Contracorazón Capítulo 22: Último momento




El jueves 29 de noviembre había sido una jornada muy tranquila en la tienda, y esto permitió que Rafael terminara las nóminas de producto, enviara las planillas y estampara la firma digital en una serie de documentos; con la asistencia del personal completada y los registros de solicitud en línea, había terminado su trabajo para esa semana y el término del mes estaba completo.
Podría ir a vender junto con los demás, como era su costumbre, pero ese día no lo hizo.
Había sido particularmente difícil mantener la máscara de cordialidad y normalidad durante todos esos días, pero en esa jornada le estaba resultando casi imposible, por causa de un sentimiento de anticipación que era más y más fuerte; lo que sea que estaba por ocurrir, se acercaba a pasos agigantados, y no podía hacer mucho por evitarlo.
En realidad, nada.
Salió a almorzar fuera de la tienda otra vez; mientras caminaba con la mirada perdida, sintió que el móvil en su bolsillo anunciaba una llamada entrante.
Era Martín.

Durante los últimos días había mantenido contacto sólo por las redes, rehuyendo cualquier posibilidad de encuentro fortuito incluso en el balcón de su departamento, cerrando la puerta, en un intento inútil y absurdo por alejar de él la desgracia que se avecinaba. En ocasiones se preguntaba si su amigo habría notado esa sutil diferencia de comportamiento, pero luego descartaba esa idea por completo: hasta el momento estaba a salvo de cualquier tipo de conjetura, y esa ignorancia era una protección.
Débil y casi transparente.

—Hola Martín.
—Hola —Saludó el otro con entusiasmo—, no estoy interrumpiendo ¿verdad?

No, claro que no; pero a pesar que siempre era grato hablar con su amigo, en esa ocasión la llamaba tenía un color que era imposible pasar por alto.

—No, estoy yendo a almorzar.
—Bueno, eso significa que no estoy llamado en el mejor momento —Bromeó Martín—, pero no tengo otra alternativa porque tú insististe.

De hecho, había reiterado que tan pronto tuviera noticias acerca de su trabajo, le contara de inmediato, y eso era lo que estaba haciendo; Rafael había descubierto, uniendo trozos de sueño y recuerdos, que a partir de cierto acontecimiento todo cambiaría para siempre.

—¿Yo insistí?
—Sí, hombre, me escribiste como en una docena de momentos diferentes que te avisara cuanto supiera lo del trabajo, así que entendí el mensaje.

Por un momento, Rafael quiso congelar todo de alguna forma y detener el avance de esa conversación, pero tuvo que mantener la actitud de siempre.

—Entonces ya sabes qué va a ocurrir —dijo aparentando normalidad.
—Sí, mi futuro ya está definido. Llego hasta mañana, mi jefe me lo acaba de confirmar.

El hombre se quedó de pie en la acera, aparentando mirar la vitrina, aunque en realidad no veía nada; todo estaba a punto de confirmarse.

—Martín, lo lamento.
—No, está bien, no te preocupes por eso —replicó el otro—. En estos días he estado yendo a varias entrevistas y estoy seguro de que va a salir algo.

Estaba a punto de suceder; todo coincidía de forma alarmante, tanto que casi pudo anticipar las palabras que iba a escuchar.

—Espero que todo se resuelva bien.
—Sí, algo va a salir, estoy seguro de eso.

No lo digas, no lo digas, se repitió internamente, rogando que en esa ocasión las cosas no siguieran el mismo camino que en su sueño.

—Pero también quería hablar de algo más —Siguió con tono ligero— ¿Recuerdas lo que te conté sobre el emprendimiento de Carlos?
—Sí, por supuesto.
—Pues escucha esto: acaban de pagarle su primer trabajo y está como loco, no hay forma de controlarlo.
—Me alegro mucho —replicó Rafael casi de forma mecánica.
—Sí, es genial, yo sabía que tiene talento. Entonces, lo que sucede es que insistió en que este domingo quiere invitar una pizza y quiere que estés ahí; dice que quiere que compartas con nosotros y me exigió que te convenciera a como de lugar.

