Contracorazón Capítulo 22: Último momento




El jueves 29 de noviembre había sido una jornada muy tranquila en la tienda, y esto permitió que Rafael terminara las nóminas de producto, enviara las planillas y estampara la firma digital en una serie de documentos; con la asistencia del personal completada y los registros de solicitud en línea, había terminado su trabajo para esa semana y el término del mes estaba completo.
Podría ir a vender junto con los demás, como era su costumbre, pero ese día no lo hizo.
Había sido particularmente difícil mantener la máscara de cordialidad y normalidad durante todos esos días, pero en esa jornada le estaba resultando casi imposible, por causa de un sentimiento de anticipación que era más y más fuerte; lo que sea que estaba por ocurrir, se acercaba a pasos agigantados, y no podía hacer mucho por evitarlo.
En realidad, nada.
Salió a almorzar fuera de la tienda otra vez; mientras caminaba con la mirada perdida, sintió que el móvil en su bolsillo anunciaba una llamada entrante.
Era Martín.

Durante los últimos días había mantenido contacto sólo por las redes, rehuyendo cualquier posibilidad de encuentro fortuito incluso en el balcón de su departamento, cerrando la puerta, en un intento inútil y absurdo por alejar de él la desgracia que se avecinaba. En ocasiones se preguntaba si su amigo habría notado esa sutil diferencia de comportamiento, pero luego descartaba esa idea por completo: hasta el momento estaba a salvo de cualquier tipo de conjetura, y esa ignorancia era una protección.
Débil y casi transparente.

—Hola Martín.
—Hola —Saludó el otro con entusiasmo—, no estoy interrumpiendo ¿verdad?

No, claro que no; pero a pesar que siempre era grato hablar con su amigo, en esa ocasión la llamaba tenía un color que era imposible pasar por alto.

—No, estoy yendo a almorzar.
—Bueno, eso significa que no estoy llamado en el mejor momento —Bromeó Martín—, pero no tengo otra alternativa porque tú insististe.

De hecho, había reiterado que tan pronto tuviera noticias acerca de su trabajo, le contara de inmediato, y eso era lo que estaba haciendo; Rafael había descubierto, uniendo trozos de sueño y recuerdos, que a partir de cierto acontecimiento todo cambiaría para siempre.

—¿Yo insistí?
—Sí, hombre, me escribiste como en una docena de momentos diferentes que te avisara cuanto supiera lo del trabajo, así que entendí el mensaje.

Por un momento, Rafael quiso congelar todo de alguna forma y detener el avance de esa conversación, pero tuvo que mantener la actitud de siempre.

—Entonces ya sabes qué va a ocurrir —dijo aparentando normalidad.
—Sí, mi futuro ya está definido. Llego hasta mañana, mi jefe me lo acaba de confirmar.

El hombre se quedó de pie en la acera, aparentando mirar la vitrina, aunque en realidad no veía nada; todo estaba a punto de confirmarse.

—Martín, lo lamento.
—No, está bien, no te preocupes por eso —replicó el otro—. En estos días he estado yendo a varias entrevistas y estoy seguro de que va a salir algo.

Estaba a punto de suceder; todo coincidía de forma alarmante, tanto que casi pudo anticipar las palabras que iba a escuchar.

—Espero que todo se resuelva bien.
—Sí, algo va a salir, estoy seguro de eso.

No lo digas, no lo digas, se repitió internamente, rogando que en esa ocasión las cosas no siguieran el mismo camino que en su sueño.

—Pero también quería hablar de algo más —Siguió con tono ligero— ¿Recuerdas lo que te conté sobre el emprendimiento de Carlos?
—Sí, por supuesto.
—Pues escucha esto: acaban de pagarle su primer trabajo y está como loco, no hay forma de controlarlo.
—Me alegro mucho —replicó Rafael casi de forma mecánica.
—Sí, es genial, yo sabía que tiene talento. Entonces, lo que sucede es que insistió en que este domingo quiere invitar una pizza y quiere que estés ahí; dice que quiere que compartas con nosotros y me exigió que te convenciera a como de lugar.

Rafael sintió que se quedaba sin aire mientras escuchaba las palabras de Martín; en uno de los recuerdos que habían sucedido en las noches donde se obligaba a entrar en esa zona tan insegura, descubrió que había un punto especial, un paso final antes de la tragedia que había terminado para siempre con sus sueños y esperanzas. Antes de eso, había una invitación, un momento para reunirse, que Rafael entendió como la misma jornada en donde todo había terminado.
Una invitación a la casa de los padres de Martín, adonde ninguno de los iba a llegar.

—¿Este domingo?
—Sí, dime que no tienes otro plan por favor —Rio del otro lado de la conexión —, si llego sin ti va a estar molestándome toda la tarde.

¿Qué conseguía con negarse a ir? Cerrar los ojos no serviría de mucho en ese momento, de modo que sólo le quedaba la opción de ir a la ofensiva en ese camino.

—Claro que me gustaría ir —replicó hablando despacio, modulando muy bien las palabras para que no se escuchara su nerviosismo—. Me decías que es este domingo ¿No es así?
—Sí, a la hora de almuerzo.

Había estado ansiando y rechazando a partes iguales ese momento, porque por un lado sentía que era la oportunidad de pasar desde la vereda de la contemplación hacia la de la acción, y ese era el fin último de todo lo que había pasado hasta entonces, pero al mismo tiempo confirmaba que había un hecho de enormes proporciones ante el cual no sabría si tendría éxito ¿Podría perdonarse de no tenerlo?

—Entonces supongo que salimos de aquí, como la otra vez —intentó sonar lo más natural posible.
—No puedo —replicó de inmediato—, olvidé decirte que no voy a estar aquí en la mañana. ¿Te das cuenta que hace días que no nos vemos? Bueno, el tema es que encontré unos productos para serigrafía a un precio muy bueno, me arriesgué y los estoy vendiendo, es un buen ingreso extra y no me quita tiempo, así que iré a vender eso y de ahí voy donde mis padres. Nos encontramos allá.

Un obstáculo inesperado, pero no por ello menos sorpresivo; el momento crítico sucedería cuanto Rafael no estuviera presente.

—Sí, por supuesto. ¿A qué hora tienes pensado llegar?
—A la una y media, es el momento más indicado.

Tenía que sacar mas información de alguna manera, no quedarse con lo mínimo; se forzó a seguir el hilo, ignorando por completo el temor y la angustia que lo llenaba en esos momentos.

—¿Y dónde vas a ir a hacer esa venta? —preguntó forzando un tono casual—. Supongo que no son muchas cosas.
—No, es solo una caja, no es demasiado grande; y es cerca del Centro comercial plaza Centenario, así que tampoco es difícil llegar allá y devolverme. ¿Quedamos entonces?

De nada servía que alargara más esa situación, ya que todo estaba determinado desde antes de ese momento; lo único que podía hacer era esperar a que todo resultara bien.

—Claro que sí. Nos vemos allá.
—Genial, estamos hablando.

Finalizó la llamada y siguió con la vista fija en un punto que no podía alcanzar con facilidad; de momento, todo el camino de sombras se despejaba para conducir en una sola dirección.
Por un momento se planteó inventar algo de último recurso y decirle que quería acompañarlo; podría usar cualquier excusa y justificar como fuera su inclusión en esa salida, pero tuvo que admitir que esa vía era la menos apropiada, porque reducía su campo de acción al mínimo.
Para tratar de evitar que ocurriera una desgracia necesitaba libertad de movimiento, y poder desplazarse sin que Martín lo supiera.

Por la noche, en su casa, Rafael tuvo que reconocerse así mismo que estaba aterrorizado; la posibilidad de un accidente o cualquier tipo de evento que pudiera poner en peligro a Martín lo desequilibraba, de la misma manera que poco tiempo atrás el asalto a Mariano le causó el horror de pensar que él o Magdalena estuvieran en peligro.
La idea de algún ser querido expuesto a algún peligro se le hacía inconcebible.
Quiso llamar a mamá, pero desistió de hacerle por sentirse demasiado cansado y débil como para resistir el escrutinio, o incluso el elocuente silencio de ella mientras hablaba; necesitaba su abrazo y su consejo, pero no podía exigirle a una madre que se expusiera a saber que su hijo podía estar en riesgo por ayudar a otra persona, y mucho menos podía decirle todo lo que estaba pasando.
Tendría que ser fuerte y estar dispuesto, con la mente clara y el corazón abierto para poder comprender todo con detalles, y ser capaz de alcanzar su objetivo.
No había espacio para las dudas, y tampoco tiempo para tenerlas, porque escaseaban las horas para que se cumpliera un plazo del que no tenía más que temores; la cita era ese domingo, pero sabia que ninguno de los dos llegaría a tiempo. Faltaba saber si eso sería por una buena o una mala razón.

2


Iba a suceder ese domingo, y ya no había nada más que pudiera hacer; Rafael se levantó temprano, y después de darse una ducha y afeitarse, escogió ropa cómoda y se preparó para algo que consideraba inevitable. No necesitaba arreglarse, pero lo hizo para mantenerse ocupado y en control.
Por un momento pensó dejar un mensaje escrito, pero cambió de opinión; no tenìa que despedirse, porque no era el final; de todos modos, antes de salir echó una mirada al interior de su departamento, y no pudo menos que detenerse en las pequeñas cosas que había hecho para convertir ese sitio en su hogar. Desde los muebles hasta los objetos decorativos, pasando por las distintas experiencias acumulabas en el día a día, habían transformado ese espacio en algo propio.
No era una despedida, no tenía que serlo.
Se sintió extraño y ajeno deambulando por las calles del sector al que se dirigió; era como si, a pesar de no conocer el lugar, supiera con exactitud hacia dónde dirigir sus pasos. Ahí, entre estas calles, cerca de alguna de esas viviendas, un peligro que aún no tenía un cuerpo concreto estaba demasiado cerca de Martín, su amigo tan querido.
Guiado por este inexplicable sentimiento, Rafael caminó calles y calles buscando algo que no podía localizar a simple vista, siempre viendo la hora, temiendo no poder hacer algo antes que los minutos pasaran; no era mucho después del mediodía, el tiempo se había agotado.

