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Contracorazón Capítulo 24: Nunca volverá a pasar




Magdalena entró en la urgencia a paso rápido; localizó con la vista el mesón de informaciones y torció en esa dirección, pero vio a Martín y giró de nuevo hacia donde se encontraba él. El hombre se puso de pie al notar que ella se acercaba.

—¿Dónde está mi hermano? ¿Qué fue lo que sucedió?

Había un inconfundible tono de reproche en su voz, aunque el principal era de alarma; a Martín no se le había ocurrido que quizás ella estaba al tanto de los detalles de su discusión con Rafael, pero descartó esa idea al instante; Rafael era noble, e incluso después de cómo lo trató, no habría hablado de eso.

—Magdalena, tranquilízate.
—No me quiero tranquilizar, quiero saber qué fue lo que le pasó a mi hermano.

La mirada de ella decía mucho sobre su estado; Martín la había visto pocas veces, pero había conocido su faceta amable, divertida y agradable. Sin embargo, en ese momento estaba angustiada, y además, de seguro preocupada por el estado de su hermano; también era probable que sospechara que había ocurrido algo extraño entre Rafael  y él. ¿O sólo era una idea suya por el estrés que estaba viviendo?

—Lo están controlando, pero en la ambulancia dijeron que estaba fuera de peligro.
—Dime qué fue lo que pasó.

La exigencia de ella era lo menos que se merecía en un momento como ese; de alguna forma, él mismo se había estado sintiendo culpable por todo eso.

—Estaba en el centro comercial donde fue el atentado explosivo.

El rostro de la chica se tensó al escuchar esas palabras, y contuvo sin querer la respiración; durante un eterno segundo no habló, perdida en el horror de imaginar a su hermano en medio de ese infierno.

—¿Qué le pasó? —Exigió, con voz ronca—, no me mientas.
—El personal que lo atendió dijo que sufrió un golpe en la cabeza, y un corte.
—¿Tiene quemaduras?
—No —Respondió de inmediato—, no sé exactamente cómo fue todo, pero parece que lo que lo golpeó fue la onda expansiva.

Mariano había llegado casi corriendo tras Magdalena tras estacionar el auto, y se quedó de pie junto a ella; había escuchado lo suficiente y sabía que en ese momento no tenía mucho que agregar.

—¿En qué habitación esta?
—No lo sé, llegamos hace muy poco; todavía no lo he visto.
—Cariño, deberíamos sentaros ahora —Intervino Mariano—, seguro que en un momento nos darán alguna noticia.

El rostro de Magdalena se contrajo por la emoción, y con un gesto casi espasmódico secó una única lágrima que escapaba por el rabillo del ojo. Estaba determinaba a no quebrarse mientras Rafael la necesitara, y mantendría esa actitud a cualquier precio.

—Martín, quiero que me digas exactamente lo que sucedió.

Había algo de lo que él no podía hablar con ella; estaba seguro de que Rafael no le había contado acerca de esos presentimientos, y si estaba en lo cierto, él solo causaría problemas al mencionar aquello.

—Nosotros —Dudó un instante; tendría que mentirle y confiar en que todo se solucionara después—. Nosotros íbamos a reunirnos al mediodía.
—Pero mi hermano debería estar trabajando a esa hora —Refutó ella.
—Es cierto, fue algo repentino, en realidad él no me dijo por qué era que iba a estar ahí, me lo diría cuando hablaremos en persona —Sentía que su mentira era frágil y débil, pero la iba a mantener—, y yo estaba por esos lados porque tenía que vender un producto.
—¿Y estabas ahí cuando…?
—Cerca, yo estaba justo del otro lado de las boleterías de la estación de metro cuando pasó —replicó él, adelantándose a la pregunta—; después comenzaron a llegar los equipos de emergencia y nos trajeron hacia acá.
—Ya veo.

Había un motivo por el cual se sentía culpable, y en ese momento frente a ella, a pesar de no poder decirlo, sintió la urgente necesidad de hablarlo de algún modo.

—Magdalena, yo… quisiera haber hecho más, haber evitado que…
—No digas tonterías —Lo interrumpió la mujer, con voz ahogada—, era imposible que supieras lo que iba a pasar; estuviste ahí y lo acompañaste, eso es todo lo que importa.

2


Cuando Rafael abrió los ojos, sintió algo parecido al dolor generalizado después de una gripe fuerte, solo que mucho más intenso; después de unos momentos de que su mirada vagara, logró fijarla en quien estaba sentada a su lado. Magdalena lo miraba con cariño y atención.

—Magdalena.

Sintió su voz débil y trató de aclararse la garganta, pero le resultó imposible.

—Estoy aquí, tómalo con calma ¿De acuerdo?

No tenía realmente energías para discutir eso, de modo que dejó que pasaran unos segundos antes de volver a intentarlo; el dolor se focalizó en la cabeza.

—¿En dónde estoy?
—En una urgencia —respondió ella, con voz calma—, tuviste un accidente.

Entonces recordó. El sonido, la sensación de ser arrojado sin control, y luego el olor a metal y plástico y metal quemado, el humo y los gritos.

—Martín. ¿Dónde…?

Intentó incorporarse en la camilla, pero el dolor en la cabeza se lo impidió; su hermana se apresuró a sujetarlo para evitar que lo intentara.

—Está bien, tranquilo. Martín está bien, sabía que ibas a querer verlo por ti mismo, pero quería verte yo primero. Quería asegurarme de que estabas a salvo.

Eso significaba que alguien la había llamado a ella para darle aviso de lo sucedido; vio su expresión fuerte y determinada en ese momento, pero la conocía demasiado y podía identificar muy bien la angustia oculta tras esa máscara de fortaleza, porque sería lo mismo que sucedería con él si la situación fuese a la inversa.

—Perdón por asustarte.
—Está bien, no importa —replicó ella, con ternura—, sólo descansa, te pondrás bien en un momento.

Se puso de pie y salió del pequeño rectángulo que separaba esa camilla de las otras; en el pasillo se reunió con Mariano y le hizo un gesto a Martín para que entrara en el lugar.

—¿Cómo está? —Le preguntó él.
—Disculpándose por preocuparme y queriendo saber si Martín estaba bien —respondió ella—, es decir que está bastante bien, se comporta como siempre.

Mariano la abrazó tiernamente; en ese momento lo único que podía hacer era servir como un apoyo moral para ella.

—Todo va a estar bien.
—Sí, estoy segura.

En el interior del lugar, Martín se aceró a la camilla, mirando con cierta aprensión a Rafael; tenía un parche en la nuca y lucía cansado y demacrado.

—Martín.

Se sentó al lado de él, queriendo decir tantas cosas, pero esperó a que fuera el momento apropiado.

—Hola.
—Hola.

Intuyó que Rafael iba a preguntarle si estaba bien; porque esa era una de las características de su amigo, estar siempre ocupándose de los demás.

—Pasaste un golpe fuerte ¿cómo te sientes ahora?
—Como si me hubiera chocado un camión —replicó Rafael.
—Te golpeaste la cabeza, pero no fue algo grave —Intentó sonar divertido—, tienes la cabeza dura ¿No es así?

Por un momento ninguno de los dos habló, y Rafael comprendió que Martín tenía algo que decirle; aun sentía sombras, pero estaba casi por completo seguro de que la presencia de su amigo en ese lugar no era circunstancial.

—Escucha, yo tengo que decirte esto.

Martín se sintió en paz para ser honesto, porque sabía que Rafael lo entendería.

—Yo me asusté. Cuando me dijiste eso el otro día, yo me asusté y no quise pensar en nada más; me aterrorizaba la idea de que mi vida fuera controlada por alguien o algo. Pero no son las personas, son los hechos.

Respiró profundo, y se atrevió a pronunciar las palabras; desde ese momento, ya no habría forma de cambiarlo, sería una realidad que tendría que afrontar de la mejor forma posible.

—Tú lo dijiste y yo no quise escuchar.
—Martín…
—Déjame terminar, necesito que me escuches. Rafael, yo había decidido ayer hablar contigo para solucionar todo, pero realmente aún estaba negándome a esa verdad. Y hoy cuando estaba en ese lugar, de pronto simplemente lo entendí, y lo supe, supe que estabas ahí, y me preocupé porque sentí que podía pasarte algo malo.
Mira, para ser honesto, no entiendo lo que está sucediendo, pero sé que tuviste razón en lo que dijiste en primer lugar. Ahora quiero que descanses, después vamos a poder hablar con más calma.
—Martín…

Rafael lo detuvo; aun había algo que debía decir.

—Gracias.
—No hay nada que agradecer.  Escucha, Carlos me dijo que los sentimientos no se equivocan, y tiene razón en eso; una vez te dije que habías sido un poco cursi, pero ahora me toca a mí. Eres mi hermano, Rafael, y lo que sea que esté pasando, lo vamos a enfrentar juntos.

Rafael se incorporó en la canilla, y los dos hombres se dieron un abrazo que fue la muestra de haber resuelto sus anteriores diferencias, y al mismo tiempo un gesto honesto de unión y preocupación mutua.

—Tú también eres mi hermano —replicó Rafael—. solo quiero que todo se solucione.
—Habrá tiempo para eso —dijo Martín—. Pero primero tienes que ponerte bien de ese golpe; luego vamos a hablar todo, me vas a contar todo lo que sucedió, y juntos vamos a ver qué hacer.

3


A pesar de lo impactante del accidente en el que se vio involucrado, Rafael tuvo un diagnóstico de herida leve; según lo que pudieron establecer más tarde de acuerdo con el reporte de la policía, Rafael estaba a determinada distancia del lugar en donde detonó el artefacto, y la explosión lo arrojó contra una pared cercana, que era de piedra y tenía ciertos relieves. Se golpeó y cortó en la parte trasera de la cabeza, sufriendo una pérdida momentánea de consciencia y un traumatismo, para el cual se recetó un medicamento apropiado y reposo por dos días. Magdalena acompañó a su hermano a su departamento y se quedó con él hasta la tarde, tras lo cual fue Martín quien tomó el relevo, aunque ante las protestas de Rafael por no dejarlo a solas en su propia casa.
El jueves Rafael despertó con una sensación generalizada de cansancio, pero con menos dolor que la jornada anterior; después de levantarse fue a la sala, en donde se encontró con Martín, quien estaba recogiendo la ropa de cama con la que se había cobijado en el sofá.

—Buenos días.
—Buen día —Martín lo saludó con energía—, deberías haber aprovechado que estás con descanso estos días y haber dormido más ¿No crees? Apenas dan las ocho treinta.
—Sí, es que no tengo sueño y estoy acostumbrado al horario. ¿Cómo dormiste?

El trigueño le dedicó una mirada condescendiente.

—Ya empezaste; eres el del accidente, no yo, se supone que esa pregunta la hago yo.

Se cruzó de brazos con gesto severo. Rafael sonrió.

—Ésta bien, está bien. Martín, gracias por preguntar, dormí sin novedad y me siento mejor que ayer. Y no se me ha desprendido el parche ni veo doble o algo así.
—Muy bien, eso me parece mejor.

El moreno se sentó en uno de los sillones mientras tanto.

—¿Incómodo?
—No, tú sofá está bastante bien, aunque tengo que decir que aquí hace más calor que en mi departamento, todavía, por eso me di una ducha rápida al levantarme. ¿Tomamos desayuno?
—Si quieres saca las cosas del refrigerador y pon agua para café, mientras me doy una ducha También.
—¿Necesitas ayuda?

Rafael lo miró con las cejas levantadas y un asomo de sonrisa.

—Martín, me golpeé la cabeza, no perdí un órgano. Por favor no te pongas como mi hermana.

El otro se estaba riendo; era una broma que ayudaba a ambos a sentirse en un ambiente más distendido.

—Oye, gracias a mi es que Magdalena se convenció de dejarte aquí y no quedarse como enfermera; con mi argumento de que si necesitabas algo lo arreglaría mejor yo porque entre hombres nos entendemos salvé la situación.
—Eso es cierto; amo a mi hermana, pero de verdad estoy bien, puedo hacer todo por mí mismo. De todos modos, de verdad te agradezco por todo, eres el mejor.
—Eso ya lo sé.

Poco después estaban ante la mesa en la pequeña cocina; después de todo lo ocurrido en el día anterior, estar haciendo algo tan sencillo como desayunar junto a Martín era un cambio del cielo a la tierra.

—¿Y crees que todo esté bien en la tienda estos dos días?
—Sí, cuando me llamaron ayer de recursos humanos les dije que dejaran todo en manos de dos vendedores que son de confianza. En realidad, es Sara en quien confío, pero decidí dejar a dos personas para que no se genere alguna idea de preferencias o algo.
—Eso estuvo bien pensado —replicó Martín —. Ahora, cambiando de tema ¿Crees que sea momento ya para que hablemos del otro asunto?

A Rafael le resultaba sorprendente ver cómo todo entre ellos había vuelto a la normalidad; no hicieron falta demasiadas palabras, y nuevamente era como siempre, esa confianza y naturalidad total entre los dos. Sin embargo, notó que Martín no había mencionado de nuevo nada relacionado con lo sucedido antes.

—Pienso que sí, pero de todos modos tengo que decir que hay muchas cosas que no puedo explicar bien.
—Porque simplemente son así —Observó Martín —. Sí, estuve pensando en eso, es lo mismo que me pasó. No puedo explicar cómo supe que ibas a estar ahí, solo lo sabía. Así que estoy listo para escuchar toda la historia.

De pronto, Rafael se encontró contándole todo lo que recordaba del último tiempo; desde aquellas extrañas sensaciones, hasta los sueños que parecían ser suyos, pero en realidad no lo eran; su amigo en todo momento lo escuchó con suma atención.

—Entonces esa noche cuando te escuché gritar, no estabas teniendo una simple pesadilla —comentó Martín—, se trataba de lo mismo. Me siento culpable por no haber podido estar en ese momento.
—No, eso no —Lo interrumpió Rafael—. No quiero que te sientas culpable, no quiero culpas ni nada por el estilo; todo esto es algo que no estaba dentro de lo común, culparnos no sirve de nada.
—Pero entonces ¿Quiere decir que todo esto era una especie de advertencia?
—Eso es lo que concluí después de mucho pensarlo —Explicó el moreno—, es por eso que yo supe lo que iba a pasar; los hechos se están repitiendo.

