Contracorazón Capítulo 25: Camino al pasado




—Tenías razón —dijo Martín, sin salir de su asombro.
—No puedo creerlo.

Un vendedor se había desocupado y se aproximó a ellos.

—¿Puedo ayudarlos en algo?
—Sí —replicó Martín—. Esa foto ¿Son trabajadores antiguos de esta tienda?

El chico, que a lo sumo tendría diecinueve años, pasó la vista de ellos a la imagen y de regreso a ellos, a todas luces sorprendido de la pregunta.

—No lo sé; supongo, el uniforme se parece al de nosotros, pero yo llevo muy poco trabajando aquí.
—Claro ¿Y sabes quién podría saberlo?

El muchacho ladeó la cabeza, haciendo un esfuerzo.

—Supongo que el jefe; es decir, no el jefe de la tienda, porque es él —Indicó alguien más en el lugar—, digo el jefe de arriba.
—Comprendo ¿Y cómo podemos ubicarlo?
—¿Por teléfono? —Replicó el joven, algo superado—. Si quieren se los puedo dar ¿Por qué quieren saber todo eso?
—Es un asunto de gente mayor —Replicó Rafael—, estamos tratando de reunir a una familia.

De vuelta en el exterior, Rafael marcó el número y se contactó con el hombre indicado.

—¿La fotografía? —Replicó una voz ronca del otro lado de la conexión—. Sí, fue personal de la tienda ¿Por qué quiere saberlo?

A Rafael no se le había ocurrido ninguna excusa para ese momento; por suerte a Martín sí, y le hizo gestos para que le pasara el móvil.

—Buenos días, disculpe. La verdad es que todo esto lo estamos haciendo por mi madre; ella es una persona de una edad muy, muy avanzada y estamos tratando de reconstruir una parte de su historia familiar.
—Creo que no comprendo.
—A ella se le van un poco las ideas o los nombres —Respondió con evasivas—. El punto es que hay un trabajador de esa librería, estamos casi seguros, que murió hace treinta años, y necesitamos recuperar toda la información que podamos.

Se estaba agarrando a un clavo ardiendo y lo sabía; Rafael no respiraba, a la espera de la respuesta que podía decidir todo en ese momento.

—¿Joaquín Mendoza? Sí, el murió en el atentado, pero no sabía que él tenía más familia.

Los dos voltearon hacia el memorial, en donde el nombre coincidente permanecía ahí, congelado desde hacía tantos años.

—No es familia directa, pero estamos conectados —Replicó con mucha seguridad—. Por casualidad ¿Usted tendrá algún dato de su familia?
—No, ninguno —la voz del hombre sonaba cansada, acaso triste también—. Yo trabajaba ahí en esa tienda en esos años; Joaquín era muy amable, era excelente con el público, pero era muy reservado. Creo que solo tenía un amigo o dos, y después ocurrió este atentado, fue una tragedia.

Seguramente era reservado para no permitir que nadie descubriera su verdad; Rafael se preguntó cuántas veces, en ese mismo lugar, ese hombre tuvo que saludar con reserva o con distancia a la persona que amaba, cuánto miedo y frustración habría sentido.

—Fue una tragedia, es verdad —Confirmó Martín—. Perdone por la molestia, y le agradezco por la información.
—Por nada —replicó hombre—. Si llega a encontrar a su familia, solo dígales que lo siento mucho.
—Yo se lo diré. Gracias.

Cortó la comunicación, y ambos se quedaron expectantes ante aquellas palabras.

—Bueno, aparentemente sabemos algo —dijo Rafael al cabo de un instante—, pero todo esto me suena demasiado débil.
—No, en realidad es la punta de una madeja —Reflexionó Martín—, con un poco de trabajo podemos encontrar algo más; la información de Joaquín es de hace treinta años, pero tiene que estar en alguna parte. A través de eso podemos llegar a sus padres, si es que aun están vivos. ¿Qué pasa?

Rafael se había quedado perdido en oscuro color de la piedra; cuántas veces se habrían mirado con temor, cuántas veces tuvieron que callar un abrazo o un simple te quiero, porque existían en un mundo que se negaba a dejarlos vivir. Él apenas había visto algo de eso en su vida, pero podía intentar entender esa angustia y dolor tan antiguo y que permanecía hasta el presente.

