El distrito dormía. Entre sombras
absolutas y silencio extendido como un manto, las personas estaban siendo
arrulladas por un canto que era imposible de escuchar, y flotaban en sueños tibios
y acogedores de los que no podrían salir hasta que un gran designio lo
decidiera. Un manto de negro terciopelo y seda de canto nocturno, sin silbido
ni aleteo en las copas de los árboles, solo unas hojas cayendo de cuando en
cuando.
Apenas habían encontrado al hombre muy
pocos minutos atrás; la llamada que lo reportaba provenía de la empresa en
donde trabajaba y llegaba con bastante retraso. Cuando la unidad recibió el
aviso, el jefe dijo que no se había dado cuenta de su ausencia porque asumió
que había realizado sus funciones como todos los días; se trataba de un hombre
que padecía un trastorno mental
sumamente poco común que Román no pudo memorizar ni entender bien, pero que en
resumen le impedía comunicarse por cualquier medio. En teoría él no debería
haber estado metido en ese caso, pero estando atenazado por la preocupación que
le causó el descubrimiento que hizo con respecto a los animales, decidió
inmiscuirse de todos modos en el asunto.
Cuando llegaron al edificio en donde
vivía no consiguieron avance alguno: la dueña, quien también vivía ahí, les
dijo que nunca se comunicaba con nadie por razones obvias, y que todos los
asuntos de dinero habían sido resueltos con la intermediación de los doctores
del centro de estudios y tratamiento de enfermedades mentales Osman
Buenaventura, quieres habían hecho los diagnósticos y el seguimiento de ese
joven llamado Darío. Solo sabía que entraba y salía regularmente, que nunca
rompía nada y parecía alguien muy correcto; palabras de buena crianza para
decir que no tenían la más remota idea de su vida y no querían inmiscuirse en
eso.
Mientras un grupo se comunicaba con el
representante de ese centro de estudios, con la baja posibilidad de que fuese
posible siendo tan tarde, el equipo en el que estaba Román fue hacia el trabajo
en donde el desaparecido se desempeñaba: una central de control de
electricidad.
Eso era algo que Román también
desconocía: en el distrito, no muy lejos del centro, un edificio que parecía
ser una simple industria albergaba una central de control eléctrico, de la que
dependía casi todo el suministro; en pocas palabra, y según el encargado, tenía
que funcionar bien porque cualquier desperfecto podía afectar a todo el lugar.
Y justo cuando estaban en las
instalaciones, revisando la ruta de trabajo que Darío realizaba todos los días,
la luz se fue. En pocos segundos se activaron las luces de emergencia, y por
altavoz se dio un mensaje en clave que hizo que el encargado, quien hasta ese
momento estaba bastante desinteresado, palideciera.
Lo siguieron a toda velocidad por
pasillos hasta el subterráneo, y en ese momento quedó a la vista la terrible
realidad; el joven nunca había salido de ese edificio, había conseguido la
llave que daba acceso a unos paneles de control altos como paredes, y ahí había
ocurrido la tragedia. Román se sintió sobrecogido al verlo en el suelo, tendido
de espalda en medio de un charco de sangre. Aparentemente había introducido un
cuchillo en un peligroso sitio, y el golpe eléctrico sobre el metal lo hizo
rebotar, arrancándole casi de cuajo la mano izquierda, que parecía conectada
con el brazo apenas por tendones y el hueso, dejando todo lo demás a la vista.
La otra mano también tenía una herida, aunque parecía ser una quemadura o algo
parecido, y en ella había sangre igual que la que manaba de su boca;
increíblemente estaba vivo, de modo que solicitaron un vehículo de emergencia
de inmediato mientras hacían lo necesario para contener el derramamiento de sangre
y mantener despejada la vía aérea. Tuvieron que usar la radio del auto porque
al no haber luz, tampoco había señal en los móviles.
El vehículo de emergencia no tardó en
llegar, y mientras los profesionales se hacían cargo de ese difícil caso, el
encargado de la central estaba a manos llenas con el corte de energía; explicó,
con un tono que iba desde la frustración a la sorpresa, que el punto que había
sido atacado no era uno cualquiera, sino una conexión vital para la reposición
del servicio. Entre una serie de términos técnicos que el policía no entendió,
explicó que no era posible restablecer la electricidad antes de una hora, ya
que era necesario convocar al personal entendido y conseguir una serie de
dispositivos de reemplazo que no estaban en ese edificio, y probablemente no en
el distrito. Dado que Román no estaba oficialmente en ese caso y no era
necesario después de encontrar al infortunado joven, se dijo que podría dedicar
su atención a otro asunto, pero nuevamente las cosas cambiaron por completo.
Al volver al exterior parecía que el
mundo se había puesto de cabeza en tan solo unos minutos; todo estaba en una
oscuridad absoluta, y el silencio en todas partes era total, como si de pronto
alguna fuerza misteriosa congelara todo. El sonido de las ruedas de la
ambulancia y del otro vehículo policial rasgaron el aire vacío y se alejaron
con demasiada prontitud, haciendo que el silencio volviera a extenderse; Román
se quedó de pie junto a su auto, envuelto en la noche y en las dudas, viendo
una ciudad que parecía desierta pero que latía segundo a segundo en cada calle,
en cada esquina por donde nadie pasaba.
Decidió no volver a la unidad ni ir a su
departamento; la comida se había enfriado en el asiento trasero del vehículo, y
él en vez de apetito tenía un mar de incertidumbres que no podía soslayar. Una
persona casi había muerto en ese lugar, por una acción que era evidentemente
premeditada, y eso había dejado al descubierto algo que era desconcertante y
fascinante a partes iguales: él había encontrado la ausencia de animales, y con
el corte de energía resultaba claro que todos parecían seguir durmiendo sin
interrupciones ¿Nadie se despertó, nadie estaba hasta tarde en ese distrito?