Martín se lo pensó un momento; en la interna, seguía temeroso de esa situación intangible e inexplicable, pero se esforzaba por hacer que su lado sensato no perdiera el norte.

—Y dices que en esos recuerdos tú y yo somos parecidos a ellos ¿Cómo si hubiésemos reencarnado o algo por el estilo?
—No, no lo veo de esa forma —Explicó Rafael—, porque no son mis recuerdos, no es como si estuviera viendo algo que me pasó antes.
—Pero hay un parecido, eso tiene que significar algo.

Rafael hizo un gesto amplio con los brazos.

—¿Una nueva oportunidad? Te estoy contando que ellos murieron jóvenes, de seguro tendrían nuestra edad o menos; quizás se trata de que volvieron, pero en otra forma, y hay una especie de intento por evitar que se repita una desgracia.
—Sí, eso lo entiendo —Observó el otro hombre, pensativo—, pero hay algo en todo esto que no me deja en paz. ¿Por qué piensas que este hombre que le dices Miguel está muerto?

La pregunta descolocó a Rafael.

—¿Qué? Pues te lo dije, te expliqué todo lo que vi.
—Sí, pero tú no lo sabes de una forma concreta.
—¿De qué estás hablando?

Martín lucía serio y pensativo en esos momentos; incluso con todos los hechos que había escuchado, aun había algo que podía analizar y entender.

—Escucha, no estoy tratando de poner en duda lo que dices, pero este es el asunto: tú, o él en ese caso, vio a su pareja morir. Dijiste que murió en sus brazos y eso es algo que puedo entender muy bien. Pero tú no viste cómo murió Miguel.
—Pues claro que no —Protestó el moreno—, son sus recuerdos, es lógico que no sepa cómo murió.
—Espera, espera, estoy tirando ideas al aire. Dejemos eso ahí un momento ¿Es un incendio?

Eso sí se lo había preguntado con anterioridad, y tenía una respuesta clara para eso.

—No es un incendio; no puedo explicarlo, pero no es un incendio, se trata de otra cosa. No sé adónde quieres llegar, pero él murió allí también, de eso se trata todo esto.

Martín tampoco lo sabía, pero estaba dejando que los pensamientos se volvieran palabras.

—Y dijiste que lo que viste…lo que sucedía es que su pareja tenía estas heridas, y él lo abrazaba al verlo morir.
—Y juraba que estarían juntos.

No supo cómo, pero al repensar en eso, Martín lo compendió.

—Eso es.
—¿Qué?
—La promesa —Explicó con lentitud, mientras aun juntaba todas las piezas—, dijiste que prometía que estarían juntos para siempre, es como jurar que estarían unidos en la muerte, pero ¿Y si no fue así?
—No sé si estoy preparado para lo que sea que me vayas a decir —apuntó Rafael.
—Es sólo que cuando lo pienso, tiene sentido —Afirmó Martín—. Me quedé pensando en lo que dijiste, y piensa que yo no había pensado ni sentido nada antes de ayer. Pero ayer sí sentí algo —Continuó con seriedad—. Sentí que iba a pasar algo malo, y que tú estarías en ese sitio; dijiste que no eran los hechos, que eran las personas, pero ¿Y si en realidad sí fueran las personas, pero no nosotros?
—No entiendo.

Martín se puso de pie e hizo un gesto muy amplio con los manos.

—Yo tampoco; pero esto es lo que estoy tratando de decir: yo pienso que hay una energía, un algo que viene de nosotros y que no termina cuando uno ya no está aquí. Miguel ve herido a su pareja, se aferra a él, promete que estarán juntos en la muerte, pero ¿Y si algo los separó?
—¿Algo como qué? —Preguntó Rafael, con un hilo de voz.
—Una explosión —replicó Martín—. Una explosión como la de ayer ¿Qué pasaría si ellos hubieran estado en otro atentado, pero en vez de una bomba, fueran dos? ¿Qué pasaría si en ese último momento, ocurriera algo que los apartara?

Estaría siempre buscándolo en la eternidad; entonces se trataba de eso, siempre fue eso.

—Tienes razón; Martín, eso es, diste en el clavo. Entonces ¿Es eso?
—Eso creo, te digo que sólo estoy dejando que las palabras salgan por si solas. Si fuera así, entonces todo lo que ha estado pasando sí se repitió, y eso quiere decir que podemos descubrir quiénes son ellos y qué fue lo que sucedió.

Fue a la puerta rápidamente.

—¿Adónde vas?
—A mi departamento, voy por mi laptop.
—Pero tengo un ordenador aquí.
—Rafael, aunque no ejerza, soy analista de datos, y un analista siempre trabaja mejor en su propia máquina. Escucha, esto es una apuesta, pero si todo esto que dije no son solo locuras, quiere decir que podemos rastrear esto. Lo tenemos que intentar.

Poco después estaba de regreso y dispuso el portátil en la mesa; ingresó a una serie de sitios de almacenaje de datos y noticias, hasta que dio con un resultado.

—Mira, no hay muchos atentados con bomba en este país además del de ayer, y suponiendo que la búsqueda sea solo en esta ciudad, hay uno hace dos años, uno hace siete, otro hace doce y nada más; no, espera, hay otro hace treinta años. Es este, en el de hace treinta años murieron varias personas, en el de hace doce uno, y era un señor de edad avanzada.

¿Treinta años atrás? La idea resultaba estremecedora, porque dejaba entrever una historia de dolor mucho más compleja; al mismo tiempo, explicaba ese constante sentimiento de angustia, la necesidad de proteger la intimidad de la pareja, porque en efecto, vivían en una sociedad mucho más agresiva e intolerante.

—¿Dónde fue ese atentado?

Martín se quedó sin palabras al ver la información en el sitio; allí, una foto borrosa en blanco y negro era apenas distinguible en la digitalización de la noticia impresa.

—No puede ser.
—¿Qué?
—La foto —Explicó Martín, aunque sin salir de su asombro—. Rafael, ese atentado hace treinta años fue en la plaza de armas, en el edificio donde se encuentra la catedral.
—Cielos.
—No, no es eso. El otro día estuve ahí, fui a una entrevista de trabajo en la librería que está justo al lado; pasé por el costado del memorial y no me paré a mirarlo.
—Esa es una coincidencia enorme —Apuntó Rafael, sorprendido.
—No estoy hablando de eso. Dentro de la tienda había una foto, era antigua, y cuando la vi, sentí como si antes ya la hubiera visto. Rafael, creo que uno de ellos está en esa foto.

El otro hombre se puso de pie de inmediato al escuchar eso.

—Entonces tenemos que ir; tal vez ahí podamos descubrir algo más.
—¿No prefieres esperar a que ya se termine tu reposo?
—¿Estás loco? —exclamó mientras iba hacia su cuarto—. No puedo dejar pasar esta oportunidad. Me cambio y salimos de inmediato.
—De acuerdo, hagámoslo entonces.

Poco más tarde, los dos amigos llegaron al lugar y se detuvieron ante el memorial de piedra que estaba ubicado en la plaza, enfrente de la iglesia; la estructura fría y oscura ostentaba una placa en donde figuraban nombres de cinco personas.

—En su memoria, para que nunca otra vez pase algo como esto, para que nunca otra vez alguien corte alas.

Rafael leyó la inscripción con una cierta melancolía; estaban cerca, y al mismo tiempo tan irreparablemente lejos de todo aquello.

—Vamos.

En ese momento, todos los vendedores estaban ocupados, de modo que pudieron entrar sin ser interrumpidos; los dos hombres se quedaron quietos, mirando la antigua fotografía en la pared, esperando encontrar algo en ella. Tras unos momentos de análisis, ambos lo hicieron.

—No puedo creerlo; es él, el segundo de la izquierda. Soy yo, es decir, se parece a mí.
—Es cierto —murmuró Rafael—, lo encontramos.


Próximo capítulo: Camino al pasado

Contracorazón Capítulo 23: Sombras




Rafael llegó a su departamento con una gran sensación de desasosiego en su interior, y una serie de contrastes.
De ninguna manera estaba arrepentido de sus actos; lo que sucedió con ese automóvil era la demostración empírica de que estaba en lo correcto, y de ese modo, sus acciones eran las indicadas a pesar de las consecuencias. Sin embargo, las consecuencias no estaban en su rango de opciones, simplemente porque nunca había pensado en el panorama que tuviera lugar tras los acontecimientos que quería evitar; de alguna forma había asumido que al tener éxito en ayudar a Martín, todo volvería a la normalidad eventualmente.
Se quitó la ropa y se miró en el espejo del baño: tenía un moratón enorme en el lado izquierdo de la cadera, lo que explicaba la dificultad al caminar, y algunos raspones en las piernas y brazos; sacó la botella de desinfectante para heridas y se aplicó en las zonas, hasta cierto punto ignorante del escozor que se producía en estas por estar pensando en todo lo sucedido.
Si tenía que enfrentar el perder a Martín como amigo, le parecía un precio justo por haber evitado que le ocurriera algo malo; en ningún momento había pensado en su propio bienestar, y aunque al verlo en retrospectiva había sido muy arriesgado e irresponsable, lo que más le importaba era haberlo conseguido.
Poco después de salir de la ducha vio que su móvil anunciaba una llamada de Martín; a pesar de querer recibir algún tipo de comunicación, lo primero que pensó al respecto es que podría ser una mala noticia, pero dado que no tenía sentido intentar evadir el tema, contestó.

—Martín.
—Hola.

Por primera vez desde que se conocían sintió esa evidente incomodidad del otro lado de la conexión. Se acercó ala ventana y vio que las luces del departamento no estaban encendidas, lo que significaba que de seguro él no se encontraba allí.

—Escucha, yo —el trigueño carraspeó, incómodo—. Sé que cuando sucedió todo me comporté de una forma brusca, fui agresivo y eso no estuvo bien.

Esa expresión graficaba con claridad el carácter noble de Martín, pero de todos modos a Rafael eso se le hizo innecesario.

—No tienes que disculparte.
—No, es lo correcto que reconozca si hice algo mal —lo interrumpió con determinación—, y no estuvo bien que te hablara de ese modo, lo siento.
—No hay nada que disculpar, en serio —replicó Rafael—, además fue una situación tensa, es natural que uno esté angustiado o algo así.
—Sí.

Nuevamente sucedió un silencio, y Rafael se quedó a la espera de lo que fuera que Martín tuviera que decirle; al fin, el otro hombre se animó y siguió hablando.

—Escucha, sobre lo que pasó en la mañana...
—¿Sí?
—No quiero que parezca que soy un malagradecido —era evidente que estaba luchando por conjugar las palabras del modo correcto, al tiempo que batallaba contra un sentimiento que era distinto, o quizás más fuerte de lo que quería decir—, de verdad te agradezco por haberme ayudado cuando sucedió lo del auto.
—Martín...
—Déjame hablar —lo interrumpió con intensidad—, no quiero que te lo tomes a mal, en serio; es muy importante lo que hiciste porque también te arriesgaste mucho cuando pasó eso. Pero eso no cambia lo que dije con respecto a lo que tú dijiste después, porque eso es diferente.

Quería insistir en que no se trataba de situaciones personales, sino del curso de los acontecimientos, pero Martín no lo estaba dejando hablar.

—¿Te has puesto a pensar que en esta vida uno tiene realmente muy pocas cosas? Quiero decir, lo que compramos, o el trabajo, esas cosas vienen y van, pero la vida que tenemos, las experiencias y todo lo que pasó es algo propio. Es único y yo… yo no puedo aceptar que eso no sea mío.
—Nada te va a quitar lo que eres o lo que has vivido —se apuró en decir—, no se trata de eso, en serio.

Pero Martín nuevamente se adelantó y siguió hablando, haciendo caso omiso a sus palabras.

—Como sea, mira, solo olvidemos todo esto ¿De acuerdo? Dejemos pasar unos días hasta que todo quede en el pasado.
—Si no quieres seguir manteniendo contacto conmigo…
—No, no es eso, somos amigos. Solo dejemos que pase el tiempo, para que todo vuelva a ser como antes. Estoy donde mis padres y salí a comprar, ahora tengo que volver.
—De acuerdo.

Pareció que iba a cortar, pero a último momento cambió de opinión y retomó la conversación.

—Le dije a Carlos que te habías despertado con una indigestión y que por eso no habías podido venir; te lo digo para que lo sepas.
—Sí, está bien.
—Hablamos después.

Martín colgó y se quedó sentado en el banco de madera de la plaza en la que estaba; había inventado que quería tomar un determinado tipo de gaseosa y salió a comprarla, pero en realidad era una excusa para salir y hacer esa llamada telefónica con tranquilidad.
¿Por qué entonces se sentía tan incómodo?
Se había dicho que lo correcto era llamar a Rafael y decirle lo que estaba sintiendo, explicarle que no estaba enfadado con él, pero al momento de hacerlo sintió que no estaba usando las palabras correctas, y que además la forma no era la adecuada. Sonaba demasiado frío e impersonal, como si de algún modo no estuviera siendo sincero o transparente por expresarse por teléfono, sin mirarlo a la cara.
Rafael era su amigo y eso no había cambiado para él; que se hubiera puesto en peligro para ayudarlo no solo era un gran gesto, sino que reforzaba el sentimiento de amistad y respeto que tenía hacia él. Pero a la vez hacía que el conflicto por esas palabras fuera más grande, porque de algún modo lo veía como un ataque.
Lo que no quería reconocer es que estaba aterrorizado.
La sola idea de que alguien, quien sea, sugiriera que su vida no estaba dirigida por él sino por alguien más resultaba perturbadora, porque lo dejaba en un espacio donde no había de qué sostenerse. Su núcleo era su familia, sus padres y su hermano, pero pensar que eso pudiera no pertenecerle hacía que se desatara una parte más instintiva de su ser, una que intentaba proteger a los suyos con toda su energía.
El problema en eso es que Rafael era su mejor amigo ¿Cómo lidiar con ambos sentimientos? No quiso admitirlo, pero se dijo que la mejor forma era sepultar ese hecho y las explicaciones de Rafael, y dejar que el tiempo pasara.
Asumir que nada de eso sucedió, aunque en el fondo sabía que eso no era una real solución.

