Contracorazón Capítulo 25: Camino al pasado




—Tenías razón —dijo Martín, sin salir de su asombro.
—No puedo creerlo.

Un vendedor se había desocupado y se aproximó a ellos.

—¿Puedo ayudarlos en algo?
—Sí —replicó Martín—. Esa foto ¿Son trabajadores antiguos de esta tienda?

El chico, que a lo sumo tendría diecinueve años, pasó la vista de ellos a la imagen y de regreso a ellos, a todas luces sorprendido de la pregunta.

—No lo sé; supongo, el uniforme se parece al de nosotros, pero yo llevo muy poco trabajando aquí.
—Claro ¿Y sabes quién podría saberlo?

El muchacho ladeó la cabeza, haciendo un esfuerzo.

—Supongo que el jefe; es decir, no el jefe de la tienda, porque es él —Indicó alguien más en el lugar—, digo el jefe de arriba.
—Comprendo ¿Y cómo podemos ubicarlo?
—¿Por teléfono? —Replicó el joven, algo superado—. Si quieren se los puedo dar ¿Por qué quieren saber todo eso?
—Es un asunto de gente mayor —Replicó Rafael—, estamos tratando de reunir a una familia.

De vuelta en el exterior, Rafael marcó el número y se contactó con el hombre indicado.

—¿La fotografía? —Replicó una voz ronca del otro lado de la conexión—. Sí, fue personal de la tienda ¿Por qué quiere saberlo?

A Rafael no se le había ocurrido ninguna excusa para ese momento; por suerte a Martín sí, y le hizo gestos para que le pasara el móvil.

—Buenos días, disculpe. La verdad es que todo esto lo estamos haciendo por mi madre; ella es una persona de una edad muy, muy avanzada y estamos tratando de reconstruir una parte de su historia familiar.
—Creo que no comprendo.
—A ella se le van un poco las ideas o los nombres —Respondió con evasivas—. El punto es que hay un trabajador de esa librería, estamos casi seguros, que murió hace treinta años, y necesitamos recuperar toda la información que podamos.

Se estaba agarrando a un clavo ardiendo y lo sabía; Rafael no respiraba, a la espera de la respuesta que podía decidir todo en ese momento.

—¿Joaquín Mendoza? Sí, el murió en el atentado, pero no sabía que él tenía más familia.

Los dos voltearon hacia el memorial, en donde el nombre coincidente permanecía ahí, congelado desde hacía tantos años.

—No es familia directa, pero estamos conectados —Replicó con mucha seguridad—. Por casualidad ¿Usted tendrá algún dato de su familia?
—No, ninguno —la voz del hombre sonaba cansada, acaso triste también—. Yo trabajaba ahí en esa tienda en esos años; Joaquín era muy amable, era excelente con el público, pero era muy reservado. Creo que solo tenía un amigo o dos, y después ocurrió este atentado, fue una tragedia.

Seguramente era reservado para no permitir que nadie descubriera su verdad; Rafael se preguntó cuántas veces, en ese mismo lugar, ese hombre tuvo que saludar con reserva o con distancia a la persona que amaba, cuánto miedo y frustración habría sentido.

—Fue una tragedia, es verdad —Confirmó Martín—. Perdone por la molestia, y le agradezco por la información.
—Por nada —replicó hombre—. Si llega a encontrar a su familia, solo dígales que lo siento mucho.
—Yo se lo diré. Gracias.

Cortó la comunicación, y ambos se quedaron expectantes ante aquellas palabras.

—Bueno, aparentemente sabemos algo —dijo Rafael al cabo de un instante—, pero todo esto me suena demasiado débil.
—No, en realidad es la punta de una madeja —Reflexionó Martín—, con un poco de trabajo podemos encontrar algo más; la información de Joaquín es de hace treinta años, pero tiene que estar en alguna parte. A través de eso podemos llegar a sus padres, si es que aun están vivos. ¿Qué pasa?

Rafael se había quedado perdido en oscuro color de la piedra; cuántas veces se habrían mirado con temor, cuántas veces tuvieron que callar un abrazo o un simple te quiero, porque existían en un mundo que se negaba a dejarlos vivir. Él apenas había visto algo de eso en su vida, pero podía intentar entender esa angustia y dolor tan antiguo y que permanecía hasta el presente.

—¿Cómo podemos vivir en un mundo donde el amor sea un delito? —murmuró, impotente—. Realmente hay tan pocas cosas que cambiar, pero es como si las murallas todavía estuvieran aquí, porque personas como ellos nunca tuvieron justicia.
—Pero el atentado no fue por ese motivo —Observó Martín.
—No, pero sucedió aquí —replicó Rafael—¿Te lo puedes imaginar? Ellos estuvieron aquí.

En esa ocasión no tuvo ninguna visión o recuerdo, pero entendió todo, las conjeturas previas de Martín y todo lo demás.

—Claro, por supuesto.
—¿Qué? —Preguntó Martín, confundido.
—Ahora entiendo, ya sé lo que pasó.
—¿Viste algo? —Preguntó el trigueño en voz baja.
—No, pero ahora tiene sentido; ellos murieron aquí, todo eso sucedió en este mismo lugar, pero la relación de ellos era un secreto, nadie podía saberlo. Entonces murieron juntos, tendrían que haber seguido así, pero seguramente los separaron al llevarlos con sus familias; los sepultaron separados, y nadie pudo despedirlos o hacer algo en sus nombres.

Un obsequio; recordaba algo relacionado con un objeto, un regalo mutuo, que ambos se hicieron en la débil intimidad que los protegía, y que era un símbolo de amor y unión; ese regalo debió quedar guardado o abandonado en algún cuarto, relegado a una caja de pertenencias o desechado, perdido en el tiempo y en la ignorancia.

—Entonces es eso lo que no deja que descansen en paz.
—Miguel lo ha estado buscando todo este tiempo —Rafael no se dio cuenta de cuando su voz había comenzado a temblar por la emoción—, por eso es que siempre sentí ese dolor y esa angustia, porque Miguel ha estado intentando alcanzarlo, pero sigue sintiéndose perdido, y solo.

Martín apoyó una mano en su hombro para animarlo.

—Tienes que calmarte; ya tenemos algo, vamos a ocuparnos de eso primero ¿De acuerdo?
—Sí, tienes razón; sólo espero que podamos.

2


De vuelta en el departamento, Rafael preparó café mientras Martín volvía a la laptop; en un principio, revisó los antecedentes que tenía disponibles.

—Vamos a ordenar esto. Insisto en buscarle un lado lógico, aunque no entiendo la mitad de lo que está sucediendo.
—Si eso te ayuda, creo que está bien.
—Listo, entré al archivo digitalizado de periódicos de la época.
—¿Hay algo de esos años en la red? —Preguntó Rafael acercándose con dos tazones.

Martín indicó la pantalla del ordenador mientras recibía el tazón.

—La biblioteca de la nación ha estado digitalizando periódicos antiguos desde hace tiempo; no es muy completo, pero para salir de dudas es más rápido que ir a leerlos. Esta es una efeméride, así que me fue un poco más fácil: esto es interesante, el atentado ocurrió hace casi treinta años, exactamente en...
—Febrero —murmuró Rafael—, fue en febrero.
—¿Cómo lo supiste?
—Solo lo supe —Se sentó a su lado—. En fin, decías que fue treinta años.
—Sí —replicó Martín—. Según lo que dice aquí, el ataque fue adjudicado por un grupo anarquista, fue el peor atentado en una década.

Rafael había visto en las redes la información del atentado en donde él había estado, y no se sorprendió demasiado de confirmar que las primeras indagatorias apuntaban a un grupo de características similares. Al menos esta vez no había muertos, esa parte de la historia no la habían repetido.

—¿Tienes algo más?
—Sí, le pedí a un amigo que tiene un conocido que me pasara unos datos. Y tengo la partida de nacimiento de Joaquín Mendoza: supongo que no debería ser una sorpresa que tenía mi misma edad cuando sucedió todo esto —Reflexionó suspirando—. Y le pedí a un conocido que me averigüe sobre los otros fallecidos, porque no son veinticinco, son seis en total.

Rafael frunció el ceño; la información en el memorial le había hecho pensar que el número de víctimas era mucho mayor.

—Qué raro, me pregunto por qué estarán todos los nombres.
—Los otros son heridos en el lugar; ignoro por qué, pero tal vez había alguna organización de derechos de las víctimas o algo parecido que sugirió que se incluyera a más personas y no solo a los fallecidos. De todos modos, tiene sentido, los heridos de gravedad también sufrieron un trauma grave. Oh.

Rafael había estado muy atento, ya que Martín hablaba mucho más rápido cuando estaba gestionando esa información; lo quedó mirando a él en vez de a la pantalla cuando se quedó en silencio.

—¿Qué?
—Rafael, tuviste la clave todo el tiempo.
—¿Qué clave? —Preguntó, extrañado.

Martín desplegó en la pantalla un registro del servicio civil de la nación.

—Miguel. Dentro de los fallecidos hay un hombre que se llama Miguel Ballesteros, y tenía aproximadamente tu edad.

Rafael se quedó perdido en las letras en la pantalla, en donde figuraba el nombre completo. Había pensado en un nombre para esa figura que aparecía en su mente, pero nunca lo imaginó como algo real; para él era solo un modo de separar esos recuerdos de los suyos, no como un nombre completo.

