Las divas no van al infierno Capítulo 20: No puedo ser domada


Disfruta este capítulo al ritmo de esta canción: Cant be tamed

Charlene estaba llegando a su departamento en compañía de Nigel; los dos reían alegremente.

—Y entonces le dije ¿Qué podría salir mal?

Ella soltó una carcajada mientras abría la puerta de entrada; Nigel era muy divertido y con él las risas estaban aseguradas.

—No estoy tan cansada, nos trataron bien —dijo mientras dejaba la maleta a un costado—, así que estoy de muy buen humor y mañana tendré que darlo todo en el escenario.
—¿Quién crees que sea la eliminada esta semana?

Charlene se lo pensó un momento; después del ataque de histeria de Lisandra pensó que ella, pero tras la actitud de diva humilde de Márgara no había estado muy segura.

—No lo sé. Sería interesante que fuera Márgara ¿No lo crees?
—Pero a ella la llamaron antes que a cualquiera —apuntó él—, eso debe significar ene tiene peso o que marca.
—Sí, marca para abajo —comentó ella entre risas—. La hubieras visto el lunes cuando aparecieron a llamar a cuatro de nosotras para ir a un contacto con el matinal ¡Creí que la carne de la cara se le caería a pedazos! Estoy segura que mataría por ir en vez de a ese programa tonto del sábado.
—¡Oye! —reclamó él poniendo los brazos en jarras—, ellos piensan en todo tipo de publico, han hecho desfile de ropa interior o trajes de baño con mujeres, pero también con hombres.

Hizo un gesto de placer mientras ella dejaba el bolso y se sentaba; la chica sonrió.

—Eso es un punto bueno. Me sentí tan bien ayer, estar en el programa de la mañana fue casi como haber ganado una etapa importante del programa.

Se soltó el cabello y lo miró con expresión suplicante.

—Saca el jarro de jugo.

El musculoso revoleó los ojos, pero de todos modos fue hacia el refrigerador.

—Eres una explotadora ¿sabes? Linda, linda, y con esos ojos me manipulas. Ya, mejor dime quién crees que se va esta semana.
—Debería ser Lisandra —replicó ella mientras se miraba el esmalte de uñas—, va como tren sin conductor hacia abajo, y te aseguro que eso pasa la cuenta.
—¿Y qué es eso que te traes ente manos? —el hombre la miró con expresión cómplice—, a mí no me engañas, ibas a decir algo cuando ella te estaba atacando, pero cambiaste de opinión a ultimo momento.

Charlene se dio el tiempo de beber un poco del refrescarte jugo antes de hablar; la idea de Harry de llevarla como hada madrina de ese hogar de niñas pobres había funcionado a la perfección, y aunque tuvo que poner caras todo el tiempo, esas niñas ya la veían como toda una estrella, y la anciana que dirigía el lugar no solo estaba feliz con todo eso, sino que además se había creído todos los cuentos de Harry; de seguro si alguien le preguntaba, diría que ella estaba hace mucho tiempo visitando ese lugar.

—No hay nada que contar, no seas ridículo. Además, ella me atacó por una tontería, yo solo quería darle un toque distinto a esa canción para que no fuera tan triste.
—Bueno, será como tú digas entonces.

Nigel se devolvió al refrigerador para guardar en él el jarro con el jugo, pero se quedó con la puerta abierta y mirándola con las cejas levantadas.

—¿Qué es esto?
—¿Qué cosa? —preguntó ella, distraída.
—Estas cervezas baratas en la parte de abajo —replicó él con tono de incredulidad—, me habías dicho que tenias gustos más finos.

Harry. Ahora tendría que inventar algo; se dijo que lo mejor que podía pasar era que en el programa dejaran de restringirlas tanto y les permitieran tener un manager, de ese modo podría sacarlo de las sombras y trabajar con él de una forma más cómoda; por el momento debía seguir con el espectáculo.

—Cómo se te puede ocurrir que son mías ¿No ves que tengo que conservar este cuerpo maravilloso? Mira, te voy contar pero no puedes decirle a nadie, ni a tu madre.

El corrió y se sentó frente a ella, con la ilusión pintada en la cara.

—Soy un sarcófago cerrado —aseguró.
—Bien, el tema es este —pronunció con tono de confidencialidad—. Cuando me cambié, conocí a un chico, y bueno, no estábamos aquí y él dijo que quería cerveza, así que trajo y la dejó ahí.
—¿Estás saliendo con un hombre? —La voz de él se volvió más aguda—. Cuéntame todo, cómo es, cuándo, cuánto y dónde.

Charlene hizo como que se sonrojaba; perfecta mentira para salir del paso.

—¡No! No me estas dejando hablar. Te estaba diciendo que vino, y bueno, todo estaba bien, pero después nunca mas apareció, creo que se aprovechó de mi inocencia.
—¿Cuál?

Los dos rieron; internamente, ella se dijo que debía conseguir que Harry fuera su manager oficial lo antes posible, pero con mucha más urgencia, que se supiera que era un alma bondadosa para subir como la espuma en las redes.

2


Cuando Benjamín recibió la llamada de Lisandra, se sintió muy emocionado, ya que desde la jornada de la audición no se habían visto. Esperaba que ella le dijera que fuera a su casa esa mañana de miércoles, pero para su sorpresa, lo citó en una cafetería en una zona relativamente cercana al canal de televisión; la segunda sorpresa vino cuando la vio: estaba muy arreglada, con el cabello tomado en una cola alta, sombra de ojos y labial coloridos, y un vestido color calipso hasta las rodillas, que destacaba su figura y lucía muy bien sus piernas.

—Lisandra ¡Te ves preciosa! —comentó, con una gran sonrisa—. Vas muy bien arreglada.

Ella le devolvió la sonrisa y se sentó frente a él.

—Sí, decidí preocuparme más por mi aspecto —explicó con gentileza—, es una responsabilidad con el público que me ve. Benjamín, tengo algo que hablar contigo y creo que nos conviene a ambos.

—¿Convenir? Hacia prácticamente un mes que no se veían, y habían hablado muy poco por las redes sociales, por lo que él esperaba algo distinto a una frase como esa.

—Sí, pero espera, cuéntame un poco cómo va todo en el programa —inquirió con entusiasmo—, cómo han reaccionado tus padres.

Al momento de hacer la pregunta se arrepintió; claramente algo en esas palabras no era del agrado de ella.

—Benjamín, escucha, ahora estoy con mucho que hacer; quiero que conversemos más, pero este no es el momento —de pronto volvió a animarse—. Lo que tengo que decirte es muy interesante, es un negocio que podría sacarte de ese trabajo tan exigente que tienes.

¿Negocio? Por un momento, Benjamín estuvo a punto de reír, como si lo que hubiera escuchado fuese una broma, pero la expresión determinada de ella se lo impidió.

—Disculpa, creo que no entiendo lo que me estás diciendo.
—Tu trabajo —repitió ella como si fuera obvio—, tú tienes un trabajo muy estresante, te requiere mucho tiempo y es obvio que quieres algo mejor, todos queremos algo mejor para nuestras vidas ¿no es así?

El chico la miró levemente confundido, pero decidió continuar con la conversación.

—Sí, supongo que sí.
—Pues mira, este es el asunto, es muy importante que sea super secreto: si te haces pasar por mi novio, puedo lograr que mi fama aumente muy rápido, y eso va a atraer a los auspiciadores, muy pronto van a empezar a llegar los contactos y los contratos.

Benjamín se sentía como si acabara de estrellarse contra algo; estuvo a punto de mirar en todas direcciones, esperando encontrar una cámara oculta, pero la seriedad de ella al hablar le hizo entender que eso iba en serio.

—No estoy seguro de entender que es lo que quieres lograr con esa idea.
—Figurar en los medios, por supuesto —explicó ella—, escucha, estuve revisado las estadísticas de nuestra participación, m e refiero al programa, y está subiendo como la espuma; estoy segura que en dos o tres semanas van a cambiar las condiciones del contrato ¿Te conté los detalles de eso?
—Lisandra, casi no hemos hablado desde que entraste al programa.
—Sí, bueno, se trata de esto: podemos mantener nuestras redes sociales, pero no pedir votos ni hacer campaña o promoción de ningún tipo; no podemos comentar con los hashtag del programa, ni aparecer en las redes de nadie haciendo nada que sugiera que estamos pidiendo que voten por nosotras. Pero —levantó un dedo para ejemplificar la excepción—, estoy segura de que van a modificar esas reglas para que sean más flexibles.
—No entiendo qué tiene que ver eso con...
—Espera, ahora voy con eso —le hizo un gesto para que aguardara—, lo que estoy pensando es que van a hacer lo mismo que en algunos programas de talento, en donde siguen a los participantes en sus actividades diarias, y en ese punto es que un novio me viene de maravilla, porque la gente siempre quiere saber sobre estas cosas.

Benjamín la miró estupefacto.

—¿Quieres que la gente piense que tienes un noviazgo para que hablen de ti en los programas de espectáculo?
—Algo parecido, pero es más un plan a largo plazo; como no he hablado con nadie de esto, pensé que en unos días podría haber una reconciliación ¿Entiendes? Algo como reunirse en un café o un sitio bonito y no demasiado llamativo, la idea es que quede registrado, pero no por nosotros, porque claro que alguien lo va a ver y van a grabar, y desde entonces todo va a ser muy fácil.

Él intentó pensar en algo con lo que cuestionar las palabras de ella, pero estaba tan sorprendido que no se le ocurría nada.

—Lisandra, yo no sé qué decir.
—Di que me vas a ayudar —replicó ella—, eres mi amigo, dijiste que ibas a apoyarme en todo; además lo que estoy pensando es un beneficio para los dos ¿No te conté sobre los regalos?
—No.
—Pues va siendo cada vez mejor —explicó la chica—, por ejemplo, antes del último programa nos regalaron una tarjeta para comprar artículos decorativos para el hogar, y siempre, cuando a un programa como este le va bien en rating y se habla mucho de él, los auspiciadores llegan solos y hacen todo tipo de regalos. Esto te va a servir mucho.

Durante un segundo o dos él no dijo nada, hasta que al fin habló, con voz desprovista de emoción.

—¿Crees que funcione?
—Por supuesto ¿Cuento contigo?
—Por supuesto —replicó él, mirándola con ojos brillantes—, sabes que estoy para ayudarte en lo que necesites.

