Narices frías Capítulo 25: Trozos de vidrio





Greta estaba descubriendo que lo que ella pensaba de sí misma sobre no querer socializar era algo ínfimo en comparación con la actitud de Matías.

—Quiero saber qué haces a diario, aparte de andar por los techos
—Nada —replicó él—, el próximo año van a meterme a un instituto.
—¿Por qué no tienes amigos?
—¿Por qué no los tienes tú?
—Ah pero que bonito —exclamó ella algo picada—, de pronto sabes cosas en vez de solo decir "Sí" o "Ajá"

Matías se encogió de hombros, pero no lucía agresivo en lo absoluto.

—No te gusta la gente —observó con tono grave.
—No.
—Y no quieres que les diga a tus padres.

Si había algo que era común a los jóvenes de cualquier época era un tipo de reacción ante la intromisión de los padres; algunos se mostraban excesivamente indiferentes y otros rogaban para no ser acusados, pero en el caso de ese muchacho no había expresión.

—No puedo evitarlo si quieres decirles.
—Pero preferirías que no lo hiciera.
—Preferiría ser invisible.

Tal vez ese comportamiento hacía que sus padres se preocuparan tanto, aunque a decir verdad ellos siempre estaban llegando y saliendo, por lo que aunque a ese matrimonio se le viera seguido, en realidad se podía saber de ellos lo mismo que de su hijo invisible.

—No es necesario que seas invisible. Pero sí tienes que arreglar mi techo.
—Está bien.

Podía perderse en el infinito de esos silencios que aparecían después de las respuestas cortas. Y sin embargo no le parecía un mal muchacho.

—En ese mismo patio que estropeaste hay cosas para que puedas arreglar ¿sabes qué hacer?
—Sí.
—Vamos a hacer esto —dijo finalmente—, si lo arreglas hoy no le diré nada a tus padres y podrás seguir escapando por los techos. Siempre que no vuelvas a romper el mío. Ahora ve a reparar ese techo.

El muchacho se puso de pie y caminó lentamente hacia el pasillo que llevaba al patio trasero, pero a medio camino se detuvo y se volteó para mirarla detenidamente.

—¿Qué pasa muchacho?
—Eres distinta —dijo sin dejar de mirarla—, hablas como si fueras de otra época.

Greta no supo cómo tomar ese comentario.

—Eso es porque soy de otra época —respondió seriamente—, se nota de lejos.

Matías no dio seña de haber escuchado sus palabras, la miró un momento más y volvió a caminar hacia el patio. Unos momentos después se sintió sonido de cosas moviéndose en el patio.

—Que muchacho tan raro...

Pero que Matías hubiera caído en su techo no tenía por qué ser tan malo. Se puso de pie y caminó hacia el patio, donde se lo encontró de cuclillas revisando un viejo cajón de herramientas.

—¿Sabes de internet y esas cosas modernas?
—Claro.
—Por supuesto —dijo ella—, es como si fueras de otra época.

Estaba sorprendida de las habilidades de Matías para las herramientas; en un menos de una hora restauró el techo que había roto al caer, y hasta le dio una demostración un poco terrorífica volviendo a subirse al mismo sitio, que en esa ocasión sí soportó su peso. Una vez dentro otra vez se limpió y volvió a parecer el mismo extraterrestre de antes. Casi era mediodía.

—Hiciste un buen trabajo.

Ni rastro de respuesta; no estaba segura de invitarlo a almorzar, pero por las dudas había preparado una ensalada de frutas como recompensa por un trabajo bien realizado. No le sorprendió verlo sentarse y comer sin decir palabra.

—Y entonces sabes de computadoras y ese tipo de cosas.
—Sí.
—Entonces creo que podrías ayudarme en algo.

Matías levantó la vista del plato y la quedó mirando sin entender.

—¿Quieres que te ayude en algo?

La vez anterior la había tuteado a propósito, pero no sonaba como esos muchachos irrespetuosos que a veces se podía topar, más bien daba la impresión de estar interesado en el tema. Ya toda la situación era extraña, de modo que decidió que no era tan grave.

—Sí, quiero que me ayudes en algo. ¿Te parece extraño?
—Sí.

Tal vez tenía la autoestima muy baja, ella lo sabía porque había estado en situaciones similares, en las que sentía que no valía nada.

—Pues no es tan raro, sabes de internet y yo no, así que necesito tu ayuda.
—¿Para qué?
—Para investigar quién o qué están haciendo en la policía por el caso de ese hombre que apuñalaron en la noche.
—Se llama Dante.

