Contracorazón Capítulo 12: Planes interrumpidos




Finalmente el día de la anunciada salida de Rafael había llegado; después de una semana tranquila y por completo sin novedades en el trabajo, se encontró en su departamento, sin más que hacer que prepararse para salir. Se dio una ducha, y escogió una tenida sencilla aunque un poco fuera de lo que usaba a diario: unos pantalones negros, zapatillas, y una camisa de un color morado oscuro que compró tiempo atrás en un arranque de originalidad, pero que nunca había usado más que para una cena en casa de su hermana. Fue a abrir al escuchar el timbre, y se encontró con Martín, quien por lo que veía ya estaba listo para salir: iba con una camisa blanca y pantalones de color gris, elegante, pero nada formal. Estaba hablando por teléfono en ese momento.

—Hola.
—Hola, pasa.

Dejó la chaqueta en el sofá tras entrar, y Rafael fue a buscar la billetera.

—Sí, estoy en su departamento en este momento. De acuerdo, le diré te tu parte. Te quiero.

Cortó y se acercó a él para saludarlo estrechando su mano.

—Estaba hablando con Carlos —explicó, señalando el teléfono móvil—, te manda muchos saludos.
—Gracias, dile de mi parte que también le mando saludos.
—Se lo diré, tenlo por seguro —replicó Martín—. Hemos estado hablando bastante de ti.
—Espero que no sea algo malo —comentó Rafael.
—Para nada, está encantado contigo —explicó el trigueño—, dice que está seguro de que eres un gran hombre, incluso dice que quiere que vayas conmigo a almorzar uno de estos días.

Después de la forma en que se habían conocido, era una agradable sorpresa que tuviera esa opinión de él.

—Gracias por eso, es muy importante.
—Sí, espero que ese efecto le dure. ¿Estás listo?
—Listo —Rafael torció la cabeza—, aunque no sabía si llevar una chaqueta o no, tú trajiste una.

Martín se había sentado en el sofá mientras hablaban; lucía relajado y de muy buen humor.

—Sí, lo prefiero por si empieza a refrescar; además no sabemos a qué hora vamos a volver.
—Tienes razón, dame un segundo, voy por una chaqueta y salimos.

Se sentía de buen humor; escogió una chaqueta oscura y regresó a la sala.

—A todo esto, hoy me vine en el auto de la empresa —comentó Martín.
— ¿Y eso? —preguntó Rafael mientras iba a cerrar la ventana del balcón.
—Es porque se les olvidó sacar un permiso en el edificio; es como una autorización para que yo como nuevo trabajador pueda sacar el vehículo, y para cuando había terminado el turno a las seis cuarenta, la única persona que podía dar ese permiso ya estaba en su casa —se encogió de hombros—, así que me ofrecí a traerlo y lo pasarán a buscar mañana. Lo dejé abajo.

Ya tenía todo revisado, así que estaba listo para salir; escuchó el tono de llamada en el móvil que reposaba en un mueble e identificó quién era por la melodía.

—Es Magdalena.
—Dijiste que iba al teatro hoy.

Asintió y contestó, llevándose el teléfono a la cara, pero no alcanzó a hablar.

—Rafael.

La voz angustiada y llorosa de Magdalena lo dejó sin palabras; se le antojó que pasó un tiempo muy largo antes de decir algo, aunque solo fue un instante.

— ¿Magdalena?
—Rafael —repitió ella.

Estaba llorando; en un segundo, el hombre sintió que se le oprimía el estómago, porque esa voz sollozante era la de su hermana.

— ¿Qué ocurre?
—Es Mariano —la voz de la chica tenía una nota de histeria que lo traspasó—, es Mariano.

Mil ideas pasaron por su mente en esos momentos; Magdalena no lloraba por cualquier cola ¿Qué podía estar sucediendo en ese momento?

—Magdalena ¿Qué pasa?
—Es Mariano, Mariano —la chica se quebró—, por dios, no…

Rafael volteó hacia Martín, que lo miraba con preocupación al escuchar su tono; estuvo a punto de exclamar nuevamente una pregunta, pero se detuvo y obligó a calmarse; lo que fuera que estuviera sucediendo, con gritar no conseguiría nada. Así que se obligó a estar tranquilo al menos en apariencia, y buscó en su interior el tono de voz más apropiado, para poder llegar a ella a pesar de la fría distancia de la línea telefónica.

—Magdalena —dijo con dulzura—, soy yo, soy tu hermano. Escucha, tienes que decirme lo que está pasando. Un poco a la vez.

Pasó un segundo, o tal vez dos, pero los sintió como si fueran horas; el sollozo de su hermana remitió un poco, y pudo volver a hablar.

—Íbamos a la obra —dijo, respirando con dificultad—, y detuvimos el auto en un semáforo en rojo y…

Estaba comenzando a llorar de nuevo; Rafael sintió un nudo en la garganta y quiso gritar otra vez, pero lo evitó con toda su fuerza. El pánico que sintió como una anticipación tenía que quedarse mudo.

—Dímelo. Magdalena, respira, tienes que decirlo.
—Detuvimos el auto en el semáforo, y de pronto aparecieron esos hombres.

No. Algo dentro de él gritó que no, que lo que estaba imaginando no podía ser.

—Esos hombres —la voz de su hermana se había vuelto más aguda—, nos amenazaron. Mariano les dijo que nos dejaran bajar, que les iba a dejar el auto, pero uno de ellos se alteró y...

Mariano. De pronto, la mente de Rafael desató toda clase de horribles tragedias, y tuvo que sujetarse del mueble más cercano para no perder el equilibrio. Martín lo miraba con preocupación, sin hablar ni moverse.

—Magdalena —dijo en un susurro—, voy a ayudarte, pero tienes que decirme dónde están.
—Ellos lo atacaron —siguió ella—, no se mueve, Rafael, no se mueve, y hay tanta sangre…

No. Mariano no. Rafael se quedó mudo de horror durante un instante, casi sin percatarse de las lágrimas que habían empezado a caer por sus mejillas.

—Tienes que decirme donde estás —continuo, incapaz de evitar el terror al hablar—. Dijiste que estaban en un semáforo ¿Dónde?
—No reacciona…
—Magdalena, soy yo. Dime en dónde ¿Iban por la urbana?
—Sí —sollozó ella.

Había olvidado todas las señas del lugar. Por la carretera urbana, y si iban al teatro, significaba que habían tomado una salida hacia las calles; la salida de Puente de la santísima, había un semáforo ahí, y el siguiente una cuadra larga después, con la parte trasera de la iglesia de un lado y un oscuro trozo de parque urbano del otro.

— ¿Habían pasado la iglesia?
—Sí.
—Iré para allá ¿De acuerdo? Estaré en un momento ¿Me escuchas?

Sólo alcanzó a oírse un sollozo, y la llamada se cortó. Miró desesperado en dirección a Martín, quien tenía las chaquetas de ambos en la mano.

—Necesito tu auto.
—Vamos.

El viaje duraría once minutos, pero Martín estaba acelerando para llegar en el menor tiempo posible.

—Por favor, dense prisa —rogó Rafael al teléfono—, es un auto gris plata, debe estar estacionado cerca de la iglesia y puede que haya un hombre herido de gravedad.

Agradeció a la operadora de la policía y colgó, sintiéndose incapaz de imaginar siquiera que lo de Mariano fuese peor que una herida.

—Tranquilo, vamos a llegar muy pronto.

Martín tenía la vista fija en la pista, y conducía a gran velocidad; Rafael vio la hora, y comprobó que habían pasado apenas cuatro minutos desde la angustiante llamada, lo que significaba que el trigueño iba por sobre el límite de velocidad.

—Ten cuidado.

Martín no contestó, viró limpiamente y enfiló por la calle que los llevaría hacia el destino que tenían; se trataba de una zona casi por completo residencial, en donde, a la derecha según avanzaban, había un parque urbano cortado en trozos, seccionado por diversas construcciones. Rafael intentó visualizar en su mente el lugar en donde suponía que estaba el auto, pero no lo conseguía, el miedo bloqueaba parte de sus capacidades. La iglesia en la vereda norte ocupaba una cuadra completa, pero la entrada estaba desde el otro extremo, lo que significaba que no había puertas ni ventanas para que alguien pudiera ver lo que pasaba, y en el extremo sur, el segmento de parque ponía distancia entre el borde de la calle y los departamentos.
Tenía que estar bien; su mente era un torbellino en esos momentos, mientras avanzaban entre las luces de la noche. Intentaba no visualizar lo peor que podía pasar, y al mismo tiempo sentía la amenaza de aquellas noticias que cada cierto tiempo aparecían en la crónica roja de los noticieros; el mismo método, el mismo objetivo, casi siempre un mal resultado.
Pero tenía que ser fuerte, tenía que controlarse, por que se trataba de Mariano y su hermana, no de él.
El auto seguía avanzando por la calle, cuando vio que el siguiente semáforo estaba por cambiar.

—Espera, va a rojo.
—Sujétate.

Con el mentón tenso y el volante fuertemente sujeto, Martín presionó el pedal del acelerador al máximo; Rafael no habló, pero notó el aumento en la velocidad del vehículo cuando pasaron como una exhalación por el cruce, justo en el momento en que la luz de advertencia cambiaba de amarillo a rojo. Unas milésimas de segundo después percibieron por el retrovisor del copiloto las luces de un auto de policía.

—La policía —advirtió, con nerviosismo.
—Estamos por llegar, no te distraigas —le dijo Martín, con voz tensa—, cuando me detenga, ve con ellos, yo me encargo de la policía.
—Pero Martín…

El trigueño puso una mano en su hombro, intentando transmitirle confianza.

—Todo va a estar bien.

El sonido de la sirena llegó hasta sus oídos, pero intentó concentrarse en lo que había hacia el frente, en un momento en que faltaba tan poco; si les cursaban una multa, la pagaría para exculpar a Martín, no le importaba nada de lo que estuviera pasando.
Entonces vio el auto de Mariano, estacionado a unas cuantas decenas de metros; con las luces encendidas y ambas puertas abiertas. Martín estacionó a muy poca distancia, y tan pronto lo hizo, Rafael bajó y cruzó corriendo, encontrando la terrible escena.
Al mismo tiempo, Martín había bajado del auto y levantó las manos en gesto de rendición, justo en el momento en que el vehículo policial se estacionaba tras él.

— ¡Ayúdenme por favor!

El oficial que había bajado en primer lugar había captado a Rafael cruzar a la carrera, pero el trigueño intentó capturar su atención.

— ¿Qué pasa? —preguntó el oficial con tono de advertencia.
—Asaltaron a mis amigos, los atacaron en ese auto —explicó señalando el otro vehículo—. Mi amiga nos llamó, hirieron a su novio. Por favor, acabamos de llamar a la policía para dar aviso y vinimos a ayudar.

El oficial era un hombre de poco más de cincuenta, alto y fornido, lo miró con expresión de incógnita y desconfianza, algo lógico dada la explicación.

—Quédese aquí.

Lo dijo con tono autoritario, y a Martín no le quedó otra alternativa que obedecer. Un segundo oficial había descendido también del vehículo y se acercó a él.
En tanto, Rafael se acercó a la puerta del conductor, y vio lo que estaba sucediendo; Mariano estaba sentado en el suelo, en una posición anormal, con una evidente herida en el costado, respirando apenas; Magdalena estaba arrodillaba junto a él, haciendo presión en la herida con una prenda empapada en sangre mientras sollozaba. Casi al mismo tiempo, la ambulancia se estacionó a metros de distancia y los paramédicos descendieron rápidamente.

—Magdalena —dijo, con voz quebraba por la emoción—, estoy aquí, ven.

Intentó tomarla suavemente por los hombros, pero ella sufrió una especie de espasmo al percibir el contacto.

— ¡No! —gritó ahogada— No puedo dejarlo, no puedo.

El paramédico se acercó al lugar e intervino de inmediato, pasando entre Rafael y su hermana.

—Señorita, tiene que apartarse para poder trabajar.
—No, no puedo, Mariano...

Rafael vio que en ese momento era necesario obedecer la instrucción, y se obligó a conservar la calma; tomó con fuerza a Magdalena por el torso, y la obligó a ponerse de pie. Sintió la emoción desgarradora de su hermana, cuando esta quedó separada de Mariano al ser casi arrastrada por él.

— ¡Mariano! ¡Mariano por favor, por favor!