3


Valeria llegó a su casa después de ir al centro de estética de Tina, algo cansada, pero sintiéndose contenta con los resultados; si bien el tratamiento que estaba recibiendo era una vez al mes, debía asistir dos veces por semana para una inyección de vitaminas y unos retoques menores.
Desde que Sandra había descubierto su verdadera identidad, el cambio en la actitud de Tina era notorio, ya que dejó de hacer veladas amenazas y se limitó a decirle que estaba muy contenta con el aumento de público en su centro, lo que significaba que la productora se había encargado de “recomendar” el centro de estética a las personas indicadas, con lo que había resuelto el problema de Valeria para conseguirlas.
Acababa de dejar el bolso en el sillón cuando su móvil anunció una llamada de Harris.

—¡Hola! ¿Cómo va tu día?

La voz de él se escuchaba algo agitada, y supuso que estaría haciendo ejercicio, como le había dicho que hacía todas las mañanas.

—Bien, estaba retocando mis uñas ¿Qué haces?
—Estoy terminando la rutina de trote de hoy —respondió con voz energética—, después me meto a la ducha y estaré listo.
—Ten cuidado —observó ella—, no vayas a tropezarte por estar hablando conmigo.
—Voy con los audífonos inalámbricos, así que está todo en orden. Escucha, solo quería decirte que me gustaría poder estar en tu presentación de hoy.

Casi no se había percatado del tiempo, hablando con él la noche anterior; él había dicho que todo sería mucho más sencillo si no les prohibieran a ellos como bailarines interactuar con las chicas fuera de lo estrictamente profesional, pero que a la vez no le molestaba tener que disimular todo el día durante las clases o a lo largo de la emisión del programa, mientas pudieran hablar después.
Ella le había dicho que tenían que ser cuidadosos, porque no quería que él fuera perjudicado si alguien de la producción descubría que tenían esa amistad, pero a Harris eso no le importó.
Era impulsivo y arriesgado, y eso a ella le encantaba.

—A mí también me gustaría, pero sabes que no se puede notar que tenemos contacto.
—No te preocupes, sé disimular muy bien —comentó el con tono alegre—. Nos vemos más tarde. Un beso.

La última frase fue dicha justo un instante antes de cortar, por lo que la voz se escuchó un poco más lejos; fue la primera vez que decía algo como eso, y a Valeria se le hizo tierno y encantador.
Cuando fue a su cuarto a escoger la ropa que llevaría ese día, recordó que esa mañana se había dicho que iba a llamar a su novio Jorge, pero no se encontraba de ánimos para hacerlo ¿Cómo, si él no dejaba de criticarla? Había pensado contarle de la amenaza en la que estaba envuelta como una forma de hacerle ver que lo que ella estaba haciendo no era un lecho de rosas, pero tuvo que descartarla al comprender que él nunca lo entendería. De momento, lo mejor que podía hacer era seguir manteniendo la distancia y confiar en que él continuara administrando su parte en la historia de la mejor forma; cuando pudiera conseguir más poder de decisión y tuviera lo que quería, hablaría con él y solucionaría todo.

4


Cuando todas llegaron al canal y les presentaron el desafío de esa jornada, que incluía utilizar mucha luz, Charlene se dijo que era su momento para destacar sobre las otras; pero resultó ser que antes que pasara una hora de las tres que tenían a disposición para realizar la preparación del espectáculo, alguien decidió robar cámara: Ivonne se cayó de una tarima y empezó a llorar y gimotear, lo que hizo que todas las miradas se fueran hacia ella.

—Ojalá que no sea algo agrave.

Después de acercarse al sitio en donde los de enfermería la estaban atendiendo y decir las palabras de cortesía con la expresión adecuada, la rubia regresó a lo suyo; en ese momento se preguntó algo que antes no se le había pasado por la mente. Y si alguna de las chicas debía abandonar el programa por una enfermedad o lesión ¿Se contaría como la eliminaba de la semana?
Treinta minutos más tarde, Aaron Love estaba dando esa respuesta en una comunicación oficial.

—Muy buenas tardes, mis amigos seguidores del programa. Esta vez tengo que hablar con ustedes de algo muy importante y que es un motivo de un pesar dentro del gran equipo que hemos formado en el programa; hace muy poco, nuestra querida Ivonne ha tenido una caída durante un ensayo.

En ese momento, las luces del escenario estaban apagabas y solo un foco acompañaba al conductor, quien como nunca lucía serio y apesadumbrado.

—Por supuesto, contamos con personal calificado para poder atender todo tipo de emergencias, ya que sabemos que la exigencia del programa significa que las chicas podrían sufrir algún tipo de esguince o lesión.
Sin embargo, pronto fue evidente que Ivonne tenía algo más delicado, ya que el dolor no cedía; por esto, fue llevaba a centro de atención especializado, en donde nos han dado la mala noticia: Ivonne sufrió una lesión en los ligamentos del tobillo izquierdo, de grado dos, lo que significa que es un daño más que leve.

Hizo una nueva pausa; nunca lo había dicho, pero adoraba esos momentos dramáticos en los programas, porque permitían que él mostrara toda su capacidad; incluso en alguna entrevista habían mencionado su alto grado de compromiso con la gente y lo humano que era. Y él amaba esos elogios.

—Esta lesión que ha sufrido Ivonne requiere repuso absoluto de entre cinco y nueve semanas, además del uso de medicamentos apropiados para su caso. No podrá usar tacones ni bailar, lo que significa que no podrá seguir en competencia junto con las otras.

Mientras esto sucedía, Márgara se había sentada frente a la pantalla, mirando con atención al tiempo que peinaba la peluca color azul que usaría en su presentación; le parecía que todo eso era innecesario, que si esa chica estaba lesionada debía retirarse y ya, no estar llamando tanto la atención.

—Me avisan que hemos establecido un contacto en directo con nuestra amiga Ivonne. ¿Me escuchas?
—Hola Aaron.
—Gracias por atender; no quiero molestarte mucho tiempo, pero quería preguntar cómo estás sobrellevando esta situación.

La voz de la chica se escuchaba acongojada, pero en control.

—Tratando de tomarlo con calma —respondió hablando despacio—. No puedo hacer nada, así que tengo que resignarme a que mi camino en el programa terminó y concentrarme en recuperarme de la lesión que tengo.
—Por supuesto, la salud siempre es lo principal —comentó él—. Y estoy seguro de que en las redes sociales las personas que te siguen estarán dando sus muestras de cariño para alguien con tanto que entregar como tú.
—Gracias.
—No, gracias a ti por tanto. Antes de despedirme ¿Hay algo que quieras decirle a tu público o a las otras chicas?
—Las chicas saben lo que deben hacer; al público, darle las gracias por su apoyo, y decirles que agradezco todas sus muestras de cariño y apoyo, y el tiempo que se dedicaron para escribir y enviar mensajes de ánimo en las redes.
—Ahora tendrás muchos mensajes de aliento, te lo aseguro —la animó el—. la gente te quiere mucho, de verdad.
—Pues me daré el tiempo de ver esos mensajes —replicó ella un poco más animada—, trataré de leerlos todos.

El conductor se despidió de forma muy cariñosa, y tras hacer una inspiración siguió con sus palabras.

—Sucesos inesperados y pruebas son lo que nos topamos todos los días; así es como pasa en la vida, y por supuesto también en este programa. Por ahora me despido, y nos vemos más tarde.

Mientras la transmisión especial finalizaba, una persona en otro sitio estaba recibiendo una llamada.

—¿Estás lista?
—Por completo —replicó ella.
—Bien, entonces prepárate. Entras tú en reemplazo de Ivonne.
—De acuerdo.

Cortó la llamada y se quedó mirando la pantalla, en donde ahora se exhibían anuncios publicitarios.
Desde ese momento haría que todos los chicos se obsesionaran con ella, que pareciera que la estaban inspeccionando y obligando a sacar los dientes; haría que pensaran que no podían cambiarla, que cada día sería un día que no planeaba, y por sobre todo, que no se le podía domesticar.
Les haría creer que era un rompecabeza, pero en el fondo, lo que quería era volar, dirigirse adonde quisiera y llegar hasta sitios que no conociera, ¿Había error? No, no lo había, era sólo que las reglas habían cambiado para siempre.
No la podían cambiar, y si todo funcionaba de acuerdo con el plan, no la podrían derrotar.


Próximo capítulo: Tu cuerpo

Contracorazón Capítulo 22: Último momento




El jueves 29 de noviembre había sido una jornada muy tranquila en la tienda, y esto permitió que Rafael terminara las nóminas de producto, enviara las planillas y estampara la firma digital en una serie de documentos; con la asistencia del personal completada y los registros de solicitud en línea, había terminado su trabajo para esa semana y el término del mes estaba completo.
Podría ir a vender junto con los demás, como era su costumbre, pero ese día no lo hizo.
Había sido particularmente difícil mantener la máscara de cordialidad y normalidad durante todos esos días, pero en esa jornada le estaba resultando casi imposible, por causa de un sentimiento de anticipación que era más y más fuerte; lo que sea que estaba por ocurrir, se acercaba a pasos agigantados, y no podía hacer mucho por evitarlo.
En realidad, nada.
Salió a almorzar fuera de la tienda otra vez; mientras caminaba con la mirada perdida, sintió que el móvil en su bolsillo anunciaba una llamada entrante.
Era Martín.

Durante los últimos días había mantenido contacto sólo por las redes, rehuyendo cualquier posibilidad de encuentro fortuito incluso en el balcón de su departamento, cerrando la puerta, en un intento inútil y absurdo por alejar de él la desgracia que se avecinaba. En ocasiones se preguntaba si su amigo habría notado esa sutil diferencia de comportamiento, pero luego descartaba esa idea por completo: hasta el momento estaba a salvo de cualquier tipo de conjetura, y esa ignorancia era una protección.
Débil y casi transparente.

—Hola Martín.
—Hola —Saludó el otro con entusiasmo—, no estoy interrumpiendo ¿verdad?

No, claro que no; pero a pesar que siempre era grato hablar con su amigo, en esa ocasión la llamaba tenía un color que era imposible pasar por alto.

—No, estoy yendo a almorzar.
—Bueno, eso significa que no estoy llamado en el mejor momento —Bromeó Martín—, pero no tengo otra alternativa porque tú insististe.

De hecho, había reiterado que tan pronto tuviera noticias acerca de su trabajo, le contara de inmediato, y eso era lo que estaba haciendo; Rafael había descubierto, uniendo trozos de sueño y recuerdos, que a partir de cierto acontecimiento todo cambiaría para siempre.

