Greta estaba descubriendo que lo que
ella pensaba de sí misma sobre no querer socializar era algo ínfimo en
comparación con la actitud de Matías.
—Quiero saber qué haces a diario, aparte
de andar por los techos
—Nada —replicó él—, el próximo año van a
meterme a un instituto.
—¿Por qué no tienes amigos?
—¿Por qué no los tienes tú?
—Ah pero que bonito —exclamó ella algo
picada—, de pronto sabes cosas en vez de solo decir "Sí" o
"Ajá"
Matías se encogió de hombros, pero no
lucía agresivo en lo absoluto.
—No te gusta la gente —observó con tono
grave.
—No.
—Y no quieres que les diga a tus padres.
Si había algo que era común a los
jóvenes de cualquier época era un tipo de reacción ante la intromisión de los
padres; algunos se mostraban excesivamente indiferentes y otros rogaban para no
ser acusados, pero en el caso de ese muchacho no había expresión.
—No puedo evitarlo si quieres decirles.
—Pero preferirías que no lo hiciera.
—Preferiría ser invisible.
Tal vez ese
comportamiento hacía que sus
padres se preocuparan tanto, aunque a decir verdad ellos siempre estaban
llegando y saliendo, por lo que aunque a ese matrimonio se le viera seguido, en
realidad se podía saber de
ellos lo mismo que de su hijo invisible.
—No es necesario que seas invisible.
Pero sí tienes que arreglar mi techo.
—Está bien.
Podía perderse en el infinito de esos
silencios que aparecían después de las respuestas cortas. Y sin embargo no le
parecía un mal muchacho.
—En ese mismo patio que estropeaste hay cosas
para que puedas arreglar ¿sabes qué hacer?
—Sí.
—Vamos a hacer esto —dijo finalmente—,
si lo arreglas hoy no le diré nada a tus padres y podrás seguir escapando por
los techos. Siempre que no vuelvas a romper el mío. Ahora ve a reparar ese
techo.
El muchacho se puso de pie y caminó
lentamente hacia el pasillo que llevaba al patio trasero, pero a medio camino
se detuvo y se volteó para mirarla detenidamente.
—¿Qué pasa muchacho?
—Eres distinta —dijo sin dejar de
mirarla—, hablas como si fueras de otra época.
Greta no supo cómo tomar ese comentario.
—Eso es porque soy de otra época —respondió
seriamente—, se nota de lejos.
Matías no dio seña de haber escuchado
sus palabras, la miró un momento más y volvió a caminar hacia el patio. Unos
momentos después se sintió sonido de cosas moviéndose en el patio.
—Que muchacho tan raro...
Pero que Matías hubiera caído en su
techo no tenía por qué ser tan malo. Se puso de pie y caminó hacia el patio,
donde se lo encontró de cuclillas revisando un viejo cajón de herramientas.
—¿Sabes de internet y esas cosas
modernas?
—Claro.
—Por supuesto —dijo ella—, es como si
fueras de otra época.
Estaba sorprendida de las habilidades de
Matías para las herramientas; en un menos de una hora restauró el techo que
había roto al caer, y hasta le dio una demostración un poco terrorífica
volviendo a subirse al mismo sitio, que en esa ocasión sí soportó su peso. Una
vez dentro otra vez se limpió y volvió a parecer el mismo extraterrestre de
antes. Casi era mediodía.
—Hiciste un buen trabajo.
Ni rastro de respuesta; no estaba segura
de invitarlo a almorzar, pero por las dudas había preparado una ensalada de
frutas como recompensa por un trabajo bien realizado. No le sorprendió verlo
sentarse y comer sin decir palabra.
—Y entonces sabes de computadoras y ese
tipo de cosas.
—Sí.
—Entonces creo que podrías ayudarme en
algo.
Matías levantó la vista del
plato y la quedó mirando sin
entender.
—¿Quieres que te ayude en algo?
La vez anterior la había tuteado a
propósito, pero no sonaba como esos muchachos irrespetuosos que a veces se
podía topar, más bien daba la impresión de estar interesado en el tema. Ya toda
la situación era extraña, de modo que decidió que no era tan grave.
—Sí, quiero que me ayudes en algo. ¿Te
parece extraño?
—Sí.
Tal vez tenía la autoestima muy baja,
ella lo sabía porque había estado en situaciones similares, en las que sentía
que no valía nada.
—Pues no es tan raro, sabes de internet
y yo no, así que necesito tu ayuda.
—¿Para qué?
—Para investigar quién o qué están
haciendo en la policía por el caso de ese hombre que apuñalaron en la noche.
