Para
el momento en que vieron al policía salir por la puerta trasera de la urgencia,
Matías y Dante estaban ocultos tras los matorrales de la construcción vecina;
el adolescente sostenía al hombre, que reposaba su peso en él, cansado y
tembloroso.
—¿Se
fue?
—No,
pero se está alejando.
Matías
había corrido a la urgencia en cuanto fue capaz de reaccionar; de todos modos,
no estaba intacto, ya que perros y aves lo acechaban al exterior de la casa de
Greta y sufrió ataques de los que solo pudo escapar corriendo con toda su
fuerza.
—Lo
hiciste muy bien, me salvaste.
Dante
sentía que el suelo se hundía bajo sus pies, pero la adrenalina estaba haciendo
un buen trabajo en esos momentos y esperaba que siguiera así, para anular el
dolor del pecho y permitirle seguir despierto. Cuando llegaron esas personas
con el rostro cubierto y dejaron a los animales dentro de la urgencia, fingió
estar dormido, guiado por un sentimiento de supervivencia que estaba al máximo
desde el momento en que fue atacado en su casa. Esperó inmóvil, con los ojos
cerrados y manteniendo el ritmo de la respiración parejo, esperando que nadie
se acercara demasiado hasta su camilla.
Luego
vino el silencio, y se animó a mirar otra vez, encontrándose
con que el enfermero
que había entrado a esa
habitación estaba sentado en el suelo con un loro en los brazos, con
el que
hablaba cariñosamente.
Se dijo que era su oportunidad de salir a investigar, con la excusa
preparada de decir que necesitaba ayuda; pero cuando se encontró con el mismo
panorama en los pasillos, su instinto de supervivencia le dijo que tenía en sus
manos el momento indicado para salir de ahí, antes que lo que fuese que
estuviera pasando lo afectara.
Estaba en eso cuando se encontró con Matías, que llegó
a toda carrera al lugar; Dante no recordaba haberlo visto alguna vez, pero el
chico lo reconoció y le dijo que tenían que irse porque los animales se habían
vuelto locos. Enfrentado a una situación que amenazaba con exceder sus
capacidades, Dante no tuvo opción más que confiar en él y decirle que se
unieran ante esa dificultad; entraron al cuarto de suministros, desde donde el
hombre tomó un uniforme, medicamentos y un bisturí, y se dispusieron a escapar
de la urgencia. Fue en ese momento que Matías se acercó a la entrada y vio el
auto del policía llegando.
—Llámalo.
—¿Qué?
Matías no sabía conducir, y Dante no estaba seguro de
tener la fuerza suficiente para hacerlo; por eso, decidió que tenían que recurrir
a él, confiar en que querría ayudarlos, y a partir de ahí improvisar.
—Hazlo. Necesitamos su auto y lo necesitamos a él.
Escucha, estaré atento, y si pasa cualquier cosa, yo me haré cargo.
Matías miró en dirección al policía y no pudo evitar
sentir pánico; había hecho eso por Greta, porque ella estuvo preocupada por
Dante, y después de perderla a ella, la única luz que quedaba era salvarlo a
él. Tenía miedo de ese sentimiento, pero era mejor que el vacío absoluto de
quedarse en la nada.
—Está bien.
Dejó a Dante y se animó a salir a la vista, pero no
fue capaz de hablar; Román se percató de movimiento cerca y volteó hacia la
instalación vecina mientras se llevaba la mano al arma, pero lo descartó al ver
que se trataba de un adolescente.
—¿Te encuentras bien?
—Necesitamos ayuda.
Román se acercó a paso decidido; poco después vio al
hombre reclinado contra la pared y reconoció al herido del atentado.
—Eres tú.
—Escucha, todo esto es una locura —lo interrumpió
Dante—, vi a unas personas traer esos animales para acá, y ahora todos parecen
zombis; mi amigo y yo necesitamos ayuda.
Era casi un milagro que ese hombre pudiera estar
moviéndose después de la herida que había sufrido, pero eso no era importante
en comparación con la información que tenía; si había personas encargadas de
dejar esas mascotas por el distrito, significaba que estaban hipnotizando a la
gente. Después de la violencia, el olvido, por eso la mujer permitió que él se
fuera, porque ya tenía todo bajo control.
—¿Puedes moverte?
—Sí. Tenemos que salir de aquí, en cualquier momento
puede aparecer esa gente de nuevo.
—¿Pudiste ver cómo eran o cómo estaban vestidos?
—No, solo los escuché ¿Vas a ayudarnos?
Román no sabía si eso era lo correcto, pero encontrar
a alguien que no estuviera completamente demente era un enorme paso adelante;
además, aunque ya hubiese abandonado todos los principios que tenía en pos de
su supervivencia, no podía dejar de ayudar a alguien que lo necesitara.
—Mi auto está en la parte de adelante, puedo sacarlos
del distrito.
—Tenemos que llevar cosas, no podemos ir así —apuntó
Dante—, si tienes un auto, podemos pasar rápido a recoger algo y nos iremos;
será más seguro si estamos todos juntos.
Román había pensado en ir a su casa, pero la urgencia
por ponerse a salvo y escapar de un peligro inimaginable habían hecho que
bloqueara esa posibilidad. Sin embargo, en su casa tenía más municiones, algo
que era básico en un momento como ese.
