Narices frías Capítulo 24: Ojos dorados




El anuncio publicitario de Narices frías era una de las cosas más espeluznantes que Román había visto en su vida; era perfecto, filmado con un nivel de detalle tan alto que parecía que todo era casual y natural, como si de verdad la vida fuese como la pintaban ahí.
Después del descubrimiento del cuerpo del niño en la casa de junto al lugar en donde el hombre fue acuchillado, el oficial entregó la información necesaria, pero volvió a ocultar algo que vio ¿Se estaba volviendo loco? Había visto suficientes crímenes y cadáveres como para saber que esos dos últimos casos no eran los peores, pero de todos modos estaba carcomiendo su mente, y se trataba de algo que tenía un elemento común, un secreto del cual no había tenido el atrevimiento de hablar. ¿De qué hablaría en cualquier caso? Algo en su interior se lo decía, ese mismo instinto que lo llevó a entrar en la primera casa y a saber que el asesino estaba en el cuarto en la segunda, pero ese algo era muy similar a un presentimiento o un instinto, y eso no tenía un cuerpo concreto. Toda su vida se basaba en hechos comprobables, y aunque en ocasiones había seguido su instinto, esto siempre tenía que ver con una investigación; tomaba por una calle en vez de otra porque creía que eso era lo que había pensado el delincuente, investigaba a un sospechoso no considerado porque estaba tomando otra óptica ¿Y ahí? Ahí solo tenía la sensación de que las mascotas en ambas casas sabían lo que había sucedido y no les importaba, o peor aún, estaban contentas con ese resultado.
Su superior le dijo que podía ir a casa, pero no quiso ¿Qué iba a hacer? Se quedaría dando vueltas a ese asunto sin ningún avance; aunque al quedarse en la oficina también estaba dando vueltas a ese asunto, sobre todo después de ver ese comercial. Aparentemente todos lo consideraban tierno y amable, lo que lo llevó a pensar que su teoría acerca de las mascotas era correcta, aunque todo eso era una especulación frágil y sin soporte. Estaba en el escritorio, confirmando que en el distrito había una especie de monopolio de animales de compañía liderado por esa empresa, cuando algo llamó su atención y lo hizo levantar la vista.
Los ojos dorados lo estaban mirando.

—Mira la visita que tenemos.

Roger, uno de los oficiales, sostenía en sus brazos al mismo felino que Román vio en la casa en la madrugada; el hombre sonreía con alegría.

—Te sorprendí.
—Es que no sentí tus pasos —mintió Román.
—Pasos de gato, suaves —dijo el otro.

Román relajó la postura y quitó la vista del felino, para mirar directo a los ojos a su compañero; el hecho de haber estado involucrado en dos casos parecía haber hecho más por su cercanía con los otros que cualquier intento de socialización.

—Y ¿Qué haces con ese gato?
—Es una gata, se llama Dina —replicó el otro hombre—, lo dice en su collar; sucede que el hombre no tiene familia por aquí, y la novia entró en una crisis nerviosa cuando se entero de lo que el había hecho, así que la trajimos para acá para que no estuviera sola.

La mirada insistía en seguirlo, en buscar sus ojos, con la persistencia de no pestañear y clavar en él sus pupilas dilatadas y negras; no podía ser, se dijo, que él fuera la única persona que se daba cuenta de eso.

—Parece que te gusta. A todos —agregó con tono casual.
—Es imposible no amarla ¿No crees? Con María queremos un adoptar un perro, pero estamos esperando cambiarnos de casa para hacerlo; tiene que tener un buen lugar, Narices frías dice que el ambiente es muy importante para que se desarrollen bien. ¿Tienes alguna?
—No, no tengo —replicó de forma automática.
—¿Te gustan? No me digas que no te gustan —dijo con incredulidad.
—Por supuesto que sí ¿Quién no las ama? —hizo un gesto amplio con las manos— Es solo no estoy preparado para tener una.

Se dio cuenta de que varios estaban prestando atención; en ese momento no había mucho que hacer, por lo que cualquier conversación podía llamar la atención. Y estaba un poco acorralado por las atentas miradas de todos.