Rafael, en tanto, se quedó pensando en las palabras de Martín, y no pudo evitar quedarse con una sensación agridulce respecto a esa situación; no esperaba bajo ningún término causarle problemas como eso, pero ¿Acaso no era algo parecido a lo que le había pasado a él mismo en un principio, cuando fue consciente de aquellos extraños sueños? La diferencia entre ambos es que a él nadie le había dicho de aquello, se trataba de una experiencia propia, sobre la que había aprendido paso a paso, sintiendo todo tipo de emociones y viviendo también la incredulidad y la negación. Él había tenido toda esa evolución y además el adicional de la visualización en primera persona, que le otorgaba un tipo de conocimiento distinto y que era sensorial, algo que no podía explicar.
¿Se habría roto su amistad?
Odiaba esa incomodidad percibida a lo largo de la llamada; incluso hablando por teléfono, siempre se había mantenido el tono alegre y amistoso entre ambos, por lo que ese cambio era muy brusco y no le agradaba. Era como si Martín no estuviera seguro de qué decir o qué no, o peor aún, que no estuviera decidido a hablar con él ; deseaba que las cosas se arreglaran entre ellos, y aunque en realidad quería compartir esa experiencia, se resignó al silencio y el olvido.
Se tendió de espalda en la cama pensando en todas estas cosas, hasta que el cansancio y el sueño se apoderaron de él.

2


Martín comenzó la semana en que ya estaba sin trabajo con mucho que hacer; la idea que había tenido de comprar elementos para realizar serigrafia y luego venderlos había resultado perfecta, y para ese martes tenía tres acuerdos, de modo que se levantó temprano y se preparó un desayuno contundente para salir lleno de energía.
Estuvo ordenado las cajas con el material que iba a vender, y poco antes de salir habló con una persona que le solicitaba implementos para realizar impresiones permanentes en vidrio; no sabía acerca del tema, pero decidió alargar eso diciendo que estaba realizando una venta en ese momento y devolvería el llamado más tarde para darse tiempo a revisar en la red si existía alguna posibilidad al respecto.
Poco más tarde, cuando ya había entregado la primera caja e iba a entregar una pequeña a otro sitio, recibió una llamaba de su hermano.

—Hola —saludó con energía.
—Hola ¿Cómo va tu día?
—Perfecto —replicó confirmando la hora—, ando de viaje por la ciudad, aplanando las calles; a este paso me voy a convertir en todo un empresario.

Al menos hasta la última vez que hablaron del tema, Carlos se había tomado con tranquilidad lo del trabajo, y bastante curioso con respecto a ese emprendimiento personal; Martín estaba sorprendido por el éxito que estaba teniendo, pero sabía que al ser un tipo de trabajo independiente no podía confiar de forma indefinida en que fuera a funcionar.

—Pero no camines demasiado. ¿Extrañas el auto?
—Solo un poco, la verdad no me molesta caminar —replicó con ligereza—, además lo estoy viendo como una oportunidad de conocer la ciudad, voy a pasar por calles que ni sabía que existían.
—Tienes razón ¿Y cómo está Rafael?

La pregunta lo descolocó, pero reaccionó y habló con la mayor naturalidad posible.

—Bien, está trabajando, claro.
—Me alegro —respondió su hermano menor—, escucha, quería saber si más tarde puedes venir.

Martín se sintió aliviado por el cambio del tema, porque al no haber hablado con Rafael desde el día anterior no sabia nada de él.

—Sí, no creo que tenga algún inconveniente ¿Alguna novedad de tu nueva ocupación?
—Si, algo hay de eso, ahora mismo estaba dibujando.
—Me gusta esa actitud.

Estaba realmente feliz con la energía que tenía su hermano menor para ese proyecto; en un principio había pensado ver la forma de ayudarlo haciendo algún tipo de publicidad o buscando potenciales clientes, pero se detuvo a tiempo para meditar acerca de ese asunto. Su hermano era un jovencito, no un niño, y así como había desarrollado toda esa idea por si solo, era capaz de proseguir por su cuenta, sin que él se entrometiera; su trabajo era estar a su lado y dispuesto a apoyarlo en caso de necesidad.
Miró en la lista de contactos y se quedó un momento en el apartado de Rafael; pensándolo bien, era primera vez desde que entablaron amistad que no hablaban de forma regular, y se dijo que tal vez debería terminar con ese distanciamiento. Hablaría con él al día siguiente.

Mientras tanto, Carlos fue a la sala a hacerle una pregunta a su madre.

—Mamá ¿Qué opinas de Rafael?

Ella lo miró con cariño, aunque ocultando perfectamente lo que estaba sintiendo en realidad; de momento prefería quedarse con la mejor parte de todo eso, que era la genuina preocupación de uno de sus hijos por el otro: esa unión y cariño verdadero era una de las mejores cosas a las que podía aspirar.

—Es un muchacho muy educado, y se preocupa mucho por tu hermano. Pero eso tú ya lo sabes.
—Sí, es solo que me preguntaba si tal vez estaba en lo cierto o no —replicó el muchacho—, a veces no sé si lo que pienso de una persona es así o no.

Ella le indicó que se sentara junto a él.

—Está bien que no confíes en cualquier persona, porque eso te ayuda a estar protegido; pero Rafael no es un desconocido, y yo pienso que sobre él tú ya sabes lo que piensas. Solo tienes que ser honesto y lo vas a poder ver.

3


Por la noche, Martín fue a casa de sus padres; estaba de un humor excelente después de los buenos resultados en sus ventas y estaba convencido de que su hermano también tendría buenas noticias.
No lo eran del todo; su padre le dijo que Carlos había tenido accesos de dolor durante la primera parte de la tarde, aunque no habían sido tan severos como en otras ocasiones. Por esto, estaba descansando en su cuarto.

—¿Se puede?

Tocó a la puerta aunque estaba entreabierta, y esperó a que su hermano contestara; cuando entró, lo vio sentado ante el escritorio, aunque no estaba usando el ordenador. Lucía cansado, ya que como de costumbre lo dejaba con muy pocas fuerzas un acceso de dolor.

—Hola.
—Hola —saludó el joven—, ¿Cómo te fue?

Martín acercó una silla y se sentó a su lado; reprimió las ganas de abrazarlo, presa de la contradicción que vivía en un caso como ese en donde aquel gesto de amor no ayudaría con el malestar de su hermano.

—Bien, vendí todo y tengo un par de pedidos más; y no solo eso, también descubrí que existe algo que se llama impresión con ácido sobre vidrio, y creo que puedo hacer algo de negocio con eso. ¿Cómo va lo tuyo?

El joven hizo un gesto hacia la mesa de trabajo.

—Bien, aunque hoy no hice mucho; estoy aprendiendo a hacer algunos cosas nuevas en el programa de edición, quiero hacer unas pruebas cuando pueda.
—¡Bien! Cuando tengas eso quiero verlo, tus diseños son muy buenos.
—Está bien.

Se miraron por un momento sin hablar, hasta que el menor rompió el silencio entre los dos.

—¿Le dijiste a Rafael que sigue invitado a venir?

Entonces ese era el real motivo de la llamada; en ningún momento en la mañana había podido engañarlo.

—Bueno, es algo obvio porque hubo un inconveniente.
—¿Discutieron?

No era una acusación, pero Martín vio la real preocupación en el rostro de su hermano, y la transparencia de ese sentimiento hizo que fuera imposible para él mentirle, porque hacerlo sería peor que engañarse a sí mismo.

—No, no discutimos —respondió en voz baja.
—Pero él no estaba enfermo el domingo —concluyó el menor—, no fue por eso que no vino ¿O estoy equivocado?

No esperaba esa conversación, porque en el fondo él mismo no había querido afrontar el tema; solo quería cerrar puertas y no hacerse preguntas.

—No, no estaba enfermo. Perdona por decirte esa mentira.
—No me pidas disculpas —replicó Carlos—, no estoy molesto, pero me gustaría saber qué pasó.

Martín suspiró; él no lo sabía con exactitud, pero ante esa pregunta que no podía soslayar, no tenía más opción que enfrentar la realidad.

—Tuvimos una diferencia.
—Entonces discutieron —apuntó el joven.
—No, no discutimos —enfatizó. Ahora todo lo sucedido le sonaba de un tono distinto que cuando ocurrió—, es complicado, tal vez no hice bien en confiar en él.
—Yo no lo creo —replicó el joven, con determinación.

Martín guardó silencio un momento; él mismo no estaba tan seguro de nada en ese instante.

—Todos nos podemos equivocar, yo también cometo errores.
—Sí —exclamó el muchacho; había una nueva intensidad en su voz que demostraba lo convencido que estaba—. Puede ser que te equivoques, pero no en los sentimientos.
—¿A qué te refieres?

Carlos se incorporó un poco de la posición reclinado en la que estaba y lo miró a los ojos; en ese momento, Martín sintió un terrible estremecimiento, al ver esa confianza absoluta depositada en él.

—Rafael es tu amigo, pero hay algo que es especial entre ustedes —reflexionó—, cuando hablan, cuando están juntos, es como si de verdad se conocieran de toda la vida.
Nunca lo había visto de esa forma, pero ahora que lo pienso, es como si él también fuera tu hermano. Y no me molesta ni me da celos, al contrario, porque entendí que tienes a alguien que te cuida y se preocupa, igual que yo te tengo a ti. Rafael es tu amigo, tú lo quieres, y ese sentimiento no puede estar mal.

Martín se quedó sin palabras por largos segundos. Aún sin saber de qué se trataba, su hermano había llegado hasta el punto más importante de todo eso, haciendo referencia a la amistad que lo unía con Rafael; no era una cuestión del tiempo que se conocían, era sobre los lazos que se creaban.

—Tienes razón —dijo al fin—, tengo que solucionarlo.
—Habla con él —concluyó su hermano—, lo que sea que haya sucedido, estoy seguro de que se puede solucionar.

Martín asintió con energía.

—Lo haré. Pero mañana, quiero hablar en persona y solucionarlo todo cara a cara.


4


El miércoles por la mañana, Rafael salió hacia el trabajo con una extraña sensación en su interior; a diferencia de lo que había pasado antes, no había vuelto a tener esos extraños sueños, ni visto otra vez desde los ojos de Miguel. Esto significaba que todo estaba resuelto, que no podía ver más en ese pasado porque el mensaje que le entregaba había sido recibido, y él había cumplido con su objetivo.
Debería sentirse contento y satisfecho, pero en realidad se sentía acongojado, como si de alguna forma todo lo que hubiera hecho no fuera un real éxito.
¿Tendría eso que ver con el distanciamiento con Martín? Había intentado no pensar en eso, decirse que si él había tenido el buen gesto de llamarlo para intentar arreglar las cosas, eso quería decir que de verdad estaba dispuesto a hacerlo, aunque quizás le llevara más tiempo.
Llegó a la tienda y se encerró en la oficina, intentando despejar sus ideas; su mente vagó de un punto a otro mientras él iba de una labor a la siguiente sin hacer algo concreto. La inquietud lo estaba torturando porque no sabia cómo actuar, y al tratarse de un caso tan extraño como ese, seguir cualquier patrón de acción común no sería lo indicado; sólo le quedaba esperar. Le pareció que esa mañana las horas pasaban lentamente.

—¿Se puede?
—Claro, adelante —respondió, distraído.

Jaime, uno de los vendedores más nuevos entró en la oficina; tenía cara de estar con un conflicto.

—Rafael, llamó un señor por un asunto con una factura.
—¿Qué clase de asunto? —preguntó sin comprender.
—Dice que le entregaron ayer un pedido pero que no dejaron la guía de despacho correcta.

Rafael intentó asociar esa explicación con algo en concreto mientras miraba de forma distraída la hora: casi las once; después de un instante recordó que el día anterior habían hecho un despacho de productos a una oficina, algo que se realizaba en muy pocas ocasiones.

—Dame un minuto.

Revolvió los documentos indicados hasta que localizó la copia de la guía; en efecto, quien llevó el pedido le dejó al cliente la copia incorrecta del documento que respaldaba la compra.

—Ya sé lo que es, es cierto. Hay que ir a dejar esto.
—¿Ahora? —preguntó el vendedor—. Estamos un poco llenos.
—No —replicó poniéndose de pie—, sigan atendiendo, yo me encargo de esto, gracias.

Se dijo que ya que estaba tan desconcentrado, podía ser buena idea salir y despejarse, además de hacer algo útil.
Tendría que tomar el tren subterráneo y desplazarse algunas estaciones, después de lo cual tendría que salir a la calle y desplazarse unas dos cuadras hasta la dirección indicada.
En el interior de esa estación de metro había un pequeño centro comercial compuesto por dos pasajes paralelos en los que había tiendas de todo tipo; se dijo que después de entregar el documento indicado podría regresar allí y darse un gusto como tomar un café o un helado, para animarse y poder continuar con el día de una mejor forma que como lo había empezado. De seguro se desocuparía antes del mediodía, y confiaba en regresar a la tienda con un ánimo mucho más elevado.
Antes de salir, vio que su teléfono móvil estaba en la ultima barra de energía; había olvidado cargarlo y no tenía el cargador rápido en el trabajo. Dudó por un momento en dejarlo, pero si de todas formas estaba con batería baja, al apagarse no podría contestar las llamadas; en cualquier caso dudaba que alguien lo fuese a llamar.
Cuando salió de la tienda se encontró con un día luminoso y un poco cálido, y se dijo que había sido una buena idea salir, porque con ayuda de esa brillante jornada podría retomar fuerzas y comportarse como el mismo de siempre.
Estaba decidido: después de solucionar el asunto del documento, regresaría a ese pequeño centro comercial subterráneo y tomaría un café o algo delicioso antes de volver a sus labores.

2


Martín salió de la estación de metro a una despejada mañana; no traía los anteojos de sol, de modo que tuvo que esperar un instante hasta que sus ojos se acostumbraran a la luz del día, muy distinta de la luz blanca artificial del tren subterráneo. Faltaba poco para mediodía y tenía algo de hambre, pero aún no era hora de almorzar; se dijo que era curioso que la persona con quien se iba a reunir dentro de un par de minutos hubiera cambiado el lugar de la entrega del producto a última hora, porque de no ser así...

—Qué raro.

Se quedó de pie en mitad de la acera, y de pronto, muchas cosas cobraron sentido en su mente, como si hubiera encontrado sin querer la última pieza de un rompecabezas, la que permitía ver la imagen por completo. Se trataba del mismo hecho, pero cambiado por una decisión de ultimo minuto; él no tenía pensado salir de la estación, sino hacer la entrega del producto, y luego retomar el tren subterráneo en otra dirección.
No eran las personas, eran los hechos.