—¿Yo insistí?
—Sí, hombre, me escribiste como en una docena de momentos diferentes que te avisara cuanto supiera lo del trabajo, así que entendí el mensaje.

Por un momento, Rafael quiso congelar todo de alguna forma y detener el avance de esa conversación, pero tuvo que mantener la actitud de siempre.

—Entonces ya sabes qué va a ocurrir —dijo aparentando normalidad.
—Sí, mi futuro ya está definido. Llego hasta mañana, mi jefe me lo acaba de confirmar.

El hombre se quedó de pie en la acera, aparentando mirar la vitrina, aunque en realidad no veía nada; todo estaba a punto de confirmarse.

—Martín, lo lamento.
—No, está bien, no te preocupes por eso —replicó el otro—. En estos días he estado yendo a varias entrevistas y estoy seguro de que va a salir algo.

Estaba a punto de suceder; todo coincidía de forma alarmante, tanto que casi pudo anticipar las palabras que iba a escuchar.

—Espero que todo se resuelva bien.
—Sí, algo va a salir, estoy seguro de eso.

No lo digas, no lo digas, se repitió internamente, rogando que en esa ocasión las cosas no siguieran el mismo camino que en su sueño.

—Pero también quería hablar de algo más —Siguió con tono ligero— ¿Recuerdas lo que te conté sobre el emprendimiento de Carlos?
—Sí, por supuesto.
—Pues escucha esto: acaban de pagarle su primer trabajo y está como loco, no hay forma de controlarlo.
—Me alegro mucho —replicó Rafael casi de forma mecánica.
—Sí, es genial, yo sabía que tiene talento. Entonces, lo que sucede es que insistió en que este domingo quiere invitar una pizza y quiere que estés ahí; dice que quiere que compartas con nosotros y me exigió que te convenciera a como de lugar.

Rafael sintió que se quedaba sin aire mientras escuchaba las palabras de Martín; en uno de los recuerdos que habían sucedido en las noches donde se obligaba a entrar en esa zona tan insegura, descubrió que había un punto especial, un paso final antes de la tragedia que había terminado para siempre con sus sueños y esperanzas. Antes de eso, había una invitación, un momento para reunirse, que Rafael entendió como la misma jornada en donde todo había terminado.
Una invitación a la casa de los padres de Martín, adonde ninguno de los iba a llegar.

—¿Este domingo?
—Sí, dime que no tienes otro plan por favor —Rio del otro lado de la conexión —, si llego sin ti va a estar molestándome toda la tarde.

¿Qué conseguía con negarse a ir? Cerrar los ojos no serviría de mucho en ese momento, de modo que sólo le quedaba la opción de ir a la ofensiva en ese camino.

—Claro que me gustaría ir —replicó hablando despacio, modulando muy bien las palabras para que no se escuchara su nerviosismo—. Me decías que es este domingo ¿No es así?
—Sí, a la hora de almuerzo.

Había estado ansiando y rechazando a partes iguales ese momento, porque por un lado sentía que era la oportunidad de pasar desde la vereda de la contemplación hacia la de la acción, y ese era el fin último de todo lo que había pasado hasta entonces, pero al mismo tiempo confirmaba que había un hecho de enormes proporciones ante el cual no sabría si tendría éxito ¿Podría perdonarse de no tenerlo?

—Entonces supongo que salimos de aquí, como la otra vez —intentó sonar lo más natural posible.
—No puedo —replicó de inmediato—, olvidé decirte que no voy a estar aquí en la mañana. ¿Te das cuenta que hace días que no nos vemos? Bueno, el tema es que encontré unos productos para serigrafía a un precio muy bueno, me arriesgué y los estoy vendiendo, es un buen ingreso extra y no me quita tiempo, así que iré a vender eso y de ahí voy donde mis padres. Nos encontramos allá.

Un obstáculo inesperado, pero no por ello menos sorpresivo; el momento crítico sucedería cuanto Rafael no estuviera presente.

—Sí, por supuesto. ¿A qué hora tienes pensado llegar?
—A la una y media, es el momento más indicado.

Tenía que sacar mas información de alguna manera, no quedarse con lo mínimo; se forzó a seguir el hilo, ignorando por completo el temor y la angustia que lo llenaba en esos momentos.

—¿Y dónde vas a ir a hacer esa venta? —preguntó forzando un tono casual—. Supongo que no son muchas cosas.
—No, es solo una caja, no es demasiado grande; y es cerca del Centro comercial plaza Centenario, así que tampoco es difícil llegar allá y devolverme. ¿Quedamos entonces?

De nada servía que alargara más esa situación, ya que todo estaba determinado desde antes de ese momento; lo único que podía hacer era esperar a que todo resultara bien.

—Claro que sí. Nos vemos allá.
—Genial, estamos hablando.

Finalizó la llamada y siguió con la vista fija en un punto que no podía alcanzar con facilidad; de momento, todo el camino de sombras se despejaba para conducir en una sola dirección.
Por un momento se planteó inventar algo de último recurso y decirle que quería acompañarlo; podría usar cualquier excusa y justificar como fuera su inclusión en esa salida, pero tuvo que admitir que esa vía era la menos apropiada, porque reducía su campo de acción al mínimo.
Para tratar de evitar que ocurriera una desgracia necesitaba libertad de movimiento, y poder desplazarse sin que Martín lo supiera.

Por la noche, en su casa, Rafael tuvo que reconocerse así mismo que estaba aterrorizado; la posibilidad de un accidente o cualquier tipo de evento que pudiera poner en peligro a Martín lo desequilibraba, de la misma manera que poco tiempo atrás el asalto a Mariano le causó el horror de pensar que él o Magdalena estuvieran en peligro.
La idea de algún ser querido expuesto a algún peligro se le hacía inconcebible.
Quiso llamar a mamá, pero desistió de hacerle por sentirse demasiado cansado y débil como para resistir el escrutinio, o incluso el elocuente silencio de ella mientras hablaba; necesitaba su abrazo y su consejo, pero no podía exigirle a una madre que se expusiera a saber que su hijo podía estar en riesgo por ayudar a otra persona, y mucho menos podía decirle todo lo que estaba pasando.
Tendría que ser fuerte y estar dispuesto, con la mente clara y el corazón abierto para poder comprender todo con detalles, y ser capaz de alcanzar su objetivo.
No había espacio para las dudas, y tampoco tiempo para tenerlas, porque escaseaban las horas para que se cumpliera un plazo del que no tenía más que temores; la cita era ese domingo, pero sabia que ninguno de los dos llegaría a tiempo. Faltaba saber si eso sería por una buena o una mala razón.

2


Iba a suceder ese domingo, y ya no había nada más que pudiera hacer; Rafael se levantó temprano, y después de darse una ducha y afeitarse, escogió ropa cómoda y se preparó para algo que consideraba inevitable. No necesitaba arreglarse, pero lo hizo para mantenerse ocupado y en control.
Por un momento pensó dejar un mensaje escrito, pero cambió de opinión; no tenìa que despedirse, porque no era el final; de todos modos, antes de salir echó una mirada al interior de su departamento, y no pudo menos que detenerse en las pequeñas cosas que había hecho para convertir ese sitio en su hogar. Desde los muebles hasta los objetos decorativos, pasando por las distintas experiencias acumulabas en el día a día, habían transformado ese espacio en algo propio.
No era una despedida, no tenía que serlo.
Se sintió extraño y ajeno deambulando por las calles del sector al que se dirigió; era como si, a pesar de no conocer el lugar, supiera con exactitud hacia dónde dirigir sus pasos. Ahí, entre estas calles, cerca de alguna de esas viviendas, un peligro que aún no tenía un cuerpo concreto estaba demasiado cerca de Martín, su amigo tan querido.
Guiado por este inexplicable sentimiento, Rafael caminó calles y calles buscando algo que no podía localizar a simple vista, siempre viendo la hora, temiendo no poder hacer algo antes que los minutos pasaran; no era mucho después del mediodía, el tiempo se había agotado.

De pronto vio a Martín, lejano por dos cuadras, caminando despreocupadamente mientras llevaba una caja de cartón en las manos; dos cuadras no parecían demasiado, y al verlo en buenas condiciones, sintió un alivio similar que cuando le dijeron que Mariano estaba fuera de peligro. Caminó tras él apurando el paso, pensando en cuál sería la mejor forma de abordarlo por duodécima vez, y al mismo tiempo pensando en cómo podría anticipar ese peligro cuando estuviera cerca.
Estaba a poco menos de una cuadra, apurando el paso, pero aún indeciso sobre abordarlo o no, cuando sucedió. Primero sintió el sonido del motor, y luego su vista captó el movimiento irregular de un automóvil que iba de oriente a poniente por la calle que era el siguiente cruce; Martín, sin tener una visual completa por causa de la caja, simplemente se había quedado de pie en la vereda, esperando que el vehículo cruzara para proseguir su camino, y al ver ambos puntos desde donde estaba, Rafael entendió todo.
No pensó, no habló ni calculó nada, actuando puramente por instinto; corrió hacia Martín a toda velocidad en el mismo momento en que el automóvil se subía a la vereda por el mismo lado donde estaba este, y apenas con tiempo disponible, lo sujetó por el torso y jaló de él con toda la fuerza de cuerpo.
Después el atronador sonido de los frenos se mezcló con el chirrido de los reumáticos con el asfalto y todo se convirtió en un borrón.
Un momento después pudo enfocar la vista y comprendió qué más había sucedido; el automóvil, en claro descontrol, se subió a la vereda, pasó por milímetros del punto en donde ambos estaban un segundo antes, y sin detenerse siguió su ruta, cruzando la calle a mayor velocidad.
Ambos estaban en el suelo, la caja caída a un par de metros de distancia; Rafael, con el corazón oprimido, volteó en dirección a Martín, quien estaba pálido y mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Martín ¡Estás bien?

El otro no respondió; respiraba agitado, y por un momento su vista vagó desde el punto en donde ambos estaban hacia él y hacia la calle. Rafael se había golpeado el brazo izquierdo y le dolía muchísimo la cadera, pero ignoró esto y se acercó a él, medio de rodillas.

—Martín, contéstame.

El otro lo miró de hito en hito, y Rafael vio que estaba asustado, probablemente en estado de shock por causa de lo ocurrido. Pero estaba bien, y aparentemente el peligro ya había pasado.

—Martín ¿Tienes alguna herida?

Intentó acercarse, pero el trigueño apartó su mano y trató de ponerse de pie, aunque le fallaron las piernas.