Rafael sintió que se quedaba sin aire mientras escuchaba las palabras de Martín; en uno de los recuerdos que habían sucedido en las noches donde se obligaba a entrar en esa zona tan insegura, descubrió que había un punto especial, un paso final antes de la tragedia que había terminado para siempre con sus sueños y esperanzas. Antes de eso, había una invitación, un momento para reunirse, que Rafael entendió como la misma jornada en donde todo había terminado.
Una invitación a la casa de los padres de Martín, adonde ninguno de los iba a llegar.

—¿Este domingo?
—Sí, dime que no tienes otro plan por favor —Rio del otro lado de la conexión —, si llego sin ti va a estar molestándome toda la tarde.

¿Qué conseguía con negarse a ir? Cerrar los ojos no serviría de mucho en ese momento, de modo que sólo le quedaba la opción de ir a la ofensiva en ese camino.

—Claro que me gustaría ir —replicó hablando despacio, modulando muy bien las palabras para que no se escuchara su nerviosismo—. Me decías que es este domingo ¿No es así?
—Sí, a la hora de almuerzo.

Había estado ansiando y rechazando a partes iguales ese momento, porque por un lado sentía que era la oportunidad de pasar desde la vereda de la contemplación hacia la de la acción, y ese era el fin último de todo lo que había pasado hasta entonces, pero al mismo tiempo confirmaba que había un hecho de enormes proporciones ante el cual no sabría si tendría éxito ¿Podría perdonarse de no tenerlo?

—Entonces supongo que salimos de aquí, como la otra vez —intentó sonar lo más natural posible.
—No puedo —replicó de inmediato—, olvidé decirte que no voy a estar aquí en la mañana. ¿Te das cuenta que hace días que no nos vemos? Bueno, el tema es que encontré unos productos para serigrafía a un precio muy bueno, me arriesgué y los estoy vendiendo, es un buen ingreso extra y no me quita tiempo, así que iré a vender eso y de ahí voy donde mis padres. Nos encontramos allá.

Un obstáculo inesperado, pero no por ello menos sorpresivo; el momento crítico sucedería cuanto Rafael no estuviera presente.

—Sí, por supuesto. ¿A qué hora tienes pensado llegar?
—A la una y media, es el momento más indicado.

Tenía que sacar mas información de alguna manera, no quedarse con lo mínimo; se forzó a seguir el hilo, ignorando por completo el temor y la angustia que lo llenaba en esos momentos.

—¿Y dónde vas a ir a hacer esa venta? —preguntó forzando un tono casual—. Supongo que no son muchas cosas.
—No, es solo una caja, no es demasiado grande; y es cerca del Centro comercial plaza Centenario, así que tampoco es difícil llegar allá y devolverme. ¿Quedamos entonces?

De nada servía que alargara más esa situación, ya que todo estaba determinado desde antes de ese momento; lo único que podía hacer era esperar a que todo resultara bien.

—Claro que sí. Nos vemos allá.
—Genial, estamos hablando.

Finalizó la llamada y siguió con la vista fija en un punto que no podía alcanzar con facilidad; de momento, todo el camino de sombras se despejaba para conducir en una sola dirección.
Por un momento se planteó inventar algo de último recurso y decirle que quería acompañarlo; podría usar cualquier excusa y justificar como fuera su inclusión en esa salida, pero tuvo que admitir que esa vía era la menos apropiada, porque reducía su campo de acción al mínimo.
Para tratar de evitar que ocurriera una desgracia necesitaba libertad de movimiento, y poder desplazarse sin que Martín lo supiera.

Por la noche, en su casa, Rafael tuvo que reconocerse así mismo que estaba aterrorizado; la posibilidad de un accidente o cualquier tipo de evento que pudiera poner en peligro a Martín lo desequilibraba, de la misma manera que poco tiempo atrás el asalto a Mariano le causó el horror de pensar que él o Magdalena estuvieran en peligro.
La idea de algún ser querido expuesto a algún peligro se le hacía inconcebible.
Quiso llamar a mamá, pero desistió de hacerle por sentirse demasiado cansado y débil como para resistir el escrutinio, o incluso el elocuente silencio de ella mientras hablaba; necesitaba su abrazo y su consejo, pero no podía exigirle a una madre que se expusiera a saber que su hijo podía estar en riesgo por ayudar a otra persona, y mucho menos podía decirle todo lo que estaba pasando.
Tendría que ser fuerte y estar dispuesto, con la mente clara y el corazón abierto para poder comprender todo con detalles, y ser capaz de alcanzar su objetivo.
No había espacio para las dudas, y tampoco tiempo para tenerlas, porque escaseaban las horas para que se cumpliera un plazo del que no tenía más que temores; la cita era ese domingo, pero sabia que ninguno de los dos llegaría a tiempo. Faltaba saber si eso sería por una buena o una mala razón.