Sin poder evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas, Rafael la abrazó y la contuvo, mientras la chica lloraba e intentaba soltarse de él.

— ¡Mariano! Ayúdenlo por favor, ayúdenlo ¡Mariano!

2


Magdalena había insistido en ir en la ambulancia, pero en el estado de nervios en que estaba era imposible, por lo que tuvo que quedarse abajo; después de mucho rogar consiguieron que la policía los llevara hacia el centro de asistencia de salud, y Martín se ofreció a quedar para hacerse cargo del automóvil de Mariano.
Rafael solo se dedicó a abrazar y contener a su hermana, que sentada en el asiento trasero del vehículo policial junto a él, no paraba de llorar por causa del golpe emocional que había sufrido. Minutos después llegaron a la urgencia, en donde tuvieron que hablar con una enfermera, quien les dio algunas señas.

—Sí, el paciente fue ingresado, hace un par de minutos.
—Quiero verlo, necesito verlo —rogó Magdalena—, por favor.
—Ahora eso es imposible, tienen que revisar la herida que tiene.
— ¿Pero se va a poner bien? —insistió la chica, luchando con las lágrimas— Por favor, necesito saberlo.

La mujer dudó, y Rafael aprovechó para intervenir y tratar de controlar esa situación, aunque él mismo se sentía superado.

—Sólo queremos saber lo que le pasa, esperaremos hasta que tengan una información
—Pero…—murmuró su hermana.
—Magdalena, tenemos que dejar que hagan su trabajo.

Tuvo que imponerse de nuevo y llevar a su hermana hacia un costado; pidió instrucciones y la llevó a una sala de esperadamente le ofreció un calmante.

—No quiero nada, no quiero tomar nada.
—Magdalena, escúchame —exclamó con determinación—, los médicos están haciendo su trabajo y tienes que calmarte, o no te dejarán entrar en habitación.

Ni siquiera sabía con claridad qué clase de herida se trataba y no se atrevía a preguntar, pero estaba focalizando toda su energía en que no se trataría de algo irreversible.

—Escúchame. A Mariano lo están atendiendo ahora y tú debes estar fuerte para él, por él. Bebe eso y tómate este calmante, ahora.

Su hermana finalmente entró en razón, y se tomó el medicamento; algunos minutos después ella estaba un poco más calmada, y un doctor preguntó por familiares de Mariano, a lo que ambos atendieron de inmediato.

— ¿Cómo está?
—Ha sufrido una lesión punzante por un arma blanca —explicó el profesional—, por suerte el arma no tocó ningún órgano vital.
—Pero sangraba tanto —dijo ella, con un hilo voz.
—En este tipo de heridas es normal, en el tórax hay muchos vasos sanguíneos de magnitud.
—Puedo verlo? —pidió Magdalena reprimiendo el llanto.
—En este momento no es posible —replicó el doctor—; es necesario evaluar si ha habido ingreso de oxígeno y si los pulmones pudiesen estar siendo afectados, aunque en el primer análisis esto parece descartado.

Magdalena iba a decir algo, pero Rafael se le adelantó.

— ¿Dentro de cuánto podremos verlo?
—Tiene que pasar a cirugía, así que no lo sabemos. Tienen que esperar.
— ¿Está fuera de peligro? —preguntó Rafael, con cautela.
—Está grave, pero estable —replicó el profesional, escuetamente—; ahora tengo que irme, se les avisará cuando haya alguna razón. Permiso.

Magdalena respiró de forma agitada al escuchar esa respuesta, y regresó a sentarse junto a Rafael, apretando el vaso vacío entre sus manos temblorosas. En ese momento, el moreno recibió una llamada de Martín, y se alejó un poco, hablando en voz baja.

— ¿Dónde están?
—En la urgencia —explicó—, en una sala de espera.
—Estoy entrando.

Rafael miró a su hermana y decidió dejarla un segundo sola; la chica estaba muy quieta, con la mirada perdida en la nada. Afuera, en el pasillo, se encontró con Martín, quien venía caminando con fuerza hacia él.

—Dejé el auto en un lugar seguro y conseguí que me dejaran los datos del lugar donde trasladaron el auto de tu hermana —explicó rápido—, ¿cómo está todo?
—Por el momento sólo podemos esperar, pero parece que todo va a mejorar.
—Me alegro.

Rafael miró un momento a Martín, sin hablar; la forma en que estaba preocupándose de el y apoyándolo en un momento de dificultad como ese hablaban de su gran calidad como persona, y era un regalo tenerlo ahí.

—Martín —repuso, con voz quebrada—, gracias por tu ayuda.
—Nada que agradecer —dijo Martín—, sólo quiero ayudar. ¿Cómo estás tú?

El moreno respiró profundo varias veces antes de contestar; no quería pensar en cómo se sentía, le resultaba muy difícil enfrentar la realidad sin quebrarse.

—Estoy bien, creo; sólo me preocupa apoyarla —hizo un gesto hacia la sala de espera—, tratar de ser un soporte ahora.
—No tienes que ser fuerte siempre —apuntó el trigueño, con seriedad.
—Lo sé —replicó Rafael—, pero ahora tengo que serlo, Magdalena me necesita, y tengo que hacerlo hasta que sepamos lo que sucede con Mariano. Escucha —respiró profundo—, ya hiciste demasiado, no tiene sentido que te quedes aquí, vete a tu departamento a dormir. Y perdona por arruinarte la noche.

Pero Martín negó con la cabera.

—No digas tonterías; y no me quiero ir así como así, además podrías necesitar algo.

Rafael no supo qué decir por un largo instante; por una parte, quería que Martín se quedara con él, pero por otra, sabía que ya lo había involucrado mucho en todo eso.

—Estoy bien, en serio, es sólo que estoy un poco agobiado, quiero que nos den noticias de Mariano, pero no puedo presionar ni nada por el estilo, no quiero poner más nerviosa a mi hermana. De verdad, ve a casa y descansa, te prometo que te avisaré si sé cualquier novedad.

Había conseguido decirlo con la suficiente calma, y eso pareció convencerlo; Martín asintió, aunque aún lucía preocupado.

— ¿Necesitas algo? Puedo ir por un cambio de ropa para que estés más cómodo, o si necesitas comer algo.
—No, está bien. Gracias por todo, de verdad.

Se acercó y le dio un amistoso abrazo, que el otro devolvió de la misma forma; por un momento sintió un estremecimiento, pero lo reprimió, al pensar en que su hermana lo necesitaba mucho más en buen estado.

—Llámame apenas sepas algo.
—Te mando un mensaje —replicó Rafael.
—No —corrigió Martín—, llámame, quiero escuchar lo que me tengas que decir.
—Está bien, eso haré, lo prometo.

3


A pesar de que debería ir a su departamento, Martín se sintió nervioso e inquieto, y tras debatirse un largo rato, decidió tomar el auto e ir a la casa de sus padres, avisando en el trayecto que iba de camino; su madre le preguntó si ocurría algo malo y lo negó, pero supo que ella no se había creído eso.
La confirmación de esto fue que ella salió al jardín a recibirlo; su madre era una mujer morena, de cabello ensortijado y complexión delgada, que en esa noche lo miraba con esos ojos que podían traspasarlo.

— ¿Cómo está todo, hijo?
—Bien, mamá, no pasa nada.

La mirada de ella desaprobó la mentira, pero en la práctica cambió el foco del tema.

—Carlos me dijo que ibas a salir con un amigo ¿fue un cambio de planes?
—Algo parecido.

Su madre le sostuvo la mirada, y se sintió incapaz de resistir esa silenciosa exigencia; no era por el cambio de planes, era porque veía en su actitud corporal que algo lo estaba inquietando.

—Asaltaron a la hermana de mi amigo, hirieron a su novio, pero creo que está bien: vengo de la urgencia.
— ¿Qué les sucedió?
—Lo atacaron con un cuchillo —se resignó a entregar toda la información—, tenían que pasarlo a cirugía y eso toma tiempo, sabes cómo son estas cosas.

Sí, claro que lo sabía; ella decidió no preguntar más por el momento, y se adelantó a sus pensamientos como tantas veces lo hacía.

—Tu padre se está duchando; Carlos está en el cuarto, viendo una serie. Después hablamos.
—Gracias mamá.

Entró y fue hasta el cuarto de su hermano; el chico estaba sentado en su cama, con el televisor en pausa.

—Hola.
—Hola —saludó su hermano, seriamente— ¿Qué sucedió con tu salida?

Aparentemente el tono de inquietud en su voz al llamar a su madre había sido más notorio de lo que el mismo creía. Cerró la puerta y le contó un resumen de lo que había sucedido, aunque evitó los aspectos que a su juicio eran los más duros de la historia; también hizo hincapié en que el cuñado de Rafael estaba en tratamiento, aunque en rigor no sabía nada de eso desde que salió de la urgencia.

—Rafael tiene que estar muy nervioso —observó el menor.
—Sí, estaba muy preocupado.
— ¿Por qué no te quedaste con él?

Era una pregunta justa, y Martín respondió con honestidad.

—Quería quedarme, pero Rafael insistió en que no era necesario.
— ¿Y le creíste?
—Un poco. Lo que ocurre es que él necesitaba algo de espacio, supongo que no quería sentirse como el centro de la atención, por que la prioridad es su hermana.

Carlos le dedicó una cariñosa mirada, que lo hizo lucir más maduro.

—Como tú.

De alguna forma, la expresión reunía muchas cosas en pocas palabras; Martín se encogió de hombros.

—Eso fue un golpe bajo ¿Sabes?
—Pero es la verdad —replicó su hermano con sencillez—, tú también eres así, te guardas las cosas para preocuparte de los demás.

El hombre se sentó a su lado y lo miró muy fijo a los ojos.

—Eres maravilloso.
—La mayoría del tiempo me equivoco en tantas cosas —replicó el chico.
—Eso no importa, porque puedes aprender y mejorar; así es la vida, así es crecer. Lo que le sucedió a Rafael me hizo pensar muchas cosas, y no quise irme a dormir sin verte, sin sentirte cerca.

El muchacho se ruborizó un poco, pero le sonrió con cariño.

— ¿Vas a ir a verlo?
—No ahora —explicó Martín—, pero me voy a levantar temprano para estar al pendiente de lo que pueda necesitar.

Se despidió de su familia y regresó rápido a su departamento; iba a estar listo para ver a Rafael a la urgencia, lo llamara o no.


Próximo capítulo: Desde el pasado

Las divas no van al infierno Capítulo 10: Jeans azules

Conoce este episodio al ritmo de esta canción: Blue jeans


Después del estrés y el cansancio de la primera emisión en vivo del programa, Nubia habría querido llegar a su casa y dormir muchas horas, pero llegó a la una de la mañana y al día siguiente debía estar en clase a las once sin retraso, de modo que tuvo que llegar, darse una ducha rápida y programar la alarma; al día siguiente se levantó puntual a las ocho.

—Buen día, hija.
—Buen día, mamá ¿Estamos solas?
—Sí, tu hermano ya está en la escuela y tu padre tuvo que salir a cumplir con un pedido, se fue hace poco.

Su madre había dispuesto un desayuno rápido pero nutritivo; el aroma a té con naranja inundó sus sentidos.

—Siéntate para que comas ¿Vas tarde?
—No aún —replicó ella—, pero quiero revisar los videos del programa, allá no nos dejan verlo.

Tomó una tostada integral y agregó mermelada; la noche anterior apenas había comido algo al salir de canal.

—Te veías tan linda Nubia, eras como un sueño —comentó su madre—, y esa ropa que elegiste, te veías tan elegante; no entiendo por qué no te escogieron a ti como la más elegante.
—Vota mucha gente —explicó la rubia—, además las que ganaron fueron las mejor evaluadas desde el principio, es lógico que cuando se presenten el público las prefiera.

Además de revisar su propia presentación, tenía que ver las de las otras, y poder descubrir qué tenían para llamar la atención de todos todo el tiempo.

—Puede ser —reflexionó su progenitora— ¿Estás contenta?
—Estoy feliz —repuso la joven—. La energía que se siente ahí, y la adrenalina de tener que hacer todo; eso fue una sorpresa y es difícil, pero si tengo la responsabilidad puedo involucrarme más, y al mismo tiempo nadie puede perjudicarme.

Notó que además de estarla mirando con cariño, su madre había notado que tenía prisa.