—No puede ser.

Sintió un escalofrío. En ese momento, poco antes del mediodía, él no habría estado ahí en la calle si las cosas no hubieran cambiado de forma subrepticia; de no haberse producido aquel cambio insignificante de última hora, estaría al interior del pequeño y abovedado centro comercial contiguo a la entrada de la estación de metro. Del mismo modo que un par de días antes decidió tomar por cierta calle en vez de por otra; cuando casi fue atropellado, eso quizás no habría sucedido de no ser porque él quiso virar en determinada esquina. Pero el auto habría pasado del mismo modo por el mismo sitio, aunque él no estuviera ahí.
Era el día en que había decidido hablar cara a cara con Rafael, para solucionar los malos entendidos.

— ¡Rafael!

Estaba ahí; no supo cómo, pero en su interior encontró la respuesta: de alguna forma, Rafael había ido hacia ese punto, y se dijo que de la misma forma, él estaría también ahí. ¿lo había seguido? Descartó la idea de inmediato, en primer lugar porque su amigo jamás haría algo como eso, y en segundo, porque de alguna forma Rafael anticipaba cosas que iban a pasar. Antes no lo había seguido, lo que había hecho era adelantarse.
Comenzó a caminar rápido de vuelta al acceso al centro comercial, mirando en todas direcciones, tratando de encontrarlo; de pronto entendió que todo su enojo con él no era otra cosa que miedo, un miedo irracional a que un acontecimiento del pasado pudiera quitarle su vida y su identidad. Pero nunca se había tratado de eso, no era sobre identidades, era acerca de hechos, y la humanidad vivía ciclos ¿Por qué no podía repetirse uno de ellos? No un acontecimiento global, pero sí algo más pequeño, dentro de un país, en una ciudad, en un día como ese, hace mucho tiempo atrás, y nuevamente en el presente. Rafael había dicho que fue hasta el lugar en donde ocurrió lo del automóvil porque presintió que ocurriría una desgracia, y la había evitado, pero ¿Y si esa desgracia estaba a punto de suceder de nuevo?
Bajó corriendo las escaleras y regresó al centro comercial, en donde el movimiento habitual de vendedores y pasajeros parecía por completo fuera de lugar con lo que estaba pasando por su mente; se maldijo por no recordar bien todo lo que le había dicho ese día, por haber estado tan ofuscado, y ciego. Mientras caminaba por uno de los pasillos, mirando a todas direcciones, marcó en su móvil el número de Rafael, pero en ese momento estaba fuera de línea.
¿Podía estar imaginando cosas? Descartó de inmediato esa opción, y se dijo que tenía que seguir su primera idea, que si algo le decía que estaba sucediendo algo malo o potencialmente peligroso, tenía que agotar todas las posibilidades hasta resolverlo, y que esa vez no iba a escapar.
Pero buscar a una persona ahí era como tatar de encontrar una aguja en un pajar.
Cuando terminó de recorrer los dos pasillos que conformaban el pequeño centro comercial sintió que se estaba quedando sin opciones, y regresó otra vez sobre sus pasos, agudizando la mirada, tratando de encontrarlo.
El centro comercial estaba conectado por la entrada nor oriente con la estación del tren subterráneo; en la zona previa a los andenes estaba la boletería central, que era un rectángulo con ventanillas de atención por los cuatro costados, a un lado los torniquetes de acceso y las puertas de salida del andén, y mucho espacio para desplazarse de un punto a otro, hasta la salida del extremo opuesto, que daba a la escalera con salida norte. Miró hacia un punto y otro, tratando de localizarlo, y repentinamente lo vio, apareciendo por el umbral ubicado del extremo contrario a donde estaba él.

—¡Rafael!

Su exclamación fue engullida por el ruido alrededor, pero se sintió tranquilo de haber seguido ese presentimiento y ver que Rafael estaba bien.
Pero, repentinamente, un violento sonido quebró el cotidiano bullicio del sitio en el que se encontraba; la explosión que azotó las paredes del lugar fue como un golpe sordo que engulló todos los sonidos alrededor, desatando gritos e histeria de parte de las decenas de personas que transitaban por la estación. 

—¡Rafael!

Su grito fue insuficiente; intentó correr en su dirección, pero la explosión había hecho que todos alrededor intentaran correr y ponerse a salvo, por lo que varias personas chocaron con él o lo apartaron sin prestarle atención.

—¡Rafael!

Volvió a gritar, pero fue inútil: el caos se había apoderado de todos, y los gritos y desesperación se convirtieron solo en la decoración de un sonido más intenso, el que era como un trueno que retumbaba contra las paredes. Se dijo, mientras avanzaba con dificultad entre la marea de gente, que no era posible, que no podía ser que la tragedia predicha por su amigo se hiciera realidad de esa forma, frente a sus ojos.

—¡Rafael!

Logró llegar al punto, que estaba distante de la zona de la explosión por pocos metros; el olor a plástico y metal quemado inundó sus fosas nasales, y la visión de otras personas, caídas o heridas nubló su visión, pero lo que captó todos sus sentidos fue verlo: estaba tendido en el piso, contra la pared de piedra, en una extraña posición; impactado por lo que estaba presenciando, Martín se arrodilló junto a él, sintiendo el calor del suelo quemado e irradiado por la explosión.

—Rafael.

Sintió su voz temblorosa al hablar; de rodillas en el suelo tomó a su amigo por el torso con la mano izquierda y sostuvo su cabeza con la derecha, pero la retiró un instante, al sentir el líquido caliente contra la palma.

—Rafael, contéstame por favor.

Sostuvo su cabeza con la izquierda, intentando hacer caso omiso a la sangre que brotaba; miró en todas direcciones y pidió por ayuda, pero nadie escuchó sus gritos, y si fueron escuchados, nadie atendió.

—Rafael, contéstame.

El otro hombre reaccionó y entreabrió los ojos, enfocando una débil mirada en él.

—Martín —murmuró con debilidad.
—Estoy aquí, estoy aquí —replicó el trigueño, desesperado—, resiste por favor.

El rostro de Rafael esbozó una levísima sonrisa, y con una temblorosa mano sujetó su antebrazo.

—¿Estás bien?
—Resiste —exclamó el otro, sujetándolo con fuerza—, te voy a ayudar.
—Me alegra —murmuró débilmente—, me alegra que estés bien...

Se desvaneció por completo. Martín lo sujetó con fuerza, sin saber qué hacer, mirando en todas direcciones, gritando por ayuda.

—Despierta por favor. Rafael no cierres los ojos ¡Ayuda, ayúdenme!


Próximo capítulo: Nunca volverá a pasar

Contracorazón Capítulo 22: Último momento




El jueves 29 de noviembre había sido una jornada muy tranquila en la tienda, y esto permitió que Rafael terminara las nóminas de producto, enviara las planillas y estampara la firma digital en una serie de documentos; con la asistencia del personal completada y los registros de solicitud en línea, había terminado su trabajo para esa semana y el término del mes estaba completo.
Podría ir a vender junto con los demás, como era su costumbre, pero ese día no lo hizo.
Había sido particularmente difícil mantener la máscara de cordialidad y normalidad durante todos esos días, pero en esa jornada le estaba resultando casi imposible, por causa de un sentimiento de anticipación que era más y más fuerte; lo que sea que estaba por ocurrir, se acercaba a pasos agigantados, y no podía hacer mucho por evitarlo.
En realidad, nada.
Salió a almorzar fuera de la tienda otra vez; mientras caminaba con la mirada perdida, sintió que el móvil en su bolsillo anunciaba una llamada entrante.
Era Martín.

Durante los últimos días había mantenido contacto sólo por las redes, rehuyendo cualquier posibilidad de encuentro fortuito incluso en el balcón de su departamento, cerrando la puerta, en un intento inútil y absurdo por alejar de él la desgracia que se avecinaba. En ocasiones se preguntaba si su amigo habría notado esa sutil diferencia de comportamiento, pero luego descartaba esa idea por completo: hasta el momento estaba a salvo de cualquier tipo de conjetura, y esa ignorancia era una protección.
Débil y casi transparente.

—Hola Martín.
—Hola —Saludó el otro con entusiasmo—, no estoy interrumpiendo ¿verdad?

No, claro que no; pero a pesar que siempre era grato hablar con su amigo, en esa ocasión la llamaba tenía un color que era imposible pasar por alto.

—No, estoy yendo a almorzar.
—Bueno, eso significa que no estoy llamado en el mejor momento —Bromeó Martín—, pero no tengo otra alternativa porque tú insististe.

De hecho, había reiterado que tan pronto tuviera noticias acerca de su trabajo, le contara de inmediato, y eso era lo que estaba haciendo; Rafael había descubierto, uniendo trozos de sueño y recuerdos, que a partir de cierto acontecimiento todo cambiaría para siempre.

—¿Yo insistí?
—Sí, hombre, me escribiste como en una docena de momentos diferentes que te avisara cuanto supiera lo del trabajo, así que entendí el mensaje.

Por un momento, Rafael quiso congelar todo de alguna forma y detener el avance de esa conversación, pero tuvo que mantener la actitud de siempre.

—Entonces ya sabes qué va a ocurrir —dijo aparentando normalidad.
—Sí, mi futuro ya está definido. Llego hasta mañana, mi jefe me lo acaba de confirmar.

El hombre se quedó de pie en la acera, aparentando mirar la vitrina, aunque en realidad no veía nada; todo estaba a punto de confirmarse.

—Martín, lo lamento.
—No, está bien, no te preocupes por eso —replicó el otro—. En estos días he estado yendo a varias entrevistas y estoy seguro de que va a salir algo.

Estaba a punto de suceder; todo coincidía de forma alarmante, tanto que casi pudo anticipar las palabras que iba a escuchar.

—Espero que todo se resuelva bien.
—Sí, algo va a salir, estoy seguro de eso.

No lo digas, no lo digas, se repitió internamente, rogando que en esa ocasión las cosas no siguieran el mismo camino que en su sueño.

—Pero también quería hablar de algo más —Siguió con tono ligero— ¿Recuerdas lo que te conté sobre el emprendimiento de Carlos?
—Sí, por supuesto.
—Pues escucha esto: acaban de pagarle su primer trabajo y está como loco, no hay forma de controlarlo.
—Me alegro mucho —replicó Rafael casi de forma mecánica.
—Sí, es genial, yo sabía que tiene talento. Entonces, lo que sucede es que insistió en que este domingo quiere invitar una pizza y quiere que estés ahí; dice que quiere que compartas con nosotros y me exigió que te convenciera a como de lugar.

Rafael sintió que se quedaba sin aire mientras escuchaba las palabras de Martín; en uno de los recuerdos que habían sucedido en las noches donde se obligaba a entrar en esa zona tan insegura, descubrió que había un punto especial, un paso final antes de la tragedia que había terminado para siempre con sus sueños y esperanzas. Antes de eso, había una invitación, un momento para reunirse, que Rafael entendió como la misma jornada en donde todo había terminado.
Una invitación a la casa de los padres de Martín, adonde ninguno de los iba a llegar.

—¿Este domingo?
—Sí, dime que no tienes otro plan por favor —Rio del otro lado de la conexión —, si llego sin ti va a estar molestándome toda la tarde.

¿Qué conseguía con negarse a ir? Cerrar los ojos no serviría de mucho en ese momento, de modo que sólo le quedaba la opción de ir a la ofensiva en ese camino.

—Claro que me gustaría ir —replicó hablando despacio, modulando muy bien las palabras para que no se escuchara su nerviosismo—. Me decías que es este domingo ¿No es así?
—Sí, a la hora de almuerzo.

Había estado ansiando y rechazando a partes iguales ese momento, porque por un lado sentía que era la oportunidad de pasar desde la vereda de la contemplación hacia la de la acción, y ese era el fin último de todo lo que había pasado hasta entonces, pero al mismo tiempo confirmaba que había un hecho de enormes proporciones ante el cual no sabría si tendría éxito ¿Podría perdonarse de no tenerlo?

—Entonces supongo que salimos de aquí, como la otra vez —intentó sonar lo más natural posible.
—No puedo —replicó de inmediato—, olvidé decirte que no voy a estar aquí en la mañana. ¿Te das cuenta que hace días que no nos vemos? Bueno, el tema es que encontré unos productos para serigrafía a un precio muy bueno, me arriesgué y los estoy vendiendo, es un buen ingreso extra y no me quita tiempo, así que iré a vender eso y de ahí voy donde mis padres. Nos encontramos allá.

Un obstáculo inesperado, pero no por ello menos sorpresivo; el momento crítico sucedería cuanto Rafael no estuviera presente.

—Sí, por supuesto. ¿A qué hora tienes pensado llegar?
—A la una y media, es el momento más indicado.

Tenía que sacar mas información de alguna manera, no quedarse con lo mínimo; se forzó a seguir el hilo, ignorando por completo el temor y la angustia que lo llenaba en esos momentos.

—¿Y dónde vas a ir a hacer esa venta? —preguntó forzando un tono casual—. Supongo que no son muchas cosas.
—No, es solo una caja, no es demasiado grande; y es cerca del Centro comercial plaza Centenario, así que tampoco es difícil llegar allá y devolverme. ¿Quedamos entonces?

De nada servía que alargara más esa situación, ya que todo estaba determinado desde antes de ese momento; lo único que podía hacer era esperar a que todo resultara bien.

—Claro que sí. Nos vemos allá.
—Genial, estamos hablando.

Finalizó la llamada y siguió con la vista fija en un punto que no podía alcanzar con facilidad; de momento, todo el camino de sombras se despejaba para conducir en una sola dirección.
Por un momento se planteó inventar algo de último recurso y decirle que quería acompañarlo; podría usar cualquier excusa y justificar como fuera su inclusión en esa salida, pero tuvo que admitir que esa vía era la menos apropiada, porque reducía su campo de acción al mínimo.
Para tratar de evitar que ocurriera una desgracia necesitaba libertad de movimiento, y poder desplazarse sin que Martín lo supiera.