—Entonces ese sí era su nombre —Reflexionó al cabo de un momento—, nunca se me pasó por la mente que fuera así. Entonces eran Miguel y Joaquín, ahora sabemos sus nombres.

Martín bebió un largo trago de café; en ese momento parecía como si todo fuera tan sencillo como localizar datos en la red, pero en realidad había todo un mundo detrás de eso.

—Y ahora ¿Qué?
—Tenemos que buscar a su familia —Respondió Rafael.
—Pero ¿No has pensado que eso podría ser un error?
—No entiendo cómo podría serlo.

El trigueño se puso de pie y deambuló un momento por la sala; se trataba de algo que ambos habían entendido, pero que Rafael se negaba a aceptar como una posibilidad. Vio su actitud honesta y directa y supo cuánto de sí mismo estaba apostando en todo eso.

—Rafael, estamos hablando de personas que mantenían su relación en secreto, tú mismo lo dijiste ¿Qué crees que pensará esa familia cuando les digamos que sus hijos no solo eran gays, sino que estaban comprometidos?

El moreno se reclinó en el asiento; sí, él mismo había estado hablando de eso muy poco atrás.

—Sí, tienes razón; me dejé llevar por la emoción, es sólo que estamos tan cerca que parece increíble, siento como si ahora que tú estás en esto, fuera mucho más sencillo.
—No estoy haciendo nada especial —Objetó Martín—, y tampoco creo que se trate de algo que tenga que ver conmigo; creo que es porque los dos estamos juntos en esto. Así tiene que ser.

En eso estaba de acuerdo, pero no solucionaba el asunto de fondo. Habían conseguido descifrar las identidades de ellos ¿Y entonces? La posibilidad de hablar con esas familias no era para nada fácil.

—Tiene que haber alguna manera. Primero ¿Hay forma de saber si tienen familiares vivos?
—Dame un segundo.

Además de hablar muy rápido, otro cambio en Martín al gestionar datos era que trabajaba a toda velocidad; antes que él terminara la frase, ya había vuelto a sentarse y estaba buscando información. Sus dedos volaban por el teclado y sus ojos leían más velozmente de lo que parecía.

—No, sí, espera, qué extraño.
—¿Qué?
—Joaquín tiene a su padre vivo, su madre murió algún tiempo atrás. Sobre Miguel, es raro, tengo la información de su madre, pero no logro dar con la referencia del apellido paterno. Ah —exclamó como si eso lo explicara todo—, el padre debe haber muerto hace mucho tiempo, sólo sé que ella es viuda.
—Encontraste muchísima información, es sorprendente.
—No es para tanto —replicó el otro estirando los brazos—, en realidad, muchas de estas cosas están en la red en los servicios públicos, solo hay que saber cómo buscar, o a veces usar un truco o dos.
—Bueno, tenemos a un padre y una madre —Reflexionó Rafael—, ahora, tiene que haber alguna forma de resolver todo esto, estaba pensando que debería haber alguna clase de objeto que podamos obtener; tengo la imagen de ellos dándose un regalo, y siento que era importante para los dos.

Pero el hecho de ser importante para una pareja secreta no significaba que lo fuera para sus deudos, y ambos sabían eso. Además, el paso del tiempo convertía todo en algo mucho más complejo, porque era posible que los objetos ni siquiera existieran.

—¿Por qué dijiste que el padre debe haber muerto?
—Lo saqué por conclusión, la verdad —replicó Martín—. Si esto fue hace treinta años y Miguel tenía veinticinco, cuando él tenía cinco años coincide con un cambio grande en el sistema de registro civil —Explicó citando los datos—. Fue una ley de la república que cambió el sistema de registro de documentos de recién nacidos, matrimonios, defunciones y muchos otros. El punto es que en esos años mucha de esa información se hacía a mano, y pasó que hubo documentación que quedó en papel, en archivadores, esperando a que algún día se traspasara. Después con los procesos digitales se supone que todos esos datos antiguos pasaron a la red, pero dicen que en realidad hay muchos que no, o que los ingresaron mal por una letra o algo. Si pasa eso, no lo puedo encontrar.

Otro dato perdido en el tiempo; Rafael se dio cuenta en ese momento de la hora que era.

—Bueno, es una lástima. En fin, no había visto la hora y hay que almorzar, pero no tengo nada ¿Te parece si encargo una pizza?
—Cierto, es una buena idea. ¿Tienes gaseosa? Estás con medicamentos así que no puedes beber.
—Sí, tengo —replicó Rafael revoleando los ojos—, por alguna razón sabía que me ibas a decir eso, pero como no compré cerveza tampoco podrás tomar.

Martín negó con la cabeza mientras iba hacia la puerta de salida.

—No señor, tengo una por lo menos en mi departamento así que no caeré en esa trampa. Pide la pizza mientras voy por ella.

Mientras su amigo salía, Rafael encargó la pizza con un listado genérico de ingredientes, ya que no se le había ocurrido preguntar si había algo que no le gustara. Estaba en la cocina, sacando platos y vasos cuando su móvil anunció una llamada de su hermana; se alegró de contestar estando en casa, ya que no pretendía decirle que había salido el día siguiente del accidente.

—Magdalena, buenos días.
—Buenos tardes —Corrigió ella, con voz alegre — ¿Cómo te sientes?

Tuvo una punzada de culpa por no decirle que estaba haciendo toda esa investigación, pero realmente no tenía opción; había sido difícil ocultar todo lo que pasó antes, pero al menos tenía la experiencia y eso era una suerte de alivio.

—Bien, no me duele el golpe.
—Eso según mi traductor de hombres es que te duele un poco pero no lo suficiente como para preocuparte por eso.
—Sí, un poco. Ahora vamos a comer una pizza con Martín.
—Bien, pero nada de alcohol —Indicó ella con tono determinado.
—Sí, ocurre que mi otro enfermero ya me advirtió lo mismo —replicó él con fingido cansancio—, así que no tienes de que preocuparte. ¿Estuvieron hablando a mis espaldas sobre cómo vigilarme todo el tiempo?
—No —dijo ella con una risa—, pero no es mala idea.

Mientras hablaba, había dispuesto todo en la mesa y sirvió gaseosa para él, resignado a que Martín no lo dejaría beber. En ese momento entendía lo agotado que estuvo Mariano luego de la herida que sufrió.

—Por suerte el accidente no fue más grave —comentó con ligereza—, o me habrían tenido amarrado a una camilla y comiendo gelatina sin sabor.
—Eso no lo dudes —replicó ella—. Bien, estoy en un pequeño descanso, pero ya tengo que volver.
—¿Cómo va tu día? —Preguntó él.
—Bien, tengo casi seguro un gran cliente, sólo tengo que disponer del plan de seguros perfecto y podré sellar el trato.
—Te felicito por eso; espero que todo salga bien. Gracias por llamar, pero en serio estoy bien, y tengo a Martín aquí por cualquier cosa.
—Está bien, descansa. Hablamos.

Por la tarde retomaron lo de la investigación; Martín consiguió localizar los datos de una dirección que correspondería al padre de Joaquín, mientras que la dirección de trabajo de la madre de Miguel no fue muy difícil, ya que era la dueña de una empresa de gestión de maquinaria para la pequeña empresa.

—Ya tenemos los datos —Observó Martín—, pero necesitamos pensar en cómo vamos a hacer las cosas.
—Es cierto, no podemos cometer errores ahora; pero, para ser sincero, no tengo la más remota idea de qué decir.
—Pensemos primero en el objetivo central de todo esto; estamos pensando que el centro de todo esto es que Miguel y Joaquín no pueden descansar porque sus alnas no están juntas.

Se llevó las manos a la cabeza, por un segundo incrédulo de lo que estaba diciendo, pero más por sentir que todo eso tenía sentido.

—¿Qué ocurre?
—Nada. Como sea, hay que pensar en algo que funcione, no podemos ir por la vida diciendo “señor, señora, tenemos una especie de conexión espiritual con su hijo muerto”
—Es verdad. Me gustaría decir que se me ocurre algo, pero para ser sincero, cualquier excusa que pienso se me hace demasiado débil. ¿Y si dijéramos algo como que somos de una organización de ayuda a las víctimas?
—Rafael, eso suena pésimo, además ni siquiera sé si es ilegal.

Rafael suspiró.

—Tienes razón, además yo mismo no creería si alguien apareciera después de treinta años para decirme algo como eso. No lo sé, tal vez hay que descansar un poco de todo esto, ha sido un día pesado. Gracias.
—No me des las gracias, esto es algo que vamos a hacer los dos, ya lo acordamos. Pero tienes razón, es bueno tratar de despejarse un poco. Hablando de otra cosa ¿Puedes quedarte solo mañana? Tengo un par de ventas de productos.

Rafael lo miró con las cejas levantadas.

—Martín, estoy bien; me gusta que estés aquí pero no estoy herido de muerte ni nada por el estilo; mañana solo haz lo que tengas que hacer y es todo.
—Está bien, pero descansa y no te vayas a ninguna parte.
—Prometido.

Por la noche, Martín llamó a su hermano; había decidido pasar por alto todo el asunto de Miguel y Joaquín, pero Carlos se había mostrado muy preocupado por el accidente de Rafael y quería mantenerlo al tanto de todo.

