Después de salir del departamento donde
había tenido la mala idea de entrar, Carlos tuvo que asumir que no sería
posible salir del distrito por medios habituales; resultaba evidente que no
estaban pasando vehículos de ningún tipo, lo que significaba que para salir
tendría que robar un auto.
Sabía conducir lo mínimo, pero con las
calles vacías no debería ser un problema demasiado grande; el asunto era robar
uno. No se le ocurrió tomar el de su padre, y de ninguna forma volvería a la
casa, ya que no estaba seguro de poder soportarlo.
Después de varios minutos de caminata y
búsqueda, un auto gris no demasiado llamativo apareció ante sus ojos, en las
condiciones que esperaba: con la llave encendido, y decidió que al menos tenía
que intentarlo.
—Tobías, voy a hacer ruido, tendrás que
taparte los oídos.
Dejó al niño a una cierta distancia y
tomó de cerca de un árbol una piedra que le preció lo suficientemente grande y
pesada. Sin pensar más, la arrojó con toda su fuerza contra la ventana trasera,
del lado del conductor. El vidrio se hizo añicos y de inmediato el sonido de la
alarma cortó el silencio que hasta entonces los había rodeado.
Intentando no pensar en lo que podía
pasar, metió el brazo por la ventana, quitó el seguro y abrió la puerta
delantera, del lado del conductor. Una vez en el asiento tomó la llave desde el
encendido y con ella apagó la alarma que estaba taladrando sus oídos.
Con el corazón en la mano salió del auto
y volvió donde Tobías, que lo esperaba con los oídos tapados como él había
indicado que hiciera; el pequeño parecía preocupado por el sonido que
seguramente había percibido de todos modos.
—¿Estás bien?
—Sí —replicó pequeño.
—Bien, vamos. Espero que todo salga
bien.
Después de mirar en todas direcciones,
guió al pequeño hasta el vehículo y lo dejó junto para despejar de vidrios el
asiento trasero; dejó la mochila que llevaba a la espalda junto con la otra más
pequeña en ese lugar, y abrió manualmente la del copiloto. Se tardó algunos
segundos más en buscar en su mochila una toalla y la aseguró en la ventana que
había roto, esperando que esa débil barrera fuese suficiente para evitar que
algún animal intentase entrar mientras avanzaban.
—Haremos el viaje en auto.
—Bueno.
¿Qué tanto recordaba de cómo conducir?
Su padre le había enseñado lo mínimo, y no fue una situación exactamente de
tiempo de calidad conduciendo; la razón por la que había sucedido era por
imagen ante los demás, y duró lo mínimo para que en las casas vecinas supieran
que él estaba tomando ese tipo de aprendizaje. Una vez ambos estuvieron
sentados puso la llave en el encendido y esperó a que el suave ronroneo del
motor lo tranquilizara un poco.
«Puedes hacerlo»
Al momento de poner las manos en el
volante, no pudo menos que notar que sus nudillos estaban blancos por la tensión;
recordó los pasos, y se obligó a seguirlos al pie de la letra. El arranque fue
un poco brusco y sintió que podía perder el control, pero no fue así y pudo
mantener el vehículo derecho, a poca distancia de la vereda, avanzando hacia el
norte.
—¿Te gusta viajar en auto?
—Sí, un poco.
Era evidente que los dos estaban
nerviosos; Carlos no quiso mencionar el asunto para no hacerlo más complicado
para ambos, pero resultaba inquietante que al estar a bordo de un vehículo no
se sintiera realmente más seguro que mientras estaban en la calle. Se dijo que
al menos con un auto era más rápido moverse y escapar de cualquier cosa que
apareciera en su camino; esa idea tendría que ser suficiente para darse fuerzas
suficientes para avanzar y no perder el control.
«Iremos hacia la ciudad más cercana, eso
será lo más seguro.»
Quiso decirlo en voz alta, pero se
detuvo; hasta el momento habían tenido algo parecido a la suerte, pero no
estaba en condiciones de aseverar que la seguridad estaría garantizada.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto.
—¿Qué había dentro de ese departamento?
No era algo inesperado, pero en el fondo
esperaba que Tobías no se hubiese dado cuenta de ello; o al menos que decidiera
pasarlo por alto.
—Algo malo.
—¿Otro animal como el que entró a mi
casa?
Resultó sorpresivo escucharlo hablar con
esa resolución; solo entonces Carlos entendió que el pequeño estaba mucho más
asustado que él en todos los aspectos, y esto no era por su dificultad para
ver, sino porque a su edad aún no entendía en toda su magnitud lo absoluto de
la muerte. En el fondo él tampoco lo entendía, pero ya había tenido la
oportunidad de ver esa mirada vacía y sin vida en sus padres, y ese golpe de
realidad era suficiente para entender que lo que fuera que estuviese pasando en
el distrito, tenía consecuencias que eran imposibles de revertir.
—No, no era eso exactamente.
—¿Qué era?
—No sé describirlo, pero es mejor que no
pienses en eso. No pensemos en eso.
Por otro lado, en su mente seguía dando
vueltas la idea que antes había surgido ¿Existía la posibilidad de que Tobías
pudiese ver a los animales o percibir a los humanos vivos de un modo mucho más
detallado de lo que él había supuesto en un principio? Esa cosa que causó la
violencia en los animales y esa especie de vacío de vida en las personas era
visible para sus ojos por lo que estaba en la superficie, pero quizás el cambio
era mucho más profundo, algo que no era posible ver por otro que no fuera él.
Pero pensar en utilizar al pequeño como
un radar para detectar peligros le resultaba horrible de solo pensarlo; se
suponía que era él quien tenía que protegerlo y no al revés, y si traicionaba
eso, no sabía qué le quedaría. Porque en el fondo, después de lo que había
visto y vivido, Tobías era lo único que lo mantenía siendo humano, y necesitaba
sentir que era capaz de sentir miedo o preocupación por alguien, o de lo
contrario abandonaría cualquier intento.
—Me gustan los chocolates blancos.
Carlos mantenía la vista fija en la
pista, pero se tomó un instante para desplazar la mirada hacia el asiento del
copiloto; Tobías estaba sentado muy derecho, se había puesto el cinturón de
seguridad y tenía la vista fija al frente. Iban a cincuenta y parecía que todo
estaba en idéntica calma calle tras calle, mientras dentro del vehículo los
miedos susurraban en sus oídos.
—A mí me gustan con almendras —replicó intentando
sonar casual—, deberíamos comer unos chocolates después ¿No crees?
—Sí. Eso me gustaría.
No lo había dicho con especial emoción,
pero Carlos quiso convencerse de que podría estar bien. Que cuando lograran
salir del distrito y se le ocurriera qué hacer, y a Tobías la realidad de la
muerte de sus padres le cayera encima, pudiera resistirlo y sobreponerse;
también quiso creer que él se sobrepondría.
Próximo capítulo: Secuestro
No hay comentarios:
Publicar un comentario