Narices frías Capítulo 05: Solo cinco minutos




Cuando Sofía abrió los ojos el día sábado, lo primero que se preguntó fue por qué no había sonado su despertador; volteó en la cama, restregando sus ojos, y se quedó mirando el cerdito de color rosa sobre el velador.
Marcaba las diez menos cinco ¿Se había quedado dormida por tanto tiempo? Entonces recordó que era sábado, y se dijo que era por eso que no había sonado esa mañana, porque los fines de semana tenía permiso para dormir hasta más tarde.

—¡El calendario!

Se acordó de su misión y se levantó muy animada; alisó la tela del pantalón de su pijama de color rosa pálido, y caminó hacia la pared junto a la ventana.
Cuando adoptaron a Terry, Sofía le pidió a mamá un calendario, porque quería marcar en él los días desde que estaba con ellos; así que mamá compró un calendario muy bonito, y papá usó cinta mágica para pegarlo en la pared sin dañar el tapizado. El calendario tenía una pinza con forma de perrito en la parte superior, para que cuando pasara el tiempo, pudiera sostener los meses anteriores sin que le estorbaran para marcar los nuevos días.

—Sábado 21.

Dijo las palabras con alegría mientras tomaba el lápiz destacador desde su soporte al costado derecho del calendario; le pareció que la hoja del mes anterior, sujeta con la pinza, no estaba derecha, y se tomó un momento para enderezarla.
El lápiz destacador era de color violeta, su favorito, y tenía perfume, aunque estaba muy suave en ese momento; retiró la tapa y marcó, con mucho cuidado, la casilla correspondiente a ese día, teniendo atención en no salirse de los bordes. Marcaba un día con el color violeta y el siguiente con el color anaranjado que estaba del otro lado, así quedaba muy bien hecho, y siempre tenía que prestar atención para no repetir color. Era muy importante seguir la costumbre y no equivocarse, porque el calendario no se podía corregir.
Después de cumplir con esa importante tarea, se quedó un momento pensando en si debería vestirse o no; pero cuando lo meditó un instante, se dijo que quizás sería mejor quedarse con pijama por más tiempo, ya que mamá decía que el sábado era un día muy especial y se podía descansar y hacer cosas distintas.
Ya se había levantado y marcado ese nuevo día en el calendario, así que no tenía que preocuparse por nada.
Se puso unas zapatillas de estar en casa y se miró en el espejo de la puerta de su armario; su cabello, largo hasta más abajo de los hombros, era de un color castaño muy claro, liso, aunque en ese momento estaba un poco enredado. Lo arregló con las manos y decidió que estaba lista, así que salió de su cuarto y cerró la puerta.
La casa siempre le había parecido muy bonita e iluminada, muy parecida a la de Lola en la serie de televisión que veía todas las tardes; claro que en su casa no había un sótano secreto con muchos vestidos y trajes de todo tipo, pero sí era muy espaciosa y su cuarto estaba en el segundo piso.
La escalera era un medio círculo y tenía una baranda de un color que ella siempre olvidaba el nombre, pero que era un poco parecido a las joyas doradas de mamá; tal como le habían enseñado, se tomó del pasamanos y bajó los escalones, uno a uno, con calma, porque lo primero era la seguridad y no podía estar corriendo en la escalera.
Samanta había contado en la escuela que una vez había caído en una escalera, durante las vacaciones; se había golpeado en la cabeza y tuvo un chichón bastante grande con un corte, justo encima de la ceja izquierda. Cuando regresó, ya no tenía el chichón en la frente, pero le había quedado una marca de donde estuvo el corte, y Sofía no quería tener cortes ni nada por el estilo.
Cuando estuvo en el primer piso, caminó a través de la sala y fue directo hacia el cuarto que papá había preparado para Terry. Estaba al lado de la puerta de la cocina, y tenía una puerta del otro extremo que conectaba con el jardín; por supuesto, a Terry le gustó mucho, y aprendió en seguida que esa entrada era con una puerta especial que podía empujar con mucha facilidad, para que fuera a jugar o lo que quisiera, pero al mismo tiempo pudiera volver en cualquier momento.

—Buenos días, Terry.

Mamá decía que no era necesario dar un toque a la puerta en la mañana para entrar en el cuarto de Terry, pero que, si quería hacerlo, tampoco estaba mal; así que dio un golpe suave, y luego giró el pomo para poder entrar.
El cuarto de Terry tenía un par de metros cuadrados de espacio interior; las paredes eran lisas, y papá había puesto en el suelo una alfombra de color verde, de pelo muy grueso, y dijo que era especial para él, porque podía rascar en ella sin problema, y que le gustaría para frotar la espalda también. La cama, circular, estaba en una esquina, justo del lado opuesto a donde estaba su plato para la comida y el otro donde tomaba su agua.