—¿Cómo estás?
—Bien —Respondió el chico, con su habitual indiferencia hacia ese tipo de preguntas—. ¿Cómo está Rafael?
—Bien, estuvo descansando y me aseguré de eso; almorzamos pizza y estuvimos charlando de muchas cosas importantes.
—Qué bueno.
—Hasta lo tengo controlado para que se tome el anti inflamatorio y no beba alcohol. ¿Cómo van tus diseños?
—Bien, estuve hablando con un par de personas que quieren algo, pero todavía no se deciden; creo que no confían en mí porque soy muy joven.

Martín había pensado que eso podría llegar a suceder, pero evitó decírselo a su hermano menor porque no encontró un modo de decirlo que no sonara alarmista o sobreprotector; ahora que había sucedido, solo le quedaba apoyarlo.

—Bueno, los negocios a veces son complicados ¿Pensaste hacer una prueba y publicarla en Pictagram?
—Pero ya subí bocetos y trabajos terminados —Indicó el joven.
—Lo sé, pero lo decía por una remera terminada de un diseño cualquiera. Quizás si muestras otro trabajo listo, eso puede demostrarle a esa gente que lo que haces va muy en serio; si quieres te puedo enviar una foto de la mía.
—No lo había pensado —Comentó el chico, reflexionando—. Cuando entregué el trabajo que hice guardé una foto, pero lo hice para archivarla, no se me ocurrió que pudiera servir. Gracias por la idea.
—Nada que agradecer —Martín sonrió en el teléfono—. Me gusta ayudar en lo que pueda.
—¿Puedo hacerte una pregunta?

El trigueño se dijo que poder ayudar a su hermano, aún en cualquier tipo de situación, era algo que nunca quería dejar de hacer.

—Claro que sí, solo dilo.
—¿Solucionaste tus problemas con Rafael? Con lo del accidente pensé que no era momento para preguntarlo, pero tengo esa duda de todos modos.
—No era un problema en sí, fue un malentendido —replicó Martín—, pero respondiendo a tu pregunta, sí, está todo resuelto. Rafael es mi amigo y simplemente teníamos que arreglarlo, así que lo hablamos y todo está bien ahora; tenías razón en lo que me dijiste sobre eso, porque lo solucionamos todo.
—Me alegra que eso sea así.

Después de finalizar la llamada, se quedó pensando en las similitudes que podían existir entre dos hechos a simple vista muy distintos: la dedicación y preocupación mutua que había entre él y su hermano menor era algo parecido a la decisión que había tomado de ayudar a Rafael a desentrañar esa historia antigua.
Se trataba de desconectar un poco de los problemas y situaciones personales para preocuparse de alguien más, incluso involucrándose con dos personas que ya no estaban, y a quienes nunca había conocido; curiosamente, desde el momento en que aceptó esa realidad, supo que era lo correcto, y estar luchando por hacer algo en el lugar de ellos dos lo hacía sentir bien. De algún modo era intentar hacer justicia en nombre de alguien que no podía hacerlo por sí mismo, y era reconfortante pensar en que, en alguna parte y de alguna forma, algo de lo que sucedía en vida sobrevivía a pesar del tiempo.

3


Cuando llegó la noche, Rafael no sabía muy bien qué pensar acerca de todo lo sucedido; por un lado, estaba feliz de contar con el apoyo de Martín, ya que haber recuperado su amistad era algo muy importante para él. En realidad, nunca lo había perdido, pero ese lapso en el que las cosas estuvieron mal fue difícil de aceptar, y se dio cuenta aún más de lo relevante que era para él su cercanía, así como el valor de sostener esa amistad sobre la base de la confianza y la honestidad.
Por otro lado, el avance que hicieron juntos demostraba que ambos podían conseguir cosas que separados no; era como si además de estar siendo testigos de una historia pasada, fueran los encargados de asegurar que tuviera un buen fin. Parecía que estaban tan cerca, que bastaría con hacer unas llamadas o acercarse a visitar a ciertas personas, pero la realidad con la que chocaban estaba cubierta de años de silencio y secreto.
Cuántas veces calló su voz, cuántas veces sus pasos los guiaron por rutas separadas, obligándolos a mentir y esconder un sentimiento puro y auténtico ante un mundo hostil. Ese secreto pesaba ahora, quizás no tanto como en ese lejano pasado, pero se había convertido en parte de las murallas de un complicado laberinto, del cual ellos solo tenían algunas pistas leves.
Apagó la lampara y se dispuso a reposar; y por primera vez, pensó en sumergirse de nuevo en esos sueños con un sentimiento distinto, pidiendo encontrar algo, alcanzar un recuerdo que le permitiera iluminar ese camino manchado de incógnitas.

—¿Recuerdas?
—Sí.

Era un sentimiento puro y poderoso que provenía de ambos; no estaban en el mismo sitio, pero lo recordaban mientras hablaban de ello, transportándose a esa misma emoción que los embargó un día.

—Si algún día ya no estuviéramos juntos.
—No digas eso.

El temor a perderlo era instantáneo; pero, en realidad, no se trataba de eso, sino de pensar en una posibilidad. Era sobre cómo conectarse de todas las formas posibles.

—Escúchame; yo tampoco quiero separarme de ti, y me gustaría que siempre estuviéramos juntos, pero quiero que prestes atención a esto. Ese lugar es el más importante para nosotros ¿No es así?
—Sí, lo es.
—Solo quiero decir que nosotros no tenemos un hogar, no hemos podido tenerlo y seguramente no podremos en el futuro. Pero no importa.

Si tan solo consiguiera ese ascenso en la tienda, podría decirle que tenía una idea, que quería proponerle que comenzaran a vivir juntos; pero, por desgracia, mientras no hubiera un cambio en su trabajo no podía hablar, estaba obligado a esperar hasta que todo se diera a su tiempo, si es que sucedía.

—Ese es nuestro hogar.
—¿Tú crees?
—Sí. El hogar no es un lugar físico, es ese sitio en donde uno se siente pleno, donde está todo lo que necesita; mi vida está contigo, y siento que nunca fuimos tan libres y felices como ahí, aunque haya sido poco tiempo. Me gusta pensar que ese es nuestro lugar, que, si algún día estuviéramos separados por la razón que sea, podemos encontrarnos ahí pase lo que pase; ese siempre será nuestro lugar en el mundo.

Era cierto; al pensarlo, era verdad, se trataba de algo que no se refería a un lugar físico, sino a los sentimientos que nacieron ahí.
Pensar en ese lugar y pensar en él era una misma cosa, y hacerlo era bueno para él.
Ese sería su lugar, donde podrían ser ellos sin mentiras y sin máscaras.


Próximo capítulo: Último paso

Las divas no van al infierno Capítulo 21: Tu cuerpo




Cuando comenzó el programa del miércoles, el ambiente estaba enrarecido en la zona de trabajo; como nunca, las chicas pusieron el máximo esfuerzo en todo el proceso de producción del espectáculo, y se pudo notar un afán de colaboración mutua, incluso entre las que habían tenido algún tipo de desencuentro anterior. Esto era porque al haber salido por lesión una de las competidoras, todas sabían que existía una enorme posibilidad de que integraran a una nueva, alguien quizás del proceso de selección inicial que estuvo a punto de ingresar y, por ende, una competidora fresca y que habría tenido tiempo de observarlas a todas.
Por supuesto, nadie dijo una palabra al respecto.
Cuando comenzó el programa, Aaron Love esperó a que pasara la intro del programa y en seguida entró en el escenario; después de su trabajada expresión de congoja por la salida de la anterior participante, ahora se mostraba chispeante y alegre.

—Y comenzamos con el programa de hoy amigas y amigos; como saben a través de la transmisión on line y nuestras redes sociales, sufrimos el abandono por lesión de una de nuestras queridas participantes.

Querida no era la palabra que Charlene tenía en mente; se dijo que ya que estaba adoptando el modo de heroína, tal vez podría ir a visitarla y llevarle uno de esos arreglos de flores o una canasta de panecillos para quedar como la competidora perfecta. Las redes harían el resto, y solo tendría que averiguar un poco de ella para hacer como que le interesaba.

—Sin embargo –estaba diciendo el conductor—, el programa debe seguir adelante y no podemos detenernos. La producción del programa pensó muy arduamente en todo esto, y llegaron a la conclusión de que sería muy inapropiado incorporar a una chica que viniera de fuera, porque tendría a su haber un factor de ventaja – desventaja sobre las otras, siempre hemos planteado que en este espacio son ustedes quienes deciden.

Valeria estaba tranquila esa jornada; durante la mañana había hablado con Jorge, y él dejó un poco de lado su mal humor, dándose tiempo a escucharla; aún cuando ella no le había dicho nada sobre el chantaje, de momento le causaba alegría saber que él no se había alejado del todo. Pero al escuchar la forma en que Love se expresaba, se inquietó un poco; sintió que él iba a anunciar algo, y que en realidad entraría una nueva competidora.

—Así que hemos revisado las estadísticas de nuestras redes sociales, porque como siempre, la decisión la tienen ustedes; de acuerdo con estas mediciones, hemos llegado a una conclusión, y quiero que vean por sí mismos el resultado de todo esto ¡Vamos a verlo!

