En cuanto vio el camión entrando en la
carretera urbana, Román sintió que algo distinto estaba pasando; iba a una
velocidad un poco mayor de la esperada para un vehículo de esa envergadura, y
llevaba todas las luces apagadas. Era la primera máquina que veía en
movimiento, y pese a que eso debería alegrarlo, no lo hizo en absoluto.
—Va un
auto delante.
El
policía no replicó a ello, ya que Dante estaba en el asiento del copiloto y tenía
mejor vista que él. Algo iba demasiado mal en todo eso.
—¿Junto
al camión?
—Vas a
decir que estoy loco, pero yo diría que está huyendo.
La
posibilidad no era descabellada, aunque sí poco
oportuna; Román estaba muy cansado y no sabía si podría hacerse
cargo de más personas.
—¿Por
qué lo piensas?
—Porque
no conduce bien —respondió el otro—, parece como si apenas supiera cómo tomar el
volante.
—¿Ves algo más?
—No,
está demasiado oscuro.
—Miren afuera.
La
gélida voz de Matías hizo que ambos hicieran caso de la instrucción. Y lo que
vio Dante hizo que se le helara la sangre; los animales estaban a
los costados de la vía, mirando fijo al interior de esta,
inmóviles como si aguardaran una instrucción de algún tipo.
—Están
por todas partes.
—¿Y si
el camión es de ellos y el auto es gente que está tratando de escapar? —Matías
sonaba frío y aterrado a partes iguales— Tal vez no somos los únicos que
estamos intentando escapar.
Román
presionó a fondo el acelerador, y el efecto de la velocidad hizo que el hombre
sintiera el cansancio en su cuerpo, por todas las experiencias vividas ¿Cómo
podría hacerse cargo de más personas? El camión se percató de su presencia y
comenzó a avanzar en zigzag, lo que reforzaba la sugerencia de Matías acerca de
qué ocurría con el auto que precedía al vehículo de gran tamaño. Con las luces
apagadas, no resultaba difícil imaginar que el que conducía pretendía pasar
desapercibido en la noche, pero ¿Por qué? Atacar a alguien en medio de la vía
de salida del distrito podía significar solo una cosa para él: el vehículo era
enviado por Narices frías para evitar que alguien saliera.
Sorpresivamente
el camión frenó, cortando el relativo silencio de la carretera, y Román tuvo
que presionar el pedal del freno para evitar ir directo hacia el gran armatoste;
mientras profería una maldición, intentó maniobrar para pasar adelante, pero el
otro volvió a moverse y avanzó en diagonal por la pista, bloqueando por
completo el paso. Durante un terrible segundo, el policía tuvo punto de vista
con el automóvil que iba más adelante, y las luces de los faros le permitieron
ver con suficiente claridad que ahí había un muchacho.
—Maldita
sea.
—Disparate
a las ruedas —exclamó Dante.
—No es
tan sencillo, no es como en las películas.
El otro
hombre extendió la mano derecha hacia él, mientras con la izquierda se cubría
el pecho; en su rostro estaba marcada una fría decisión que le hizo entender
por anticipado lo que iba a decirle.
—No
tienes que hacerlo tú.
Lo
estaba exculpando de un potencial crimen ¿Qué importaba, después de todo, su
escala de valores en un lugar infernal como ese? Nada era como debería, pero
incluso en el fin de todo, tenía que reconocer que había cosas de las que no
lograba librarse.
—¿Sabes
usarla?
—Descuida
—respondió con voz ronca.
Román se
sintió un poco desnudo al entregarle el arma, pero concentró la vista en la
carretera urbana y en el escaso rango de visión que le permitía la luz de los
faros; avanzando a alta velocidad tras un camión errático, intentó pensar en
que lo que estaba sucediendo no terminaría en tragedia, y dejó que Dante se
habituara al arma.
Carlos
estaba sudando, e intentando por todos los medios no pensar en el amenazador
avance del camión que estaba persiguiéndolos; la distancia era cada vez menor,
y algo en su interior le decía que no alcanzaría a alejarse lo suficiente. Le
dolían las manos aferradas al volante, pero aún con la velocidad extra que
habían ganado era algo que todavía podía controlar. Tobías no decía palabra,
pero se había mantenido estoico mirando al frente, obedeciendo a su arriesgada
petición de ser sus ojos en esa noche.
Cuando
el camión frenó, sintió un ápice de alivio, que de inmediato se convirtió en
pánico, al ver que retomó la marcha en una nueva carrera, que ahora iba en un
zigzag de ruido de motor y neumáticos. De pronto, un aterrador sonido de trueno
cortó el aire, haciendo que el muchacho perdiera el control del vehículo por un
momento, mientras Tobías se acurrucaba en el asiento del copiloto, tapándose
los oídos.
—¡Tengo
miedo!
Su grito
agudo hizo que Carlos volteara hacia él, y no pudo evitar estremecerse al verlo
hecho un ovillo, temblando de miedo; logró recuperar el control del vehículo, y
presionó más el acelerador, incapaz de articular palabra. Ese sonido había sido
un disparo ¿Vendría del segundo vehículo? Entre toda la confusión había visto
las luces de unos faros, pero no podía fijar la vista en tantos objetivos a la
vez, y por poco había chocado contra el borde unos segundos antes.
El
camino seguía ante ellos de forma que parecía interminable, y el vehículo que
se acercaba parecía a cada segundo más y más cerca, a pesar de sus esfuerzos
por evadirlo; unos momentos después, dos nuevos truenos rompieron la oscuridad,
y le arrancaron un grito de espanto que sonó rasgado y roto.
—¡Agachate!