—Había olvidado decírtelo —comentó como al pasar—, quiero llegar un poco antes para juntarme con Lisandra, es una de las chicas que están participando en el programa.
— ¿Son amigas?
—Nos estamos llevando bastante bien —respondió con evasivas—, y somos compañeras, así que hay que ayudarse.
—Me gusta ese espíritu de colaboración —juzgó su madre—, espero que todas se lleven muy bien.

Nubia optó por no adentrarse en ese asunto; de camino a las clases, comenzó a ver videos del programa que había descargado la noche anterior, y trató de ser objetiva respecto a ellos: ya había entendido que la amistad y el compañerismo iban a ser muy relativos durante esa competencia, y que de seguro estarían supeditados a la conveniencia o las cámaras, pero no a la honestidad.
No fue muy difícil comprender por qué Alma había sido la ganadora; si no hubiera sabido que era una debutante al igual que las otras, había votado por ella sin dudarlo al ver su belleza y garbo. Lo que no comprendía muy bien era por qué el público en el estudio había votado por Charlene, siendo que su presentación no sobresalía; era un poco exagerada y no cumplía bien su papel de estrella, pareciendo más una fanática aficionada.
Poco más tarde se reunió con Lisandra, a cierta distancia de las instalaciones de la productora, para evitar que alguien las viera.

— ¿Cómo estás? —Preguntó Lisandra tan pronto entraron en la cafetería.
—Cansada —respondió Nubia—. Hasta ahora me vengo a dar cuenta de la exigencia que es estar en el programa.
—Sí, me pasa parecido —replicó la otra chica—, pero tenemos que acostumbrarnos, recién estamos empezando.
—Es cierto. Escucha, estuve revisando las presentaciones de todas, y realmente las cuatro mejores están muy lejos de nosotras, parecen mucho más profesionales.

Lisandra también había revisado los videos; esa noche, tras la presentación, miró obsesivamente los miniclips, y esa mañana se despertó ansiosa y con deseos de revisar todo de nuevo. En el caso de algunas chicas, la diferencia no era tanta, pero en el caso de las más destacadas, era imposible pasar por alto la forma en que sus presentaciones lucían mucho mejor.

—Es difícil comprender qué es lo que hace que destaquen tanto —suspiró—, y yo que pensaba que ensayaba mucho.

Nubia había estado dando forma a una idea durante la conversación.

—Estaba pensando que hay que hacer algo para que avancemos, no quiero quedar en la zona de eliminación.
—Yo tampoco —apuntó Lisandra—, aunque claro, está el voto del público en el estudio, pero es una locura ¿Charlene la más entretenida?

Al menos no era la única que se sorprendía de eso.

—Pero en fin, hay que seguir adelante; estaba pensando que tal vez podemos elegir un mensaje para transmitir al público en cada presentación.
—Pero no sabemos qué desafío nos va a tocar mañana —arguyó Lisandra—, cielos, acabo de notar que falta un poco más de un día para que estemos al aire otra vez.

El nerviosismo era alto, y ambas habían comprendido que esa primera semana en televisión era al mismo tiempo la única y última de una relativa paz, ya que a partir de la siguiente, no tendrían más que un día y medio para respirar, y en caso de hacerlo mal el miércoles, sólo dispondrían de tres horas y una presentación para evitar ser eliminadas.

—Sí, eso es cierto, pero lo que estaba pensando es que he visto algunos espectáculos en donde entregan un mensaje, es como una forma de decirle algo al público, pero sin palabras.
— ¿Cómo cuando es el día de la lucha contra el cáncer de mamá y usan el lazo rosa?
—Algo parecido —respondió Nubia—. Estaba pensando en transmitir algún tipo de mensaje, porque nosotras estamos siendo comunicadoras al estar en televisión.

Lisandra no lo había pensado desde ese punto de vista, pero al escucharlo, se le hizo una buena idea.

— ¿Sabes? Creo te tienes razón; pero primero hay que decidir qué hacer, cuál es ese mensaje que queremos entregar, y tiene que ser algo muy discreto para que funcione.

Nubia lo pensó un momento antes de hablar; tener una idea como esa ya en funcionamiento exigía pensar muy bien las cosas.

—Se me ocurre esto: podríamos preparar un tema cada vez, hablar de un asunto cada una en su presentación, algo que sea contingente a la sociedad o algo parecido.
— ¡Ya sé! —exclamó Lisandra— Mañana podría ser algo que tenga que ver con relaciones de pareja. Hay distintos tipos de amores, tal vez usando eso podamos hacer algo muy bueno.
—Es una gran idea.

Después de quedar en esos acuerdos, de acuerdo con el plan las chicas decidieron separarse para llegar sin llamar la atención; ambas, sabían que la alianza entre ellas era momentánea y por conveniencia, y una forma de enfrentar un enemigo en común, pero ninguna mencionó eso. Tampoco mencionaron que cuando llegara el momento, ese método podía ser el arma que una de las dos utilizara para vencer a la otra.
Lisandra iba caminando con tranquilidad mientras le daba vueltas al proyecto que tenía en mente, cuando alguien en la calle llamó su atención.

—Lisandra. Hola.

Era uno de los bailarines en bañador de una clase, que participaba junto con los otros en las presentaciones, aunque ella en particular no había hablado con él.

—Hola.
—Sam —dijo él a modo de saludo— ¿Cómo estás?
—Un poco cansada —respondió ella—, pero contenta, la adrenalina de ayer fue genial.

Además de tener un cuerpo de infarto, el chico era bien parecido; le dedicó una mirada sonriente con sus ojos oscuros y almendrados.

—Qué bueno que lo hayas disfrutado. Iba a tomar un café ¿Me acompañas?

La chica vio la hora en el móvil, indecisa ante la propuesta.

—Pero tendría que ser algo rápido, tengo que entrar a clases.
—No te preocupes, yo tengo que ir también —replicó el chico—, estamos ensayando mucho para estar a tono con ustedes. Pero tenemos algo de tiempo.

Llevaba vaqueros azules y una remera blanca; algo retro, algo ajustado, como el estilo de James Dean en un musical de Broadway. Ella lo miró y se dijo que con ese cuerpo y esa actitud, de seguro era tan descarado como la muerte y enfermizo como un cáncer. Con ese atuendo, parecían de dos épocas diferentes, él de la era dorada del rock, ella del hip hop; si fuera un musical, ella cantaría acerca de que el amor es mezquino, y él de una forma arrogante le respondería que el amor duele, pero que de seguro ella recordaría como una marca de fuego aquella vez en que se conocieron.
Entonces se le ocurrió que esa debía ser la temática oculta de su próxima presentación: un amor nacido de la nada, dos personas con ninguna cosa en común pero que de alguna manera se reúnen. Ella pidiéndole que la recuerde, gritándole que ella sí lo quiso, mucho más que cualquiera de esas zorras.
Que lo esperaría un millón de años.
Esa era la clave de todo: tenía que hacer algo más que bailar o desfilar, lo que tenía que hacer era contar una historia, pero no sólo una vez, sino por partes, empezando por la presentación del viernes.

— ¿Y qué haces además de participar en el programa? —preguntó él mientras se sentaban ante la barra.
—Por ahora, sólo esto, de verdad no me va a quedar tiempo para nada más ¿Te dedicas hace mucho a bailar?
—Desde que salí de la secundaria —comentó él—, pero este es el primer trabajo tan importante que tengo. Espero que podamos trabajar juntos.

¿Estaba coqueteando con ella? Lisandra se dijo que eso no era realmente importante, que tenía que concentrarse en aprender y crecer como participante, por lo que todo lo demás debía quedar en segundo plano.

—Parece que tienes una llamada o un mensaje —comentó Sam con tono divertido—, está brillando.

El móvil de ella emitía una llamativa luz azul de notificaciones; lo sacó del bolsillo de la chaqueta y revisó.

—Oh, es un mensaje; discúlpame un segundo.
—Adelante, te espero.

Era un mensaje de Benjamín, preguntándole cómo iba todo. Desde que ingresó al programa, sólo se habían visto una vez y hablado muy poco, ya que el tiempo disponible era en verdad muy escaso; le respondió rápido que estaba entrando a clases y se despidió, para regresar con Sam.

— ¿Te hablaba tu novio?
—No —respondió ella, sonriendo. Había encontrado divertida la pregunta—, era un amigo. No tengo novio.

Mientras tanto, Benjamín estaba en su trabajo, hablando con un amigo que lo miraba algo preocupado.

— ¿No te contestó?

De cierta forma no lo había hecho; la comunicación había sido casi inexistente durante la semana anterior, y todo se reducía a monosílabos o la repetición de que estaba ocupada. Quería hablar con ella, felicitarla por su participación en el programa y decirle que estaba analizando cómo poder ayudarla, pero de momento todo eso quedaba en las intenciones.

—Sí, está entrando a clases —replicó guardando el móvil en un bolsillo—, está cansada, pero seguro que contenta; ayer se veía radiante y estoy seguro de que mañana lo va a hacer mucho mejor.
—La quieres mucho.
—Somos amigos hace tanto tiempo —replicó él—, es lógico, hemos estado juntos en muchas cosas buenas y malas, así que ahora solo le deseo lo mejor. Y sé que lo logrará.

2


La actitud sonriente y amable de Vicenta había quedado en el olvido, y de vuelta en el salón donde las chicas seguirían formándose, comenzó por repasar el trabajo grupal de la jornada anterior.

—Felicitaciones chicas —dijo de entrada, aunque su tono en absoluto era de alegría—, ayer dieron su primer paso y tengo que decir que por momentos tuve que sujetarme a mi asiento para no saltar al escenario a gritarles algunas cuantas verdades. Por Dios —exclamó con una sonrisa sarcástica—; Carla, cuando se te cayó esa parte del tocado ¿De verdad lo ibas a recoger? Nubia, cuando no sepas hacia dónde mirar, toma un microsegundo para pensar que si mueves los ojos de un lado a otro las cámaras van a captar a una mujer que padece un ataque de pánico o algo parecido; Estela, si te vas a sentar sobre algo, no te dejes caer como si fueras un costal de papas, en el nombre del cielo.

Nubia sintió cómo se le subían los colores a la cara ¿Y ella misma no había notado ese detalle al revisar su propio video? Mientras la maestra continuaba destacando los puntos negativos de las presentaciones de todas, la rubia se pasó ambas manos por el cabello, alisando la melena con nerviosismo; seguramente, de la suma de esos pequeños detalles se formaba opinión el público, no sólo en base a la presentación y el vestuario. Se imaginó a una persona común viendo el programa desde su casa, y cómo esa persona podría estar a un segundo de votar por ella, pero de pronto la veía muy nerviosa y se lo tomaba como falta de profesionalismo; si en seguida apareció otra chica, mucho más segura, podría ser que votaran por ella no por ser mejor, sino por ver que lo estaba haciendo con más comodidad, con más alma.

—Es muy importante que entiendan que ya no tienen tiempo para cometer errores básicos que nosotros ya les advertimos ¿Ustedes entienden que ayer estaban en pantalla, en vivo, ante millones de personas? Antes cuando había programas de talento, todo podía cambiar si modificaban las reglas, pero ahora no es así, ahora lo único con lo que cuentan es con lo que ustedes mismas hacen. Y no están contando con mucho.

Valeria no estaba tranquila; había tenido la seguridad de hacer una gran presentación, pero al verla en su departamento mientras desayunaba, se sintió tiesa y poco carismática.

—Vicenta —intervino en una pasa que hizo la maestra—, estaba revisando los videos, y creo que hay una diferencia entre lo que uno ensaya y lo que se ve en el escenario ¿Cómo lidiamos con eso si no sabemos lo que pasa?

Kevin le había dicho que era importante poner más nerviosas a las chicas ese día, antes de la presentación del viernes; por suerte para ella, no necesitaba un estímulo mayor para eso porque lo que había visto dejaba mucho que desear.

Lo primero que deben hacer es dejar de pensar que son la máxima estrella del mundo; están en este programa para tratar de llegar a eso, no al revés; ahora, sobre tu pregunta, es muy sencillo, cuanto estén ensayando, tienen que pararse frente a esos espejos de pared enormes que la producción puso a su disposición, pero no para admirarse, sino para mirar los ángulos que no son el principal. Cuando están en el escenario habrá muchas cámaras, pero ustedes tendrán principalmente cuatro ángulos, que son los puntos cardinales.