—Madre santa —exclamó una mujer mayor saliendo de la casa más cercana—, eso fue un auto, se sintió hasta adentro. Voy a llamar a la ambulancia.
—No es necesario —respondió Rafael—, estamos bien, alcanzamos a esquivarlo.

Dejó de oírla para concentrarse en Martín; el hombre, con el cuerpo tembloroso, logró ponerse de pie, aunque seguía en el mismo estado que antes. Rafael se paró también y se acercó, dispuesto a ayudarlo.

—¿Tienes algún golpe fuerte? Déjame ayudarte.

Pero el otro reaccionó violentamente y se apartó de él, al punto de chocar con la reja; por un instante miró alternadamente a la anciana y a él, hasta que pudo hablar, y lo hizo con una voz ahogada y ronca.

—Tú... —dudó un instante, atenazado por un sentimiento que Rafael aún no lograba interpretar—. ¿Cómo?

La pregunta quedó vagando en el aire, y Rafael entendió que, pese a lo sorpresivo del hecho, Martín no había pasado por alto el asunto central de todo eso.

—Tú no estabas aquí —dijo con voz seca—, no estabas.
—Martín…

No había pensado en algo para un caso como ese; había estado tan cerrado en ayudarlo a como diera lugar que no había meditado acerca de lo imposible que era que él mismo estuviera en ese sitio.

—Martín, salgamos de aquí, creo que tienes una herida en el brazo.
—¿Cómo? —Repitió, con tono acusador—. No puede ser, tú no estabas aquí, dime cómo.
—Martín, yo…

No supo qué decir, y esta duda se vio en su rostro; con la expresión desencajada, Martín se acercó a la caja, la tomó comenzó a caminar, torpemente, pero intentando hacerlo con rapidez.
Eso era algo que Rafael no tenía contemplado; nunca pensó que llegara hasta ese punto, pero al estar sucediendo, era evidente que su inexplicable presencia era tan confusa como el accidente en sí.

—Martín, espera.

Rengueando por el golpe en la cadera, logró darle alcance y se interpuso; los ojos de su amigo expresaban temor y angustia, y por un momento no supo qué hacer. Después de unos segundos dejó la caja en el suelo y se frotó los ojos con los talones de las manos, casi de forma frenética.

—Está bien, está bien, estoy histérico —murmuró, aunque parecía que hablaba más para sí mismo—, solo... rayos...

Se puso de cuclillas respirando con agitación; inspiró y soltó aire con fuerza, como si en el acto de exhalar estuviera tratando de librarse del nerviosismo que se había apoderado de su ser.

—Martín ¿Por qué no nos vamos? Fue una experiencia fuerte, hay que descansar...
—No me respondiste la pregunta.

Se puso de pie y lo enfrentó; había duda y miedo en su expresión ¿Era ese el precio?

—Martín...
—Rafael, tú eres mi amigo —continuó, con algo más de fuerza en la voz—, te hice una pregunta.

Rafael no sabía qué hacer; no se le había pasado por la mente que ocurriera eso, siempre pensó en ponerlo a salvo del peligro y que con eso las cosas se solucionarían por completo.

—Hablemos en otro momento.
—No, no evadas el tema —titubeó, a todas luces aún estaba procesando todo lo ocurrido—, no quiero hablarlo en otro momento. Escucha —su voz se suavizó, apenas lo suficiente para demostrar que lo que iba a decir era genuino—, que te agradezco, claro que sí, prácticamente salvaste mi vida, pero no entiendo cómo pudiste hacerlo.
—Yo —también se sintió dular. Pero tenía que hacer algo, o al menos intentarlo—, tuve un presentimiento.
—¿De que un automóvil se iba a subir en esa vereda y me iba a atropellar, justo en esa esquina, justo hoy, a esta hora? —Martín lo miró estupefacto—, Rafael, tú sabes que eso no es ni lo mínimo suficiente. Dime qué es lo que está sucediendo.

El moreno no supo qué contestar; ahora que había logrado su objetivo, que un imprevisto había estado a punto de dañar a alguien importante para él y lo había evitado, se encontraba frente a un escenario que de ningún modo esperaba.

—Martín, yo...
—¿Me estabas siguiendo? —en su voz había un matiz muy fuerte de duda, como si él mismo fuera incapaz de creer en esa posibilidad—. Tienes que decirme.
—Yo...
—Rafael, somos amigos —lo apuntó con una mano temblorosa—, te he tenido confianza más que cualquier otra persona, te exijo que me expliques lo que está pasando, no puedes creer realmente que voy a ignorar que apareciste aquí de esta forma. Nosotros —su voz volvió a temblar, pero se repuso—, hablamos por teléfono, te dije que iba a andar por estos lados, pero no dije nada más.

Ahora podía comprender el miedo que estaba sintiendo Martín, porque de alguna forma era el mismo que había experimentado él; se trataba de un temor a algo desconocido, a que un hecho influyera de un modo inesperado en su vida. Era una reacción natural y justificada, y no podía evadirla.

—No quiero que te hagas una idea equivocada de...
—Tú no sabes lo que yo estoy pensando —replicó el otro, con firmeza—, tienes que decírmelo, no puedes quedarte callado.

¿Qué podía hacer? La débil excusa de un presentimiento no había sido suficiente, pero la perspectiva de inventar otra mentira mayor para cubrir eso resultaba aún peor. Estaba acorralado y no tenía más opciones.

—Vas a pensar que estoy loco.
—No decidas por mí, solo dilo.
—Yo —volvió a titubear, hasta que al fin se rindió—, sí fue un presentimiento, pero no de la forma en que lo son usualmente; hace unos días empecé a ver...son recuerdos, son cosas que han pasado antes. Y cuando vi esas cosas supe que algo malo iba a pasar, porque en el pasado ya ocurrió.
Yo vi a alguien en el pasado y era como tú; yo solo estaba tratando de evitar que pasara algo malo como en el pasado, eso es todo lo que quería.

Martín lo miró, estupefacto.

—¿El pasado? ¿Alguien como yo? ¿Te estás escuchando, tienes alguna idea de lo que estás diciendo?

Su voz se había elevado hasta convertirse en un grito ronco; Rafael entendió que estaba tirando por la borda todo el tiempo y la confianza ganada en ese tiempo, pero internamente se resignó a esa realidad. Si el precio de salvar a su amigo era perder su amistad, lo aceptaría.

—Sé que suena extraño —Se esforzó por explicar—, a mí también me costó entenderlo.
—¿Extraño? —exclamó el otro—. Estás equivocado, no suena extraño, suena completamente demente. ¿Alguien en el pasado, yo? —Repitió, articulando cada sílaba—. ¿Me estás diciendo que esto no es real, que no es mi vida, que es la de alguien más?
—No, no es sobre ti, no eres tú —rogó, tratando de convencerlo—. No es sobre las personas, es sobre los hechos; sé que suena a una locura, pero lo que acaba de pasar demuestra que estaba en lo cierto, ahora ya pasó, ahora todo puede volver a la normalidad.

La expresión de Martín demostraba que no estaba en absoluto de acuerdo con eso; lo miró como si no lo conociera, como si no tuvieran la confianza y el respeto que construyeron desde que se conocieron.

—¿Normalidad? —Repitió, con la garganta apretada—. Rafael, me dices que tuviste una especie de visión de algo malo que le pasó a alguien que se parece a mí, y se supone que me tengo que quedar tan tranquilo ¿Qué te pasa? Esto es demencial, no tiene ningún sentido ¿Por qué me estás diciendo esto? Esta es mi vida, no es la de alguien más ¿Me escuchaste?

Con una nueva fuerza, que sin duda era guiada por el miedo que despertó en él todo eso, el hombre recogió la caja y se dispuso a continuar caminando.

—Escucha, te agradezco que me hayas ayudado, de verdad. Pero no puedes esperar que después de eso que dijiste no sucede nada.
—Martín.

Le había dado la espalda, pero se detuvo cuando lo escuchó llamarlo. Todo estaba en juego en ese momento, y pendía de un hilo.

—Fui sincero contigo porque tú me lo pediste; no quería que te pasara algo malo.
—Y te lo agradezco —replicó Martín.
—No quería causar ningún daño; no es algo contigo, es sobre los hechos, solo quiero que lo sepas.
—Es mejor que hablemos en otro momento.
—Pero —tuvo que preguntar, al menos para no quedar con esa incertidumbre—,  necesito saber si maté esta amistad.
—Toma distancia, es mejor que pienses las cosas —le respondió Martín—, piensa en lo que me dijiste, esto no es normal.
—Martín…
—En serio —lo interrumpió con voz más cortante—, toma un poco de distancia, de verdad.

Siguió su camino, dejando a Rafael solo en la vereda.

3


Martín sabía que no iba a poder sostener la mentira durante demasiado tiempo, pero al menos lo intentó; fue a su departamento tan pronto como realizó la entrega de la caja con los productos que iba a vender, y se sintió un poco más seguro. Sabía que era un acto infantil, pero cerró la puerta que daba apequeno balón y corrió la cortina, tras lo cual se quitó la ropa y se metió bajo la ducha.
Tenía una rasmilladura bastante extensa en el brazo derecho, y eso explicaba la sangre que había visto en alguna de sus prendas, además le dolía un tobillo, seguramente por causa de la caída; no quería pensar en el auto que casi lo atropella, ni en Rafael ni en nada que tuviera que ver con eso, solo quería pensar en el sonido del agua y en lo refrescante que era estar bajo ella.
Después de ducharse durante lo que se le antojó un tiempo muy corto, confirmó la hora y vio que tenía el tiempo justo para llegar a la casa de sus padres; disimuló la herida en el brazo con una camisa de mangas largas, pero estaba consciente de que no iba a poder tener un éxito permanente.
Cuando llegó a su casa, su madre fue la primera en hacer preguntas.

—¿Cómo estás? Te veo un poco pálido.
—Hola mamá —la saludó con un beso en la mejilla mientras entraba —, estoy bien, sólo tengo sueño porque me levanté temprano para hacer la venta.
—¿Y tu amigo no viene contigo? —preguntó ella con curiosidad—, creí que vendrían juntos.
—No ve a poder venir —respondió él—, no se siente bien, está enfermo y tuvo que quedarse guardando reposo.
—Oh.

La exclamación había sido dicha por su hermano, quien precisamente en ese momento estaba saliendo al jardín; Martín sintió una punzada de culpa por decirle esa mentira, pero luego de lo que había pasado se le hacía imposible hacer algo diferente.