Tobías
se encogió más en sí mismo, mientras un estruendo de metales estalló justo
detrás de ellos; enloquecido, Carlos presionó el acelerador a fondo al mismo
tiempo que miraba por el retrovisor, clavando el pie en el pedal con la
intención inconsciente de cargar más velocidad al vehículo y escapar del
desastre. A sus espaldas, el camión había perdido el control por algún motivo,
y se estrelló contra la barrera metálica del lado izquierdo de la vía,
arrancando chispas y un crujido de metales que no cesaba; con horror vio que un
automóvil aparecía desde atrás y se les acercaba a gran velocidad.
—¿Están
bien? Soy policía ¡Soy policía!
El otro
vehículo igualó su velocidad y se ubicó a la derecha: el hombre que conducía
sacó el brazo por la ventanilla y enseñó algo que parecía una placa ¿Podía ser
un policía de verdad?
—Quiero
ayudarlos —gritó contra el viento—, díganme si están heridos.
Carlos
no sabía qué hacer. Después de todo lo ocurrido, sonaba demasiado imposible que
alguien hubiese llegado a salvarlos en esa ciudad dormida.
—Está
diciendo la verdad —murmuró Tobías—, no está mintiendo.
Seguía
acurrucado en el asiento, pero después de dejar un poco atrás el horrible
sonido del camión, parecía haber recuperado algo de fuerzas. El camión sin
embargo, aún pugnaba por alcanzarlos.
—Tengo
que detenerme; tendré que hablar con él.
Sabía
que era una medida arriesgada en extremo, primero porque el camión aún estaba
intentando avanzar en su dirección, pero mucho más que eso, porque no sabía si
una vez que detuviera el auto tendría fuerzas para volver a arrancar. Al final
tomó la decisión de bajar la velocidad, y el policía pareció comprender porque
hizo lo mismo y acercó su auto lo más posible.
—¿Están
heridos?
—No.
—Sé que
están asustados; si están intentando salir del distrito, iré con ustedes; lo
haremos juntos ¿De acuerdo?
Román
estaba espantado de lo que había visto al acercarse: el que conducía tenía la
edad de Matías, probablemente, y a su lado iba un pequeño que cuando mucho
tendría ocho años; cómo habían logrado escapar del hipnótico efecto de los
animales y sobrevivir hasta ese momento era algo que escapaba a entendimiento,
pero al menos lo podía hacer creer que algo de esperanza quedaba.
—El
camión sigue acercándose.
—Maldición,
estoy seguro de que le di en un neumático.
—No
importa, Dante, con que se retrase basta por ahora.
Aunque
la imagen del camión acercándose por el retrovisor le decía con mucha claridad
que sí era importante; un vehículo de esa envergadura podía ser muy resistente
en manos de un buen conductor, y por lo visto, ese lo era. Lo que le preocupaba
era que ese muchacho no parecía ser capaz de resistir mucho tiempo más, y era
evidente que estaba demasiado asustado como para detener el auto.
Y no
podía culparlo; los animales a los costados de la pista seguían ahí, mirando
fijo a todo en el interior, y parecía como si en cualquier momento pudiesen
ingresar y atacarlos, como esos perros y gatos, como esos roedores sobre el
techo de su auto poco antes.
—Voy a
detener el auto ¿De acuerdo? —gritó hacia el otro vehículo— Me detendré y
podrán subir ¿Está bien?
El
jovencito lo miró con pánico por un segundo, y luego murmuró algo hacia el
asiento del copiloto; necesitaban volver a ganar velocidad, antes que el camión
con la rueda pinchada volviera a alcanzarlos.
—Vamos,
debemos darnos prisa.
El joven
finalmente asintió, y con eso el policía se sintió un poco más seguro; aceleró
un poco, se detuvo y le dijo a Matías que abriera la puerta trasera, pero el
muchacho indicó en sentido contrario, hacia donde se dirigían.
—Son
camionetas de Narices frías.
Dante
volteó hacia donde Matías indicó, y supo qué era lo que tenía que hacer; era el
momento de tomar esa parte del destino en sus manos.
—¿Tienes
otra pistola?
—¿Qué?
—Nos
están acorralando. Me quedaré en el otro auto y les daré tiempo.
—Espera,
no puedes hacer eso —exclamó Matías—, estamos juntos en esto.
Dante esbozó una sonrisa y levantó la
mano izquierda, manchada de sangre.
—Lo siento, pero creo que eso no va a
ser posible.
Matías miró incrédulo la sangre y no
supo qué decir; había fallado en salvar a Greta, y estaba viendo a Dante
desvanecerse casi frente a sus ojos. Miró con expresión de súplica a Román.
—No, si estás herido, tienes que
quedarte —replicó el policía.
—Es la única forma, alguien tiene que
hacerlo. Además, eres policía, tú sabrás mejor qué hacer.
—No, no.
Dante sintió una punzada de angustia al
ver que el chico lo miraba con desesperación; un desconocido casi lo había
asesinado, y ahora sentía por otro una conexión emocional inesperada, pero que
lo forzaba a hacer lo correcto.
—Está bien, no te preocupes. Tienes
mucho por delante, no lo desperdicies ¿Vale? Solo no me olvides.
Sujetó con fuerza el arma y se bajó al
mismo tiempo que Carlos bajaba con Tobías y unas mochilas.
—¡Suban rápido!
Los chicos subieron al auto del
policía, mientras Dante caminaba con determinación hacia el otro vehículo. Los
animales habían empezado a moverse hacia el norte, hacia un horizonte que se extendía
bloqueado y aún silencioso.
Próximo capítulo: Ojos dorados
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