De pronto vio a Martín, lejano por dos cuadras, caminando despreocupadamente mientras llevaba una caja de cartón en las manos; dos cuadras no parecían demasiado, y al verlo en buenas condiciones, sintió un alivio similar que cuando le dijeron que Mariano estaba fuera de peligro. Caminó tras él apurando el paso, pensando en cuál sería la mejor forma de abordarlo por duodécima vez, y al mismo tiempo pensando en cómo podría anticipar ese peligro cuando estuviera cerca.
Estaba a poco menos de una cuadra, apurando el paso, pero aún indeciso sobre abordarlo o no, cuando sucedió. Primero sintió el sonido del motor, y luego su vista captó el movimiento irregular de un automóvil que iba de oriente a poniente por la calle que era el siguiente cruce; Martín, sin tener una visual completa por causa de la caja, simplemente se había quedado de pie en la vereda, esperando que el vehículo cruzara para proseguir su camino, y al ver ambos puntos desde donde estaba, Rafael entendió todo.
No pensó, no habló ni calculó nada, actuando puramente por instinto; corrió hacia Martín a toda velocidad en el mismo momento en que el automóvil se subía a la vereda por el mismo lado donde estaba este, y apenas con tiempo disponible, lo sujetó por el torso y jaló de él con toda la fuerza de cuerpo.
Después el atronador sonido de los frenos se mezcló con el chirrido de los reumáticos con el asfalto y todo se convirtió en un borrón.
Un momento después pudo enfocar la vista y comprendió qué más había sucedido; el automóvil, en claro descontrol, se subió a la vereda, pasó por milímetros del punto en donde ambos estaban un segundo antes, y sin detenerse siguió su ruta, cruzando la calle a mayor velocidad.
Ambos estaban en el suelo, la caja caída a un par de metros de distancia; Rafael, con el corazón oprimido, volteó en dirección a Martín, quien estaba pálido y mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Martín ¡Estás bien?

El otro no respondió; respiraba agitado, y por un momento su vista vagó desde el punto en donde ambos estaban hacia él y hacia la calle. Rafael se había golpeado el brazo izquierdo y le dolía muchísimo la cadera, pero ignoró esto y se acercó a él, medio de rodillas.

—Martín, contéstame.

El otro lo miró de hito en hito, y Rafael vio que estaba asustado, probablemente en estado de shock por causa de lo ocurrido. Pero estaba bien, y aparentemente el peligro ya había pasado.

—Martín ¿Tienes alguna herida?

Intentó acercarse, pero el trigueño apartó su mano y trató de ponerse de pie, aunque le fallaron las piernas.

—Madre santa —exclamó una mujer mayor saliendo de la casa más cercana—, eso fue un auto, se sintió hasta adentro. Voy a llamar a la ambulancia.
—No es necesario —respondió Rafael—, estamos bien, alcanzamos a esquivarlo.

Dejó de oírla para concentrarse en Martín; el hombre, con el cuerpo tembloroso, logró ponerse de pie, aunque seguía en el mismo estado que antes. Rafael se paró también y se acercó, dispuesto a ayudarlo.

—¿Tienes algún golpe fuerte? Déjame ayudarte.

Pero el otro reaccionó violentamente y se apartó de él, al punto de chocar con la reja; por un instante miró alternadamente a la anciana y a él, hasta que pudo hablar, y lo hizo con una voz ahogada y ronca.

—Tú... —dudó un instante, atenazado por un sentimiento que Rafael aún no lograba interpretar—. ¿Cómo?

La pregunta quedó vagando en el aire, y Rafael entendió que, pese a lo sorpresivo del hecho, Martín no había pasado por alto el asunto central de todo eso.

—Tú no estabas aquí —dijo con voz seca—, no estabas.
—Martín…

No había pensado en algo para un caso como ese; había estado tan cerrado en ayudarlo a como diera lugar que no había meditado acerca de lo imposible que era que él mismo estuviera en ese sitio.

—Martín, salgamos de aquí, creo que tienes una herida en el brazo.
—¿Cómo? —Repitió, con tono acusador—. No puede ser, tú no estabas aquí, dime cómo.
—Martín, yo…

No supo qué decir, y esta duda se vio en su rostro; con la expresión desencajada, Martín se acercó a la caja, la tomó comenzó a caminar, torpemente, pero intentando hacerlo con rapidez.
Eso era algo que Rafael no tenía contemplado; nunca pensó que llegara hasta ese punto, pero al estar sucediendo, era evidente que su inexplicable presencia era tan confusa como el accidente en sí.

—Martín, espera.

Rengueando por el golpe en la cadera, logró darle alcance y se interpuso; los ojos de su amigo expresaban temor y angustia, y por un momento no supo qué hacer. Después de unos segundos dejó la caja en el suelo y se frotó los ojos con los talones de las manos, casi de forma frenética.

—Está bien, está bien, estoy histérico —murmuró, aunque parecía que hablaba más para sí mismo—, solo... rayos...

Se puso de cuclillas respirando con agitación; inspiró y soltó aire con fuerza, como si en el acto de exhalar estuviera tratando de librarse del nerviosismo que se había apoderado de su ser.

—Martín ¿Por qué no nos vamos? Fue una experiencia fuerte, hay que descansar...
—No me respondiste la pregunta.

Se puso de pie y lo enfrentó; había duda y miedo en su expresión ¿Era ese el precio?

—Martín...
—Rafael, tú eres mi amigo —continuó, con algo más de fuerza en la voz—, te hice una pregunta.

Rafael no sabía qué hacer; no se le había pasado por la mente que ocurriera eso, siempre pensó en ponerlo a salvo del peligro y que con eso las cosas se solucionarían por completo.

—Hablemos en otro momento.
—No, no evadas el tema —titubeó, a todas luces aún estaba procesando todo lo ocurrido—, no quiero hablarlo en otro momento. Escucha —su voz se suavizó, apenas lo suficiente para demostrar que lo que iba a decir era genuino—, que te agradezco, claro que sí, prácticamente salvaste mi vida, pero no entiendo cómo pudiste hacerlo.
—Yo —también se sintió dular. Pero tenía que hacer algo, o al menos intentarlo—, tuve un presentimiento.
—¿De que un automóvil se iba a subir en esa vereda y me iba a atropellar, justo en esa esquina, justo hoy, a esta hora? —Martín lo miró estupefacto—, Rafael, tú sabes que eso no es ni lo mínimo suficiente. Dime qué es lo que está sucediendo.

El moreno no supo qué contestar; ahora que había logrado su objetivo, que un imprevisto había estado a punto de dañar a alguien importante para él y lo había evitado, se encontraba frente a un escenario que de ningún modo esperaba.

—Martín, yo...
—¿Me estabas siguiendo? —en su voz había un matiz muy fuerte de duda, como si él mismo fuera incapaz de creer en esa posibilidad—. Tienes que decirme.
—Yo...
—Rafael, somos amigos —lo apuntó con una mano temblorosa—, te he tenido confianza más que cualquier otra persona, te exijo que me expliques lo que está pasando, no puedes creer realmente que voy a ignorar que apareciste aquí de esta forma. Nosotros —su voz volvió a temblar, pero se repuso—, hablamos por teléfono, te dije que iba a andar por estos lados, pero no dije nada más.

Ahora podía comprender el miedo que estaba sintiendo Martín, porque de alguna forma era el mismo que había experimentado él; se trataba de un temor a algo desconocido, a que un hecho influyera de un modo inesperado en su vida. Era una reacción natural y justificada, y no podía evadirla.

—No quiero que te hagas una idea equivocada de...
—Tú no sabes lo que yo estoy pensando —replicó el otro, con firmeza—, tienes que decírmelo, no puedes quedarte callado.

¿Qué podía hacer? La débil excusa de un presentimiento no había sido suficiente, pero la perspectiva de inventar otra mentira mayor para cubrir eso resultaba aún peor. Estaba acorralado y no tenía más opciones.

—Vas a pensar que estoy loco.
—No decidas por mí, solo dilo.
—Yo —volvió a titubear, hasta que al fin se rindió—, sí fue un presentimiento, pero no de la forma en que lo son usualmente; hace unos días empecé a ver...son recuerdos, son cosas que han pasado antes. Y cuando vi esas cosas supe que algo malo iba a pasar, porque en el pasado ya ocurrió.
Yo vi a alguien en el pasado y era como tú; yo solo estaba tratando de evitar que pasara algo malo como en el pasado, eso es todo lo que quería.

Martín lo miró, estupefacto.

—¿El pasado? ¿Alguien como yo? ¿Te estás escuchando, tienes alguna idea de lo que estás diciendo?

Su voz se había elevado hasta convertirse en un grito ronco; Rafael entendió que estaba tirando por la borda todo el tiempo y la confianza ganada en ese tiempo, pero internamente se resignó a esa realidad. Si el precio de salvar a su amigo era perder su amistad, lo aceptaría.

—Sé que suena extraño —Se esforzó por explicar—, a mí también me costó entenderlo.
—¿Extraño? —exclamó el otro—. Estás equivocado, no suena extraño, suena completamente demente. ¿Alguien en el pasado, yo? —Repitió, articulando cada sílaba—. ¿Me estás diciendo que esto no es real, que no es mi vida, que es la de alguien más?
—No, no es sobre ti, no eres tú —rogó, tratando de convencerlo—. No es sobre las personas, es sobre los hechos; sé que suena a una locura, pero lo que acaba de pasar demuestra que estaba en lo cierto, ahora ya pasó, ahora todo puede volver a la normalidad.

La expresión de Martín demostraba que no estaba en absoluto de acuerdo con eso; lo miró como si no lo conociera, como si no tuvieran la confianza y el respeto que construyeron desde que se conocieron.

—¿Normalidad? —Repitió, con la garganta apretada—. Rafael, me dices que tuviste una especie de visión de algo malo que le pasó a alguien que se parece a mí, y se supone que me tengo que quedar tan tranquilo ¿Qué te pasa? Esto es demencial, no tiene ningún sentido ¿Por qué me estás diciendo esto? Esta es mi vida, no es la de alguien más ¿Me escuchaste?

Con una nueva fuerza, que sin duda era guiada por el miedo que despertó en él todo eso, el hombre recogió la caja y se dispuso a continuar caminando.

—Escucha, te agradezco que me hayas ayudado, de verdad. Pero no puedes esperar que después de eso que dijiste no sucede nada.
—Martín.

Le había dado la espalda, pero se detuvo cuando lo escuchó llamarlo. Todo estaba en juego en ese momento, y pendía de un hilo.

—Fui sincero contigo porque tú me lo pediste; no quería que te pasara algo malo.
—Y te lo agradezco —replicó Martín.
—No quería causar ningún daño; no es algo contigo, es sobre los hechos, solo quiero que lo sepas.
—Es mejor que hablemos en otro momento.
—Pero —tuvo que preguntar, al menos para no quedar con esa incertidumbre—,  necesito saber si maté esta amistad.
—Toma distancia, es mejor que pienses las cosas —le respondió Martín—, piensa en lo que me dijiste, esto no es normal.
—Martín…
—En serio —lo interrumpió con voz más cortante—, toma un poco de distancia, de verdad.