—¿Y qué le sucedió?
—Algo que comió —había practicado las palabras que iba a usar y se apegó a esa versión—, hablamos temprano y me dijo que casi no había dormido y que se sentía mal; al principio insistió en venir, pero un poco después del mediodía me dijo que no mejoraba y que se quedaría durmiendo.

Carlos no disimuló una cierta decepción por ese cambio de planes, pero hizo un esfuerzo por reponerse de inmediato.

—Bueno, es una lástima, pero si no se siente bien es mejor que descanse ¿No es así?
—Sí, yo le dije lo mismo —replicó con evasivas.
—Además —agregó el muchacho—, puede venir otro día.

Martín se limitó a sonreírle mientras entraban, sintiéndose incapaz de responder de forma concreta a una sugerencia tan especifica como esa. ¿Cómo iba a resolver eso más adelante? Se dijo que no importaba, que encontraría alguna forma de salvar las apariencias, pero que lo iría resolviendo a medida que fuera necesario.

—Espera aquí, quiero mostrarte algo.

Martín pensó que los dudas estaban superadas, pero mientras su hermano entraba en su cuarto, su madre le dedicó una mirada cargada de intención.

—¿Qué sucedió?
—Mamá, no es el momento —replicó él en voz baja.
—¿Qué te pasó en el brazo? —la pregunta camuflaba muy bien un tono de alarma.
—Nada, no es nada, sólo me caí cuando iba a hacer la venta, eso es todo. ¿Podemos cambiar de tema?

Ella le dedicó una mirada reprobatoria.

—Pues como tú quieras, pero ten cuidado.

Era una advertencia que no tenía un nombre concreto, pero que explicaba con claridad el sentimiento de ella; sabía que algo no estaba bien con él, y seguramente sospechaba que lo de la supuesta enfermedad de Rafael no era real, pero estaba dejando que él lo resolviera, al menos de momento y mientras eso no afectara el funcionamiento de la familia.
No quería enfrentar lo sucedido, ni pensar en ello de forma alguna; no quería volver a plantearse la posibilidad de que su vida y sus decisiones fueran gobernabas por alguien más.


Próximo capítulo: Sombras

Contracorazón Capítulo 21: Quiebre




“Algún tiempo atrás caminamos entre la hierba, descalzos. Quise decirte tantas cosas, pero el miedo me amarraba y me hacía daño.
Pero tú seguías ahí, junto a mí, y tu presencia me animaba como ninguna otra; a veces quería hablarte, pero tu mirada me coartaba, como si en tu silencio hubiera una pasión y una decisión tan fuerte que yo podía sentirla, pero no sabía si era en mi dirección.
Tuve miedo tantas veces, hasta que fuiste tú quien tomó el riesgo y se acercó; y todas mis dudas desaparecieron cuando comprobé que esa fuerza que percibía en ti era la misma clase de inseguridad que yo sentía.
Queríamos ser felices.”

Martín abrió los ojos y se dio cuenta de que se había quedado dormido después de almorzar; algo sorprendido, miró hacia un costado, encontrándose con la mirada de su hermano, que estaba sentado en el pasto a poca distancia.

—Me quedé dormido ¿Cuánto tiempo pasó?
—Un poco más de media hora —repuso Carlos.

Habían estado conversando de muchas cosas; al principio fue de distintos temas de la vida, y poco a poco esa conversación evolucionó en otros asuntos, inclusive en algo sobre lo que hablaban poco: los sentimientos de su hermano. Todo fluyó de forma tan natural, hablando de chicas o de planes a futuro, entre muchas otras cosas, que los minutos pasaron con increíble rapidez; fue como si la naturaleza y la libertad ayudaran a que ambos se sintieran cómodos con las distintas facetas de su personalidad, y no sintieran vergüenza ni incomodidad alguna para expresarse. Martín sintió que estaba teniendo el privilegio de que su hermano adolescente le hablara de cómo veía la sexualidad y sus impresiones al respecto, así como de las experiencias propias que tenía, los cambios en su cuerpo y cómo reaccionaba ante eso.
Así, no fue extraño encontrarse hablándole de su propio despertar a la adultez, así como de algunas vivencias en ese sentido, pero no desde el punto de vista del morbo, sino de la charla amistosa y que generaba lazos fuertes de confianza. Aunque no se lo dijo con esas palabras, interiormente se sentía muy orgulloso de tener parte en ese paso de joven a hombre.
Cuando se dieron cuenta, pasaba de las dos de la tarde, de modo que almorzaron lo que habían traído en el auto y se tendieron a descansar; el sonido del viento y la tranquilidad del lugar hizo el resto.

—Tendrías que haberme despertado.
—¿Y para qué? —su hermano se encogió de hombros—. No hay nadie aquí, no pasa nada. Además, hice unos bocetos mientras tanto.

Martín se sentó en el suelo y se desperezó; el muchacho le alcanzó la croquera, en donde había hecho un boceto en estilo cómic, pero muy apegado al entorno real: tomaba como punto de vista estar sentado en el suelo tras el auto, captando un costado de este, y a él mismo durmiendo sobre el pasto. El marco era una serie de árboles, con el cielo del inicio de la tarde y el molino destacando en el horizonte.

—Es sólo un boceto —justificó el joven.
—Carlos, esto es impresionante.
—No es para tanto.

Martín sabía que su hermano no se llevaba muy bien con los elogios, pero en ese caso era completamente justificado.

—Me gustaría verlo terminado, si quieres hacerlo.

Carlos lo miró con un dejo de duda en los ojos, como si no estuviera seguro de la autenticidad de esas palabras; al final se convenció de lo que escuchaba.

—Bueno, si quieres lo puedo trabajar.
—Eso me gustaría, pero toma tu tiempo, no te angusties por eso; solo me gustaría un pequeño cambio: que también estés tú.

Se puso de pie y fue hasta la zona en donde, en teoría, se habría captado esa imagen, y tomó una foto con el móvil, que de inmediato envió.

—Listo, te acabo de mandar la foto, así puedes tener un punto de vista de ti mismo ¿te parece?

La sonrisa de su hermano iluminó su rostro ojeroso al escuchar esa sugerencia; al parecer se le había ocurrido algo adicional.

—Está bien, la voy a hacer, pero no sé cuándo la termine.
—Eso no es problema —replicó con calma—, hazlo a tu ritmo.

Durante el viaje de vuelta, Carlos le preguntó acerca de su trabajo, y aunque no pretendía hacerlo, Martín ocultó la información que manejaba acerca de lo que podría pasar al terminar el mes en esa empresa; desde que se aclararon las cosas con su hermano menor, había procurado no tocar ese tema, no por pensar que pudieran tener problemas otra vez, sino para evitar que, en determinado caso, Carlos se sintiera culpable por esa inestabilidad laboral. A él no le preocupaba, en cualquier caso; se decía que estaba a punto de encontrar lo que quería, y que seguramente esa situación iba a apresurar el proceso de encontrar una locación definitiva.


2


El martes Rafael inició la jornada laboral con la noticia de unas reparaciones y modificaciones en la tienda; los encargados de mantención y ornamentación se presentaron con una orden de trabajo directamente traída desde la oficina central, en donde se indicaba que un sector de la entrada sería modificado.
En general se trataba de una buena noticia, ya que era una forma indirecta de premiar las buenas ventas, inyectando recursos en el local; iban a poner una vitrina con distribución y giro en 360° y una pantalla nueva donde se proyectaban avisos y la oferta del día. Estuvo buena parte de la mañana ayudando a desocupar el mesón que sería reemplazado por uno más pequeño y que diera espacio a la vitrina nueva, y reorganizando todo para que pudieran localizar cada uno de los productos con facilidad.
Mientras los trabajadores comenzaban con esto y la atención de público seguía su curso, entró en la oficina para revisar las estadísticas; ya era día veinte, lo que significaba poco más de una semana para el fin de su primer mes completo como encargado de la tienda, y quería tener todo listo tan pronto como pudiera.
Había decidido referirse a sí mismo como encargado en vez de jefe; sentía que eso eliminaba parte de las distancias con los trabajadores, y además lo hacía sentir como parte de ellos y no como un ente ajeno. Se permitió un instante de curiosidad y revisó las estadísticas en línea que había de las evaluaciones del cliente oculto, guiado por la curiosidad que despertó en él haber detenido un porcentaje perfecto en la evaluación algunos días antes; hasta el momento eran la única tienda que tenía una evaluación como esa, y si seguían así, recibirían un bono en dinero junto con el salario de ese mes.

—Podría empezar con lo del departamento —murmuró, algo ido.

Había pospuesto una y otra vez el inicio de ese proyecto, sobre todo con el asunto de Mariano y luego la boda, pero se trataba de algo que no había abandonado. Tenía algo de dinero ahorrado, y si recibía ese bono en el que estaba pensando, ya tendría lo necesario para hacer los primeros pagos de un departamento; estaba pensando en algo propio, que le diera estabilidad y tranquilidad. Estaba comprobado que diciembre era un muy mal mes para iniciar esos proyectos, de modo que la perspectiva de iniciar el año siguiente en nueva casa era algo muy estimulante, y cumplía con su proyección de estar cambiado antes de febrero.
Decidió alimentar esta idea entrando en distintos sitios donde pudiera ver propiedades; necesitaba algo no muy grande pero más espacioso que el departamento en donde vivía, que estuviera ubicado en una buena localización y que en lo posible no aumentara sus tiempos de viaje. Estaba distraído jugando con el abrecartas viendo unos y otros cuando se le pasó por la mente una idea.
¿Y si le dijera a Martín que se fuera a vivir con él?
A pesar que sabía desde tiempo atrás que Martín tenía algunas dificultades para encontrar estabilidad en su trabajo y por ende eso afectaba su modo de vida, en ningún momento se le había ocurrido pensar en la posibilidad de que vivieran juntos.
Eran amigos y tenían una gran confianza ¿Sería posible que esa fuera la solución a todos sus problemas de vivienda? Martín no estaba especialmente feliz con su departamento por razones similares a las suyas, y lo podía entender a la perfección; el principal beneficio de vivir ahí era la bastante buena seguridad, y que estaba a muy poca distancia del metro y del centro de la ciudad, teniendo un costo aceptable. Por otro lado, estaba muy mal aislado y carecía de mejoras y utilidades en comparación con otros edificios; se quedó sentado ante el escritorio, con la vista perdida en la nada, mientras se cuestionaba si sería apropiado decirle a su amigo que pensara en esa posibilidad.