Por la noche, en su casa, Rafael tuvo que reconocerse así mismo que estaba aterrorizado; la posibilidad de un accidente o cualquier tipo de evento que pudiera poner en peligro a Martín lo desequilibraba, de la misma manera que poco tiempo atrás el asalto a Mariano le causó el horror de pensar que él o Magdalena estuvieran en peligro.
La idea de algún ser querido expuesto a algún peligro se le hacía inconcebible.
Quiso llamar a mamá, pero desistió de hacerle por sentirse demasiado cansado y débil como para resistir el escrutinio, o incluso el elocuente silencio de ella mientras hablaba; necesitaba su abrazo y su consejo, pero no podía exigirle a una madre que se expusiera a saber que su hijo podía estar en riesgo por ayudar a otra persona, y mucho menos podía decirle todo lo que estaba pasando.
Tendría que ser fuerte y estar dispuesto, con la mente clara y el corazón abierto para poder comprender todo con detalles, y ser capaz de alcanzar su objetivo.
No había espacio para las dudas, y tampoco tiempo para tenerlas, porque escaseaban las horas para que se cumpliera un plazo del que no tenía más que temores; la cita era ese domingo, pero sabia que ninguno de los dos llegaría a tiempo. Faltaba saber si eso sería por una buena o una mala razón.

2


Iba a suceder ese domingo, y ya no había nada más que pudiera hacer; Rafael se levantó temprano, y después de darse una ducha y afeitarse, escogió ropa cómoda y se preparó para algo que consideraba inevitable. No necesitaba arreglarse, pero lo hizo para mantenerse ocupado y en control.
Por un momento pensó dejar un mensaje escrito, pero cambió de opinión; no tenìa que despedirse, porque no era el final; de todos modos, antes de salir echó una mirada al interior de su departamento, y no pudo menos que detenerse en las pequeñas cosas que había hecho para convertir ese sitio en su hogar. Desde los muebles hasta los objetos decorativos, pasando por las distintas experiencias acumulabas en el día a día, habían transformado ese espacio en algo propio.
No era una despedida, no tenía que serlo.
Se sintió extraño y ajeno deambulando por las calles del sector al que se dirigió; era como si, a pesar de no conocer el lugar, supiera con exactitud hacia dónde dirigir sus pasos. Ahí, entre estas calles, cerca de alguna de esas viviendas, un peligro que aún no tenía un cuerpo concreto estaba demasiado cerca de Martín, su amigo tan querido.
Guiado por este inexplicable sentimiento, Rafael caminó calles y calles buscando algo que no podía localizar a simple vista, siempre viendo la hora, temiendo no poder hacer algo antes que los minutos pasaran; no era mucho después del mediodía, el tiempo se había agotado.

De pronto vio a Martín, lejano por dos cuadras, caminando despreocupadamente mientras llevaba una caja de cartón en las manos; dos cuadras no parecían demasiado, y al verlo en buenas condiciones, sintió un alivio similar que cuando le dijeron que Mariano estaba fuera de peligro. Caminó tras él apurando el paso, pensando en cuál sería la mejor forma de abordarlo por duodécima vez, y al mismo tiempo pensando en cómo podría anticipar ese peligro cuando estuviera cerca.
Estaba a poco menos de una cuadra, apurando el paso, pero aún indeciso sobre abordarlo o no, cuando sucedió. Primero sintió el sonido del motor, y luego su vista captó el movimiento irregular de un automóvil que iba de oriente a poniente por la calle que era el siguiente cruce; Martín, sin tener una visual completa por causa de la caja, simplemente se había quedado de pie en la vereda, esperando que el vehículo cruzara para proseguir su camino, y al ver ambos puntos desde donde estaba, Rafael entendió todo.
No pensó, no habló ni calculó nada, actuando puramente por instinto; corrió hacia Martín a toda velocidad en el mismo momento en que el automóvil se subía a la vereda por el mismo lado donde estaba este, y apenas con tiempo disponible, lo sujetó por el torso y jaló de él con toda la fuerza de cuerpo.
Después el atronador sonido de los frenos se mezcló con el chirrido de los reumáticos con el asfalto y todo se convirtió en un borrón.
Un momento después pudo enfocar la vista y comprendió qué más había sucedido; el automóvil, en claro descontrol, se subió a la vereda, pasó por milímetros del punto en donde ambos estaban un segundo antes, y sin detenerse siguió su ruta, cruzando la calle a mayor velocidad.
Ambos estaban en el suelo, la caja caída a un par de metros de distancia; Rafael, con el corazón oprimido, volteó en dirección a Martín, quien estaba pálido y mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Martín ¡Estás bien?

El otro no respondió; respiraba agitado, y por un momento su vista vagó desde el punto en donde ambos estaban hacia él y hacia la calle. Rafael se había golpeado el brazo izquierdo y le dolía muchísimo la cadera, pero ignoró esto y se acercó a él, medio de rodillas.

—Martín, contéstame.

El otro lo miró de hito en hito, y Rafael vio que estaba asustado, probablemente en estado de shock por causa de lo ocurrido. Pero estaba bien, y aparentemente el peligro ya había pasado.

—Martín ¿Tienes alguna herida?

Intentó acercarse, pero el trigueño apartó su mano y trató de ponerse de pie, aunque le fallaron las piernas.

—Madre santa —exclamó una mujer mayor saliendo de la casa más cercana—, eso fue un auto, se sintió hasta adentro. Voy a llamar a la ambulancia.
—No es necesario —respondió Rafael—, estamos bien, alcanzamos a esquivarlo.

Dejó de oírla para concentrarse en Martín; el hombre, con el cuerpo tembloroso, logró ponerse de pie, aunque seguía en el mismo estado que antes. Rafael se paró también y se acercó, dispuesto a ayudarlo.

—¿Tienes algún golpe fuerte? Déjame ayudarte.

Pero el otro reaccionó violentamente y se apartó de él, al punto de chocar con la reja; por un instante miró alternadamente a la anciana y a él, hasta que pudo hablar, y lo hizo con una voz ahogada y ronca.

—Tú... —dudó un instante, atenazado por un sentimiento que Rafael aún no lograba interpretar—. ¿Cómo?

La pregunta quedó vagando en el aire, y Rafael entendió que, pese a lo sorpresivo del hecho, Martín no había pasado por alto el asunto central de todo eso.

—Tú no estabas aquí —dijo con voz seca—, no estabas.
—Martín…

No había pensado en algo para un caso como ese; había estado tan cerrado en ayudarlo a como diera lugar que no había meditado acerca de lo imposible que era que él mismo estuviera en ese sitio.

—Martín, salgamos de aquí, creo que tienes una herida en el brazo.
—¿Cómo? —Repitió, con tono acusador—. No puede ser, tú no estabas aquí, dime cómo.
—Martín, yo…

No supo qué decir, y esta duda se vio en su rostro; con la expresión desencajada, Martín se acercó a la caja, la tomó comenzó a caminar, torpemente, pero intentando hacerlo con rapidez.
Eso era algo que Rafael no tenía contemplado; nunca pensó que llegara hasta ese punto, pero al estar sucediendo, era evidente que su inexplicable presencia era tan confusa como el accidente en sí.

—Martín, espera.

Rengueando por el golpe en la cadera, logró darle alcance y se interpuso; los ojos de su amigo expresaban temor y angustia, y por un momento no supo qué hacer. Después de unos segundos dejó la caja en el suelo y se frotó los ojos con los talones de las manos, casi de forma frenética.

—Está bien, está bien, estoy histérico —murmuró, aunque parecía que hablaba más para sí mismo—, solo... rayos...

Se puso de cuclillas respirando con agitación; inspiró y soltó aire con fuerza, como si en el acto de exhalar estuviera tratando de librarse del nerviosismo que se había apoderado de su ser.

—Martín ¿Por qué no nos vamos? Fue una experiencia fuerte, hay que descansar...
—No me respondiste la pregunta.

Se puso de pie y lo enfrentó; había duda y miedo en su expresión ¿Era ese el precio?

—Martín...
—Rafael, tú eres mi amigo —continuó, con algo más de fuerza en la voz—, te hice una pregunta.

Rafael no sabía qué hacer; no se le había pasado por la mente que ocurriera eso, siempre pensó en ponerlo a salvo del peligro y que con eso las cosas se solucionarían por completo.

—Hablemos en otro momento.
—No, no evadas el tema —titubeó, a todas luces aún estaba procesando todo lo ocurrido—, no quiero hablarlo en otro momento. Escucha —su voz se suavizó, apenas lo suficiente para demostrar que lo que iba a decir era genuino—, que te agradezco, claro que sí, prácticamente salvaste mi vida, pero no entiendo cómo pudiste hacerlo.
—Yo —también se sintió dular. Pero tenía que hacer algo, o al menos intentarlo—, tuve un presentimiento.
—¿De que un automóvil se iba a subir en esa vereda y me iba a atropellar, justo en esa esquina, justo hoy, a esta hora? —Martín lo miró estupefacto—, Rafael, tú sabes que eso no es ni lo mínimo suficiente. Dime qué es lo que está sucediendo.

El moreno no supo qué contestar; ahora que había logrado su objetivo, que un imprevisto había estado a punto de dañar a alguien importante para él y lo había evitado, se encontraba frente a un escenario que de ningún modo esperaba.

—Martín, yo...
—¿Me estabas siguiendo? —en su voz había un matiz muy fuerte de duda, como si él mismo fuera incapaz de creer en esa posibilidad—. Tienes que decirme.
—Yo...
—Rafael, somos amigos —lo apuntó con una mano temblorosa—, te he tenido confianza más que cualquier otra persona, te exijo que me expliques lo que está pasando, no puedes creer realmente que voy a ignorar que apareciste aquí de esta forma. Nosotros —su voz volvió a temblar, pero se repuso—, hablamos por teléfono, te dije que iba a andar por estos lados, pero no dije nada más.

Ahora podía comprender el miedo que estaba sintiendo Martín, porque de alguna forma era el mismo que había experimentado él; se trataba de un temor a algo desconocido, a que un hecho influyera de un modo inesperado en su vida. Era una reacción natural y justificada, y no podía evadirla.

—No quiero que te hagas una idea equivocada de...
—Tú no sabes lo que yo estoy pensando —replicó el otro, con firmeza—, tienes que decírmelo, no puedes quedarte callado.

¿Qué podía hacer? La débil excusa de un presentimiento no había sido suficiente, pero la perspectiva de inventar otra mentira mayor para cubrir eso resultaba aún peor. Estaba acorralado y no tenía más opciones.

—Vas a pensar que estoy loco.
—No decidas por mí, solo dilo.
—Yo —volvió a titubear, hasta que al fin se rindió—, sí fue un presentimiento, pero no de la forma en que lo son usualmente; hace unos días empecé a ver...son recuerdos, son cosas que han pasado antes. Y cuando vi esas cosas supe que algo malo iba a pasar, porque en el pasado ya ocurrió.
Yo vi a alguien en el pasado y era como tú; yo solo estaba tratando de evitar que pasara algo malo como en el pasado, eso es todo lo que quería.

Martín lo miró, estupefacto.

—¿El pasado? ¿Alguien como yo? ¿Te estás escuchando, tienes alguna idea de lo que estás diciendo?

Su voz se había elevado hasta convertirse en un grito ronco; Rafael entendió que estaba tirando por la borda todo el tiempo y la confianza ganada en ese tiempo, pero internamente se resignó a esa realidad. Si el precio de salvar a su amigo era perder su amistad, lo aceptaría.

—Sé que suena extraño —Se esforzó por explicar—, a mí también me costó entenderlo.
—¿Extraño? —exclamó el otro—. Estás equivocado, no suena extraño, suena completamente demente. ¿Alguien en el pasado, yo? —Repitió, articulando cada sílaba—. ¿Me estás diciendo que esto no es real, que no es mi vida, que es la de alguien más?
—No, no es sobre ti, no eres tú —rogó, tratando de convencerlo—. No es sobre las personas, es sobre los hechos; sé que suena a una locura, pero lo que acaba de pasar demuestra que estaba en lo cierto, ahora ya pasó, ahora todo puede volver a la normalidad.

La expresión de Martín demostraba que no estaba en absoluto de acuerdo con eso; lo miró como si no lo conociera, como si no tuvieran la confianza y el respeto que construyeron desde que se conocieron.

—¿Normalidad? —Repitió, con la garganta apretada—. Rafael, me dices que tuviste una especie de visión de algo malo que le pasó a alguien que se parece a mí, y se supone que me tengo que quedar tan tranquilo ¿Qué te pasa? Esto es demencial, no tiene ningún sentido ¿Por qué me estás diciendo esto? Esta es mi vida, no es la de alguien más ¿Me escuchaste?

Con una nueva fuerza, que sin duda era guiada por el miedo que despertó en él todo eso, el hombre recogió la caja y se dispuso a continuar caminando.

—Escucha, te agradezco que me hayas ayudado, de verdad. Pero no puedes esperar que después de eso que dijiste no sucede nada.
—Martín.

Le había dado la espalda, pero se detuvo cuando lo escuchó llamarlo. Todo estaba en juego en ese momento, y pendía de un hilo.

—Fui sincero contigo porque tú me lo pediste; no quería que te pasara algo malo.
—Y te lo agradezco —replicó Martín.
—No quería causar ningún daño; no es algo contigo, es sobre los hechos, solo quiero que lo sepas.
—Es mejor que hablemos en otro momento.
—Pero —tuvo que preguntar, al menos para no quedar con esa incertidumbre—,  necesito saber si maté esta amistad.
—Toma distancia, es mejor que pienses las cosas —le respondió Martín—, piensa en lo que me dijiste, esto no es normal.
—Martín…
—En serio —lo interrumpió con voz más cortante—, toma un poco de distancia, de verdad.

Siguió su camino, dejando a Rafael solo en la vereda.

3


Martín sabía que no iba a poder sostener la mentira durante demasiado tiempo, pero al menos lo intentó; fue a su departamento tan pronto como realizó la entrega de la caja con los productos que iba a vender, y se sintió un poco más seguro. Sabía que era un acto infantil, pero cerró la puerta que daba apequeno balón y corrió la cortina, tras lo cual se quitó la ropa y se metió bajo la ducha.
Tenía una rasmilladura bastante extensa en el brazo derecho, y eso explicaba la sangre que había visto en alguna de sus prendas, además le dolía un tobillo, seguramente por causa de la caída; no quería pensar en el auto que casi lo atropella, ni en Rafael ni en nada que tuviera que ver con eso, solo quería pensar en el sonido del agua y en lo refrescante que era estar bajo ella.
Después de ducharse durante lo que se le antojó un tiempo muy corto, confirmó la hora y vio que tenía el tiempo justo para llegar a la casa de sus padres; disimuló la herida en el brazo con una camisa de mangas largas, pero estaba consciente de que no iba a poder tener un éxito permanente.
Cuando llegó a su casa, su madre fue la primera en hacer preguntas.