2


Iba a suceder ese domingo, y ya no había nada más que pudiera hacer; Rafael se levantó temprano, y después de darse una ducha y afeitarse, escogió ropa cómoda y se preparó para algo que consideraba inevitable. No necesitaba arreglarse, pero lo hizo para mantenerse ocupado y en control.
Por un momento pensó dejar un mensaje escrito, pero cambió de opinión; no tenìa que despedirse, porque no era el final; de todos modos, antes de salir echó una mirada al interior de su departamento, y no pudo menos que detenerse en las pequeñas cosas que había hecho para convertir ese sitio en su hogar. Desde los muebles hasta los objetos decorativos, pasando por las distintas experiencias acumulabas en el día a día, habían transformado ese espacio en algo propio.
No era una despedida, no tenía que serlo.
Se sintió extraño y ajeno deambulando por las calles del sector al que se dirigió; era como si, a pesar de no conocer el lugar, supiera con exactitud hacia dónde dirigir sus pasos. Ahí, entre estas calles, cerca de alguna de esas viviendas, un peligro que aún no tenía un cuerpo concreto estaba demasiado cerca de Martín, su amigo tan querido.
Guiado por este inexplicable sentimiento, Rafael caminó calles y calles buscando algo que no podía localizar a simple vista, siempre viendo la hora, temiendo no poder hacer algo antes que los minutos pasaran; no era mucho después del mediodía, el tiempo se había agotado.

De pronto vio a Martín, lejano por dos cuadras, caminando despreocupadamente mientras llevaba una caja de cartón en las manos; dos cuadras no parecían demasiado, y al verlo en buenas condiciones, sintió un alivio similar que cuando le dijeron que Mariano estaba fuera de peligro. Caminó tras él apurando el paso, pensando en cuál sería la mejor forma de abordarlo por duodécima vez, y al mismo tiempo pensando en cómo podría anticipar ese peligro cuando estuviera cerca.
Estaba a poco menos de una cuadra, apurando el paso, pero aún indeciso sobre abordarlo o no, cuando sucedió. Primero sintió el sonido del motor, y luego su vista captó el movimiento irregular de un automóvil que iba de oriente a poniente por la calle que era el siguiente cruce; Martín, sin tener una visual completa por causa de la caja, simplemente se había quedado de pie en la vereda, esperando que el vehículo cruzara para proseguir su camino, y al ver ambos puntos desde donde estaba, Rafael entendió todo.
No pensó, no habló ni calculó nada, actuando puramente por instinto; corrió hacia Martín a toda velocidad en el mismo momento en que el automóvil se subía a la vereda por el mismo lado donde estaba este, y apenas con tiempo disponible, lo sujetó por el torso y jaló de él con toda la fuerza de cuerpo.
Después el atronador sonido de los frenos se mezcló con el chirrido de los reumáticos con el asfalto y todo se convirtió en un borrón.
Un momento después pudo enfocar la vista y comprendió qué más había sucedido; el automóvil, en claro descontrol, se subió a la vereda, pasó por milímetros del punto en donde ambos estaban un segundo antes, y sin detenerse siguió su ruta, cruzando la calle a mayor velocidad.
Ambos estaban en el suelo, la caja caída a un par de metros de distancia; Rafael, con el corazón oprimido, volteó en dirección a Martín, quien estaba pálido y mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Martín ¡Estás bien?

El otro no respondió; respiraba agitado, y por un momento su vista vagó desde el punto en donde ambos estaban hacia él y hacia la calle. Rafael se había golpeado el brazo izquierdo y le dolía muchísimo la cadera, pero ignoró esto y se acercó a él, medio de rodillas.

—Martín, contéstame.

El otro lo miró de hito en hito, y Rafael vio que estaba asustado, probablemente en estado de shock por causa de lo ocurrido. Pero estaba bien, y aparentemente el peligro ya había pasado.

—Martín ¿Tienes alguna herida?

Intentó acercarse, pero el trigueño apartó su mano y trató de ponerse de pie, aunque le fallaron las piernas.

