Narices frías Capítulo 35: Camino a ninguna parte




De pronto, Tobías abrió los ojos, y eso hizo que Carlos sintiera un escalofrío, e inmediatamente, pánico.
La reacción instintiva fue brutal, porque al mismo tiempo una parte de él le dijo que tenía que salir de ahí y desprenderse de la responsabilidad, y la otra le dijo que no podía dejarlo, que si después de lo que había visto lo abandonaba, se convertiría en lo mismo de lo que estaba tratando de huir.

—¿Puedes escucharme?

El pequeño, aún recostado de espalda en la cama, volteó lentamente la cabeza en su dirección.

—Carlos. Reconocí tu voz.

Sonaba algo débil, pero que pudiera hablar era señal de que estaba menos mal de lo que se había imaginado desde un principio; se arrodilló junto a la cama, mirándolo con una combinación de sorpresa y emoción.

—Sí, soy yo. ¿Te duele mucho la cabeza?
—No —replicó el pequeño—, un poco, creo. Debe ser un traumatismo.
—Sí, probablemente —dijo Carlos—, estaba tan...

No terminó la frase. ¿Qué le iba a decir? ¿Lo enfrentaría con la terrible realidad cuando ni siquiera sabía si tenía heridas graves?

—Carlos.

El pequeño se incorporó en la cama y se enfocó en él; resultaba increíble que pudiera estar bien después de lo que había sucedido.

—Esa cosa ¿los mató?

Esa pregunta era algo que un niño tan pequeño nunca debería pronunciar; Carlos sintió que el estómago se contraía, pero la náusea no alcanzó a llegar. Estaba demasiado conmocionado como para sentir algo así.

—Sí. Lo siento.

El silencio que siguió no fue interrumpido más que por las respiraciones de ambos; en la penumbra de su habitación, en el interior de una casa que nunca podría pertenecerle, Carlos había comprendido que existía una sola forma de evitar que el horror que estaba vedado a los ojos de Tobías llegara hasta su mente.

—Entonces ellos me protegieron.
—Hicieron todo lo que pudieron.
—Eso no es justo —exclamó el pequeño, con mas fuerza en la voz—, porque ellos eran buenos, y me compraban cosas y nunca se quejaron porque yo no era como los otros niños, no es justo.

Carlos no supo qué decir, y solo atinó a acercarse a él y abrazarlo; y el pequeño se abrazó a él y sollozó, mientras temblaba de miedo y de soledad. El adolescente quiso llorar, pero no podía, al menos no hasta que consiguiera realizar el débil plan que tenía en mente.

—¿Está ahí afuera?

Carlos se separó de él y lo miró a la cara; ese pequeño era prácticamente un desconocido, pero al mismo tiempo era la persona más importante en su vida, y tenía que hacer por él lo que estuviera a su alcance.

—Escúchame; tenemos que irnos.
—¿Está aquí?
—Creo que sí —repuso, con voz entrecortada—, no hay luz, y no sé si hay más en alguna parte, pero creo que sí.
—¿Le hicieron daño a tus papás también?
—Ellos van a estar bien —Carlos sabia que eso era una mentira, pero no quiso focalizarse en la horrible imagen de ellos en la sala—, pero tendremos que irnos; es la única forma.

Tobías asintió en silencio; otra vez en la mente de Carlos apareció el miedo y la incertidumbre, pero desterró esos sentimientos y se obligó a ser fuerte.

—Tengo que sacarnos del distrito.
—Estoy asustado.
—Yo también —admitió, bajando la vista—, pero tenemos una oportunidad. Sé que todo es muy difícil de entender ahora, pero las cosas no se van a poner mejor; hay algo en el distrito, algo muy malo, y la única forma de escapar es irnos.
—Está bien —Tobías asintió con más energía, aunque su voz seguía siendo débil—, entiendo. Eso es lo que mis papás querían, siempre dijeron que querían lo mejor para mí; y yo confío en ti porque fuiste a salvarme cuando esa cosa entró en nuestra casa.

Carlos quiso decirle que estaba depositando su confianza en la persona equivocada, pero no lo hizo; en cambio, se puso de pie y abrió el armario para buscar algunas cosas.

—No puedes quedarte en pijama; tengo algunas cosas de antes que te podrían servir ¿Te parece?