Había estado a punto de decírselo cuando sucedió días atrás, pero esperó a que pudieran coincidir; ese día se reunieron en el cuarto que él rentaba, adonde llegaron charlando animadamente sobre cualquier asunto, hasta que estuvieron solos y pudieron sentirse en libertad.

—Hola.
—Hola.

Era una especie de rito, el llegar, mirarse a los ojos y saludarse de nuevo, pero dándose un suave beso en los labios; como si apenas al momento de estar juntos pudieran ser realmente ellos.

—Te ves contento.

La emoción no la había disimulado como las palabras, pero el código implícito entre ellos hacía que las preguntas y respuestas honestas tuvieran lugar cuando estaban solos.

—Sí, estoy muy contento, tengo que darte una noticia.

Se sintió muy nervioso antes de hablar; desde el momento en que lo supo, una idea había comenzado a germinar en su mente, y aunque no estaba formada aún, ya sabía que ese era el primer paso.

—Por fin me ascendieron; ahora soy sub jefe en la tienda.

Que hubieran respondido de forma positiva a su solicitud era un gran motivo para sentirse contento, pero la mayor alegría que podía sentir tenía que ver con quien estaba frente a él; la forma en que lo miraba, sintiéndose contento por su logro, era transparente y sincera, sin esperar algo a cambio más que el beneficio de la persona a quien amaba.

—¿Es en serio? ¿Ya es oficial?
—Sí. Tengo que firmar un contrato nuevo dentro de la semana, pero ya es oficial.

Cuando lo abrazó le dio un beso en los labios sintió ese choque de electricidad que siempre sentía cuando estaban cerca, y además pudo sentir el potente latido de su corazón junto al suyo, la muestra más clara de que lo que sentían era verdadero y honesto.

Rafael reaccionó cuando se le cayó el abrecartas sobre el teclado, y dio un salto en el asiento.

—Cielos.

Se miró en la cámara del móvil; estaba pálido, tal como suponía, y ese cambio interno había sucedido en tan solo unos momentos, cuando sin darse cuenta había entrado en esa especie de trance que lo llevaba a esos recuerdos.
No eran las personas, eran los acontecimientos.
Se puso de pie y caminó por el interior de oficina, reuniendo en su mente estos nuevos hechos con los que ya tenía en su poder. De alguna manera, entendía que todo eso no tenía que ver directamente con Martín y él, sino con los hechos que se estaban dando en el presente; él y Martín estaban viviendo en un camino muy similar al de Miguel y su pareja mucho tiempo atrás.
El ascenso en la tienda, el ofrecimiento de irse a vivir juntos; claro que era un tipo de relación distinta la que existía en el presente, pero los hechos que los rodeaban se estaban repitiendo uno a uno, como una película cuyo guion ya había sido conocido.
Se sintió helado de horror, al pensar en que esa idea sólo confirmaba lo que ya temía desde antes; al plantearse adquirir un departamento, sin saberlo estaba dando un paso más en la dirección de un abismo que conducía a ese terrible recuerdo que no lo dejaba en paz.
¿Iba a suceder algo que pusiera en riesgo la vida de Martín al comprar ese departamento?

—No, no puede ser.

Se dijo que no, que lo estaba advirtiendo no dependía de eventualidades; si se tratara de eso, sería tan sencillo como no hacer esa transacción, pero cuando tuvo la visualización de ese trágico recuerdo aún no tenía claridad acerca de cuándo iba a poder comenzar con esos trámites, se trataba de un proyecto y un anhelo, pero no de algo concreto.
Entonces ¿Martín correría peligro en compañía de él? ¿O él estaría cerca cuando eso ocurriera?

—¿Qué es lo que va a pasar?

El futuro se hacía en base a las decisiones de cada persona; constantemente cambiaba de acuerdo con esas micro modificaciones personales, que iban desde situaciones intrascendentes hasta otras cruciales en la vida; quizás él no habría conocido a Martín en el centro comercial si se hubiese quedado al interior de la tienda en donde estaba comprando su hermana, pero eso no habría cambiado el suceso de esa misma jornada en la noche. Tal vez fue más proclive a hablar con él porque ya lo había visto antes, pero incluso si tras ese incidente doméstico no hubieran hablado ¿Habría cambiado eso los acontecimientos posteriores? Él pensaba que la vida se iba formando paso a paso, pero incluso existiendo infinitos caminos, existía la posibilidad de que al tomar uno de ellos, en algún momento este se cruzara con uno de los otros, lo que haría que ciertos acontecimientos sucedieran de todos modos.
Tal vez Martín y él se iban a terminar conociendo y haciendo amigos de todas formas, y eso significaba que los hechos que había interpretado como repetidos podrían ser una señal de que iba en cierta dirección.

—¿Cómo puedo saber más?

Terminó de guardar los cambios en los informes que estaba haciendo y regresó a la tienda, en donde procuró distraerse atendiendo público; sin embargo, a pesar de la actividad y estar en movimiento de forma constante, no podía dejar de hacerse la misma pregunta. Cuando llegó su hora de almorzar, optó por salir de la tienda y comprar un sándwich para llevar; no quería estar quieto ni mucho menos hablar con los demás fuera de los asuntos exclusivos del trabajo. Necesitaba moverse y hacer algo.
De pronto, la existencia de esa historia se le antojó tan real que casi podía tocarla; las calles de una ciudad como esa habían albergado una historia de fe en el amor terminada en tragedia, y los escaparates habían sido reflejo mudo de una persona gritando de dolor por la pérdida de alguien a quien amaba. No había terminado, la historia seguía allí, inconclusa y dolorosa, advirtiendo de un camino que terminaba en lágrimas, rogando en la inmensidad del vacío que no quedara en el olvido, que no se perdiera del todo.
Se preguntó cuando y donde había sucedido todo eso; quizás, incluso, habían vivido en esa misma ciudad, quizás él estaba deambulando por las mismas calles que vieron pasar a ese hombre. Diez, veinte o más años lo separaban de esa historia ¿Y de qué le serviría en cualquier caso descubrirlo? La relación de ellos se había mantenido en secreto, lo que hacía imposible preguntar a alguien por su destino, acaso eso sirviera de algo.
Trataba de entender aquellos sentimientos, y a menudo lo hacía; todo eso tenía que ver con preocuparse de los suyos, de las personas que eran importantes para él y ayudarlos en todo lo que pudiera. Trazar un camino frente a él y caminar de la forma apropiada, siendo capaz de encontrar los accidentes que estuvieron a la vista y esquivarlos en la medida de lo posible.
Había tomado la decisión de hacer lo que pudiera para ayudar a Martín a ponerse a salvo de ese peligro, y ahora entendía que la clave de esos recuerdos estaba en localizar los eventos que marcaran la trayectoria hacia ese desenlace.

Por la tarde, llegó a su casa decidió hacer algo inesperado: se fue a la cama y se obligó a dormir, cerrando los ojos mientras se concentraba en todos esos recuerdos; tenía que bucear más profundo, llegar más allá y encontrar algo más concreto, una pista que le permitiera encontrar lo que necesitaba.
En un principio fue difícil abandonar la inseguridad que provocaba en su interior ese mundo de recuerdos; se trataba de un área que no conocía, y que causaba dolor y nerviosismo porque sabía que de forma inevitable llegaría hasta el punto en donde todo se terminaba, pero no había otra manera. Procuró respirar a un ritmo lento, y se repitió una y otra vez que todo eso era por una buena causa, que si estaba tomando parte de los recuerdos de Miguel, era para ayudar a uno de los suyos e intentar evitar que se repitiera el mismo destino.

Todo ardía alrededor, y el dolor que experimentó lo dejó mudo de horror. Apenas tres meses atrás estaba comenzando esa nueva etapa en su vida, y tan poco tiempo después las cosas se destruían, se desmoronaban por completo; no sabía qué había originado ese infierno, y ya no importaba, lo único que le importaba era que había perdido al amor de su vida, y aunque fuera en el último momento de su existencia, se aferraría a él con las fuerzas que le quedaban. Si se les había negado la paz en vida, al menos estarían juntos al final.

2


Por la tarde y luego de desocuparse de sus labores, Martín se acercó al centro de la ciudad para hacer algo que tenía planeado; tras salir de la estación de metro más cercana, estaba a un costado de plaza de armas, desde donde tenía que avanzar solo unos cuantos metros.
La librería se encontraba a un costado de la catedral, y era un edificio de piedra sólida y antigua, aunque en el empalme entre ambos edificios podía verse una modificación o mejora hecha hace menos tiempo; antes de entrar vio un letrero tras un vidrio, dispuesto como un diario mural, en el que había diversos avisos, entre ellos uno que indicaba que estaba contratando personas.
pasó junto a un memorial del cual no leyó el nombre plegó a la librería, en donde las personas que atendían llevaban un uniforme de color amarillo y azul, y se le hizo muy extraño que se pareciera tanto a la vestimenta que usaba cuando estaba en el restaurante.

—Buenas tardes —lo saludó uno de los dependientes.
—Hola —saludó con cordialidad—. Me dijeron que en esta tienda se podía saber si necesitaban personal para alguna de las librerías. Vi el cartel afuera pero no sé si hay que hacer algo en especial.

El joven miró la hora en la pared: aún no daban las siete.

—La encargada de reclutar personal está, si quiere puedo preguntar si está disponible.

No se había esperado esa alternativa, pero ya que estaba ahí, era una buena oportunidad.

—Sí, sería genial, muchas gracias.

Mientras el joven se internaba en la tienda, Martín se quedó mirando el entorno; le llamó la atención que en el alto techo había una foto antigua de un equipo de trabajo de pie en el frontis de esa misma tienda, aunque la construcción se veía diferente. Estaba a punto de preguntar de qué se trataba esa foto cuando el joven regresó.

—Ahora puede pasar.
—Gracias.

Entró por la puerta que le fue indicada, que conducía a un pasillo corto, al final del cual estaba la oficina; la mujer en el interior era de unos cuarenta y cinco, y lucía algo cansada en esos momentos.

—Buenas tardes —saludó alargando la mano para saludarla.

Ella devolvió escuetamente el saludo y le indicó que se sentara; Martín pensó que en comparación con esa oficina y el traje dos piezas de ella, él no estaba en el atuendo indicado para una entrevista de trabajo: llevaba camisa y jeans, nada demasiado llamativo, pero de todos modos no era lo apropiado.

