El vehículo se sentía pesado en
movimiento, pero Carlos se esforzaba por mantener el ritmo; la noche seguía
avanzando mientras se desplazaban por un desierto de cemento oscuro y
solitario. De pronto, tuvo que reconocer que el miedo lo estaba superando, y
que ante el futuro incierto tenía que hacer algo que antes había visto como
imposible.
—Tobías, hay algo que necesito
preguntarte.
—Sí.
No podía hablar del perro, o al menos no
desde el punto de vista de lo que había pasado con la muerte de los padres del
pequeño, pero necesitaba saber si realmente podía ser aquello que estaba
pensando era posible.
—¿Que piensas de los animales que había
en las otras casas?
—Nada.
Carlos desvió la mirada un momento hacia
el chico; no lucia nervioso o angustiado por la pregunta.
—¿Por qué nada?
—Bueno, no pensé que fueran animales en
realidad ¿Sabes? Sé que todos se comportaban como si lo fueran, pero no lo eran
realmente.
Carlos presionó con más fuerza el
volante ¿Cómo era posible que un niño pequeño se hubiera dado cuenta de eso y
toda la población del distrito no? Quizás porque para todos ellos los ojos eran
el primer filtro, que validaba todo y se imponía ante lo demás; incluso él,
luego de comenzar a tener sospechas graves con respecto al animal que sus
padres habían adquirido, nunca se planteó la posibilidad de que no fuera un
perro. Sus temores estaban enfocados en las intenciones de este, no en su
naturaleza, y ese probablemente fue el error que cometieron también otras
personas; pero Narices frías era un complejo que funcionaba en todo el distrito
¿Podían ser ellos los responsables de eso? Se dijo que se trataba de algo que
no tenía sentido, pero que de todas formas explicaría algo de lo que estaba
pasando; las personas se comportaban como si los animales fuesen perfectos, y
muy probablemente sus padres no eran los únicos dispuestos a darles mayor
importancia que a sus propios hijos.
—Carlos.
—Sí.
—Esa cosa que me atacó ¿era uno de
ellos?
No lo estaba preguntando realmente;
Carlos pensó que quizás ya había supuesto que el perro de su casa era el
responsable, pero no lo decía porque no sabía cómo enfrentar esa realidad. Pues
tanto mejor, ya que él mismo no sabía cómo hablar de eso.
—Sí. Por alguna razón se volvieron
violentos, y además eso también afectó a las personas.
—Tú no querías al que había en tu casa.
—No —admitió en voz baja—, lo odiaba
porque me daba miedo, pero nadie me hizo caso; parece que tú eres el único que
pudo darse cuenta de todo.
Se sumieron en el silencio por largos
segundos; la vía por la que iban se haría parte de la carretera urbana dentro
de poco, y a partir de ese punto seguirían en línea recta hacia el norte, para
poder salir del distrito. Pensó que si todo salía bien estarían en otra ciudad,
en donde hubiese electricidad y un lugar en donde descansar, lejos de todo el
horror que ambos habían vivido.
—En ese departamento también había una
de esas cosas ¿Cierto?
No solo supo que la mujer ya no estaba
viva, también que había peces en ese acuario; rendido, Carlos hizo la pregunta
que había estado vagando en su mente.
—¿Cómo lo supiste?
—Porque los seres vivos tienen color —repuso
el pequeño, con sencillez—, todo lo que está vivo tiene color, pero esos no. Le
dije a papá una vez, y él me dijo que las personas tenían sus propias
costumbres y había que dejarlos con eso. Que si querían tener ese tipo de
mascotas estaba bien por ellos.
—Y estos ¿No tienen color?
—Sí tienen, pero no es como si
estuvieran ahí —repuso Tobías, reflexionando—, es como si estuvieran en otra
parte, como ver a una persona en un video. Sabes que está, pero no está junto a
ti como tú ahora. Es como un fantasma.
Entonces sí podía detectarlo. Carlos
sintió un estremecimiento ante esa revelación, porque le hizo creer que
tendrían alguna posibilidad de escapar si es que otra vez se presentaba un
peligro como ese.
Tuvo un poco de dificultad con la
diferencia de nivel entre la calle y la carretera urbana, pero pudo maniobrar y
dirigir el vehículo por el carril derecho; rodeados de cemento y metal, estaban
yendo solos bajo la noche, aparentemente sin interrupciones, hasta que Carlos
notó que en el muro de separación de la vía, cada tanto, había ojos mirándolos.
—Maldición.
No pudo evitar murmurar la conjura, al
tiempo que se ponía tenso y perdía ligeramente el control del vehículo. Tobías
lo notó, y volteó hacia él con la preocupación pintada en el rostro.
—¿Qué sucedió?
Nada, pero eso no podía ser bueno;
Carlos dudó en responder, pero de nada serviría callar, ya que tarde o temprano
el pequeño terminaría por descubrirlo por sí mismo. Además, si la presencia de
esos animales significaba lo que temía iba a necesitar de la capacidad
sensitiva de Tobías para que ambos pudieran salir de allí.
—Lo siento. Tobías, escucha con mucha
atención, hay algo que tengo que preguntar.
