Narices frías Capítulo 07: Entre hojas y piedras




Gabriel estaba sentado en la reposadera del patio de su casa; era sábado por la mañana, y casi a mediados de octubre el clima era propicio para descansar un poco desde temprano, olvidándose de las obligaciones.
Aunque sí había hecho algunas cosas al despertarse.
Fue al cuarto de Antonio, y después de darle los buenos días, dejó en el televisor de su habitación un programa que a él le gustaba mucho, diciendo que podría verlo durante un rato antes de levantarse; después fue al patio y abrió la bolsa en donde había estado reuniendo hojas durante el invierno, y la volcó en medio del jardín.
Las hojas pardas cayeron como una lluvia de colores oscuros y secos sobre el pasto fresco de la mañana; cada una de ellas era un mundo en sí misma, pintada y descolorida como un lienzo único e irrepetible, hijos desterrados de la vena materna que los mantenía con vida, abandonados al viento y al silencio, condenados a deshacerse en trozos. Nadie, ni siquiera el tiempo podría contar su historia al final.
Antonio y él habían visto un video informativo de Narices frías un tiempo atrás, en el que decía que algunas mascotas disfrutaban mucho de un tiempo jugando al aire libre, o en un ambiente que fuera similar; en el caso de los felinos, escalar un árbol real o jugar entre ramas y hojas era suficiente, y ayudaba mucho con su tranquilidad y buen estado emocional.
Después de terminar con esa labor, y dejar apropiadamente ordenada la montaña de hojas en medio del patio, fue por el maletín en donde guardaba los elementos de limpieza necesarios, ya que luego del tiempo de juego, sería menester cepillar a Dina para que estuviera en las mejores condiciones. A ella le gustaba mucho que la cepillaran, y cuando ambos lo hacían, se quedaba tendida, con una gran expresión de calma y paz.
En cierto momento, desvió la vista hacia la pared que separaba su patio con el de la casa vecina; se trataba de un muro de un metro y medio de alto, coronado por las copas de plantas frondosas de jardín, que generalmente pasaban la altura de una persona y cubrían la vista en verano con su tupida malla de hojas. En invierno, él ponía una capa malla que cubría el patio por completo, por lo que, en ausencia de hojas, seguía siendo ciego a lo que ocurría del otro lado.
Sin embargo, en ese momento quedaba un espacio entre las ramas, un discreto túnel de luz que conectaba ambos sitios de forma impropia, aunque casual.
Lo que llamó su atención fue ver a una persona del otro lado; se incorporó un poco para ver con un poco más de claridad, y casi de forma automática volteó hacia el interior de la casa, angustiado de que su hijo pudiera estar viendo aquello en ese momento.
Pero la ventana de la habitación de su hijo no daba en esa dirección, y en ese momento lo agradeció; el hombre en la casa vecina estaba desudo al completo, en ese instante dando la espalda al muro, mientras colgaba una hamaca con toda tranquilidad. Ese hombre vivía en la casa de junto desde aproximadamente seis meses, aunque él no lo había visto mucho, más que cuando le dio la bienvenida protocolar a su llegada. Se trataba de un sujeto de unos treinta años, que lucía un aspecto un tanto desarreglado en el vestuario, y dijo que trabajaba en algo relacionado con la televisión; el hombre tenía una estructura física fuerte, y aunque era del todo fuera de lugar, Gabriel se sorprendió de no ver tatuajes en su cuerpo, ya que su aspecto y su modo de actuar le habían hecho pensar que sería esa clase de persona.
Le pareció violento que ese hombre estuviera exhibiéndose de esa forma; en un ambiente privado, o en un lugar apropiado como las duchas de un gimnasio no sería problema, pero en el patio de una casa había una gran posibilidad de estar a la vista de un niño o una persona mayor.
Recordaba su nombre, se llamaba Dante, un nombre que en su momento le pareció más un seudónimo que algo real. ¿Que podía hacer? No era viable hablarle y reprenderlo por sorpresa, ya que estricto rigor, él estaba mirando sin autorización, pero ¿Y si hubiera sido su hijo, o el hijo o hija de alguien más? Los niños no debían estar expuestos a ese tipo de comportamientos bajo ningún punto de vista.
Pero, estando en esa situación compleja, de todos modos, no podía quedarse de brazos cruzados. En silencio caminó hasta la escalera desplegable que usaba para recortar las ramas del árbol del patio, y siguiendo una idea que estaba elaborando durante la marcha, la ubicó junto al tronco de este, distante tan solo un metro del muro divisor, y subió con lentitud, preparándose para aparentar que todo se trataba de una situación casual.
Y ahí, al borde del escalón bajo la aromática copa de su árbol, pudo ver al hombre en la misma actitud, aún atando la cuerda de un extremo mientras lucía indiferente al mundo a su alrededor; ninguna ventana de las otras casas cercanas estaba orientada en esa dirección, como si todos los ojos por decisión propia hubieran evitado mirar.