—Buenas tardes ¿Cuál es su nombre? ¿Tiene sus datos?

La pregunta le pareció un poco mecánica, pero omitió cualquier gesto y le entregó su hoja de antecedentes personales y laborales y se presentó. Ella no se había presentado pero la placa en el escritorio indicaba que su apellido era Subiabre.

—Usted…

La mujer se quedó sin hablar durante unos momentos, algo confundida por lo que estaba leyendo; Martín se preguntó si tal vez había algo mal escrito en su hoja, que hubiera pasado por alto.

—Pero usted no es ingeniero.
—No —respondió con tono de duda—. En el aviso dice que necesitan vendedores.

La mujer frunció el ceño, a todas luces confundida.

—Usted vino por ese anuncio. Lo siento, creo que la persona que me avisó lo confundió con alguien más.
—No es problema —replicó él.
—Pues sí —reaccionó ella—, necesitamos vendedores; por lo que veo, tiene experiencia atendiendo público.
—Así es —respondió Martín—, tengo buena aceptación atendiendo y me gusta tener un trabajo dinámico.

A punto estuvo de preguntarle por el cuadro ¿Por qué seguía pensando en un objeto decorativo en un lugar en donde nunca había estado antes?

—Bien —estaba diciendo la mujer—, me parece que tiene un perfil adecuado. Si está de acuerdo, podemos hablar de las condiciones detallabas.
—Muchas gracias, claro que me interesa.

La potencial pregunta seguía ahí en su mente. Trató de desterrarla mientras hablaba de experiencias de trabajo y prestaba atención a los detalles de horario o salario, pero seguía ahí. En su mente asomó una extraña pregunta ¿Había visto antes esa fotografiar? Parecía de hace muchos años, hecha a color pero desvaída por el tiempo tras el cristal que la protegía; quizás aquellas personas ya no estaban en este mundo, quizás lo que despertaba su curiosidad era que la imagen no coincidía con la estética del interior de la tienda. Mientras continuaba con la entrevista, en segundo plano esa incógnita persistía, aunque cada vez de forma más silenciosa.
Como si alguien estuviera hablando en su oído.


Próximo capítulo: Último momento


Las divas no van al infierno Capítulo 19 Un año sin lluvia

Conoce este capítulo al ritmo de esta canción: A year without rain


El sábado Márgara recibió una llamada muy temprano; saltó de la cama en silencio y sin despertar a Fernando. Sacó del armario un vestido básico color magenta, un bolero a juego, sandalias de tacón de un rosa pálido que se le antojó exquisito, y se miró en el espejo de cuerpo entero que tenía en el baño.
La imagen debía ser distinta para lo que iba a hacer en comparación con sus apariciones en el programa, pero era fundamental que la gente pudiera reconocerla de todos modos.
Tenía ganas de gritar de emoción, pero no lo iba a hacer; de hecho, no despertaría a Fernando. Sería una forma de castigarlo por haber sido tan indolente con ella la jornada anterior.

—Perfecto —dijo admirando la imagen en el espejo—, justo lo que quería.

Para combinar escogió una cadena de oro con un pendiente de cristal tornasol, y aretes de brillante; en el ultimo momento decidió cambiar el bolero por una gillete, retocó el iluminador de ojos y salió silenciosamente.
La llamada había sido desde la producción del programa, y la invitaban a participar en un pequeño espacio dentro de un programa misceláneo que se emitía los sábados desde las nueve treinta de la mañana; era conducido por dos chicos que habían iniciado su carrera en programas de talento algún tiempo atrás, y era de un estilo mucho más ligero que los programas de la semana.
Estaba feliz porque en ese pequeño espacio, que duraba cinco minutos dentro del programa, invitaban a una famosa para que mostrara sus secretos de belleza, lo que le daría una vitrina estupenda para la gente que no la conociera; armó un bolso pequeño con su set básico de maquillaje, algo elegante y nada ostentoso, y salió del departamento con la idea de brillar por todo lo alto en su primera aparición en televisión fuera del programa, la que además era un punto de mayor orgullo.
Era la primera de todas las participantes que era requerida por un programa, y ese triunfo era gigante para sus metas.

2


Sandra estaba llegando al canal cuando recibió una llamada de Verónica; la productora sonaba un poco sorprendida al hablar.

—¿Tienes un televisor cerca

Uno de los guardias abrió la puerta por ella para dejarla entrar; el hecho de haber estado tanto tiempo en el canal tenía beneficios, como que nadie le pedía identificación para entrar a las dependencias y generalmente la hacían sentir bien.

—No ahora ¿Qué pasa
—Márgara va a Sin edición.

Se quedó detenida en el pasillo, mirando a la nada. Márgara, la que había sido la primera en ser puesta en el foco por indicación de Kevin, la que había ido subiendo en las estimaciones del público e incluso ganado una inmunidad. ¿Por qué invitarla a ella en primer lugar a ese insulso programa de fin de semana ¿Por qué no la loca de Sussy, o Alma que era perfecta

—¿Averiguaste si hay más invitadas
—Sí, la semana que viene hay una solicitud sin nombre para espacio del matinal para todos los días.

Para generar falsa expectativa en las otras. Que estuviera sola, de improviso en ese programa generaría todo tipo de conjeturas en las demás, haciéndoles creer que el canal la evaluaba mejor que a ellas; esas miradas y susurros molestos tendrían lugar durante toda la clase del sábado, anidarían el domingo, y estarían a punto de estallar cuando, el lunes, cuatro chicas serían sacadas en pantalla en el matinal. Las intrigas que seguirían a eso estaban aseguradas.

Si convocaban a cuatro por día, eso completaba el cupo de las participantes menos la eliminada del próximo viernes; significaba que Kevin ya había decidido cuál era la siguiente, o al menos tenía todo programado según su parecer.

—¿Ya está al aire
—La anunciaron, entra después de la pausa comercial.
—Gracias.

Cortó y enfiló hacia el casino; necesitaba de forma urgente un café.
Valeria era su carta bajo la manga, y los bailarines sus ases para manipular y gestionar información, pero aun no tenía el nivel de control suficiente como para hacer lo que quisiera; como productor en jefe y director del proyecto, Kevin era el que seguía moviendo todos los hilos ¿Cómo anticipar esa jugada

—Sandra, buenos dios ¿Vas a querer tu café
—Sí, por favor —saludó a la encargada de la cafetería con una sonrisa—, lo necesito con locura.

Kevin se había reunido con Sarki el mismo día que con el esto del equipo involucrado en la gestión del programa; Sandra sabía muy bien que esa reunión no era por pura palabrería, sino que se trataba de un momento de confirmación de datos. En toda su larga trayectoria, Sarki nunca había participado como invitada en un programa que no fuera un suceso para el mercado.
Siempre divas estaba marcando y era comentario en redes, pero eso no garantizaba el éxito de forma permanente.
Estaba segura de que la eternamente joven Sarki le había exigido a Kevin algún tipo de seguridad acerca del suceso en el que se convertiría el programa, y él, necesitando de la venia de una estrella local tan relevante, sin duda se lo dijo. ¿Cuál era esa seguridad que garantizaba que el programa trascendería Desde luego que las pasiones del público ya se habían desatado, pero para perdurar, para que se hablara de ese programa por años y se convirtiera en un referente de la cultura popular de ese país debía haber algo más que tener a un grupo de guionistas organizando los sucesos, y el control sobre el resultado real de las votaciones cada día.
Tenía que averiguarlo, para poder blindar a su elegida; al final, todo iba a reducirse a un juego de probabilidades y a dos de las competidoras peleando por el trono.

3


Fernando se reunió con la madre de Márgara en una cafetería en el sector empresarial de la ciudad; se trataba de un barrio donde abundaban los edificios corporativos, y había multitud de tiendas costosas para el exigente público que transitaba por esos sitios. A él le pareció curioso que ella lo hubiera citado en un local pequeño, minimalista y sencillo, que contrastaba por completo con la ostentación de la mayoría de las instalaciones cercanas.

—Hola, Elena.
—Hola cariño.

Ella iba vestida con un traje casual de camisa y pantalón; dejó la cartera a un costado e hizo un gesto al garzón para que se acercara.

—Yo voy a tomar un té de frutas ¿Y tú
—No estoy seguro —comentó mirando con disimulo la carta—, la verdad no entiendo la mitad de lo que ofrecen aquí.

Elena no hizo gesto alguno que demostrara molestia por ese comentario, y en cambio, sonrió.

—Te gusta el café ¿Fuerte
—Sí.
—Entonces está decidido —y dirigiéndose al garzón—, por favor, un té de frutas del número cinco y un expreso doble con un toque de crema.

Un momento después les trajeron el pedido, y ella optó por hacerle las cosas más fáciles.

—La viste hace un rato en el programa ¿No es así
—Sí, lo dejé grabado para el archivo.

Elena sintió pena, pero no por él, sino por toda esa situación; pero no podía quedarse callada.

—Y bien ¿Qué fue lo que mi hija hizo

La mirada de él mostraba indecisión, como si incluso en ese momento estuviera a punto de cambiar de parecer; pero también mostraba a un chico inocente y honesto.

—Nada, no es que haya hecho algo.

Ella lo miró con amabilidad, dando a entender que no era necesario mentirle; al final él se rindió.

—¿Márgara siempre ha sido tan cambiante
—Cielo ¿Por qué mejor no me dices qué fue lo que pasó

Fernando suspiró.

—Ella no ha hablado contigo ¿No es así
—Si lo que me estás preguntando es si ella me ha dicho si tienen algún problema, por supuesto que la respuesta es no. Ella nunca le dirá a nadie tiene algo que resolver.
—Ya veo.

Elena supo que él no estaba juzgando si podía confiar en ella; estaba luchando contra un gran sentimiento de culpa por hablar de la mujer a la que amaba de un modo que consideraba incorrecto.

—A veces, la mayoría del tiempo —dijo en voz baja—, no sé cómo actuar o qué cosas hacer para agradarla. Sé que está bajo estrés por el programa, pero eso...
—Pero eso no justifica que tenga un mal comportamiento contigo —terminó la frase por él.

Se hizo un silencio en el que el hombre divagó en su mente, quizás intentando alcanzar el significado de lo que había tras las palabas de ella.

—Yo a veces no la reconozco.
—Pero estoy segura de que si haces memoria vas a comprobar que no se comporta como lo hace desde que empezó el programa, la única diferencia es que ahora, es más.

Él la miró con alarma en el rostro.

