Narices frías Capítulo 44: Hacia el norte





En cuanto vio el camión entrando en la carretera urbana, Román sintió que algo distinto estaba pasando; iba a una velocidad un poco mayor de la esperada para un vehículo de esa envergadura, y llevaba todas las luces apagadas. Era la primera máquina que veía en movimiento, y pese a que eso debería alegrarlo, no lo hizo en absoluto.

—Va un auto delante.

El policía no replicó a ello, ya que Dante estaba en el asiento del copiloto y tenía mejor vista que él. Algo iba demasiado mal en todo eso.

—¿Junto al camión?
—Vas a decir que estoy loco, pero yo diría que está huyendo.

La posibilidad no era descabellada, aunque sí poco oportuna; Román estaba muy cansado y no sabía si podría hacerse cargo de más personas.

—¿Por qué lo piensas?
—Porque no conduce bien —respondió el otro—, parece como si apenas supiera cómo tomar el volante.
¿Ves algo más?
—No, está demasiado oscuro.
Miren afuera.

La gélida voz de Matías hizo que ambos hicieran caso de la instrucción. Y lo que vio Dante hizo que se le helara la sangre; los animales estaban a los costados de la vía, mirando fijo al interior de esta, inmóviles como si aguardaran una instrucción de algún tipo.

—Están por todas partes.
—¿Y si el camión es de ellos y el auto es gente que está tratando de escapar? —Matías sonaba frío y aterrado a partes iguales— Tal vez no somos los únicos que estamos intentando escapar.

Román presionó a fondo el acelerador, y el efecto de la velocidad hizo que el hombre sintiera el cansancio en su cuerpo, por todas las experiencias vividas ¿Cómo podría hacerse cargo de más personas? El camión se percató de su presencia y comenzó a avanzar en zigzag, lo que reforzaba la sugerencia de Matías acerca de qué ocurría con el auto que precedía al vehículo de gran tamaño. Con las luces apagadas, no resultaba difícil imaginar que el que conducía pretendía pasar desapercibido en la noche, pero ¿Por qué? Atacar a alguien en medio de la vía de salida del distrito podía significar solo una cosa para él: el vehículo era enviado por Narices frías para evitar que alguien saliera.
Sorpresivamente el camión frenó, cortando el relativo silencio de la carretera, y Román tuvo que presionar el pedal del freno para evitar ir directo hacia el gran armatoste; mientras profería una maldición, intentó maniobrar para pasar adelante, pero el otro volvió a moverse y avanzó en diagonal por la pista, bloqueando por completo el paso. Durante un terrible segundo, el policía tuvo punto de vista con el automóvil que iba más adelante, y las luces de los faros le permitieron ver con suficiente claridad que ahí había un muchacho.

—Maldita sea.
—Disparate a las ruedas —exclamó Dante.
—No es tan sencillo, no es como en las películas.

El otro hombre extendió la mano derecha hacia él, mientras con la izquierda se cubría el pecho; en su rostro estaba marcada una fría decisión que le hizo entender por anticipado lo que iba a decirle.

—No tienes que hacerlo tú.

Lo estaba exculpando de un potencial crimen ¿Qué importaba, después de todo, su escala de valores en un lugar infernal como ese? Nada era como debería, pero incluso en el fin de todo, tenía que reconocer que había cosas de las que no lograba librarse.

—¿Sabes usarla?
—Descuida —respondió con voz ronca.

Román se sintió un poco desnudo al entregarle el arma, pero concentró la vista en la carretera urbana y en el escaso rango de visión que le permitía la luz de los faros; avanzando a alta velocidad tras un camión errático, intentó pensar en que lo que estaba sucediendo no terminaría en tragedia, y dejó que Dante se habituara al arma.

Carlos estaba sudando, e intentando por todos los medios no pensar en el amenazador avance del camión que estaba persiguiéndolos; la distancia era cada vez menor, y algo en su interior le decía que no alcanzaría a alejarse lo suficiente. Le dolían las manos aferradas al volante, pero aún con la velocidad extra que habían ganado era algo que todavía podía controlar. Tobías no decía palabra, pero se había mantenido estoico mirando al frente, obedeciendo a su arriesgada petición de ser sus ojos en esa noche.
Cuando el camión frenó, sintió un ápice de alivio, que de inmediato se convirtió en pánico, al ver que retomó la marcha en una nueva carrera, que ahora iba en un zigzag de ruido de motor y neumáticos. De pronto, un aterrador sonido de trueno cortó el aire, haciendo que el muchacho perdiera el control del vehículo por un momento, mientras Tobías se acurrucaba en el asiento del copiloto, tapándose los oídos.

—¡Tengo miedo!

Su grito agudo hizo que Carlos volteara hacia él, y no pudo evitar estremecerse al verlo hecho un ovillo, temblando de miedo; logró recuperar el control del vehículo, y presionó más el acelerador, incapaz de articular palabra. Ese sonido había sido un disparo ¿Vendría del segundo vehículo? Entre toda la confusión había visto las luces de unos faros, pero no podía fijar la vista en tantos objetivos a la vez, y por poco había chocado contra el borde unos segundos antes.
El camino seguía ante ellos de forma que parecía interminable, y el vehículo que se acercaba parecía a cada segundo más y más cerca, a pesar de sus esfuerzos por evadirlo; unos momentos después, dos nuevos truenos rompieron la oscuridad, y le arrancaron un grito de espanto que sonó rasgado y roto.