—Está bien, pero tendremos que ser muy precisos. No
hay electricidad ni redes para comunicarse y no sabemos si esa gente va a
tratar de hacer algo o no. ¿entienden? —Chico ¿Qué le sucedió a tus padres?
—Ellos no están —replicó Matías—, no están en el
distrito. No quiero ir a casa, no tengo nada que salvar.
Román asintió con gravedad.
—Lo lamento.
—No estamos demasiado lejos de mi casa —acotó Dante—,
debes recordarlo. No tardaremos.
Rodearon la urgencia y se acercaron al automóvil. En
ese momento vieron que estaba cubierto de roedores.
—Maldición.
Las personas que estaban en la entrada parecían ignorantes
por completo a lo que estaba sucediendo a tan solo unos metros de ellas;
continuaban jugando o hablando en cuchicheos con los animales que tenían en sus
regazos, como si a pasos no hubiera otros animales con una actitud amenazante.
—¿Qué haces?
—No se muevan.
Decidió
que estaba cansado de todo eso, y que no iba a permitir que le quitaran su
auto, que en ese momento era casi lo único que tenía; después de unos segundos
de espera, apuntó y realizó un tiro directo al techo, que voló por los aires a tres
o cuatro roedores y detonó la alarma del vehículo. Los pequeños animales
entraron en pánico, pero Román supo que no era seguro acercarse y abrir la
puerta, porque al hacerlo cualquiera podría colarse en el interior.
—Toma.
Matías
había vuelto a entrar en la urgencia, y le alcanzó una toalla empapada por un
lado en alcohol; sorprendido por la rapidez de su reacción, el policía le
prendió fuego por el extremo y la agitó cerca del auto. A pesar de la actitud
violenta de los roedores, que estaban a la espera de atacar, el fuego y el
calor fue suficiente para obligarlos a alejarse del techo del vehículo.
—¡Ahora,
suban!
Matías
ayudo a Dante a llegar hasta el auto y sentarse en el asiento del copiloto; un
segundo después ya estaban los tres arriba, y el policía buscó frenéticamente
en la guantera mientras arrancaba.
—¿Qué
haces?
—Toma,
revisen el auto —replicó mientras le pasaba una linterna—, creo que no se metió
ninguno, pero es mejor que revisen bien. Chico ¿Estás seguro de que no tienes
algo que ir a buscar a tu casa? No sé cuando se pueda volver a este lugar.
Matías
negó con la cabeza mientras encendía la linterna; la idea de pasar tan cerca
del lugar de donde huyó y perdió a Greta se le hacía insoportable.
—Tenemos
que ser prácticos —continuó el policía hacia Dante—; piensa en qué puede servir
de tu casa, no tenemos tiempo para sentimentalismos.
—No
importa, no estoy pensando en sentimientos.
Román
aceleró a fondo, y en cosa de minutos estuvieron de regreso en su casa; no pudo
evitar sentir una ola de angustia por lo último que recordaba haber vivido ahí.
Nunca había sido alguien especialmente sentimental, y por eso no tenía una gran
cantidad de objetos que fueran importantes; pero algo de eso había, lo
suficiente para que fuera necesario pasar por ahí, mientras en su interior
tenía la sensación de que nunca volvería. como si en ese momento el distrito se
estuviera convulsionando antes de su destrucción total.
Entró
solo, y procurando mantenerse firme fue hasta su cuarto, en donde casi había
muerto; ignorando las huellas de sangre que aún estaban en el suelo, se acercó
al armario y sacó de él una mochila, en donde guardó rápido algo de ropa, sus documentos,
la cadena de oro que era una de sus pertenencias más preciadas, y la navaja con
la que aprendió a defenderse con maestría. Hasta el momento, el policía parecía
alguien confiable, pero no se iba a quedar con esa idea sin estar prevenido; de
momento les servía para salir del distrito, pero si era necesario eliminarlo,
lo haría.
—Así
que es tu amigo —le
dijo Román a Matías, mirándolo por el retrovisor.
—Sí.
No
parecía ser de muchas palabras, y no parecía tener mucho que ver con ese
hombre, pero no era su labor meterse en eso; Román estaba cada vez más cansado,
y necesitaba ponerse en movimiento otra vez para que su organismo pudiese
reactivarse y seguir funcionando. Necesitaba seguir despierto, al menos hasta
el amanecer, y después podría pensar en descansar.
—¿Estás
herido?
—No.
—Entonces
esa sangre es de alguien que estaba contigo —concluyó el oficial, volteando
hacia él—, no importa si no quieres hablar de eso. Solo quiero que sepas que lo
lamento.
Matías
asintió, pero no respondió. No sabía qué hacer con ese dolor sordo por Greta,
de modo que lo único que podía era ponerse a salvo a sí mismo; ella se preocupó
por él, le dijo que huyera, y era el único deseo que podía intentar cumplir.
Dante
regresó caminando con algo de dificultad, y cuando estuvo arriba, el vehículo
emprendió veloz marcha hacia la casa de Román.
—Saldremos
por el extremo norte del distrito, es lo más rápido.
—Como
quieras. Solo espero que no haya alguien bloqueando las vías de salida.
Román
no replicó a eso, pero Dante tenía razón; las principales vías de salida del
distrito eran solo cuatro, y en el extremo al que se dirigían podía pasar
cualquier cosa. Se maldijo por no haber pensado en eso antes.
Próximo
capítulo: Un camino amable
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