—¿Cómo...
—Porque la conozco —replicó ella, con tranquilidad—. Puede que yo no la haya criado de esa forma, pero Márgara sigue siendo mi hija; te voy a contar una historia, y puedo apostar todo a que ella nunca te lo ha dicho.
Cuando mi ex se fue de la casa, porque según él no podía cargar con el desafío de una mujer y una hija, me quedé sola y sin un veinte; era básicamente joven e inexperta, se me desarmó el cuento de la familia feliz y estaba sin hogar y con una hija de cinco años que dependía de mí.

Fernando nunca había preguntado acerca de esa etapa de la vida de su novia; cuando se conocieron, en determinado momento ella dio a entender que sus padres se habían separado y que no pretendía hablar al respecto, pero con el paso del tiempo dejó en claro a través de comentarios muy escuetos que de alguna forma la culpa era de su madre. Ahora, la historia que estaba escuchando era por completo distinta.

—Tuve que dejar una casa que no podía pagar, cambiarme a un departamento y asumir que fuera de la secundaria no tenía estudios ni experiencia. Supongo que por el peso de la exigencia encontré que tenía talento para los negocios, dicen que la oportunidad se crea con la necesidad.

Fernando notó que ella no lucía apesadumbrada por lo que estaba diciendo; se trataba de una historia superada.

—Bueno, tampoco voy a contar todos los capítulos de la novela —comentó ella tras un trago de su té—; yo me mataba trabajando mientras Márgara estaba en la escuela, llegaba agotada, pero a hacerme cargo, pensando que todo iba a mejorar eventualmente.
El punto es que un día llegué con las compras del supermercado, y ella me vio guardar las cosas en la alacena; por supuesto que había tenido que cambiar por marcas más baratas, y sucedió que serví la cena, y ella se quedó sentada a la mesa, mirándome después de mirar de reojo el plato. Y me dijo “No puedo comer eso, me va a hacer mal”
Reconozco que cuando sucedió, casi me eché a llorar —había un matiz irónico en su voz—, y a punto estuve de tener un ataque de histeria, pero tuve uno de esos maravillosos momentos de iluminación que uno tiene a veces. Me dije que, si dejaba pasar eso, después ya nada podría detenerla, y se me antojó muy injusto que una niña de siete años decidiera sobre mi vida.
Así que me quedé sentada frente a ella y le dije “No vas a pararte de ahí hasta que hayas comido la cena”

Fernando sintió ganas de reír; esa actitud de Márgara, de despreciar marcas menos conocidas era moneda corriente, aunque siempre iba acompañado de un discurso sobre lo sano de los alimentos y las normas sanitarias. Sí, sentía ganas de reír, pero no porque todo eso le hiciera gracia; era porque de pronto parecía estar quitando una serie de capas que dejaban a la vista a una chica que no estaba seguro de conocer.

—Pero fue después de decir eso que tuve la real revelación —agregó ella—, porque Márgara, una niña de siete años, me miró con rencor, con rabia; no había miedo a un castigo ni frustración como en la mayoría de los niños cuando no consiguen lo que quieren, ella me estaba mirando como a una rival.
Se quedó ahí mucho rato, y yo estaba tan cansada; de pronto me dijo que iría al baño, pero la atajé y dije que no iría hasta que hiciera lo que tenía pendiente. Creo que fue la primera vez que la vi alarmada, porque si se hacía en la ropa, estropearía su atuendo, y el atuendo era demasiado importante para ella.
Entonces se rindió, pero no dejó de pelear conmigo; desde ese momento me concentré en no dejar que me manipulara, y aunque lo logré, también logré una enemiga. Márgara mantiene contacto formal conmigo porque es lo que una chica de bien hace, porque eso ayuda a cuidar su imagen, pero nada más. Márgara es incapaz de sentir empatía por ninguna persona que no sea ella misma.

Fernando sintió que le temblaba la barbilla, pero hizo un esfuerzo por reponerse.

—Eres muy dura cuando hablas de ella.
—Soy sincera —corrigió Elena con tranquilidad—, si se puede hablar de fracasos y éxitos en la vida, puedo decir que fracasé en educar a mi hija de la forma que debiera, pero no podía cometer otro error siendo ciega y desconociendo quién es en realidad.

Fernando tenía la vista clavada en la taza, y en un acto intempestivo bebió todo el contenido casi en un trago; aunque lo que necesitaba en realidad era un whisky o algo fuerte, al menos la sensación de ingerir la cafeína servía para que sintiera que no estaba sonando.

—No sé qué hacer.
—Por desgracia no te puedo aconsejar sobre tu relación de pareja —comentó Elena con sinceridad—, en principio, no me corresponde, pero más que eso, yo creo que tú sabes lo que tienes que hacer; eres un muchacho inteligente, capaz y con muchas cualidades, no puedo creer que estés demasiado ciego como para no ver el futuro que tienes delante.

3



Los ánimos en la sala de ensayos estaban divididos; para el momento en que Márgara llego, con un poco de retraso, ya todas sabían que había estado en el programa de televisión, pero sólo algunas la felicitaron, mientras que el resto ignoró el tema de un modo cordial, pero sin tomar el tiempo para atender, como si se tratara de un asunto que carecía de la importancia necesaria.

Valeria estaba auténticamente sorprendida; Márgara apareció en el programa en la sección de recomendaciones y secretos de belleza, caracterizada como el prototipo de la mujer joven, fuerte e independiente. Se notaba que había planificado lucir suave, juvenil y elegante, seguramente para contrarrestar las apariciones sensuales en la noche, y con ello captar a un tipo de público distinto para subir en las votaciones.
Su participación había sido correcta, pero al menos a ella no le parecía sobresaliente; hablaba bien, se veía bien en cámara y sabía cómo moverse, pero era como una modelo genérica, no como alguien a destacar. Desde luego que estaba hinchada de orgullo por ser la primera de ellas a quien requerían en un programa, pero fingiendo que estaba más sorprendida que contenta por lo que había sucedido.

—Bien señoritas, ahora van a trabajar un aspecto que es muy importante para sus presentaciones.

Marcos había traído una serie de elementos de trabajo de arte, y sostenía en ese momento un trofeo similar a una estatuilla entre las manos; Valeria había descubierto que los consejos de él para pulir y mejorar el trabajo de producción escondían mensajes acerca de cómo enfrentar los desafíos en esa competencia.

—Como pueden ver, esto es un trofeo; las personas estamos condicionados casi de forma natural para asociar los dorados y plateados con el éxito ¿Por qué Porque las joyas están hechas de esos materiales.
Pero si ustedes ven este trofeo muy de cerca —le pasó el objeto a una de las chicas—, podrán descubrir que tiene marcas y defectos; el color dorado puede ayudar a disimular, y aunque no esconde las fallas, hace que estas queden en segundo plano, al menos por el momento. Ahora voy a darles unos consejos útiles para que cuando estén en el escenario puedan disimular y salir del paso; recuerden que su presentación tiene que estar bien trabajada desde el comienzo, pero si sucede algo inesperado, la idea es que tengan la rapidez, pero también los elementos para solucionarlo con dignidad.

Para Lisandra, la noticia del llamado a Márgara desde el programa no era importante, aunque de cierto modo no se lo esperaba; a la hora de sacar cuentas, habría pensado que Alma sería la primera en ser convocada, pero de todos modos no quitaba tanto de su atención en esos momentos.
Esa mañana había tomado una decisión definitiva, y era eso lo que ocupaba casi por completo su mente durante esas clases.
Después de la discusión con sus padres y salir atropelladamente de su casa, se reunió con Sam; estuvieron hablando largo rato, y él se mostró en todo momento atento y amable con ella. Fueron al departamento de él, y aunque todo podría haber sugerido que Sam aprovecharía la ocasión para un acercamiento más íntimo con ella, tuvo la genial actitud de no insinuar nada al respecto, y le indicó que podía ocupar su cuarto mientras él dormía en el sofá.
La conversación entonces emigró hacia otras zonas, y aunque no se lo esperaba, de pronto se encontró charlando con él con ánimo y buena energía, encantada de sentirse apreciada y escuchada en un momento como ese; Sam era listo, agradable y simpático, y era honesto en la conversación con ella no disimulaba que se sentía atraído, pero era educado y galante, comportándose en todo momento de la forma adecuada.
Dentro de todo lo que hablaron, él nunca la cuestionó acerca del programa ni la discusión con sus padres; de ese modo, el contacto fue libre y sincero, lo que la hizo sentir ánimos para el día siguiente, y a la vez le dio tiempo de pensar con calma y claridad.
Había estado quejándose demasiado tiempo, llorando por las cosas que estaban mal, protestando internamente por aquello que no se podía corregir o que estaba fuera de su control; poniendo en riesgo su estadía en el programa una y otra vez. Había estado perdiendo tiempo cuestionando en su interior las acciones de las demás, midiendo con su vara el rendimiento y actitud de las otras, y esperando que su esfuerzo y trabajo duro valiese la pena.
Se había equivocado.
Había decidido que todo eso quedaba atrás; desde ese momento, comenzaría desde cero, como si esa fuera la primera y gran oportunidad que tenía, como si apenas estuviera comenzando. Había decidido que ese era el fin de la Lisandra que esperaba lo mejor, y el inicio de la que iría a buscarlo; no más lágrimas ni sentimentalismos, lo que haría sería buscar todo lo que pudiera hacerla más fuerte y ponerlo en práctica, tanto si para eso tenía que jugar limpio como si no.
Y se sintió bien con esa nueva perspectiva de la vida, porque la alejaba de la posibilidad de ser una víctima ¿Por qué tenía que sufrir cuando ella quería triunfar Otras ya lo estaban haciendo, pero la diferencia era que ella era inteligente, no solo una cáscara vacía; e iba a usar esa inteligencia como su mejor alma.
También había otro asunto que había cambiado en su interior, y tenía que ver con Sam; no sabía si podría surgir algo o no, pero la cercanía y las palabras de él le hacían bien.
No supo si era un espejismo, pero le parecía ver su cara ¿estaría comenzando a sentir ese delicioso cosquilleo del enamoramiento Durante la noche las estrellas estuvieron ardiendo, mientras ella escuchaba su voz en su mente y hasta cuando creyó llamarlo en la oscuridad; cuando el suelo estaba cayendo bajo sus pies, se preguntó si alguien la salvaría, y él llegó a hacerlo. Tal vez podía agradecerle por encontrarla, tal vez el mundo podría ser maravilloso con él en su vida.
Tal vez.


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