—¿Cómo estás? Te veo un poco pálido.
—Hola mamá —la saludó con un beso en la mejilla mientras entraba —, estoy bien, sólo tengo sueño porque me levanté temprano para hacer la venta.
—¿Y tu amigo no viene contigo? —preguntó ella con curiosidad—, creí que vendrían juntos.
—No ve a poder venir —respondió él—, no se siente bien, está enfermo y tuvo que quedarse guardando reposo.
—Oh.

La exclamación había sido dicha por su hermano, quien precisamente en ese momento estaba saliendo al jardín; Martín sintió una punzada de culpa por decirle esa mentira, pero luego de lo que había pasado se le hacía imposible hacer algo diferente.

—¿Y qué le sucedió?
—Algo que comió —había practicado las palabras que iba a usar y se apegó a esa versión—, hablamos temprano y me dijo que casi no había dormido y que se sentía mal; al principio insistió en venir, pero un poco después del mediodía me dijo que no mejoraba y que se quedaría durmiendo.

Carlos no disimuló una cierta decepción por ese cambio de planes, pero hizo un esfuerzo por reponerse de inmediato.

—Bueno, es una lástima, pero si no se siente bien es mejor que descanse ¿No es así?
—Sí, yo le dije lo mismo —replicó con evasivas.
—Además —agregó el muchacho—, puede venir otro día.

Martín se limitó a sonreírle mientras entraban, sintiéndose incapaz de responder de forma concreta a una sugerencia tan especifica como esa. ¿Cómo iba a resolver eso más adelante? Se dijo que no importaba, que encontraría alguna forma de salvar las apariencias, pero que lo iría resolviendo a medida que fuera necesario.

—Espera aquí, quiero mostrarte algo.

Martín pensó que los dudas estaban superadas, pero mientras su hermano entraba en su cuarto, su madre le dedicó una mirada cargada de intención.

—¿Qué sucedió?
—Mamá, no es el momento —replicó él en voz baja.
—¿Qué te pasó en el brazo? —la pregunta camuflaba muy bien un tono de alarma.
—Nada, no es nada, sólo me caí cuando iba a hacer la venta, eso es todo. ¿Podemos cambiar de tema?

Ella le dedicó una mirada reprobatoria.

—Pues como tú quieras, pero ten cuidado.

Era una advertencia que no tenía un nombre concreto, pero que explicaba con claridad el sentimiento de ella; sabía que algo no estaba bien con él, y seguramente sospechaba que lo de la supuesta enfermedad de Rafael no era real, pero estaba dejando que él lo resolviera, al menos de momento y mientras eso no afectara el funcionamiento de la familia.
No quería enfrentar lo sucedido, ni pensar en ello de forma alguna; no quería volver a plantearse la posibilidad de que su vida y sus decisiones fueran gobernabas por alguien más.


Próximo capítulo: Sombras

Contracorazón Capítulo 21: Quiebre




“Algún tiempo atrás caminamos entre la hierba, descalzos. Quise decirte tantas cosas, pero el miedo me amarraba y me hacía daño.
Pero tú seguías ahí, junto a mí, y tu presencia me animaba como ninguna otra; a veces quería hablarte, pero tu mirada me coartaba, como si en tu silencio hubiera una pasión y una decisión tan fuerte que yo podía sentirla, pero no sabía si era en mi dirección.
Tuve miedo tantas veces, hasta que fuiste tú quien tomó el riesgo y se acercó; y todas mis dudas desaparecieron cuando comprobé que esa fuerza que percibía en ti era la misma clase de inseguridad que yo sentía.
Queríamos ser felices.”

Martín abrió los ojos y se dio cuenta de que se había quedado dormido después de almorzar; algo sorprendido, miró hacia un costado, encontrándose con la mirada de su hermano, que estaba sentado en el pasto a poca distancia.

—Me quedé dormido ¿Cuánto tiempo pasó?
—Un poco más de media hora —repuso Carlos.

Habían estado conversando de muchas cosas; al principio fue de distintos temas de la vida, y poco a poco esa conversación evolucionó en otros asuntos, inclusive en algo sobre lo que hablaban poco: los sentimientos de su hermano. Todo fluyó de forma tan natural, hablando de chicas o de planes a futuro, entre muchas otras cosas, que los minutos pasaron con increíble rapidez; fue como si la naturaleza y la libertad ayudaran a que ambos se sintieran cómodos con las distintas facetas de su personalidad, y no sintieran vergüenza ni incomodidad alguna para expresarse. Martín sintió que estaba teniendo el privilegio de que su hermano adolescente le hablara de cómo veía la sexualidad y sus impresiones al respecto, así como de las experiencias propias que tenía, los cambios en su cuerpo y cómo reaccionaba ante eso.
Así, no fue extraño encontrarse hablándole de su propio despertar a la adultez, así como de algunas vivencias en ese sentido, pero no desde el punto de vista del morbo, sino de la charla amistosa y que generaba lazos fuertes de confianza. Aunque no se lo dijo con esas palabras, interiormente se sentía muy orgulloso de tener parte en ese paso de joven a hombre.
Cuando se dieron cuenta, pasaba de las dos de la tarde, de modo que almorzaron lo que habían traído en el auto y se tendieron a descansar; el sonido del viento y la tranquilidad del lugar hizo el resto.

—Tendrías que haberme despertado.
—¿Y para qué? —su hermano se encogió de hombros—. No hay nadie aquí, no pasa nada. Además, hice unos bocetos mientras tanto.

Martín se sentó en el suelo y se desperezó; el muchacho le alcanzó la croquera, en donde había hecho un boceto en estilo cómic, pero muy apegado al entorno real: tomaba como punto de vista estar sentado en el suelo tras el auto, captando un costado de este, y a él mismo durmiendo sobre el pasto. El marco era una serie de árboles, con el cielo del inicio de la tarde y el molino destacando en el horizonte.

—Es sólo un boceto —justificó el joven.
—Carlos, esto es impresionante.
—No es para tanto.

Martín sabía que su hermano no se llevaba muy bien con los elogios, pero en ese caso era completamente justificado.

—Me gustaría verlo terminado, si quieres hacerlo.

Carlos lo miró con un dejo de duda en los ojos, como si no estuviera seguro de la autenticidad de esas palabras; al final se convenció de lo que escuchaba.

—Bueno, si quieres lo puedo trabajar.
—Eso me gustaría, pero toma tu tiempo, no te angusties por eso; solo me gustaría un pequeño cambio: que también estés tú.

Se puso de pie y fue hasta la zona en donde, en teoría, se habría captado esa imagen, y tomó una foto con el móvil, que de inmediato envió.

—Listo, te acabo de mandar la foto, así puedes tener un punto de vista de ti mismo ¿te parece?

La sonrisa de su hermano iluminó su rostro ojeroso al escuchar esa sugerencia; al parecer se le había ocurrido algo adicional.

—Está bien, la voy a hacer, pero no sé cuándo la termine.
—Eso no es problema —replicó con calma—, hazlo a tu ritmo.

Durante el viaje de vuelta, Carlos le preguntó acerca de su trabajo, y aunque no pretendía hacerlo, Martín ocultó la información que manejaba acerca de lo que podría pasar al terminar el mes en esa empresa; desde que se aclararon las cosas con su hermano menor, había procurado no tocar ese tema, no por pensar que pudieran tener problemas otra vez, sino para evitar que, en determinado caso, Carlos se sintiera culpable por esa inestabilidad laboral. A él no le preocupaba, en cualquier caso; se decía que estaba a punto de encontrar lo que quería, y que seguramente esa situación iba a apresurar el proceso de encontrar una locación definitiva.


2


El martes Rafael inició la jornada laboral con la noticia de unas reparaciones y modificaciones en la tienda; los encargados de mantención y ornamentación se presentaron con una orden de trabajo directamente traída desde la oficina central, en donde se indicaba que un sector de la entrada sería modificado.
En general se trataba de una buena noticia, ya que era una forma indirecta de premiar las buenas ventas, inyectando recursos en el local; iban a poner una vitrina con distribución y giro en 360° y una pantalla nueva donde se proyectaban avisos y la oferta del día. Estuvo buena parte de la mañana ayudando a desocupar el mesón que sería reemplazado por uno más pequeño y que diera espacio a la vitrina nueva, y reorganizando todo para que pudieran localizar cada uno de los productos con facilidad.
Mientras los trabajadores comenzaban con esto y la atención de público seguía su curso, entró en la oficina para revisar las estadísticas; ya era día veinte, lo que significaba poco más de una semana para el fin de su primer mes completo como encargado de la tienda, y quería tener todo listo tan pronto como pudiera.
Había decidido referirse a sí mismo como encargado en vez de jefe; sentía que eso eliminaba parte de las distancias con los trabajadores, y además lo hacía sentir como parte de ellos y no como un ente ajeno. Se permitió un instante de curiosidad y revisó las estadísticas en línea que había de las evaluaciones del cliente oculto, guiado por la curiosidad que despertó en él haber detenido un porcentaje perfecto en la evaluación algunos días antes; hasta el momento eran la única tienda que tenía una evaluación como esa, y si seguían así, recibirían un bono en dinero junto con el salario de ese mes.

—Podría empezar con lo del departamento —murmuró, algo ido.

Había pospuesto una y otra vez el inicio de ese proyecto, sobre todo con el asunto de Mariano y luego la boda, pero se trataba de algo que no había abandonado. Tenía algo de dinero ahorrado, y si recibía ese bono en el que estaba pensando, ya tendría lo necesario para hacer los primeros pagos de un departamento; estaba pensando en algo propio, que le diera estabilidad y tranquilidad. Estaba comprobado que diciembre era un muy mal mes para iniciar esos proyectos, de modo que la perspectiva de iniciar el año siguiente en nueva casa era algo muy estimulante, y cumplía con su proyección de estar cambiado antes de febrero.
Decidió alimentar esta idea entrando en distintos sitios donde pudiera ver propiedades; necesitaba algo no muy grande pero más espacioso que el departamento en donde vivía, que estuviera ubicado en una buena localización y que en lo posible no aumentara sus tiempos de viaje. Estaba distraído jugando con el abrecartas viendo unos y otros cuando se le pasó por la mente una idea.
¿Y si le dijera a Martín que se fuera a vivir con él?
A pesar que sabía desde tiempo atrás que Martín tenía algunas dificultades para encontrar estabilidad en su trabajo y por ende eso afectaba su modo de vida, en ningún momento se le había ocurrido pensar en la posibilidad de que vivieran juntos.
Eran amigos y tenían una gran confianza ¿Sería posible que esa fuera la solución a todos sus problemas de vivienda? Martín no estaba especialmente feliz con su departamento por razones similares a las suyas, y lo podía entender a la perfección; el principal beneficio de vivir ahí era la bastante buena seguridad, y que estaba a muy poca distancia del metro y del centro de la ciudad, teniendo un costo aceptable. Por otro lado, estaba muy mal aislado y carecía de mejoras y utilidades en comparación con otros edificios; se quedó sentado ante el escritorio, con la vista perdida en la nada, mientras se cuestionaba si sería apropiado decirle a su amigo que pensara en esa posibilidad.

Había estado a punto de decírselo cuando sucedió días atrás, pero esperó a que pudieran coincidir; ese día se reunieron en el cuarto que él rentaba, adonde llegaron charlando animadamente sobre cualquier asunto, hasta que estuvieron solos y pudieron sentirse en libertad.

—Hola.
—Hola.

Era una especie de rito, el llegar, mirarse a los ojos y saludarse de nuevo, pero dándose un suave beso en los labios; como si apenas al momento de estar juntos pudieran ser realmente ellos.

—Te ves contento.

La emoción no la había disimulado como las palabras, pero el código implícito entre ellos hacía que las preguntas y respuestas honestas tuvieran lugar cuando estaban solos.

—Sí, estoy muy contento, tengo que darte una noticia.

Se sintió muy nervioso antes de hablar; desde el momento en que lo supo, una idea había comenzado a germinar en su mente, y aunque no estaba formada aún, ya sabía que ese era el primer paso.

—Por fin me ascendieron; ahora soy sub jefe en la tienda.

Que hubieran respondido de forma positiva a su solicitud era un gran motivo para sentirse contento, pero la mayor alegría que podía sentir tenía que ver con quien estaba frente a él; la forma en que lo miraba, sintiéndose contento por su logro, era transparente y sincera, sin esperar algo a cambio más que el beneficio de la persona a quien amaba.

—¿Es en serio? ¿Ya es oficial?
—Sí. Tengo que firmar un contrato nuevo dentro de la semana, pero ya es oficial.

Cuando lo abrazó le dio un beso en los labios sintió ese choque de electricidad que siempre sentía cuando estaban cerca, y además pudo sentir el potente latido de su corazón junto al suyo, la muestra más clara de que lo que sentían era verdadero y honesto.

Rafael reaccionó cuando se le cayó el abrecartas sobre el teclado, y dio un salto en el asiento.

—Cielos.

Se miró en la cámara del móvil; estaba pálido, tal como suponía, y ese cambio interno había sucedido en tan solo unos momentos, cuando sin darse cuenta había entrado en esa especie de trance que lo llevaba a esos recuerdos.
No eran las personas, eran los acontecimientos.
Se puso de pie y caminó por el interior de oficina, reuniendo en su mente estos nuevos hechos con los que ya tenía en su poder. De alguna manera, entendía que todo eso no tenía que ver directamente con Martín y él, sino con los hechos que se estaban dando en el presente; él y Martín estaban viviendo en un camino muy similar al de Miguel y su pareja mucho tiempo atrás.
El ascenso en la tienda, el ofrecimiento de irse a vivir juntos; claro que era un tipo de relación distinta la que existía en el presente, pero los hechos que los rodeaban se estaban repitiendo uno a uno, como una película cuyo guion ya había sido conocido.
Se sintió helado de horror, al pensar en que esa idea sólo confirmaba lo que ya temía desde antes; al plantearse adquirir un departamento, sin saberlo estaba dando un paso más en la dirección de un abismo que conducía a ese terrible recuerdo que no lo dejaba en paz.
¿Iba a suceder algo que pusiera en riesgo la vida de Martín al comprar ese departamento?

