Contracorazón Capítulo 21: Quiebre




“Algún tiempo atrás caminamos entre la hierba, descalzos. Quise decirte tantas cosas, pero el miedo me amarraba y me hacía daño.
Pero tú seguías ahí, junto a mí, y tu presencia me animaba como ninguna otra; a veces quería hablarte, pero tu mirada me coartaba, como si en tu silencio hubiera una pasión y una decisión tan fuerte que yo podía sentirla, pero no sabía si era en mi dirección.
Tuve miedo tantas veces, hasta que fuiste tú quien tomó el riesgo y se acercó; y todas mis dudas desaparecieron cuando comprobé que esa fuerza que percibía en ti era la misma clase de inseguridad que yo sentía.
Queríamos ser felices.”

Martín abrió los ojos y se dio cuenta de que se había quedado dormido después de almorzar; algo sorprendido, miró hacia un costado, encontrándose con la mirada de su hermano, que estaba sentado en el pasto a poca distancia.

—Me quedé dormido ¿Cuánto tiempo pasó?
—Un poco más de media hora —repuso Carlos.

Habían estado conversando de muchas cosas; al principio fue de distintos temas de la vida, y poco a poco esa conversación evolucionó en otros asuntos, inclusive en algo sobre lo que hablaban poco: los sentimientos de su hermano. Todo fluyó de forma tan natural, hablando de chicas o de planes a futuro, entre muchas otras cosas, que los minutos pasaron con increíble rapidez; fue como si la naturaleza y la libertad ayudaran a que ambos se sintieran cómodos con las distintas facetas de su personalidad, y no sintieran vergüenza ni incomodidad alguna para expresarse. Martín sintió que estaba teniendo el privilegio de que su hermano adolescente le hablara de cómo veía la sexualidad y sus impresiones al respecto, así como de las experiencias propias que tenía, los cambios en su cuerpo y cómo reaccionaba ante eso.
Así, no fue extraño encontrarse hablándole de su propio despertar a la adultez, así como de algunas vivencias en ese sentido, pero no desde el punto de vista del morbo, sino de la charla amistosa y que generaba lazos fuertes de confianza. Aunque no se lo dijo con esas palabras, interiormente se sentía muy orgulloso de tener parte en ese paso de joven a hombre.
Cuando se dieron cuenta, pasaba de las dos de la tarde, de modo que almorzaron lo que habían traído en el auto y se tendieron a descansar; el sonido del viento y la tranquilidad del lugar hizo el resto.

—Tendrías que haberme despertado.
—¿Y para qué? —su hermano se encogió de hombros—. No hay nadie aquí, no pasa nada. Además, hice unos bocetos mientras tanto.

Martín se sentó en el suelo y se desperezó; el muchacho le alcanzó la croquera, en donde había hecho un boceto en estilo cómic, pero muy apegado al entorno real: tomaba como punto de vista estar sentado en el suelo tras el auto, captando un costado de este, y a él mismo durmiendo sobre el pasto. El marco era una serie de árboles, con el cielo del inicio de la tarde y el molino destacando en el horizonte.

—Es sólo un boceto —justificó el joven.
—Carlos, esto es impresionante.
—No es para tanto.

Martín sabía que su hermano no se llevaba muy bien con los elogios, pero en ese caso era completamente justificado.

—Me gustaría verlo terminado, si quieres hacerlo.

Carlos lo miró con un dejo de duda en los ojos, como si no estuviera seguro de la autenticidad de esas palabras; al final se convenció de lo que escuchaba.

—Bueno, si quieres lo puedo trabajar.
—Eso me gustaría, pero toma tu tiempo, no te angusties por eso; solo me gustaría un pequeño cambio: que también estés tú.

Se puso de pie y fue hasta la zona en donde, en teoría, se habría captado esa imagen, y tomó una foto con el móvil, que de inmediato envió.

—Listo, te acabo de mandar la foto, así puedes tener un punto de vista de ti mismo ¿te parece?

La sonrisa de su hermano iluminó su rostro ojeroso al escuchar esa sugerencia; al parecer se le había ocurrido algo adicional.

—Está bien, la voy a hacer, pero no sé cuándo la termine.
—Eso no es problema —replicó con calma—, hazlo a tu ritmo.

