Narices frías Capítulo 38: Peces





Pronto se hizo evidente que no podrían salir del distrito caminando, y por alguna razón no había movimiento alguno; parecía que las calles se hubiesen convertido en parte de un pueblo fantasma en donde nada excepto ellos deambulaban, solos al amparo de la luna.

—No hay vehículos pasando.
—No.

Carlos supo que lo que Tobías estaba diciendo no tenía tanto que ver con el hecho concreto del que hablaba, sino con el silencio y soledad alrededor; al no haber luz en el distrito, todo se hacía demasiado evidente y al mismo tiempo, amenazante.
En ese momento estaban caminando por una calle de edificios de departamentos, y el muchacho se preguntó si tal vez podrían hacer una parada.

—¿Necesitas ir al baño?

Tobías tardó un instante en responder, y cuando lo hizo, sonó suficientemente seguro de decir que no, pero Carlos comprendió que estaba intentando no causar problemas; eligió un edificio al azar y se acercó con cautela, esperando no encontrarse con algún animal en la puerta.

—Vamos a parar un poco ¿De acuerdo?
—Está bien.

La puerta del edificio era de doble hoja de vidrio; tuvo ganas de usar la linterna de su móvil, pero descartó la idea de inmediato. Había decidido que lo más sensato era no poner en peligro la batería de el único objeto que podía comunicarlo con el resto del mundo, incluso aunque en ese momento no le servía para más que para hacer peso en el bolsillo del pantalón. Había llamado a la policía mientras caminaban, pero no comunicaba, lo que podía significar que la red no estaba operativa, o algo mucho peor que no se atrevía a imaginar.
Al mirar de cerca vio que la recepción estaba vacía; al empujar una de las hojas de vidrio comprobó que estaba sin seguro, y se atrevió a entrar junto con Tobías. El silencio del interior del lugar era más frío que el del exterior porque no había viento, pero luchó por ignorar la sensación de inseguridad que lo estaba embargando y pensar que todo estaría bien, al menos de momento.
Se acercó al mesón de recepción y miró el panel de la pared; había sólo una llave y correspondía a un departamento en el segundo piso, de modo que era la única opción para entrar. No estaba seguro de que fuera una buena idea, pero ante el caso de encontrarse con alguien en el lugar, podía decir que estaban perdidos o algo por el estilo.
Subieron las escaleras de piedra en silencio, y ubicó el sentido de los departamentos para localizar el indicado; estaba nervioso de haber tomado esa decisión, y recién se le pasó por la mente que estaban en un sitio con una sola vía de salida.

—No hagas ruido.

Tobías asintió en silencio. Carlos acercó la llave a la cerradura y la introdujo, sintiendo que los dientes pasaban por cada uno de los topes indicados con un tintineo que sonaba a campanadas en sus oídos. Por supuesto, las luces en el interior también estaban apagadas, y no se escuchaban voces o ruidos que alertaran de alguna presencia; empujó la puerta con mucho cuidado, intentando descifrar las formas en el interior.

—No hay nadie.

El susurro de Tobías fue casi inaudible, pero hizo que el muchacho se sobresaltara; no desvió la vista del interior, intentando decidir si realmente estaba vacío. El destello cristalino del agua hizo que fijara la vista en cierto punto, en donde unas tenues luces metalizadas desafiaban a la negrura de la noche.

—No hay nadie.
—Espera.

Se trataba de un acuario; reposaba sobre un mueble junto a la pared que estaba en el extremo opuesto a la entrada, bajo un cuadro de bordes también metalizados cuya imagen no podía descifrar. Enfrentando al gran recipiente había una silla de respaldo alto, y estuvo casi seguro de que en ella había alguien sentado; contuvo la respiración sin moverse del umbral, y sin recordar a ciencia cierta había hecho mucho ruido al entrar. Pero ¿Por qué esa persona no se habría movido al sentir que alguien entraba? Incluso si se tratara de alguien a quien esperaba, debería tener alguna reacción.

—Espera aquí.

Susurró en voz baja, y se aventuró a soltarle la mano para entrar al lugar; avanzó con paso lento, muy suave, midiendo la distancia y procurando no tocar algo por accidente; en la oscuridad del departamento apenas se filtraba un poco de la claridad del exterior, que vagaba sobre la superficie traslúcida del agua, y emitía tenues reflejos que se desvanecían en el silencio. Cuando estuvo a dos pasos de la silla, pudo ver que el acuario no estaba vacío; en su interior había dos peces dorados, casi inmóviles, apenas moviendo un poco las aletas, mientras se mantenían sumergidos a un centímetro del cristal. Al momento de despegar la vista de los peces, Carlos tuvo que taparse la boca para no soltar un grito de horror; en la silla permanecía una persona, aunque no lo parecía en ese instante.
Se trataba de una mujer anciana, que estaba sentada erguida de un modo muy antinatural, con la vista fija en el acuario; sus ojos estaban abiertos, desorbitados, sin moverse ni pestañear, dirigidos hacia los peces como si hubiese una línea indisoluble entre ambos extremos. Pero su rostro no era el de una persona tranquila, y la oscuridad incrementaba la sensación de estar viendo algo fantástico e irreal, ya que hacía que las arrugas en su piel tuviesen un aspecto más profundo, y las ojeras parecían hundir los globos oculares más y más en las cuencas.
No estaba viva, no podía estarlo, porque sus ojos se veían desorbitados y secos, y de su boca ligeramente abierta no salía aire alguno.

—¿Carlos?

Petrificado, volteó el rostro hacia el umbral, en donde Tobías aún esperaba por él, de pie en el mismo sitio. Entonces la idea de que la anciana estaba muerta cobró más fuerza, cuando las palabras del pequeño resonaron en su mente.
Tobías tenía un problema a la vista, y no podía ver de la misma forma que las otras personas; sus ojos percibían colores, mientras que sus otros sentidos estaban mucho más desarrollados. Había dicho, en el momento exacto de abrir la puerta, que nadie había en ese lugar ¿Había tenido razón desde el principio? Pudo saber que el departamento estaba vacío, quizás porque de forma inconsciente detectó que no se sentían respiraciones en el interior, pero Carlos lo ignoró por estar confiando en sus propios sentidos.
La anciana en un lado, con una terrible expresión en el rostro, como una fantasmal aparición que había perdido la vida; del otro, dos peces mirando en su dirección, con los dorados ojos fijos en ella, reposando en el agua como si flotaran, demasiado atentos, absortos en su objetivo. Ignorantes de la verdad, o quizás no tanto.
Por fin tuvo la fuerza para reaccionar, y regresó sobre sus pasos hasta llegar a la puerta; estuvo a punto de decirle a Tobías que salieran de ahí, pero tuvo que admitir que, incluso con ese horrible panorama por delante, tenían la opción de usar el lugar, al menos por un momento.

—Tenías razón, no hay nadie aquí.
—¿Qué pasa?

Se había dado cuenta de su nerviosismo; de nada servía intentar ocultarlo, pero si sus sentidos le habían privado de ese horrible espectáculo, no tenía necesidad de decirle la verdad.

—Nada, no importa. Escucha, vamos a usar el baño y saldremos rápido ¿De acuerdo?
—Está bien.

Había pensado en pasar unas horas ahí, pero ese plan no podría fructificar; sin gente y sin vehículos moviéndose, la presencia de otros animales peligrosos era demasiado grande, y luego de ver el estado en el que estaba la anciana, temía que algo pudiese pasarles si se quedaban más tiempo ahí. Debía encontrar el modo de sacarlos del distrito antes del amanecer.


Próximo capítulo: Susurros

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