—¿Cómo podemos vivir en un mundo donde el amor sea un delito? —murmuró, impotente—. Realmente hay tan pocas cosas que cambiar, pero es como si las murallas todavía estuvieran aquí, porque personas como ellos nunca tuvieron justicia.
—Pero el atentado no fue por ese motivo —Observó Martín.
—No, pero sucedió aquí —replicó Rafael—¿Te lo puedes imaginar? Ellos estuvieron aquí.

En esa ocasión no tuvo ninguna visión o recuerdo, pero entendió todo, las conjeturas previas de Martín y todo lo demás.

—Claro, por supuesto.
—¿Qué? —Preguntó Martín, confundido.
—Ahora entiendo, ya sé lo que pasó.
—¿Viste algo? —Preguntó el trigueño en voz baja.
—No, pero ahora tiene sentido; ellos murieron aquí, todo eso sucedió en este mismo lugar, pero la relación de ellos era un secreto, nadie podía saberlo. Entonces murieron juntos, tendrían que haber seguido así, pero seguramente los separaron al llevarlos con sus familias; los sepultaron separados, y nadie pudo despedirlos o hacer algo en sus nombres.

Un obsequio; recordaba algo relacionado con un objeto, un regalo mutuo, que ambos se hicieron en la débil intimidad que los protegía, y que era un símbolo de amor y unión; ese regalo debió quedar guardado o abandonado en algún cuarto, relegado a una caja de pertenencias o desechado, perdido en el tiempo y en la ignorancia.

—Entonces es eso lo que no deja que descansen en paz.
—Miguel lo ha estado buscando todo este tiempo —Rafael no se dio cuenta de cuando su voz había comenzado a temblar por la emoción—, por eso es que siempre sentí ese dolor y esa angustia, porque Miguel ha estado intentando alcanzarlo, pero sigue sintiéndose perdido, y solo.

Martín apoyó una mano en su hombro para animarlo.

—Tienes que calmarte; ya tenemos algo, vamos a ocuparnos de eso primero ¿De acuerdo?
—Sí, tienes razón; sólo espero que podamos.

2


De vuelta en el departamento, Rafael preparó café mientras Martín volvía a la laptop; en un principio, revisó los antecedentes que tenía disponibles.

—Vamos a ordenar esto. Insisto en buscarle un lado lógico, aunque no entiendo la mitad de lo que está sucediendo.
—Si eso te ayuda, creo que está bien.
—Listo, entré al archivo digitalizado de periódicos de la época.
—¿Hay algo de esos años en la red? —Preguntó Rafael acercándose con dos tazones.

Martín indicó la pantalla del ordenador mientras recibía el tazón.

—La biblioteca de la nación ha estado digitalizando periódicos antiguos desde hace tiempo; no es muy completo, pero para salir de dudas es más rápido que ir a leerlos. Esta es una efeméride, así que me fue un poco más fácil: esto es interesante, el atentado ocurrió hace casi treinta años, exactamente en...
—Febrero —murmuró Rafael—, fue en febrero.
—¿Cómo lo supiste?
—Solo lo supe —Se sentó a su lado—. En fin, decías que fue treinta años.
—Sí —replicó Martín—. Según lo que dice aquí, el ataque fue adjudicado por un grupo anarquista, fue el peor atentado en una década.

Rafael había visto en las redes la información del atentado en donde él había estado, y no se sorprendió demasiado de confirmar que las primeras indagatorias apuntaban a un grupo de características similares. Al menos esta vez no había muertos, esa parte de la historia no la habían repetido.

—¿Tienes algo más?
—Sí, le pedí a un amigo que tiene un conocido que me pasara unos datos. Y tengo la partida de nacimiento de Joaquín Mendoza: supongo que no debería ser una sorpresa que tenía mi misma edad cuando sucedió todo esto —Reflexionó suspirando—. Y le pedí a un conocido que me averigüe sobre los otros fallecidos, porque no son veinticinco, son seis en total.

Rafael frunció el ceño; la información en el memorial le había hecho pensar que el número de víctimas era mucho mayor.

—Qué raro, me pregunto por qué estarán todos los nombres.
—Los otros son heridos en el lugar; ignoro por qué, pero tal vez había alguna organización de derechos de las víctimas o algo parecido que sugirió que se incluyera a más personas y no solo a los fallecidos. De todos modos, tiene sentido, los heridos de gravedad también sufrieron un trauma grave. Oh.

