Narices frías Capítulo 29: Una pregunta incómoda





Después de decirle a Matías que se fuera a su casa, Greta se quedó pensando en todo lo que había sucedido y los descubrimientos que tuvieron lugar como consecuencia de sus propias reacciones.
La muerte de Jonás no solo la había dejado sola, sino que además dentro de una casa y un estilo de vida que claramente no estaba hecho para una persona, porque en cada cosa que quisiera o pensara hacer, estaba él. Rearmar su vida y comenzar a funcionar de nuevo, por lo tanto, había resultado mucho mejor y más sencillo apartándose del mundo, de las preguntas y condolencias y de los recuerdos del resto; vivía sola y era solitaria, y así era mejor que tratar de desarmar lo que había construido.
En ocasiones sentía que todo eso no era más que miedo a perder lo poco que tenía en sus manos, pero al mismo tiempo persistía ese esfuerzo por protegerse, por evitar a toda costa que alguien se entrometiera y pudiera dañar la frágil estabilidad que poseía. Mientras, el mundo a su alrededor parecía ser una selva dura e implacable mucho más que antes, y cosas tan espantosas como un asesinato se encontraban al alcance de la mano de cualquier persona; en casos como ese odiaba la tecnología y su capacidad de robar hasta la intimidad de los muertos, así como la facilidad para acceder a esos momentos que, si no habían sido tranquilos, al menos deberían ser privados.

—Que extraño…

Nunca tocaban a la puerta, o al menos no de manera regular. Fue a abrir mientras pensaba todas estas cosas, y se sorprendió al ver a un hombre de unos cuarenta años del otro lado de su puerta, sonriendo como si la conociera.

—Buenas tardes. ¿Cómo está?
—Muy bien, gracias —replicó ella, de modo automático— Buenas tardes.
—Mi nombre es Benjamín y me preguntaba —el hombre hablaba con una naturalidad propia de los vendedores experimentados—, si usted tiene una mascota, soy parte de la familia Narices frías.

La mujer se quedó un momento inmóvil, hasta que hizo la conexión con los anuncios en la televisión y todo ese asunto.

—No tengo mascotas —repuso, un poco desconcertada.
—Eso tiene solución ¿Le parece si conversamos un momento?

Hizo un curioso ademán como para invitarla a entrar en su propia casa, y eso hizo que Greta se envarara.

—Estoy ocupada y no lo conozco.
—Me disculpo si estoy siendo demasiado alegre —repuso él como si no se diera cuenta de su incomodidad—, es solo que me gusta tanto poder hablar con las personas y ayudarlas a encontrar un ser que forme parte de su vida.

La mujer había tenido la mala idea de abrir la puerta y posicionarse en el umbral, en vez de solo abrir un poco; se sintió débil y expuesta, como si el escuchar a ese sujeto en un estado emocional mucho más alegre de lo necesario fuera algún tipo de amenaza que no alcanzara a comprender del todo.

—Estoy ocupada.
—¿Quizás podríamos hablar en otro momento? Puedo dejarle mi tarjeta, estoy seguro de que encontraremos a la mascota perfecta.
—No quiero una mascota, y quiero que se retire, por favor —replicó ella con sequedad—, buenas tardes.