—No, no puede ser.

Se dijo que no, que lo estaba advirtiendo no dependía de eventualidades; si se tratara de eso, sería tan sencillo como no hacer esa transacción, pero cuando tuvo la visualización de ese trágico recuerdo aún no tenía claridad acerca de cuándo iba a poder comenzar con esos trámites, se trataba de un proyecto y un anhelo, pero no de algo concreto.
Entonces ¿Martín correría peligro en compañía de él? ¿O él estaría cerca cuando eso ocurriera?

—¿Qué es lo que va a pasar?

El futuro se hacía en base a las decisiones de cada persona; constantemente cambiaba de acuerdo con esas micro modificaciones personales, que iban desde situaciones intrascendentes hasta otras cruciales en la vida; quizás él no habría conocido a Martín en el centro comercial si se hubiese quedado al interior de la tienda en donde estaba comprando su hermana, pero eso no habría cambiado el suceso de esa misma jornada en la noche. Tal vez fue más proclive a hablar con él porque ya lo había visto antes, pero incluso si tras ese incidente doméstico no hubieran hablado ¿Habría cambiado eso los acontecimientos posteriores? Él pensaba que la vida se iba formando paso a paso, pero incluso existiendo infinitos caminos, existía la posibilidad de que al tomar uno de ellos, en algún momento este se cruzara con uno de los otros, lo que haría que ciertos acontecimientos sucedieran de todos modos.
Tal vez Martín y él se iban a terminar conociendo y haciendo amigos de todas formas, y eso significaba que los hechos que había interpretado como repetidos podrían ser una señal de que iba en cierta dirección.

—¿Cómo puedo saber más?

Terminó de guardar los cambios en los informes que estaba haciendo y regresó a la tienda, en donde procuró distraerse atendiendo público; sin embargo, a pesar de la actividad y estar en movimiento de forma constante, no podía dejar de hacerse la misma pregunta. Cuando llegó su hora de almorzar, optó por salir de la tienda y comprar un sándwich para llevar; no quería estar quieto ni mucho menos hablar con los demás fuera de los asuntos exclusivos del trabajo. Necesitaba moverse y hacer algo.
De pronto, la existencia de esa historia se le antojó tan real que casi podía tocarla; las calles de una ciudad como esa habían albergado una historia de fe en el amor terminada en tragedia, y los escaparates habían sido reflejo mudo de una persona gritando de dolor por la pérdida de alguien a quien amaba. No había terminado, la historia seguía allí, inconclusa y dolorosa, advirtiendo de un camino que terminaba en lágrimas, rogando en la inmensidad del vacío que no quedara en el olvido, que no se perdiera del todo.
Se preguntó cuando y donde había sucedido todo eso; quizás, incluso, habían vivido en esa misma ciudad, quizás él estaba deambulando por las mismas calles que vieron pasar a ese hombre. Diez, veinte o más años lo separaban de esa historia ¿Y de qué le serviría en cualquier caso descubrirlo? La relación de ellos se había mantenido en secreto, lo que hacía imposible preguntar a alguien por su destino, acaso eso sirviera de algo.
Trataba de entender aquellos sentimientos, y a menudo lo hacía; todo eso tenía que ver con preocuparse de los suyos, de las personas que eran importantes para él y ayudarlos en todo lo que pudiera. Trazar un camino frente a él y caminar de la forma apropiada, siendo capaz de encontrar los accidentes que estuvieron a la vista y esquivarlos en la medida de lo posible.
Había tomado la decisión de hacer lo que pudiera para ayudar a Martín a ponerse a salvo de ese peligro, y ahora entendía que la clave de esos recuerdos estaba en localizar los eventos que marcaran la trayectoria hacia ese desenlace.

Por la tarde, llegó a su casa decidió hacer algo inesperado: se fue a la cama y se obligó a dormir, cerrando los ojos mientras se concentraba en todos esos recuerdos; tenía que bucear más profundo, llegar más allá y encontrar algo más concreto, una pista que le permitiera encontrar lo que necesitaba.
En un principio fue difícil abandonar la inseguridad que provocaba en su interior ese mundo de recuerdos; se trataba de un área que no conocía, y que causaba dolor y nerviosismo porque sabía que de forma inevitable llegaría hasta el punto en donde todo se terminaba, pero no había otra manera. Procuró respirar a un ritmo lento, y se repitió una y otra vez que todo eso era por una buena causa, que si estaba tomando parte de los recuerdos de Miguel, era para ayudar a uno de los suyos e intentar evitar que se repitiera el mismo destino.

Todo ardía alrededor, y el dolor que experimentó lo dejó mudo de horror. Apenas tres meses atrás estaba comenzando esa nueva etapa en su vida, y tan poco tiempo después las cosas se destruían, se desmoronaban por completo; no sabía qué había originado ese infierno, y ya no importaba, lo único que le importaba era que había perdido al amor de su vida, y aunque fuera en el último momento de su existencia, se aferraría a él con las fuerzas que le quedaban. Si se les había negado la paz en vida, al menos estarían juntos al final.

2


Por la tarde y luego de desocuparse de sus labores, Martín se acercó al centro de la ciudad para hacer algo que tenía planeado; tras salir de la estación de metro más cercana, estaba a un costado de plaza de armas, desde donde tenía que avanzar solo unos cuantos metros.
La librería se encontraba a un costado de la catedral, y era un edificio de piedra sólida y antigua, aunque en el empalme entre ambos edificios podía verse una modificación o mejora hecha hace menos tiempo; antes de entrar vio un letrero tras un vidrio, dispuesto como un diario mural, en el que había diversos avisos, entre ellos uno que indicaba que estaba contratando personas.
pasó junto a un memorial del cual no leyó el nombre plegó a la librería, en donde las personas que atendían llevaban un uniforme de color amarillo y azul, y se le hizo muy extraño que se pareciera tanto a la vestimenta que usaba cuando estaba en el restaurante.

—Buenas tardes —lo saludó uno de los dependientes.
—Hola —saludó con cordialidad—. Me dijeron que en esta tienda se podía saber si necesitaban personal para alguna de las librerías. Vi el cartel afuera pero no sé si hay que hacer algo en especial.

El joven miró la hora en la pared: aún no daban las siete.

—La encargada de reclutar personal está, si quiere puedo preguntar si está disponible.

No se había esperado esa alternativa, pero ya que estaba ahí, era una buena oportunidad.

—Sí, sería genial, muchas gracias.

Mientras el joven se internaba en la tienda, Martín se quedó mirando el entorno; le llamó la atención que en el alto techo había una foto antigua de un equipo de trabajo de pie en el frontis de esa misma tienda, aunque la construcción se veía diferente. Estaba a punto de preguntar de qué se trataba esa foto cuando el joven regresó.

—Ahora puede pasar.
—Gracias.

Entró por la puerta que le fue indicada, que conducía a un pasillo corto, al final del cual estaba la oficina; la mujer en el interior era de unos cuarenta y cinco, y lucía algo cansada en esos momentos.

—Buenas tardes —saludó alargando la mano para saludarla.

Ella devolvió escuetamente el saludo y le indicó que se sentara; Martín pensó que en comparación con esa oficina y el traje dos piezas de ella, él no estaba en el atuendo indicado para una entrevista de trabajo: llevaba camisa y jeans, nada demasiado llamativo, pero de todos modos no era lo apropiado.

—Buenas tardes ¿Cuál es su nombre? ¿Tiene sus datos?

La pregunta le pareció un poco mecánica, pero omitió cualquier gesto y le entregó su hoja de antecedentes personales y laborales y se presentó. Ella no se había presentado pero la placa en el escritorio indicaba que su apellido era Subiabre.

—Usted…

La mujer se quedó sin hablar durante unos momentos, algo confundida por lo que estaba leyendo; Martín se preguntó si tal vez había algo mal escrito en su hoja, que hubiera pasado por alto.

—Pero usted no es ingeniero.
—No —respondió con tono de duda—. En el aviso dice que necesitan vendedores.

La mujer frunció el ceño, a todas luces confundida.

—Usted vino por ese anuncio. Lo siento, creo que la persona que me avisó lo confundió con alguien más.
—No es problema —replicó él.
—Pues sí —reaccionó ella—, necesitamos vendedores; por lo que veo, tiene experiencia atendiendo público.
—Así es —respondió Martín—, tengo buena aceptación atendiendo y me gusta tener un trabajo dinámico.

A punto estuvo de preguntarle por el cuadro ¿Por qué seguía pensando en un objeto decorativo en un lugar en donde nunca había estado antes?

—Bien —estaba diciendo la mujer—, me parece que tiene un perfil adecuado. Si está de acuerdo, podemos hablar de las condiciones detallabas.
—Muchas gracias, claro que me interesa.

La potencial pregunta seguía ahí en su mente. Trató de desterrarla mientras hablaba de experiencias de trabajo y prestaba atención a los detalles de horario o salario, pero seguía ahí. En su mente asomó una extraña pregunta ¿Había visto antes esa fotografiar? Parecía de hace muchos años, hecha a color pero desvaída por el tiempo tras el cristal que la protegía; quizás aquellas personas ya no estaban en este mundo, quizás lo que despertaba su curiosidad era que la imagen no coincidía con la estética del interior de la tienda. Mientras continuaba con la entrevista, en segundo plano esa incógnita persistía, aunque cada vez de forma más silenciosa.
Como si alguien estuviera hablando en su oído.


Próximo capítulo: Último momento


Contracorazón Capítulo 20: Una clave incierta




Es un regalo, para ti.

Un regalo hecho en la intimidad del cuarto tenía un significado muy distinto a que si era realizado en otras circunstancias; las oportunidades de estar juntos de forma libre eran reducidas, por lo que cuando esto sucedía, sabía que era necesario aprovechar y atesorar cada segundo al máximo.

-Gracias, me gusta mucho.
-Me alegra eso. Yo también tengo un regalo -su voz estaba cargada de emoción-, no estaba seguro de si te iba a gustar.

Pero sí le gustaba; ese intercambio de regalos no solo era un hecho en sí, también era una muestra de amor entre ellos, una forma de decir de otro modo que se entendían y se conocían bien. A menudo los intereses de ambos tenían puntos en común, pero seguían siendo dos individuos con puntos de vista particulares, con deseos y esperanzas, y que evolucionaban y aprendían a conocer al otro y su entorno.
Desde un principio había tanto que no sabían, como aquel lejano primer beso, torpe, inocente y al mismo tiempo lleno de miedo; no un miedo por ellos mismos, sino por todo aquello con lo que habían crecido. Durante toda su vida habían escuchado al mundo alrededor decir que ser como ellos era anti natura, que lo que sintieran personas como ellos era un delito por el cual se pagaban las peores culpas, y eso de forma inevitable se marcaba en sus mentes.
Quizás el primer paso había sido dado por instinto puro, pero después, lo que surgió fue pensado, y se vieron en la necesidad de enfrentar el secreto, la imposibilitad de hablarlo o de llevar esa relación de forma pública. Por lo tanto, al tener un momento de intimidad como ese, no solo se trataba de entregar un obsequio, era un instante de conexión profundo y la oportunidad de conocerse más.
De mirarse en el alma del otro, mirándose a los ojos con total honestidad.

Rafael despertó temprano la mañana del sábado, con un malestar generalizado, pero que en esa ocasión era fruto de un acto premeditado por su parte.
Aunque haber impulsado todo eso no quitaba los malestares que sentía al despertar, al menos permitía que tuviera mayor claridad al despertar y pudiera concentrarse en lo que tenía en mente.

Durante la fiesta por el matrimonio de Magdalena y Mariano tomó la decisión definitiva: tenía que saber que era lo que había en esos recuerdos y sueños, y descubrir de qué forma podía ayudar a Martín. Había un sentimiento de anticipación en su interior, como si el tomar la decisión fuera un primer paso para hacer lo correcto; de seguro esa ansiedad no era algo bueno, pero de todos modos era el único camino que se le ocurría.

-Miguel ¿Qué fue lo que pasó?

Era una pregunta en vano, y de todos modos se estaba adelantando; necesitaba saber qué había llevado a la muerte a ese hombre y su pareja, pero antes de eso, era vital descubrir el camino que conducía a eso, porque estaba seguro de que todo tenía que ver con el trayecto, y que ahí encontraría la clave para ayudar a su amigo.
En un principio, justo antes de ir a dormir, sintió temor ante lo que pudiera pasar, y a punto estuvo de posponer todo para empezar en otro momento, pero tuvo que armarse de valor y enfrentar la decisión que había tomado de forma adulta. Por lo general no tenía mayores problemas para quedarse dormido, de modo que lo que hizo, mientras cerraba los ojos y sentía el silencio a su alrededor, fue concentrarse en los recuerdos que ya había en su mente, tratando de entregarse a ellos con honestidad y sintiendo alguna clase de conexión con ese hombre ahora ausente pero que se manifestaba a través de aquellos vívidos recuerdos.
Tenía un trozo más, una fracción de vida, de los pensamientos de ese hombre, pero aun no era suficiente; tendría que seguir en ese proceso hasta que pudiera dar con una pista concreta. Si partía de la base fe hechos repitiéndose en el presente, a todas luces el haber conocido a Martín era un punto de partida innegable, salvo por la diferencia del nexo entre los dos.

¿Podían estar ellos destinados de algún modo a reconocerse o reencontrarse en el presente, para evitar que se repitiera una historia del pasado? No sabía cómo, pero tenía total claridad acerca de que todo estaba conectado a través de ellos, y que en el presente tenía que localizar aquello que era necesario.

Después de levantarse y dar una ducha rápida, fue a la cocina para preparar algo de desayuno; era poco más de las nueve treinta de la mañana y no tenía hambre, pero de todos modos preparó café y unas tostadas y se sentó a desayunar. Su mente, en cualquier caso, estaba en otro sitio, ocupada en no perder detalle de ese sueño aun sabiendo que en esos momentos no era necesario; por alguna razón, esos recuerdos estaban muy claros en su mente, sabía lo que sentía al respecto y no era necesario tomar nota de forma alguna.
Pero esos recuerdos no eran suyos.
No dejaba de repetirse que esos no eran sus recuerdos, y aunque lo sabía, sentía que tenía que tener muy clara esa diferencia; por otro lado, estaba entrando voluntariamente en una zona que no le pertenecía, de modo que, aún teniendo esa suerte de permiso para conectar, era necesario no apropiarse de ello. No era su vida, era la de otro hombre que ya no estaba y no Tenia otra oportunidad, a diferencia de él.