Siguió su camino, dejando a Rafael solo en la vereda.

3


Martín sabía que no iba a poder sostener la mentira durante demasiado tiempo, pero al menos lo intentó; fue a su departamento tan pronto como realizó la entrega de la caja con los productos que iba a vender, y se sintió un poco más seguro. Sabía que era un acto infantil, pero cerró la puerta que daba apequeno balón y corrió la cortina, tras lo cual se quitó la ropa y se metió bajo la ducha.
Tenía una rasmilladura bastante extensa en el brazo derecho, y eso explicaba la sangre que había visto en alguna de sus prendas, además le dolía un tobillo, seguramente por causa de la caída; no quería pensar en el auto que casi lo atropella, ni en Rafael ni en nada que tuviera que ver con eso, solo quería pensar en el sonido del agua y en lo refrescante que era estar bajo ella.
Después de ducharse durante lo que se le antojó un tiempo muy corto, confirmó la hora y vio que tenía el tiempo justo para llegar a la casa de sus padres; disimuló la herida en el brazo con una camisa de mangas largas, pero estaba consciente de que no iba a poder tener un éxito permanente.
Cuando llegó a su casa, su madre fue la primera en hacer preguntas.

—¿Cómo estás? Te veo un poco pálido.
—Hola mamá —la saludó con un beso en la mejilla mientras entraba —, estoy bien, sólo tengo sueño porque me levanté temprano para hacer la venta.
—¿Y tu amigo no viene contigo? —preguntó ella con curiosidad—, creí que vendrían juntos.
—No ve a poder venir —respondió él—, no se siente bien, está enfermo y tuvo que quedarse guardando reposo.
—Oh.

La exclamación había sido dicha por su hermano, quien precisamente en ese momento estaba saliendo al jardín; Martín sintió una punzada de culpa por decirle esa mentira, pero luego de lo que había pasado se le hacía imposible hacer algo diferente.

—¿Y qué le sucedió?
—Algo que comió —había practicado las palabras que iba a usar y se apegó a esa versión—, hablamos temprano y me dijo que casi no había dormido y que se sentía mal; al principio insistió en venir, pero un poco después del mediodía me dijo que no mejoraba y que se quedaría durmiendo.

Carlos no disimuló una cierta decepción por ese cambio de planes, pero hizo un esfuerzo por reponerse de inmediato.

—Bueno, es una lástima, pero si no se siente bien es mejor que descanse ¿No es así?
—Sí, yo le dije lo mismo —replicó con evasivas.
—Además —agregó el muchacho—, puede venir otro día.

Martín se limitó a sonreírle mientras entraban, sintiéndose incapaz de responder de forma concreta a una sugerencia tan especifica como esa. ¿Cómo iba a resolver eso más adelante? Se dijo que no importaba, que encontraría alguna forma de salvar las apariencias, pero que lo iría resolviendo a medida que fuera necesario.

—Espera aquí, quiero mostrarte algo.

Martín pensó que los dudas estaban superadas, pero mientras su hermano entraba en su cuarto, su madre le dedicó una mirada cargada de intención.

—¿Qué sucedió?
—Mamá, no es el momento —replicó él en voz baja.
—¿Qué te pasó en el brazo? —la pregunta camuflaba muy bien un tono de alarma.
—Nada, no es nada, sólo me caí cuando iba a hacer la venta, eso es todo. ¿Podemos cambiar de tema?

Ella le dedicó una mirada reprobatoria.

—Pues como tú quieras, pero ten cuidado.

Era una advertencia que no tenía un nombre concreto, pero que explicaba con claridad el sentimiento de ella; sabía que algo no estaba bien con él, y seguramente sospechaba que lo de la supuesta enfermedad de Rafael no era real, pero estaba dejando que él lo resolviera, al menos de momento y mientras eso no afectara el funcionamiento de la familia.
No quería enfrentar lo sucedido, ni pensar en ello de forma alguna; no quería volver a plantearse la posibilidad de que su vida y sus decisiones fueran gobernabas por alguien más.


Próximo capítulo: Sombras

Contracorazón Capítulo 21: Quiebre




“Algún tiempo atrás caminamos entre la hierba, descalzos. Quise decirte tantas cosas, pero el miedo me amarraba y me hacía daño.
Pero tú seguías ahí, junto a mí, y tu presencia me animaba como ninguna otra; a veces quería hablarte, pero tu mirada me coartaba, como si en tu silencio hubiera una pasión y una decisión tan fuerte que yo podía sentirla, pero no sabía si era en mi dirección.
Tuve miedo tantas veces, hasta que fuiste tú quien tomó el riesgo y se acercó; y todas mis dudas desaparecieron cuando comprobé que esa fuerza que percibía en ti era la misma clase de inseguridad que yo sentía.
Queríamos ser felices.”

Martín abrió los ojos y se dio cuenta de que se había quedado dormido después de almorzar; algo sorprendido, miró hacia un costado, encontrándose con la mirada de su hermano, que estaba sentado en el pasto a poca distancia.

—Me quedé dormido ¿Cuánto tiempo pasó?
—Un poco más de media hora —repuso Carlos.

Habían estado conversando de muchas cosas; al principio fue de distintos temas de la vida, y poco a poco esa conversación evolucionó en otros asuntos, inclusive en algo sobre lo que hablaban poco: los sentimientos de su hermano. Todo fluyó de forma tan natural, hablando de chicas o de planes a futuro, entre muchas otras cosas, que los minutos pasaron con increíble rapidez; fue como si la naturaleza y la libertad ayudaran a que ambos se sintieran cómodos con las distintas facetas de su personalidad, y no sintieran vergüenza ni incomodidad alguna para expresarse. Martín sintió que estaba teniendo el privilegio de que su hermano adolescente le hablara de cómo veía la sexualidad y sus impresiones al respecto, así como de las experiencias propias que tenía, los cambios en su cuerpo y cómo reaccionaba ante eso.
Así, no fue extraño encontrarse hablándole de su propio despertar a la adultez, así como de algunas vivencias en ese sentido, pero no desde el punto de vista del morbo, sino de la charla amistosa y que generaba lazos fuertes de confianza. Aunque no se lo dijo con esas palabras, interiormente se sentía muy orgulloso de tener parte en ese paso de joven a hombre.
Cuando se dieron cuenta, pasaba de las dos de la tarde, de modo que almorzaron lo que habían traído en el auto y se tendieron a descansar; el sonido del viento y la tranquilidad del lugar hizo el resto.

—Tendrías que haberme despertado.
—¿Y para qué? —su hermano se encogió de hombros—. No hay nadie aquí, no pasa nada. Además, hice unos bocetos mientras tanto.

Martín se sentó en el suelo y se desperezó; el muchacho le alcanzó la croquera, en donde había hecho un boceto en estilo cómic, pero muy apegado al entorno real: tomaba como punto de vista estar sentado en el suelo tras el auto, captando un costado de este, y a él mismo durmiendo sobre el pasto. El marco era una serie de árboles, con el cielo del inicio de la tarde y el molino destacando en el horizonte.

—Es sólo un boceto —justificó el joven.
—Carlos, esto es impresionante.
—No es para tanto.

Martín sabía que su hermano no se llevaba muy bien con los elogios, pero en ese caso era completamente justificado.

—Me gustaría verlo terminado, si quieres hacerlo.

Carlos lo miró con un dejo de duda en los ojos, como si no estuviera seguro de la autenticidad de esas palabras; al final se convenció de lo que escuchaba.

—Bueno, si quieres lo puedo trabajar.
—Eso me gustaría, pero toma tu tiempo, no te angusties por eso; solo me gustaría un pequeño cambio: que también estés tú.

Se puso de pie y fue hasta la zona en donde, en teoría, se habría captado esa imagen, y tomó una foto con el móvil, que de inmediato envió.

—Listo, te acabo de mandar la foto, así puedes tener un punto de vista de ti mismo ¿te parece?

La sonrisa de su hermano iluminó su rostro ojeroso al escuchar esa sugerencia; al parecer se le había ocurrido algo adicional.

—Está bien, la voy a hacer, pero no sé cuándo la termine.
—Eso no es problema —replicó con calma—, hazlo a tu ritmo.

Durante el viaje de vuelta, Carlos le preguntó acerca de su trabajo, y aunque no pretendía hacerlo, Martín ocultó la información que manejaba acerca de lo que podría pasar al terminar el mes en esa empresa; desde que se aclararon las cosas con su hermano menor, había procurado no tocar ese tema, no por pensar que pudieran tener problemas otra vez, sino para evitar que, en determinado caso, Carlos se sintiera culpable por esa inestabilidad laboral. A él no le preocupaba, en cualquier caso; se decía que estaba a punto de encontrar lo que quería, y que seguramente esa situación iba a apresurar el proceso de encontrar una locación definitiva.


2


El martes Rafael inició la jornada laboral con la noticia de unas reparaciones y modificaciones en la tienda; los encargados de mantención y ornamentación se presentaron con una orden de trabajo directamente traída desde la oficina central, en donde se indicaba que un sector de la entrada sería modificado.
En general se trataba de una buena noticia, ya que era una forma indirecta de premiar las buenas ventas, inyectando recursos en el local; iban a poner una vitrina con distribución y giro en 360° y una pantalla nueva donde se proyectaban avisos y la oferta del día. Estuvo buena parte de la mañana ayudando a desocupar el mesón que sería reemplazado por uno más pequeño y que diera espacio a la vitrina nueva, y reorganizando todo para que pudieran localizar cada uno de los productos con facilidad.
Mientras los trabajadores comenzaban con esto y la atención de público seguía su curso, entró en la oficina para revisar las estadísticas; ya era día veinte, lo que significaba poco más de una semana para el fin de su primer mes completo como encargado de la tienda, y quería tener todo listo tan pronto como pudiera.
Había decidido referirse a sí mismo como encargado en vez de jefe; sentía que eso eliminaba parte de las distancias con los trabajadores, y además lo hacía sentir como parte de ellos y no como un ente ajeno. Se permitió un instante de curiosidad y revisó las estadísticas en línea que había de las evaluaciones del cliente oculto, guiado por la curiosidad que despertó en él haber detenido un porcentaje perfecto en la evaluación algunos días antes; hasta el momento eran la única tienda que tenía una evaluación como esa, y si seguían así, recibirían un bono en dinero junto con el salario de ese mes.

