Narices frías Capítulo 29: Una pregunta incómoda





Después de decirle a Matías que se fuera a su casa, Greta se quedó pensando en todo lo que había sucedido y los descubrimientos que tuvieron lugar como consecuencia de sus propias reacciones.
La muerte de Jonás no solo la había dejado sola, sino que además dentro de una casa y un estilo de vida que claramente no estaba hecho para una persona, porque en cada cosa que quisiera o pensara hacer, estaba él. Rearmar su vida y comenzar a funcionar de nuevo, por lo tanto, había resultado mucho mejor y más sencillo apartándose del mundo, de las preguntas y condolencias y de los recuerdos del resto; vivía sola y era solitaria, y así era mejor que tratar de desarmar lo que había construido.
En ocasiones sentía que todo eso no era más que miedo a perder lo poco que tenía en sus manos, pero al mismo tiempo persistía ese esfuerzo por protegerse, por evitar a toda costa que alguien se entrometiera y pudiera dañar la frágil estabilidad que poseía. Mientras, el mundo a su alrededor parecía ser una selva dura e implacable mucho más que antes, y cosas tan espantosas como un asesinato se encontraban al alcance de la mano de cualquier persona; en casos como ese odiaba la tecnología y su capacidad de robar hasta la intimidad de los muertos, así como la facilidad para acceder a esos momentos que, si no habían sido tranquilos, al menos deberían ser privados.

—Que extraño…

Nunca tocaban a la puerta, o al menos no de manera regular. Fue a abrir mientras pensaba todas estas cosas, y se sorprendió al ver a un hombre de unos cuarenta años del otro lado de su puerta, sonriendo como si la conociera.

—Buenas tardes. ¿Cómo está?
—Muy bien, gracias —replicó ella, de modo automático— Buenas tardes.
—Mi nombre es Benjamín y me preguntaba —el hombre hablaba con una naturalidad propia de los vendedores experimentados—, si usted tiene una mascota, soy parte de la familia Narices frías.

La mujer se quedó un momento inmóvil, hasta que hizo la conexión con los anuncios en la televisión y todo ese asunto.

—No tengo mascotas —repuso, un poco desconcertada.
—Eso tiene solución ¿Le parece si conversamos un momento?

Hizo un curioso ademán como para invitarla a entrar en su propia casa, y eso hizo que Greta se envarara.

—Estoy ocupada y no lo conozco.
—Me disculpo si estoy siendo demasiado alegre —repuso él como si no se diera cuenta de su incomodidad—, es solo que me gusta tanto poder hablar con las personas y ayudarlas a encontrar un ser que forme parte de su vida.

La mujer había tenido la mala idea de abrir la puerta y posicionarse en el umbral, en vez de solo abrir un poco; se sintió débil y expuesta, como si el escuchar a ese sujeto en un estado emocional mucho más alegre de lo necesario fuera algún tipo de amenaza que no alcanzara a comprender del todo.

—Estoy ocupada.
—¿Quizás podríamos hablar en otro momento? Puedo dejarle mi tarjeta, estoy seguro de que encontraremos a la mascota perfecta.
—No quiero una mascota, y quiero que se retire, por favor —replicó ella con sequedad—, buenas tardes.

