En cuanto su teléfono móvil dio el tono de
notificación, Matías dio un salto de la cama y tocó la pared junto a su velador
para presionar el interruptor de la luz, pero esta no se encendió.
El móvil había dado la señal de haber sido
desconectado aún cuando él no lo había hecho.
Casi al mismo tiempo sintió gritos en el
exterior de la casa, y se asomó a la ventana del cuarto, encontrándose con una
escena que parecía sacada de una película de horror: unos perros perseguían a
una mujer que huía despavorida de ellos. Los gritos se perdieron entre las
sombras de una noche sin estrellas ni luna, al mismo tiempo que el silencio
amenazaba con extenderse de forma absoluta.
Entonces la imagen de Greta apareció en su
mente.
Miró en la pantalla del móvil y comprobó
que solo había señal para mensajes de texto, lo que significaba que el apagón
era general en el distrito; la electricidad se había ido al completo, y ella
estaba sola al igual que él, pero con la diferencia de ser una persona mayor.
Nunca le habían preocupado las personas, pero ella había generado algo en él,
un movimiento que era inesperado, pero cálido al mismo tiempo; se puso un
suéter y después de echar el móvil al bolsillo, salió corriendo de la casa.
No tenía tiempo para dar el rodeo hasta
llegar a la otra calle, de modo que escogió hacer la ruta habitual y avanzar a
través de los tejados; jamás lo había hecho de noche y menos sin otra luz que
la natural a esa hora, pero confió en que sus recuerdos fuesen suficiente.
Avanzó de manera sigilosa, calculando cada
paso conforme las formas y los relieves aparecían ante sus pies; fue más ligero
en donde era necesario, más firme en donde el techo estaba inclinado, y tuvo la
precaución de no dar pasos en falso. Cuando estuvo sobre el techo que había
reparado escuchó un grito, y con la sangre helada bajó a toda velocidad; ver al
perro enorme sobre el pecho de Greta quebró algo en su interior, y no supo
cómo, pero alcanzó el cuchillo desde la mesada y corrió hacia él, sin respirar
ni parpadear, con un solo objetivo en mente. Cortó el aire con un movimiento de
abanico, y aunque no pudo dar en el blanco, su gesto hizo que el animal
retrocediera.
La expresión en su rostro era por completo
distinta a algo que hubiese visto alguna vez, y esa ferocidad le aterró, pero
no dejó de blandir el cuchillo hacia la bestia, con Greta a solo unos
centímetros de él, inmóvil en el suelo. El animal, por alguna razón, se quedó
quieto observándolo, y después de unos segundos corrió, pero no hacia él, sino
hacia la parte por donde él mismo había entrado momentos antes; escaló con
facilidad por la pared y desapareció de vista mientras el muchacho se
arrodillaba junto a ella, horrorizado. Apenas tuvo mente para marcar el número
de emergencias, aunque no sabía si le contestarían.
—Greta.
Ella estaba tendida de espalda en el suelo,
a muy poca distancia de uno de los sillones; el albornoz con el que cubría la
pijama llegaba hasta su cuello, y el borde blanco estaba manchado de la sangre
que brotaba de su boca.
—Matías.
No supo si escuchó su nombre o solo lo
imaginó al ver que intentaba articular algo; sus ojos estaban vidriosos, y su
respiración era muy débil e irregular, tanto que al escucharla sintió miedo
incluso de tocarla.
—Greta… lo siento, lo siento.
Durante largos momentos ella no se movió,
pero luego hizo un esfuerzo y trató de decir algo; el chico estaba arrodillado
junto con ella, mirando impotente.
—Matías.
En esa ocasión sí pudo escuchar su nombre;
en un agónico respiro, ella había conseguido murmurar unas palabras, y pareció
entender que él estaba ahí. Matías tomó su mano derecha entre las suyas,
sintiéndola lánguida y fría, con un pulso casi imposible de percibir.
—Le marqué a la ambulancia, ellos van a
venir a ayudarte.
El rostro de ella se contrajo en una
expresión de dolor; su pecho subió y bajó con dificultad, mientras intentaba
pronunciar algunas palabras.