Indicó hacia adelante, a los lados y atrás, y en seguida hizo una pose similar a estar modelando.

—No todo lo que se ve bien desde allá se va a ver bien desde acá; puede que crean que se ven increíbles en una pose, pero si no la analizan bien, no van a ver que desde otro punto de vista —se volteó en cámara lenta, manteniendo la pose—, las cosas se tuercen para mal.

En efecto, Valeria vio que la pose perjudicaba a Vicenta desde otro ángulo; la maestra, haciendo gala de su talento, modificó sólo un poco la posición corporal y consiguió lucir bien desde distintos ángulos.

—Bien, ahora quiero que se enfrenten a sus demonios —comentó poniendo las manos en las caderas—, tienen diez minutos para practicar las peores poses que tengan; háganlo frente al espejo, aunque se quiebre, y luego me van a mostrar cada una esas poses y cómo, supuestamente, las van a mejorar.

Mientras, Alberto estaba reunido con un grupo de bailarines en una zona donde estuvieran lejos de las miradas de alguien que pudiera sospechar; el chico de veinticuatro años lucía seguro y un poco divertido.

—Me pidieron un informe —explicó después de asegurarse que la puerta estaba cerrada— ¿Alguien tiene buenas noticias?

Sam asintió e hizo un gesto hacia él.

—Ya hice contacto con Lisandra fuera de aquí; creo que no será difícil formar una amistad.
—A mí me está yendo bien con Valentina —agregó Harris—, seguro que me gano su confianza muy rápido.

Mientras hablaban, Alberto tomaba notas en el móvil; dos de veinticuatro en poco más de un día, eso era una buena señal, que seguramente cumpliría la expectativa de Vicenta. Cuando otros tres más confirmaron que estaban iniciando un acercamiento con algunas de las chicas, el hombre envió toda la información por mensaje directo a la mujer antes de dirigirse al grupo.

—Excelente, lo están haciendo muy bien; pero escuchen, es importante que nadie sospeche de esto. No importa si les toma algo de tiempo, lo principal es que sea natural.
—Eso ya nos lo dijiste —objetó uno de los bailarines.
—Sí, pero me pidieron que se los recordara —recalcó el chico—, porque necesitan esa información para trabajar bien. Es muy importante que la amistad o lo que surja con las chicas sea natural, así podrán descubrir todos sus secretos.

4


A la hora del almuerzo, algunas cosas habían cambiado para las chicas; los platillos solicitados eran mucho más ligeros o pequeños, abundaba el agua y jugo bajo en calorías; por otro lado, Alma y las otras tres destacadas estaban convertidas en el centro principal de la atención, cada una con alguna seguidora que la miraba con admiración y le hacía preguntas, mientras Charlene intentaba destacar de forma sutil; Lisandra se dio cuenta que los bailarines habían entrado en grupo, charlando y riendo animadamente.

—Los bailarines son un premio extra para la vista —comentó Sussy—, no nos podemos quejar.
—Es cierto —dijo Alma con una risilla—, y tienen una gran disposición ¿Vieron cómo corrían ayer? Dios, y aunque saltaban de una presentación a otra, en ningún momento los vi preocupados o cansados, son divinos.

En otra mesa, Charlene comentaba acerca de lo mismo.

—Ahora, estoy segura de que si nos dan alguna temática de playa va a ser un éxito, ¿No lo creen?
—Seria entretenido —comentó Karin—, hacer algo con mucho color y estilo.
—Me pregunto si podremos poner una piscina aquí.

Lisandra desvió la vista hacia el grupo de chicos, que estaba empezando a salir con barras de proteína, bebidas isotónicas y frutas en grandes cantidades; su mirada se encontró con la de Sam, quien haciendo apenas un movimiento le dedicó una cara de completa complicidad, como si entre ellos existiera un tipo de comunicación especial que con las otras no. Pasando desapercibido para el resto, el mensaje fue enviado sólo para ella, y la chica no pudo evitar sentir un cosquilleo de emoción por esa secreta escena.

— ¿Tú qué piensas, Lisandra?

Había perdido el hilo de la conversación de su grupo, y para evitar que se notara cuál era el motivo, optó por desviar la atención.

—Disculpen, es que me distraje pensando en la semana que viene.
— ¿Estás preocupaba que te eliminen?

Iba a responder de inmediato, pero al momento de mencionar las palabras entendió que había algo que no había tomado en cuenta, un factor crucial en las decisiones del público y que aún sin estar especificado en las reglas del programa, subsistiría durante toda la emisión del mismo, como una amenaza invisible.
Revisó rápido una de las cuentas y confirmó lo que se temía: desde el inicio del programa el día anterior, las participantes más populares iban un paso por delante de las otras, por la obvia razón de que esa popularidad era por obra de los votos del público.
Eso quería decir que su mayor enemigo no eran los nervios ni el talento de otras: era la invisibilidad, era que, aunque hiciera la presentación de su vida, en las redes sociales la gente no supiese ni su nombre.


Próximo capítulo: ¿Listo para eso?

La traición de Adán Capítulo 12: El comienzo del paraíso



Eva llegó al restaurant a las once en punto, y se encontró con Adán ya esperándola.

–Es un placer, de nuevo.
–Igual para mí –sonrió ella.

Se quedaron mirando unos segundos; Adán estaba cada vez más fascinado con esa mujer, mientras que ella sentía una atracción, que no por ser repentina dejaba de ser fuerte, y real. ¿Quién era ese hombre que la miraba de ese modo y le resultaba tan atractivo desde el primer contacto? Estaba claro que era guapo y de estupenda figura, pero en él había algo más, tenía una fuerza interna que había percibido desde que lo divisó en la gala, mucho más ahora que lo tenía en frente; pero no se quedaba en eso, porque a la vez sentía la misma atracción fluyendo desde él y con la misma fuerza, lo que hacía que no se sintiera intimidada ni avergonzada. Era el tipo de atracción que se siente por alguien con quien ya se ha establecido una fuerte conexión, el tipo de sensación de la que se habla mucho en las historias que tratan de grandes pasiones; pero ellos no se conocían.
Se sentaron a una mesa al fondo del restaurante, junto a un hermoso decorado de mosaicos de cristal.

–La idea de formar una sociedad neutral es interesante –comentó ella mientras les servían espumosos cafés–, aunque supongo que sabes que está al borde de la legalidad.
–Nada de lo que hacemos está exento de peligro, pero en particular prefiero tomar la decisión en vez de quedarme mirando la vida pasar.
–Y este proyecto es importante para ti.

Lo dijo con la seguridad de alguien que conoce el terreno que está pisando; Adán se dijo que para poder ver con tanta claridad en sus intenciones, seguramente ella era también del tipo de persona con objetivos muy claros en la vida.

–Lo es, porque de él depende mi presente, quiero dejar firme este escalón, supongo que también es tu caso en esa constructora.

Era como estar hablando con alguien que la conociera desde siempre, pensó Eva, era estimulante saber que interactuaba con alguien que no solo era inteligente, sino que además sabía qué decir, y cómo.

–Es verdad. ¿Y cuáles son tus objetivos?
–De momento tener un proyecto propio, manejo la administración, también varios conceptos del arte y de logística, así que algo se me puede ocurrir.
–Eso es cierto, yo estoy de paso por la constructora, me sirve mientras me establezco en un  proyecto que esté de acuerdo con mis estudios de Ciencias de negocios.

Adán sonrió; era tan estimulante estar hablando con ella, mucho más de lo que había proyectado desde antes, le resultaba familiar, hablaban en los mismos términos y por si todo eso fuera poco, era evidente que a ella le estaba pasando algo también con él; al mismo tiempo, percibía su interés y no se mostraba molesta por eso. ¿Cómo podía pedir algo más en ese momento? No solo se sentía en confianza total con ella, sino que también percibía en su mirada y sus gestos una complicidad que cualquiera solo esperaría tener luego de mucho tiempo de conocerse.
Bebió un trago de café.

–Si estás pensando en hacer proyectos propios, entonces podrías hacerte inversionista de una de las obras de Carmen Basaure, te reportaría beneficios.
–Eso significa que la inauguración sigue en pie.
–Por supuesto Eva, sufrimos un retraso pero nada más que eso, y claramente podemos mover las cosas en nuestro favor para atraer a los medios especializados, incluso a la prensa general. Como te lo dije antes, la sociedad neutral solo nos trae beneficios.

Eva también bebió algo de café; usualmente, tendría una actitud cauta al conocer a una persona, y no diría, ni dejaría entrever, tener algún tipo de intención más allá que la de trabajar y cumplir con sus obligaciones. Pero, por alguna razón, estando frente a él, sentía que no ere necesario callar o disimular, porque existía algo, para lo que aún no tenía nombre, que hacía que pensara que estaba en lo correcto.

–Lo sé, y por eso es que quiero conocer a fondo el proyecto lo más pronto posible, necesito manejar toda la información con urgencia.
–Haré todo lo que necesites –replicó él, sonriendo–, te aseguro que tendremos excelentes resultados, incluso si quieres puedes acompañarme ahora mismo a la galería.

Pero ella negó con la cabeza antes de responder.

–Sería fabuloso, pero no puedo; tengo que estar en quince minutos en terreno para tener una idea clara del proyecto, es la remodelación del Boulevard del centro comercial Plaza Centenario.
–Es una pena, en la tarde tengo un almuerzo y después estoy obligado con asuntos de la galería. ¿Te parece a las ocho?
–Ocho quince –corrigió ella, revisando la agenda en su teléfono–, así me da tiempo de pasar por el hotel después de la reunión en la constructora.
–Estupendo –replicó él, sonriendo–, entonces quedamos en esa hora, te paso a buscar al hotel o llegas directo a la galería.

Eva aun no tenía todo el conocimiento de la ciudad después de varios años en el exterior, pero detestaba quedar como la que consigue chofer sin motivo; además, la joma en que el hombre había planteado la cuestión era inteligente, ya que no imponía opciones, y en cambio, se mostraba cortés y atento.

–Prefiero llegar directo a la galería.
–Genial, entonces nos vemos a las ocho y quince.

Terminaron el café, y al ponerse de pie estrecharon las manos, pero aunque fue en un principio un gesto protocolar de ambos, sucedió  algo inesperado: al tener contacto físico, una corriente eléctrica pasó de uno a otro, despertando los sentidos de los dos, con un estímulo sexual automático. Se quedaron inmóviles, mirándose con intensidad inusitada, transmitiendo por la vista el deseo que estaban experimentando desde ese instante, sin tener nada más que ver que una al otro, sintiendo cómo las pulsaciones aumentaban de golpe y la respiración se agitaba por el brusco cambio de estado; Adán la habría tomado en ese instante entre sus brazos, quería mantener eternamente el contacto con esa piel, conocer sus formas, palpar la temperatura de su deseo con sus labios, quería hacerle el amor de inmediato y no separarse de ella hasta más allá de los limites, y sentir como fluye de la persona perfecta, la más perfecta sensación. Eva no conseguía quitar la mirada de esos profundos ojos que brillaban con deseo desenfrenado, y se sintió abrumada por su propia excitación, por lo imposible del momento en que  sucedía, por lo incorrecto de sentir deseos de quitarle la ropa y tomarlo para sí, porque quería hacerlo suyo, quería excitarlo de todas las formas posibles y sacarlo de los limites conocidos para hacerlo experimentar nuevos placeres hasta enloquecerlo, el mundo no importaría después, porque él solo tendría sentidos para ella.
Separaron las manos con dificultad, sin hablar, sabiendo perfectamente lo que estaban pensando, pero recuperando algo de la cordura al romper la conexión directa, y entendiendo que no era el lugar ni el momento, que dejarse llevar por ese deseo sería inútil, porque para eso podrían crear un momento perfecto. Aun sin hablar, Eva salió lentamente del café y subió a un taxi, donde dio una vaga indicación, sabiendo que lo importante era salir de allí de inmediato, antes que perdiera por completo la compostura.

– ¿Se siente bien señorita?
–Estoy bien, gracias.