Se quedaron mirando unos momentos. ¿Era su idea o por primera vez desde que lo viera en el patio estaba experimentando algún tipo de reacción? En esa ocasión incluso había dado información sin que ella se lo pidiera.

—Así que se llama Dante. ¿Y entonces me vas a ayudar?
—Sí.
—¿Porqué?

Otro silencio. Se dijo que realmente estaba muy vieja para esperar por respuestas, así que tendría que intentar apurar las cosas.

—Para hacer algo.

Podía ser una respuesta fruto del aburrimiento o de un interés de algún tipo. Pero le serviría.

—Entonces está decidido, me vas a ayudar a investigar esas cosas.
—Bien.
—Bien.

Un silencio más. ¿Por qué él parecía creer que se decían más cosas de las que en realidad se hablaban?

—Ahora sería bueno que me dijeras algo, así como por ejemplo cuándo vas a investigar lo que te dije.
—No lo sé.
—Esa no es una buena respuesta ¿Qué tal si empiezas ahora?
—Está bien.

Las preguntas abiertas no eran útiles con él; de pronto se sintió como hablando con un niño.

—¿Hay algún motivo por el que no estés haciendo nada?
—No puedo hacer nada aquí ¿O sí? No creo que tengas internet, no hay antenas ni cables afuera. Puedo usar mi teléfono, pero está en casa y me gasté la carga de este mes.

Era una observación absolutamente lógica. Tomó nota mental de eso, probablemente el muchacho no era retardado y ni siquiera poco inteligente, sino que veía las cosas desde otra dimensión.

—Es cierto. Y ¿Podías averiguar algunas cosas en tu teléfono si yo le pusiera dinero?
—Sí.

Greta suspiró, pensando en lo que alguien pensaría de ella al verla en una situación como esa: en la sala de su casa, hablando con un muchacho acerca de hacer averiguaciones sobre un hombre moribundo.

—¿Podrías hacerlo si fueras a buscarlo?
—No tengo nada que hacer.
—Está bien —concedió lentamente—, si quieres ir, ve, pero vuelve más tarde; tengo que hacer algunas cosas. No faltes.
—Ajá.

Se puso de pie simplemente y fue hacia atrás, pero la mujer mayor le señaló la puerta.

—Puedes salir por ahí.
—Mejor por el patio.

No discutió. Un momento después lo vio encaramarse en una pared y desaparecer de vista.
Era un muchacho raro, pensó Greta, pero no era mala persona. Estaba claro que tenía serios problemas de expresión pero, ¿Acaso ella no? Claro, ella hablaba sin dificultad, pero era muy antisocial como decía su doctor, y según el propio muchacho, no le gustaba la gente.
Tal vez eso explicaba por qué no le parecía conocido en un principio, porque a lo mejor se encerraba en su cuarto mientras sus padres estaban fuera, lo que era la mayor parte del tiempo al parecer. Por otro lado, ella solo salía muy poco, y las ideas que tenía de la gente eran fruto de fragmentos de su pasado mucho más sociable y partes mucho más pequeñas del presente.
¿Sería común que un chico de dieciocho años no estudiara o trabajara? resultaba bastante llamativo que no hiciera nada, ni siquiera trabajar, pero había dicho que iban a "meterlo" a un instituto, eso era algo muy raro.
Volvió a su caja de reliquias, y enchufó la máquina para comenzar con el pulido que dejara pospuesto para ocuparse de aquella visita inesperada. ¿Estaría bien de la mente? Es decir, se suponía que armara algún tipo de escándalo por el accidente, que llamara a la policía o a los vecinos al ver a un intruso, y en esos momentos desconocido en su casa y en semejantes circunstancias. Tal vez el hecho de estar permanentemente encerrada o aislada la hiciera menos proclive a las histerias de otras personas, o simplemente se trataba de la actitud del joven.
Un momento.
Sí, tal vez la edad la estaba afectando un poco, pero no podía sacarse esa idea de la mente; ese hombre herido pasaba por alguna situación y quizás estaba tan solo como ella, aunque aún peor por estar herido, si es que no estaba muerto.
Por la tarde estaba contenta con el resultado de su trabajo; había conseguido alejar un poco esos malos pensamientos y entre meditaciones había sacado adelante su propósito, teniendo una nueva figurilla lista para ir a venderla. Estaba guardando la maquinilla cuando sintió ruido en el patio de atrás.

—Por todos los cielos niño, no hagas eso, me asustaste.

