Narices frías Capítulo 18: Eslabones




Dante no había tenido el sueño pesado toda la vida; de niño, vivió acostumbrado a despertar sobresaltado en cualquier momento de la noche, cualquier noche.
Toda la infancia la vivió dormitando y durmiendo apenas, pero cuando llegó a la adultez, aprendió a dormir en tranquilidad cuando era posible, y ese cambio fue muy bien recibido por su cuerpo. La sensación de arrojarse a la cama, cerrar los ojos y despertar hasta el día siguiente era como un regalo de incalculable valor, por lo que nunca se negó a dormir y desconectarse de todo, al menos por unas horas.
Pero las cosas que se han aprendido siendo niño nunca se van realmente, y él lo sabía; aquellas experiencias estaban marcadas a fuego, solo que a diferencia de otros, él había podido dejarlas guardadas en un lugar de su memoria.
Las noches eternas; los chillidos de su madre, y agresiones de su padre, entrando en el cuarto para golpearlo mientras gruñía. Aprendió, primero, a recibir golpes sin llorar, luego a esquivarlos, y finalmente, a defenderse; aquella noche maldita en que lo tomó por sorpresa y lo lanzó hacia el pasillo fue la última de todas, aquella en que supo que solo uno de los dos podía ganar.
Su madre, golpeada, humillada y débil, nunca lo defendió, y él decidió, en el momento en que su padre lo estaba arrastrando por el suelo, que iba a morir ahí, o devolver el golpe hasta que nunca se atreviera a golpear a alguien otra vez; corrió por el pasillo como poseído, logró tomar un martillo y con él le quebró ambos antebrazos. Habría dado un torcer golpe para terminar con todo eso, pero su madre se interpuso, defendiéndolo una vez más.
Fue necesario que las cosas llegaran hasta ese nivel para que las autoridades locales hicieran algo. Al padre maltratador lo enviaron a una urgencia y luego a la cárcel, a la madre agredida a un centro de ayuda a víctimas de violencia al interior de la familia, y él eligió emanciparse a los dieciséis, para dejar atrás todo el horror de esa vida.
Todo aquello había permanecido en un lugar apropiado de su recuerdo, sin pertenecer al presente ni interferir con su vida, hasta que sintió que alguien estaba en su cuarto.
No fue necesario siquiera abrir los ojos; tal vez estaba muy dormido y no pudo advertirlo antes, pero al momento de saberlo, todos los reflejos adquiridos durante años volvieron a estar en primer lugar, activando los músculos y los sentidos al máximo. Para el momento en que abrió los ojos, dio lo mismo la oscuridad, porque lo importante fue el hecho, la figura que se abalanzó sobre él y el metal incrustándose en su piel.
Se quedó inmóvil, estando en una posición de completa desventaja física; el arma con que lo hirieron no era grande, pero el filo del metal en el pecho le hizo perder la respiración; por una milésima de segundo entró en pánico y trató de forcejear, pero sintió el peso del cuerpo de esa persona, y el instinto se antepuso a la razón. Iba volver a hacerlo si luchaba, retiraría el brazo y volvería a embatir con todo el peso del cuerpo; quería pelear, pero se obligó a quedar quieto, a soltar el agarre de los brazos y mantener la respiración cortada.
Muerto, inmóvil, indefenso, a merced de su atacante. La sangre brotaba, se filtraba hacia la vía respiratoria, impidiéndole contener el aire por demasiado tiempo, mientras la silueta se elevaba por sobre él, apenas dibujado su contorno por un tenue rayo de luz que se filtraba desde el exterior.
Sintió que aguardaba minutos, horas y eternidades a que esa figura se moviera. La sangre continuaba manando, y Dante sintió el respiro de horror del final, como si esos segundos de inmovilidad y de dolor fueran la antesala del inesperado término. Pero el atacante estaba de pie, a un paso de la cama, evaluando sus acciones; no cerca como para atacarlo de vuelta, no lejos como para huir de él, lo que lo dejaba sin opciones más que esperar.
Y esperó por lo que le pareció un tiempo muy largo, hasta que la figura volteó y caminó hacia la puerta, lenta pero decididamente.
¿Había logrado engañarlo?
Se obligó a esperar segundos valiosos, hasta que creyó que estaba lo suficientemente lejos; intentando controlar la desesperación instintiva que recorría su cuerpo, se obligó a algo más y se llevó las manos al pecho.
La herida no era en el pecho, sino en el cuello, y estaba desangrándose.
Jaló la sabana y la enrolló en torno al cuello; estaba entrando en pánico, pero no podía permitirlo, tenían que mantener la cordura para salvarse. Invocó a todos esos recuerdos que había dejado atrás, a sus silenciosos llantos de niño y a la férrea resistencia de adolescente, porque en esos recuerdos de momentos dolorosos estaba la energía que necesitaba.
Necesitaba aguantar. Necesitaba oprimir la sábana contra el cuello, ignorar el dolor, la sensación de vacío y la sangre que escurría, y moverse con tranquilidad por su casa.
En ese momento, las sombras estaban jugándole una mala pasada, o a lo mejor fuese la fiebre que sin duda estaba llenándolo; pero se repitió que podía hacerlo que, si había resistido golpizas siendo un niño, podía soportar esa herida siendo un adulto. Con algo más de frialdad, comprendió que era una herida grave, pero no mortal ya que de ser en una arteria en el cuello, ya estaría muerto; pero estaba perdiendo mucha sangre y quedarse dentro no lo ayudaría ¿Dónde estaba su teléfono móvil?
Luchando por mantenerse tranquilo y no hacer ruido, llegó hasta la sala y recordó que el dispositivo estaba en el sofá, como casi todas las noches; sintiendo las piernas débiles e intentando no derrumbarse, logró encontrarlo, y marcó en él el número de emergencias, mientras la pantalla le devolvía el tétrico rostro pálido y manchado de rojo, que miraba con ojos muy abiertos y desesperados, en busca de la salvación.