—Vecino, buenos días.

Procuró que el saludo sonara informal y relajado, aunque su intención era reprenderlo por esa actitud tan desvergonzada; el otro hombre reaccionó y volteó en su dirección, aunque para su sorpresa, no hizo el más mínimo intento por cubrirse.

—Hola, buen día.

Al saludar, levantó la mano en señal acorde; Gabriel no había pensado en esa posibilidad, y dio por sentado que el otro se taparía al saberse expuesto.

—¿Descansando? —preguntó intentando mantener la apariencia de calma.
—Sí —señaló vagamente la hamaca tras él—, tengo algunos días de vacaciones ahora y como no tengo dinero, la mejor opción es descansar en casa.

Mientras hablaba, había avanzado un par de pasos hacia el muro, quedando separados por un par de metros y la distancia de la escalera, a lo sumo; Gabriel no podía dejar de preguntarse cómo el otro hombre podía actuar con tal naturalidad, como si no pudiera comprender el significado de esa escena.

—Así que tiene vacaciones.
—Trátame de tú —replicó el otro, con tranquilidad—, no es necesario ser tan formal, solo dime Dante.
—Sí, claro —dijo en respuesta.
—Y tú, Gabriel —continuó—, cuidando el jardín o descansando.

Eso no estaba saliendo como lo imaginaba; la actitud tan natural de ese hombre y su nulo entendimiento de la situación bloquearon sus perspectivas. No podía decirle que no era correcto andar desnudo por el patio de ese modo, porque ya lo había saludado sin hablar al respecto y comportándose como si no le importara.

—Un poco de las dos cosas; mi hijo todavía está en el cuarto, está durmiendo o viendo televisión.

Esperó que la mención de su hijo hiciera algún efecto, pero se equivocó de nuevo; Dante asintió sin más mientras hablaba.

—Entonces tienes un poco de paz y soledad mientras se levanta.
—Claro —observó— ¿Tienes hijos, niños pequeños?
—No —replicó Dante, encogiéndose de hombros—, los niños son muy difíciles, hay que tener mucha fuerza y paciencia; ya sabes, si uno se hace cargo, no hay vuelta atrás.

La única opción era seguir por la vía de los niños, e intentar llegar al punto desde ahí. Sí, esa sería la forma apropiada de enfrentar esa contrariedad.

—Sí, es un trabajo largo y cansador —explicó intentando poner bastante determinación en sus palabras—, siempre hay que estar muy pendiente de todo, uno nunca descansa cuando se trata de los hijos.
—Estoy seguro de eso, pero debes hacerlo muy bien —observó Dante—, te ves muy orgulloso cuando hablas de él.
—Sí, lo estoy, y también me preocupo —sintió que se estaba apresurando, pero ya no toleraba esperar para decirlo—, por eso es…

No pudo terminar la frase, porque el sonido de un tono de llamada los interrumpió; Dante le hizo un gesto hacia el interior de su casa.