No estaba bien, estaba descolocada por lo que había pasado, a la vez confundida y maravillada, con la temperatura por las nubes y el corazón aun azotándole el pecho; habían quedado de acuerdo en reunirse a la noche en la galería, lo que significaba que estarían solos, y no sabía qué iba a ocurrir entonces, no sabía si tendría otra vez las mismas sensaciones o siquiera si podría controlarse; pero no faltaría.
En el café, Adán entró al baño y se mojó la cara, pero el líquido no parecía estar frío o hacer efecto sobre la temperatura de su cuerpo; estaba excitado, mucho más de lo que habría creído, acababa de pasar por una experiencia nueva, algo que, pese a la fuerza sexual que le arrebataba, tenía en realidad poco que ver con el sexo propiamente tal, y sí mucho con una pasión que jamás imaginó poder experimentar: había tenido una conexión visual completa con Eva San Román, y en esos momentos en que se tocaron sin poder dejar de mirarse, sintió cómo el nexo se hacía más y más fuerte, cómo no eran necesarias las palabras, porque ambos sabían exactamente lo que estaban sintiendo y hacia dónde los llevaba algo como eso.
Tenía que hacerle el amor, tenía que crear el momento perfecto para que estuvieran a solas, pero también tenía el tiempo en contra, porque esa misma noche volverían a verse y no sabía si en una nueva reunión y esa vez solos, podría controlar lo que sentía.
Finalmente llegó la tarde, y a las ocho y quince en punto Eva llegó a la galería, donde Adán la esperaba con una sonrisa en los labios.

–Acompáñame.
–Está bien.

Caminaron en silencio, saliendo de los límites de la galería, hasta adentrarse en un pequeño y exclusivo conjunto de casas, a muy poca distancia, en un sitio que a pesar de estar en un sector concurrido de la ciudad, poseía un silencio y ambiente propios, perfectos para sentir la intimidad que flotaba entre ellos; entraron a una de esas casas, cerrando la puerta tras sí, teniendo por primera vez la oportunidad de sentirse en intimidad, sin miradas que los acecharan.

–Ven.

Eva pudo ver ante la blanca luz las paredes cubiertas de telas de colores cálidos, los que se mezclaban entre sí, dando al recinto un aspecto interminable, con paredes invisibles y lienzos como un océano de fuego en movimiento constante, con aroma a delicadas fragancias, y una brisa que mecía su cuerpo casi al ritmo de una música inexistente. Él estaba decidido, había creado un escenario irreal solo para ella, y ahora la miraba con la misma intensidad que en la mañana, esperando solo la respuesta o la primera reacción. El hombre la miró con infinito deseo, pero aun sin tocarla, extendiendo el momento más allá de la lógica, respirando con dificultad mientras su propia temperatura subía sin detenerse.
Eva lo miró sin ocultar el deseo que sentía, no tenía temor a lo desconocido ni se sentía atrapada, desde el momento en que tuvieron el primer contacto supo que eso ocurriría, y también lo quería, pero en ese instante no sabía cómo comenzar. Iluminado por las luces tenues del artificial atardecer, el hombre se despojó de las ropas en silencio, lentamente y sin ceremonia, hasta quedar completamente desnudo frente a ella, demostrando así su entrega y su pasión, jamás importaría el después, en ese sitio que solo era para los dos solo importaba el presente.

–Ven...

Avanzó un paso, dos, y estuvo entonces a milímetros de tocarla, y ella pudo contemplar su piel bronceada con el calor emanando al compás de los latidos del corazón, atreviéndose entonces a acercarse a un terreno que no por inexplorado le era desconocido; entendía sus movimientos como si antes los hubiera visto mil veces, entendía la respiración porque ella misma llevaba el compás inconscientemente, y sabía la reacción de ambos desde antes de hacerlo. Lo tocó, rozó con las yemas de los dedos el pecho y los hombros, y se estremeció al percibir la temperatura y el deseo en su piel como una señal que segundo y segundo la llamaba.
Adán no pudo esperar más, y en un gesto de total entrega que jamás creyó realizar por voluntad, ahí desnudo en esa habitación, se arrodilló a los pies de Eva, abrazándola fervientemente mientras el contacto estremecía a ambos; ella podía sentir la agitada respiración de él en torno a su cadera, así como escuchó su voz no solo por oído sino que también dentro de su mente.

–Estoy aquí para ti, Eva. Tenemos que estar aquí, ya no hay vuelta atrás.

Sus palabras no fueron una declaración de amor, ni alguna especie de amenaza; se trataba de la confirmación de un hecho, algo que de un modo u otro, ambos sentían: que después de conocerse, las vidas de ambos estaban marcadas para entrelazarse. Al mismo tiempo, lo dicho por él era reflejo de una necesidad vital, porque en ese momento Eva lo era todo, y sabía desde su interior que segundo a segundo estaba fundiéndose con su existencia, así que sin esa parte con él no sabía qué iba a sucederle: Eva, en tanto, estaba cayendo en la desesperación, no podía sentir nada más que a él, y aun siendo una actitud insensata e ilógica, no tenía fuerzas ni motivos para seguir negándose, había en el contacto con Adán algo básico, un instinto primitivo que la llevaba hacia él sin retorno.
Finalmente se dejaron llevar por el insólito deseo que estaban experimentando, y siguieron así, entre caricias, elevándose a un sexo salvaje e incontrolable, donde todo era nuevo para los dos, y cada sensación era como una descarga eléctrica que no cesaba, y hacía que con cada caricia desearan más, que con cada gemido el deseo subiera, y con cada nueva experiencia quisieran llegar al siguiente nivel; Adán jamás había sentido tal  deseo por ninguna de las mujeres que había tenido, pero  ellas no existían, Eva era la primera que lo hacía salir de control, con ella solo quería entregarse y  darle placer, ser suyo sin querer un final, y al mismo tiempo deseando el fin para comenzar una vez más; casi no habían palabras entre ellos, en medio del silencio del lugar se entendían a la perfección. Eva descargaba en él sus deseos y ansias, no quería dejar un centímetro de piel siquiera sin tocar, mientras los minutos se sucedían irrealmente, sin pausas, sabiendo que era imposible un deseo tan intenso como el que estaba viviendo.
La fantasía más perfecta hecha realidad, el hombre al que nunca había buscado, ahí solo para ella, entregado por completo para su deleite, fuerte, sumiso, poderoso, intenso y amante, todos a la vez, reunidos en uno como una mezcla mágica; el hombre que podía conseguir lo que quisiera de ella, como único deseo tenía el satisfacerla, haciendo que ella deseara que la noche no terminara jamás, que siguieran conectados en ese banquete para los sentidos que no tenía limite.

Pasada ya hace mucho la medianoche, los dos estaban tendidos en el lecho, sobre la suave superficie, agotados luego del clímax, conmovidos, sin poder dejar de mirarse, entrelazados y con la mirada fija, sabiendo que se habían dicho cosas únicas sin palabras, y viviendo ahora un tipo de comunicación corporal, donde cada uno sabía que la entrega y el placer habían sido totales. Ahora se hacía extraño hablar.

–Ven a mi departamento.
–Debería estar en el hotel, mañana hay mucho trabajo que hacer.

La mirada de él fue de desesperación pura por un instante, pero se repuso de ello.

–No quiero que te alejes –dijo con aprensión–, no quiero dejar de verte.

Ella sentía lo mismo. ¿Qué clase de droga había en su piel o en su aroma?

–No voy a alejarme, y tú tampoco –dijo en un susurro–, ya no nos alejaremos, no es posible.

Le dio un beso y callaron por unos momentos. Sí, tenía razón, ahora no existía la distancia física entre ellos porque estaban conectados, Eva en Adán y Adán en Eva, y ahora sabía que eso permanecería, tendrían la conexión física y mental incluso estando en sitios diferentes, era la cadena perfecta de la que jamás querría liberarse.

– ¿Tienes sueño?
–No, tengo ganas de comenzar de nuevo.
–Entonces –dijo él dándole un suave beso—, no te detengas.

No fue necesario decir más; las caricias reactivaron los deseos de ambos, y lo siguiente fue más y más placer.
Después, Adán llegó a su departamento aun sin poder creer lo que había pasado la noche anterior; aun le parecía sentir las manos de Eva acariciándolo, sus labios quemando su piel momento a momento en una secuencia siempre nueva y fantástica de la que tuvieron que reprimirse cuando despuntó el alba. Había vuelto a su centro, tenía claros sus objetivos, pero en su vida había algo nuevo, la existencia de Eva, la mujer que nunca se iría; para cualquier persona una noche de pasión sería seguida por la incertidumbre, pero en este caso sabía que ya estaba hecho el nexo, que tenía tanta necesidad de volver a verla como ella a él, y eso era seguro y permanente, sin preguntas, sin cuestionamientos al qué o al cómo. Se sirvió un café cuando sonó su teléfono.

–Hola.
–Buenos días Adán –saludó la voz del otro lado–, me alegra encontrarte, quisiera tener una reunión de trabajo contigo.

La persona claramente sabía quién era él, pero no le sonaba familiar.

–No sé si tenga tiempo hoy, pero si me das tus datos puedo ver mi agenda y revisarlo.
–Excelente respuesta; mi nombre es Bernarda Solar, soy la dueña de la galería de arte Cielo, y quiero tener la reunión contigo, porque me interesa que trabajemos juntos.

Cielo, la galería en donde estaba la colección de arte que Pilar le había robado a su madre para ofrecerla a la competencia; y Bernarda Solar no solo era la dueña, también era una empresaria muy importante, así que una reunión de trabajo con ella podía ser a lo menos beneficiosa, aunque también un problema. Sonrió.


Próximo capítulo: Trampas de seda



La traición de Adán Capítulo 13: Trampas de seda



Pilar estaba bastante deprimida ese viernes; las cosas estaban resultando peores, si eso era posible, ya que su madre había decidido encerrarse en su taller, obcecada en terminar su obra destruida en la fallida inauguración de la galería, lo que significaba que no saldría de allí hasta que lo consiguiera; no se sentía ofendida por esa dedicación extrema al cuadro, sino por la actitud de ella, y por lo visto no importaba cuánto tiempo pasara, siempre iba a ser lo mismo. Desde niña, siempre se supo en segundo lugar, desplazada, porque su madre, la artista, tenía algo más importante que hacer, porque el arte era perfecto y lo único a quien se le debía dedicar toda la atención.
Esto provocó que Pilar se obsesionara con su madre, y desde entonces vivió en función de eso, de lograr captar la atención que le había sido negada, y todo tenía que ver con lo mismo, con conseguir destacar en algo que le diera la atención de la gran Carmen Basaure; y cuando creyó estar consiguiéndolo, sucedió la desgracia de hacía ocho meses, pero lo más doloroso de todo fue que, a fin de cuentas, la ira de su madre no era por la supuesta acción de su hija, sino por el daño que su maravillosa obra sufriera, por perjudicar su carrera y  su futuro. A veces Pilar se preguntaba qué era en realidad lo que Carmen Basaure quería en la vida, cuál era su real objetivo en todo eso, y en muchas ocasiones la respuesta que aparecía en su mente era que ella, en resumidas cuentas, lo que ansiaba ver en sus obras era a ella misma admirándose continuamente.
No había sido tan ingenua como para pensar que iban a pasar tiempo juntas o algo por el estilo, pero había decidido quedarse al verla enferma y ahora estaba como siempre, sola. Demasiado como siempre. Pero tampoco podía estar las 24 horas del día sufriendo por temas que estaban fuera de su control, así que decidió hacer algo de vida real por su cuenta y salió a dar una vuelta. No había terminado de bajar en el ascensor cuando la llamaron por teléfono.

–Hola.
– ¿Aun me reconoces la voz, amiga?
– ¡Margarita! –exclamó sorprendida– qué gusto escucharte.

Veinte minutos después se abrazaban emocionadas, en un pequeño local de comida vegetariana que frecuentaban en el centro antiguo de la ciudad, años atrás; Margarita había sido su amiga y mutua confidente toda la infancia, y había sido duro separarse cuando ella fue a otro país a estudiar; aunque habían mantenido contacto por la red, verse de nuevo era toda una sorpresa.

–Creí que estabas en el extranjero.
—Volví hace un tiempo y vine para quedarme; pero eres tú la que sorprende, estaba convencida de que estabas en el extranjero, mujer.

Margarita era una mujer alta, voluminosa, y, según sus propias palabras, feliz de ser talla grande; de cabello rizado oscuro y actitud amigable, resultaba llamativa a primera vista, pero cualquiera que tratara con ella comprobaría de inmediato que era muy sencilla en su actuar.