—Vaya vaya —dijo, poniendo manos en las caderas—, así que estás durmiendo todavía.

Sonrió al decir esa frase, porque la decía mucho la mamá de Lola, y siempre había querido decirla; Terry estaba enrollado sobre la blanda superficie de la cama, y apenas abrió los ojos al verla.

—De acuerdo, cinco minutos más —dijo Sofía, encogiéndose de hombros—. Iré a la cocina para tomar un vaso de agua y volveré ¿De acuerdo?

Sin moverse, el pastor alemán olisqueó y la miró, con expresión soñolienta. Sofía salió del cuarto y entró en seguida a la cocina, que como todos los días tenía el suave aroma a lavanda y mucha luz gracias a la iluminación del techo. La pequeña abrió la puerta del refrigerador, y se quedó por un momento mirando el jarrón transparente en donde siempre había un poco de agua fresca para beber; el cristal exudaba gotas de agua muy pequeñas, que, como diminutas esferas espejo, eran universos en miniatura que replicaban la imagen alrededor.
Una y otra vez las gotas, pequeñas constelaciones de luces y destellos, se alejaban del borde suave, cayendo por una pendiente curva, como si fuesen arrastrados por una fuerza invisible que contaba el tiempo en unidades infinitas, mínimas, siempre constantes como el serpenteo de una aurora.
Tomó el jarrón, sintiendo en la piel el frío de la superficie como un cosquilleo en las palmas, y lo depositó con cuidado sobre la mesada junto al refrigerador; después fue por un vaso, para lo que acercó el banquito con escalera al mesón y subió los dos escalones necesarios. Papá le decía que siempre tenía que usar esa pequeña escalera cuando necesitara algo, hasta que pudiera ver lo que había dentro con claridad; de ese modo, no habría peligro de tirar algo o hacerse algún daño.
Papá y mamá siempre se preocupaban por ella y le daban consejos; mamá le había explicado que eso era porque querían lo mejor para ella, igual que desde algunas semanas atrás, para Terry. Él era parte de la familia como tal, todos querían cuidarlo para que estuviera en las mejores condiciones; de ese modo, ella también tenía una responsabilidad en todo eso.
Tenía que acompañarlo y jugar con él, y estar pendiente de que se sintiera cómodo; en las tardes la recibía muy contento después de no haberla visto por la escuela, pero los fines de semana dormía hasta un poco más tarde, al igual que ellos.
Después de beber una cantidad de agua hasta sentirse a gusto, tomó el jarrón y lo devolvió a su lugar en el refrigerador, sin recordar si mamá le había enseñado que debía volver a poner agua cuando se hubiese terminado, o, por el contrario, cuando quedara poco. Casi estaba saliendo de la cocina cuando recordó el vaso ¿Debería lavarlo con la esponja y espuma, o bastaría con hacerlo con agua?
Decidió que estaba bien sólo con agua, de modo que acercó la pequeña escalera al lavamanos y abrió el grifo; estaba en eso cuando sintió un movimiento a su espalda y volteó, un poco confundida.

—Buenos días —saludó con tono alegre—, ya te levantaste.

Terry estaba sentado en el umbral de la puerta, mirándola con suma atención; movía la cola de un lado a otro, pendiente de lo que fuera que ella decidiera hacer.

—¿Ya pasaron los cinco minutos? —dijo mientras cerraba la llave—, Te ves muy bien hoy, Terry.

Después de dejar el vaso en el escurridor y secarse las manos, la niña dejó la pequeña escalera en el espacio que había entre el refrigerador y el mueble, porque papá decía que cuando no se usara, era importante dejarla ahí para que él o mamá no tropezaran al pasar.
Se sentía contenta esa mañana, y pensó que quizás debería salir al jardín de atrás.

—¿Ya fuiste afuera? —preguntó con voz cantarina—, creo que hay sol y que podríamos ir un momento, sería divertido.

El perro la seguía mirando con mucha atención; mamá le había dicho que Terry no haría expresiones igual que los personas, pero que cuando una niña muy inteligente como ella lo conociera bien, podría reconocer todos sus gestos.
Y mamá nunca se equivocaba, porque poco a poco aprendió y ya lo entendía todo con mucha facilidad; podía ver que Terry estaba de acuerdo, que él también quería ir al patio trasero.

—Muy bien, entonces vamos —declaró con alegría—. Me gustaría que no estuviera corriendo viento, todo es mucho mejor cuando no hay ruido ¿No lo crees?


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