El hombre mantuvo la sonrisa perfecta por unos segundos más, y a ella se le hizo la idea de que se tardó en entender del todo sus palabras. Luego hizo una especie de reverencia, pero ella no tuvo oportunidad de verlo, ya que retrocedió y cerró la puerta.
Sus manos temblaban; si alguien le preguntara, no podría decir con exactitud qué era lo que había pasado, pero sabía que ese hombre no estaba bien. Se sentó ante la mesa y trató de calmarse ante esos hechos, y procesar lo sucedido de forma sensata; primero, ese hombre era muy alegre y se comportaba como si la conociera, similar a esos vendedores puerta a puerta que aparecían en las películas. Bien vestido y peinado, hablaba de forma correcta, pero a ella le pareció amenazador. ¿Sería por actuar como si tuviera derecho a decidir por ella en qué momento y lugar hablarían, o aún más, por haber decidido por anticipado que ella querría hablar con él? Sin duda era una situación a la que nunca se había enfrentado con anterioridad, pero quitando eso de lado, de todos modos se trataba de algo incómodo y hasta peligroso ¿Y si ese hombre hubiese empujado la puerta?
Se puso de pie y caminó despacio hasta la ventana, asomando lo necesario tras la blanca cortina para ver hacia el exterior; el hombre ya no estaba allí, no se había quedado del otro lado, escuchando ni tratando de ver al interior, pero a pesar de saber que no estaba, Greta sintió un inexplicable temor de abrir y asomarse al exterior. Ya no estaba ahí, lo había visto y tenía la seguridad de que se había ido, pero eso no bastaba para tranquilizarla; de algún modo, el nerviosismo se había filtrado por la hendija de la puerta, era una brisa insonora y suave, que no podía capturar entre sus dedos y bailaba a su alrededor, cerca como para sentirla, no demasiado como para atraparla.
Estaba segura de que, en el improbable caso de relatar eso a alguien, la mirarían con una leve sonrisa y le dirían con condescendiente intención que todo estaba bien, y que se trataba de un malentendido. Que ese hombre solo era alguien muy amable y sin malas intenciones.
La ignorarían por ser vieja.
No lo haría, desde luego, pero podía anticipar con total claridad lo que sucedería, ya que ni siquiera sería la primera vez; la tercera edad no era símbolo de respeto, sino de una evidente distancia por parte de los jóvenes y adultos. Ya no se le consideraba en edad apropiada, y lo que sea que pudiese decir no era considerado importante; en más de una ocasión en situaciones triviales había sido tratada con ese mismo tipo de condescendencia que sería negada pero estaba ahí, por lo que no era difícil imaginar que sería peor en un caso como ese.
Se le ocurrió que se trataba de dos casos muy distintos; cuando Matías cayó por el techo de su patio trasero se asustó, pero después de hablar tan solo unas palabras con él, concluyó que no era peligroso, mientras que ese hombre se comportó como la persona más normal del mundo y se sintió amenazada. Miró hacia la puerta y el seguro colgando de su cadena que nunca usaba, y se preguntó cuánto de esa seguridad era falsa a su alrededor; nunca se sintió bajo riesgo cuando Jonás estuvo vivo, y luego de perderlo, aún con el dolor y su ausencia, no se preocupó por esos asuntos.
Daba la impresión que todo el mundo tenía animales de esa empresa llamada Narices frías; caminó hacia la cocina y titubeó un momento, sin saber muy bien qué hacer. Tendría que prepararse un café, pero optó por tomar un vaso y servir algo de jugo de fresa, por hacer algo y ocuparse de una acción que no fuera solo pensar, aunque al momento de beber se dio cuenta de tener la boca seca.
Bebió la mitad del contenido del vaso casi de un trago y se dio el tiempo de saborear el líquido después; dulce, suave, agradable al paladar, pero más pasajero que el persistente nerviosismo que un hecho intrascendente le causó. Estaba en su casa, un espacio que siempre consideró legítimamente suyo, un lugar propio en donde las decisiones eran suyas y podía decidir qué hacer y qué no, así como a quién dejar entrar.
Fue hasta la puerta y tomó en sus dedos el extremo del seguro que nunca usaba, y lo puso en el sitio adecuado para dejar bloqueada la entrada; pero después de lo sucedido, esa cadena metálica que unía la madera al umbral parecía delgada y débil, insuficiente ante algo que no tenía un cuerpo físico y que, al transgredir esa regla, era capaz de llegar hasta donde quisiera, incluso al interior de su mente.
La noche estaba comenzando y pronto las luces del interior de la casa serían las únicas a su alrededor.


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Narices frías Capítulo 28: Fuera del tiempo





