Narices frías Capítulo 42: Alianza o traición





Para el momento en que vieron al policía salir por la puerta trasera de la urgencia, Matías y Dante estaban ocultos tras los matorrales de la construcción vecina; el adolescente sostenía al hombre, que reposaba su peso en él, cansado y tembloroso.

—¿Se fue?
—No, pero se está alejando.

Matías había corrido a la urgencia en cuanto fue capaz de reaccionar; de todos modos, no estaba intacto, ya que perros y aves lo acechaban al exterior de la casa de Greta y sufrió ataques de los que solo pudo escapar corriendo con toda su fuerza.

—Lo hiciste muy bien, me salvaste.

Dante sentía que el suelo se hundía bajo sus pies, pero la adrenalina estaba haciendo un buen trabajo en esos momentos y esperaba que siguiera así, para anular el dolor del pecho y permitirle seguir despierto. Cuando llegaron esas personas con el rostro cubierto y dejaron a los animales dentro de la urgencia, fingió estar dormido, guiado por un sentimiento de supervivencia que estaba al máximo desde el momento en que fue atacado en su casa. Esperó inmóvil, con los ojos cerrados y manteniendo el ritmo de la respiración parejo, esperando que nadie se acercara demasiado hasta su camilla.
Luego vino el silencio, y se animó a mirar otra vez, encontrándose con que el enfermero que había entrado a esa habitación estaba sentado en el suelo con un loro en los brazos, con el que hablaba cariñosamente. Se dijo que era su oportunidad de salir a investigar, con la excusa preparada de decir que necesitaba ayuda; pero cuando se encontró con el mismo panorama en los pasillos, su instinto de supervivencia le dijo que tenía en sus manos el momento indicado para salir de ahí, antes que lo que fuese que estuviera pasando lo afectara.
Estaba en eso cuando se encontró con Matías, que llegó a toda carrera al lugar; Dante no recordaba haberlo visto alguna vez, pero el chico lo reconoció y le dijo que tenían que irse porque los animales se habían vuelto locos. Enfrentado a una situación que amenazaba con exceder sus capacidades, Dante no tuvo opción más que confiar en él y decirle que se unieran ante esa dificultad; entraron al cuarto de suministros, desde donde el hombre tomó un uniforme, medicamentos y un bisturí, y se dispusieron a escapar de la urgencia. Fue en ese momento que Matías se acercó a la entrada y vio el auto del policía llegando.

—Llámalo.
—¿Qué?

Matías no sabía conducir, y Dante no estaba seguro de tener la fuerza suficiente para hacerlo; por eso, decidió que tenían que recurrir a él, confiar en que querría ayudarlos, y a partir de ahí improvisar.

—Hazlo. Necesitamos su auto y lo necesitamos a él. Escucha, estaré atento, y si pasa cualquier cosa, yo me haré cargo.

Matías miró en dirección al policía y no pudo evitar sentir pánico; había hecho eso por Greta, porque ella estuvo preocupada por Dante, y después de perderla a ella, la única luz que quedaba era salvarlo a él. Tenía miedo de ese sentimiento, pero era mejor que el vacío absoluto de quedarse en la nada.

—Está bien.

Dejó a Dante y se animó a salir a la vista, pero no fue capaz de hablar; Román se percató de movimiento cerca y volteó hacia la instalación vecina mientras se llevaba la mano al arma, pero lo descartó al ver que se trataba de un adolescente.

—¿Te encuentras bien?
—Necesitamos ayuda.

Román se acercó a paso decidido; poco después vio al hombre reclinado contra la pared y reconoció al herido del atentado.

—Eres tú.
—Escucha, todo esto es una locura —lo interrumpió Dante—, vi a unas personas traer esos animales para acá, y ahora todos parecen zombis; mi amigo y yo necesitamos ayuda.

Era casi un milagro que ese hombre pudiera estar moviéndose después de la herida que había sufrido, pero eso no era importante en comparación con la información que tenía; si había personas encargadas de dejar esas mascotas por el distrito, significaba que estaban hipnotizando a la gente. Después de la violencia, el olvido, por eso la mujer permitió que él se fuera, porque ya tenía todo bajo control.

—¿Puedes moverte?
—Sí. Tenemos que salir de aquí, en cualquier momento puede aparecer esa gente de nuevo.
—¿Pudiste ver cómo eran o cómo estaban vestidos?
—No, solo los escuché ¿Vas a ayudarnos?

Román no sabía si eso era lo correcto, pero encontrar a alguien que no estuviera completamente demente era un enorme paso adelante; además, aunque ya hubiese abandonado todos los principios que tenía en pos de su supervivencia, no podía dejar de ayudar a alguien que lo necesitara.

—Mi auto está en la parte de adelante, puedo sacarlos del distrito.
—Tenemos que llevar cosas, no podemos ir así —apuntó Dante—, si tienes un auto, podemos pasar rápido a recoger algo y nos iremos; será más seguro si estamos todos juntos.

Román había pensado en ir a su casa, pero la urgencia por ponerse a salvo y escapar de un peligro inimaginable habían hecho que bloqueara esa posibilidad. Sin embargo, en su casa tenía más municiones, algo que era básico en un momento como ese.