Rafael había estado muy atento, ya que Martín hablaba mucho más rápido cuando estaba gestionando esa información; lo quedó mirando a él en vez de a la pantalla cuando se quedó en silencio.

—¿Qué?
—Rafael, tuviste la clave todo el tiempo.
—¿Qué clave? —Preguntó, extrañado.

Martín desplegó en la pantalla un registro del servicio civil de la nación.

—Miguel. Dentro de los fallecidos hay un hombre que se llama Miguel Ballesteros, y tenía aproximadamente tu edad.

Rafael se quedó perdido en las letras en la pantalla, en donde figuraba el nombre completo. Había pensado en un nombre para esa figura que aparecía en su mente, pero nunca lo imaginó como algo real; para él era solo un modo de separar esos recuerdos de los suyos, no como un nombre completo.

—Entonces ese sí era su nombre —Reflexionó al cabo de un momento—, nunca se me pasó por la mente que fuera así. Entonces eran Miguel y Joaquín, ahora sabemos sus nombres.

Martín bebió un largo trago de café; en ese momento parecía como si todo fuera tan sencillo como localizar datos en la red, pero en realidad había todo un mundo detrás de eso.

—Y ahora ¿Qué?
—Tenemos que buscar a su familia —Respondió Rafael.
—Pero ¿No has pensado que eso podría ser un error?
—No entiendo cómo podría serlo.

El trigueño se puso de pie y deambuló un momento por la sala; se trataba de algo que ambos habían entendido, pero que Rafael se negaba a aceptar como una posibilidad. Vio su actitud honesta y directa y supo cuánto de sí mismo estaba apostando en todo eso.

—Rafael, estamos hablando de personas que mantenían su relación en secreto, tú mismo lo dijiste ¿Qué crees que pensará esa familia cuando les digamos que sus hijos no solo eran gays, sino que estaban comprometidos?

El moreno se reclinó en el asiento; sí, él mismo había estado hablando de eso muy poco atrás.

—Sí, tienes razón; me dejé llevar por la emoción, es sólo que estamos tan cerca que parece increíble, siento como si ahora que tú estás en esto, fuera mucho más sencillo.
—No estoy haciendo nada especial —Objetó Martín—, y tampoco creo que se trate de algo que tenga que ver conmigo; creo que es porque los dos estamos juntos en esto. Así tiene que ser.

En eso estaba de acuerdo, pero no solucionaba el asunto de fondo. Habían conseguido descifrar las identidades de ellos ¿Y entonces? La posibilidad de hablar con esas familias no era para nada fácil.

—Tiene que haber alguna manera. Primero ¿Hay forma de saber si tienen familiares vivos?
—Dame un segundo.

Además de hablar muy rápido, otro cambio en Martín al gestionar datos era que trabajaba a toda velocidad; antes que él terminara la frase, ya había vuelto a sentarse y estaba buscando información. Sus dedos volaban por el teclado y sus ojos leían más velozmente de lo que parecía.

—No, sí, espera, qué extraño.
—¿Qué?
—Joaquín tiene a su padre vivo, su madre murió algún tiempo atrás. Sobre Miguel, es raro, tengo la información de su madre, pero no logro dar con la referencia del apellido paterno. Ah —exclamó como si eso lo explicara todo—, el padre debe haber muerto hace mucho tiempo, sólo sé que ella es viuda.
—Encontraste muchísima información, es sorprendente.
—No es para tanto —replicó el otro estirando los brazos—, en realidad, muchas de estas cosas están en la red en los servicios públicos, solo hay que saber cómo buscar, o a veces usar un truco o dos.
—Bueno, tenemos a un padre y una madre —Reflexionó Rafael—, ahora, tiene que haber alguna forma de resolver todo esto, estaba pensando que debería haber alguna clase de objeto que podamos obtener; tengo la imagen de ellos dándose un regalo, y siento que era importante para los dos.

Pero el hecho de ser importante para una pareja secreta no significaba que lo fuera para sus deudos, y ambos sabían eso. Además, el paso del tiempo convertía todo en algo mucho más complejo, porque era posible que los objetos ni siquiera existieran.

