Narices frías Capítulo 41: Secuestro




Si todo lo que había vivido antes no hubiese sido suficiente para convencer a Román de que todo estaba fuera de control, su llegada hasta el servicio de urgencia habría bastado para terminar de hacerlo creer.
Pero en su mente ya no estaban estas dudas; se sentía como una persona por completo diferente, alguien a quien desconocía, y estaba en un mundo tan caótico y falto de sentido que nada de lo que conocía desde antes tenía importancia. Toda su vida había estado condicionada por la muerte de un cachorro por consecuencia de un acto suyo, pero momentos antes tuvo que matar a varios animales intentando defender a una persona, una paradoja que era imposible de resolver de forma satisfactoria. Había fallado como policía y como hombre, intentando representar una especie de ideal humano en contra de una organización cuyos fines no le eran claros, pero eran evidentemente criminales.
La radio de la policía, que con el corte de luz en el distrito se mantuvo operativa, solo emitía el murmullo de la red, pero nadie comunicaba, y eso era reflejo de que la amenaza invisible se extendía en todas direcciones.
¿Y la urgencia?
Él lugar se había convertido en un escenario digno de una película del más alocado director; había vehículos estacionados en zonas incorrectas, y tanto los paramédicos como el personal estaba por completo ocupado con unas visitas que no deberían estar ahí.
Había roedores, gatos, perros y aves en el lugar, y todas las personas de uniforme estaban ocupados de ellos, cuidándolos, acariciándolos o jugando con cada uno, como si fuese todo a lo que pudieran prestar atención. Las luces de emergencia del lugar iluminaban de forma tenue sus acciones, pero no podían disimular el significado enfermizo de todo eso; los animales, que minutos atrás le habían parecido seres violentos y poseídos por una fuerza misteriosa, ahora eran la viva imagen de la ternura y amabilidad, símbolo de quien merece respeto, cariño y atención.
Pero todo eso estaba mal. Era imposible pensar que pudiese ser correcto, porque en principio se trataba de una situación anómala por sí misma, pero con mucha mayor razón considerando lo que estaba pasando; había un corte de luz generalizado, y de seguro pacientes muy graves a la espera. Entró en el lugar con una creciente sensación de incomodidad, ya que en la recepción todas las personas parecían ignorantes a cualquier cosa que sucediera, incluyéndolo a él pasando junto a ellos; buscó en los ojos de los animales algún rastro de la violencia salvaje que vio poco tiempo atrás, pero esta parecía reemplazada por la inocente ternura típica de los animales domésticos.
Debería sentirse tranquilo de encontrar algo similar a la normalidad, pero su reacción fue opuesta a esto: sintió ganas de vomitar, o de gritar, o de hacer cualquier cosa violenta que lo remeciera, lo que fuese que impidiera que esa aparente tranquilidad se colara entre sus pensamientos como una posibilidad concreta.
No estaba bien, nada de eso era correcto, se trataba de una especie de hechizo vertido en ese lugar, por completo opuesto a lo que sucedía en los puntos por donde había pasado tan solo minutos antes. Tuvo que exigirse conservar la calma y seguir adentrándose, buscando algo que ya no estaba tan claro en su mente, que poco a poco se desvanecía entre las nieblas del agotamiento y las heridas sufridas.
Las heridas.
No había tenido oportunidad para pensar en eso después de su paso por las instalaciones de Narices frías, pero al considerarlo, creyó que era demasiado probable que los animales tuviesen algún mal, provocado o no, que generara esos cambios. No era rabia, se trataba de algo mucho más fuerte e impredecible, que por un lado podía transformarlos en bestias mortíferas, y por otro en criaturas capaces de hipnotizar a quienes estuvieran a su paso.
Dado que la gente a su alrededor no le hacía caso, entró tras el mesón de recepción y buscó en él algo de información que pudiera serle de utilidad, intentando ignorar a la mujer que, sentada a dos pasos de él, hablaba en susurros con un hámster blanco que tenía en las manos.
Encontró en el escritorio un mapa del lugar, agradeciendo que incluyera la localización del depósito de medicamentos; satisfecho de poder estar encontrando algo, revisó en la pantalla del ordenador la ubicación de los pacientes ingresados, y entre ellos al único que conocía, al menos de vista.
Con el número de la habitación 203 en mente caminó por esos pasillos imposibles, y no le fue difícil dar con el depósito de medicamentos; sin alguien que se opusiera o siquiera le prestara atención, entró en el cuarto abarrotado de productos y se detuvo a buscar en ellos lo que necesitaba. Había tomado un entrenamiento básico y sabía que, en caso de haber sido mordido por un animal con rabia, necesitaría una vacuna anti rábica e inmunoglobulina para activar su sistema inmune, además de antibióticos. Después de conseguir lo que necesitaba, puso las dosis y los elementos necesarios en una bolsa plástica, y se dispuso a lavarse las heridas; pero solo en ese momento notó que tenía una mordedura en el abdomen, lo que aumentaba el número de zonas que atender.
Mientras se quitaba la camisa y lavaba las heridas del torso y brazos en el lavamanos del depósito, se preguntó con seriedad qué era lo que iba a hacer luego de salir de ahí; todo estaba perdido, y de seguro no mejoraría desde que tuvo la mala idea de ir a presentarse ante la gente que controlaba a los animales. Creyó que podía descubrir algo o incluso hacer algún tipo de amenaza, pero ellos ya sabían todo y estaban cinco pasos por delante.
Después de aplicarse la vacuna contra la rabia y la inmunoglobulina, fue hasta el cuarto en donde estaba el hombre que había sido atacado por el parricida, pero no lo encontró ahí. A juzgar por el estado del cableado, y las manchas de sangre en la camilla y en el suelo, no era difícil pensar que ese hombre había salido de allí por sus propios medios; se le hizo curioso de un modo enfermizo que esa perspectiva lo alegrara, pero de hecho fue así, ya que significaba que él no era el único en todo ese lugar que sabía que las cosas estaban terriblemente mal. Avanzó a paso rápido por los pasillos, hasta que encontró la salida trasera, y cerca de ella más manchas de sangre.
Era una locura, pero dejaría a todas esas personas enfermas o heridas a su suerte, a la espera de que los demás reaccionaran y se ocuparan de ellos; tenía que encontrar a Dante y sacar de ahí a quien quizás era la única persona en todo el distrito a quien podía salvar. No podía haber ido muy lejos, ya que las manchas de rojo vivo en la puerta eran muy recientes; de seguro estaba arriesgando todo con tal de salvarse de algo que ya había enfrentado antes, con apenas suerte para respirar.
Mientras rastreaba, no vio que alguien lo observaba desde cierta distancia.


Próximo capitulo: Alianza o traición

  







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