Durante el viaje de vuelta, Carlos le preguntó acerca de su trabajo, y aunque no pretendía hacerlo, Martín ocultó la información que manejaba acerca de lo que podría pasar al terminar el mes en esa empresa; desde que se aclararon las cosas con su hermano menor, había procurado no tocar ese tema, no por pensar que pudieran tener problemas otra vez, sino para evitar que, en determinado caso, Carlos se sintiera culpable por esa inestabilidad laboral. A él no le preocupaba, en cualquier caso; se decía que estaba a punto de encontrar lo que quería, y que seguramente esa situación iba a apresurar el proceso de encontrar una locación definitiva.


2


El martes Rafael inició la jornada laboral con la noticia de unas reparaciones y modificaciones en la tienda; los encargados de mantención y ornamentación se presentaron con una orden de trabajo directamente traída desde la oficina central, en donde se indicaba que un sector de la entrada sería modificado.
En general se trataba de una buena noticia, ya que era una forma indirecta de premiar las buenas ventas, inyectando recursos en el local; iban a poner una vitrina con distribución y giro en 360° y una pantalla nueva donde se proyectaban avisos y la oferta del día. Estuvo buena parte de la mañana ayudando a desocupar el mesón que sería reemplazado por uno más pequeño y que diera espacio a la vitrina nueva, y reorganizando todo para que pudieran localizar cada uno de los productos con facilidad.
Mientras los trabajadores comenzaban con esto y la atención de público seguía su curso, entró en la oficina para revisar las estadísticas; ya era día veinte, lo que significaba poco más de una semana para el fin de su primer mes completo como encargado de la tienda, y quería tener todo listo tan pronto como pudiera.
Había decidido referirse a sí mismo como encargado en vez de jefe; sentía que eso eliminaba parte de las distancias con los trabajadores, y además lo hacía sentir como parte de ellos y no como un ente ajeno. Se permitió un instante de curiosidad y revisó las estadísticas en línea que había de las evaluaciones del cliente oculto, guiado por la curiosidad que despertó en él haber detenido un porcentaje perfecto en la evaluación algunos días antes; hasta el momento eran la única tienda que tenía una evaluación como esa, y si seguían así, recibirían un bono en dinero junto con el salario de ese mes.

—Podría empezar con lo del departamento —murmuró, algo ido.

Había pospuesto una y otra vez el inicio de ese proyecto, sobre todo con el asunto de Mariano y luego la boda, pero se trataba de algo que no había abandonado. Tenía algo de dinero ahorrado, y si recibía ese bono en el que estaba pensando, ya tendría lo necesario para hacer los primeros pagos de un departamento; estaba pensando en algo propio, que le diera estabilidad y tranquilidad. Estaba comprobado que diciembre era un muy mal mes para iniciar esos proyectos, de modo que la perspectiva de iniciar el año siguiente en nueva casa era algo muy estimulante, y cumplía con su proyección de estar cambiado antes de febrero.
Decidió alimentar esta idea entrando en distintos sitios donde pudiera ver propiedades; necesitaba algo no muy grande pero más espacioso que el departamento en donde vivía, que estuviera ubicado en una buena localización y que en lo posible no aumentara sus tiempos de viaje. Estaba distraído jugando con el abrecartas viendo unos y otros cuando se le pasó por la mente una idea.
¿Y si le dijera a Martín que se fuera a vivir con él?
A pesar que sabía desde tiempo atrás que Martín tenía algunas dificultades para encontrar estabilidad en su trabajo y por ende eso afectaba su modo de vida, en ningún momento se le había ocurrido pensar en la posibilidad de que vivieran juntos.
Eran amigos y tenían una gran confianza ¿Sería posible que esa fuera la solución a todos sus problemas de vivienda? Martín no estaba especialmente feliz con su departamento por razones similares a las suyas, y lo podía entender a la perfección; el principal beneficio de vivir ahí era la bastante buena seguridad, y que estaba a muy poca distancia del metro y del centro de la ciudad, teniendo un costo aceptable. Por otro lado, estaba muy mal aislado y carecía de mejoras y utilidades en comparación con otros edificios; se quedó sentado ante el escritorio, con la vista perdida en la nada, mientras se cuestionaba si sería apropiado decirle a su amigo que pensara en esa posibilidad.