El tiempo estaba pasando sin que pudiera detenerlo, y esa falta de control estaba comenzado a asustar a Darío.
No le importaba no haber llegado a casa esa noche. Estaba por amanecer, seguramente, tenía frío en el cuerpo y le dolían los ojos por el esfuerzo de mantenerlos abiertos, pero era necesario, todo era necesario para conseguir lo que quería.
Tal como se lo esperaba, nadie notó que se había quedado merodeando por los pasillos; tuvo la precaución de dejar los implementos en lugares adecuados para que no llamaran la atención, y luego escogió las esquinas y recovecos apropiados para que las miradas no se toparan con su figura. Después de todo, las personas igualmente no miraban.
El sonido al interior del lugar amortiguaba sus pasos, y las luces bailaban, blancas y limpias en el techo, mirando sin ver lo que sucedía, sordas y mudas como él lo era ante los ojos de todos. Como esperaba, la puerta del segundo subterráneo tenía una cerradura, pero la llave estaba colgada junto a ella, ya que nadie se esperaba que algún intruso decidiera ir en esa dirección, sitio en el que a vista de muchos nada había de valor para resultar interesante.
Él era el único que podía entender que todo lo que quería conseguir estaba tras esa puerta, y que una vez que la cruzara, nada lo detendría.
Pero las cosas se habían torcido en algún momento.
Estaba encerrado en ese lugar, solo, y tenía miedo porque no podía salir ni gritar; quizás podría haber hecho ruido de alguna forma, pero sus manos estaban atrapadas y dolía, dolía a pesar de la luz que brotaba de ellas. Estaba en el lugar que quería, pero las horas pasaban y las cosas no estaban yendo como deberían; había mucha luz y él debería tomarla, quedársela para que ninguna otra luz en el distrito pudiese llegar.
Sus constelaciones no estaban ahí, pero podía recordar cada uno de los puntos que las formaban; extrañaba a sus constelaciones, eran el único apoyo que tenían y quería ver otra vez cómo danzaban a su alrededor con sus luces temblorosas pero eternas y e indestructibles. Él era una estrella, era luz pura y completa, y su existencia tenía que bastar para poder dominar a las otras.
Estaba en el lugar en donde necesitaba, y había tanta luz que la siguiente madrugada no habría sol, ni a la noche siguiente estrellas, porque todo estaría oscuro como el silencio que lo rodeaba, y la multitud voltearía hacia él, hacia el nuevo centro del firmamento, el sol, la concentración de energía más poderosa. Y cuando todos lo miraran, ya no harían falta las palabras, porque cada uno de ellos, los que quedaran, entendería con un nuevo lenguaje, en el que él sería la explicación, la pregunta respondida y la verdad.
Sería el todo.
La luz brotaba por sus ojos y escurría por su boca.


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Narices frías Capítulo 27: Silencio en el cielo