—Lo siento, tengo que contestar. ¿Bebes cerveza?
—¿Qué? —Respondió Gabriel, confundido—, sí, sí tomo.
—Tal vez podrías pasar un día y bebemos una o dos, cuando puedas —se encogió de hombros—, si tienes tanta presión, te haría bien ¿De acuerdo?

Gabriel, tomado por sorpresa, no supo qué responder; el otro hombre le hizo un gesto a modo de despedida y entró en su casa, dejando perplejo a su interlocutor.
¿Qué clase de hombre andaba desnudo por su patio, a vista y paciencia de cualquier persona, y además tenía la osadía de invitar a beber a un vecino de buen comportamiento como él, mientras estaba en esa facha?
Gabriel bajó de la escalera sin saber muy bien qué pensar al respecto; esperaba que su sola presencia fuese suficiente para hacerlo entrar en razón, o que, llegado el momento, pudiera dirigir la conversación hacia un punto en que fuera natural llamarlo al recato, en pro de preocuparse de su entorno.
Silenciosamente se acercó otra vez al lugar en donde había visto por accidente la primera vez; Dante había vuelto al exterior y estaba terminando de amarrar la hamaca. Fascinado por el sentimiento de supremacía que le otorgaba el secreto, y al mismo tiempo preocupado por las implicaciones de la escena que estaba presenciando, el hombre siguió los movimientos de su vecino con especial atención, hasta que lo vio tenderse sobre la red de cuerdas, quedando inmóvil, ignorante de posibles miradas.
Si actuaba con tanta naturalidad, desde luego que era porque era una costumbre ir por la vida de esa manera. De pronto, Gabriel se sintió angustiado de lo que pudiera suceder en un futuro cercano; era un hombre joven y fuerte ¿Podría saltar a un jardín vecino con alguna mala intención, algo que él no se atrevía a imaginar?
Miró hacia su casa y pensó en cuanto podría resistir la puerta que daba a ese patio, y un segundo después se descubrió preguntando si sería posible que alguien escalara hasta la ventana del cuarto de su hijo, que estaba en el costado, en el segundo piso.
Antonio aún veía televisión; probablemente, le daría hambre en unos treinta minutos, lo que le daría tiempo para tranquilizarse. No podía mostrarse así ante el pequeño, o él, o probablemente Dina, notarían su malestar, y eso haría resentir su estado de ánimo.
Él debía ser el guardián de su casa; desde que todo dependía de él, resultaba de vital importancia actuar con mesura, pero siendo firme ante cualquier eventualidad que amenazara el orden correcto de las cosas. Después de un momento, se dijo que quizás podría tomar todo con un poco más de calma, que tal vez estaba precipitándose acerca de todo ese asunto.
No todas las personas eran asesinos o pervertidos en potencia.
Quizás ese hombre venía de una zona mucho más calurosa, tal vez vivía cerca de la playa, y al trasladarse al distrito, aún conservaba algunas costumbres que podrían ser más adecuadas en otro sitio; se dijo que, una forma apropiada de actuar como un adulto responsable era moverse a través de un ejemplo, incluso si este no era visible para su hijo.
Lo correcto sería actuar con madurez y calma, controlando la situación en vez de dejar que los hechos lo apabullaran; tendría que conocer a ese hombre, saber de dónde venía, y en último caso, descubrir por qué tenía ese comportamiento tan extraño. Podía ser, simplemente, alguien extravagante que había pasado un tiempo en el extranjero o algo parecido, alguien que solo necesitaba que un vecino que fuera una buena persona y un hombre de bien le explicara ciertas normas de comportamiento básicas en una comunidad como esa.
Al pensarlo con detenimiento, se dijo que debería haber hecho eso desde un principio, cuando él llegó a la casa de junto; debió ser más proactivo y no quedarse en el saludo formal, sino invitarlo a una charla distendida entre adultos, donde, de seguro, ese asunto habría salido a la luz y él habría tenido la oportunidad de controlarlo sin mayores dificultades.
Aún era tiempo de enmendar esa mala decisión. No todas las personas eran peligrosas.


Próximo capítulo: Invisible

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