—¿Por qué no estarías preparado?
—Porque Ciro murió hace poco y estoy llevando las cosas con calma.

Carraspeó, dando un perfecto aspecto de incomodidad, que aumentó la atención sobre él; era absurdo inventarse una mascota para evadir esa situación, pero necesitaba quitar todo eso de su alrededor con prisa.

—¿Ciro?
—Sí, fue mi amigo por muchos años —explicó hablando con lentitud—, era un ovejero alemán, era un grande.

Tendría que buscar con urgencia imágenes de ese tipo de perro, pero al menos tenía una idea aproximada de cómo eran; el rostro de Roger se contrajo en una mueca de contrariedad.

—Lo siento, no lo sabía.
—Está bien, no hay problema. Entonces ¿Qué harán con ella?
—Vamos a llamar a Narices frías –replicó el otro_, ellos la cuidarán mientras encuentran alguien que pueda cuidarla, debe estar tan triste y asustada por lo que sucedió.

Román pensaba que podía estar sintiendo muchas cosas, menos miedo o tristeza; volvió a sentarse mientras, por suerte, Roger se acercaba a otros oficiales que querían ver a la gata. Y a cierta distancia, mientras era adulada y acariciada por manos extrañas, ella aún se dio la oportunidad de girar la cabeza y mirarlo de nuevo, buscando sus ojos con sus dorados iris; había algo de no casualidad en eso, como si tras el hallazgo, esa gata se las hubiera ingeniado para conseguir que alguien la llevara hasta el cuartel para poder seguir sus pasos y observarlo.
Podía decirse que era solo una mascota y que todas esas ideas eran algo que se estaba inventando, pero ese argumento no era suficiente para él; seguía esa sensación de anti naturalidad, de que no era posible que esos animales reaccionaran de esa forma. Él realmente nunca tuvo una, pero sabía lo suficiente como para entender que los animales podían sentir cosas tan fuertes como la muerte en niveles incluso superiores a los humanos; una mascota no se quedaba simplemente mirando a un niño llorar, o se acostaba con total calma en la misma cama donde estaba un cadáver, porque no les era indiferente. Pero incluso quitando eso de en medio, incluso si se decía que tal vez no podía comprender del todo las reacciones de los animales, de todos modos era incomprensible para él que hubiesen librado de la escena estando en ella, el primero sin comer el veneno que mató a los adultos, la segunda sin ser atacada de modo alguno. Ese nivel de calma y frialdad era comparable al de un asesino, pero ¿Existía algún modo de que una mascota estuviese involucrada en esos hechos? Se trataba de una situación en donde el usual paralelismo entre víctima y victimario creaba un escenario nuevo, en donde había un ¿Espectador? ¿Manipulador? Los animales no hablaban, lo que significaba que no podían sugerir que alguien hiciera algo, pero al mismo tiempo existía estudios comprobados que afirmaban que las mascotas podían influir positivamente en personas con depresión o alguna clase de trastorno. ¿Y si también pudiese ser al contrario?
Revisó los registros relacionados con Narices frías y se dio cuenta de algo que le pareció imposible: la empresa tenía un Índice del cien por ciento de satisfacción, con absolutamente ninguna queja o sugerencia de mejora; todo el público en el apartado de comentarios en el sitio y en las redes celebraba y felicitaba a los creadores de la iniciativa, sin un asomo de desacuerdo. Quizás las redes de video podían ser manipuladas, pero en los comentarios libres en las redes, donde cada usuario publicaba en su propio perfil, el síntoma era el mismo.
La posibilidad de tener una empresa que brinda un servicio perfecto sin ninguna duda era inverosímil, pero la estaba viendo frente a sus ojos; la gente del distrito consideraba normal que una empresa fuera perfecta, y aparentemente también demostraban un amor y preocupación extremo por esos animales, los mismos que en el anuncio eran indicados como una compañía para toda la vida.
Y al menos en esos dos casos, parecía haber sido así. Ambas mascotas habían sobrevivido a la destrucción de una familia, impávidas ante los hechos, invulnerables ante la horrible realidad; la gata de ojos dorados se estiraba a gusto en brazos de uno de sus compañeros.


Próximo capitulo: Trozos de vidrio

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