Narices frías Capítulo 46: Buenas noticias





El rostro del periodista aparecía serio ante la cámara; era un hombre de cerca de cuarenta años, bien parecido y vestido formal. En cuanto recibió la orden, comenzó con su relato.

—Muy buenos días; iniciamos esta transmisión especial para informar acerca del corte de suministro eléctrico que tuvo lugar esta medianoche, y que se extendió por un par de horas.
Según los reportes entregados por las autoridades, en la central de control de electricidad ocurrió un desperfecto; una pieza de vital importancia sufrió una avería, lo que impidió que se siguiera realizando el suministro normalmente. Esto afectó a la totalidad del distrito, además de perjudicar a las antenas que proporcionan la señal para la telefonía celular.
El departamento de policía informó que se produjeron dos accidentes con resultados lamentables, el primero de ellos en un domicilio, donde un matrimonio cayó por las escaleras, resultando ambos con heridas fatales.
El segundo caso es de un choque que se produjo en el límite del distrito, donde un automóvil chocó a un vehículo de Narices frías, muriendo en el lugar los conductores de ambos vehículos.
Por suerte, todos los informes de las unidades policiales coinciden en decir que el distrito estaba especialmente tranquilo por la noche, por lo que los sucesos no pasaron a mayores, e incluso muchas personas durmieron en total paz, sin saber lo que había sucedido hasta enterarse por la mañana.
En otras noticias, tenemos una triste información para todos: el destacado Elías Restrepo falleció esta madrugada, en su domicilio; para tranquilidad de todos sus admiradores, nuestro querido Elías tuvo una muerte muy tranquila, ya que sucedió por causas naturales mientras dormía. Narices frías ha hecho un comunicado oficial al respecto. Está publicado en sus redes sociales, pero al tratarse de un asunto que involucra a un miembro muy importante de nuestra comunidad, lo leeré.

“Narices frías le debe mucho a Elías Restrepo; un hombre talentoso, vital y cariñoso, que confió en nosotros primero, y nos hizo creer en el proyecto, en la esperanza de una realidad en donde las mascotas no son un negocio ni un objeto, sino mucho más.
Elías nos ayudó a crear un mundo, aquí a nuestro alrededor, en donde las mascotas se volvieron el centro de los hogares y las familias, un modo de vida en donde el amor y la preocupación por nuestros hermanos pequeños es fundamental.
Vivimos para su vida, vemos la luz de la esperanza en sus ojos y respiramos al ritmo de sus corazones.
Narices frías ha enfrentado un gran desafío en los años pasados; Elías no fue solo un rostro, era el primer padre y corazón que estuvo con nosotros, y desde que vio a su querido Bobby, supimos que estarían conectados por lazos imposibles de romper. Ahora Elías nos ha dejado, pero se fue feliz y en paz, con el corazón tranquilo y lleno del amor de su querido hijo, así como del cariño de todos ustedes.
Enfrentamos una época de cambios, ahora que Elías nos ha dejado; se une a Abigail Mariani y Edgardo Leyton, nuestros fundadores, y nos deja con la responsabilidad de mantener el legado por ellos creado, así como con la convicción de hacer de este proyecto una realidad cada vez más potente, grande e inclusiva.
Nadie sobra en Narices frías.”

—Ese era el comunicado —replicó el periodista, con expresión más relajada—, ahora, sabemos que todos deben estar preocupados por el estado en que se encuentran todas las mascotas de Narices frías, ya que como comentaba anteriormente, hubo un corte de energía eléctrica la pasada madrugada, y para hablar de ello me encuentro con Luciana Velásquez, quien ha estado liderando las operaciones en terreno. Luciana, buen día, ¿Cómo esta?
—Ha sido una noche larga para todos nosotros —replicó ella, sonriendo, pero estamos contentos por nuestro trabajo y por estar ocupados de nuestros niños.

El periodista asintió con gravedad.