—Se llama Dante.
Se quedaron mirando unos momentos. ¿Era
su idea o por primera vez desde que lo viera en el patio estaba experimentando
algún tipo de reacción? En esa ocasión incluso había dado información sin que
ella se lo pidiera.
—Así que se llama Dante. ¿Y entonces me
vas a ayudar?
—Sí.
—¿Porqué?
Otro silencio. Se dijo que realmente
estaba muy vieja para esperar por respuestas, así que tendría que intentar
apurar las cosas.
—Para hacer algo.
Podía ser una respuesta fruto del
aburrimiento o de un interés de algún tipo. Pero le serviría.
—Entonces está decidido, me vas a ayudar
a investigar esas cosas.
—Bien.
—Bien.
Un silencio más. ¿Por qué él parecía
creer que se decían más cosas de las que en realidad se hablaban?
—Ahora sería bueno que me dijeras algo,
así como por ejemplo cuándo vas a investigar lo que te dije.
—No lo sé.
—Esa no es una buena respuesta ¿Qué tal
si empiezas ahora?
—Está bien.
Las preguntas abiertas no eran útiles
con él; de pronto se sintió como hablando con un niño.
—¿Hay algún motivo por el que no estés
haciendo nada?
—No puedo hacer nada aquí ¿O sí? No creo
que tengas internet, no hay antenas ni cables afuera. Puedo usar mi teléfono,
pero está en casa y me gasté la carga de este mes.
Era una observación absolutamente
lógica. Tomó nota mental de eso, probablemente el muchacho no era retardado y
ni siquiera poco inteligente, sino que veía las cosas desde otra dimensión.
—Es cierto. Y ¿Podías averiguar algunas
cosas en tu teléfono si yo le pusiera dinero?
—Sí.
Greta suspiró, pensando en lo que
alguien pensaría de ella al verla en una situación como esa: en la sala de su
casa, hablando con un muchacho acerca de hacer averiguaciones sobre un hombre
moribundo.
—¿Podrías hacerlo si fueras a buscarlo?
—No tengo nada que hacer.
—Está bien —concedió lentamente—, si
quieres ir, ve, pero vuelve más tarde; tengo que hacer algunas cosas. No
faltes.
—Ajá.
Se puso de pie simplemente y fue hacia
atrás, pero la mujer mayor le señaló la puerta.
—Puedes salir por ahí.
—Mejor por el patio.
No discutió. Un momento después lo vio
encaramarse en una pared y desaparecer de vista.
Era un muchacho raro, pensó Greta, pero
no era mala persona. Estaba claro que tenía serios problemas de expresión pero,
¿Acaso ella no? Claro, ella hablaba sin dificultad, pero era muy antisocial
como decía su doctor, y según el propio muchacho, no le gustaba la gente.
Tal vez eso explicaba por qué no le
parecía conocido en un principio, porque a lo mejor se encerraba en su cuarto
mientras sus padres estaban fuera, lo que era la mayor parte del tiempo al
parecer. Por otro lado, ella solo salía muy poco, y las ideas que tenía de la
gente eran fruto de fragmentos de su pasado mucho más sociable y partes mucho
más pequeñas del presente.
¿Sería común que un chico de dieciocho
años no estudiara o trabajara? resultaba bastante llamativo que no hiciera
nada, ni siquiera trabajar, pero había dicho que iban a "meterlo" a
un instituto, eso era algo muy raro.
Volvió a su caja de reliquias, y enchufó
la máquina para comenzar con el pulido que dejara pospuesto para ocuparse de
aquella visita inesperada. ¿Estaría bien de la mente? Es decir, se suponía que
armara algún tipo de escándalo por el accidente, que llamara a la policía o a
los vecinos al ver a un intruso, y en esos momentos desconocido en su casa y en
semejantes circunstancias. Tal vez el hecho de estar permanentemente encerrada
o aislada la hiciera menos proclive a las histerias de otras personas, o
simplemente se trataba de la actitud del joven.
Un momento.
Sí, tal vez la edad la estaba afectando
un poco, pero no podía sacarse esa idea de la mente; ese hombre herido pasaba
por alguna situación y quizás estaba tan solo como ella, aunque aún peor por
estar herido, si es que no estaba muerto.
Por la tarde estaba contenta con el
resultado de su trabajo; había conseguido alejar un poco esos malos
pensamientos y entre meditaciones había sacado adelante su propósito, teniendo una
nueva figurilla lista para ir a venderla. Estaba guardando la maquinilla cuando
sintió ruido en el patio de atrás.
—Por todos los cielos niño, no hagas
eso, me asustaste.