—¿Por qué dijiste que el padre debe haber muerto?
—Lo saqué por conclusión, la verdad —replicó Martín—. Si esto fue hace treinta años y Miguel tenía veinticinco, cuando él tenía cinco años coincide con un cambio grande en el sistema de registro civil —Explicó citando los datos—. Fue una ley de la república que cambió el sistema de registro de documentos de recién nacidos, matrimonios, defunciones y muchos otros. El punto es que en esos años mucha de esa información se hacía a mano, y pasó que hubo documentación que quedó en papel, en archivadores, esperando a que algún día se traspasara. Después con los procesos digitales se supone que todos esos datos antiguos pasaron a la red, pero dicen que en realidad hay muchos que no, o que los ingresaron mal por una letra o algo. Si pasa eso, no lo puedo encontrar.

Otro dato perdido en el tiempo; Rafael se dio cuenta en ese momento de la hora que era.

—Bueno, es una lástima. En fin, no había visto la hora y hay que almorzar, pero no tengo nada ¿Te parece si encargo una pizza?
—Cierto, es una buena idea. ¿Tienes gaseosa? Estás con medicamentos así que no puedes beber.
—Sí, tengo —replicó Rafael revoleando los ojos—, por alguna razón sabía que me ibas a decir eso, pero como no compré cerveza tampoco podrás tomar.

Martín negó con la cabeza mientras iba hacia la puerta de salida.

—No señor, tengo una por lo menos en mi departamento así que no caeré en esa trampa. Pide la pizza mientras voy por ella.

Mientras su amigo salía, Rafael encargó la pizza con un listado genérico de ingredientes, ya que no se le había ocurrido preguntar si había algo que no le gustara. Estaba en la cocina, sacando platos y vasos cuando su móvil anunció una llamada de su hermana; se alegró de contestar estando en casa, ya que no pretendía decirle que había salido el día siguiente del accidente.

—Magdalena, buenos días.
—Buenos tardes —Corrigió ella, con voz alegre — ¿Cómo te sientes?

Tuvo una punzada de culpa por no decirle que estaba haciendo toda esa investigación, pero realmente no tenía opción; había sido difícil ocultar todo lo que pasó antes, pero al menos tenía la experiencia y eso era una suerte de alivio.

—Bien, no me duele el golpe.
—Eso según mi traductor de hombres es que te duele un poco pero no lo suficiente como para preocuparte por eso.
—Sí, un poco. Ahora vamos a comer una pizza con Martín.
—Bien, pero nada de alcohol —Indicó ella con tono determinado.
—Sí, ocurre que mi otro enfermero ya me advirtió lo mismo —replicó él con fingido cansancio—, así que no tienes de que preocuparte. ¿Estuvieron hablando a mis espaldas sobre cómo vigilarme todo el tiempo?
—No —dijo ella con una risa—, pero no es mala idea.

Mientras hablaba, había dispuesto todo en la mesa y sirvió gaseosa para él, resignado a que Martín no lo dejaría beber. En ese momento entendía lo agotado que estuvo Mariano luego de la herida que sufrió.

—Por suerte el accidente no fue más grave —comentó con ligereza—, o me habrían tenido amarrado a una camilla y comiendo gelatina sin sabor.
—Eso no lo dudes —replicó ella—. Bien, estoy en un pequeño descanso, pero ya tengo que volver.
—¿Cómo va tu día? —Preguntó él.
—Bien, tengo casi seguro un gran cliente, sólo tengo que disponer del plan de seguros perfecto y podré sellar el trato.
—Te felicito por eso; espero que todo salga bien. Gracias por llamar, pero en serio estoy bien, y tengo a Martín aquí por cualquier cosa.
—Está bien, descansa. Hablamos.

Por la tarde retomaron lo de la investigación; Martín consiguió localizar los datos de una dirección que correspondería al padre de Joaquín, mientras que la dirección de trabajo de la madre de Miguel no fue muy difícil, ya que era la dueña de una empresa de gestión de maquinaria para la pequeña empresa.

—Ya tenemos los datos —Observó Martín—, pero necesitamos pensar en cómo vamos a hacer las cosas.
—Es cierto, no podemos cometer errores ahora; pero, para ser sincero, no tengo la más remota idea de qué decir.
—Pensemos primero en el objetivo central de todo esto; estamos pensando que el centro de todo esto es que Miguel y Joaquín no pueden descansar porque sus alnas no están juntas.