—Es necesario hacer esta pregunta ¿Hubo algún accidente? ¿Tenemos que lamentar que a alguno de los hijos le haya pasado algo?
—Por suerte el distrito estuvo muy tranquilo durante la noche —repuso la mujer de cabello rubio, sonriendo con seriedad—, sin embargo, hubo algunos accidentes; como ustedes pueden comprender, sin tener la red de telefonía fue difícil mantener el contacto que tenemos siempre, por lo que se tomaron algunas decisiones.
—¿Cómo cuáles?
—En primer lugar, nos aseguramos de que nuestros centros estuvieran en perfectas condiciones; nuestro personal verificó que los generadores de energía propios funcionaran a plena capacidad, que todos los pequeños estuviesen en buenas condiciones. Después, se prepararon los vehículos de la institución para realizar un recorrido por los domicilios de los propietarios que tenemos en nuestros registros.
—Imagino que eso fue de forma preventiva.
—Así es. No queríamos molestar a la gente, así que la instrucción fue que nuestros vehículos transitaran por las calles del distrito y se acercaran a los domicilios, pero sin llamar; todos saben que un vehículo de Narices frías significa atención y seguridad, así que teníamos la seguridad de que la gente nos pediría ayuda en caso de necesitarla.
—Y ¿Qué escenario encontraron en las calles del distrito?
—Estaba todo muy tranquilo; solo encontramos un par de hijos que estaban fuera de sus casas, pero los devolvimos de inmediato y todo quedó solucionado. Solo ocurrió un accidente, en que un hijo resultó con una herida en el cuello, pero lo atendimos y se encuentra en recuperación.
—Así es —comentó el periodista—, me encuentros en contacto con el matrimonio al que usted se refiere; ellos tuvieron la amabilidad de recibir a uno de nuestros camarógrafos y estoy en línea con ellos. Buenos días.

La pantalla se dividió, mostrando a la derecha al mencionado matrimonio en la sala de su casa; ambos sonrieron ante la cámara.

—Buenos días.
—Cuénteme por favor qué sucedió en su casa.
—No sabemos muy bien lo que pasó —repuso ella—. Kor estaba con reposo, porque sufrió una indigestión; así que pensamos que todo estaría muy tranquilo por la noche y dormiría en paz. Pero antes de la medianoche estaba algo inquieto, así que lo dejamos ir al jardín delantero y estaba muy a gusto.
—Pensamos que todo estaría bien —agregó él—, porque es una calle muy tranquila, pero de pronto sentimos un ruido en el jardín.
—Fue terrible —se lamentó ella, conmocionada—, y además se había ido el suministro y el teléfono, no sabíamos qué hacer. Estaba herido en su cuello, y lloraba mucho. Teníamos miedo de cargarlo en el auto porque podía lesionarse.
—¿Y qué sucedió? —preguntó el periodista.
—Apareció un vehículo de Narices frías —exclamó ella—, fue como un milagro; nos vieron y de inmediato atendieron a nuestro pobre Kor.

El periodista asintió, aliviado por el final feliz de la historia.

—Esa es una gran noticia.
—Estamos tan agradecidos, fue como si nos hubieran leído la mente —la mujer suspiró, aliviada—. Según el encargado, puede haber sido un trozo de vidrio que alguien arrojó, o que cayó cuando pasó un automóvil, y quedó en el jardín sin que nos diéramos cuenta.
—Ahora está descansando —agregó el—, estamos muy agradecidos por el apoyo, y vamos a cuidar mucho a nuestro pequeño, para que esté feliz y bien cuidado.

El periodista asintió, satisfecho con esa información.

—Es una gran noticia, estoy seguro de que todos están muy contentos en sus casas al conocer esto; y dígame ¿Tienen hijos?
—No, no tenemos hijos, pero la vida nos recompensó con Kor; dicen que las cosas en esta vida pasan por algo, y nosotros creemos que haber adoptado a nuestro pequeño es lo mejor que podía pasarnos.
—Eso es cierto. Les agradezco por su tiempo, y nos retiramos, con esta imagen de una familia que tuvo que enfrentar momentos difíciles, pero pudo superarlos gracias a la intervención del personal especializado de Narices frías.


2


Tobías caminaba lentamente, arrastrando los pies por el camino; el sol de la mañana presionaba sobre su cabeza, pero no sentía calor. El frío en el pecho lo hacía mantener la concentración, mientras que los colores que percibía en el suelo le indicaban con exactitud el camino por donde devolverse.
Sabía que las manchas en el suelo, cada ciertos pasos, eran sangre, pero intentaba pensar que eran otra cosa. Solo color sobre el concreto.
La botella de plástico con agua que llevaba abrazada contra el percho estaba fría aún, y eso lo animaba a llegar a su destino; había conseguido agua fresca y limpia, y eso era un gran logro.
Recordaba trozos de lo que había sucedido en esa noche; las voces de los animales, que sonaban como un coro alegre que los amenazaba, el choque del automóvil contra el metal.
Los gritos de Carlos y Matías, la voz de Dante, y luego el horrible sonido, los golpes y los gritos.
Llegó hasta su destino. No sabía muy bien qué lugar era, porque nunca había estado allí, pero estaba seguro de que era en donde el auto había chocado; sabía qué hacían ahí pero no quería decirlo, porque le daba miedo.