Se retiró del escenario, y en seguida este se oscureció. Una luz azul bajó desde el techo, y una mujer cubierta por una capa y con antifaz y peluca de colores pastel caminó hasta el frente.

¿Ya la había llevado al programa? Márgara se dijo que eso estaba muy mal, porque si iba a haber una nueva, lo lógico era que llegara al final, no intentando robarse el protagonismo.

El público aplaudió; comenzó a sonar la música, y varios bailarines en bañador y con el cuerpo manchado de purpurina aparecieron haciendo complicadas piruetas, mientras ella permanecía en el centro, inmóvil e inalcanzable.

Lisandra apenas estaba poniendo atención; en ese momento estaba pensando en todos los métodos posibles para resaltar más, y mientras tomaba nota mental de cada cosa que se le ocurría, se dijo que esa semana de ninguna manera iba a estar cerca de la eliminación; su etapa de perdedora había terminado para siempre.

La voz sintetizada de la mujer no permitía identificar de quién se trataba, pero se escuchó fuerte y claro decir las palabras correctas mientras un bailarín adicional aparecía en el escenario.
El hombre llevaba un diminuto y ajustado bañador color piel, que creaba la ilusión de completa desnudez; se quedó al centro del escenario, simplemente de pie, en actitud relajada y de entrega mientras los otros formaban un semi círculo tras él, cada uno con un bote de purpurina de distintos colores.

—No necesito saber tu nombre ni dónde has estado –dijo ella con una voz sensual y determinada—, no necesitas hablar ni decirme nada, solo es importante estar aquí.

Los acordes rítmicos y los pulsos de estilo electrónico siguieron por todo el lugar, mientras ella caminaba hacia uno de los bailarines y tomaba un puñado de purpurina; ese era su día, su presentación, su todo.

—Todo lo que quiero hacer es amar tu cuerpo.

Sus palabras vinieron al son de la música, al tiempo que arrojaba la purpurina contra el torso de él; mientras le decía que esa noche sería su noche de suerte, tomó otro color, siguiendo poco a poco con ese espectáculo de polvo de color y luces vibrantes, convirtiéndolo a él en una estatua viviente, un cuerpo colorido sin facciones propias, solo un elemento superfluo y divertido.
Unos momentos después se quitó la capa, revelando un vestido ajustado, multicolor como la peluca, y junto a los otros bailarines hizo algunos pasos de baile, justo antes que todo terminara y el escenario se llenara de luz.

—Una presentación impactante, sugerente y llena de ritmo –dijo el conductor del programa mientras ingresaba al escenario y los bailarines salían_, estoy seguro de que todos en sus casas estarán ansiosos por saber quién se integra a la competencia.

La chica caminó hacia él, y mientras lo hacía se quitó la peluca y el antifaz. En la zona de trabajo, Charlene tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se notara lo sorprendida que estaba.

—Así es damas y caballeros –decía Love—. Tengo el agrado de informar que quien se reintegró al programa es Nubia.

La chica lucía radiante, con el cabello de un tono un poco más oscuro que antes, cercano al color miel con muchos reflejos, y un maquillaje colorido que destacaba sus ojos.

—Seguramente todos se están preguntando cómo es que pasó esto. Pues se los explicaré mientras en pantalla podrán ver el detalle de lo que les estoy contando; la producción revisó las estadísticas, vale decir la cantidad de veces que fueron mencionadas usando el hashtag correspondiente, las dos eliminadas del programa hasta ahora: Carol y tú, y concluyeron que la más solicitada eres tú, de modo que eso te ha dado la posibilidad de volver y ocupar el puesto que por desgracia ha tenido que dejar Ivonne. Por favor, un aplauso para nuestra bella Nubia.

El público aplaudió; en tanto, las chicas en la zona de trabajo estaban lo bastante sorprendidas como para dejar lo que estaban haciendo; se trataba de una situación que ninguna esperaba.

—Nubia, es un placer tenerte de vuelta –continuó el conductor_. Cuéntanos cómo te sientes.
—Muy contenta y agradecida –replicó ella—. Durante estos días recibí mucho cariño del público en las redes sociales y esta oportunidad la veo como un regalo de todos ustedes.
—Así es _concluyó él_, y para todos nosotros es una alegría también tenerte de vuelta. Un aplauso nuevamente y ve por favor a la zona de trabajo, para que te reúnas con tus compañeras y puedas prepararte, porque estás en igualdad de condiciones y eso significa que debes hacer una presentación hoy con la luz como concepto central al igual que las demás chicas. Pero antes, regálame un segundo para que el jurado nos ilumine con su punto de vista.

La luz enfocó a Jaim, quien asintió con elegancia.

—Jaim, como todos saben, eres el maestro de pasarela ¿Qué te parece la reincorporación de Nubia al programa?
—Es una gran oportunidad, sin duda –comentó él—, por supuesto, tiene un punto a favor porque ha tenido unos días para descansar, pero al mismo tiempo ha perdido el ritmo.
—¿Qué consejo le darías?
—Que use sus mejores tacones y camine con la frente en alto para enfrentar este desafío.

Aaron Love sabía que las otras debían estar echando chispas; por el audio le dijeron que hiciera una pregunta más.

—Muchas gracias Jaim. Vicenta ¿Qué consejo le darías a Nubia?

Que se cuidara del veneno de víbora, fue lo primero que pensó ella, pero no lo dijo.

—Le diría que tendrá que trabajar el doble o el triple para recuperar el terreno perdido, y que de seguro esta oportunidad no se repetirá.
—Así es, gracias Vicenta. Y ahora Nubia, el tiempo corre, y ustedes en sus casas, no pierdan detalle porque el programa de hoy será infartante.

En la sala de dirección, Sandra estaba viendo en la tablet esa parte del programa; la medida dispuesta de incorporar a Nubia al principio del programa había resultado en sintonía, lo que le daba a ella un gran punto a favor porque fue su idea hacerlo. Las estadísticas al momento indicaban que el regreso de esa chica y las caras de sorpresa de las otras vendían bastante, pero además reforzaba la idea del apoyo de la transmisión por la red antes del inicio del programa como una fuente de interés para el público seguidor. Desde ese momento en adelante no importaba mucho si la chica seguía en el programa o la volvían a sacar, porque su cometido ya era una realidad.

—Sigan menos a Nubia, enfócate en Alma y en Márgara.

Kevin había guardado silencio mientras el circo romano se llevaba a cabo; se trataba de un acto tan humano y básico que resultaba divertido que nadie en realidad sospechara. A fin de cuentas, lo que causaba las explosiones de rating y las discusiones en las redes era el morbo de ver cómo se sacaban el cabello a jalones con tal de ganar; era una arena de combate, y cada elemento estaba programado para enaltecer más al público.
Se había puesto de pie mientras Sandra daba instrucciones, y miró en el móvil un mensaje que le llegó y que nadie debía ver salvo él.

—Ya estoy en mi casa.
—Perfecto –escribió en respuesta–. Lo hiciste muy bien.
—Lo sé, pagaste muy bien por esta actuación.
—Sí, solo asegúrate de sostenerla; tienes que seguir fingiendo que todo es real.
—Tranquilo, nadie sabrá la verdad.

Guardó el móvil en el bolsillo; Ivonne había hecho una actuación perfecta, el resto era solo pagar médicos y exámenes para que esa farsa pudiera ser una realidad sólida. Se trataba de un secreto absoluto, algo que incluso Sandra no sospechaba ¿Por qué hacerlo? Porque podía.

2


Algunos minutos después, Sandra había trasladado algunos deberes para estar disponible en caso de algún informe sorpresa; la idea de reintegrar a Nubia había sido suya, y Kevin estuvo de acuerdo en ello gracias al respaldo de las redes sociales. En esos momentos era importante marcar un punto de inflexión para todas, porque hacía que se sintieran inseguras ante el futuro; una lesión era algo imprevisible, pero si en el futuro volvía a pasar, cada una de ellas sabría por anticipado que alguna de las eliminadas podría volver.
Descansada, recargada y dispuesta a vengarse, muy probablemente.
Nubia era una víctima y desde ahora, seguramente pasaría uno o dos programas en la cima de las votaciones, para luego empezar a caer por su falta de experiencia como artista en general y como persona en particular; tal como ella lo tenía previsto, Lisandra estaba convirtiéndose más rápido de lo que parecía en una loba, lo que de seguro pondría los ojos del público en ella y prendería todas las alertas en las otras.
La noticia de Nubia terminaría por ser una anécdota, y cuando volviera a ser eliminada, realmente a nadie le importaría.
Ya era el momento de empezar a utilizar a Valeria para cumplir sus planes; después de haber arreglado que recibiera los tratamientos de belleza que necesitaba para aparentar que era joven, sabía que estaba en su poder y que tendría que hacer todo lo que fuera necesario.
Era importante comenzar a sabotear las presentaciones de las otras, desde detalles muy pequeños, para poder influir en las opiniones del público real; si bien Kevin podía decidir en cualquier momento quién sería eliminada, él tendría que acatar las decisiones que fueran demasiado evidentes por parte del público o que reflejaran detalles reales de las presentaciones. No tenía un pelo de tonto, y no podía dejar que alguien sospechara de la manipulación de las votaciones.
En ese momento recibió una llamada; era el contacto que coordinaba la información que recibían los bailarines.