Se llevó las manos a la cabeza, por un segundo incrédulo de lo que estaba diciendo, pero más por sentir que todo eso tenía sentido.

—¿Qué ocurre?
—Nada. Como sea, hay que pensar en algo que funcione, no podemos ir por la vida diciendo “señor, señora, tenemos una especie de conexión espiritual con su hijo muerto”
—Es verdad. Me gustaría decir que se me ocurre algo, pero para ser sincero, cualquier excusa que pienso se me hace demasiado débil. ¿Y si dijéramos algo como que somos de una organización de ayuda a las víctimas?
—Rafael, eso suena pésimo, además ni siquiera sé si es ilegal.

Rafael suspiró.

—Tienes razón, además yo mismo no creería si alguien apareciera después de treinta años para decirme algo como eso. No lo sé, tal vez hay que descansar un poco de todo esto, ha sido un día pesado. Gracias.
—No me des las gracias, esto es algo que vamos a hacer los dos, ya lo acordamos. Pero tienes razón, es bueno tratar de despejarse un poco. Hablando de otra cosa ¿Puedes quedarte solo mañana? Tengo un par de ventas de productos.

Rafael lo miró con las cejas levantadas.

—Martín, estoy bien; me gusta que estés aquí pero no estoy herido de muerte ni nada por el estilo; mañana solo haz lo que tengas que hacer y es todo.
—Está bien, pero descansa y no te vayas a ninguna parte.
—Prometido.

Por la noche, Martín llamó a su hermano; había decidido pasar por alto todo el asunto de Miguel y Joaquín, pero Carlos se había mostrado muy preocupado por el accidente de Rafael y quería mantenerlo al tanto de todo.

—¿Cómo estás?
—Bien —Respondió el chico, con su habitual indiferencia hacia ese tipo de preguntas—. ¿Cómo está Rafael?
—Bien, estuvo descansando y me aseguré de eso; almorzamos pizza y estuvimos charlando de muchas cosas importantes.
—Qué bueno.
—Hasta lo tengo controlado para que se tome el anti inflamatorio y no beba alcohol. ¿Cómo van tus diseños?
—Bien, estuve hablando con un par de personas que quieren algo, pero todavía no se deciden; creo que no confían en mí porque soy muy joven.

Martín había pensado que eso podría llegar a suceder, pero evitó decírselo a su hermano menor porque no encontró un modo de decirlo que no sonara alarmista o sobreprotector; ahora que había sucedido, solo le quedaba apoyarlo.

—Bueno, los negocios a veces son complicados ¿Pensaste hacer una prueba y publicarla en Pictagram?
—Pero ya subí bocetos y trabajos terminados —Indicó el joven.
—Lo sé, pero lo decía por una remera terminada de un diseño cualquiera. Quizás si muestras otro trabajo listo, eso puede demostrarle a esa gente que lo que haces va muy en serio; si quieres te puedo enviar una foto de la mía.
—No lo había pensado —Comentó el chico, reflexionando—. Cuando entregué el trabajo que hice guardé una foto, pero lo hice para archivarla, no se me ocurrió que pudiera servir. Gracias por la idea.
—Nada que agradecer —Martín sonrió en el teléfono—. Me gusta ayudar en lo que pueda.
—¿Puedo hacerte una pregunta?

El trigueño se dijo que poder ayudar a su hermano, aún en cualquier tipo de situación, era algo que nunca quería dejar de hacer.

—Claro que sí, solo dilo.
—¿Solucionaste tus problemas con Rafael? Con lo del accidente pensé que no era momento para preguntarlo, pero tengo esa duda de todos modos.
—No era un problema en sí, fue un malentendido —replicó Martín—, pero respondiendo a tu pregunta, sí, está todo resuelto. Rafael es mi amigo y simplemente teníamos que arreglarlo, así que lo hablamos y todo está bien ahora; tenías razón en lo que me dijiste sobre eso, porque lo solucionamos todo.
—Me alegra que eso sea así.

