Narices frías Capítulo 37: Pasos en el tejado





En cuanto su teléfono móvil dio el tono de notificación, Matías dio un salto de la cama y tocó la pared junto a su velador para presionar el interruptor de la luz, pero esta no se encendió.
El móvil había dado la señal de haber sido desconectado aún cuando él no lo había hecho.
Casi al mismo tiempo sintió gritos en el exterior de la casa, y se asomó a la ventana del cuarto, encontrándose con una escena que parecía sacada de una película de horror: unos perros perseguían a una mujer que huía despavorida de ellos. Los gritos se perdieron entre las sombras de una noche sin estrellas ni luna, al mismo tiempo que el silencio amenazaba con extenderse de forma absoluta.
Entonces la imagen de Greta apareció en su mente.
Miró en la pantalla del móvil y comprobó que solo había señal para mensajes de texto, lo que significaba que el apagón era general en el distrito; la electricidad se había ido al completo, y ella estaba sola al igual que él, pero con la diferencia de ser una persona mayor. Nunca le habían preocupado las personas, pero ella había generado algo en él, un movimiento que era inesperado, pero cálido al mismo tiempo; se puso un suéter y después de echar el móvil al bolsillo, salió corriendo de la casa.
No tenía tiempo para dar el rodeo hasta llegar a la otra calle, de modo que escogió hacer la ruta habitual y avanzar a través de los tejados; jamás lo había hecho de noche y menos sin otra luz que la natural a esa hora, pero confió en que sus recuerdos fuesen suficiente.
Avanzó de manera sigilosa, calculando cada paso conforme las formas y los relieves aparecían ante sus pies; fue más ligero en donde era necesario, más firme en donde el techo estaba inclinado, y tuvo la precaución de no dar pasos en falso. Cuando estuvo sobre el techo que había reparado escuchó un grito, y con la sangre helada bajó a toda velocidad; ver al perro enorme sobre el pecho de Greta quebró algo en su interior, y no supo cómo, pero alcanzó el cuchillo desde la mesada y corrió hacia él, sin respirar ni parpadear, con un solo objetivo en mente. Cortó el aire con un movimiento de abanico, y aunque no pudo dar en el blanco, su gesto hizo que el animal retrocediera.
La expresión en su rostro era por completo distinta a algo que hubiese visto alguna vez, y esa ferocidad le aterró, pero no dejó de blandir el cuchillo hacia la bestia, con Greta a solo unos centímetros de él, inmóvil en el suelo. El animal, por alguna razón, se quedó quieto observándolo, y después de unos segundos corrió, pero no hacia él, sino hacia la parte por donde él mismo había entrado momentos antes; escaló con facilidad por la pared y desapareció de vista mientras el muchacho se arrodillaba junto a ella, horrorizado. Apenas tuvo mente para marcar el número de emergencias, aunque no sabía si le contestarían.

—Greta.

Ella estaba tendida de espalda en el suelo, a muy poca distancia de uno de los sillones; el albornoz con el que cubría la pijama llegaba hasta su cuello, y el borde blanco estaba manchado de la sangre que brotaba de su boca.

—Matías.

No supo si escuchó su nombre o solo lo imaginó al ver que intentaba articular algo; sus ojos estaban vidriosos, y su respiración era muy débil e irregular, tanto que al escucharla sintió miedo incluso de tocarla.

—Greta… lo siento, lo siento.

Durante largos momentos ella no se movió, pero luego hizo un esfuerzo y trató de decir algo; el chico estaba arrodillado junto con ella, mirando impotente.

—Matías.

En esa ocasión sí pudo escuchar su nombre; en un agónico respiro, ella había conseguido murmurar unas palabras, y pareció entender que él estaba ahí. Matías tomó su mano derecha entre las suyas, sintiéndola lánguida y fría, con un pulso casi imposible de percibir.

—Le marqué a la ambulancia, ellos van a venir a ayudarte.

El rostro de ella se contrajo en una expresión de dolor; su pecho subió y bajó con dificultad, mientras intentaba pronunciar algunas palabras.