Había estado a punto de decírselo cuando sucedió días atrás, pero esperó a que pudieran coincidir; ese día se reunieron en el cuarto que él rentaba, adonde llegaron charlando animadamente sobre cualquier asunto, hasta que estuvieron solos y pudieron sentirse en libertad.

—Hola.
—Hola.

Era una especie de rito, el llegar, mirarse a los ojos y saludarse de nuevo, pero dándose un suave beso en los labios; como si apenas al momento de estar juntos pudieran ser realmente ellos.

—Te ves contento.

La emoción no la había disimulado como las palabras, pero el código implícito entre ellos hacía que las preguntas y respuestas honestas tuvieran lugar cuando estaban solos.

—Sí, estoy muy contento, tengo que darte una noticia.

Se sintió muy nervioso antes de hablar; desde el momento en que lo supo, una idea había comenzado a germinar en su mente, y aunque no estaba formada aún, ya sabía que ese era el primer paso.

—Por fin me ascendieron; ahora soy sub jefe en la tienda.

Que hubieran respondido de forma positiva a su solicitud era un gran motivo para sentirse contento, pero la mayor alegría que podía sentir tenía que ver con quien estaba frente a él; la forma en que lo miraba, sintiéndose contento por su logro, era transparente y sincera, sin esperar algo a cambio más que el beneficio de la persona a quien amaba.

—¿Es en serio? ¿Ya es oficial?
—Sí. Tengo que firmar un contrato nuevo dentro de la semana, pero ya es oficial.

Cuando lo abrazó le dio un beso en los labios sintió ese choque de electricidad que siempre sentía cuando estaban cerca, y además pudo sentir el potente latido de su corazón junto al suyo, la muestra más clara de que lo que sentían era verdadero y honesto.

Rafael reaccionó cuando se le cayó el abrecartas sobre el teclado, y dio un salto en el asiento.

—Cielos.

Se miró en la cámara del móvil; estaba pálido, tal como suponía, y ese cambio interno había sucedido en tan solo unos momentos, cuando sin darse cuenta había entrado en esa especie de trance que lo llevaba a esos recuerdos.
No eran las personas, eran los acontecimientos.
Se puso de pie y caminó por el interior de oficina, reuniendo en su mente estos nuevos hechos con los que ya tenía en su poder. De alguna manera, entendía que todo eso no tenía que ver directamente con Martín y él, sino con los hechos que se estaban dando en el presente; él y Martín estaban viviendo en un camino muy similar al de Miguel y su pareja mucho tiempo atrás.
El ascenso en la tienda, el ofrecimiento de irse a vivir juntos; claro que era un tipo de relación distinta la que existía en el presente, pero los hechos que los rodeaban se estaban repitiendo uno a uno, como una película cuyo guion ya había sido conocido.
Se sintió helado de horror, al pensar en que esa idea sólo confirmaba lo que ya temía desde antes; al plantearse adquirir un departamento, sin saberlo estaba dando un paso más en la dirección de un abismo que conducía a ese terrible recuerdo que no lo dejaba en paz.
¿Iba a suceder algo que pusiera en riesgo la vida de Martín al comprar ese departamento?

—No, no puede ser.

Se dijo que no, que lo estaba advirtiendo no dependía de eventualidades; si se tratara de eso, sería tan sencillo como no hacer esa transacción, pero cuando tuvo la visualización de ese trágico recuerdo aún no tenía claridad acerca de cuándo iba a poder comenzar con esos trámites, se trataba de un proyecto y un anhelo, pero no de algo concreto.
Entonces ¿Martín correría peligro en compañía de él? ¿O él estaría cerca cuando eso ocurriera?

—¿Qué es lo que va a pasar?

El futuro se hacía en base a las decisiones de cada persona; constantemente cambiaba de acuerdo con esas micro modificaciones personales, que iban desde situaciones intrascendentes hasta otras cruciales en la vida; quizás él no habría conocido a Martín en el centro comercial si se hubiese quedado al interior de la tienda en donde estaba comprando su hermana, pero eso no habría cambiado el suceso de esa misma jornada en la noche. Tal vez fue más proclive a hablar con él porque ya lo había visto antes, pero incluso si tras ese incidente doméstico no hubieran hablado ¿Habría cambiado eso los acontecimientos posteriores? Él pensaba que la vida se iba formando paso a paso, pero incluso existiendo infinitos caminos, existía la posibilidad de que al tomar uno de ellos, en algún momento este se cruzara con uno de los otros, lo que haría que ciertos acontecimientos sucedieran de todos modos.
Tal vez Martín y él se iban a terminar conociendo y haciendo amigos de todas formas, y eso significaba que los hechos que había interpretado como repetidos podrían ser una señal de que iba en cierta dirección.