—Madre santa —exclamó una mujer mayor saliendo de la casa más cercana—, eso fue un auto, se sintió hasta adentro. Voy a llamar a la ambulancia.
—No es necesario —respondió Rafael—, estamos bien, alcanzamos a esquivarlo.

Dejó de oírla para concentrarse en Martín; el hombre, con el cuerpo tembloroso, logró ponerse de pie, aunque seguía en el mismo estado que antes. Rafael se paró también y se acercó, dispuesto a ayudarlo.

—¿Tienes algún golpe fuerte? Déjame ayudarte.

Pero el otro reaccionó violentamente y se apartó de él, al punto de chocar con la reja; por un instante miró alternadamente a la anciana y a él, hasta que pudo hablar, y lo hizo con una voz ahogada y ronca.

—Tú... —dudó un instante, atenazado por un sentimiento que Rafael aún no lograba interpretar—. ¿Cómo?

La pregunta quedó vagando en el aire, y Rafael entendió que, pese a lo sorpresivo del hecho, Martín no había pasado por alto el asunto central de todo eso.

—Tú no estabas aquí —dijo con voz seca—, no estabas.
—Martín…

No había pensado en algo para un caso como ese; había estado tan cerrado en ayudarlo a como diera lugar que no había meditado acerca de lo imposible que era que él mismo estuviera en ese sitio.

—Martín, salgamos de aquí, creo que tienes una herida en el brazo.
—¿Cómo? —Repitió, con tono acusador—. No puede ser, tú no estabas aquí, dime cómo.
—Martín, yo…

No supo qué decir, y esta duda se vio en su rostro; con la expresión desencajada, Martín se acercó a la caja, la tomó comenzó a caminar, torpemente, pero intentando hacerlo con rapidez.
Eso era algo que Rafael no tenía contemplado; nunca pensó que llegara hasta ese punto, pero al estar sucediendo, era evidente que su inexplicable presencia era tan confusa como el accidente en sí.

—Martín, espera.

Rengueando por el golpe en la cadera, logró darle alcance y se interpuso; los ojos de su amigo expresaban temor y angustia, y por un momento no supo qué hacer. Después de unos segundos dejó la caja en el suelo y se frotó los ojos con los talones de las manos, casi de forma frenética.

—Está bien, está bien, estoy histérico —murmuró, aunque parecía que hablaba más para sí mismo—, solo... rayos...

Se puso de cuclillas respirando con agitación; inspiró y soltó aire con fuerza, como si en el acto de exhalar estuviera tratando de librarse del nerviosismo que se había apoderado de su ser.

—Martín ¿Por qué no nos vamos? Fue una experiencia fuerte, hay que descansar...
—No me respondiste la pregunta.

Se puso de pie y lo enfrentó; había duda y miedo en su expresión ¿Era ese el precio?

—Martín...
—Rafael, tú eres mi amigo —continuó, con algo más de fuerza en la voz—, te hice una pregunta.

Rafael no sabía qué hacer; no se le había pasado por la mente que ocurriera eso, siempre pensó en ponerlo a salvo del peligro y que con eso las cosas se solucionarían por completo.

—Hablemos en otro momento.
—No, no evadas el tema —titubeó, a todas luces aún estaba procesando todo lo ocurrido—, no quiero hablarlo en otro momento. Escucha —su voz se suavizó, apenas lo suficiente para demostrar que lo que iba a decir era genuino—, que te agradezco, claro que sí, prácticamente salvaste mi vida, pero no entiendo cómo pudiste hacerlo.
—Yo —también se sintió dular. Pero tenía que hacer algo, o al menos intentarlo—, tuve un presentimiento.
—¿De que un automóvil se iba a subir en esa vereda y me iba a atropellar, justo en esa esquina, justo hoy, a esta hora? —Martín lo miró estupefacto—, Rafael, tú sabes que eso no es ni lo mínimo suficiente. Dime qué es lo que está sucediendo.

El moreno no supo qué contestar; ahora que había logrado su objetivo, que un imprevisto había estado a punto de dañar a alguien importante para él y lo había evitado, se encontraba frente a un escenario que de ningún modo esperaba.