—Llevo aquí solo un par de días –replicó, sonriendo— ¿Y tú?
–Volví el año pasado, ya terminé mis estudios así que me establecí de vuelta y estoy haciendo clases en el instituto Buenaventura.
– ¿Qué no es de beneficencia?
–No Pilar, a menos que estemos hablando de la beneficencia de los dueños, claro. Y tú en qué andas por aquí, llegué a pensar que no volverías.

Pilar le contó brevemente la historia del ataque de su madre. Su amiga reaccionó escandalizada.

–Discúlpame amiga, pero nunca voy a poder entender cómo es posible que una madre puede tratar así a su propia hija.
–Sabes que tiene motivos por lo que pasó hace ocho meses.

Margarita hizo un ademán con las manos, como despejando el ambiente.

–Eso es puro humo amiga, ya te lo dije antes. Una madre le cree primero a su hija que a nadie, no importa lo que le digan o lo que pase, pero ella parece que esperaba un motivo para maltratarte.
–Margarita...
–Es la verdad, lo siento mucho. Además, por favor —agregó, con una mirada de dulzura—, tú no eres capaz de matar ni una mosca, es ridículo pensar que podrías urdir un plan para robarle a tu madre su colección de arte, engañar a todos, incluida esa persona, venderla y luego, como si todo eso fuera poco, quedarte ahí mirando a la cara de medio mundo como si nada.

Pilar sabía que no era culpable de nada de eso.

–Pero tenían pruebas.
– ¡Al diablo las pruebas!
–Baja la voz.
–Está bien –se disculpó en voz más baja–; mira Pilar, tu problema es que siempre te has preocupado más del resto que de ti misma, siempre has estado concentrada en el otro lado de la moneda. ¿Te acuerdas cuando había esas escuelas de verano y querías ir a acampar? Podíamos organizar todo, pero ahí salías tú con que no, que mejor danza o historia del teatro porque eso te haría más culta, pero era para representar algo.

Era agobiante y a la vez muy grato estar con Margarita, porque de ella no tenía desconfianza, y era de la clase de amigas que irán contigo al infierno y de vuelta.

–Y qué consigues con eso –le preguntó, apuntándola–, sufrir, porque te dejas en último lugar, ¿o acaso no te regañé cuando me contaste por chat lo que pasó hace ocho meses?
–Sí, pero...

Margarita siguió hablando, respondiendo con vehemencia a su pregunta retórica.

–Sí, claro que lo hice. Apuesto que ni siquiera has pedido explicaciones, o tratado de averiguar cómo diablos es que terminaste metida en ese embrollo, pero te digo que las cosas no pasan así nada más, nunca se olvidan y tú jamás podrás sacarte esa tristeza que tienes si no te armas de valor y dices ¨basta, hasta aquí¨ y se lo dices bien claro a todo el mundo.

Viniendo de ella y dicho con semejante pasión, parecía muy sencillo, pero Pilar recordaba a la perfección lo difícil que había sido enfrentarse al abogado con anterioridad ¿Cómo iba a sacar fuerzas para más?

–Sabes que no soy una persona conflictiva.
–Pues vas a tener que empezar a serlo ahora, o nunca lo serás. Ya vas a ver, me vas a contar todos los detalles escabrosos, y juntas vamos a poner las cosas en su lugar.

Pilar no sabía si era algo del destino volver a encontrarse con su amiga de toda la vida, mucho menos si en realidad tendría algún sentido escarbar en el pasado y remover los recuerdos, pero sabía que no tenía alternativa, porque a Margarita nadie le sacaba una idea de la cabeza; la parte buena es que era gratificante estar en su compañía, porque de su parte no había cuestionamientos y además se sentía igual que siempre, ahí los años separadas no contaban en absoluto.

— Gracias por tu amistad.
— No tienes nada que agradecer –replicó con una gran sonrisa—. Ahora lo que necesitamos es tiempo para que me cuestes todo, y más de este jugo de aloe, porque necesitamos hidratarnos.

2


Micaela estaba despierta desde las seis de la mañana, y salió del departamento en su tenida de trabajo en terreno, pantalones cargo, botines, una camisa sencilla y el cabello atado simplemente; fue de inmediato a la obra que tenía que supervisar, la remodelación del Boulevard del centro comercial Plaza Centenario, donde la esperaban sus trabajadores.

– ¡Llegó la jefa!

Sorprendentemente, el grupo de trabajadores la recibió con toda alegría, aunque después supo que el encargado que creyeron tener era un viejo feo y cascarrabias, por lo que la mejora de la visual incidió notablemente en su estado de ánimo; sin embargo, a poco conversar con el equipo de trabajo, supo que la mayoría se conocían desde antes, y se trataba de hombres que tenían un buen sentido del humor, que al mismo tiempo sabían hacer su trabajo, pero estaban descontentos con ciertos aspectos de su anterior encargado, de modo que dedicó algo de tiempo a interiorizarse en todo lo que había sucedido antes de su llegada.
 Las obras estaban en una etapa inicial, por lo que todo lo que debía ser demolido estaba eliminado y había que comenzar con las mediciones y los cálculos, una parte en donde a veces por dejación o por apurar los plazos se dejaban detalles sin terminar. Estaba revisando los planos con el capataz y bromeando un poco cuando apareció una mujer joven, de traje ejecutivo, a quien juzgó de inmediato como bonita, y con cara de disgusto.

–Buenos días.
–Hola –saludó Micaela–, y tú eres...

La otra la miró de arriba a abajo. Tenía claro que ese proyecto era complicado porque la empresa había escogido un muy mal equipo de trabajo, así que tendría que vigilarlos de cerca, muy de cerca.

–Eva San Román, responsable del proyecto, estoy aquí para comprobar si es que hay avances en los trabajos, pero parece ser que no.

Esteban no le había dicho nada de eso, pero claramente ella tenía un cargo sobre él; por suerte ya estaba enterada de varios detalles.

–Micaela Riveros –respondió, sin saludarla–, estoy a cargo de la supervisión en terreno. ¿Cuál es el problema?

La otra mujer pareció sorprenderse de su respuesta tan sencilla y natural. ¿Creía que por ser bonita podía decir lo que quisiera?

–El problema es que el proyecto está atrasado un siete por ciento según el detalle que tengo, y en la constructora nos gusta que se cumplan los plazos.

Le entregó un informe, que Micaela hojeó sin darle mucho interés; el capataz y los obreros estaban en absoluto silencio mientras tanto. Mejor.

–Este informe es bonito –comentó la trigueña, dejando la carpeta sobre un mesón–, pero le falta información.
–Ese es el cronograma de avance del proyecto.

Micaela le dedicó una mirada algo divertida; ya había conocido ejecutivas así: mujeres inteligentes y capaces, pero que desconocían por completo lo que pasa en la realidad de una obra, las que sólo ven números.

–Es una proyección –la corrigió con calma–; aquí no dice en ninguna parte que hace siete días el trabajo quedó detenido porque la maquinaria que arrendaron para una obra gruesa estaba defectuosa; no dice que desde arriba le dijeron a mi capataz que tenía que esperar medio día para que llegara la otra, aunque al final fue un día completo. Es sólo un ejemplo, pero es muy claro.

Eva imaginaba que encontraría mil excusas en ese lugar, aunque no se esperaba a esa encargada en terreno.

–Tengo claro que puede haber imprevistos en el camino –explicó Eva, con amabilidad–, pero la misión del encargado en terreno es que los tiempos se optimicen y se trabaje, en vez de reír.

El capataz hizo una mueca, pero no dijo nada, sabía que él y sus trabajadores eran la parte delgada de la cuerda, pero Micaela no se dejaba intimidar.

– ¿Tú nunca has trabajado en terreno verdad?
– ¿Qué?
–Eso creí –comentó Micaela, livianamente–, yo sí, así que te explicaré: la esclavitud fue abolida porque no funcionaba, lo que se usa es que la empresa nos de todo lo que necesitamos para trabajar, y que nosotros nos hagamos cargo de hacer el trabajo lo mejor posible. Si como Responsable —remarcó la palabra, dándole una importancia exagerada—, puedes asegurarme que no nos vamos a quedar sin materiales y que no me enviarán equipos defectuosos, ya sabes, ese tipo de cosas, entonces yo te puedo asegurar que cumpliremos con los plazos para terminar esta remodelación. ¿Qué dices?

Eva frunció el ceño. Era extraño, habitualmente tenía mucho mejor efecto en las personas, aunque impusiera su autoridad. Este proyecto de remodelación era un foco importante dentro de los que tenía a su cargo, y al estar ahí le parecía que las cosas no tenían buen rumbo, sin contar con que ya había investigado, y el capataz era conocido por hacer un trabajo bueno, pero de forma irresponsable. En ese mundo los equipos tienden a ser como su líder, y si agregaba a esta sorpresiva encargada en terreno que se creía abogada, preveía problemas.

–Por fortuna mi trabajo no es hacer tratos –comentó, con condescendencia–, esto se trata simplemente de hacer el trabajo que corresponde, así que te pido por favor que te dediques a hacer lo que te ordenan en tu contrato. Vine para asegurarme de que todo vaya en orden, ahora sé muy bien cuáles son los puntos débiles en la maquinaria.

Los ojos de Micaela relampaguearon.

–Es un bonito juego de palabras, rima con la maquinaria en mal estado que nos enviaron hace un tiempo; te felicito por recordarlo tan bien.
–Tengo una excelente memoria –la sonrisa que le dedicó era por completo una amenaza.
–Te aseguro que puedo hacer cosas que no se te van a olvidar.
–No lo creo.

Micaela replicó a eso en voz baja; esa era una pelea personal, no de trabajo.

–Pareces linda –reflexionó, con las cejas levantadas—, pero no tan experimentada como tú misma crees. Me pregunto qué va a pasarte cuando te des cuenta que con tu título y tu cargo, no basta –y agregó, en voz alta, para que todos pudieran oír—. Muchas gracias por venir, querida, estaremos en contacto.

Sonrió espléndidamente, mientras que Eva optó por no acusar el golpe, al menos por el momento. Se despidió de forma escueta, aunque cortés, y se fue. Unos momentos después los trabajadores estallaron en vítores.
Eva salió del sector de la remodelación haciendo oídos sordos a los gritos y aplausos que se escuchaban a lo lejos; si alguien le hubiese advertido que habría una revolucionaria como encargada en terreno, habría usado otra estrategia, pero ya estaba hecho y no podía lamentarse, quien lo haría sería esa tal Micaela Riveros; dentro de poco tendría que darse su  lugar, porque no podía permitirse el lujo de tener inconvenientes con su trabajo.
Sin embargo, eso podía esperar, pues tenía que reunirse con el abogado para hacer todo el papeleo que necesitaba para poder hacerse cargo de la sociedad que manejaría a la galería de arte, en donde supuestamente inauguraría Carmen Basaure, debía conocer bien ese ambiente, y manejar cada palabra con sumo cuidado, ya que los artistas y sus relacionados pueden ser muy quisquillosos.
Según lo que le contó Adán, el abogado le había dicho abiertamente que creía que ahí había un tema de celos o venganza, y aunque le pareció una locura, después de pensarlo un poco llegó a la conclusión de que podía tener razón. Si eso era al menos probable, resultaba mucho más sensato investigar y anular cualquier riesgo, porque ese incidente podía servir para generar expectativas, pero un segundo sería ya un síntoma y significaría todo lo contrario.

En tanto, Adán llegó al exclusivo restaurant De Constantino, un hermoso lugar con decorados rústicos en el que se atendía solo a clientes seleccionados. En recepción una asistente le indicó con ojos brillantes de admiración, pero un correcto tono, cuál era su mesa.
Todo en la mesa elegida parecía preparado para impresionar: ubicada precisamente al lado de la enorme ventana que daba al jardín interior, poblado de hermosos colores, y en donde esperaba sentada y muy sonriente una mujer de cincuenta y pocos, imponente de actitud y aspecto; se notaba a simple vista que era alta y de buena salud, se le veía generosa de curvas para su edad, bastante atractiva, de mirada felina, cabello castaño muy claro y una tenida semi formal con camisa blanca y pantalón; en cualquier otra mujer ese atuendo se habría visto un poco exagerado, pero lucía tan satisfecha de sí misma que conseguía que su estilo personal resultara agradable a la vista. Le sonrió sin levantarse del asiento.

–Buenos días Adán, me alegra que estés aquí, siéntate conmigo.
–Buenos días.

Él también sonrió, usando como de costumbre su enorme encanto; la mujer pareció complacida.