—¿Cómo puedo saber más?

Terminó de guardar los cambios en los informes que estaba haciendo y regresó a la tienda, en donde procuró distraerse atendiendo público; sin embargo, a pesar de la actividad y estar en movimiento de forma constante, no podía dejar de hacerse la misma pregunta. Cuando llegó su hora de almorzar, optó por salir de la tienda y comprar un sándwich para llevar; no quería estar quieto ni mucho menos hablar con los demás fuera de los asuntos exclusivos del trabajo. Necesitaba moverse y hacer algo.
De pronto, la existencia de esa historia se le antojó tan real que casi podía tocarla; las calles de una ciudad como esa habían albergado una historia de fe en el amor terminada en tragedia, y los escaparates habían sido reflejo mudo de una persona gritando de dolor por la pérdida de alguien a quien amaba. No había terminado, la historia seguía allí, inconclusa y dolorosa, advirtiendo de un camino que terminaba en lágrimas, rogando en la inmensidad del vacío que no quedara en el olvido, que no se perdiera del todo.
Se preguntó cuando y donde había sucedido todo eso; quizás, incluso, habían vivido en esa misma ciudad, quizás él estaba deambulando por las mismas calles que vieron pasar a ese hombre. Diez, veinte o más años lo separaban de esa historia ¿Y de qué le serviría en cualquier caso descubrirlo? La relación de ellos se había mantenido en secreto, lo que hacía imposible preguntar a alguien por su destino, acaso eso sirviera de algo.
Trataba de entender aquellos sentimientos, y a menudo lo hacía; todo eso tenía que ver con preocuparse de los suyos, de las personas que eran importantes para él y ayudarlos en todo lo que pudiera. Trazar un camino frente a él y caminar de la forma apropiada, siendo capaz de encontrar los accidentes que estuvieron a la vista y esquivarlos en la medida de lo posible.
Había tomado la decisión de hacer lo que pudiera para ayudar a Martín a ponerse a salvo de ese peligro, y ahora entendía que la clave de esos recuerdos estaba en localizar los eventos que marcaran la trayectoria hacia ese desenlace.

Por la tarde, llegó a su casa decidió hacer algo inesperado: se fue a la cama y se obligó a dormir, cerrando los ojos mientras se concentraba en todos esos recuerdos; tenía que bucear más profundo, llegar más allá y encontrar algo más concreto, una pista que le permitiera encontrar lo que necesitaba.
En un principio fue difícil abandonar la inseguridad que provocaba en su interior ese mundo de recuerdos; se trataba de un área que no conocía, y que causaba dolor y nerviosismo porque sabía que de forma inevitable llegaría hasta el punto en donde todo se terminaba, pero no había otra manera. Procuró respirar a un ritmo lento, y se repitió una y otra vez que todo eso era por una buena causa, que si estaba tomando parte de los recuerdos de Miguel, era para ayudar a uno de los suyos e intentar evitar que se repitiera el mismo destino.

Todo ardía alrededor, y el dolor que experimentó lo dejó mudo de horror. Apenas tres meses atrás estaba comenzando esa nueva etapa en su vida, y tan poco tiempo después las cosas se destruían, se desmoronaban por completo; no sabía qué había originado ese infierno, y ya no importaba, lo único que le importaba era que había perdido al amor de su vida, y aunque fuera en el último momento de su existencia, se aferraría a él con las fuerzas que le quedaban. Si se les había negado la paz en vida, al menos estarían juntos al final.

