Narices frías Capítulo 34: Alguien en el interior





Greta no se había percatado del corte de luz hasta que sintió el sonido de una alarma cercana y esto la sacó del sueño; por instinto extendió el brazo hasta el velador y oprimió el interruptor, pero nada sucedió. Un poco más despierta, buscó el teléfono móvil y miró la hora: era más de medianoche.
La luz azulina de la pantalla le permitió ver lo suficiente para ponerse de pie y llegar hasta el interruptor en la pared, pero al oprimirlo sucedió lo mismo.

-Qué raro.

No podía recordar la última vez que se había cortado la luz. Una de las cosas que siempre valoró del distrito era su excelente sistema de alcantarillado y electricidad, por lo que no era algo común tener ese tipo de inconvenientes.
Recordó entonces que el refrigerador tenía un sistema de algún tipo que conservaba el frio durante más tiempo, y ya que estaba despierta, quiso ir a comprobarlo.
Las formas al interior de la casa eran distintas entre sombras absolutas; los ángulos se volvían antojadizos, y los colores se multiplicaban en infinitas combinaciones de gris, grafito y negro terciopelo, que danzaban por rincones inexistentes, creando figuras imposibles que merodeaban en las esquinas. El sonido, cómplice de la noche, deslizaba el sonido de garras raspando los contornos, voces ahogadas que sonaban como ecos distantes, y el susurro del viento entre los pliegues de una cortina jamás movida.
Telas colgantes en las paredes, ojos de tinta violácea y una respiración queda, atenta, vigilante.
La mujer llegó a la cocina caminando despacio y a tientas, iluminando a su paso con el débil brillo de la pantalla del móvil. Había pensado en usar la linterna de este, pero tenía poca carga y no quería gastarla; además, no sabía si el corte de luz duraría mucho tiempo o no.
Al abrir la puerta del refrigerador, una tenue luz blanca surgió y la iluminó; en efecto, estaba funcionando con ese sistema de respaldo, de modo que no tendría que preocuparse por ese asunto de forma inmediata. Por un instante palpó la escarcha en la nevera, y sus dedos sintieron el frío refrescante con un leve cosquilleo en las yemas.
Después de cerrar, la oscuridad volvió a llenar todo, y la mujer caminó de regreso a la sala, sintiéndose algo inquieta y sin sueño, a pesar de haber despertado bastante adormilada; cuando saliera el sol por la mañana, podría averiguar qué era lo que había pasado.
Siempre le pareció que su casa era un lugar muy agradable por la noche; conocía los pasillos y la distancia entre los muebles y las paredes, así como ese ambiente general de familiaridad que se había construido con los años. Después de vivir acompañada por mucho tiempo, y del dolor de la pérdida, había aprendido a sentirse en su hogar de nuevo, a conocer sus rincones y sentirse acogida, en un sitio que podría reconocer incluso con los ojos cerrados.
Pero todo ese sentimiento de normalidad se destrozó en mil pedazos cuando descubrió que había alguien allí.
Se quedó inmóvil en la sala, a dos pasos de lo más cercano a lo que pudiera sujetarse, una distancia enorme que la dejó completamente sola; de un momento a otro, había pasado a estar parada en una isla, un sitio inhóspito donde nada podía sujetarla, excepto sus débiles piernas que por azar no habían cedido. ¿O era tal el miedo que sus articulaciones estaban congeladas? Ya no estaba en su casa, estaba atrapada en un sitio que no conocía y que no podía darle cobijo ni apoyo.
No supo en qué momento el teléfono móvil cayó de sus manos, y ni siquiera escuchó el sonido del aparato contra el suelo; otro sonido había eclipsado todos los demás, incluso cualquier otro que pudiese ser más intenso. La respiración estaba ahí, escondida detrás de uno de los muebles, en un punto que no podía determinar con claridad pero que era tras el sofá o uno de los sillones; había estado siempre ahí, mientras ella se acercaba al refrigerador, ignorante todavía del intruso que había cambiado para siempre su percepción de las cosas.
De pronto le costó entender que su corazón seguía latiendo, pues no podía oírlo por el efecto hipnótico de esa respiración presente y atenta; estaba capturada por el horror de no saberse sola, y por el terrible sentimiento de anticipación que se formó en su interior al momento de descubrirlo. Sabía que esa respiración era a ritmo constante, y que esa constancia era la de la espera, la de alguien o algo que está ahí por una razón concreta, esperando; ella era la única a quien se podía acechar, y estaba sola por completo.
Fue así como, cual una débil presa, solo pudo quedarse inmóvil mientras emergía de entre las sombras otra de distinta naturaleza, una que podía moverse a voluntad, a diferencia de ella.