–Eres muchísimo más guapo de lo que te ves en los periódicos, y ya en esas fotos te ves muy bien –comentó, con una sonrisa que acompañó a una mirada que evaluó todo su cuerpo antes que él se sentara—. Perdóname por ser tan sincera, pero no puedo callarme cuando veo algo hermoso, supongo que por eso todo lo que hago tiene que ver con lo mismo.
–Está elogiándome más de lo que merezco –replicó él, con tono natural–, a fin de cuentas, soy un tipo común.

Un garzón apareció con dos copas y sirvió una a cada uno. Bernarda sonrió.

–Dos cosas –explicó, tomando la copa con dedos adornados por anillos con brillantes—, la primera, me tratas de tú y la segunda, tú y yo sabemos que no eres un tipo común, tienes demasiadas cualidades como para serlo, y solo estoy hablando de lo que veo, porque estoy seguro de que cuando te conozca, veré todavía más. Bebe con tranquilidad, es un trago de fantasía sin alcohol, aquí lo preparan exclusivamente para mí, así que podemos beber y manejar sin problemas.

Ambos bebieron, y mientras probaba el delicioso contenido de la copa, el hombre de 24 años observó el entorno y también a Bernarda; ella era una leona, se sabía poderosa y dueña de sí misma, de su espacio y  quizás del de los demás; siempre atenta, siempre adelantándose a todo, como con la puesta en escena, los tragos y lo que le decía: no estaba adulándolo, estaba planteando la situación porque sabía que era así, porque desde su lado ella era algo como él, un animal diseñado para liderar al resto, y si era así, quería hablar con él porque ya conocía algo de su historia y antecedentes, cosa que él no tuvo la precaución de hacer. Estaba en desventaja, pero no lo suficiente como para sentirse intimidado.

–Es delicioso.
–Desde luego, es una receta exclusiva del restaurant que hicieron para mí, como te decía, ahora ya es más conocida. Pero te cité aquí para hablar de trabajo en realidad, aunque no me molesta la vista. Iré al grano, Adán, quiero que trabajes para mí en mi nuevo proyecto en la galería Cielo.

Adán frunció el ceño.

–Trabajar en Cielo es completamente imposible, sabes que trabajo con Carmen Basaure.
–Lo tengo claro, pero lo has dicho bien, trabajas para Carmen, no para la galería, y una de las muchas cosas que nos diferencian es que yo trabajo con entes, no con artistas, por lo que trabajar para mí como gerente administrativo no perjudica que seas asesor artístico de ella, a Carmen la ayudas con su arte, a mí con mis negocios.

Adán se tomó una pausa; no solo era una impresión, era además cierto que ella sabía muy bien qué decir y estaba informada, pero. ¿Por qué él?

–Te estarás preguntando por qué tengo este súbito interés en ti para trabajar –dijo ella, como si leyera su mente—, y la verdad es que eres de los ejecutivos del entorno más indicados para lo que estoy buscando. Trabajaste para la revista Capital humano, estuviste en el equipo creativo de la desaparecida productora Tasajos, hiciste un par de asesorías para estrellas de televisión y ahora trabajas con Carmen, es notable cómo te desempeñas, y pareces tener un olfato maestro para los negocios.
–Trabajo lo mejor posible.

Ella ladeó un poco la cabeza, cono despreciando la muestra fe sencillez, pero no dijo nada al respecto.

–Lo sé, por eso te quiero conmigo, porque mi anterior administrador se conformó con que mi galería tuviera un buen nombre, y por eso lo despedí. Quiero que el mundo caiga ante los encantos de mis obras, y sé que tú encontrarás la forma.

Adán sabía que era una gran oportunidad que llegaba en un mal momento, porque en esos instantes no podía dejar a Carmen, no tan cerca de conseguir lo que quería, no en medio de un trance y con el riesgo de quedar como traidor.

–Es interesante esta propuesta, pero no puedo aceptar, tengo ocupado todo mi tiempo con mi trabajo actual y no voy a dejarlo.
–Lo dejarás –sentenció ella, con toda tranquilidad–, cuando veas esto.

Le pasó un escrito, que era básicamente un acuerdo precontractual con una cantidad de ceros que, incluso viniendo de ella, lo sorprendió.

– ¿Por qué esta cantidad?
–Porque no puedes rechazarla, claro –explicó Bernarda, como si fuera obvio–, y porque dejarás de trabajar con Carmen dentro de muy poco.
– ¿Qué te hace pensar eso?

Bernarda bebió otro trago. Estaba disfrutando de la escena casi tanto como de la vista.

–Carmen y yo llevamos demasiados años dentro del mundo del arte; no somos amigas y nunca lo seremos, porque para ella el arte es una forma de vivir, y para mí es un trabajo y un negocio del cual vivir, pero no ser amigas no quiere decir que no la conozca al menos un poco. Ella es temperamental, tiene fuego en el alma, y por ahora está tranquila porque no ha terminado su trabajo, pero cuando lo haga, se aislará o se perderá en algún sitio. Lo sé, porque siempre es así.

La forma en que había conocido a Bastián Donoso hacia quince años, el desapego por su hija, el departamento que parecía habitación de hotel, su excesivo interés por terminar el segundo cuadro. Por supuesto, estaba de paso, Carmen siempre estaba de paso, que tuviera domicilio fijo en el país no quería decir que siempre estuviera ahí, para permanecer estaba su obra, el único amor que jamás la abandonaría. Había considerado el trabajo con Carmen como algo importante, pero pasajero porque pretendía conseguir a través de nuevos niveles, no había pensado en que el propio trabajo podía abandonarlo antes a él, y mucho menos que sucediera sin ninguna clase de aviso.

–Esto es un acuerdo precontractual por ese motivo –asintió, mirándola fijo; la sonrisa había desaparecido de su rostro, pero conservaba la tranquilidad necesaria para hablar con cautela y cortesía–, quieres tener asegurada la siguiente etapa.

Bernarda asintió con lentitud; era evidente que estaba disfrutando con todo lo que estaba pasando.

–Y tú, tienes asegurada esa cifra –comentó, luego de beber un trago–, veo que estamos hablando el mismo lenguaje, me parece completamente fantástico. Por el momento no tengo prisa porque comiences, sí porque me asegures que lo harás, así que solo necesito que firmes, y por el espacio con la fecha, no lo hay, todo depende de ti.

Adán no tenía la costumbre de ser tomado por sorpresa, y de golpe, se había llevado dos: estar en una evidente desventaja informativa en comparación con la empresaria, y tener la certeza de que su trabajo con Carmen, y los beneficios indirectos que esto traía, podía terminar de un momento a otro; asoció todo lo relacionado con la artista con su temperamento y ocupación, y descuidó el elemento de caos que podría llevar eso a otro nivel.

–Es interesante para mí —replicó, con lentitud—, pero nada te asegura el tiempo, no sabes si tal vez la artista cambia de genio y me necesita a su lado por mucho más.
–Es verdad, nadie me lo asegura, pero no me importa, esta es una jugada que no me voy a quedar sin hacer. ¿Te arriesgas a hacer la jugada conmigo?


Próximo capítulo: Cosas elementales










La traición de Adán Capítulo 18: Paraíso sin retorno



Faltaban solo un par de horas para la inauguración de la Galería de arte, y Adán fue al departamento de Carmen ante su llamada; había estado preocupado por su absoluto silencio y ausencia esa jornada, pero tuvo que dedicarse a ultimar todos los detalles del evento, por lo que no tuvo oportunidad de pensar a qué podía deberse aquella reclusión. Quería pensar que era una especie de introspección previa a la presentación en público, pero estaba seguro de que la verdad sería otra.

—Adán, después de la inauguración me voy del país.
— ¿Qué?

Adán la miró fijamente; había pasado en la última jornada algo que él desconocía, estaba seguro de eso, y ella no se lo diría, no en ese momento al menos. O quizás nunca lo diría, pero lo concreto, era que algo ya no seguía siendo igual.

—Así es, me voy, así que te quedarás a cargo de todo.
— ¿Y por qué te vas? ¿qué pasará con la galería?
—La galería puede sostenerse a sí misma, no me necesita aquí, además —replicó, con fuerza—, tú estarás ocupándote de los negocios, porque esto será un éxito; por mi parte debo iniciar un viaje, quiero buscar mi siguiente inspiración, algo que supere la majestuosidad del Regreso al paraíso.

Adán se quedó un momento en silencio, sabiendo que eso tenía que ver con algo más, muy probablemente con Pilar. Tendría que investigar a prisa, pero por otro lado, no le venía mal que Carmen se fuera, de hecho esa era una de las escenas más ventajosas para el inicio de su nuevo proyecto.

—No sé qué decir. Por un lado me alegro que tengas nuevas inspiraciones, pero será extraño que no estés, la galería quedara huérfana.

Carmen parecía estar pensando en cualquier cosa menos en eso, así que no le tomó importancia; tampoco tuvo la deferencia de aparentar que estaba de acuerdo con eso.

—Adán, es de suma importancia que la galería sea un éxito.
—Lo será —replicó él,— la gente quedará impactada con el Regreso al paraíso. A propósito, tú y yo seguiremos en contacto. ¿O no?
—Yo te llamaré si te necesito para algo en particular, por lo demás está todo en tus manos, así que eres libre de tomar tus decisiones; ahora ve a arreglarte para la inauguración.

La forma de despacharlo era muy elocuente, de modo que a Adán no le quedó más alternativa que salir de ahí. Tendría que programar todo con sumo cuidado, para que en ausencia de la pintora, la galería funcionara sin problemas, mientras él dedicaba su atención al proyecto de Bernarda Solar.

2


Micaela estaba en su departamento, con la segunda cerveza de la tarde y completamente deprimida cuando tocaron a la puerta. Esteban entró vestido de gala y la miró sorprendido.

— ¿Dónde has estado? Llevo todo el día buscándote, me tienes loco, y además mírate, estás en buzo cuando deberías estar lista para acompañarme de nuevo a la galería de arte.
—No voy a ir.
— ¿Y se puede saber por qué?

Micaela no había querido hablar con nadie, y no tenía claro si quería contarle o no a su nuevo amigo lo de Pilar. Pero tampoco le había dicho lo otro, así que decidió comenzar por ahí.

—Eva San Román está detrás del robo de nuestras cuentas de correo.

Esteban tuvo la amabilidad de no hacer aspavientos por su aspecto desaliñado, ni por la declaración de ella ; terminó de entrar y cerró la puerta, mientras Micaela se sentaba ante la mesa de la sala. Le dedicó una larga mirada antes de hablar, y cuando lo hizo, fue con suma cautela.

—No puedo decir que me sorprenda. ¿Cómo lo supiste?
—Estuve investigando —replicó ella, con evasivas—, van a despedirte, y a mí contigo.



—Es muy posible, pero eso no nos priva de ir allá y beber gratis.
—No iré, ve tú. No estoy de humor.

Esteban bebió un trago de cerveza.

—Pero tú no estás así por el trabajo, hay algo más en todo esto.
—Es verdad.
—Hagamos algo entonces —comentó Esteban, sonriendo con ternura—, cuéntame que es lo que ocurre, desahógate conmigo porque parece que estás desmoronándote.

Micaela sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

—No es eso, es que... se suponía que estaba rehaciendo mi vida, que ya había quedado atrás y ahora todo es diferente, porque...

No pudo seguir hablando, sintió que se le iba el aire del cuerpo; Esteban la abrazó.

—Tranquila. Oye, tú puedes confiar en mí, así que sácalo, di todo lo que estás pensando, vas a ver que soy un muy buen paño de lágrimas.

3



Poco después de la inauguración, la galería rebosaba de gente, y el personal iba de un lado a otro sirviendo tragos a todos los asistentes; tal como Adán lo había previsto, el misterioso hecho del disparo había centrado todas las miradas en ellos, de modo que para la inauguración todos los medios especializados confirmaron su asistencia de inmediato, e incluso se agregaron un par de revistas de sociedad con la excusa de retratar a varios de los asistentes. El hombre llevaba un traje azul petróleo confeccionado de forma exclusiva, y lucía siempre perfecto, sonriente y atento a cualquier comentario o pregunta, sin despegar los ojos del personal, y de cada detalle; se paseaba por entre los invitados sabiendo que muchas de las miradas estaban sobre él por su porte y gracia, y además, porque su manejo de la situación anterior había sido brillante, y esa prestancia y cercanía natural no se pasaban por alto. Carmen apareció a su lado con un sencillo vestido en colores verdes que mezclaba distintas tonalidades, y se quedó junto a él mientras el anfitrión, ubicado estratégicamente delante de los cuadros centrales aún cubiertos, hacía las presentaciones finales.