2


Por la tarde y luego de desocuparse de sus labores, Martín se acercó al centro de la ciudad para hacer algo que tenía planeado; tras salir de la estación de metro más cercana, estaba a un costado de plaza de armas, desde donde tenía que avanzar solo unos cuantos metros.
La librería se encontraba a un costado de la catedral, y era un edificio de piedra sólida y antigua, aunque en el empalme entre ambos edificios podía verse una modificación o mejora hecha hace menos tiempo; antes de entrar vio un letrero tras un vidrio, dispuesto como un diario mural, en el que había diversos avisos, entre ellos uno que indicaba que estaba contratando personas.
pasó junto a un memorial del cual no leyó el nombre plegó a la librería, en donde las personas que atendían llevaban un uniforme de color amarillo y azul, y se le hizo muy extraño que se pareciera tanto a la vestimenta que usaba cuando estaba en el restaurante.

—Buenas tardes —lo saludó uno de los dependientes.
—Hola —saludó con cordialidad—. Me dijeron que en esta tienda se podía saber si necesitaban personal para alguna de las librerías. Vi el cartel afuera pero no sé si hay que hacer algo en especial.

El joven miró la hora en la pared: aún no daban las siete.

—La encargada de reclutar personal está, si quiere puedo preguntar si está disponible.

No se había esperado esa alternativa, pero ya que estaba ahí, era una buena oportunidad.

—Sí, sería genial, muchas gracias.

Mientras el joven se internaba en la tienda, Martín se quedó mirando el entorno; le llamó la atención que en el alto techo había una foto antigua de un equipo de trabajo de pie en el frontis de esa misma tienda, aunque la construcción se veía diferente. Estaba a punto de preguntar de qué se trataba esa foto cuando el joven regresó.

—Ahora puede pasar.
—Gracias.

Entró por la puerta que le fue indicada, que conducía a un pasillo corto, al final del cual estaba la oficina; la mujer en el interior era de unos cuarenta y cinco, y lucía algo cansada en esos momentos.

—Buenas tardes —saludó alargando la mano para saludarla.

Ella devolvió escuetamente el saludo y le indicó que se sentara; Martín pensó que en comparación con esa oficina y el traje dos piezas de ella, él no estaba en el atuendo indicado para una entrevista de trabajo: llevaba camisa y jeans, nada demasiado llamativo, pero de todos modos no era lo apropiado.

—Buenas tardes ¿Cuál es su nombre? ¿Tiene sus datos?

La pregunta le pareció un poco mecánica, pero omitió cualquier gesto y le entregó su hoja de antecedentes personales y laborales y se presentó. Ella no se había presentado pero la placa en el escritorio indicaba que su apellido era Subiabre.

—Usted…

La mujer se quedó sin hablar durante unos momentos, algo confundida por lo que estaba leyendo; Martín se preguntó si tal vez había algo mal escrito en su hoja, que hubiera pasado por alto.

—Pero usted no es ingeniero.
—No —respondió con tono de duda—. En el aviso dice que necesitan vendedores.

La mujer frunció el ceño, a todas luces confundida.

—Usted vino por ese anuncio. Lo siento, creo que la persona que me avisó lo confundió con alguien más.
—No es problema —replicó él.
—Pues sí —reaccionó ella—, necesitamos vendedores; por lo que veo, tiene experiencia atendiendo público.
—Así es —respondió Martín—, tengo buena aceptación atendiendo y me gusta tener un trabajo dinámico.

A punto estuvo de preguntarle por el cuadro ¿Por qué seguía pensando en un objeto decorativo en un lugar en donde nunca había estado antes?

—Bien —estaba diciendo la mujer—, me parece que tiene un perfil adecuado. Si está de acuerdo, podemos hablar de las condiciones detallabas.
—Muchas gracias, claro que me interesa.

La potencial pregunta seguía ahí en su mente. Trató de desterrarla mientras hablaba de experiencias de trabajo y prestaba atención a los detalles de horario o salario, pero seguía ahí. En su mente asomó una extraña pregunta ¿Había visto antes esa fotografiar? Parecía de hace muchos años, hecha a color pero desvaída por el tiempo tras el cristal que la protegía; quizás aquellas personas ya no estaban en este mundo, quizás lo que despertaba su curiosidad era que la imagen no coincidía con la estética del interior de la tienda. Mientras continuaba con la entrevista, en segundo plano esa incógnita persistía, aunque cada vez de forma más silenciosa.
Como si alguien estuviera hablando en su oído.


Próximo capítulo: Último momento


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