Si
todo lo que había vivido antes no hubiese sido suficiente para convencer a
Román de que todo estaba fuera de control, su llegada hasta el servicio de
urgencia habría bastado para terminar de hacerlo creer.
Pero
en su mente ya no estaban estas dudas; se sentía como una persona por completo
diferente, alguien a quien desconocía, y estaba en un mundo tan caótico y falto
de sentido que nada de lo que conocía desde antes tenía importancia. Toda su
vida había estado condicionada por la muerte de un cachorro por consecuencia de
un acto suyo, pero momentos antes tuvo que matar a varios animales intentando
defender a una persona, una paradoja que era imposible de resolver de forma
satisfactoria. Había fallado como policía y como hombre, intentando representar
una especie de ideal humano en contra de una organización cuyos fines no le
eran claros, pero eran evidentemente criminales.
La
radio de la policía, que con el corte de luz en el distrito se mantuvo
operativa, solo emitía el murmullo de la red, pero nadie comunicaba, y eso era
reflejo de que la amenaza invisible se extendía en todas direcciones.
¿Y
la urgencia?
Él
lugar se había convertido en un escenario digno de una película del más alocado
director; había vehículos estacionados en zonas incorrectas, y tanto los
paramédicos como el personal estaba por completo ocupado con unas visitas que
no deberían estar ahí.
Había
roedores, gatos, perros y aves en el lugar, y todas las personas de uniforme
estaban ocupados de ellos, cuidándolos, acariciándolos o jugando con cada uno,
como si fuese todo a lo que pudieran prestar atención. Las luces de emergencia
del lugar iluminaban de forma tenue sus acciones, pero no podían disimular el
significado enfermizo de todo eso; los animales, que minutos atrás le habían
parecido seres violentos y poseídos por una fuerza misteriosa, ahora eran la
viva imagen de la ternura y amabilidad, símbolo de quien merece respeto, cariño
y atención.
Pero
todo eso estaba mal. Era imposible pensar que pudiese ser correcto, porque en
principio se trataba de una situación anómala por sí misma, pero con mucha
mayor razón considerando lo que estaba pasando; había un corte de luz
generalizado, y de seguro pacientes muy graves a la espera. Entró en el lugar con
una creciente sensación de incomodidad, ya que en la recepción todas las
personas parecían ignorantes a cualquier cosa que sucediera, incluyéndolo a él
pasando junto a ellos; buscó en los ojos de los animales algún rastro de la
violencia salvaje que vio poco tiempo atrás, pero esta parecía reemplazada por la
inocente ternura típica de los animales domésticos.
Debería
sentirse tranquilo de encontrar algo similar a la normalidad, pero su reacción
fue opuesta a esto: sintió ganas de vomitar, o de gritar, o de hacer cualquier
cosa violenta que lo remeciera, lo que fuese que impidiera que esa aparente
tranquilidad se colara entre sus pensamientos como una posibilidad concreta.
No
estaba bien, nada de eso era correcto, se trataba de una especie de hechizo
vertido en ese lugar, por completo opuesto a lo que sucedía en los puntos por
donde había pasado tan solo minutos antes. Tuvo que exigirse conservar la calma
y seguir adentrándose, buscando algo que ya no estaba tan claro en su mente,
que poco a poco se desvanecía entre las nieblas del agotamiento y las heridas
sufridas.
Las
heridas.
No
había tenido oportunidad para pensar en eso después de su paso por las
instalaciones de Narices frías, pero al considerarlo, creyó que era demasiado
probable que los animales tuviesen algún mal, provocado o no, que generara esos
cambios. No era rabia, se trataba de algo mucho más fuerte e impredecible, que
por un lado podía transformarlos en bestias mortíferas, y por otro en criaturas
capaces de hipnotizar a quienes estuvieran a su paso.
Dado
que la gente a su alrededor no le hacía caso, entró tras el mesón de recepción
y buscó en él algo de información que pudiera serle de utilidad, intentando
ignorar a la mujer que, sentada a dos pasos de él, hablaba en susurros con un
hámster blanco que tenía en las manos.
Encontró
en el escritorio un mapa del lugar, agradeciendo que incluyera la localización
del depósito de medicamentos; satisfecho de poder estar encontrando algo,
revisó en la pantalla del ordenador la ubicación de los pacientes ingresados, y
entre ellos al único que conocía, al menos de vista.
Con
el número de la habitación 203 en mente caminó por esos pasillos imposibles, y
no le fue difícil dar con el depósito de medicamentos; sin alguien que se
opusiera o siquiera le prestara atención, entró en el cuarto abarrotado de
productos y se detuvo a buscar en ellos lo que necesitaba. Había tomado un
entrenamiento básico y sabía que, en caso de haber sido mordido por un animal
con rabia, necesitaría una vacuna anti rábica e inmunoglobulina para activar su
sistema inmune, además de antibióticos. Después de conseguir lo que necesitaba,
puso las dosis y los elementos necesarios en una bolsa plástica, y se dispuso a
lavarse las heridas; pero solo en ese momento notó que tenía una mordedura en
el abdomen, lo que aumentaba el número de zonas que atender.
Mientras
se quitaba la camisa y lavaba las heridas del torso y brazos en el lavamanos
del depósito, se preguntó con seriedad qué era lo que iba a hacer luego de
salir de ahí; todo estaba perdido, y de seguro no mejoraría desde que tuvo la mala
idea de ir a presentarse ante la gente que controlaba a los animales. Creyó que
podía descubrir algo o incluso hacer algún tipo de amenaza, pero ellos ya
sabían todo y estaban cinco pasos por delante.
Después
de aplicarse la vacuna contra la rabia y la inmunoglobulina, fue hasta el
cuarto en donde estaba el hombre que había sido atacado por el parricida, pero
no lo encontró ahí. A juzgar por el estado del cableado, y las manchas de
sangre en la camilla y en el suelo, no era difícil pensar que ese hombre había
salido de allí por sus propios medios; se le hizo curioso de un modo enfermizo
que esa perspectiva lo alegrara, pero de hecho fue así, ya que significaba que
él no era el único en todo ese lugar que sabía que las cosas estaban
terriblemente mal. Avanzó a paso rápido por los pasillos, hasta que encontró la
salida trasera, y cerca de ella más manchas de sangre.
Era
una locura, pero dejaría a todas esas personas enfermas o heridas a su suerte,
a la espera de que los demás reaccionaran y se ocuparan de ellos; tenía que
encontrar a Dante y sacar de ahí a quien quizás era la única persona en todo el
distrito a quien podía salvar. No podía haber ido muy lejos, ya que las manchas
de rojo vivo en la puerta eran muy recientes; de seguro estaba arriesgando todo
con tal de salvarse de algo que ya había enfrentado antes, con apenas suerte
para respirar.
Mientras
rastreaba, no vio que alguien lo observaba desde cierta distancia.
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capitulo: Alianza o traición