—¿Qué sucede? –preguntó con voz desprovista de emoción.
—La madre de Marina tiene que someterse a una cirugía mañana; ella no se lo ha dicho a nadie.

Un drama personal; la forma de manejarlo sería hacer que el conductor del programa citara algún comentario fraterno de las redes sociales para tocar esa fibra.

—¿Alguna novedad de ese caso especial?
—Un poco, está muy protegida _explicó el hombre del otro lado de la conexión—. Todo indica que está trabajando con alguien, pero todavía no lo dice.
—¿Y cuál es la noticia?
—Que está colaborando con un hogar de menores –apuntó él—, aparentemente lo tiene como una carta bajo la manga, pero no parece tener pensado usarlo todavía.

La productora se detuvo y tomó la tableta, para revisar en el apartado de videos algunos que había separado por ser curiosos. El momento en que Lisandra tuvo un ataque de histeria y atacó a Charlene era interesante, porque por el contrario de lo que parecía de forma común, ella no tuvo una reacción agresiva, sino que se las dio de mártir; en un momento en particular ella hacía como que iba a hablar de alguien o explicar esa ridícula presentación que parecía de día de los enamorados en versión pobre. Entonces se trataba de eso, ya tenía planeado mostrar en algún momento esa faceta de benefactora del pueblo para sensibilizar a la gente; para haber ingresado casi por accidente al programa, estaba muy bien preparada.
¿Un asistente?
Quizás el asunto de fondo era que no estaba sola en eso, y tenía a alguien entendido en televisión y espectáculo dando las ideas para mantenerse vigente. Pues bien, quizás ella podía ayudarla a subir tan solo un poco, y usarla como un arma para desequilibrar a las otras; si eso la ayudaba a llegar más lejos o no, no era realmente importante.

—Bien, dile a Nigel que haga todo lo posible por averiguar acerca de eso.
—Como digas —respondió Alberto del otro lado de la conexión—, lo que tú digas.
—Y una cosa más: ahora que Nubia volvió, dile a Nick que retome los planes. Eso es todo por ahora, sigan trabajando bien.

Alberto finalizó la llamada y dejó el móvil a un costado; en ese momento estaba en una sesión de masaje, disfrutando del aroma de los óleos y la excelente mano de su masajista de siempre.

—¿Cómo sientes la espalda? —preguntó el experimentado hombre.
—Como si fuera de algodón —replicó el joven, volteándose boca arriba—. deshiciste esos nudos sin dificultad, eres el mejor.

El fornido masajista continuó con el tren inferior, empezando por flectar su pierna izquierda.

—Ops, eso dolió.
—Parece que aumentaste el peso en el gimnasio ¿No es así? —comentó el otro—. Te he dicho que debes ir poco a poco.
—Lo sé, lo sé, es sólo que es como si fuera una droga, ya sabes, pero sin los efectos secundarios de inyectarse cosas; me veo en el espejo, comparo con los resultados del mes pasado, y es como si la adrenalina subiera por un cable hacia arriba. Además, hay alguien que aprecia mucho mi fuerza.
—Ah, claro, esa misteriosa mujer que te usa como un juguete—observó el otro, divertido.
—Ella.
—¿Y es tan secreto, eres una especie de amante infiel?
—Nada de infidelidad. Es solo un secreto, hay asuntos de trabajo, es solo eso.

3


Después de hacer su presentación al inicio del programa, Nubia fue de inmediato a la zona de trabajo, para preparar su presentación al igual que las demás; en principio, no se sorprendió de los saludos corteses, pero para nada amistosos de las otras chicas, ya que era lo primero que se esperaba al momento de llegar.
Desde el momento de ser eliminada del programa pasó por muchas emociones; primero, la sorpresa y decepción de no haber podido avanzar más, luego una terrible sensación de tristeza y vacío, y finalmente la resignación ante lo inevitable. Había decidido volver a ver el programa para quitarse de la cabeza la persistente idea de haber fracasado, y enfocarse en analizar todo desde un punto de vista objetivo, e intentando divertirse, como si no se tratara del mismo producto que tan poco tiempo antes había sido su sueño.
No había funcionado para ella como lo esperaba, pero estaba intentando hacerlo poco a poco, hasta que recibió la llamada de la producción un par de días atrás, preguntando si estaba disponible para regresar al programa para una etapa de repechaje, o en el caso de un alargue de la emisión. Lo primero que pensó fue decir que no, que había tenido suficiente con una decepción, pero en realidad su pensamiento de fondo era otro; haber conocido el mundo del espectáculo y la televisión era una de las mejores cosas que había vivido.
Dijo que estaba disponible, y le respondieron que debía estar atenta, ya que tan pronto como recibiera una llamada, el tiempo volvería a correr para ella.
Se trataba de una propuesta sin fecha y sin un concepto claro, pero que removió todos sus sentidos; la posibilidad de volver a pisar el escenario, de crear y construir una presentación con la presión del tiempo era algo casi sublime, pero escuchar el saludo y aplauso del público era definitivamente incomparable.
Nick había mantenido contacto con ella, y ahora que estaba de regreso, sabía que en algún momento, quizás ese mismo día, volverían a encontrarse entre los pasillos y las personas trabajando a toda máquina; ansiaba volver a verlo, ahí junto con ella o a tan sólo unos pasos, pero lo que más ansiaba era saber que volverían a encontrarse en secreto, y que sería un motivo de alegría por su regreso, no un modo de estar esperando un consuelo de su parte.
Buenas cosas esperaban para ella, estaba segura de eso.


Próximo capítulo: Fuerte

Contracorazón Capítulo 24: Nunca volverá a pasar




Magdalena entró en la urgencia a paso rápido; localizó con la vista el mesón de informaciones y torció en esa dirección, pero vio a Martín y giró de nuevo hacia donde se encontraba él. El hombre se puso de pie al notar que ella se acercaba.

—¿Dónde está mi hermano? ¿Qué fue lo que sucedió?

Había un inconfundible tono de reproche en su voz, aunque el principal era de alarma; a Martín no se le había ocurrido que quizás ella estaba al tanto de los detalles de su discusión con Rafael, pero descartó esa idea al instante; Rafael era noble, e incluso después de cómo lo trató, no habría hablado de eso.

—Magdalena, tranquilízate.
—No me quiero tranquilizar, quiero saber qué fue lo que le pasó a mi hermano.

La mirada de ella decía mucho sobre su estado; Martín la había visto pocas veces, pero había conocido su faceta amable, divertida y agradable. Sin embargo, en ese momento estaba angustiada, y además, de seguro preocupada por el estado de su hermano; también era probable que sospechara que había ocurrido algo extraño entre Rafael  y él. ¿O sólo era una idea suya por el estrés que estaba viviendo?

—Lo están controlando, pero en la ambulancia dijeron que estaba fuera de peligro.
—Dime qué fue lo que pasó.

La exigencia de ella era lo menos que se merecía en un momento como ese; de alguna forma, él mismo se había estado sintiendo culpable por todo eso.

—Estaba en el centro comercial donde fue el atentado explosivo.

El rostro de la chica se tensó al escuchar esas palabras, y contuvo sin querer la respiración; durante un eterno segundo no habló, perdida en el horror de imaginar a su hermano en medio de ese infierno.

—¿Qué le pasó? —Exigió, con voz ronca—, no me mientas.
—El personal que lo atendió dijo que sufrió un golpe en la cabeza, y un corte.
—¿Tiene quemaduras?
—No —Respondió de inmediato—, no sé exactamente cómo fue todo, pero parece que lo que lo golpeó fue la onda expansiva.

Mariano había llegado casi corriendo tras Magdalena tras estacionar el auto, y se quedó de pie junto a ella; había escuchado lo suficiente y sabía que en ese momento no tenía mucho que agregar.

—¿En qué habitación esta?
—No lo sé, llegamos hace muy poco; todavía no lo he visto.
—Cariño, deberíamos sentaros ahora —Intervino Mariano—, seguro que en un momento nos darán alguna noticia.

El rostro de Magdalena se contrajo por la emoción, y con un gesto casi espasmódico secó una única lágrima que escapaba por el rabillo del ojo. Estaba determinaba a no quebrarse mientras Rafael la necesitara, y mantendría esa actitud a cualquier precio.

—Martín, quiero que me digas exactamente lo que sucedió.

Había algo de lo que él no podía hablar con ella; estaba seguro de que Rafael no le había contado acerca de esos presentimientos, y si estaba en lo cierto, él solo causaría problemas al mencionar aquello.

—Nosotros —Dudó un instante; tendría que mentirle y confiar en que todo se solucionara después—. Nosotros íbamos a reunirnos al mediodía.
—Pero mi hermano debería estar trabajando a esa hora —Refutó ella.
—Es cierto, fue algo repentino, en realidad él no me dijo por qué era que iba a estar ahí, me lo diría cuando hablaremos en persona —Sentía que su mentira era frágil y débil, pero la iba a mantener—, y yo estaba por esos lados porque tenía que vender un producto.
—¿Y estabas ahí cuando…?
—Cerca, yo estaba justo del otro lado de las boleterías de la estación de metro cuando pasó —replicó él, adelantándose a la pregunta—; después comenzaron a llegar los equipos de emergencia y nos trajeron hacia acá.
—Ya veo.

