Greta no se había percatado del corte de
luz hasta que sintió el sonido de una alarma cercana y esto la sacó del sueño;
por instinto extendió el brazo hasta el velador y oprimió el interruptor, pero
nada sucedió. Un poco más despierta, buscó el teléfono móvil y miró la hora:
era más de medianoche.
La luz azulina de la pantalla le
permitió ver lo suficiente para ponerse de pie y llegar hasta el interruptor en
la pared, pero al oprimirlo sucedió lo mismo.
-Qué raro.
No podía recordar la última vez que se
había cortado la luz. Una de las cosas que siempre valoró del distrito era su
excelente sistema de alcantarillado y electricidad, por lo que no era algo
común tener ese tipo de inconvenientes.
Recordó entonces que el refrigerador tenía
un sistema de algún tipo que conservaba el frio durante más tiempo, y ya que
estaba despierta, quiso ir a comprobarlo.
Las formas al interior de la casa eran
distintas entre sombras absolutas; los ángulos se volvían antojadizos, y los
colores se multiplicaban en infinitas combinaciones de gris, grafito y negro
terciopelo, que danzaban por rincones inexistentes, creando figuras imposibles
que merodeaban en las esquinas. El sonido, cómplice de la noche, deslizaba el
sonido de garras raspando los contornos, voces ahogadas que sonaban como ecos
distantes, y el susurro del viento entre los pliegues de una cortina jamás
movida.
Telas colgantes en las paredes, ojos de
tinta violácea y una respiración queda, atenta, vigilante.
La mujer llegó a la cocina caminando
despacio y a tientas, iluminando a su paso con el débil brillo de la pantalla
del móvil. Había pensado en usar la linterna de este, pero tenía poca carga y
no quería gastarla; además, no sabía si el corte de luz duraría mucho tiempo o
no.
Al abrir la puerta del refrigerador, una
tenue luz blanca surgió y la iluminó; en efecto, estaba funcionando con ese
sistema de respaldo, de modo que no tendría que preocuparse por ese asunto de
forma inmediata. Por un instante palpó la escarcha en la nevera, y sus dedos
sintieron el frío refrescante con un leve cosquilleo en las yemas.
Después de cerrar, la oscuridad volvió a
llenar todo, y la mujer caminó de regreso a la sala, sintiéndose algo inquieta
y sin sueño, a pesar de haber despertado bastante adormilada; cuando saliera el
sol por la mañana, podría averiguar qué era lo que había pasado.
Siempre le pareció que su casa era un
lugar muy agradable por la noche; conocía los pasillos y la distancia entre los
muebles y las paredes, así como ese ambiente general de familiaridad que se
había construido con los años. Después de vivir acompañada por mucho tiempo, y
del dolor de la pérdida, había aprendido a sentirse en su hogar de nuevo, a
conocer sus rincones y sentirse acogida, en un sitio que podría reconocer
incluso con los ojos cerrados.
Pero todo ese sentimiento de normalidad
se destrozó en mil pedazos cuando descubrió que había alguien allí.
Se quedó inmóvil en la sala, a dos pasos
de lo más cercano a lo que pudiera sujetarse, una distancia enorme que la dejó
completamente sola; de un momento a otro, había pasado a estar parada en una
isla, un sitio inhóspito donde nada podía sujetarla, excepto sus débiles
piernas que por azar no habían cedido. ¿O era tal el miedo que sus
articulaciones estaban congeladas? Ya no estaba en su casa, estaba atrapada en
un sitio que no conocía y que no podía darle cobijo ni apoyo.
No supo en qué momento el teléfono móvil
cayó de sus manos, y ni siquiera escuchó el sonido del aparato contra el suelo;
otro sonido había eclipsado todos los demás, incluso cualquier otro que pudiese
ser más intenso. La respiración estaba ahí, escondida detrás de uno de los
muebles, en un punto que no podía determinar con claridad pero que era tras el
sofá o uno de los sillones; había estado siempre ahí, mientras ella se acercaba
al refrigerador, ignorante todavía del intruso que había cambiado para siempre
su percepción de las cosas.
De pronto le costó entender que su
corazón seguía latiendo, pues no podía oírlo por el efecto hipnótico de esa
respiración presente y atenta; estaba capturada por el horror de no saberse
sola, y por el terrible sentimiento de anticipación que se formó en su interior
al momento de descubrirlo. Sabía que esa respiración era a ritmo constante, y
que esa constancia era la de la espera, la de alguien o algo que está ahí por una
razón concreta, esperando; ella era la única a quien se podía acechar, y estaba
sola por completo.
Fue así como, cual una débil presa, solo
pudo quedarse inmóvil mientras emergía de entre las sombras otra de distinta
naturaleza, una que podía moverse a voluntad, a diferencia de ella.
