Narices frías Capítulo 23: Un extraño visitante




Para cuando el equipo policial y de emergencias había terminado su trabajo, ya había bastante gente en el lugar y Greta se había regresado a su casa; no le gustaba ser parte de la aglomeración morbosa que esperaba ver los detalles de la sangre como si fuera un espectáculo circense.
Además, ya sabía lo suficiente.
Era alguien de distrito. Greta se dijo que la única razón por la que había tal hermetismo en torno a ese hecho era que quien trató de matar a ese hombre era alguien de ahí. Por eso habían cercado el lugar y había tanta gente de la policía, y esas otras que vestían uniformes con una sigla.
Había pasado poco más de una hora desde que descubrió ese asunto, y estaba con una idea en la mente que no la dejaba en paz, la misma que se había hecho mientras hablaba con ese joven policía después del ruido en la calle que la llevó a salir de la seguridad de su casa.
Era uno de ahí, alguien que sabía la rutina de los demás, que quizás sabía que ese hombre estaría solo en la noche y por lo tanto era vulnerable.
Ella no era nacida ahí, pero desde que se casó, vivió en esa zona, en esa misma casa por los años; siempre pensó que el distrito era un lugar tranquilo, en donde la gente se respetaba, y ahora todo eso estaba manchado por el asesinato. Se sirvió un café solo, su doctor iba a morirse por eso, pero no le importaba, cuando no podía estar tranquila se tomaba un café para animarse.
Pero también estaba la pregunta no formulada que Sebastián había puesto de manifiesto mientras ambos estaban fuera de la casa ¿Por qué estaba tan interesada ella en ese caso?
Desde luego que le importaba el crimen, a cualquier persona le importaría, pero la verdad era que había algo relacionado con ese hombre que la inquietaba: estaba solo, y que alguien se escabullera en su casa para tratar de matarlo resultaba chocante y horrible ¿Qué impedía que ella hubiese tomado su lugar? No estaba segura de si le temía a la muerte, pero la idea de estar agonizando por minutos u horas se le hacía intolerable.
¿Quién era ella para culpar a nadie o decidir quién era o no responsable? El único hijo que tuvieron con Jonás había muerto antes del alumbramiento, y con ese dolor a cuestas y las esperanzas de ambos destruidas, ninguno se sintió con fuerzas para intentarlo nuevamente, de modo que enfocaron su amor en ellos mismos. Desde entonces, fue mucho lo que hablaron de la vida y sus planes, mucho lo que reflexionaron juntos, y la muerte no estuvo exenta de eso; a menudo hablaban acerca de la diferencia entre morir en una casa u hospital a tener un accidente y no poder ser visitado por nadie, pero un caso como ese no se les había pasado por la mente.
Ese hombre quizás no tuviera familia ¿Lo visitaría alguien en la urgencia? Se dijo que muy probablemente los vecinos se mantuvieran aislados, algo que podía entenderse por miedo o algún tipo de egoísmo ante una desgracia ajena, pero también había otra razón, aquella en la que pensaba desde el principio: el culpable estaba entre ellos, y esa era una idea que no podía habérsele ocurrido solo a ella.
Salió al patio de atrás pensando en estas cosas, tratando de idear de qué manera ella podría hacer algo útil; ese patio había albergado en su momento la camioneta, ahora el sitio techado se hacía un poco grande para los muebles y cajas que tenía allí. Seguramente debería hacer algo con ese patio, pero en todo ese tiempo no se le había ocurrido nada en qué utilizarlo, así que era una especie de bodega.

—Ay, mi espalda.

Y de pronto el techo se le vino encima.
Cuando se recuperó del impacto, Greta se dio cuenta que estaba subida en una silla de mimbre tejido, a más de un metro de donde recordaba estar un momento antes, encogida en sí misma, con las manos llevadas al pecho; jadeaba, aunque no sabía si era por el esfuerzo de retroceder casi a la carrera o por el susto. Se tocó el pecho, su corazón latía con fuerza, pero no lo suficiente como para preocuparse por un ataque.
Después creyó que sí iba a darle un ataque: entre los escombros que cayeron había una persona. Y no supo si aliviarse o no cuando vio que se movía.
Un instante después se incorporó.