Había un motivo por el cual se sentía culpable, y en ese momento frente a ella, a pesar de no poder decirlo, sintió la urgente necesidad de hablarlo de algún modo.

—Magdalena, yo… quisiera haber hecho más, haber evitado que…
—No digas tonterías —Lo interrumpió la mujer, con voz ahogada—, era imposible que supieras lo que iba a pasar; estuviste ahí y lo acompañaste, eso es todo lo que importa.

2


Cuando Rafael abrió los ojos, sintió algo parecido al dolor generalizado después de una gripe fuerte, solo que mucho más intenso; después de unos momentos de que su mirada vagara, logró fijarla en quien estaba sentada a su lado. Magdalena lo miraba con cariño y atención.

—Magdalena.

Sintió su voz débil y trató de aclararse la garganta, pero le resultó imposible.

—Estoy aquí, tómalo con calma ¿De acuerdo?

No tenía realmente energías para discutir eso, de modo que dejó que pasaran unos segundos antes de volver a intentarlo; el dolor se focalizó en la cabeza.

—¿En dónde estoy?
—En una urgencia —respondió ella, con voz calma—, tuviste un accidente.

Entonces recordó. El sonido, la sensación de ser arrojado sin control, y luego el olor a metal y plástico y metal quemado, el humo y los gritos.

—Martín. ¿Dónde…?

Intentó incorporarse en la camilla, pero el dolor en la cabeza se lo impidió; su hermana se apresuró a sujetarlo para evitar que lo intentara.

—Está bien, tranquilo. Martín está bien, sabía que ibas a querer verlo por ti mismo, pero quería verte yo primero. Quería asegurarme de que estabas a salvo.

Eso significaba que alguien la había llamado a ella para darle aviso de lo sucedido; vio su expresión fuerte y determinada en ese momento, pero la conocía demasiado y podía identificar muy bien la angustia oculta tras esa máscara de fortaleza, porque sería lo mismo que sucedería con él si la situación fuese a la inversa.

—Perdón por asustarte.
—Está bien, no importa —replicó ella, con ternura—, sólo descansa, te pondrás bien en un momento.

Se puso de pie y salió del pequeño rectángulo que separaba esa camilla de las otras; en el pasillo se reunió con Mariano y le hizo un gesto a Martín para que entrara en el lugar.

—¿Cómo está? —Le preguntó él.
—Disculpándose por preocuparme y queriendo saber si Martín estaba bien —respondió ella—, es decir que está bastante bien, se comporta como siempre.

Mariano la abrazó tiernamente; en ese momento lo único que podía hacer era servir como un apoyo moral para ella.

—Todo va a estar bien.
—Sí, estoy segura.

En el interior del lugar, Martín se aceró a la camilla, mirando con cierta aprensión a Rafael; tenía un parche en la nuca y lucía cansado y demacrado.

—Martín.

Se sentó al lado de él, queriendo decir tantas cosas, pero esperó a que fuera el momento apropiado.

—Hola.
—Hola.

Intuyó que Rafael iba a preguntarle si estaba bien; porque esa era una de las características de su amigo, estar siempre ocupándose de los demás.

—Pasaste un golpe fuerte ¿cómo te sientes ahora?
—Como si me hubiera chocado un camión —replicó Rafael.
—Te golpeaste la cabeza, pero no fue algo grave —Intentó sonar divertido—, tienes la cabeza dura ¿No es así?

Por un momento ninguno de los dos habló, y Rafael comprendió que Martín tenía algo que decirle; aun sentía sombras, pero estaba casi por completo seguro de que la presencia de su amigo en ese lugar no era circunstancial.

—Escucha, yo tengo que decirte esto.

Martín se sintió en paz para ser honesto, porque sabía que Rafael lo entendería.

—Yo me asusté. Cuando me dijiste eso el otro día, yo me asusté y no quise pensar en nada más; me aterrorizaba la idea de que mi vida fuera controlada por alguien o algo. Pero no son las personas, son los hechos.

Respiró profundo, y se atrevió a pronunciar las palabras; desde ese momento, ya no habría forma de cambiarlo, sería una realidad que tendría que afrontar de la mejor forma posible.

—Tú lo dijiste y yo no quise escuchar.
—Martín…
—Déjame terminar, necesito que me escuches. Rafael, yo había decidido ayer hablar contigo para solucionar todo, pero realmente aún estaba negándome a esa verdad. Y hoy cuando estaba en ese lugar, de pronto simplemente lo entendí, y lo supe, supe que estabas ahí, y me preocupé porque sentí que podía pasarte algo malo.
Mira, para ser honesto, no entiendo lo que está sucediendo, pero sé que tuviste razón en lo que dijiste en primer lugar. Ahora quiero que descanses, después vamos a poder hablar con más calma.
—Martín…

Rafael lo detuvo; aun había algo que debía decir.

—Gracias.
—No hay nada que agradecer.  Escucha, Carlos me dijo que los sentimientos no se equivocan, y tiene razón en eso; una vez te dije que habías sido un poco cursi, pero ahora me toca a mí. Eres mi hermano, Rafael, y lo que sea que esté pasando, lo vamos a enfrentar juntos.

Rafael se incorporó en la canilla, y los dos hombres se dieron un abrazo que fue la muestra de haber resuelto sus anteriores diferencias, y al mismo tiempo un gesto honesto de unión y preocupación mutua.

—Tú también eres mi hermano —replicó Rafael—. solo quiero que todo se solucione.
—Habrá tiempo para eso —dijo Martín—. Pero primero tienes que ponerte bien de ese golpe; luego vamos a hablar todo, me vas a contar todo lo que sucedió, y juntos vamos a ver qué hacer.

3


A pesar de lo impactante del accidente en el que se vio involucrado, Rafael tuvo un diagnóstico de herida leve; según lo que pudieron establecer más tarde de acuerdo con el reporte de la policía, Rafael estaba a determinada distancia del lugar en donde detonó el artefacto, y la explosión lo arrojó contra una pared cercana, que era de piedra y tenía ciertos relieves. Se golpeó y cortó en la parte trasera de la cabeza, sufriendo una pérdida momentánea de consciencia y un traumatismo, para el cual se recetó un medicamento apropiado y reposo por dos días. Magdalena acompañó a su hermano a su departamento y se quedó con él hasta la tarde, tras lo cual fue Martín quien tomó el relevo, aunque ante las protestas de Rafael por no dejarlo a solas en su propia casa.
El jueves Rafael despertó con una sensación generalizada de cansancio, pero con menos dolor que la jornada anterior; después de levantarse fue a la sala, en donde se encontró con Martín, quien estaba recogiendo la ropa de cama con la que se había cobijado en el sofá.

—Buenos días.
—Buen día —Martín lo saludó con energía—, deberías haber aprovechado que estás con descanso estos días y haber dormido más ¿No crees? Apenas dan las ocho treinta.
—Sí, es que no tengo sueño y estoy acostumbrado al horario. ¿Cómo dormiste?

El trigueño le dedicó una mirada condescendiente.

—Ya empezaste; eres el del accidente, no yo, se supone que esa pregunta la hago yo.

Se cruzó de brazos con gesto severo. Rafael sonrió.

—Ésta bien, está bien. Martín, gracias por preguntar, dormí sin novedad y me siento mejor que ayer. Y no se me ha desprendido el parche ni veo doble o algo así.
—Muy bien, eso me parece mejor.

El moreno se sentó en uno de los sillones mientras tanto.

—¿Incómodo?
—No, tú sofá está bastante bien, aunque tengo que decir que aquí hace más calor que en mi departamento, todavía, por eso me di una ducha rápida al levantarme. ¿Tomamos desayuno?
—Si quieres saca las cosas del refrigerador y pon agua para café, mientras me doy una ducha También.
—¿Necesitas ayuda?

Rafael lo miró con las cejas levantadas y un asomo de sonrisa.

—Martín, me golpeé la cabeza, no perdí un órgano. Por favor no te pongas como mi hermana.

El otro se estaba riendo; era una broma que ayudaba a ambos a sentirse en un ambiente más distendido.

—Oye, gracias a mi es que Magdalena se convenció de dejarte aquí y no quedarse como enfermera; con mi argumento de que si necesitabas algo lo arreglaría mejor yo porque entre hombres nos entendemos salvé la situación.
—Eso es cierto; amo a mi hermana, pero de verdad estoy bien, puedo hacer todo por mí mismo. De todos modos, de verdad te agradezco por todo, eres el mejor.
—Eso ya lo sé.

Poco después estaban ante la mesa en la pequeña cocina; después de todo lo ocurrido en el día anterior, estar haciendo algo tan sencillo como desayunar junto a Martín era un cambio del cielo a la tierra.

—¿Y crees que todo esté bien en la tienda estos dos días?
—Sí, cuando me llamaron ayer de recursos humanos les dije que dejaran todo en manos de dos vendedores que son de confianza. En realidad, es Sara en quien confío, pero decidí dejar a dos personas para que no se genere alguna idea de preferencias o algo.
—Eso estuvo bien pensado —replicó Martín —. Ahora, cambiando de tema ¿Crees que sea momento ya para que hablemos del otro asunto?