Después de finalizar la llamada, se quedó pensando en las similitudes que podían existir entre dos hechos a simple vista muy distintos: la dedicación y preocupación mutua que había entre él y su hermano menor era algo parecido a la decisión que había tomado de ayudar a Rafael a desentrañar esa historia antigua.
Se trataba de desconectar un poco de los problemas y situaciones personales para preocuparse de alguien más, incluso involucrándose con dos personas que ya no estaban, y a quienes nunca había conocido; curiosamente, desde el momento en que aceptó esa realidad, supo que era lo correcto, y estar luchando por hacer algo en el lugar de ellos dos lo hacía sentir bien. De algún modo era intentar hacer justicia en nombre de alguien que no podía hacerlo por sí mismo, y era reconfortante pensar en que, en alguna parte y de alguna forma, algo de lo que sucedía en vida sobrevivía a pesar del tiempo.

3


Cuando llegó la noche, Rafael no sabía muy bien qué pensar acerca de todo lo sucedido; por un lado, estaba feliz de contar con el apoyo de Martín, ya que haber recuperado su amistad era algo muy importante para él. En realidad, nunca lo había perdido, pero ese lapso en el que las cosas estuvieron mal fue difícil de aceptar, y se dio cuenta aún más de lo relevante que era para él su cercanía, así como el valor de sostener esa amistad sobre la base de la confianza y la honestidad.
Por otro lado, el avance que hicieron juntos demostraba que ambos podían conseguir cosas que separados no; era como si además de estar siendo testigos de una historia pasada, fueran los encargados de asegurar que tuviera un buen fin. Parecía que estaban tan cerca, que bastaría con hacer unas llamadas o acercarse a visitar a ciertas personas, pero la realidad con la que chocaban estaba cubierta de años de silencio y secreto.
Cuántas veces calló su voz, cuántas veces sus pasos los guiaron por rutas separadas, obligándolos a mentir y esconder un sentimiento puro y auténtico ante un mundo hostil. Ese secreto pesaba ahora, quizás no tanto como en ese lejano pasado, pero se había convertido en parte de las murallas de un complicado laberinto, del cual ellos solo tenían algunas pistas leves.
Apagó la lampara y se dispuso a reposar; y por primera vez, pensó en sumergirse de nuevo en esos sueños con un sentimiento distinto, pidiendo encontrar algo, alcanzar un recuerdo que le permitiera iluminar ese camino manchado de incógnitas.

—¿Recuerdas?
—Sí.

Era un sentimiento puro y poderoso que provenía de ambos; no estaban en el mismo sitio, pero lo recordaban mientras hablaban de ello, transportándose a esa misma emoción que los embargó un día.

—Si algún día ya no estuviéramos juntos.
—No digas eso.

El temor a perderlo era instantáneo; pero, en realidad, no se trataba de eso, sino de pensar en una posibilidad. Era sobre cómo conectarse de todas las formas posibles.

—Escúchame; yo tampoco quiero separarme de ti, y me gustaría que siempre estuviéramos juntos, pero quiero que prestes atención a esto. Ese lugar es el más importante para nosotros ¿No es así?
—Sí, lo es.
—Solo quiero decir que nosotros no tenemos un hogar, no hemos podido tenerlo y seguramente no podremos en el futuro. Pero no importa.

Si tan solo consiguiera ese ascenso en la tienda, podría decirle que tenía una idea, que quería proponerle que comenzaran a vivir juntos; pero, por desgracia, mientras no hubiera un cambio en su trabajo no podía hablar, estaba obligado a esperar hasta que todo se diera a su tiempo, si es que sucedía.

—Ese es nuestro hogar.
—¿Tú crees?
—Sí. El hogar no es un lugar físico, es ese sitio en donde uno se siente pleno, donde está todo lo que necesita; mi vida está contigo, y siento que nunca fuimos tan libres y felices como ahí, aunque haya sido poco tiempo. Me gusta pensar que ese es nuestro lugar, que, si algún día estuviéramos separados por la razón que sea, podemos encontrarnos ahí pase lo que pase; ese siempre será nuestro lugar en el mundo.

Era cierto; al pensarlo, era verdad, se trataba de algo que no se refería a un lugar físico, sino a los sentimientos que nacieron ahí.
Pensar en ese lugar y pensar en él era una misma cosa, y hacerlo era bueno para él.
Ese sería su lugar, donde podrían ser ellos sin mentiras y sin máscaras.


Próximo capítulo: Último paso

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