—Está bien, pero tendremos que ser muy precisos. No hay electricidad ni redes para comunicarse y no sabemos si esa gente va a tratar de hacer algo o no. ¿entienden? —Chico ¿Qué le sucedió a tus padres?
—Ellos no están —replicó Matías—, no están en el distrito. No quiero ir a casa, no tengo nada que salvar.

Román asintió con gravedad.

—Lo lamento.
—No estamos demasiado lejos de mi casa —acotó Dante—, debes recordarlo. No tardaremos.

Rodearon la urgencia y se acercaron al automóvil. En ese momento vieron que estaba cubierto de roedores.

—Maldición.

Las personas que estaban en la entrada parecían ignorantes por completo a lo que estaba sucediendo a tan solo unos metros de ellas; continuaban jugando o hablando en cuchicheos con los animales que tenían en sus regazos, como si a pasos no hubiera otros animales con una actitud amenazante.

—¿Qué haces?
—No se muevan.

Decidió que estaba cansado de todo eso, y que no iba a permitir que le quitaran su auto, que en ese momento era casi lo único que tenía; después de unos segundos de espera, apuntó y realizó un tiro directo al techo, que voló por los aires a tres o cuatro roedores y detonó la alarma del vehículo. Los pequeños animales entraron en pánico, pero Román supo que no era seguro acercarse y abrir la puerta, porque al hacerlo cualquiera podría colarse en el interior.

—Toma.

Matías había vuelto a entrar en la urgencia, y le alcanzó una toalla empapada por un lado en alcohol; sorprendido por la rapidez de su reacción, el policía le prendió fuego por el extremo y la agitó cerca del auto. A pesar de la actitud violenta de los roedores, que estaban a la espera de atacar, el fuego y el calor fue suficiente para obligarlos a alejarse del techo del vehículo.

—¡Ahora, suban!

Matías ayudo a Dante a llegar hasta el auto y sentarse en el asiento del copiloto; un segundo después ya estaban los tres arriba, y el policía buscó frenéticamente en la guantera mientras arrancaba.

—¿Qué haces?
—Toma, revisen el auto —replicó mientras le pasaba una linterna—, creo que no se metió ninguno, pero es mejor que revisen bien. Chico ¿Estás seguro de que no tienes algo que ir a buscar a tu casa? No sé cuando se pueda volver a este lugar.

Matías negó con la cabeza mientras encendía la linterna; la idea de pasar tan cerca del lugar de donde huyó y perdió a Greta se le hacía insoportable.

—Tenemos que ser prácticos —continuó el policía hacia Dante—; piensa en qué puede servir de tu casa, no tenemos tiempo para sentimentalismos.
—No importa, no estoy pensando en sentimientos.

Román aceleró a fondo, y en cosa de minutos estuvieron de regreso en su casa; no pudo evitar sentir una ola de angustia por lo último que recordaba haber vivido ahí. Nunca había sido alguien especialmente sentimental, y por eso no tenía una gran cantidad de objetos que fueran importantes; pero algo de eso había, lo suficiente para que fuera necesario pasar por ahí, mientras en su interior tenía la sensación de que nunca volvería. como si en ese momento el distrito se estuviera convulsionando antes de su destrucción total.
Entró solo, y procurando mantenerse firme fue hasta su cuarto, en donde casi había muerto; ignorando las huellas de sangre que aún estaban en el suelo, se acercó al armario y sacó de él una mochila, en donde guardó rápido algo de ropa, sus documentos, la cadena de oro que era una de sus pertenencias más preciadas, y la navaja con la que aprendió a defenderse con maestría. Hasta el momento, el policía parecía alguien confiable, pero no se iba a quedar con esa idea sin estar prevenido; de momento les servía para salir del distrito, pero si era necesario eliminarlo, lo haría.

—Así que es tu amigo le dijo Román a Matías, mirándolo por el retrovisor.
—Sí.

No parecía ser de muchas palabras, y no parecía tener mucho que ver con ese hombre, pero no era su labor meterse en eso; Román estaba cada vez más cansado, y necesitaba ponerse en movimiento otra vez para que su organismo pudiese reactivarse y seguir funcionando. Necesitaba seguir despierto, al menos hasta el amanecer, y después podría pensar en descansar.

—¿Estás herido?
—No.
—Entonces esa sangre es de alguien que estaba contigo —concluyó el oficial, volteando hacia él—, no importa si no quieres hablar de eso. Solo quiero que sepas que lo lamento.

Matías asintió, pero no respondió. No sabía qué hacer con ese dolor sordo por Greta, de modo que lo único que podía era ponerse a salvo a sí mismo; ella se preocupó por él, le dijo que huyera, y era el único deseo que podía intentar cumplir.
Dante regresó caminando con algo de dificultad, y cuando estuvo arriba, el vehículo emprendió veloz marcha hacia la casa de Román.

—Saldremos por el extremo norte del distrito, es lo más rápido.
—Como quieras. Solo espero que no haya alguien bloqueando las vías de salida.

Román no replicó a eso, pero Dante tenía razón; las principales vías de salida del distrito eran solo cuatro, y en el extremo al que se dirigían podía pasar cualquier cosa. Se maldijo por no haber pensado en eso antes.


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