A Rafael le resultaba sorprendente ver cómo todo entre ellos había vuelto a la normalidad; no hicieron falta demasiadas palabras, y nuevamente era como siempre, esa confianza y naturalidad total entre los dos. Sin embargo, notó que Martín no había mencionado de nuevo nada relacionado con lo sucedido antes.

—Pienso que sí, pero de todos modos tengo que decir que hay muchas cosas que no puedo explicar bien.
—Porque simplemente son así —Observó Martín —. Sí, estuve pensando en eso, es lo mismo que me pasó. No puedo explicar cómo supe que ibas a estar ahí, solo lo sabía. Así que estoy listo para escuchar toda la historia.

De pronto, Rafael se encontró contándole todo lo que recordaba del último tiempo; desde aquellas extrañas sensaciones, hasta los sueños que parecían ser suyos, pero en realidad no lo eran; su amigo en todo momento lo escuchó con suma atención.

—Entonces esa noche cuando te escuché gritar, no estabas teniendo una simple pesadilla —comentó Martín—, se trataba de lo mismo. Me siento culpable por no haber podido estar en ese momento.
—No, eso no —Lo interrumpió Rafael—. No quiero que te sientas culpable, no quiero culpas ni nada por el estilo; todo esto es algo que no estaba dentro de lo común, culparnos no sirve de nada.
—Pero entonces ¿Quiere decir que todo esto era una especie de advertencia?
—Eso es lo que concluí después de mucho pensarlo —Explicó el moreno—, es por eso que yo supe lo que iba a pasar; los hechos se están repitiendo.

Martín se lo pensó un momento; en la interna, seguía temeroso de esa situación intangible e inexplicable, pero se esforzaba por hacer que su lado sensato no perdiera el norte.

—Y dices que en esos recuerdos tú y yo somos parecidos a ellos ¿Cómo si hubiésemos reencarnado o algo por el estilo?
—No, no lo veo de esa forma —Explicó Rafael—, porque no son mis recuerdos, no es como si estuviera viendo algo que me pasó antes.
—Pero hay un parecido, eso tiene que significar algo.

Rafael hizo un gesto amplio con los brazos.

—¿Una nueva oportunidad? Te estoy contando que ellos murieron jóvenes, de seguro tendrían nuestra edad o menos; quizás se trata de que volvieron, pero en otra forma, y hay una especie de intento por evitar que se repita una desgracia.
—Sí, eso lo entiendo —Observó el otro hombre, pensativo—, pero hay algo en todo esto que no me deja en paz. ¿Por qué piensas que este hombre que le dices Miguel está muerto?

La pregunta descolocó a Rafael.

—¿Qué? Pues te lo dije, te expliqué todo lo que vi.
—Sí, pero tú no lo sabes de una forma concreta.
—¿De qué estás hablando?

Martín lucía serio y pensativo en esos momentos; incluso con todos los hechos que había escuchado, aun había algo que podía analizar y entender.

—Escucha, no estoy tratando de poner en duda lo que dices, pero este es el asunto: tú, o él en ese caso, vio a su pareja morir. Dijiste que murió en sus brazos y eso es algo que puedo entender muy bien. Pero tú no viste cómo murió Miguel.
—Pues claro que no —Protestó el moreno—, son sus recuerdos, es lógico que no sepa cómo murió.
—Espera, espera, estoy tirando ideas al aire. Dejemos eso ahí un momento ¿Es un incendio?

Eso sí se lo había preguntado con anterioridad, y tenía una respuesta clara para eso.

—No es un incendio; no puedo explicarlo, pero no es un incendio, se trata de otra cosa. No sé adónde quieres llegar, pero él murió allí también, de eso se trata todo esto.

Martín tampoco lo sabía, pero estaba dejando que los pensamientos se volvieran palabras.

—Y dijiste que lo que viste…lo que sucedía es que su pareja tenía estas heridas, y él lo abrazaba al verlo morir.
—Y juraba que estarían juntos.

No supo cómo, pero al repensar en eso, Martín lo compendió.

—Eso es.
—¿Qué?
—La promesa —Explicó con lentitud, mientras aun juntaba todas las piezas—, dijiste que prometía que estarían juntos para siempre, es como jurar que estarían unidos en la muerte, pero ¿Y si no fue así?
—No sé si estoy preparado para lo que sea que me vayas a decir —apuntó Rafael.
—Es sólo que cuando lo pienso, tiene sentido —Afirmó Martín—. Me quedé pensando en lo que dijiste, y piensa que yo no había pensado ni sentido nada antes de ayer. Pero ayer sí sentí algo —Continuó con seriedad—. Sentí que iba a pasar algo malo, y que tú estarías en ese sitio; dijiste que no eran los hechos, que eran las personas, pero ¿Y si en realidad sí fueran las personas, pero no nosotros?
—No entiendo.

Martín se puso de pie e hizo un gesto muy amplio con los manos.

—Yo tampoco; pero esto es lo que estoy tratando de decir: yo pienso que hay una energía, un algo que viene de nosotros y que no termina cuando uno ya no está aquí. Miguel ve herido a su pareja, se aferra a él, promete que estarán juntos en la muerte, pero ¿Y si algo los separó?
—¿Algo como qué? —Preguntó Rafael, con un hilo de voz.
—Una explosión —replicó Martín—. Una explosión como la de ayer ¿Qué pasaría si ellos hubieran estado en otro atentado, pero en vez de una bomba, fueran dos? ¿Qué pasaría si en ese último momento, ocurriera algo que los apartara?

Estaría siempre buscándolo en la eternidad; entonces se trataba de eso, siempre fue eso.

—Tienes razón; Martín, eso es, diste en el clavo. Entonces ¿Es eso?
—Eso creo, te digo que sólo estoy dejando que las palabras salgan por si solas. Si fuera así, entonces todo lo que ha estado pasando sí se repitió, y eso quiere decir que podemos descubrir quiénes son ellos y qué fue lo que sucedió.

Fue a la puerta rápidamente.

—¿Adónde vas?
—A mi departamento, voy por mi laptop.
—Pero tengo un ordenador aquí.
—Rafael, aunque no ejerza, soy analista de datos, y un analista siempre trabaja mejor en su propia máquina. Escucha, esto es una apuesta, pero si todo esto que dije no son solo locuras, quiere decir que podemos rastrear esto. Lo tenemos que intentar.

Poco después estaba de regreso y dispuso el portátil en la mesa; ingresó a una serie de sitios de almacenaje de datos y noticias, hasta que dio con un resultado.

—Mira, no hay muchos atentados con bomba en este país además del de ayer, y suponiendo que la búsqueda sea solo en esta ciudad, hay uno hace dos años, uno hace siete, otro hace doce y nada más; no, espera, hay otro hace treinta años. Es este, en el de hace treinta años murieron varias personas, en el de hace doce uno, y era un señor de edad avanzada.

¿Treinta años atrás? La idea resultaba estremecedora, porque dejaba entrever una historia de dolor mucho más compleja; al mismo tiempo, explicaba ese constante sentimiento de angustia, la necesidad de proteger la intimidad de la pareja, porque en efecto, vivían en una sociedad mucho más agresiva e intolerante.

—¿Dónde fue ese atentado?

Martín se quedó sin palabras al ver la información en el sitio; allí, una foto borrosa en blanco y negro era apenas distinguible en la digitalización de la noticia impresa.

—No puede ser.
—¿Qué?
—La foto —Explicó Martín, aunque sin salir de su asombro—. Rafael, ese atentado hace treinta años fue en la plaza de armas, en el edificio donde se encuentra la catedral.
—Cielos.
—No, no es eso. El otro día estuve ahí, fui a una entrevista de trabajo en la librería que está justo al lado; pasé por el costado del memorial y no me paré a mirarlo.
—Esa es una coincidencia enorme —Apuntó Rafael, sorprendido.
—No estoy hablando de eso. Dentro de la tienda había una foto, era antigua, y cuando la vi, sentí como si antes ya la hubiera visto. Rafael, creo que uno de ellos está en esa foto.

El otro hombre se puso de pie de inmediato al escuchar eso.

—Entonces tenemos que ir; tal vez ahí podamos descubrir algo más.
—¿No prefieres esperar a que ya se termine tu reposo?
—¿Estás loco? —exclamó mientras iba hacia su cuarto—. No puedo dejar pasar esta oportunidad. Me cambio y salimos de inmediato.
—De acuerdo, hagámoslo entonces.

Poco más tarde, los dos amigos llegaron al lugar y se detuvieron ante el memorial de piedra que estaba ubicado en la plaza, enfrente de la iglesia; la estructura fría y oscura ostentaba una placa en donde figuraban nombres de cinco personas.

—En su memoria, para que nunca otra vez pase algo como esto, para que nunca otra vez alguien corte alas.

Rafael leyó la inscripción con una cierta melancolía; estaban cerca, y al mismo tiempo tan irreparablemente lejos de todo aquello.

—Vamos.

En ese momento, todos los vendedores estaban ocupados, de modo que pudieron entrar sin ser interrumpidos; los dos hombres se quedaron quietos, mirando la antigua fotografía en la pared, esperando encontrar algo en ella. Tras unos momentos de análisis, ambos lo hicieron.