No había sido como la vez anterior,
ahora solo se había sobresaltado un poco al escuchar el ruido, pero supuso que
era él antes de verlo.
—Dijiste que viniera más tarde.
—¿Es necesario que te pases por ahí en
vez de llegar por la entrada? Las puertas no muerden.
Matías miró hacia la pared por la que se
había deslizado como si hubiera algo allí. Y se quedó así; Greta se dio por
vencida.
—Escucha, si quieres llegar por ahí está
bien, pero no estoy en edad para seguir pasando sustos. Tal vez podrías hacer
una señal o algo.
El joven se puso las manos delante de la
boca, entrelazadas entre ellas como un globo, y sopló por un extremo: para su
sorpresa el sonido era como el viento en la playa, una especie de arrullo
ahogado y constante.
—Es perfecto —dijo al cabo de un momento—,
me parece una buena señal si vas a llegar, pero si lo haces, yo doy dos
palmadas y con eso sabes que te escuché. Si no, esperas un poco y lo vuelves a
hacer ¿de acuerdo?
—Está bien.
Fue a sentarse a la sala y el jovencito
la siguió. Él le dijo un número al que podía llamar y ella hizo la carga remota,
tras lo cual él se metió en el teléfono casi como si estuviera conectado a él;
después de unos minutos él levantó la vista.
—Hay un caso en la fiscalía —explicó con
voz monocorde—, por homicidio frustrado. El hombre de la gata es quien trató de
matar a Dante.
—¿El hombre de la gata?
—El que vive en la casa de junto
—replicó él—, fue él.
Se quedó de una pieza al pensar en eso;
le parecía del todo imposible que ese hombre pudiera cometer un acto como ese.
—¿Cómo lo supiste?
—Salió en una página de noticias
locales, pero dieron de baja el post.
—¿El qué? —preguntó, confundida.
—El post, la noticia.
—No entiendo ¿Entonces no supiste eso
por las noticias?
—No, en las noticias solo hablaban de
ese matrimonio muerto que encontró la policía replicó él—, fue cerca de aquí.
No dicen cómo murieron, pero parece que la hija estuvo encerrada con los
cuerpos de los dos por un día o dos.
Greta no daba crédito a lo que
escuchaba. Parecía como si, gracias a su impulso por conocer lo que había
pasado con Dante, hubiera abierto la puerta a un mundo que desconocía por
completo, uno cruel y violento.
—Cielos, es increíble. ¿Supiste algo más
de Dante?
—Debe estar en la urgencia de calle
noventa y uno —dijo él mientras buscaba algo en el móvil—, no debe tener
familia, si lo ves por sus datos solo está su madre, pero por el número de
teléfono que tiene, no está en esta ciudad.
Al menos eso último no la sorprendió,
porque sabía que con unos simples datos se podía saber todo de alguien; o al
menos muchas cosas.
Se miraron unos momentos más en
silencio, hasta que sorprendida vio como él esbozaba una leve sonrisa.
—Me agradas.
Era la segunda cosa con sentimiento que
decía en todo ese día. Greta sonrió aun ante su propia sorpresa.
—¿Por qué te agrado?
—Porque eres una persona, no un adulto —replicó
como si eso lo explicara todo—, por eso.
No tenía mucho sentido, pero aunque lo
conociera unas cuantas horas, no era difícil ver que era del tipo de persona
que piensa de un modo muy especial. Con él cada palabra era muchas a la vez.
—¿Sabes lo que creo? —dijo sentándose—
que todo lo que te pedí que hicieras es absurdo, me estoy volviendo sentimental
con la edad. Quería hacer algo, no lo que hace todo el mundo, no solo mirar.
—Yo también quiero saber qué pasó —dijo
él, en voz muy baja—, hay algo raro en algunas personas, algo malo.
Estaba ahí, frente a ella en la mitad de la sala,
con un brazo al costado del cuerpo y el otro con el móvil, sin actitud, sin moverse, incluso sin
mirar a ningún
punto en particular, pero estaba ahí, diciendo con algo parecido a la convicción
que pretendía
lo mismo que ella. La mujer mayor iba a preguntarle sus razones, si es que era
simple aburrimiento o si quizás
existía
algo más,
pero esa mirada de antes la hizo cambiar de opinión y no preguntar, de pronto estaba
estirando demasiado la cuerda con alguien a quien no conocía
en realidad.
Tal vez la forma de aislarse de él
era escapar mientras que la de ella era permanecer en una zona segura,
encerrada en su casa junto con sus recuerdos y limpiando aquellas figuritas
para poder venderlas.
Próximo capítulo: Anticipación
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