Encontró una remera, unos pantalones y una chamarra y lo ayudó a vestirse; se sorprendió de ver que la ropa y zapatillas le quedaban bastante bien. En seguida sacó una mochila que supuestamente era para salir de campamento, aunque nunca la había usado; puso ropa y algunas otras cosas, y de inmediato corrió al cuarto de sus padres mientras se ponía unos guantes. Sin detenerse a mirar, buscó en el armario hasta que encontró las billeteras de ambos y se hizo con las tarjetas para el cajero, procurando dejar todo lo más ordenado posible. De vuelta en la habitación, se quedó un momento detenido, mirando alrededor, al lugar que creyó era su sitio para refugiarse.

—Nos iremos ahora.
—¿Qué pasa?

Era tan pequeño, y sin embargo entendía tan bien los cambios en la voz; Carlos se acercó a él y lo tomó de la mano.

—No pasa nada. Vamos.

¿Qué podía hacer? Por un momento pensó en desordenar su cuarto o romper las cosas, pero al final de cuentas, nada de eso tendría importancia; él no era esos objetos.

—Saldremos en silencio ¿Bien?
—Está bien.

Bajaron las escaleras, y salieron por la puerta principal, dejando abierta la reja del jardín; Carlos no quería acercarse a la casa de Tobías por motivo alguno, pero pensó que tal vez era justo mencionarlo.

—¿Hay algo que necesites de tu cuarto?
—No —el niño le apretó la mano—, no importa.

Si para él era difícil salir, no se imaginaba cómo sería para el pequeño; estaba haciendo un enorme esfuerzo por mantenerse estable, mucho más de lo que él mismo hacía, porque las cosas que sabía estaban ocultas tras un velo. Procuró pasar caminando rápido, pero no pudo dejar de mirar al animal en el jardín de esa casa, aún congelado en la misma posición; decidió volver a mirar al frente y sacar de su mente esa imagen, al menos de momento, pero antes de llegar a la esquina vio a otro perro en un jardín, también congelado en la misma posición.
Una vez fuera del perímetro, caminó hasta la estación de servicio y entró en el cubículo de cristal, agradeciendo que la tienda estuviera cerrada. Temía que el cajero no estuviera funcionando por el apagón, pero aparentemente la estación tenía algún tipo de batería de emergencia para casos como ese; fue una experiencia extraña tener tanto dinero en las manos y que no le importara, ya que en ese momento se trataba de un elemento necesario, no un lujo. Tras guardar el dinero en la mochila, miró cómo todo estaba a oscuras y en silencio, y se preguntó cuánto debería alejarse para encontrar un modo de salir del distrito.

—¿Tienes frío?
—No.

Quiso decir algo más, pero no pudo; por primera vez ese silencio le resultó estremecedor, y creyó tener una idea clara de qué tanto estaba sucediendo a su alrededor. No era solo ese perro, ni lo que ocurrió a sus padres; se trataba de algo que estaba por todas partes, y a menos que salieran de ahí lo más pronto posible, todo eso terminaría por alcanzarlos.
Caminaron largos minutos por desiertas calles, bajo el silencioso manto de la noche; Carlos pensó que debería haber llevado una linterna, pero ya era tarde para devolverse. Al menos, la noche estaba lo suficientemente iluminada para ver sin mayor dificultad, aunque al mismo tiempo, las calles vacías bajo un cielo igualmente desierto aumentaban la sensación de abandono.
Poco después, los dos siguieron por una calle en donde había edificios de varios pisos, dejando de lado las casas como en el lugar en donde vivía; Carlos se dio cuenta de que su idea original de salir del distrito topaba con obstáculos, como pedirle a un niño pequeño que se desplazara una gran distancia a pie. Pero tampoco podía quedarse, era demasiado peligroso para los dos.
Ambos aparentaron ignorar unos gritos a cierta distancia, pero Tobías se sujetó con más fuerza a su mano, caminando desde entonces mucho más cerca de él.
Quería saber qué había sido de la gente ¿Podía ser que todos estuvieran en la misma situación que sus padres? Aunque lo intentaba, no podía sacarse de la cabeza esa terrible imagen, la que inequívocamente sería la última de ellos: sentados en la sala, congelados por obra de un poder que no alcanzaba a comprender, con los ojos desorbitados y esa expresión vacía y sin vida que sin duda explicaba lo que había sucedido con ellos. Desde hacía mucho tiempo se sentía desconectado de ellos, en un estado donde no lo comprendían ni querían escucharlo, pero de todos modos eran sus padres; lo que había sucedido es que ellos eligieron mal a quien dedicarle su atención, y él los había perdido para siempre desde ese momento.
La noche se extendía amplia y abandonada frente a ellos.


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