Román no se podía creer que le hubieran dado libre la noche y el día siguiente después de todo lo que había pasado; en regla era la noche desde las ocho hasta las tres del martes, pero de todos modos era algo muy extraño.
No había hecho algo especial, ni rescatado a alguien en una situación extrema; en ambos casos llegó demasiado tarde para poder hacer algo al respecto, y solo se hizo cargo de la misma forma que lo habría hecho otro oficial en su lugar. Pero su jefe no quiso escucharlo y lo envió fuera de la unidad de inmediato.
El asunto es que Román no tenía ganas de estar fuera del trabajo.
Pasó a comprar una cena preparada y tras asegurarse de cerrar muy bien la bolsa para que no dejara olor en el asiento trasero, subió al auto y emprendió rumbo hacia su departamento, pero se detuvo en el primer semáforo. Daban las ocho treinta, y el distrito parecía mucho más silencioso y tranquilo que un par de horas antes, e ignorante por completo de los horrores vividos en el interior de sus calles; alrededor, algunas personas paseaban con sus mascotas, dedicados y alegres de dedicarles tiempo y atención en sus ratos libres. Él nunca había tenido mascotas ni pensaba tenerlas, ya que su experiencia con los animales había sido lo su suficientemente traumática como para no querer tener algo que ver con las mascotas de un modo tan cercano.
Recordaba de un modo bastarte vago lo que sentía con respecto a los animales cuando era pequeño, pero nunca había olvidado cuando tenía ocho años y tuvo la mala fortuna de encontrar un perro en la calle, y llevarlo a casa; al verlo en retrospectiva era bastante lógico que fuese imposible tenerlo en el hogar, ya que la casa en el pueblo en el que vivían era pobre, pero eso de ninguna forma justificaba lo que había sucedido después. Su padre le arrebató el cachorro y lo arrojó a la calle, dándose la casualidad cósmica de que el indefenso animal se estrelló de cabeza contra el suelo, muriendo casi al instante; Román había soñado por muchos años con la patética imagen del pequeño animal sobre el suelo, despojado de vida y dignidad, convertido en sangre y tendones. Por supuesto que le dieron una tunda y ni padre ni madre se compadecieron de él, pero el dolor por los golpes había terminado por pasar, de igual modo que las palabras que le dijeron terminaron por convertirse en borrones a medida que pasaba el tiempo, pero esa imagen nunca se fue.
Esa imagen era culpa. A lo largo de los años y con mayor fuerza desde que se convirtió en policía, aprendió a entender el mundo y las consecuencias de su labor, y a separar la causalidad de los daños. Un oficial de la ley debía aprender que era imposible conseguir una labor prefecta, y que muchas cosas saldrían mal durante el ejercicio, sin importar cuánto se esforzara por evitarlo; morían inocentes a manos de delincuentes, y estos mismos en algún atraco, o un accidente causaba lesionados de todo tipo. Si no podía ser perfecto, al menos tenía el firme propósito de hacer todo lo que estuviera en su poder, y en el fondo sabía que cuando se saltó las reglas o hizo algo más allá de su cargo, siempre fue para ayudar o salvar a alguien, sin importarle si eso lo perjudicaba.
Pero la muerte de ese cachorro había sido su culpa. Desde siempre había tenido esa imagen, y sabía que lo perseguiría sin terminar, porque no existía justificación posible para haber cometido ese acto, sin importar que fuese un niño cuando ocurrió; porque tenía ocho años, pero sus padres siempre fueron violentos y desatendidos con él, por lo que ya sabía que pasaría algo malo si desobedecía cualquiera de sus reglas, entre las que estaba no llevar visitas ni animales. Él no había sido la mano, pero sin duda fue el artífice de esa muerte, y sin importar cuánto luchara o a cuánta gente salvara, nunca podría ser lo bastante bueno como para retroceder el tiempo y salvar una vida que fue destruida por su causa.
Ya no podía seguir negándolo: no le gustaba el distrito. Había algo indefinible con lo que no se había sentido cómodo desde un principio, y haber encontrado tres cadáveres en su primera semana no había ayudado a mejorar su percepción del lugar. Aparcó después de avanzar escasas dos cuadras, sintiendo que no iba a querer comer en cuanto llegara al departamento; había algo en todo ese sitio, y él no había sido capaz de encontrar cuál era la razón que le causaba esa incomodidad. Pero, cuando estaba sentado al volante de su auto, detenido y con el suave ronroneo del motor como única compañía, todas las piezas encajaron, y la pregunta formulada de forma inconsciente se volvió una oscura y dura realidad ante sus sentidos, con tal fuerza que se vio en la obligación de salir del vehículo y quedarse de pie a su lado, para confirmarlo.