—Tenías razón. Vete. Son los animales, son
ellos…
Un terrible dolor azotó su cuerpo, y la
palpable sensación lo traspasó. No fue capaz de reconocérselo a sí mismo, pero
supo que ella estaba muriendo, y nada podría salvarla de esa situación; ningún
servicio de atención médica de urgencia tenía el poder de restaurar las heridas
que ese animal le había hecho.
—Lo siento.
—Vete… —repitió ella—, sálvate.
El muchacho la acunó en su regazo, y la
abrazó con el cuerpo atravesado por un dolor que nunca había sentido; Greta
estaba muriendo en ese momento, y él no podía encontrar las palabras apropiadas
para mitigar su sufrimiento o ayudarla con lo que estaba pasando. Hizo lo único
que se le ocurrió, entrelazó ambas manos, comenzando a silbar a través de
ellas; sintió el sonido débil y entrecortado, pero hizo un esfuerzo y pudo
hacer que el sonido fuera estable, que sonara cercano a un arrullo, al viento
sobre el mar para que pudiera oírlo antes de no volver a escuchar.
Por primera vez en su vida quiso ponerse en
el lugar de alguien mas, para darle parte de la vida que el tenía de sobra, y
que a ella le faltaba con desesperación; no le importó la sangre, ni el frío
respirar de ella, solo la abrazó intentando hacer que sintiera su presencia, y
se quedó quieto hasta que el corazón de Greta se hubo detenido.
Todavía se mantuvo así por unos instantes
más, hasta que lo invadió una terrible sensación de desamparo ¿Qué debía hacer?
¿Dejarla ahí? ¿Intentar darle algún tipo de cobijo? No lo sabía, nunca había
hablado de eso con sus padres, y en realidad ellos nunca hablaban con él de
asunto alguno.
Se quedó arrodillado en el suelo junto a
ella, aterrorizado de lo que acababa de suceder, sin saber cómo reaccionar o
que hacer. Ese animal estaba ahí afuera, y aunque se había ido, de todos modos
seguía en el exterior, y esa amenaza era tan palpable como el horror de saber
que había visto la vida de Greta escurrirse entre sus dedos.
—Lo siento.
Sabía que no era su culpa, pero lo dijo de
todos modos; rodeado por la oscuridad de la sala y una soledad tan inmensa y
opresiva como nunca había creído posible, se puso de pie con miembros
temblorosos, pero tuvo que afirmarse en la pared más cercana. Desde siempre
había sentido de un modo distinto a las otras personas; sus padres estuvieron
muy interesados en desentrañar los misterios de su forma de pensar y
comunicarse, pero cuando tuvo cerca de nueve años y los médicos dijeron que en
resumen no había algo malo en él, perdieron ese interés y lo dejaron por su
cuenta, algo que el agradeció porque le permitía estar en su propia frecuencia.
Creció solo y se acostumbró a ser tratado como un fenómeno por todos, hasta que
Greta lo trató como si no le importara que él no fuera como los demás.
Se dio cuenta de que estaba llorando, y se
sintió solo como nunca antes, porque esa soledad lo estaba hiriendo con una
realidad que siempre le había parecido muy lejana a él. No supo qué hacer, y al
mismo tiempo tuvo ganas de gritar y de correr, pero no hizo cosa alguna excepto
quedarse en donde estaba, derramando lágrimas en silencio por algo que no era
su culpa, pero que habría preferido que lo fuera, porque de ese modo quizás lo
habría podido evitar.
Luego sintió sonidos en el techo, y las
agónicas palabras de ella se hicieron más fuertes en su recuerdo; había dicho
que eran los animales, y que él tenía razón ¿se refería a lo que estuvieron
hablando antes? Cuando sucedió lo del hombre que trató de asesinar al vecino y
mató a su hijo, Matías dijo que creía que había algo malo en algunas personas,
y seguía pensando lo mismo. ¿Cómo era que eso se conectaba con los animales?
Ese perro había entrado a su casa y la había atacado mientras todo estaba a oscuras
luego de ese sorpresivo corte de luz.
¿Podía ser que aquello que él sospechó de
las personas estuviese también en los animales? ¿Que, de alguna forma que no
imaginaba, algo violento estuviese infectando a las personas? El sonido en el
tejado de la casa se hizo más intenso, pero él no se pudo mover.
Próximo capítulo: Peces
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