—Traje el agua.

Estaba agotado, pero no quería parecer débil. También sentía sucia la cara y las manos.

—Gracias.

Carlos estaba empapado de sudor; cojeando, dejó lo que estaba haciendo y se sentó un momento en el suelo. La jornada se estaba volviendo eterna, pero aún tenía fuerzas para terminar de hacer lo que debía, antes que se marcharan de ahí para siempre.
Cuando el camión embistió el auto, lo hizo con tal fuerza que empujó el vehículo fuera de la vía, y este cayó’ por un declive hacia una zona inferior. Con las horas y el trabajo había recordado que la razón por la que el distrito tenía solo cuatro salidas, hechas estas como una carretera urbana; en la escuela les enseñaban que ese distrito fue pionero en construcción de vías de alta velocidad, lo que hizo que el diseño quedara reducido a una isla, separada de los distritos vecinos, que no estaban tan avanzados. Esto significaba que las vías de salida cambiaban abruptamente a calles comunes, generando desniveles y caídas.
Cuando abrió los ojos, se encontró fuera del auto, con Tobías cerca de él, en estado de shock; quiso acercarse para ayudarlo, pero descubrió que tenía la pierna derecha desgarrada en varios puntos. Casi al mismo tiempo vio el auto, volcado a algunos metros, y lo que vio hizo que decidiera ir en esa dirección antes que hacia Tobías. El cuerpo de Román estaba caído boca abajo, mientras que Matías estaba aplastado por un costado del vehículo, su rostro congelado en una expresión que nunca podría olvidar, sus ojos vidriosos mirando a la nada.
Consiguió quitarlo de debajo del vehículo, pero era tarde para ayudarlo; Carlos lloró, mudo de horror, y a punto estuvo de quedarse inmóvil también, pero el sonido de una sirena en la carretera lo hizo reaccionar. Creyó que todo había terminado para ellos, pero por alguna razón se negó a quedar en ese sitio; arrastró a Carlos hasta unos arbustos, regresó por Tobías y lo cargó hasta el mismo sitio, pero tuvo que ocultarse al notar personas descendiendo por la ladera. Vio cómo se llevaron a Román y al auto, pero no pudo ver entre el miedo y la oscuridad a Dante, así que supuso que tampoco lo había logrado, quedando en el interior del auto.
Creyó que todo había terminado allí, pero en ese instante de desolación total, la sorpresa llegó y nadie se acercó al punto en donde estaba débilmente oculto; las sirenas se alejaron con el sonido de los motores, y las luces de los faros se desvanecieron, dejándolos abandonados a su suerte.
Extenuado hasta el máximo, Carlos no tuvo fuerzas para moverse, por lo que lo único que pudo hacer fue abrazar a Tobías contra su pecho, junto al cadáver de Matías, y esperar a que la mañana, si es que existía una, llegara hasta ellos.
No supo en qué momento se quedó dormido, pero el tiempo en que tuvo cerrados los ojos no sirvió para tranquilizarlo en modo alguno; Tobías reposaba inquieto en sus brazos, temblando y sollozando en voz muy baja, sumergido probablemente en las mismas neblinas peligrosas que él. Removiéndose un poco para no despertar al pequeño, Carlos volteó hacia Matías y trató de cerrar sus ojos, pero el tiempo había convertido en piedra sus párpados y le resultó imposible; no quería dejarlo así, con la vista enfocada en el cielo, porque, aunque no lo conoció, entendió que había vivido cosas parecidas a él, y a él mismo no le gustaría que lo dejaran así, solo en la nada.
Pero eso fue lo que tuvo que hacer; estaba cansado y tenía que salir de ahí junto con Tobías antes que alguien inadecuado los viera y se interpusiera en su camino. Encontró la mochila que había traído consigo a cierta distancia de donde había caído el auto, y se la puso a la espalda; no era capaz de cargar también a Tobías con la pierna lastimada, así que tuvo que despertarlo y hacer que caminara. Se fueron hacia el norte, él cojeando, Tobías arrastrando los pies, ambos callados, incapaces de expresar lo suficiente acerca de lo que habían vivido.