El hombre mantuvo la sonrisa perfecta por unos segundos más, y a ella se le hizo la idea de que se tardó en entender del todo sus palabras. Luego hizo una especie de reverencia, pero ella no tuvo oportunidad de verlo, ya que retrocedió y cerró la puerta.
Sus manos temblaban; si alguien le preguntara, no podría decir con exactitud qué era lo que había pasado, pero sabía que ese hombre no estaba bien. Se sentó ante la mesa y trató de calmarse ante esos hechos, y procesar lo sucedido de forma sensata; primero, ese hombre era muy alegre y se comportaba como si la conociera, similar a esos vendedores puerta a puerta que aparecían en las películas. Bien vestido y peinado, hablaba de forma correcta, pero a ella le pareció amenazador. ¿Sería por actuar como si tuviera derecho a decidir por ella en qué momento y lugar hablarían, o aún más, por haber decidido por anticipado que ella querría hablar con él? Sin duda era una situación a la que nunca se había enfrentado con anterioridad, pero quitando eso de lado, de todos modos se trataba de algo incómodo y hasta peligroso ¿Y si ese hombre hubiese empujado la puerta?
Se puso de pie y caminó despacio hasta la ventana, asomando lo necesario tras la blanca cortina para ver hacia el exterior; el hombre ya no estaba allí, no se había quedado del otro lado, escuchando ni tratando de ver al interior, pero a pesar de saber que no estaba, Greta sintió un inexplicable temor de abrir y asomarse al exterior. Ya no estaba ahí, lo había visto y tenía la seguridad de que se había ido, pero eso no bastaba para tranquilizarla; de algún modo, el nerviosismo se había filtrado por la hendija de la puerta, era una brisa insonora y suave, que no podía capturar entre sus dedos y bailaba a su alrededor, cerca como para sentirla, no demasiado como para atraparla.
Estaba segura de que, en el improbable caso de relatar eso a alguien, la mirarían con una leve sonrisa y le dirían con condescendiente intención que todo estaba bien, y que se trataba de un malentendido. Que ese hombre solo era alguien muy amable y sin malas intenciones.
La ignorarían por ser vieja.
No lo haría, desde luego, pero podía anticipar con total claridad lo que sucedería, ya que ni siquiera sería la primera vez; la tercera edad no era símbolo de respeto, sino de una evidente distancia por parte de los jóvenes y adultos. Ya no se le consideraba en edad apropiada, y lo que sea que pudiese decir no era considerado importante; en más de una ocasión en situaciones triviales había sido tratada con ese mismo tipo de condescendencia que sería negada pero estaba ahí, por lo que no era difícil imaginar que sería peor en un caso como ese.
Se le ocurrió que se trataba de dos casos muy distintos; cuando Matías cayó por el techo de su patio trasero se asustó, pero después de hablar tan solo unas palabras con él, concluyó que no era peligroso, mientras que ese hombre se comportó como la persona más normal del mundo y se sintió amenazada. Miró hacia la puerta y el seguro colgando de su cadena que nunca usaba, y se preguntó cuánto de esa seguridad era falsa a su alrededor; nunca se sintió bajo riesgo cuando Jonás estuvo vivo, y luego de perderlo, aún con el dolor y su ausencia, no se preocupó por esos asuntos.
Daba la impresión que todo el mundo tenía animales de esa empresa llamada Narices frías; caminó hacia la cocina y titubeó un momento, sin saber muy bien qué hacer. Tendría que prepararse un café, pero optó por tomar un vaso y servir algo de jugo de fresa, por hacer algo y ocuparse de una acción que no fuera solo pensar, aunque al momento de beber se dio cuenta de tener la boca seca.
Bebió la mitad del contenido del vaso casi de un trago y se dio el tiempo de saborear el líquido después; dulce, suave, agradable al paladar, pero más pasajero que el persistente nerviosismo que un hecho intrascendente le causó. Estaba en su casa, un espacio que siempre consideró legítimamente suyo, un lugar propio en donde las decisiones eran suyas y podía decidir qué hacer y qué no, así como a quién dejar entrar.
Fue hasta la puerta y tomó en sus dedos el extremo del seguro que nunca usaba, y lo puso en el sitio adecuado para dejar bloqueada la entrada; pero después de lo sucedido, esa cadena metálica que unía la madera al umbral parecía delgada y débil, insuficiente ante algo que no tenía un cuerpo físico y que, al transgredir esa regla, era capaz de llegar hasta donde quisiera, incluso al interior de su mente.
La noche estaba comenzando y pronto las luces del interior de la casa serían las únicas a su alrededor.


Próximo capítulo: Distancia

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