—Podría empezar con lo del departamento —murmuró, algo ido.

Había pospuesto una y otra vez el inicio de ese proyecto, sobre todo con el asunto de Mariano y luego la boda, pero se trataba de algo que no había abandonado. Tenía algo de dinero ahorrado, y si recibía ese bono en el que estaba pensando, ya tendría lo necesario para hacer los primeros pagos de un departamento; estaba pensando en algo propio, que le diera estabilidad y tranquilidad. Estaba comprobado que diciembre era un muy mal mes para iniciar esos proyectos, de modo que la perspectiva de iniciar el año siguiente en nueva casa era algo muy estimulante, y cumplía con su proyección de estar cambiado antes de febrero.
Decidió alimentar esta idea entrando en distintos sitios donde pudiera ver propiedades; necesitaba algo no muy grande pero más espacioso que el departamento en donde vivía, que estuviera ubicado en una buena localización y que en lo posible no aumentara sus tiempos de viaje. Estaba distraído jugando con el abrecartas viendo unos y otros cuando se le pasó por la mente una idea.
¿Y si le dijera a Martín que se fuera a vivir con él?
A pesar que sabía desde tiempo atrás que Martín tenía algunas dificultades para encontrar estabilidad en su trabajo y por ende eso afectaba su modo de vida, en ningún momento se le había ocurrido pensar en la posibilidad de que vivieran juntos.
Eran amigos y tenían una gran confianza ¿Sería posible que esa fuera la solución a todos sus problemas de vivienda? Martín no estaba especialmente feliz con su departamento por razones similares a las suyas, y lo podía entender a la perfección; el principal beneficio de vivir ahí era la bastante buena seguridad, y que estaba a muy poca distancia del metro y del centro de la ciudad, teniendo un costo aceptable. Por otro lado, estaba muy mal aislado y carecía de mejoras y utilidades en comparación con otros edificios; se quedó sentado ante el escritorio, con la vista perdida en la nada, mientras se cuestionaba si sería apropiado decirle a su amigo que pensara en esa posibilidad.

Había estado a punto de decírselo cuando sucedió días atrás, pero esperó a que pudieran coincidir; ese día se reunieron en el cuarto que él rentaba, adonde llegaron charlando animadamente sobre cualquier asunto, hasta que estuvieron solos y pudieron sentirse en libertad.

—Hola.
—Hola.

Era una especie de rito, el llegar, mirarse a los ojos y saludarse de nuevo, pero dándose un suave beso en los labios; como si apenas al momento de estar juntos pudieran ser realmente ellos.

—Te ves contento.

La emoción no la había disimulado como las palabras, pero el código implícito entre ellos hacía que las preguntas y respuestas honestas tuvieran lugar cuando estaban solos.

—Sí, estoy muy contento, tengo que darte una noticia.

Se sintió muy nervioso antes de hablar; desde el momento en que lo supo, una idea había comenzado a germinar en su mente, y aunque no estaba formada aún, ya sabía que ese era el primer paso.

—Por fin me ascendieron; ahora soy sub jefe en la tienda.

Que hubieran respondido de forma positiva a su solicitud era un gran motivo para sentirse contento, pero la mayor alegría que podía sentir tenía que ver con quien estaba frente a él; la forma en que lo miraba, sintiéndose contento por su logro, era transparente y sincera, sin esperar algo a cambio más que el beneficio de la persona a quien amaba.

—¿Es en serio? ¿Ya es oficial?
—Sí. Tengo que firmar un contrato nuevo dentro de la semana, pero ya es oficial.

Cuando lo abrazó le dio un beso en los labios sintió ese choque de electricidad que siempre sentía cuando estaban cerca, y además pudo sentir el potente latido de su corazón junto al suyo, la muestra más clara de que lo que sentían era verdadero y honesto.

Rafael reaccionó cuando se le cayó el abrecartas sobre el teclado, y dio un salto en el asiento.

—Cielos.

Se miró en la cámara del móvil; estaba pálido, tal como suponía, y ese cambio interno había sucedido en tan solo unos momentos, cuando sin darse cuenta había entrado en esa especie de trance que lo llevaba a esos recuerdos.
No eran las personas, eran los acontecimientos.
Se puso de pie y caminó por el interior de oficina, reuniendo en su mente estos nuevos hechos con los que ya tenía en su poder. De alguna manera, entendía que todo eso no tenía que ver directamente con Martín y él, sino con los hechos que se estaban dando en el presente; él y Martín estaban viviendo en un camino muy similar al de Miguel y su pareja mucho tiempo atrás.
El ascenso en la tienda, el ofrecimiento de irse a vivir juntos; claro que era un tipo de relación distinta la que existía en el presente, pero los hechos que los rodeaban se estaban repitiendo uno a uno, como una película cuyo guion ya había sido conocido.
Se sintió helado de horror, al pensar en que esa idea sólo confirmaba lo que ya temía desde antes; al plantearse adquirir un departamento, sin saberlo estaba dando un paso más en la dirección de un abismo que conducía a ese terrible recuerdo que no lo dejaba en paz.
¿Iba a suceder algo que pusiera en riesgo la vida de Martín al comprar ese departamento?

—No, no puede ser.

Se dijo que no, que lo estaba advirtiendo no dependía de eventualidades; si se tratara de eso, sería tan sencillo como no hacer esa transacción, pero cuando tuvo la visualización de ese trágico recuerdo aún no tenía claridad acerca de cuándo iba a poder comenzar con esos trámites, se trataba de un proyecto y un anhelo, pero no de algo concreto.
Entonces ¿Martín correría peligro en compañía de él? ¿O él estaría cerca cuando eso ocurriera?

—¿Qué es lo que va a pasar?

El futuro se hacía en base a las decisiones de cada persona; constantemente cambiaba de acuerdo con esas micro modificaciones personales, que iban desde situaciones intrascendentes hasta otras cruciales en la vida; quizás él no habría conocido a Martín en el centro comercial si se hubiese quedado al interior de la tienda en donde estaba comprando su hermana, pero eso no habría cambiado el suceso de esa misma jornada en la noche. Tal vez fue más proclive a hablar con él porque ya lo había visto antes, pero incluso si tras ese incidente doméstico no hubieran hablado ¿Habría cambiado eso los acontecimientos posteriores? Él pensaba que la vida se iba formando paso a paso, pero incluso existiendo infinitos caminos, existía la posibilidad de que al tomar uno de ellos, en algún momento este se cruzara con uno de los otros, lo que haría que ciertos acontecimientos sucedieran de todos modos.
Tal vez Martín y él se iban a terminar conociendo y haciendo amigos de todas formas, y eso significaba que los hechos que había interpretado como repetidos podrían ser una señal de que iba en cierta dirección.

—¿Cómo puedo saber más?

Terminó de guardar los cambios en los informes que estaba haciendo y regresó a la tienda, en donde procuró distraerse atendiendo público; sin embargo, a pesar de la actividad y estar en movimiento de forma constante, no podía dejar de hacerse la misma pregunta. Cuando llegó su hora de almorzar, optó por salir de la tienda y comprar un sándwich para llevar; no quería estar quieto ni mucho menos hablar con los demás fuera de los asuntos exclusivos del trabajo. Necesitaba moverse y hacer algo.
De pronto, la existencia de esa historia se le antojó tan real que casi podía tocarla; las calles de una ciudad como esa habían albergado una historia de fe en el amor terminada en tragedia, y los escaparates habían sido reflejo mudo de una persona gritando de dolor por la pérdida de alguien a quien amaba. No había terminado, la historia seguía allí, inconclusa y dolorosa, advirtiendo de un camino que terminaba en lágrimas, rogando en la inmensidad del vacío que no quedara en el olvido, que no se perdiera del todo.
Se preguntó cuando y donde había sucedido todo eso; quizás, incluso, habían vivido en esa misma ciudad, quizás él estaba deambulando por las mismas calles que vieron pasar a ese hombre. Diez, veinte o más años lo separaban de esa historia ¿Y de qué le serviría en cualquier caso descubrirlo? La relación de ellos se había mantenido en secreto, lo que hacía imposible preguntar a alguien por su destino, acaso eso sirviera de algo.
Trataba de entender aquellos sentimientos, y a menudo lo hacía; todo eso tenía que ver con preocuparse de los suyos, de las personas que eran importantes para él y ayudarlos en todo lo que pudiera. Trazar un camino frente a él y caminar de la forma apropiada, siendo capaz de encontrar los accidentes que estuvieron a la vista y esquivarlos en la medida de lo posible.
Había tomado la decisión de hacer lo que pudiera para ayudar a Martín a ponerse a salvo de ese peligro, y ahora entendía que la clave de esos recuerdos estaba en localizar los eventos que marcaran la trayectoria hacia ese desenlace.

Por la tarde, llegó a su casa decidió hacer algo inesperado: se fue a la cama y se obligó a dormir, cerrando los ojos mientras se concentraba en todos esos recuerdos; tenía que bucear más profundo, llegar más allá y encontrar algo más concreto, una pista que le permitiera encontrar lo que necesitaba.
En un principio fue difícil abandonar la inseguridad que provocaba en su interior ese mundo de recuerdos; se trataba de un área que no conocía, y que causaba dolor y nerviosismo porque sabía que de forma inevitable llegaría hasta el punto en donde todo se terminaba, pero no había otra manera. Procuró respirar a un ritmo lento, y se repitió una y otra vez que todo eso era por una buena causa, que si estaba tomando parte de los recuerdos de Miguel, era para ayudar a uno de los suyos e intentar evitar que se repitiera el mismo destino.

Todo ardía alrededor, y el dolor que experimentó lo dejó mudo de horror. Apenas tres meses atrás estaba comenzando esa nueva etapa en su vida, y tan poco tiempo después las cosas se destruían, se desmoronaban por completo; no sabía qué había originado ese infierno, y ya no importaba, lo único que le importaba era que había perdido al amor de su vida, y aunque fuera en el último momento de su existencia, se aferraría a él con las fuerzas que le quedaban. Si se les había negado la paz en vida, al menos estarían juntos al final.

2


Por la tarde y luego de desocuparse de sus labores, Martín se acercó al centro de la ciudad para hacer algo que tenía planeado; tras salir de la estación de metro más cercana, estaba a un costado de plaza de armas, desde donde tenía que avanzar solo unos cuantos metros.
La librería se encontraba a un costado de la catedral, y era un edificio de piedra sólida y antigua, aunque en el empalme entre ambos edificios podía verse una modificación o mejora hecha hace menos tiempo; antes de entrar vio un letrero tras un vidrio, dispuesto como un diario mural, en el que había diversos avisos, entre ellos uno que indicaba que estaba contratando personas.
pasó junto a un memorial del cual no leyó el nombre plegó a la librería, en donde las personas que atendían llevaban un uniforme de color amarillo y azul, y se le hizo muy extraño que se pareciera tanto a la vestimenta que usaba cuando estaba en el restaurante.