Muy pocas cosas buenas habían salido de su niñez, pero sin duda una de ellas era tener los sentidos agudos hasta niveles sorprendentes; había aprendido a no oír y no ver en situaciones cotidianas, pero en el fondo de su ser esa característica siempre estaba activa. De seguro, si no hubiese estado recién llegado y con dos casos tan fuertes a cuestas lo habría notado antes, pero no tuvo oportunidad, y además se trataba de algo tan evidente que resultaba inverosímil ¿Podía estar en un error?
Volvió a subir al auto y condujo a mayor velocidad, pero en vez de ir a su casa, localizó una plaza cercana, en donde aún paseaba algún rezagado o una pareja romántica no se percataba del tiempo; indiferente de ellos, miró en una y otra dirección, sin querer convencerse de la idea que se estaba formando en su cabeza, porque sonaba demasiado espantosa para ser posible. Volvió a avanzar, y por largos minutos estuvo deambulando por unas calles y otras, entendiendo que cada momento en que no se sintió a gusto y soslayó los pensamientos, su parte instintiva había hecho una conexión, diciéndole a su mente que a su alrededor existía algo, un espacio en blanco que no debería.
Las calles se sucedían como estructuras inertes; Román miró cornisas, techos, copas de árboles y plantas, y a medida que se desplazaba unió cada pieza que ignoró antes, armando un rompecabezas del cual anticipaba la imagen, pero no el motivo de su creación. No era un hombre supersticioso, pero entendía el funcionamiento de las cosas del mundo como una cadena de la cual los seres humanos formaban parte, no central sino como eslabones; la humanidad generalmente pretendía cosas demasiado ambiciosas, que la naturaleza se encargaba de opacar con un terremoto o una tormenta de rayos, y cada vez que se le torcía la mano al orden, algo se obtenía en respuesta.
Pero el algo en ese caso, en ese distrito en donde se encontraba, era la nada.
Volvió a aparcar, detuvo el motor y se permitió subir las ventanas y encerrarse en el silencio sordo del interior, queriendo gritar por lo que había descubierto, presa de un temor absurdo e infantil que le hablaba al oído con la suavidad de una pluma pero hería su conciencia como una espina de hielo. Luego, ese instante desbocado de angustia pasó, y pudo respirar, volver a sentir los dedos apretados en los puños y los músculos del cuerpo apretados, tensos e inmóviles; ese miedo había sido solo un momento de debilidad al entender, pero después de eso ya podía comprender, asociar las ideas y entender como un hombre adulto la completa historia que se estaba desarrollando a su alrededor, y de la que él era una parte insignificante.
No había nidos de aves en los árboles. No había lagartijas en las enredaderas, ni roedores escabulléndose por los contornos de las paredes de los edificios; no había palomas en busca de migajas en una esquina, ni los astutos gorriones tomando un botín para escapar con él. Tampoco había gatos vagando con su aspecto salvaje y elegante a la vez, resplandeciendo sus ojos como lunas doradas en contraste con las sombras que nunca los expulsaban. Ni perros rebeldes persiguiendo los carros o durmiendo en cómicas poses en cualquier parte, o marcando territorio para el poderoso olfato de los otros. Nada de esto había, pero lo más fuerte, lo que había hecho la conexión final, fue el imposible viento sin interrupciones que susurraba en esa incipiente noche; se desplazaba libre y sin oposición, acariciando los muros y rozando los pétalos, desplazándose de un punto a otro en campo traviesa.
Sin oponentes en su permanente firmamento, se movía al compás de una melodía única que nadie podía escuchar, sin que sus notas fuesen cortadas por un trino o el aleteo de espada de un despegue. Nada había, porque no había animales alrededor que pudieran interrumpir al viento, y su ausencia total de sonido fue para él peor que cualquier grito en sus oídos, porque no había forma de combatirlo, no se podía acallar, y desde ese momento ningún sonido sería tan alto o intenso como para apartar su mente del silencio.
No obstante, más allá de lo que estaba sintiendo, su mente tuvo que sobreponerse y pensar en que todo eso significaba desde un punto de vista lógico. En el distrito había muchos animales, sí, pero al parecer todos ellos provenían del mismo lugar, y no existía rastro de otros abandonados o salvajes en las calles o cerca de las casas, y para que eso fuese una realidad, solo se le ocurrían dos alternativas; o fueron eliminados por mano humana, lo que hablaba de una acción de destrucción de fauna de niveles estratosféricos, o había sucedido algo que los hizo salir de allí. ¿Qué podía ser tan enorme como para espantar de los rincones hasta el último par de ojos que pudiese ser testigo?
La radio seguía conectada a la frecuencia de la policía, y su sonido consiguió filtrarse por entre sus pensamientos; escuchó con actitud ajena, inmóvil e insensible cómo la voz decía que se había reportado la desaparición de una persona con problemas mentales. Un humano perdido en una selva sin animales.