Greta quiso moverse, quiso gritar o protegerse, pero cualquier esfuerzo fue inútil; estaba congelada por el terror, paralizada por su presencia y esos ojos dorados que eran absolutos. No importaba si era un perro u otro animal, porque en realidad era una bestia pura, un ser sir ser que tenía un objetivo demasiado claro como para que algún nombre fuese capaz de asimilarlo. Era un monstruo puro, la salvaje expresión física de lo que no puede ser explicado, porque solo quien le mira a los ojos puede comprenderlo; pasaron segundos, o quizás años mientras se acercaba a ella, y luego un instante ínfimo para que se lanzara con toda su fuerza en contra de su débil cuerpo. Greta quiso gritar, pero solo escuchó de sí un leve jadeo, antes que sus garras y el poder de sus extremidades impactara contra su torso; se sintió arrancada de lo sólido del suelo, y por un horrible momento fue como si hubiese sido levantada, como si el monstruo tuviese alas que le permitieran elevarla hasta un cielo donde nunca más brillarían las estrellas. Pero entonces cayó, y el golpe fue múltiple a un mismo tiempo; sintió cómo su espalda se azotaba contra la superficie, y cómo retumbaba el impacto dentro de su cabeza, al tiempo que la bestia caía sobre ella y algo en su interior se rompía de forma inevitable. Ese crujido le produjo un dolor que opacó los otros, y sacó de ella un gemido lastimero de dolor, que a la vez cortó el aire como una lanza atravesando su costado; sus ojos habían visto todo revolverse por causa del violento movimiento, pero al impactar contra el suelo las sombras dejaron de moverse y otra vez se concentraron en aquella figura que la había destruido. Y mirada y respiración se unieron en un solo foco, dos globos dorados a milímetros de su rostro, el aliento gélido llegando a ella como una bruma que le impedía respirar; se quedó así, observando, hasta que algo distrajo su atención y se retiró, volviendo a fundirse con las sombras con las que se había mezclado en un principio.
Greta sintió el tibio surco de las lágrimas brotando desde sus ojos y yendo a mezclarse con sus canos cabellos; todo el dolor se había concentrado en la terrible puntada en el costado, que volvió su respiración rasposa e hizo que los latidos de su corazón lucharan por sostener un ritmo que parecía imposible.
Todo se estaba apagando con lentitud, con un miedo que se volvió negro y frío, y una ausencia de todo que la oprimió dolorosamente; sus miembros no respondían, o quizás era el golpe en la cabeza lo que había dejado su mente inútil para dar esas ordenes. Hizo un intento por hablar, pero la exhalación se convirtió en rojo, y percibió el tibio líquido brotando y escurriendo por las comisuras.
Todo era nieblas y la oscuridad del techo sobre ella; ya los ojos dorados se habían ido, ya no podía oír esa respiración que antes se apoderó de su voluntad, o quizás era que ya no podía escuchar otra cosa más que a su corazón debatiéndose, manteniendo la batalla a pesar de todo. Pero todo estaba perdido; supo qué significaba esa horrenda sensación lacerante al respirar, y aunque las palabras específicas no aparecieron en su mente por causa de un absurdo miedo a formularlas, la realidad era demasiado clara como para ignorarla: su cuerpo, viejo y cansado, no podría resistir un ataque como ese, y lo que estaba viviendo solo era la extensión más allá de lo razonable de una línea que había sido cortada quizás en el mismo momento en que las luces se esfumaron. Pensó en su Jonás, y en cómo lo había llorado cuando él se apagó tras esa fulminante enfermedad; él le había dicho que la quería, y sus ojos perdieron la luz un momento antes de cerrarse para siempre. Pensó muchas veces en la idea de reunirse con él, de pasar a formar parte del mismo estado en el que él se encontraba, y aunque nunca lo vio como un acto de incitación a destruir la vida, desde el momento de perderlo abrió la puerta a ese entendimiento sutil del dejar de estar. Comprendió que ella también dejaría de estar, eventualmente.
Eso ya daba lo mismo; las consideraciones al respecto eran inútiles, y solo le quedaba esperar a que el colapso fuera definitivo para ella. Pero de pronto apareció en su mente la imagen de Matías, y eso hizo que aumentara el dolor en el costado y la presión en el pecho; ese chico estaba solo al igual que ella, y quizás rodeado por el mismo tipo de peligro ¿Cómo podría librarse? Quiso hacer algo y rogó por un poco de movimiento, pero su cuerpo estaba cada vez más adormecido y no pudo hacer gesto alguno; se iba a sumergir definitivamente en las sombras.


Próximo capítulo: Camino a ninguna parte

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