—Buenas tardes —lo saludó uno de los dependientes.
—Hola —saludó con cordialidad—. Me dijeron que en esta tienda se podía saber si necesitaban personal para alguna de las librerías. Vi el cartel afuera pero no sé si hay que hacer algo en especial.

El joven miró la hora en la pared: aún no daban las siete.

—La encargada de reclutar personal está, si quiere puedo preguntar si está disponible.

No se había esperado esa alternativa, pero ya que estaba ahí, era una buena oportunidad.

—Sí, sería genial, muchas gracias.

Mientras el joven se internaba en la tienda, Martín se quedó mirando el entorno; le llamó la atención que en el alto techo había una foto antigua de un equipo de trabajo de pie en el frontis de esa misma tienda, aunque la construcción se veía diferente. Estaba a punto de preguntar de qué se trataba esa foto cuando el joven regresó.

—Ahora puede pasar.
—Gracias.

Entró por la puerta que le fue indicada, que conducía a un pasillo corto, al final del cual estaba la oficina; la mujer en el interior era de unos cuarenta y cinco, y lucía algo cansada en esos momentos.

—Buenas tardes —saludó alargando la mano para saludarla.

Ella devolvió escuetamente el saludo y le indicó que se sentara; Martín pensó que en comparación con esa oficina y el traje dos piezas de ella, él no estaba en el atuendo indicado para una entrevista de trabajo: llevaba camisa y jeans, nada demasiado llamativo, pero de todos modos no era lo apropiado.

—Buenas tardes ¿Cuál es su nombre? ¿Tiene sus datos?

La pregunta le pareció un poco mecánica, pero omitió cualquier gesto y le entregó su hoja de antecedentes personales y laborales y se presentó. Ella no se había presentado pero la placa en el escritorio indicaba que su apellido era Subiabre.

—Usted…

La mujer se quedó sin hablar durante unos momentos, algo confundida por lo que estaba leyendo; Martín se preguntó si tal vez había algo mal escrito en su hoja, que hubiera pasado por alto.

—Pero usted no es ingeniero.
—No —respondió con tono de duda—. En el aviso dice que necesitan vendedores.

La mujer frunció el ceño, a todas luces confundida.

—Usted vino por ese anuncio. Lo siento, creo que la persona que me avisó lo confundió con alguien más.
—No es problema —replicó él.
—Pues sí —reaccionó ella—, necesitamos vendedores; por lo que veo, tiene experiencia atendiendo público.
—Así es —respondió Martín—, tengo buena aceptación atendiendo y me gusta tener un trabajo dinámico.

A punto estuvo de preguntarle por el cuadro ¿Por qué seguía pensando en un objeto decorativo en un lugar en donde nunca había estado antes?

—Bien —estaba diciendo la mujer—, me parece que tiene un perfil adecuado. Si está de acuerdo, podemos hablar de las condiciones detallabas.
—Muchas gracias, claro que me interesa.

La potencial pregunta seguía ahí en su mente. Trató de desterrarla mientras hablaba de experiencias de trabajo y prestaba atención a los detalles de horario o salario, pero seguía ahí. En su mente asomó una extraña pregunta ¿Había visto antes esa fotografiar? Parecía de hace muchos años, hecha a color pero desvaída por el tiempo tras el cristal que la protegía; quizás aquellas personas ya no estaban en este mundo, quizás lo que despertaba su curiosidad era que la imagen no coincidía con la estética del interior de la tienda. Mientras continuaba con la entrevista, en segundo plano esa incógnita persistía, aunque cada vez de forma más silenciosa.
Como si alguien estuviera hablando en su oído.


Próximo capítulo: Último momento


Las divas no van al infierno Capítulo 19 Un año sin lluvia

Conoce este capítulo al ritmo de esta canción: A year without rain


El sábado Márgara recibió una llamada muy temprano; saltó de la cama en silencio y sin despertar a Fernando. Sacó del armario un vestido básico color magenta, un bolero a juego, sandalias de tacón de un rosa pálido que se le antojó exquisito, y se miró en el espejo de cuerpo entero que tenía en el baño.
La imagen debía ser distinta para lo que iba a hacer en comparación con sus apariciones en el programa, pero era fundamental que la gente pudiera reconocerla de todos modos.
Tenía ganas de gritar de emoción, pero no lo iba a hacer; de hecho, no despertaría a Fernando. Sería una forma de castigarlo por haber sido tan indolente con ella la jornada anterior.

—Perfecto —dijo admirando la imagen en el espejo—, justo lo que quería.

Para combinar escogió una cadena de oro con un pendiente de cristal tornasol, y aretes de brillante; en el ultimo momento decidió cambiar el bolero por una gillete, retocó el iluminador de ojos y salió silenciosamente.
La llamada había sido desde la producción del programa, y la invitaban a participar en un pequeño espacio dentro de un programa misceláneo que se emitía los sábados desde las nueve treinta de la mañana; era conducido por dos chicos que habían iniciado su carrera en programas de talento algún tiempo atrás, y era de un estilo mucho más ligero que los programas de la semana.
Estaba feliz porque en ese pequeño espacio, que duraba cinco minutos dentro del programa, invitaban a una famosa para que mostrara sus secretos de belleza, lo que le daría una vitrina estupenda para la gente que no la conociera; armó un bolso pequeño con su set básico de maquillaje, algo elegante y nada ostentoso, y salió del departamento con la idea de brillar por todo lo alto en su primera aparición en televisión fuera del programa, la que además era un punto de mayor orgullo.
Era la primera de todas las participantes que era requerida por un programa, y ese triunfo era gigante para sus metas.

2


Sandra estaba llegando al canal cuando recibió una llamada de Verónica; la productora sonaba un poco sorprendida al hablar.

—¿Tienes un televisor cerca

Uno de los guardias abrió la puerta por ella para dejarla entrar; el hecho de haber estado tanto tiempo en el canal tenía beneficios, como que nadie le pedía identificación para entrar a las dependencias y generalmente la hacían sentir bien.

—No ahora ¿Qué pasa
—Márgara va a Sin edición.

Se quedó detenida en el pasillo, mirando a la nada. Márgara, la que había sido la primera en ser puesta en el foco por indicación de Kevin, la que había ido subiendo en las estimaciones del público e incluso ganado una inmunidad. ¿Por qué invitarla a ella en primer lugar a ese insulso programa de fin de semana ¿Por qué no la loca de Sussy, o Alma que era perfecta

—¿Averiguaste si hay más invitadas
—Sí, la semana que viene hay una solicitud sin nombre para espacio del matinal para todos los días.

Para generar falsa expectativa en las otras. Que estuviera sola, de improviso en ese programa generaría todo tipo de conjeturas en las demás, haciéndoles creer que el canal la evaluaba mejor que a ellas; esas miradas y susurros molestos tendrían lugar durante toda la clase del sábado, anidarían el domingo, y estarían a punto de estallar cuando, el lunes, cuatro chicas serían sacadas en pantalla en el matinal. Las intrigas que seguirían a eso estaban aseguradas.

Si convocaban a cuatro por día, eso completaba el cupo de las participantes menos la eliminada del próximo viernes; significaba que Kevin ya había decidido cuál era la siguiente, o al menos tenía todo programado según su parecer.

—¿Ya está al aire
—La anunciaron, entra después de la pausa comercial.
—Gracias.

Cortó y enfiló hacia el casino; necesitaba de forma urgente un café.
Valeria era su carta bajo la manga, y los bailarines sus ases para manipular y gestionar información, pero aun no tenía el nivel de control suficiente como para hacer lo que quisiera; como productor en jefe y director del proyecto, Kevin era el que seguía moviendo todos los hilos ¿Cómo anticipar esa jugada

—Sandra, buenos dios ¿Vas a querer tu café
—Sí, por favor —saludó a la encargada de la cafetería con una sonrisa—, lo necesito con locura.

Kevin se había reunido con Sarki el mismo día que con el esto del equipo involucrado en la gestión del programa; Sandra sabía muy bien que esa reunión no era por pura palabrería, sino que se trataba de un momento de confirmación de datos. En toda su larga trayectoria, Sarki nunca había participado como invitada en un programa que no fuera un suceso para el mercado.
Siempre divas estaba marcando y era comentario en redes, pero eso no garantizaba el éxito de forma permanente.
Estaba segura de que la eternamente joven Sarki le había exigido a Kevin algún tipo de seguridad acerca del suceso en el que se convertiría el programa, y él, necesitando de la venia de una estrella local tan relevante, sin duda se lo dijo. ¿Cuál era esa seguridad que garantizaba que el programa trascendería Desde luego que las pasiones del público ya se habían desatado, pero para perdurar, para que se hablara de ese programa por años y se convirtiera en un referente de la cultura popular de ese país debía haber algo más que tener a un grupo de guionistas organizando los sucesos, y el control sobre el resultado real de las votaciones cada día.
Tenía que averiguarlo, para poder blindar a su elegida; al final, todo iba a reducirse a un juego de probabilidades y a dos de las competidoras peleando por el trono.

3


Fernando se reunió con la madre de Márgara en una cafetería en el sector empresarial de la ciudad; se trataba de un barrio donde abundaban los edificios corporativos, y había multitud de tiendas costosas para el exigente público que transitaba por esos sitios. A él le pareció curioso que ella lo hubiera citado en un local pequeño, minimalista y sencillo, que contrastaba por completo con la ostentación de la mayoría de las instalaciones cercanas.

—Hola, Elena.
—Hola cariño.

Ella iba vestida con un traje casual de camisa y pantalón; dejó la cartera a un costado e hizo un gesto al garzón para que se acercara.

—Yo voy a tomar un té de frutas ¿Y tú
—No estoy seguro —comentó mirando con disimulo la carta—, la verdad no entiendo la mitad de lo que ofrecen aquí.

Elena no hizo gesto alguno que demostrara molestia por ese comentario, y en cambio, sonrió.

—Te gusta el café ¿Fuerte
—Sí.
—Entonces está decidido —y dirigiéndose al garzón—, por favor, un té de frutas del número cinco y un expreso doble con un toque de crema.

Un momento después les trajeron el pedido, y ella optó por hacerle las cosas más fáciles.