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Narices frías Capítulo 26: Anticipación





Tres muertes en los alrededores; Carlos estaba leyendo distraídamente las tendencias locales en el móvil cuando un ruido en el primer piso lo distrajo. Después de un momento entendió que solo era su madre hablando con el perro.
Los hechos delictuales nunca salían en las noticias importantes; tenía que suceder algo grande para que los medios prestaran atención a lo que pasaba en el distrito, como aquella maldita empresa de animales que tenía a todos embobados. Por lo general las noticias sectoriales eran muy aburridas y se centraban en eventos culturales y cosas por el estilo, pero en esa ocasión eran palabras mayores; tendido sobre la cama, decidió que no tenía más que hacer que investigar un poco al respecto, ya que no tenía tarea, y aunque la hubiese tenido, estaba desganado.
Las fuentes oficiales siempre censuraban la información, así que entró en un foro que conocía y navegó un poco hasta dar con el lugar indicado: en principio, se sorprendió de descubrir que las muertes en los últimos tres días no eran tres, sino cuatro. El primero, un accidente en el que un doctor tropezó en un semáforo y cayó delante de un camión; había una foto bastante clara de cómo un brazo había quedado debajo de la rueda delantera, desprendido del torso. Eso había sido el viernes por la tarde, seguido no de muy lejos por otra cosa anunciada el sábado, aunque al parecer se trataba de algo de un poco antes: habían encontrado a un matrimonio muerto en una casa, junto a una niña pequeña que estaba en el interior del lugar; las fotos tomadas por los vecinos solo mostraban el exterior de la casa, la cinta de seguridad en el perímetro y los vehículos de la policía, así como oficiales, pero por lo visto nadie alcanzó a ir tomar imágenes directas. Sin embargo, alguien comentaba que había un olor insoportable en el lugar y que los gritos que se escuchaban de la niña eran peores que en una película de terror cuando la sacaron de la casa.
Pero en el subforo de audio no había registro de eso; se dijo que la gente era muy desprolija al confiar tanto en las cámaras y no tener la precaución de usar la grabadora de audio del móvil en momentos en donde era útil.
Se sorprendió de ver que el último caso era más complejo de lo que parecía. Un hombre había entrado a la casa de su vecino la noche pasada y lo había apuñalado, pero no estaba muerto, o al menos no lo estaba hasta lo último que se sabía; el muerto en ese caso era el hijo del atacante, que según lo que se había filtrado, había sido asesinado por su propio padre.
Fue hasta los datos y al ver la imagen del hombre se quedó de una pieza: él conocía a esa gente. En realidad no de forma personal, pero sabía de quién se trataba; un hombre con un hijo y una novia, ella era muy bonita. Los había visto en la plaza en algunas ocasiones, paseando con un gato blanco en brazos, y le había parecido tonto que llevaran al animal de esa forma, como si le fuese a pasar algo por el simple hecho de tocar el suelo. Quizás era para que no se ensuciara el pelaje, pero era absurdo que alguien hiciera algo como eso, porque a los animales no les pasaba algo malo por ensuciarse.
De pronto se le ocurrió que eso fuera alguna de esas tontas medidas que inventaban en Narices frías para sacarle más dinero a la gente y tenerla siempre pendiente de esos comerciales y comunicados; había un foro en donde algunas personas decían que todo eso era una especie de enorme negocio entre distintas empresas que estaban relacionadas entre sí, y que se beneficiaban de Narices frías. Esa empresa vendía a los animales y todo ese concepto de cuidado extremo, con una clínica casi a domicilio, mantenimiento, consejos de qué darles de comer y hasta qué shampoo usar para limpiarlos, y las empresas proveían de esos productos con todas las características necesarias, para que personas como sus padres hicieran caso sin pensar y siguieran todas las instrucciones.
Tenía sentido, excepto porque no parecía malo, no había precios altos o un monopolio contra el que alguien reclamara; las pequeñas tiendas de mascotas en el distrito habían sido absorbidas por ese gigante, quien pagó unas cifras increíbles, pero no para hacerlas desaparecer, sino para convertirlas en pequeñas sucursales. Los archivos de noticias decían que varias se habían negado, pero que al ver cómo su publico disminuía y les ofrecían mucho dinero por la franquicia, terminaron por caer como siempre ocurre cuando llegaba una gran empresa a una ciudad: todos estaban felices y el negocio parecía perfecto para todos los involucrados, lo que hacía imposible destacar algo negativo en los noticieros grandes.
Seguía vagando por algunas noticias en el foro cuando se le ocurrió que no sabía si esa empresa tenía alguna clase de plan de acción para ayudar a sus mascotas en un caso como el que había visto. Si ese hombre había asesinado a su hijo y apuñalado al vecino, no era muy probable que se pudiera hacer cargo del gato; sintiendo un fuerte rechazo por la idea de visitar el sitio de esa empresa, optó por hacerlo en un navegador de incógnito para no quedar con huellas de su paso por ahí.