Greta quiso moverse, quiso gritar o
protegerse, pero cualquier esfuerzo fue inútil; estaba congelada por el terror,
paralizada por su presencia y esos ojos dorados que eran absolutos. No
importaba si era un perro u otro animal, porque en realidad era una bestia
pura, un ser sir ser que tenía un objetivo demasiado claro como para que algún
nombre fuese capaz de asimilarlo. Era un monstruo puro, la salvaje expresión
física de lo que no puede ser explicado, porque solo quien le mira a los ojos
puede comprenderlo; pasaron segundos, o quizás años mientras se acercaba a
ella, y luego un instante ínfimo para que se lanzara con toda su fuerza en
contra de su débil cuerpo. Greta quiso gritar, pero solo escuchó de sí un leve
jadeo, antes que sus garras y el poder de sus extremidades impactara contra su
torso; se sintió arrancada de lo sólido del suelo, y por un horrible momento
fue como si hubiese sido levantada, como si el monstruo tuviese alas que le
permitieran elevarla hasta un cielo donde nunca más brillarían las estrellas.
Pero entonces cayó, y el golpe fue múltiple a un mismo tiempo; sintió cómo su
espalda se azotaba contra la superficie, y cómo retumbaba el impacto dentro de
su cabeza, al tiempo que la bestia caía sobre ella y algo en su interior se
rompía de forma inevitable. Ese crujido le produjo un dolor que opacó los
otros, y sacó de ella un gemido lastimero de dolor, que a la vez cortó el aire
como una lanza atravesando su costado; sus ojos habían visto todo revolverse
por causa del violento movimiento, pero al impactar contra el suelo las sombras
dejaron de moverse y otra vez se concentraron en aquella figura que la había
destruido. Y mirada y respiración se unieron en un solo foco, dos globos
dorados a milímetros de su rostro, el aliento gélido llegando a ella como una
bruma que le impedía respirar; se quedó así, observando, hasta que algo
distrajo su atención y se retiró, volviendo a fundirse con las sombras con las
que se había mezclado en un principio.
Greta sintió el tibio surco de las
lágrimas brotando desde sus ojos y yendo a mezclarse con sus canos cabellos; todo
el dolor se había concentrado en la terrible puntada en el costado, que volvió
su respiración rasposa e hizo que los latidos de su corazón lucharan por
sostener un ritmo que parecía imposible.
Todo se estaba apagando con lentitud,
con un miedo que se volvió negro y frío, y una ausencia de todo que la oprimió
dolorosamente; sus miembros no respondían, o quizás era el golpe en la cabeza
lo que había dejado su mente inútil para dar esas ordenes. Hizo un intento por
hablar, pero la exhalación se convirtió en rojo, y percibió el tibio líquido
brotando y escurriendo por las comisuras.
Todo era nieblas y la oscuridad del
techo sobre ella; ya los ojos dorados se habían ido, ya no podía oír esa
respiración que antes se apoderó de su voluntad, o quizás era que ya no podía
escuchar otra cosa más que a su corazón debatiéndose, manteniendo la batalla a
pesar de todo. Pero todo estaba perdido; supo qué significaba esa horrenda sensación
lacerante al respirar, y aunque las palabras específicas no aparecieron en su
mente por causa de un absurdo miedo a formularlas, la realidad era demasiado
clara como para ignorarla: su cuerpo, viejo y cansado, no podría resistir un
ataque como ese, y lo que estaba viviendo solo era la extensión más allá de lo
razonable de una línea que había sido cortada quizás en el mismo momento en que
las luces se esfumaron. Pensó en su Jonás, y en cómo lo había llorado cuando él
se apagó tras esa fulminante enfermedad; él le había dicho que la quería, y sus
ojos perdieron la luz un momento antes de cerrarse para siempre. Pensó muchas
veces en la idea de reunirse con él, de pasar a formar parte del mismo estado
en el que él se encontraba, y aunque nunca lo vio como un acto de incitación a destruir
la vida, desde el momento de perderlo abrió la puerta a ese entendimiento sutil
del dejar de estar. Comprendió que ella también dejaría de estar,
eventualmente.
Eso ya daba lo mismo; las
consideraciones al respecto eran inútiles, y solo le quedaba esperar a que el
colapso fuera definitivo para ella. Pero de pronto apareció en su mente la
imagen de Matías, y eso hizo que aumentara el dolor en el costado y la presión
en el pecho; ese chico estaba solo al igual que ella, y quizás rodeado por el
mismo tipo de peligro ¿Cómo podría librarse? Quiso hacer algo y rogó por un
poco de movimiento, pero su cuerpo estaba cada vez más adormecido y no pudo
hacer gesto alguno; se iba a sumergir definitivamente en las sombras.
Próximo capítulo: Camino a ninguna parte
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