—Maldición.

Fue más un gruñido que una palabra. Era un muchacho, tendría quince años o así, no estaba segura porque era muy flaco. A pesar de haber atravesado el techo, no parecía herido, ya que se miraba el polvo sobre su ropa; estaba vestido con harapos que los jóvenes identificaban como ropa, con las costuras para afuera, colores discordantes como fucsia, verde y cuadrillé, y zapatillas. Llevaba el cabello negro artificial, corto y completamente desordenado, como si estuviera recién despertando. Cuando la vio, más que asustado pareció fastidiado.

—Cielos.

Greta no lo conocía, no recordaba haber visto ese espectáculo humano por ahí, aunque como no salía mucho, no podía estar segura. Tenía un aspecto que a ella le pareció un desastre, aunque no era como esos punks que mostraban en televisión, más parecía peleado con su ropa.

—¿Quién eres tú y qué haces en mi patio?

No sonaba ni de lejos amenazadora, incluso pudo notar que estaba casi chillando, pero el muchacho seguía viéndose extraño. Se preguntó si quizás se había golpeado la cabeza.

—De acuerdo, esto es incómodo.

Era lo menos cortés que alguien pudiera decirle a una persona a quien había estado a punto de matar de un susto ¿Por qué la única preocupada era ella?

—¿Qué estás haciendo aquí?
—Escuche, no quiero molestar —replicó el joven, como si eso respondiera de algún modo la pregunta—, esto no debería haber pasado.
—¿Esto? —exclamó ella mucho más alto de lo que esperaba—. Acabas de caer en mi patio, casi me matas de un susto ¿Qué hacías en mi techo?

El muchacho seguía sin prestarle atención. Se sacudió las mangas como si el polvo fuera más importante que la persona que tenía delante.

—Técnicamente no estaba en "su" techo —replicó después de un momento—, iba por los techos, que no es lo mismo.

Se miraron unos instantes sin hablar; parecía que el jovencito estaba tomándole el pelo, aunque no se reía ni nada.

—¿No te parece que por lo menos deberías pedirme disculpas? ¡Casi me matas de un susto, muchacho indolente!
—Ah, eso, lo siento —dijo él de un modo un poco mecánico— lamento haber caído por su techo.

Greta enarcó una ceja casi sin darse cuenta; definitivamente estaba bromeando con ella.

—¿Lamento haber caído de su techo? —exclamó ella, casi a los gritos— Esto es... es insólito.
—Lo que pasa es que no soy muy bueno hablando con las personas —dijo el muchacho seriamente— así que...

Se quedó sin palabras, probablemente esperando que con eso bastara. Greta se acomodó en la silla para quedar sentada de algún modo un poco más normal.

—¿Eres de aquí?
—Ajá.

No le parecía para nada familiar. Su pulso seguía agitado, pero estaba bastante segura de no desmayarse; debería estar furiosa, pero más que otra cosa estaba intrigada, porque esa situación era probablemente lo más insólito que le había pasado en décadas.

—¿Cómo te llamas?
—Matías.

Matías. Entonces recordó a un niño, hijo de un matrimonio a una o dos calles de allí; ambos trabajaban en algo itinerante o parecido, el hijo nunca se veía fuera del colegio, tanto que ella pensó en algún momento que lo habrían mandado a la ciudad. Pero de eso bastante tiempo.

—¿Matías, el hijo de los Cavieres?
—Claro —respondió él de mala gana—, sí.
—¿Y qué es lo que hacías en mi techo?
—Me iba —dijo el jovencito como si fuera lo más normal del mundo—, siempre salgo por los techos, es más fácil.

Pero no vivía de ese lado de la calle. La mujer pudo localizar en su mente la que creía que era la ubicación de esa casa, que era casi detrás de la suya, lo recordó porque cerca había, más de una década atrás, una casa en donde una chica reparaba zapatos y ella se los llevaba.

—¿Te estás escapando de tu casa?

