preparadas, ya que después de la primera semana, salen al aire.

¿Una semana? Nubia sintió un escalofrío al pensar en el poco tiempo disponible; de pronto, los días parecían demasiado poco.

—Una última cosa —Agregó el hombre—. Piensen muy bien cada paso que van a dar, porque después de la primera semana de programa, habrá una votación, y una de ustedes, será eliminada.

La declaración sumió en el silencio a todas, aplastando la alegría y euforia previas; el productor acababa de confirmar que, como la mayoría de los programas de talento, habría eliminaciones, y la primera de ellas estaba a la vuelta de la esquina.


Próximo capítulo: Dime quién eres