No había sido como la vez anterior, ahora solo se había sobresaltado un poco al escuchar el ruido, pero supuso que era él antes de verlo.

—Dijiste que viniera más tarde.
—¿Es necesario que te pases por ahí en vez de llegar por la entrada? Las puertas no muerden.

Matías miró hacia la pared por la que se había deslizado como si hubiera algo allí. Y se quedó así; Greta se dio por vencida.

—Escucha, si quieres llegar por ahí está bien, pero no estoy en edad para seguir pasando sustos. Tal vez podrías hacer una señal o algo.

El joven se puso las manos delante de la boca, entrelazadas entre ellas como un globo, y sopló por un extremo: para su sorpresa el sonido era como el viento en la playa, una especie de arrullo ahogado y constante.

—Es perfecto —dijo al cabo de un momento—, me parece una buena señal si vas a llegar, pero si lo haces, yo doy dos palmadas y con eso sabes que te escuché. Si no, esperas un poco y lo vuelves a hacer ¿de acuerdo?
—Está bien.

Fue a sentarse a la sala y el jovencito la siguió. Él le dijo un número al que podía llamar y ella hizo la carga remota, tras lo cual él se metió en el teléfono casi como si estuviera conectado a él; después de unos minutos él levantó la vista.

—Hay un caso en la fiscalía —explicó con voz monocorde—, por homicidio frustrado. El hombre de la gata es quien trató de matar a Dante.
—¿El hombre de la gata?
—El que vive en la casa de junto —replicó él—, fue él.

Se quedó de una pieza al pensar en eso; le parecía del todo imposible que ese hombre pudiera cometer un acto como ese.

—¿Cómo lo supiste?
—Salió en una página de noticias locales, pero dieron de baja el post.
—¿El qué? —preguntó, confundida.
—El post, la noticia.
—No entiendo ¿Entonces no supiste eso por las noticias?
—No, en las noticias solo hablaban de ese matrimonio muerto que encontró la policía replicó él—, fue cerca de aquí. No dicen cómo murieron, pero parece que la hija estuvo encerrada con los cuerpos de los dos por un día o dos.

Greta no daba crédito a lo que escuchaba. Parecía como si, gracias a su impulso por conocer lo que había pasado con Dante, hubiera abierto la puerta a un mundo que desconocía por completo, uno cruel y violento.

—Cielos, es increíble. ¿Supiste algo más de Dante?
—Debe estar en la urgencia de calle noventa y uno —dijo él mientras buscaba algo en el móvil—, no debe tener familia, si lo ves por sus datos solo está su madre, pero por el número de teléfono que tiene, no está en esta ciudad.

Al menos eso último no la sorprendió, porque sabía que con unos simples datos se podía saber todo de alguien; o al menos muchas cosas.
Se miraron unos momentos más en silencio, hasta que sorprendida vio como él esbozaba una leve sonrisa.

—Me agradas.

Era la segunda cosa con sentimiento que decía en todo ese día. Greta sonrió aun ante su propia sorpresa.

—¿Por qué te agrado?
—Porque eres una persona, no un adulto —replicó como si eso lo explicara todo—, por eso.

No tenía mucho sentido, pero aunque lo conociera unas cuantas horas, no era difícil ver que era del tipo de persona que piensa de un modo muy especial. Con él cada palabra era muchas a la vez.

—¿Sabes lo que creo? —dijo sentándose— que todo lo que te pedí que hicieras es absurdo, me estoy volviendo sentimental con la edad. Quería hacer algo, no lo que hace todo el mundo, no solo mirar.
—Yo también quiero saber qué pasó —dijo él, en voz muy baja—, hay algo raro en algunas personas, algo malo.

Estaba ahí, frente a ella en la mitad de la sala, con un brazo al costado del cuerpo y el otro con el móvil, sin actitud, sin moverse, incluso sin mirar a ningún punto en particular, pero estaba ahí, diciendo con algo parecido a la convicción que pretendía lo mismo que ella. La mujer mayor iba a preguntarle sus razones, si es que era simple aburrimiento o si quizás existía algo más, pero esa mirada de antes la hizo cambiar de opinión y no preguntar, de pronto estaba estirando demasiado la cuerda con alguien a quien no conocía en realidad.
Tal vez la forma de aislarse de él era escapar mientras que la de ella era permanecer en una zona segura, encerrada en su casa junto con sus recuerdos y limpiando aquellas figuritas para poder venderlas.


Próximo capítulo: Anticipación

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