Estaba sentada en la silla de mimbre, sujetando los brazos de ésta como si se fuera a caer, el jovencito de pie entre restos de techo, sucio y representando cero amenaza para nadie excepto quizás para sí mismo. Se le antojó todo eso como una extraña escena.

—Eso quisiera, pero no tendría mucho sentido ¿O no?

Efectivamente le pareció que ese jovencito tenía problemas para expresarse. Estaba hablando con ella como si creyera que una persona desconocida tuviera que saber a qué se refería. De todos modos, todo el mundo decía que los jóvenes hablaban como en código entre ellos y por eso los adultos no entendían.

—Y si no estás escapando ¿por qué andas por los techos?
—Porque es más fácil.
—Claro —dijo ella frunciendo el ceño— ¿Adónde ibas?
—Adonde sea —dijo él, encogiéndose de hombros.
—¿Y no vas al colegio?
—Tengo dieciocho —explicó con tono de obviedad.
—A la universidad, al trabajo, a donde sea muchacho.
—¿Por qué? No estoy haciendo nada malo.

La conversación no estaba llegando a ninguna parte; el muchacho no solo era extraño de apariencia.

—Sí hiciste algo, destruiste mi techo.
—Puedo arreglarlo.
—Claro que vas a arreglarlo —repuso ella poniéndose de pie. Quería sonar enojada, pero estaba sintiendo cansancio por el susto pasado y resultaba difícil—, faltaba más. Le diré a tus padres.
—Tengo dieciocho.

Ese argumento no tenía ningún sentido; Greta se dijo que quizás estaba demasiado vieja para intentar razonar con un muchacho de su edad, y ese sentimiento de agotamiento no hizo buen juego con la obvia molestia que sentía con él por haberla asustado.

—Eso no te ayudó a la hora de evitar romper techos ajenos, ya es bastante raro andar de esa manera por las casas, como los gatos.
—Dije que puedo arreglarlo.

Greta se estaba dando por vencida.

—¿Estás bien, te rompiste algo?

El muchacho la miró unos momentos sin comprender ¿Estaría drogado o algo así?

—No me rompí nada.
—Eso es bueno. Yo estoy bien, gracias.

El chico se encogió de hombros.
Ya de pie, le dijo que entrara a la casa, aunque no estaba segura de por qué hacía eso ¿Por qué no gritó por ayuda ni llamó a la policía? Estaba pensando en esa clase de asuntos un momento antes.
Hacía años que no tenía algún tipo de visita en su casa, y si es por hablar de alguien desconocido menos aún. Y estaba en la sala de su casa, sentada a su mesa con un muchachito de Marte que había pasado por su techo hasta caer en su patio.

—Así que te llamas Matías.
—Ajá.

No iba a ser fácil. Pero por alguna extraña razón no sentía rabia en esos momentos, lo que tenía era intriga, y antes de mandarlo a limpiar y martillear quería saber algunas cosas.

—Y me decías que te escapas de casa por los techos para irte por ahí.
—Sí.
—¿Te vas a juntar con tus amigos o a hacer algo?
—No tengo amigos.

Genial. Por fin tenían algo en común.

—¿Por qué te escapas de tu casa, tus padres no quieren que salgas?
—No pueden saberlo, nunca están.

Greta se alegró de su memoria; entonces sí tenían algún tipo de trabajo que los mantenía en movimiento.

—¿Y por qué no sales por la puerta entonces?
—Porque los vecinos hablarían de mí y ellos harían un escándalo.
—¿Les preocupa lo que dicen los demás —preguntó ella, algo confundida por la explicación—, de su familia?
—Lo que dicen de ellos.

O ella estaba muy vieja o él hablaba en código. Pero seguía intrigada ¿Por qué hacía algo como salir escondido por los techos de las casas?

—¿Y qué haces?
—Estoy aquí sentado porque me dijo que entrara.

En ese momento Greta estuvo a punto de tener un ataque de risa, aunque no supo si por nervios o por la respuesta tan literal e inocente que estaba escuchando. Pero se contuvo.

—Eres un chico muy extraño.


Próximo capítulo: Ojos dorados

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