—La viste hace un rato en el programa ¿No es así
—Sí, lo dejé grabado para el archivo.

Elena sintió pena, pero no por él, sino por toda esa situación; pero no podía quedarse callada.

—Y bien ¿Qué fue lo que mi hija hizo

La mirada de él mostraba indecisión, como si incluso en ese momento estuviera a punto de cambiar de parecer; pero también mostraba a un chico inocente y honesto.

—Nada, no es que haya hecho algo.

Ella lo miró con amabilidad, dando a entender que no era necesario mentirle; al final él se rindió.

—¿Márgara siempre ha sido tan cambiante
—Cielo ¿Por qué mejor no me dices qué fue lo que pasó

Fernando suspiró.

—Ella no ha hablado contigo ¿No es así
—Si lo que me estás preguntando es si ella me ha dicho si tienen algún problema, por supuesto que la respuesta es no. Ella nunca le dirá a nadie tiene algo que resolver.
—Ya veo.

Elena supo que él no estaba juzgando si podía confiar en ella; estaba luchando contra un gran sentimiento de culpa por hablar de la mujer a la que amaba de un modo que consideraba incorrecto.

—A veces, la mayoría del tiempo —dijo en voz baja—, no sé cómo actuar o qué cosas hacer para agradarla. Sé que está bajo estrés por el programa, pero eso...
—Pero eso no justifica que tenga un mal comportamiento contigo —terminó la frase por él.

Se hizo un silencio en el que el hombre divagó en su mente, quizás intentando alcanzar el significado de lo que había tras las palabas de ella.

—Yo a veces no la reconozco.
—Pero estoy segura de que si haces memoria vas a comprobar que no se comporta como lo hace desde que empezó el programa, la única diferencia es que ahora, es más.

Él la miró con alarma en el rostro.

—¿Cómo...
—Porque la conozco —replicó ella, con tranquilidad—. Puede que yo no la haya criado de esa forma, pero Márgara sigue siendo mi hija; te voy a contar una historia, y puedo apostar todo a que ella nunca te lo ha dicho.
Cuando mi ex se fue de la casa, porque según él no podía cargar con el desafío de una mujer y una hija, me quedé sola y sin un veinte; era básicamente joven e inexperta, se me desarmó el cuento de la familia feliz y estaba sin hogar y con una hija de cinco años que dependía de mí.

Fernando nunca había preguntado acerca de esa etapa de la vida de su novia; cuando se conocieron, en determinado momento ella dio a entender que sus padres se habían separado y que no pretendía hablar al respecto, pero con el paso del tiempo dejó en claro a través de comentarios muy escuetos que de alguna forma la culpa era de su madre. Ahora, la historia que estaba escuchando era por completo distinta.

—Tuve que dejar una casa que no podía pagar, cambiarme a un departamento y asumir que fuera de la secundaria no tenía estudios ni experiencia. Supongo que por el peso de la exigencia encontré que tenía talento para los negocios, dicen que la oportunidad se crea con la necesidad.

Fernando notó que ella no lucía apesadumbrada por lo que estaba diciendo; se trataba de una historia superada.

—Bueno, tampoco voy a contar todos los capítulos de la novela —comentó ella tras un trago de su té—; yo me mataba trabajando mientras Márgara estaba en la escuela, llegaba agotada, pero a hacerme cargo, pensando que todo iba a mejorar eventualmente.
El punto es que un día llegué con las compras del supermercado, y ella me vio guardar las cosas en la alacena; por supuesto que había tenido que cambiar por marcas más baratas, y sucedió que serví la cena, y ella se quedó sentada a la mesa, mirándome después de mirar de reojo el plato. Y me dijo “No puedo comer eso, me va a hacer mal”
Reconozco que cuando sucedió, casi me eché a llorar —había un matiz irónico en su voz—, y a punto estuve de tener un ataque de histeria, pero tuve uno de esos maravillosos momentos de iluminación que uno tiene a veces. Me dije que, si dejaba pasar eso, después ya nada podría detenerla, y se me antojó muy injusto que una niña de siete años decidiera sobre mi vida.
Así que me quedé sentada frente a ella y le dije “No vas a pararte de ahí hasta que hayas comido la cena”

Fernando sintió ganas de reír; esa actitud de Márgara, de despreciar marcas menos conocidas era moneda corriente, aunque siempre iba acompañado de un discurso sobre lo sano de los alimentos y las normas sanitarias. Sí, sentía ganas de reír, pero no porque todo eso le hiciera gracia; era porque de pronto parecía estar quitando una serie de capas que dejaban a la vista a una chica que no estaba seguro de conocer.

—Pero fue después de decir eso que tuve la real revelación —agregó ella—, porque Márgara, una niña de siete años, me miró con rencor, con rabia; no había miedo a un castigo ni frustración como en la mayoría de los niños cuando no consiguen lo que quieren, ella me estaba mirando como a una rival.
Se quedó ahí mucho rato, y yo estaba tan cansada; de pronto me dijo que iría al baño, pero la atajé y dije que no iría hasta que hiciera lo que tenía pendiente. Creo que fue la primera vez que la vi alarmada, porque si se hacía en la ropa, estropearía su atuendo, y el atuendo era demasiado importante para ella.
Entonces se rindió, pero no dejó de pelear conmigo; desde ese momento me concentré en no dejar que me manipulara, y aunque lo logré, también logré una enemiga. Márgara mantiene contacto formal conmigo porque es lo que una chica de bien hace, porque eso ayuda a cuidar su imagen, pero nada más. Márgara es incapaz de sentir empatía por ninguna persona que no sea ella misma.

Fernando sintió que le temblaba la barbilla, pero hizo un esfuerzo por reponerse.

—Eres muy dura cuando hablas de ella.
—Soy sincera —corrigió Elena con tranquilidad—, si se puede hablar de fracasos y éxitos en la vida, puedo decir que fracasé en educar a mi hija de la forma que debiera, pero no podía cometer otro error siendo ciega y desconociendo quién es en realidad.

Fernando tenía la vista clavada en la taza, y en un acto intempestivo bebió todo el contenido casi en un trago; aunque lo que necesitaba en realidad era un whisky o algo fuerte, al menos la sensación de ingerir la cafeína servía para que sintiera que no estaba sonando.

—No sé qué hacer.
—Por desgracia no te puedo aconsejar sobre tu relación de pareja —comentó Elena con sinceridad—, en principio, no me corresponde, pero más que eso, yo creo que tú sabes lo que tienes que hacer; eres un muchacho inteligente, capaz y con muchas cualidades, no puedo creer que estés demasiado ciego como para no ver el futuro que tienes delante.

3



Los ánimos en la sala de ensayos estaban divididos; para el momento en que Márgara llego, con un poco de retraso, ya todas sabían que había estado en el programa de televisión, pero sólo algunas la felicitaron, mientras que el resto ignoró el tema de un modo cordial, pero sin tomar el tiempo para atender, como si se tratara de un asunto que carecía de la importancia necesaria.

Valeria estaba auténticamente sorprendida; Márgara apareció en el programa en la sección de recomendaciones y secretos de belleza, caracterizada como el prototipo de la mujer joven, fuerte e independiente. Se notaba que había planificado lucir suave, juvenil y elegante, seguramente para contrarrestar las apariciones sensuales en la noche, y con ello captar a un tipo de público distinto para subir en las votaciones.
Su participación había sido correcta, pero al menos a ella no le parecía sobresaliente; hablaba bien, se veía bien en cámara y sabía cómo moverse, pero era como una modelo genérica, no como alguien a destacar. Desde luego que estaba hinchada de orgullo por ser la primera de ellas a quien requerían en un programa, pero fingiendo que estaba más sorprendida que contenta por lo que había sucedido.

—Bien señoritas, ahora van a trabajar un aspecto que es muy importante para sus presentaciones.

Marcos había traído una serie de elementos de trabajo de arte, y sostenía en ese momento un trofeo similar a una estatuilla entre las manos; Valeria había descubierto que los consejos de él para pulir y mejorar el trabajo de producción escondían mensajes acerca de cómo enfrentar los desafíos en esa competencia.

—Como pueden ver, esto es un trofeo; las personas estamos condicionados casi de forma natural para asociar los dorados y plateados con el éxito ¿Por qué Porque las joyas están hechas de esos materiales.
Pero si ustedes ven este trofeo muy de cerca —le pasó el objeto a una de las chicas—, podrán descubrir que tiene marcas y defectos; el color dorado puede ayudar a disimular, y aunque no esconde las fallas, hace que estas queden en segundo plano, al menos por el momento. Ahora voy a darles unos consejos útiles para que cuando estén en el escenario puedan disimular y salir del paso; recuerden que su presentación tiene que estar bien trabajada desde el comienzo, pero si sucede algo inesperado, la idea es que tengan la rapidez, pero también los elementos para solucionarlo con dignidad.