—Martín, yo...
—¿Me estabas siguiendo? —en su voz había un matiz muy fuerte de duda, como si él mismo fuera incapaz de creer en esa posibilidad—. Tienes que decirme.
—Yo...
—Rafael, somos amigos —lo apuntó con una mano temblorosa—, te he tenido confianza más que cualquier otra persona, te exijo que me expliques lo que está pasando, no puedes creer realmente que voy a ignorar que apareciste aquí de esta forma. Nosotros —su voz volvió a temblar, pero se repuso—, hablamos por teléfono, te dije que iba a andar por estos lados, pero no dije nada más.

Ahora podía comprender el miedo que estaba sintiendo Martín, porque de alguna forma era el mismo que había experimentado él; se trataba de un temor a algo desconocido, a que un hecho influyera de un modo inesperado en su vida. Era una reacción natural y justificada, y no podía evadirla.

—No quiero que te hagas una idea equivocada de...
—Tú no sabes lo que yo estoy pensando —replicó el otro, con firmeza—, tienes que decírmelo, no puedes quedarte callado.

¿Qué podía hacer? La débil excusa de un presentimiento no había sido suficiente, pero la perspectiva de inventar otra mentira mayor para cubrir eso resultaba aún peor. Estaba acorralado y no tenía más opciones.

—Vas a pensar que estoy loco.
—No decidas por mí, solo dilo.
—Yo —volvió a titubear, hasta que al fin se rindió—, sí fue un presentimiento, pero no de la forma en que lo son usualmente; hace unos días empecé a ver...son recuerdos, son cosas que han pasado antes. Y cuando vi esas cosas supe que algo malo iba a pasar, porque en el pasado ya ocurrió.
Yo vi a alguien en el pasado y era como tú; yo solo estaba tratando de evitar que pasara algo malo como en el pasado, eso es todo lo que quería.

Martín lo miró, estupefacto.

—¿El pasado? ¿Alguien como yo? ¿Te estás escuchando, tienes alguna idea de lo que estás diciendo?

Su voz se había elevado hasta convertirse en un grito ronco; Rafael entendió que estaba tirando por la borda todo el tiempo y la confianza ganada en ese tiempo, pero internamente se resignó a esa realidad. Si el precio de salvar a su amigo era perder su amistad, lo aceptaría.

—Sé que suena extraño —Se esforzó por explicar—, a mí también me costó entenderlo.
—¿Extraño? —exclamó el otro—. Estás equivocado, no suena extraño, suena completamente demente. ¿Alguien en el pasado, yo? —Repitió, articulando cada sílaba—. ¿Me estás diciendo que esto no es real, que no es mi vida, que es la de alguien más?
—No, no es sobre ti, no eres tú —rogó, tratando de convencerlo—. No es sobre las personas, es sobre los hechos; sé que suena a una locura, pero lo que acaba de pasar demuestra que estaba en lo cierto, ahora ya pasó, ahora todo puede volver a la normalidad.

La expresión de Martín demostraba que no estaba en absoluto de acuerdo con eso; lo miró como si no lo conociera, como si no tuvieran la confianza y el respeto que construyeron desde que se conocieron.

—¿Normalidad? —Repitió, con la garganta apretada—. Rafael, me dices que tuviste una especie de visión de algo malo que le pasó a alguien que se parece a mí, y se supone que me tengo que quedar tan tranquilo ¿Qué te pasa? Esto es demencial, no tiene ningún sentido ¿Por qué me estás diciendo esto? Esta es mi vida, no es la de alguien más ¿Me escuchaste?

Con una nueva fuerza, que sin duda era guiada por el miedo que despertó en él todo eso, el hombre recogió la caja y se dispuso a continuar caminando.

—Escucha, te agradezco que me hayas ayudado, de verdad. Pero no puedes esperar que después de eso que dijiste no sucede nada.
—Martín.

Le había dado la espalda, pero se detuvo cuando lo escuchó llamarlo. Todo estaba en juego en ese momento, y pendía de un hilo.

—Fui sincero contigo porque tú me lo pediste; no quería que te pasara algo malo.
—Y te lo agradezco —replicó Martín.
—No quería causar ningún daño; no es algo contigo, es sobre los hechos, solo quiero que lo sepas.
—Es mejor que hablemos en otro momento.
—Pero —tuvo que preguntar, al menos para no quedar con esa incertidumbre—,  necesito saber si maté esta amistad.
—Toma distancia, es mejor que pienses las cosas —le respondió Martín—, piensa en lo que me dijiste, esto no es normal.
—Martín…
—En serio —lo interrumpió con voz más cortante—, toma un poco de distancia, de verdad.