El distrito contiguo era un lugar en donde nunca había estado, pero que se le hizo útil para lo que necesitaba hacer; encontró un recinto de baños públicos donde pudieron asearse un poco, y luego una farmacia en donde pudo comprar agua, vendas y alcohol, y salir de allí sin llamar demasiado la atención de la gente. Cuando regresaron al baño público comprobó que su pierna estaba haciendo algo de cicatrización, y aunque le dolía no parecía haber algo roto; pensó en ir a un hospital, pero era demasiado peligroso.
Contaba con el dinero que había sacado del cajero automático, pero no sabía bien qué hacer para el futuro; podían comer en cualquier sitio, pero ese dinero no sería eterno y él no tenía edad para trabajar de forma legal. Deambularon por la periferia del distrito, alejándose de Victoria de Borou y sin mirar atrás; fue en una calle cualquiera, comenzando la tarde, que Tobías volvió a hablar, y dijo que había alguien cerca que los podría ayudar. Dijo que era alguien que estaba cantando. Carlos dudó un momento, pero decidió seguir confiando en los instintos del pequeño, y eso los llevó a la casa de una mujer de edad avanzada; tendría ochenta, quizás, y tenía un negocio de flores, que cultivaba en su jardín.
Tobías fue quien hizo la mayor parte, pues empezó a hablar con ella, y de algún modo se entendieron más allá de las palabras, ya que después de un rato parecía como si se conocieran desde mucho tiempo atrás; ella tenía la vista muy limitada por la edad, pero Carlos pensó que la conexión tenía que ver con algo más, quizás con que las voces de ambos tenían algo de familiar para el otro, algo que iba más allá del simple oído. Tal vez las cosas fuera de lo común no eran todas destructivas.
Así, casi sin pedirlo consiguieron una habitación en el segundo piso de la casa, al que ella no podía acceder por dificultades de la edad; podían acondicionarlo, y tendrían que ayudarla con la casa y la tienda, un precio justo por tener un sitio donde estar.
Al día siguiente salieron temprano, después de haber dormido a saltos en su primera noche completa fuera; Carlos tomó una pala y una botella plástica vacía, y le dijo a Tobías que tenía algo que hacer, algo que no sería agradable. El pequeño no hizo preguntas, pero parecía evidente que entendía hacia dónde se dirigía.
Fue extraño, pero al estar tan cerca del distrito del que habían huido, no sintió miedo o angustia como se habría imaginado previamente; estaban parados junto a un semáforo a muy poca distancia de donde el coche había sido chocado por el camión una jornada atrás, y no sintió el terror de ese momento. Fue como si todo hubiese sido ocultado por la normalidad de una mañana de vehículos desplazándose por las calles, y algo de sol que disipaba las miradas doradas que antes los habían amenazado.
A cierta distancia hacia el norte encontró una llave al costado de la vía, y le pidió a Tobías que la llenara y se la llevara hasta donde él iba a esperarlo, un poco más al sur; solo tendría que caminar por el costado de la vía. Mientras el pequeño obedecía, apuró el paso lo más que pudo, ignorando que las heridas en su pierna se habían abierto; no le importaba sangrar un poco, él todavía podía recuperarse. Cavó con fuerza, ignorando el cansancio de los miembros y el dolor de la pierna, hasta que fue suficiente para poder empujar el cuerpo de Matías, que, aunque estaba rígido por el paso del tiempo, no había sido afectado de momento por el ambiente en el que estaba. Al momento de arrojar la tierra sobre su cuerpo, sintió un estremecimiento que le causó más cansancio que todo el esfuerzo físico.
Después de enjuagarse las manos y cara y beber un poco de agua, se dijo que todo había terminado allí, pero Tobías extendió hacia él una de sus manos, con una semilla en ella.