Para Lisandra, la noticia del llamado a Márgara desde el programa no era importante, aunque de cierto modo no se lo esperaba; a la hora de sacar cuentas, habría pensado que Alma sería la primera en ser convocada, pero de todos modos no quitaba tanto de su atención en esos momentos.
Esa mañana había tomado una decisión definitiva, y era eso lo que ocupaba casi por completo su mente durante esas clases.
Después de la discusión con sus padres y salir atropelladamente de su casa, se reunió con Sam; estuvieron hablando largo rato, y él se mostró en todo momento atento y amable con ella. Fueron al departamento de él, y aunque todo podría haber sugerido que Sam aprovecharía la ocasión para un acercamiento más íntimo con ella, tuvo la genial actitud de no insinuar nada al respecto, y le indicó que podía ocupar su cuarto mientras él dormía en el sofá.
La conversación entonces emigró hacia otras zonas, y aunque no se lo esperaba, de pronto se encontró charlando con él con ánimo y buena energía, encantada de sentirse apreciada y escuchada en un momento como ese; Sam era listo, agradable y simpático, y era honesto en la conversación con ella no disimulaba que se sentía atraído, pero era educado y galante, comportándose en todo momento de la forma adecuada.
Dentro de todo lo que hablaron, él nunca la cuestionó acerca del programa ni la discusión con sus padres; de ese modo, el contacto fue libre y sincero, lo que la hizo sentir ánimos para el día siguiente, y a la vez le dio tiempo de pensar con calma y claridad.
Había estado quejándose demasiado tiempo, llorando por las cosas que estaban mal, protestando internamente por aquello que no se podía corregir o que estaba fuera de su control; poniendo en riesgo su estadía en el programa una y otra vez. Había estado perdiendo tiempo cuestionando en su interior las acciones de las demás, midiendo con su vara el rendimiento y actitud de las otras, y esperando que su esfuerzo y trabajo duro valiese la pena.
Se había equivocado.
Había decidido que todo eso quedaba atrás; desde ese momento, comenzaría desde cero, como si esa fuera la primera y gran oportunidad que tenía, como si apenas estuviera comenzando. Había decidido que ese era el fin de la Lisandra que esperaba lo mejor, y el inicio de la que iría a buscarlo; no más lágrimas ni sentimentalismos, lo que haría sería buscar todo lo que pudiera hacerla más fuerte y ponerlo en práctica, tanto si para eso tenía que jugar limpio como si no.
Y se sintió bien con esa nueva perspectiva de la vida, porque la alejaba de la posibilidad de ser una víctima ¿Por qué tenía que sufrir cuando ella quería triunfar Otras ya lo estaban haciendo, pero la diferencia era que ella era inteligente, no solo una cáscara vacía; e iba a usar esa inteligencia como su mejor alma.
También había otro asunto que había cambiado en su interior, y tenía que ver con Sam; no sabía si podría surgir algo o no, pero la cercanía y las palabras de él le hacían bien.
No supo si era un espejismo, pero le parecía ver su cara ¿estaría comenzando a sentir ese delicioso cosquilleo del enamoramiento Durante la noche las estrellas estuvieron ardiendo, mientras ella escuchaba su voz en su mente y hasta cuando creyó llamarlo en la oscuridad; cuando el suelo estaba cayendo bajo sus pies, se preguntó si alguien la salvaría, y él llegó a hacerlo. Tal vez podía agradecerle por encontrarla, tal vez el mundo podría ser maravilloso con él en su vida.
Tal vez.


Próximo capítulo No puedo ser domada

Contracorazón Capítulo 20: Una clave incierta




Es un regalo, para ti.

Un regalo hecho en la intimidad del cuarto tenía un significado muy distinto a que si era realizado en otras circunstancias; las oportunidades de estar juntos de forma libre eran reducidas, por lo que cuando esto sucedía, sabía que era necesario aprovechar y atesorar cada segundo al máximo.

-Gracias, me gusta mucho.
-Me alegra eso. Yo también tengo un regalo -su voz estaba cargada de emoción-, no estaba seguro de si te iba a gustar.

Pero sí le gustaba; ese intercambio de regalos no solo era un hecho en sí, también era una muestra de amor entre ellos, una forma de decir de otro modo que se entendían y se conocían bien. A menudo los intereses de ambos tenían puntos en común, pero seguían siendo dos individuos con puntos de vista particulares, con deseos y esperanzas, y que evolucionaban y aprendían a conocer al otro y su entorno.
Desde un principio había tanto que no sabían, como aquel lejano primer beso, torpe, inocente y al mismo tiempo lleno de miedo; no un miedo por ellos mismos, sino por todo aquello con lo que habían crecido. Durante toda su vida habían escuchado al mundo alrededor decir que ser como ellos era anti natura, que lo que sintieran personas como ellos era un delito por el cual se pagaban las peores culpas, y eso de forma inevitable se marcaba en sus mentes.
Quizás el primer paso había sido dado por instinto puro, pero después, lo que surgió fue pensado, y se vieron en la necesidad de enfrentar el secreto, la imposibilitad de hablarlo o de llevar esa relación de forma pública. Por lo tanto, al tener un momento de intimidad como ese, no solo se trataba de entregar un obsequio, era un instante de conexión profundo y la oportunidad de conocerse más.
De mirarse en el alma del otro, mirándose a los ojos con total honestidad.

Rafael despertó temprano la mañana del sábado, con un malestar generalizado, pero que en esa ocasión era fruto de un acto premeditado por su parte.
Aunque haber impulsado todo eso no quitaba los malestares que sentía al despertar, al menos permitía que tuviera mayor claridad al despertar y pudiera concentrarse en lo que tenía en mente.

Durante la fiesta por el matrimonio de Magdalena y Mariano tomó la decisión definitiva: tenía que saber que era lo que había en esos recuerdos y sueños, y descubrir de qué forma podía ayudar a Martín. Había un sentimiento de anticipación en su interior, como si el tomar la decisión fuera un primer paso para hacer lo correcto; de seguro esa ansiedad no era algo bueno, pero de todos modos era el único camino que se le ocurría.

-Miguel ¿Qué fue lo que pasó?

Era una pregunta en vano, y de todos modos se estaba adelantando; necesitaba saber qué había llevado a la muerte a ese hombre y su pareja, pero antes de eso, era vital descubrir el camino que conducía a eso, porque estaba seguro de que todo tenía que ver con el trayecto, y que ahí encontraría la clave para ayudar a su amigo.
En un principio, justo antes de ir a dormir, sintió temor ante lo que pudiera pasar, y a punto estuvo de posponer todo para empezar en otro momento, pero tuvo que armarse de valor y enfrentar la decisión que había tomado de forma adulta. Por lo general no tenía mayores problemas para quedarse dormido, de modo que lo que hizo, mientras cerraba los ojos y sentía el silencio a su alrededor, fue concentrarse en los recuerdos que ya había en su mente, tratando de entregarse a ellos con honestidad y sintiendo alguna clase de conexión con ese hombre ahora ausente pero que se manifestaba a través de aquellos vívidos recuerdos.
Tenía un trozo más, una fracción de vida, de los pensamientos de ese hombre, pero aun no era suficiente; tendría que seguir en ese proceso hasta que pudiera dar con una pista concreta. Si partía de la base fe hechos repitiéndose en el presente, a todas luces el haber conocido a Martín era un punto de partida innegable, salvo por la diferencia del nexo entre los dos.

¿Podían estar ellos destinados de algún modo a reconocerse o reencontrarse en el presente, para evitar que se repitiera una historia del pasado? No sabía cómo, pero tenía total claridad acerca de que todo estaba conectado a través de ellos, y que en el presente tenía que localizar aquello que era necesario.

Después de levantarse y dar una ducha rápida, fue a la cocina para preparar algo de desayuno; era poco más de las nueve treinta de la mañana y no tenía hambre, pero de todos modos preparó café y unas tostadas y se sentó a desayunar. Su mente, en cualquier caso, estaba en otro sitio, ocupada en no perder detalle de ese sueño aun sabiendo que en esos momentos no era necesario; por alguna razón, esos recuerdos estaban muy claros en su mente, sabía lo que sentía al respecto y no era necesario tomar nota de forma alguna.
Pero esos recuerdos no eran suyos.
No dejaba de repetirse que esos no eran sus recuerdos, y aunque lo sabía, sentía que tenía que tener muy clara esa diferencia; por otro lado, estaba entrando voluntariamente en una zona que no le pertenecía, de modo que, aún teniendo esa suerte de permiso para conectar, era necesario no apropiarse de ello. No era su vida, era la de otro hombre que ya no estaba y no Tenia otra oportunidad, a diferencia de él.

Estaba pensando en todas esas cosas cuando recibió una llamada de su madre; en principio le pareció un poco extraño, ya que se habían visto el día anterior.

-Mamá, hola.
-Hola hijo.

El saludo directo y energético de ella siempre lograba hacer un efecto positivo en él; de alguna forma era como tener nuevamente con él aquel llamado a almorzar o a levantarse a la hora exacta un día de escuela.

-Qué sorpresa que me llames ¿Todo está bien?
-Oh, sí, todo está bien –replicó ella-, bueno, tu padre tiene algo de dolor de cabeza por todo el licor que bebió ayer, pero está bien fuera de eso. ¿Cómo estás tú?

Rafael conocía demasiado bien el tono de voz de su madre como para no entender lo que estaba sucediendo; ella había descubierto que durante la reunión él no estaba en las mejores condiciones, y así como antes le había dado espacio para hablar a su tiempo, ahora estaba manifestando un nivel más arriba de preocupación por su estado.

-Estoy bien, mamá.

Ella no respondió, y ese silencio fue elocuente para él; sin embargo, no era momento para mentir, y al mismo tiempo sentía que el secreto sobre esos sueños era algo que no tenía que compartir, ni siquiera con ella.

-Pasa que estuve pensando mucho en lo que le sucedió a Mariano.

Su madre esperó. No estaba mintiendo en todo el sentido de la palabra, pero sí estaba modificando sus percepciones, asignando parte de los pensamientos que lo aquejaban por un tema a otro, aunque de todos modos había un elemento en común en la raíz de ambos eventos: la preocupación por los suyos.

-Todo lo que ocurrió me hizo pensar en muchas cosas; la sensación de que en cualquier momento puede haber un elemento extorno, algo que no podamos controlar, que ingrese en nuestras vidas, es algo que no me ha dejado en paz. Sé que la vida es así, que siempre hay cosas que no podemos controlar, pero es distinto cuando ocurre algo como eso.

Fue curioso cómo se sintió ante el silencio de ella; a pesar de no estar juntos en ese momento, fue igual que si estuviera frente a ella, y su madre lo mirara de esa forma única, que era aceptación y comprensión a la vez. Ella podía ser quien estuviera escuchando, pero en realidad era él quien estaba siendo leído.

-Estaba ahí en esa reunión con todos ustedes; ahí estaba casi toda la gente que me importa, y me sentía tan contento de verlos, reunidos, celebrando de buena manera que yo… yo sólo quisiera saber que existe una forma de protegerlos a todos, que puedo hacer algo realmente para asegurarme de que estarán bien.

Eso no era una mentira; en el fondo, todo lo que había dicho no era un invento, se trataba de la realidad de sus sentimientos, y la forma en que se preocupaba por las personas a quienes quería. Todo eso era tan real como sus miedos.

-Mi niño –dijo ella en cuanto él terminó de hablar-, esos sentimientos son muy lindos, de verdad son muy bonitos, pero no hay forma de poder anticiparse al futuro. No puedes controlar ni evitar lo que va a pasar.

Pero ¿Y si existiera una forma? ¿Si de verdad tuviera una oportunidad única de hacer algo extraordinario, no valdría la pena al menos intentarlo?

-¿Alguna vez te sentiste así?
-Todo el tiempo desde que naciste, cariño _replicó ella con voz tierna-, y cuando nació tu hermana, por supuesto; recuerdo que cuando eran muy pequeños y estaban durmiendo, me quedaba largo rato mirándolos muy de cerca, cuidando su respiración. Los miraba como si pudiera contar el aire que estaban respirando, como si de alguna forma pudiera asegurar que estriar bien durante el sueño y que nada podría hacerles daño.
Pero la vida no funciona de esa manera; incluso cuando yo sentía que moriría de dolor si les pasaba algo, estar tratando de controlar todo alrededor no iba a mejorar nada. Tuve que aprender que las cosas son así, y que lo importante es ser honesto con lo que uno siente, enfrentar la vida con valor; si sabes que hiciste tu mejor esfuerzo, entonces puedes estar tranquilo.