Estaba pensando en todas esas cosas cuando recibió una llamada de su madre; en principio le pareció un poco extraño, ya que se habían visto el día anterior.

-Mamá, hola.
-Hola hijo.

El saludo directo y energético de ella siempre lograba hacer un efecto positivo en él; de alguna forma era como tener nuevamente con él aquel llamado a almorzar o a levantarse a la hora exacta un día de escuela.

-Qué sorpresa que me llames ¿Todo está bien?
-Oh, sí, todo está bien –replicó ella-, bueno, tu padre tiene algo de dolor de cabeza por todo el licor que bebió ayer, pero está bien fuera de eso. ¿Cómo estás tú?

Rafael conocía demasiado bien el tono de voz de su madre como para no entender lo que estaba sucediendo; ella había descubierto que durante la reunión él no estaba en las mejores condiciones, y así como antes le había dado espacio para hablar a su tiempo, ahora estaba manifestando un nivel más arriba de preocupación por su estado.

-Estoy bien, mamá.

Ella no respondió, y ese silencio fue elocuente para él; sin embargo, no era momento para mentir, y al mismo tiempo sentía que el secreto sobre esos sueños era algo que no tenía que compartir, ni siquiera con ella.

-Pasa que estuve pensando mucho en lo que le sucedió a Mariano.

Su madre esperó. No estaba mintiendo en todo el sentido de la palabra, pero sí estaba modificando sus percepciones, asignando parte de los pensamientos que lo aquejaban por un tema a otro, aunque de todos modos había un elemento en común en la raíz de ambos eventos: la preocupación por los suyos.

-Todo lo que ocurrió me hizo pensar en muchas cosas; la sensación de que en cualquier momento puede haber un elemento extorno, algo que no podamos controlar, que ingrese en nuestras vidas, es algo que no me ha dejado en paz. Sé que la vida es así, que siempre hay cosas que no podemos controlar, pero es distinto cuando ocurre algo como eso.

Fue curioso cómo se sintió ante el silencio de ella; a pesar de no estar juntos en ese momento, fue igual que si estuviera frente a ella, y su madre lo mirara de esa forma única, que era aceptación y comprensión a la vez. Ella podía ser quien estuviera escuchando, pero en realidad era él quien estaba siendo leído.

-Estaba ahí en esa reunión con todos ustedes; ahí estaba casi toda la gente que me importa, y me sentía tan contento de verlos, reunidos, celebrando de buena manera que yo… yo sólo quisiera saber que existe una forma de protegerlos a todos, que puedo hacer algo realmente para asegurarme de que estarán bien.

Eso no era una mentira; en el fondo, todo lo que había dicho no era un invento, se trataba de la realidad de sus sentimientos, y la forma en que se preocupaba por las personas a quienes quería. Todo eso era tan real como sus miedos.

-Mi niño –dijo ella en cuanto él terminó de hablar-, esos sentimientos son muy lindos, de verdad son muy bonitos, pero no hay forma de poder anticiparse al futuro. No puedes controlar ni evitar lo que va a pasar.

Pero ¿Y si existiera una forma? ¿Si de verdad tuviera una oportunidad única de hacer algo extraordinario, no valdría la pena al menos intentarlo?

-¿Alguna vez te sentiste así?
-Todo el tiempo desde que naciste, cariño _replicó ella con voz tierna-, y cuando nació tu hermana, por supuesto; recuerdo que cuando eran muy pequeños y estaban durmiendo, me quedaba largo rato mirándolos muy de cerca, cuidando su respiración. Los miraba como si pudiera contar el aire que estaban respirando, como si de alguna forma pudiera asegurar que estriar bien durante el sueño y que nada podría hacerles daño.
Pero la vida no funciona de esa manera; incluso cuando yo sentía que moriría de dolor si les pasaba algo, estar tratando de controlar todo alrededor no iba a mejorar nada. Tuve que aprender que las cosas son así, y que lo importante es ser honesto con lo que uno siente, enfrentar la vida con valor; si sabes que hiciste tu mejor esfuerzo, entonces puedes estar tranquilo.

Escuchar a su madre era siempre refrescante y beneficioso; ella hablaba de todo con fuerza y determinación, pero especialmente cuando se trataba de las personas a quienes quería, sus palabras estaban impregnadas de amor y preocupación. Nada de lo que le decía a él o a Magdalena era fruto de palabras dichas al azar.

-Gracias, mamá.
-No tienes nada que agradecer -apuntó ella-, sólo quiero ayudar en lo que pueda; pero necesito saber que estás bien, que ahora mismo todo estará en orden si es así, y si no, también necesito saberlo.

Esa sería la parte dolorosa de esa conversación, porque no podría modificar, sino que tendría que mentir directamente; de cierto modo podía decir que todo en su vida estaba bien, excepto por el asunto relacionado con Martín, que estaba desestabilizando todo en su vida.

-Sí, mamá, estoy bien. Es sólo que, en ese momento, vi las cosas de un modo muy concreto, y de verdad es algo que me gustaría poder tener bajo control. Pero tienes razón, si pienso demasiado en eso no podré estar tranquilo. Gracias por escucharme.

Por supuesto, ella siempre tenía algo mas que agregar, una forma de estar presente, aunque sin entrometerse; sabía que los espacios de ambos estaban conectados, pero cada uno se metía por sus propios tiempos.

-Gracias a ti. Y ya sabes que aquí estoy para lo que necesites, solo tienes que decirlo; puedo decir que soy muy afortunada porque mi hijo quiere conversar de lo que le pasa, aunque sea un hombre adulto.

La ultima frase añadía un toque de picardía propio de ella, y que hacía referencia a la reticencia común de muchos hijos crecidos a compartir lo que les ocurría con sus padres.

-Me gustó mucho tu amigo Martín -añadió ella-, es un muchacho muy educado y tiene un gran sentido del humor, me gusta que ahora sea parte de tu circulo cercano.
-Sí, es un gran amigo -replicó él-, aunque me parece curioso que todo el mundo mencione que tengo un nuevo amigo, me hacen sentir como si fuese una especie de ermitaño que no conoce ni habla con nadie.

Era cierto que todos le habían hecho un comentario similar, pero en ese momento lo había dicho para salir un poco del tema anterior; al menos en apariencia había logrado convencer a su madre de que todo estaba en orden.

-No es por eso -aclaró ella_, es porque con él es diferente, hay algo que es distinto.
-¿A qué te refieres?
-Tal vez ustedes mismos no se han dado cuenta -explicó ella con intensidad; al parecer ya había analizado ese asunto con anterioridad-, pero yo lo vi claramente: entre ustedes dos hay un lazo especial, es algo que no se ve muy a menudo, de eso estoy segura

¿Un lazo? Su madre no era una persona supersticiosa, pero tenía una muy buena capacidad para conocer a las personas en general; así como sabia desde un tiempo atrás que algo no andaba bien con él, también podía identificar ciertos hechos que podrían pasar desapercibidos para otras personas.

-¿Un lazo especial?
-Sí, es como si ustedes se conocieran de toda la vida; no es por las cosas que dicen, es un tema de cómo se tratan. Como si estuvieran acostumbrados a hablar, con ese lenguaje que va más allá de las palabras; si supiera que no es así, podría pensar que son hermanos, que han estado siempre juntos.

A Rafael le resultaba curioso que las palabras de su madre coincidieran tanto con lo que él mismo había pensado en un principio, tras conocer a Martín; mucho antes de tener esos sueños, ya había pensado que nunca le había pasado algo como eso. A muy poco tiempo de conocerse, ya sentía a Martín como alguien en quien podía confiar a plenitud.

-Eso que dijiste suena muy parecido a cómo nos llevamos -observó el-; incluso en algún momento nosotros mismos hablamos de eso, nos llamaba la atención que existiera una confianza de ese tipo.
-Sobre todo porque tú eres reservado -comentó ella.
-Sí, eso es cierto.

La Forma en que Martín le había confiado el asunto tan delicado de la enfermedad de su hermano, cómo él se dejó apoyar por el cuando fue el asalto a Mariano, esas eran muestras de una amistad verdadera entre los dos; existía un tipo de conexión, que quinas tenía que ver con el pasado, pero que había sido construida en el presente, a base de confianza, respeto y solidaridad.
Era una verdadera amistad.

La conversación con su madre hizo un buen efecto en su ánimo; se dijo que un vínculo como el que existía entre él y Martín no podía ser falso, por lo que tenía que hacer lo posible por cuidar esa amistad, incluso si con eso debía continuar con su plan de sumergirse más y más en ese océano de recuerdos. Pero lo haría por un buen motivo, por el bien de alguien y luchando por no caer ante las sensaciones dolorosas que causaban en él aquellos recuerdos.

Más tarde le envió un mensaje a Martín para saludarlo.

«¿Cómo va el día?»
«Bien –respondió el trigueño -, es decir, yo bien, no todo.»

Aunque de forma corriente Rafael habría esperado a que Martín le contara, en ese momento decidió dejarse llevar por un presentimiento y optó por llamarlo.

-Hola ¿Qué sucedió?
-Hola –replicó Martín un poco divertido-, nada malo en realidad.
-Pero ocurre algo -insistió él.
-Sí, bueno, no es algo oficial ¿entiendes? Pero el correo de las brujas me hizo llegar una información sobre mi trabajo.

Generalmente, Rafael no prestaría demasiada atención a rumores en un ambiente de trabajo, pero se dijo que si Martín estaba haciéndolo era por alguna buena causa.

-¿Qué supiste?
-Que el sujeto al que estoy reemplazando va a volver; la verdad no me había ocupado de averiguar por qué no estaba, pero supe que se había tomado una licencia por enfermedad, y luego pretendía cambiar de rubro o algo por el estilo. Ahora dicen que no le fue bien en lo que tenía pensado hacer y que por eso va a regresar.

Entonces las proyecciones de quedarse a trabajar ahí se diluían; de tobos modos, de acuerdo con el comportamiento de Martín, Rafael no se sorprendió de escuchar que no estaba angustiado por esa situación.

-Martín, lo lamento.
-No, no lo lamentes, está bien -intervino el otro-; de todos modos, esto aún no está confirmado, y aunque sea así, no me causa ningún problema. De todos modos, voy a tratar de ir dentro de la próxima semana a ver lo de ese dato que me dio tu amigo.

La librería que estaba a poca distancia de su trabajo.

-Si quieres puedo preguntar el lunes, no me queda lejos del trabajo.
-No, cómo crees -replicó Martín con tono ligero-, no vas a estar gastando tu tiempo en eso; además todo está bajo control, todavía tengo tiempo suficiente. Y hablando de otra cosa, te cuento que estoy casi de salida; decidí aprovechar que aún tengo el auto conmigo y haré un viaje corto con Carlos.

El optimismo de su amigo era palpable, y Rafael decidió dejar ese asunto por su cuenta, aunque de todos modos se recordó estar alerta por si descubría alguna oferta de empleo de la que pudiera avisarle.

-¿En serio? Suena como un panorama bastante interesante.
-Sí, lo hablamos hace poco, era tener un tiempo a solas, como hermanos; llevaremos cosas para almorzar porque si no, mamá me asesina, y saldremos en un rato.
-Me alegra mucho que tengan ese panorama –comentó Rafael -, además está haciendo un día bonito y es una buena oportunidad.
-Es lo mismo que le dije a mi hermano -dijo el trigueño-, que era el día perfecto.

El día anterior durante la reunión olvidó preguntar al respecto, aunque se imaginaba lo que le iba a responder.

-A todo esto ¿Tu hermano no quiso venir ayer?
-Eso era lo que te iba a decir ayer –se escuchó cómo tronaba los dedos-, suerte que preguntaste. Sí, él te manda muchos saludos y gracias por la invitación, pero no se sentía cómodo con la idea de estar en un grupo tan grande.
-Lo supuse. Bueno, de todos modos, espero que no se lo haya tomado a mal.
-Para nada, dijo que era un gran gesto de tu parte, pero que pasaba.

Era algo que esperaba de parte del muchacho, pero no estaba de más asegurarse de no haber hecho algo mal.

-Entiendo. Dale mis saludos a tu hermano y a tus padres, y que lo pasen muy bien en ese paseo.
-Gracias.

Después de cortar, se quedó pensando en esa noticia del viaje; había pasado por alto peguntar cual era el destino, pero sea cual sea, no pensaría en ese desplazamiento como una posibilidad negativa. Todo tenía que estar bien.

2


Hacía un día luminoso y cálido cuando el automóvil conducido por Martín se estacionó en una zona apropiada para ello.

-Creo que este es un buen lugar.

No se lo había dicho a Rafael, pero lo de adelantar el viaje en el auto era precisamente porque tenía el presentimiento de no seguir en ese trabajo; era algo que no le molestaba, pero ya que había contado con la buena voluntad de su jefe en dejarle usar el vehículo, le pareció mejor hacer esa salida de una vez, ya que era más cómodo desplazarse de esa manera. Carlos no tenía problemas para desplazarse, pero en caso de sufrir un episodio de dolor, podrían parar a un costado del camino hasta que este parara, y además de no importunar a los demás, podrían resguardar la privacidad de un momento como ese.

-¿Cómo te sientes?

Carlos le dedicó una mirada un poco divertida; Martín se había puesto la remera con el dibujo del ornitorrinco que su hermano le regaló poco tiempo atrás, pero solo había revelado eso al momento de llegar y quitarse la camisa que llevaba encima.

-Bien –replicó el muchacho-, oye, pero no era necesario que te pusieras esa remera.

Martín puso los brazos en jarras y lo miró con una falsa expresión de molestia.

-Oye, puedo hacer lo que yo quiera ¿De acuerdo? Tú no me des órdenes, jovencito.

Los dos rieron ante la broma; en el lugar en el que estaban era luminoso y tranquilo, y se podía ver un molino de viento en el horizonte.

-¿Por qué será que te gustan tanto?
-No lo sé –respondió Martín-; a veces me digo que es como si eso viniera de otro tiempo. Tal vez en una vida anterior fui trabajador de un molino o algo parecido ¿No lo crees?


Próximo capítulo: Quiebre