—¿Podías dejarla aquí? Tal vez crezca algo en donde está.

No quiso preguntar de qué flor era la semilla que Tobías había tomado de la casa, y creyó que sería mejor así; en su modo particular de ver, de seguro había escogido el color correcto. Se fueron caminando de regreso, en silencio y a paso lento.


3


—Gracias por estar nuevamente con nosotros —dijo el periodista, sonriendo—, en esta ocasión queremos hablar de un asunto que durante la jornada pasada fue tendencia en las redes sociales; Narices frías recibió cientos de mensajes preguntando por el estado de un miembro muy importante, y es por eso que hemos hecho una transmisión especial desde la casa del renombrado Elías Restrepo, cuyo funeral se realizó ayer como todos saben.
Nos han preguntado por Bobby, y aquí está, frente a todos ustedes.

Ante el llamado del periodista, el plano se amplió y apareció el perro al que hacía referencia; lucía saludable y muy bien cuidado, acercándose con gracia al hombre mientras su pelaje negro destellaba ante el sol de la mañana.

—Bobby estuvo con Elías en sus últimos momentos, y aunque estaba un poco triste por su partida, sabemos que entiende que es parte del ciclo de la vida. Además, ahora está muy contento porque tiene una nueva familia, alguien con quien ya tiene un lazo fuerte; queremos presentarles a Darío.

La cámara se movió hacia la derecha, enfocando a un hombre joven sentado en una silla; sus antebrazos sin manos estaban cubiertos por vendas especiales dedicadas a dar el cuidado adecuado a su piel.

—Darío, todos estamos muy contentos de conocerte; queremos saber cómo te sientes ahora que tienes la compañía de Bobby.

El rostro del joven no mostraba mucha expresión, pero esbozaba una sonrisa, leve ante la pregunta.

—No estoy acostumbrado a hablar en público.
—Todo está bien —lo animó el periodista—, todos te estamos apoyando; solo di lo que quieres decir.

Los ojos del joven expresaron un leve estremecimiento; en ese momento, Bobby se acercó y sentó junto a él, calmado y atento.

—Tuve un accidente en mis manos —dijo, con voz suave—, y creí que todo estaba perdido para mí. Pero entonces conocí a Bobby, y él también estaba muy triste. Antes tenía miedo y pensaba que nadie me entendería, pero ahora que está Bobby, ya no tengo nada que temer; sé que siempre va a estar aquí.

Dante oprimió el botón en el control remoto y cambió de canal; el enfermero entró justo en ese momento.

—¿Algún cambio?

Negó lentamente con la cabeza; cuando los chocaron, salió despedido del vehículo, y para el momento en que pudo moverse, vio las luces de las balizas y el sonido de las sirenas inundando la noche.
Se arrastró por el suelo, intentando alejarse, jurando dar lo último que le quedaba en ese intento por huir; gastaría hasta la última gota luchando, aún cuando todos habían quedado perdidos, incluso ante la posibilidad de que lo atraparan para hacerle algo que no podía imaginar.
Pero el sonido de los metales siendo jalados por la grúa no fueron seguidos por voces ni por pasos siguiéndolo; aun así, rasgó la tierra, un centímetro a la vez, decidido a que, si iba a morir, al menos sería luchando hasta el final.
Pero otra vez resistió a la muerte, y en medio de la madrugada lo encontró un motorista; Dante no tenía fuerzas ya, pero consiguió decir que lo habían atropellado, antes de sumirse en un medio letargo. No perdió el conocimiento, de modo que sintió el sonido y las voces en la ambulancia y en el servicio de urgencia; volvieron a coser la herida del pecho, curaron los golpes y cortes que tenía en distintos sitios, y no hicieron preguntas. Pero al día siguiente ese enfermero le dijo que se había dado aviso a la policía local por si es que había una denuncia por una persona desparecida.

—No me suena familiar —dijo en voz baja—, dijiste que me encontraron cerca del límite de ese distrito, pero no creo venir de ahí.
—Tómalo con calma —le dijo el hombre—, pasaste por una experiencia muy fuerte, es sorprendente que estés consciente; el doctor dice que los exámenes iniciales no muestran algo en concreto, eso significa que tu pérdida de memoria puede ser por el estrés del accidente, y ser temporal.

Esa supuesta amnesia era lo que lo separaba de ser acosado por demasiadas preguntas; no tenía energía ni apoyo para salir de ahí como la vez anterior, por lo que su única opción era alargar esa mentira hasta tener la fuerza suficiente para salir por su cuenta. Al menos había escapado del distrito.
Sentía mucha tristeza por el destino de los otros, pero principalmente por Matías; intentó todo lo que pudo, pero al final esa gente había sido más fuerte que ellos, mucho más preparada ante un caso como ese, y de seguro solo por casualidad él se había librado.
Por el momento. Mientras reposaba en la camilla, no podía dejar de pensar en la amenaza de esa gente, en esos animales y en todo lo que involucraba; él era un testigo sobreviviente, pero ¿Peligroso? En el fondo nada sabía, y a juzgar por las noticias, a nadie en ese distrito le importaba la ley o las vidas humanas; todos parecían estar viviendo una realidad alterna en donde los conceptos estaban torcidos en una dirección por completo opuesta a la que él conocía. Tenía que escapar otra vez, poner distancia con ese lugar, y quizás en algún tiempo podría volver a cobrarse de todo lo que había vivido. Alguien tendría que pagar por esos niños, por Matías, y por él.


Fin