—Sí.
—Necesito saber si puedes ver a esas
cosas al lado de la vía.
El pequeño volteó hacia su derecha y
miró por la ventana hacia el exterior; un momento después, fue demasiado
evidente que los había visto, ya que sufrió un estremecimiento.
—Carlos.
—Voltea hacia acá; no los miras más.
—Carlos, son muchos.
—Lo sé, no los mires.
—Pero son muchos —exclamó el pequeño, con
una voz más aguda que antes—, son muchos, y nos están mirando ¿Por qué nos
miran?
—No lo sé, no sé por qué nos están
mirando —admitió, con voz ronca—, tal vez es porque nos estamos moviendo ahora
mismo y nadie más se mueve. Creo que de alguna forma saben lo que está pasando.
—¿Son fantasmas?
Carlos desearía que lo fueran, porque
eso significaría que podrían pasar a través de ellos sin que los tocaran; no
habría mordiscos ni rasguños, solo miradas de hielo, frías y agresivas, pero
lejanas e impalpables. Pero no tenían esa suerte.
—No, no son fantasmas; no sé lo que son,
pero ahora no importa eso, nada es importante. Tobías, perdóname, tengo que
pedirte algo.
El niño no respondió, y por un momento Carlos
no supo si atreverse a seguir hablando; no supo si iba a ser capaz de sostener
el nexo que existía entre ellos, y el pánico ante la posibilidad de ver todo
eso quebrarse fue casi tan grande como el que le producía el futuro inmediato.
—Tenemos que salir del distrito, pero creo
que esas cosas van a tratar de impedirlo. Tú eres el único que puede verlas por
completo y no te pueden engañar; necesito que estés mirando a esas cosas para
que podamos escapar.
Tobías no respondió pero era obvio que
había entendido la pregunta; Carlos lo necesitaba como un radar para anticipar
la aparición de esos seres, que cuando no estaban mirando desde una distancia
prudente eran capaces de acercarse sin hacer ruido hasta estar demasiado cerca
como para evitarlos.
—¿Y si me equivoco?
—No lo harás, lo sé. Tú tienes un poder
que nadie más tiene, algo que ellos no conocen; tú puedes ver la verdad tal
como es.
El pequeño bajó la cabeza, y permaneció
así por unos segundos; luego respiró un poco más fuerte y habló con algo más de
seguridad.
—Está bien, lo haré. Pero tengo mucho
miedo.
—Yo también tengo miedo —repuso Carlos—,
estoy muy asustado; pero supongo que si lo hacemos juntos, será menos difícil.
Sostuvo el volante con la mano
izquierda, y extendió la derecha hacia el niño; el tacto de sus manos sujetando
la suya hizo que se sintiera reconfortado, y pudo permitirse creer que podrían
hacerlo, que incluso con esos cientos de ojos observándolos, era posible salir
de esa ciudad y encontrar el otro lado del camino.
Presionó el acelerador un poco más, y
nuevamente con ambas manos sobre el volante pudo ver cómo el marcador subía
poco a poco; no sabía cuánto tiempo se tardarían en salir de del distrito, pero
creyó que tal vez estaban a mitad de camino para llegar hasta las afueras. De
pronto, una silueta se dibujó en el espejo retrovisor, avanzando hacia ellos a
una mayor velocidad.
El camión se acercaba por la misma vía,
y era llevado con mejor control que el que él podía poner en el auto; si los
estaban siguiendo, habían escogido el instante perfecto para atraparlos, ya que
estaban lejos de una salida.
—Carlos.
La voz de Tobías volvió a teñirse del
miedo de hace un momento atrás, y Carlos pudo ver que había volteado hacia
atrás.
—Están mirando hacia acá.
No tuvo que preguntar qué era lo que
estaba tratando de decir: Tobías había descubierto que en el vehículo que se
acercaba había animales, los mismos que amenazaban todo lo que le quedaba en la
vida. Presionó el acelerador.
—Mira hacia adelante y sujétate —exclamó
con voz apretada—, tengo que acelerar.
Así lo hizo, y sintió en el cuerpo la
presión de la velocidad; se concentró en la pista frente a él y se repitió que
podía hacerlo, que si iba lo suficientemente rápido podía escapar de todo. La
vía pasaba en reversa con rapidez, convirtiendo poco a poco en borrones las
imágenes sólidas, y en esculturas desconocidas las luminarias apagadas.
Poco a poco las figuras adelante se
materializaron, y el horizonte se tiñó de dorados a pares, repartidos a lo
ancho del único horizonte que existía frente a ellos; y Carlos supo que los
animales estaban ahí para detenerlos.
¿Cómo iban impedir que entraran por la
ventana sin vidrio? No iba a poder evitarlo desde el asiento del conductor, y
Tobías no tenía la fuerza ni la estatura para contener algún objeto como la
mochila grande como barrera. las centenas de metros pronto se convertirían en
decenas, y quedaría atrapados entre seres pequeños que podían ser mortales, y
un camión que los acechaba segundo a segundo.
Próximo capitulo: Hacia el norte
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