Siguió su camino, dejando a Rafael solo en la vereda.

3


Martín sabía que no iba a poder sostener la mentira durante demasiado tiempo, pero al menos lo intentó; fue a su departamento tan pronto como realizó la entrega de la caja con los productos que iba a vender, y se sintió un poco más seguro. Sabía que era un acto infantil, pero cerró la puerta que daba apequeno balón y corrió la cortina, tras lo cual se quitó la ropa y se metió bajo la ducha.
Tenía una rasmilladura bastante extensa en el brazo derecho, y eso explicaba la sangre que había visto en alguna de sus prendas, además le dolía un tobillo, seguramente por causa de la caída; no quería pensar en el auto que casi lo atropella, ni en Rafael ni en nada que tuviera que ver con eso, solo quería pensar en el sonido del agua y en lo refrescante que era estar bajo ella.
Después de ducharse durante lo que se le antojó un tiempo muy corto, confirmó la hora y vio que tenía el tiempo justo para llegar a la casa de sus padres; disimuló la herida en el brazo con una camisa de mangas largas, pero estaba consciente de que no iba a poder tener un éxito permanente.
Cuando llegó a su casa, su madre fue la primera en hacer preguntas.

—¿Cómo estás? Te veo un poco pálido.
—Hola mamá —la saludó con un beso en la mejilla mientras entraba —, estoy bien, sólo tengo sueño porque me levanté temprano para hacer la venta.
—¿Y tu amigo no viene contigo? —preguntó ella con curiosidad—, creí que vendrían juntos.
—No ve a poder venir —respondió él—, no se siente bien, está enfermo y tuvo que quedarse guardando reposo.
—Oh.

La exclamación había sido dicha por su hermano, quien precisamente en ese momento estaba saliendo al jardín; Martín sintió una punzada de culpa por decirle esa mentira, pero luego de lo que había pasado se le hacía imposible hacer algo diferente.

—¿Y qué le sucedió?
—Algo que comió —había practicado las palabras que iba a usar y se apegó a esa versión—, hablamos temprano y me dijo que casi no había dormido y que se sentía mal; al principio insistió en venir, pero un poco después del mediodía me dijo que no mejoraba y que se quedaría durmiendo.

Carlos no disimuló una cierta decepción por ese cambio de planes, pero hizo un esfuerzo por reponerse de inmediato.

—Bueno, es una lástima, pero si no se siente bien es mejor que descanse ¿No es así?
—Sí, yo le dije lo mismo —replicó con evasivas.
—Además —agregó el muchacho—, puede venir otro día.

Martín se limitó a sonreírle mientras entraban, sintiéndose incapaz de responder de forma concreta a una sugerencia tan especifica como esa. ¿Cómo iba a resolver eso más adelante? Se dijo que no importaba, que encontraría alguna forma de salvar las apariencias, pero que lo iría resolviendo a medida que fuera necesario.

—Espera aquí, quiero mostrarte algo.

Martín pensó que los dudas estaban superadas, pero mientras su hermano entraba en su cuarto, su madre le dedicó una mirada cargada de intención.

—¿Qué sucedió?
—Mamá, no es el momento —replicó él en voz baja.
—¿Qué te pasó en el brazo? —la pregunta camuflaba muy bien un tono de alarma.
—Nada, no es nada, sólo me caí cuando iba a hacer la venta, eso es todo. ¿Podemos cambiar de tema?

Ella le dedicó una mirada reprobatoria.

—Pues como tú quieras, pero ten cuidado.

Era una advertencia que no tenía un nombre concreto, pero que explicaba con claridad el sentimiento de ella; sabía que algo no estaba bien con él, y seguramente sospechaba que lo de la supuesta enfermedad de Rafael no era real, pero estaba dejando que él lo resolviera, al menos de momento y mientras eso no afectara el funcionamiento de la familia.
No quería enfrentar lo sucedido, ni pensar en ello de forma alguna; no quería volver a plantearse la posibilidad de que su vida y sus decisiones fueran gobernabas por alguien más.


Próximo capítulo: Sombras

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