—Damas y caballeros, la espera terminó; tengo el honor de presentarle a cada uno la obra más importante en la carrera de Carmen Basaure hasta ahora, El regreso al paraíso.

El silencio se apoderó del lugar, y el anfitrión se hizo a un lado para permitir que las asistentes quitaran las oscuras sedas que tapaban las obras; Adán miró otra vez la obra y vio de nuevo el mismo efecto, la sensación tormentosa y angustiante que había sustituido a la paz y armonía de la obra anterior. Luego miró en sentido contrario, y entre los disparos incesantes de las cámaras de los periodistas, vio como los rostros de los asistentes quedaban invadidos por el asombro; estaba funcionando, el efecto casi mágico de los dos cuadros ubicados a una distancia y en un ángulo específico invadía a cada uno de sus espectadores, expandiendo el silencio y las murmuraciones de asombro. Una a una las asistentes descubrieron el resto de los cuadros de la galería, pero nada podía contrarrestar el efecto único del lienzo que parecía moverse por sí solo, mostrando una escena que muchos esperarían de una creación digital, pero no de la mano humana. Una crítica de arte, que estaba muy cerca de Adán, escribía a toda velocidad en un bloc sus primeras impresiones. ¨Completamente desconcertante, la afamada Carmen Basaure ha logrado crear frente a nuestros ojos una ilusión que mezcla cielo e infierno, algo que solo creímos que era posible en la pantalla de un cine. Ahora el dolor del averno y la paz del paraíso están entre nosotros.¨  Era más o menos lo que se esperaba de una crítica, aunque creía que a rasgos generales hablarían de Regreso como una obra innovadora aunque tortuosa.
Volcó su interés en Carmen, que respondía a las preguntas de algunos reporteros.

—Quiero decir que este es un gran paso para mí —estaba diciendo—, y espero que todos puedan verlo así. En el desarrollo artístico siempre estoy buscando más.

Carmen sabía muy bien cómo enfrentar las cámaras y periodistas; muy distinta de la mujer terca, apasionada y explosiva que era en un ambiente privado, cuando se trataba de una entrevista, lucía como una persona reposada, amable y cercana.

— ¿Cómo enfrentó el desafortunado incidente de la primera oportunidad?
—Solo un incidente menor — sonrió, amablemente —, pero gracias a mi asesor artístico, todo sigue en su camino correcto.

Una periodista dio con el punto. Una suerte, porque eso significaba que la información relacionada con él estaría corriendo con mucha rapidez.

—El asesor artístico es una figura conocida en Europa, pero no mucho en este país. Según lo que se sabe, no es sencillo alcanzar este cargo, y tampoco es fácil enfrentar los desafíos que trae consigo. ¿Qué la llevó a contar con uno?
—La necesidad de enfocar mi trabajo al público —replicó ella, con seguridad—, que es el importante aquí; no me sirve crear algo interesante si nadie va a verlo, y en la comunicación con el público Adán Valdovinos ha sido fundamental, pues me permite a la vez encontrar el camino hacia los sentimientos de mi público, y expresar lo que quiero en mi obra.

¨Expresar lo que quiero¨ ya no tenía el mismo sentido que antes, aunque quizás conllevaba el sentido más práctico del presente de Carmen: una mujer atormentada tratando de alcanzar algo que jamás consigue tocar. Comprobó que Pilar no había llegado, lo que confirmaba sus sospechas respecto a la sorpresiva decisión de la artista de salir del país, pero no aportaba mayores detalles; podía suponer que tuvieron un enfrentamiento, pero después de ver la actitud fría de la madre, parecía improbable que la hija tuviera el poder de obligarla a escapar de forma tan abrupta ¿O sólo se trataba de su forma de ser, que Bernarda describió poco antes?
Poco después, cuando la atención de todos estaba repartida por la galería, tuvo la oportunidad de dirigir su atención, al fin, a ver llegar a Eva. Hasta el último momento ella no le había asegurado asistir, ya que estaba ocupada con algunos asuntos de trabajo, pero finalmente se acercó; estaba más hermosa aún, si era posible, con un vestido negro largo, que destacaba por un cinto de cristales que resaltaba su esbelta figura; aunque notó de inmediato que llegaba sin Céspedes como compañía.

—Me alegra que estés aquí.
—A mí también —replicó ella, sonriendo —, aunque estoy sorprendida con lo de la obra, dijiste que era perturbadora, pero no creí que tanto.
—Lo es —comentó Adán—, pero al menos no puedo decir que pasará desapercibida; más tarde tenemos que hablar.
—De acuerdo, ve a mi hotel —replicó Eva, en voz baja.
—Tan pronto salga de aquí.

Eva se mezcló con los invitados. Ahora había logrado la inauguración, solo le bastaba despedir a Carmen en el aeropuerto para empezar su nuevo proyecto con Bernarda Solar.

4


En tanto, Bernarda estaba en su lujoso departamento disfrutando de una copa de champagne mientras escuchaba una alegre sinfonía. Aunque sonara extraño, la inauguración de Carmen Basaure le convenía progresivamente más en la medida que tuviera más éxito, pues así sería más exitosa ella con el nuevo proyecto de Cielo; a los medios les encantaba crear rivalidades, y en algunos se mencionaba “el otro polo del arte” en alusión a la nueva galería, y el relativo desgaste de la suya, que ya tenía cierto tiempo. Pues bien, ahora el enemigo más antiguo iba a regresar por todo lo alto. Tenía a Luna, a Adán Valdovinos, y también a la constructora Del mar y Alzarrieta en sus manos, de modo que las piezas estaban en donde las necesitaba; ya había comprobado que Carmen tenía hecha una reserva en una aerolínea, qué predecible para ser una artista. Solo había una molestia, y es que tenía que cambiar cerraduras y asignar algún tipo de protección a sus propiedades, porque, aunque no era un riesgo real, Micaela sí podía ser una molestia, y era algo que podía suprimirse con facilidad. No podía provocarle daño alguno, pero si tenía pensado destruir sus estatuillas, perfectamente podía querer atacar su galería o lo que fuera.
Bebió otro trago de champagne, y marcó el número del móvil de Luna; la chica respondió a los pocos segundos , escuchándose una mezcla de alegres voces y música de fondo.

—Bernarda.
—Parece que ya tienes un grupo de admiradores a tus pies — observó, con una risilla — . Eres sorprendente.
— Sólo salí a tomar un poco de aire, no quería aburrirme en el departamento. Por cierto, el chico que cuida el jardín es un sueño, sólo que es algo tímido.

Bernarda lo sabía; siempre procuraba que en sus instalaciones hubiera una combinación de gente madura , con experiencia, y jóvenes vitales y atractivos que distrajeran la vista.

—Bueno, pues muy pronto vas a conocer a alguien que no es finido en absoluto; te envié su perfil, puedes mirar tobo lo que gustes.

Luna vio el perfil en el móvil; Bernarda había escogido una Foto en donde e/ hombre estaba en la playa, a pleno sol, con un bañador azul que dejaba poco a la imaginación.

—Es guapo — admitió, sonriendo — y y tiene un físico trabajado.
—Guapo es poco para lo que es — la mujer hizo una mueca de placer — , y te aseguro que en persona se ve mucho mejor. Adán es su nombre, y es mi nueva contratación estrella: ustedes van a trabajar juntos.

Luna sabía identificar los sutiles mensajes que Bernarda incorporaba en todo lo que decía; si le estaba mostrando una foto de ese hombre, poniendo de manifiesto su atractivo, eso quería decir que él sabía usar ese atractivo como un arma, al igual que ella. La empresaria contrataba a alguien peligroso, y para hacerle frente, traía a alguien de quien estaba segura poder contar con su lealtad. Sería un trabajo interesante, faltaba saber si se trataría de un desafío o algo muy sencillo de ejecutar.


4


Pilar despertó de pronto en la noche; estaba agitada y con el rostro bañado en lágrimas; así que había estado llorando durante el sueño, obviamente por los recuerdos de su enfrentamiento con Micaela. A fin de cuentas, tenía que afectarle en algún momento, si sea como fuere se había enfrentado a ella, a la única mujer que había amado; en esos momentos le dijo todo lo que sentía, la rabia y el dolor que tenía guardado hacía ocho meses y contando, pero además de eso se encontró con algo sorpresivo, la súplica de Micaela por su perdón; había supuesto que lo negaría o que estaría obstinada en su pensamiento inicial, pero su actitud y las pruebas que le llevó habían resultado inapelables. Por un lado, al recordarlo, se sentía angustiada de verla así, pero por otro, no dejaba de tener rabia por todas las humillaciones pasadas. No sabía qué era lo que podía ocurrir después, pero sí tenía claro que no quería a Micaela ni a nadie de los involucrados en su vida, se quedaría en el país para reconstruir la vida que le habían quitado y esa era una decisión en la que no iba a dar pie atrás.
Se levantó y fue hasta el refrigerador para tomar un poco de agua fría; haciendo un recuento, incluso en el lapso de tiempo que estuvo fuera del país, toda su vida siguió congelada, y estuvo girando en torno a otras personas. Trabajó en la recepción de un hotel, y luego en relaciones públicas, cargo que desempeñaba con una sorprendente facilidad, pues la gente, en su mayoría, se sentía cómoda y en confianza al momento de verla; de alguna forma, incluso sin notarlo, estaba tratando de contentar y ayudar a otros, como si de alguna forma eso pudiera suplir lo que fue incapaz de lograr cuando todo se destruyó en su vida. Incluso su regreso, en un principio por un periodo breve, había sido impulsado por el deseo de acompañar a su madre, a la misma que la había negado y despreciado como hija. Ahora estaba de vuelta, y se sentía golpeada y cansada, pero al mismo tiempo, llena de una nueva energía; cuando llamó a su jefe en el hotel pal explicarle que no volvería, él fue muy amable, le agradeció su trabajo incansable, y la felicitó por tomar una decisión valiente que lo obligaba a empezar otro vez de cero en muy poco tiempo. No estaba segura de que fuera una decisión valiente, pero se merecía la oportunidad de rehacer su vida en donde ella quisiera, no en un sitio al que llegara por estar huyendo.


5


Adán llegó al hotel y fue recibido por Eva, que ya estaba preparada con un hermoso camisón de seda blanca; se besaron con ardor tan pronto cerraron la puerta.

—Ya lo conseguí —comentó ella, triunfante—, mañana ya no tendré que preocuparme por el gerente de proyectos.
—Fantástico, pero eso quiere decir que lo despediste hoy, porque no estaba en la inauguración.
—Tal vez lo está presintiendo, pero aún no, lo despediré mañana. Lo demás ya está cubierto.

Adán comenzó a desnudarse mientras Eva servía whisky para ambos.

—Genial, tienes dos problemas resueltos, y yo dentro de los próximos días comienzo a trabajar como administrador en el nuevo proyecto de Bernarda Solar, me contactó hace algunos días por la expansión de la galería Cielo, y ahora que termino con Carmen Basaure, es la oportunidad perfecta.

Eva frunció el ceño. Eso era una sorpresa que no estaba prevista.

— ¿Bernarda Solar?
—Sí.
—Es accionista mayoritaria en la constructora —replicó ella, alcanzándole una copa mientras evaluaba su cuerpo—; de hecho estuvo en la última reunión de directorio.
—Así que se trataba de eso —comentó Adán, sonriendo—, ese es el nuevo proyecto, seguro quiere una constructora de proporciones para sus planes, eso quiere decir que de un modo u otro trabajaremos unidos.

Volvieron a besarse.

—Y mientras estemos unidos no hay nada más que importe.
—Es verdad. Ahora celebremos, quiero hacer el amor contigo.
—No tengo ningún reparo.

Eva se despojó del camisón, dejaron las copas con las que habían brindado a un lado y se enfrascaron nuevamente en el juego del amor, donde sabían que cada caricia era deliciosa como la primera, y cada nueva sensación era incomparable. Éxito profesional, amor, placer, dos personas fuera de lo común unidas por sus propios deseos, no había nada mejor todavía para ellos.




Próximo capítulo: Cielo infinito