«No te duermas»

Intentó decirlo en voz alta, pero no estuvo seguro de haberlo hecho. Tenía que rechazar el pánico, concentrarse y tener fuerzas; después de lo que le pareció un tiempo muy largo, la voz de una mujer preguntó cuál era su emergencia.

—Alguien entró a mi casa.
—¿Señor?

No le entendía, pero escuchaba; luchó por aclarar la voz, y se dijo que no importaba sonar débil mientras pudiera transmitir el mensaje.

—Alguien entró…

Estaba de rodillas en el suelo, sin haber notado inclinarse. estaba perdiendo los sentidos, y supo que el tiempo que le quedaba era muy poco.

—Me hirieron —se esforzó por decir—, estoy sangrando… el cuello.

Necesitaba desesperadamente que esa mujer lo entendiera; se dio cuenta de que el móvil aparecía ya como algo borroso ante sus ojos, y que lentamente estaba dejando de importar. No lo hagas, se dijo, no aflojes, no permitas que gane.
La mujer le preguntó dónde vivía, y él pronunció el nombre de la calle y el número.
Se había desplomado sobre el suelo, apenas sosteniendo el teléfono en las manos; el suelo estaba tibio y parecía líquido, suave en contacto con la mejilla, haciendo resonar sordamente el sonido de su corazón.
Tal vez estaba bien, tal vez no era tan malo después de todo; la vida era como una larga cadena que tenía un final, pero que podía tener eslabones trizados que, con el tiempo, podían quebrarse en cualquier momento. Algunas cadenas eran sólidas, y otras como la de el estaban llenas de grietas y espacios, por lo que era más factible de romperse; estaba tendido boca abajo en el mullido suelo, sin fuerzas, sin poder encontrar en sus cuerdas vocales su voz o en su corazón los latidos, sabiendo que había sido suficientemente fuerte para resistir, pero incapaz de vislumbrar el resultado de esa acción.
Tal vez ya era el momento de que todos los golpes que había recibido de niño hicieran efecto, como si a lo largo de su vida se hubiesen quedado ahí, aguardando bajo la piel a que algún nuevo golpe desde el exterior trizara la cubierta y pudiera hacer colapso definitivo. Quizás el hierro del que se dijo estar hecho era delgado, casi transparente, y con un embate en el lugar correcto era suficiente para derribar toda la estructura. Quiso llorar y no pudo, quiso moverse y sus extremidades no le respondieron, quiso cerrar los ojos y no supo si lo hizo, porque todo se volvió negro.


Próximo capítulo: Encerrada

No hay comentarios:

Publicar un comentario