Escuchar a su madre era siempre refrescante y beneficioso; ella hablaba de todo con fuerza y determinación, pero especialmente cuando se trataba de las personas a quienes quería, sus palabras estaban impregnadas de amor y preocupación. Nada de lo que le decía a él o a Magdalena era fruto de palabras dichas al azar.

-Gracias, mamá.
-No tienes nada que agradecer -apuntó ella-, sólo quiero ayudar en lo que pueda; pero necesito saber que estás bien, que ahora mismo todo estará en orden si es así, y si no, también necesito saberlo.

Esa sería la parte dolorosa de esa conversación, porque no podría modificar, sino que tendría que mentir directamente; de cierto modo podía decir que todo en su vida estaba bien, excepto por el asunto relacionado con Martín, que estaba desestabilizando todo en su vida.

-Sí, mamá, estoy bien. Es sólo que, en ese momento, vi las cosas de un modo muy concreto, y de verdad es algo que me gustaría poder tener bajo control. Pero tienes razón, si pienso demasiado en eso no podré estar tranquilo. Gracias por escucharme.

Por supuesto, ella siempre tenía algo mas que agregar, una forma de estar presente, aunque sin entrometerse; sabía que los espacios de ambos estaban conectados, pero cada uno se metía por sus propios tiempos.

-Gracias a ti. Y ya sabes que aquí estoy para lo que necesites, solo tienes que decirlo; puedo decir que soy muy afortunada porque mi hijo quiere conversar de lo que le pasa, aunque sea un hombre adulto.

La ultima frase añadía un toque de picardía propio de ella, y que hacía referencia a la reticencia común de muchos hijos crecidos a compartir lo que les ocurría con sus padres.

-Me gustó mucho tu amigo Martín -añadió ella-, es un muchacho muy educado y tiene un gran sentido del humor, me gusta que ahora sea parte de tu circulo cercano.
-Sí, es un gran amigo -replicó él-, aunque me parece curioso que todo el mundo mencione que tengo un nuevo amigo, me hacen sentir como si fuese una especie de ermitaño que no conoce ni habla con nadie.

Era cierto que todos le habían hecho un comentario similar, pero en ese momento lo había dicho para salir un poco del tema anterior; al menos en apariencia había logrado convencer a su madre de que todo estaba en orden.

-No es por eso -aclaró ella_, es porque con él es diferente, hay algo que es distinto.
-¿A qué te refieres?
-Tal vez ustedes mismos no se han dado cuenta -explicó ella con intensidad; al parecer ya había analizado ese asunto con anterioridad-, pero yo lo vi claramente: entre ustedes dos hay un lazo especial, es algo que no se ve muy a menudo, de eso estoy segura

¿Un lazo? Su madre no era una persona supersticiosa, pero tenía una muy buena capacidad para conocer a las personas en general; así como sabia desde un tiempo atrás que algo no andaba bien con él, también podía identificar ciertos hechos que podrían pasar desapercibidos para otras personas.

-¿Un lazo especial?
-Sí, es como si ustedes se conocieran de toda la vida; no es por las cosas que dicen, es un tema de cómo se tratan. Como si estuvieran acostumbrados a hablar, con ese lenguaje que va más allá de las palabras; si supiera que no es así, podría pensar que son hermanos, que han estado siempre juntos.

A Rafael le resultaba curioso que las palabras de su madre coincidieran tanto con lo que él mismo había pensado en un principio, tras conocer a Martín; mucho antes de tener esos sueños, ya había pensado que nunca le había pasado algo como eso. A muy poco tiempo de conocerse, ya sentía a Martín como alguien en quien podía confiar a plenitud.

-Eso que dijiste suena muy parecido a cómo nos llevamos -observó el-; incluso en algún momento nosotros mismos hablamos de eso, nos llamaba la atención que existiera una confianza de ese tipo.
-Sobre todo porque tú eres reservado -comentó ella.
-Sí, eso es cierto.

La Forma en que Martín le había confiado el asunto tan delicado de la enfermedad de su hermano, cómo él se dejó apoyar por el cuando fue el asalto a Mariano, esas eran muestras de una amistad verdadera entre los dos; existía un tipo de conexión, que quinas tenía que ver con el pasado, pero que había sido construida en el presente, a base de confianza, respeto y solidaridad.
Era una verdadera amistad.

La conversación con su madre hizo un buen efecto en su ánimo; se dijo que un vínculo como el que existía entre él y Martín no podía ser falso, por lo que tenía que hacer lo posible por cuidar esa amistad, incluso si con eso debía continuar con su plan de sumergirse más y más en ese océano de recuerdos. Pero lo haría por un buen motivo, por el bien de alguien y luchando por no caer ante las sensaciones dolorosas que causaban en él aquellos recuerdos.

Más tarde le envió un mensaje a Martín para saludarlo.

«¿Cómo va el día?»
«Bien –respondió el trigueño -, es decir, yo bien, no todo.»

Aunque de forma corriente Rafael habría esperado a que Martín le contara, en ese momento decidió dejarse llevar por un presentimiento y optó por llamarlo.

-Hola ¿Qué sucedió?
-Hola –replicó Martín un poco divertido-, nada malo en realidad.
-Pero ocurre algo -insistió él.
-Sí, bueno, no es algo oficial ¿entiendes? Pero el correo de las brujas me hizo llegar una información sobre mi trabajo.

Generalmente, Rafael no prestaría demasiada atención a rumores en un ambiente de trabajo, pero se dijo que si Martín estaba haciéndolo era por alguna buena causa.

-¿Qué supiste?
-Que el sujeto al que estoy reemplazando va a volver; la verdad no me había ocupado de averiguar por qué no estaba, pero supe que se había tomado una licencia por enfermedad, y luego pretendía cambiar de rubro o algo por el estilo. Ahora dicen que no le fue bien en lo que tenía pensado hacer y que por eso va a regresar.

Entonces las proyecciones de quedarse a trabajar ahí se diluían; de tobos modos, de acuerdo con el comportamiento de Martín, Rafael no se sorprendió de escuchar que no estaba angustiado por esa situación.

-Martín, lo lamento.
-No, no lo lamentes, está bien -intervino el otro-; de todos modos, esto aún no está confirmado, y aunque sea así, no me causa ningún problema. De todos modos, voy a tratar de ir dentro de la próxima semana a ver lo de ese dato que me dio tu amigo.

La librería que estaba a poca distancia de su trabajo.

-Si quieres puedo preguntar el lunes, no me queda lejos del trabajo.
-No, cómo crees -replicó Martín con tono ligero-, no vas a estar gastando tu tiempo en eso; además todo está bajo control, todavía tengo tiempo suficiente. Y hablando de otra cosa, te cuento que estoy casi de salida; decidí aprovechar que aún tengo el auto conmigo y haré un viaje corto con Carlos.

El optimismo de su amigo era palpable, y Rafael decidió dejar ese asunto por su cuenta, aunque de todos modos se recordó estar alerta por si descubría alguna oferta de empleo de la que pudiera avisarle.

-¿En serio? Suena como un panorama bastante interesante.
-Sí, lo hablamos hace poco, era tener un tiempo a solas, como hermanos; llevaremos cosas para almorzar porque si no, mamá me asesina, y saldremos en un rato.
-Me alegra mucho que tengan ese panorama –comentó Rafael -, además está haciendo un día bonito y es una buena oportunidad.
-Es lo mismo que le dije a mi hermano -dijo el trigueño-, que era el día perfecto.

El día anterior durante la reunión olvidó preguntar al respecto, aunque se imaginaba lo que le iba a responder.

-A todo esto ¿Tu hermano no quiso venir ayer?
-Eso era lo que te iba a decir ayer –se escuchó cómo tronaba los dedos-, suerte que preguntaste. Sí, él te manda muchos saludos y gracias por la invitación, pero no se sentía cómodo con la idea de estar en un grupo tan grande.
-Lo supuse. Bueno, de todos modos, espero que no se lo haya tomado a mal.
-Para nada, dijo que era un gran gesto de tu parte, pero que pasaba.

Era algo que esperaba de parte del muchacho, pero no estaba de más asegurarse de no haber hecho algo mal.

-Entiendo. Dale mis saludos a tu hermano y a tus padres, y que lo pasen muy bien en ese paseo.
-Gracias.

Después de cortar, se quedó pensando en esa noticia del viaje; había pasado por alto peguntar cual era el destino, pero sea cual sea, no pensaría en ese desplazamiento como una posibilidad negativa. Todo tenía que estar bien.

2


Hacía un día luminoso y cálido cuando el automóvil conducido por Martín se estacionó en una zona apropiada para ello.

-Creo que este es un buen lugar.

No se lo había dicho a Rafael, pero lo de adelantar el viaje en el auto era precisamente porque tenía el presentimiento de no seguir en ese trabajo; era algo que no le molestaba, pero ya que había contado con la buena voluntad de su jefe en dejarle usar el vehículo, le pareció mejor hacer esa salida de una vez, ya que era más cómodo desplazarse de esa manera. Carlos no tenía problemas para desplazarse, pero en caso de sufrir un episodio de dolor, podrían parar a un costado del camino hasta que este parara, y además de no importunar a los demás, podrían resguardar la privacidad de un momento como ese.

-¿Cómo te sientes?

Carlos le dedicó una mirada un poco divertida; Martín se había puesto la remera con el dibujo del ornitorrinco que su hermano le regaló poco tiempo atrás, pero solo había revelado eso al momento de llegar y quitarse la camisa que llevaba encima.

-Bien –replicó el muchacho-, oye, pero no era necesario que te pusieras esa remera.

Martín puso los brazos en jarras y lo miró con una falsa expresión de molestia.

-Oye, puedo hacer lo que yo quiera ¿De acuerdo? Tú no me des órdenes, jovencito.

Los dos rieron ante la broma; en el lugar en el que estaban era luminoso y tranquilo, y se podía ver un molino de viento en el horizonte.

-¿Por qué será que te gustan tanto?
-No lo sé –respondió Martín-; a veces me digo que es como si eso viniera de otro tiempo. Tal vez en una vida anterior fui trabajador de un molino o algo parecido ¿No lo crees?


Próximo capítulo: Quiebre