Después de un video introductorio que le pareció insoportable y que no podía saltar, en donde el viejo rostro publicitario estaba jugando con el perro símbolo en cámara lenta, al fin pudo entrar a la página, y fue directo hasta el apartado de ayuda y preguntas frecuentes. Había una enorme cantidad de preguntas divididas por tipo de animal, pero lo que le sorprendió de verdad fue que había una sección de comentarios que redirigía a redes sociales, en donde había tal cantidad de comentarios y posteos que se extrañó de nunca haberlo visto en tendencias; intrigado, usó su cuenta secundaria para espiar en la red social y buscó la tendencia indicada.
Por la cantidad de posteos, debería estar entre las primeras nacionales, pero aunque sí aparecía en las listas del analítico, no se llevaba el primer lugar por alguna razón que se le escapaba; personalizó en su perfil las opciones relacionadas con mascotas y animales, y solo en ese momento pudo verla en primeros puestos. Generalmente las empresas pagaban por estar visibles en las redes, pero en este caso era al contrario, como si no quisieran ser vistos a pesar de la gran cantidad de publicidad que estaba por todas partes.
La mayor parte de los post eran de personas luciendo el nuevo juguete o accesorio o comentando con flores y corazones la última foto del animal en cuestión; no había mucho que analizar, porque al igual que la publicidad de esa empresa, los comentarios de unos usuarios hacia otros eran todo dulces y colores. Entonces tomó la decisión de hacer un comentario en donde se preguntaba qué pasaría con ese pobre animal tras aquel terrible hecho, y cuando no habían pasado cinco segundos, comenzaron a llegar comentarios de personas que se unían en hilo a la misma pregunta, incluso informándose entre ellas acerca de cuál era el terrible hecho policial. No tardaron en aparecer vecinos o supuestos, que afirmaban haber visto que un oficial de la policía había tomado al felino para protegerlo en la escena del crimen.
Carlos opinaba que era muy improbable que una de esas mascotas necesitara algún tipo de protección, pero no hizo comentarios en el hilo y dejó que los amables samaritanos se explayaran hablando del asunto. Que alguien vio que era un gato blanco, que era muy bonito, que quizás qué tragedia había tenido lugar en esa familia, que pobre niño; y apareció alguien diciendo que sabía lo que iba a suceder, explicaba que cuando en una familia sucedía alguna clase de accidente que impedía que pudieran hacerse cargo de la mascota, un equipo especializado la recibía y se ocupaba de ella hasta que pudiese volver con los suyos.
Pero ¿Cómo iba a volver con los suyos si en esa familia ya no quedaban miembros? No se imaginaba que la novia de ese sujeto quisiera quedarse con el perro de un hombre que había asesinado a su hijo y casi matado a alguien más. Y en ese momento, una idea pasó por su mente, algo que lo hizo ponerse rígido y frío, pero que en su mente tenía sentido total. Navegó un poco más por el sitio, hasta que encontró el registro de mascotas, o como lo llamaban ahí, de hijos adoptados; después de una larga declaración de principios en donde repetían muchas veces cuánto amaban a los animales, estaba el registro actualizado, con datos del nombre y raza del animal, y la información de quien realizó el procedimiento. Después de hacer otras averiguaciones en el foro de noticias en donde supo de todos esos detalles, comprobó que las dos muertes más extrañas eran en casas donde tenían mascotas de Narices frías, mientras que tanto el hombre atropellado como el sujeto acuchillado no las tenían; ambos casos involucraban muertes muy violentas, una cometida por el propio padre, y la otra en una situación misteriosa que había dejado dos cadáveres junto a una niña pequeña.
Y en ambos casos, las mascotas estuvieron ahí; caminaron junto al río de la muerte sin ser nunca salpicadas por ella, indiferentes a los eventos sucedidos, sin huir y siendo protegidos de inmediato. Resultaba curioso que pareciera que la gente estaba más preocupada de su bienestar que del de los humanos; a fin de cuentas, según su propia convicción, esbozada en los comentarios pero nunca dicha, las personas ya estaban muertas, y los sobrevivientes tendrían que acostumbrarse a los hechos, mientras que las mascotas eran seres por completo indefensos, expuestos a los malos designios del destino e incapaces de defenderse por sí solos de los males del mundo.
Pero él sabía que eso no era así; sabía lo que había en ese perro y conocía al enemigo como para saber que la inocencia era solo una distracción para hacer que los demás creyeran en el ¿Podría haber sido él un número más en esa estadística de fin de semana, otro cadáver del que no se preocuparan lo suficiente por estar preocupándose de los traumas de la mascota? No tenía respuesta para eso, y tampoco alguien con quien hablar; estaba solo en su cuarto, con débiles puertas y ventanas resguardando una intimidad frágil y cuestionable, y las razonables dudas que solo él entendía.


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