—Tenías razón. Vete. Son los animales, son ellos…

Un terrible dolor azotó su cuerpo, y la palpable sensación lo traspasó. No fue capaz de reconocérselo a sí mismo, pero supo que ella estaba muriendo, y nada podría salvarla de esa situación; ningún servicio de atención médica de urgencia tenía el poder de restaurar las heridas que ese animal le había hecho.

—Lo siento.
—Vete… —repitió ella—, sálvate.

El muchacho la acunó en su regazo, y la abrazó con el cuerpo atravesado por un dolor que nunca había sentido; Greta estaba muriendo en ese momento, y él no podía encontrar las palabras apropiadas para mitigar su sufrimiento o ayudarla con lo que estaba pasando. Hizo lo único que se le ocurrió, entrelazó ambas manos, comenzando a silbar a través de ellas; sintió el sonido débil y entrecortado, pero hizo un esfuerzo y pudo hacer que el sonido fuera estable, que sonara cercano a un arrullo, al viento sobre el mar para que pudiera oírlo antes de no volver a escuchar.
Por primera vez en su vida quiso ponerse en el lugar de alguien mas, para darle parte de la vida que el tenía de sobra, y que a ella le faltaba con desesperación; no le importó la sangre, ni el frío respirar de ella, solo la abrazó intentando hacer que sintiera su presencia, y se quedó quieto hasta que el corazón de Greta se hubo detenido.
Todavía se mantuvo así por unos instantes más, hasta que lo invadió una terrible sensación de desamparo ¿Qué debía hacer? ¿Dejarla ahí? ¿Intentar darle algún tipo de cobijo? No lo sabía, nunca había hablado de eso con sus padres, y en realidad ellos nunca hablaban con él de asunto alguno.
Se quedó arrodillado en el suelo junto a ella, aterrorizado de lo que acababa de suceder, sin saber cómo reaccionar o que hacer. Ese animal estaba ahí afuera, y aunque se había ido, de todos modos seguía en el exterior, y esa amenaza era tan palpable como el horror de saber que había visto la vida de Greta escurrirse entre sus dedos.

—Lo siento.

Sabía que no era su culpa, pero lo dijo de todos modos; rodeado por la oscuridad de la sala y una soledad tan inmensa y opresiva como nunca había creído posible, se puso de pie con miembros temblorosos, pero tuvo que afirmarse en la pared más cercana. Desde siempre había sentido de un modo distinto a las otras personas; sus padres estuvieron muy interesados en desentrañar los misterios de su forma de pensar y comunicarse, pero cuando tuvo cerca de nueve años y los médicos dijeron que en resumen no había algo malo en él, perdieron ese interés y lo dejaron por su cuenta, algo que el agradeció porque le permitía estar en su propia frecuencia. Creció solo y se acostumbró a ser tratado como un fenómeno por todos, hasta que Greta lo trató como si no le importara que él no fuera como los demás.
Se dio cuenta de que estaba llorando, y se sintió solo como nunca antes, porque esa soledad lo estaba hiriendo con una realidad que siempre le había parecido muy lejana a él. No supo qué hacer, y al mismo tiempo tuvo ganas de gritar y de correr, pero no hizo cosa alguna excepto quedarse en donde estaba, derramando lágrimas en silencio por algo que no era su culpa, pero que habría preferido que lo fuera, porque de ese modo quizás lo habría podido evitar.
Luego sintió sonidos en el techo, y las agónicas palabras de ella se hicieron más fuertes en su recuerdo; había dicho que eran los animales, y que él tenía razón ¿se refería a lo que estuvieron hablando antes? Cuando sucedió lo del hombre que trató de asesinar al vecino y mató a su hijo, Matías dijo que creía que había algo malo en algunas personas, y seguía pensando lo mismo. ¿Cómo era que eso se conectaba con los animales? Ese perro había entrado a su casa y la había atacado mientras todo estaba a oscuras luego de ese sorpresivo corte de luz.
¿Podía ser que aquello que él sospechó de las personas estuviese también en los animales? ¿Que, de alguna forma que no imaginaba, algo violento estuviese infectando a las personas? El sonido en el tejado de la casa se hizo más intenso, pero él no se pudo mover.


Próximo capítulo: Peces


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