—¡Agachate!

Tobías se encogió más en sí mismo, mientras un estruendo de metales estalló justo detrás de ellos; enloquecido, Carlos presionó el acelerador a fondo al mismo tiempo que miraba por el retrovisor, clavando el pie en el pedal con la intención inconsciente de cargar más velocidad al vehículo y escapar del desastre. A sus espaldas, el camión había perdido el control por algún motivo, y se estrelló contra la barrera metálica del lado izquierdo de la vía, arrancando chispas y un crujido de metales que no cesaba; con horror vio que un automóvil aparecía desde atrás y se les acercaba a gran velocidad.

—¿Están bien? Soy policía ¡Soy policía!

El otro vehículo igualó su velocidad y se ubicó a la derecha: el hombre que conducía sacó el brazo por la ventanilla y enseñó algo que parecía una placa ¿Podía ser un policía de verdad?

—Quiero ayudarlos —gritó contra el viento—, díganme si están heridos.

Carlos no sabía qué hacer. Después de todo lo ocurrido, sonaba demasiado imposible que alguien hubiese llegado a salvarlos en esa ciudad dormida.

—Está diciendo la verdad —murmuró Tobías—, no está mintiendo.

Seguía acurrucado en el asiento, pero después de dejar un poco atrás el horrible sonido del camión, parecía haber recuperado algo de fuerzas. El camión sin embargo, aún pugnaba por alcanzarlos.

—Tengo que detenerme; tendré que hablar con él.

Sabía que era una medida arriesgada en extremo, primero porque el camión aún estaba intentando avanzar en su dirección, pero mucho más que eso, porque no sabía si una vez que detuviera el auto tendría fuerzas para volver a arrancar. Al final tomó la decisión de bajar la velocidad, y el policía pareció comprender porque hizo lo mismo y acercó su auto lo más posible.

—¿Están heridos?
—No.
—Sé que están asustados; si están intentando salir del distrito, iré con ustedes; lo haremos juntos ¿De acuerdo?

Román estaba espantado de lo que había visto al acercarse: el que conducía tenía la edad de Matías, probablemente, y a su lado iba un pequeño que cuando mucho tendría ocho años; cómo habían logrado escapar del hipnótico efecto de los animales y sobrevivir hasta ese momento era algo que escapaba a entendimiento, pero al menos lo podía hacer creer que algo de esperanza quedaba.

—El camión sigue acercándose.
—Maldición, estoy seguro de que le di en un neumático.
—No importa, Dante, con que se retrase basta por ahora.

Aunque la imagen del camión acercándose por el retrovisor le decía con mucha claridad que sí era importante; un vehículo de esa envergadura podía ser muy resistente en manos de un buen conductor, y por lo visto, ese lo era. Lo que le preocupaba era que ese muchacho no parecía ser capaz de resistir mucho tiempo más, y era evidente que estaba demasiado asustado como para detener el auto.
Y no podía culparlo; los animales a los costados de la pista seguían ahí, mirando fijo a todo en el interior, y parecía como si en cualquier momento pudiesen ingresar y atacarlos, como esos perros y gatos, como esos roedores sobre el techo de su auto poco antes.

—Voy a detener el auto ¿De acuerdo? —gritó hacia el otro vehículo— Me detendré y podrán subir ¿Está bien?

El jovencito lo miró con pánico por un segundo, y luego murmuró algo hacia el asiento del copiloto; necesitaban volver a ganar velocidad, antes que el camión con la rueda pinchada volviera a alcanzarlos.

—Vamos, debemos darnos prisa.

El joven finalmente asintió, y con eso el policía se sintió un poco más seguro; aceleró un poco, se detuvo y le dijo a Matías que abriera la puerta trasera, pero el muchacho indicó en sentido contrario, hacia donde se dirigían.

—Son camionetas de Narices frías.

Dante volteó hacia donde Matías indicó, y supo qué era lo que tenía que hacer; era el momento de tomar esa parte del destino en sus manos.

—¿Tienes otra pistola?
—¿Qué?
—Nos están acorralando. Me quedaré en el otro auto y les daré tiempo.
—Espera, no puedes hacer eso —exclamó Matías—, estamos juntos en esto.

Dante esbozó una sonrisa y levantó la mano izquierda, manchada de sangre.

—Lo siento, pero creo que eso no va a ser posible.

Matías miró incrédulo la sangre y no supo qué decir; había fallado en salvar a Greta, y estaba viendo a Dante desvanecerse casi frente a sus ojos. Miró con expresión de súplica a Román.

—No, si estás herido, tienes que quedarte —replicó el policía.
—Es la única forma, alguien tiene que hacerlo. Además, eres policía, tú sabrás mejor qué hacer.
—No, no.

Dante sintió una punzada de angustia al ver que el chico lo miraba con desesperación; un desconocido casi lo había asesinado, y ahora sentía por otro una conexión emocional inesperada, pero que lo forzaba a hacer lo correcto.

—Está bien, no te preocupes. Tienes mucho por delante, no lo desperdicies ¿Vale? Solo no me olvides.

Sujetó con fuerza el arma y se bajó al mismo tiempo que Carlos bajaba con Tobías y unas mochilas.

—¡Suban rápido!

Los chicos subieron al auto del policía, mientras Dante caminaba con determinación hacia el otro vehículo. Los animales habían empezado a moverse hacia el norte, hacia un horizonte que se extendía bloqueado y aún silencioso.


Próximo capítulo: Ojos dorados

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