Entonces se le ocurrió una idea macabra,
que apareció en su mente representada por un par de ojos dorados que lo miraban
en la unidad; y recordó la fría escultura viva entre cadáveres, y todo eso
cobró un sentido que lo asustó. Él no era de ahí, no llevaba más de unos
cuantos días en el distrito, y quizás por eso podía ver algo que los otros no. Él
había podido ver cómo ese perro permanecía frío y sereno mientras dos personas
estaban muertas en medio de la sala de la casa, y frente a una niña que lloraba
sin parar, desgarrada por el horror de una visión que nunca debió haber
presenciado. Él pudo ver la actitud de absoluta tranquilidad del gato en la
unidad luego de presenciar el asesinato de un niño y la demencial actitud de su
padre, mientras que los demás no.
Algo había en ese distrito que cambiaba
a las personas y hacía que perdieran el sentido de la realidad, poniendo en
primer lugar la estabilidad de los animales que un caso de asesinato; él
entendía con absoluta claridad cómo sentirse ante un animal indefenso, pero al mirar
en retrospectiva, tanto la gente de los alrededores de ambas casas como sus
propios compañeros de unidad consideraban esas muertes como algo normal dentro
de todo, pero estaban mucho más preocupados del estado de salud y cuidado de
mascotas que no estaban heridas o en problemas, e incluso que se mostraban
excepcionalmente tranquilas para haber estado en presencia de muertes
violentas.
No entendía lo que pasaba, intuía el
centro de todo eso y le asustaba, pero no podía dejar de intentar encontrar un
punto de lógica en lo que estaba pasando; no importaba qué fuese, tenía que
haber una base sólida, algo que tuviera sentido y explicara lo que estaba sucediendo.
Podía haber llegado a ese punto por medio de una intuición, pero de todos modos
tenía que encontrar qué era lo que se encontraba bajo todo eso.
Se animó a subir a su automóvil e inició
un viaje rumbo a las dependencias centrales de Narices Frías, esperando que en
ese lugar pudiese hallar algo que completara el mapa que hasta ese momento era
un puzle sin forma ni final.
Algunas cuadras después tuvo que
detenerse abruptamente cuando una persona se atravesó en la calle; frenó con
precisión, a tiempo para evitar una desgracia, y bajó de inmediato, intentando
no pensar en la cantidad de cosas extrañas que estaban sucediendo una tras
otra. La persona era un hombre de poco más de cincuenta años que estaba
descalzo y en pijama, con evidentes heridas en la cara y antebrazos; tropezó al
cruzar la calle y cayó de bruces, quedando en suelo, gimiendo mientras el
policía se acercaba.
—Señor ¿Puede oírme?
Se arrodilló junto a él preparado para
auxiliarlo o hacer las preguntas pertinentes, pero el hombre se percató de su
presencia y se giró en su dirección, mirándolo con desesperación.
—¡No deje que se acerque!
—Señor, voy a ayudarlo, pero tiene que
decirme quién le hizo esto.
—¡La mató, la mató! —repitió, con voz
chillona, llorando y resoplando a la vez— No la pude salvar, yo no sabía ¡Por
favor!
¿Qué estaba sucediendo en esa ocasión?
Por un instante, el policía miró en todas direcciones, buscando un indicio,
pero todas las casas lucían iguales con las luces apagadas.
—Dígame que sucedió.
—La mató, lo siento.
—¿Dónde sucedió?
El hombre levantó una temblorosa mano e
indicó una casa del lado opuesto.
—Ayúdeme ¡Tuve que correr! Él ya la
había matado, no podía hacer nada ¡No podía!
Román no tenía tiempo para devolverse al
auto y pedir ayuda por radio; decidió dejar al hombre en el suelo, desenfundó
el arma y corrió hacia la casa, encontrando la puerta abierta. No esperó más y
entró, apuntando con la linterna y esperando no encontrarse con otra horrible
escena; pero sucedió, y lo que vio estaba demasiado relacionado con lo que
había estado rondando su mente en las últimas horas. El cuerpo de la mujer
estaba tendido boca abajo en el suelo, sobre muchísima sangre que evidenciaba
la gravedad de los mordiscos que habían hecho brotar el rojo líquido desde el
rostro y cuello, hasta terminar con su vida; no podía ver su cara desde la
entrada, y en el fondo lo agradeció, porque no necesitaba ver la expresión de
terror y agonía, ni el contraste de esta con la extraña satisfacción en el
muchacho unos minutos atrás. Los mordiscos en los antebrazos, que de seguro
había sufrido intentando defenderse, eran inequívocamente los causantes de su
muerte, lo que significaba que un perro grande y peligroso andaba suelto.
Cuando hizo un paneo con la luz de la
linterna, un rostro lo hizo retroceder. Reaccionó con rapidez y apuntó, pero se
dio cuenta de que la figura no se estaba moviendo; era un perro muy grande,
congelado en una posición que parecía de carrera, con los ojos desorbitados y
el hocico abierto. Habría podido pensar que se trataba de una figura
embalsamaba, pero la sangre que goteaba de sus fauces hacía imposible esta idea
¿Por qué estaba inmóvil? Durante un momento que se le antojó muy largo no supo
qué hacer, hasta que el animal hizo una especie de movimiento estertóreo, y eso
lo hizo disparar.
A lo largo de extensos segundos, el
animal siguió moviéndose, hasta que su estabilidad se quebró y cayó hacia un
costado, babeando sangre que también se derramaba por el pecho. Sus ojos
blancos y sin vida apuntaban a ninguna parte.
Próximo capitulo: Alguien en el interior
No hay comentarios:
Publicar un comentario