—No puedo creerlo; es él, el segundo de la izquierda. Soy yo, es decir, se parece a mí.
—Es cierto —murmuró Rafael—, lo encontramos.


Próximo capítulo: Camino al pasado

Contracorazón Capítulo 23: Sombras




Rafael llegó a su departamento con una gran sensación de desasosiego en su interior, y una serie de contrastes.
De ninguna manera estaba arrepentido de sus actos; lo que sucedió con ese automóvil era la demostración empírica de que estaba en lo correcto, y de ese modo, sus acciones eran las indicadas a pesar de las consecuencias. Sin embargo, las consecuencias no estaban en su rango de opciones, simplemente porque nunca había pensado en el panorama que tuviera lugar tras los acontecimientos que quería evitar; de alguna forma había asumido que al tener éxito en ayudar a Martín, todo volvería a la normalidad eventualmente.
Se quitó la ropa y se miró en el espejo del baño: tenía un moratón enorme en el lado izquierdo de la cadera, lo que explicaba la dificultad al caminar, y algunos raspones en las piernas y brazos; sacó la botella de desinfectante para heridas y se aplicó en las zonas, hasta cierto punto ignorante del escozor que se producía en estas por estar pensando en todo lo sucedido.
Si tenía que enfrentar el perder a Martín como amigo, le parecía un precio justo por haber evitado que le ocurriera algo malo; en ningún momento había pensado en su propio bienestar, y aunque al verlo en retrospectiva había sido muy arriesgado e irresponsable, lo que más le importaba era haberlo conseguido.
Poco después de salir de la ducha vio que su móvil anunciaba una llamada de Martín; a pesar de querer recibir algún tipo de comunicación, lo primero que pensó al respecto es que podría ser una mala noticia, pero dado que no tenía sentido intentar evadir el tema, contestó.

—Martín.
—Hola.

Por primera vez desde que se conocían sintió esa evidente incomodidad del otro lado de la conexión. Se acercó ala ventana y vio que las luces del departamento no estaban encendidas, lo que significaba que de seguro él no se encontraba allí.

—Escucha, yo —el trigueño carraspeó, incómodo—. Sé que cuando sucedió todo me comporté de una forma brusca, fui agresivo y eso no estuvo bien.

Esa expresión graficaba con claridad el carácter noble de Martín, pero de todos modos a Rafael eso se le hizo innecesario.

—No tienes que disculparte.
—No, es lo correcto que reconozca si hice algo mal —lo interrumpió con determinación—, y no estuvo bien que te hablara de ese modo, lo siento.
—No hay nada que disculpar, en serio —replicó Rafael—, además fue una situación tensa, es natural que uno esté angustiado o algo así.
—Sí.

Nuevamente sucedió un silencio, y Rafael se quedó a la espera de lo que fuera que Martín tuviera que decirle; al fin, el otro hombre se animó y siguió hablando.

—Escucha, sobre lo que pasó en la mañana...
—¿Sí?
—No quiero que parezca que soy un malagradecido —era evidente que estaba luchando por conjugar las palabras del modo correcto, al tiempo que batallaba contra un sentimiento que era distinto, o quizás más fuerte de lo que quería decir—, de verdad te agradezco por haberme ayudado cuando sucedió lo del auto.
—Martín...
—Déjame hablar —lo interrumpió con intensidad—, no quiero que te lo tomes a mal, en serio; es muy importante lo que hiciste porque también te arriesgaste mucho cuando pasó eso. Pero eso no cambia lo que dije con respecto a lo que tú dijiste después, porque eso es diferente.

Quería insistir en que no se trataba de situaciones personales, sino del curso de los acontecimientos, pero Martín no lo estaba dejando hablar.

—¿Te has puesto a pensar que en esta vida uno tiene realmente muy pocas cosas? Quiero decir, lo que compramos, o el trabajo, esas cosas vienen y van, pero la vida que tenemos, las experiencias y todo lo que pasó es algo propio. Es único y yo… yo no puedo aceptar que eso no sea mío.
—Nada te va a quitar lo que eres o lo que has vivido —se apuró en decir—, no se trata de eso, en serio.

Pero Martín nuevamente se adelantó y siguió hablando, haciendo caso omiso a sus palabras.

—Como sea, mira, solo olvidemos todo esto ¿De acuerdo? Dejemos pasar unos días hasta que todo quede en el pasado.
—Si no quieres seguir manteniendo contacto conmigo…
—No, no es eso, somos amigos. Solo dejemos que pase el tiempo, para que todo vuelva a ser como antes. Estoy donde mis padres y salí a comprar, ahora tengo que volver.
—De acuerdo.

Pareció que iba a cortar, pero a último momento cambió de opinión y retomó la conversación.

—Le dije a Carlos que te habías despertado con una indigestión y que por eso no habías podido venir; te lo digo para que lo sepas.
—Sí, está bien.
—Hablamos después.

Martín colgó y se quedó sentado en el banco de madera de la plaza en la que estaba; había inventado que quería tomar un determinado tipo de gaseosa y salió a comprarla, pero en realidad era una excusa para salir y hacer esa llamada telefónica con tranquilidad.
¿Por qué entonces se sentía tan incómodo?
Se había dicho que lo correcto era llamar a Rafael y decirle lo que estaba sintiendo, explicarle que no estaba enfadado con él, pero al momento de hacerlo sintió que no estaba usando las palabras correctas, y que además la forma no era la adecuada. Sonaba demasiado frío e impersonal, como si de algún modo no estuviera siendo sincero o transparente por expresarse por teléfono, sin mirarlo a la cara.
Rafael era su amigo y eso no había cambiado para él; que se hubiera puesto en peligro para ayudarlo no solo era un gran gesto, sino que reforzaba el sentimiento de amistad y respeto que tenía hacia él. Pero a la vez hacía que el conflicto por esas palabras fuera más grande, porque de algún modo lo veía como un ataque.
Lo que no quería reconocer es que estaba aterrorizado.
La sola idea de que alguien, quien sea, sugiriera que su vida no estaba dirigida por él sino por alguien más resultaba perturbadora, porque lo dejaba en un espacio donde no había de qué sostenerse. Su núcleo era su familia, sus padres y su hermano, pero pensar que eso pudiera no pertenecerle hacía que se desatara una parte más instintiva de su ser, una que intentaba proteger a los suyos con toda su energía.
El problema en eso es que Rafael era su mejor amigo ¿Cómo lidiar con ambos sentimientos? No quiso admitirlo, pero se dijo que la mejor forma era sepultar ese hecho y las explicaciones de Rafael, y dejar que el tiempo pasara.
Asumir que nada de eso sucedió, aunque en el fondo sabía que eso no era una real solución.

Rafael, en tanto, se quedó pensando en las palabras de Martín, y no pudo evitar quedarse con una sensación agridulce respecto a esa situación; no esperaba bajo ningún término causarle problemas como eso, pero ¿Acaso no era algo parecido a lo que le había pasado a él mismo en un principio, cuando fue consciente de aquellos extraños sueños? La diferencia entre ambos es que a él nadie le había dicho de aquello, se trataba de una experiencia propia, sobre la que había aprendido paso a paso, sintiendo todo tipo de emociones y viviendo también la incredulidad y la negación. Él había tenido toda esa evolución y además el adicional de la visualización en primera persona, que le otorgaba un tipo de conocimiento distinto y que era sensorial, algo que no podía explicar.
¿Se habría roto su amistad?
Odiaba esa incomodidad percibida a lo largo de la llamada; incluso hablando por teléfono, siempre se había mantenido el tono alegre y amistoso entre ambos, por lo que ese cambio era muy brusco y no le agradaba. Era como si Martín no estuviera seguro de qué decir o qué no, o peor aún, que no estuviera decidido a hablar con él ; deseaba que las cosas se arreglaran entre ellos, y aunque en realidad quería compartir esa experiencia, se resignó al silencio y el olvido.
Se tendió de espalda en la cama pensando en todas estas cosas, hasta que el cansancio y el sueño se apoderaron de él.

2


Martín comenzó la semana en que ya estaba sin trabajo con mucho que hacer; la idea que había tenido de comprar elementos para realizar serigrafia y luego venderlos había resultado perfecta, y para ese martes tenía tres acuerdos, de modo que se levantó temprano y se preparó un desayuno contundente para salir lleno de energía.
Estuvo ordenado las cajas con el material que iba a vender, y poco antes de salir habló con una persona que le solicitaba implementos para realizar impresiones permanentes en vidrio; no sabía acerca del tema, pero decidió alargar eso diciendo que estaba realizando una venta en ese momento y devolvería el llamado más tarde para darse tiempo a revisar en la red si existía alguna posibilidad al respecto.
Poco más tarde, cuando ya había entregado la primera caja e iba a entregar una pequeña a otro sitio, recibió una llamaba de su hermano.

—Hola —saludó con energía.
—Hola ¿Cómo va tu día?
—Perfecto —replicó confirmando la hora—, ando de viaje por la ciudad, aplanando las calles; a este paso me voy a convertir en todo un empresario.

Al menos hasta la última vez que hablaron del tema, Carlos se había tomado con tranquilidad lo del trabajo, y bastante curioso con respecto a ese emprendimiento personal; Martín estaba sorprendido por el éxito que estaba teniendo, pero sabía que al ser un tipo de trabajo independiente no podía confiar de forma indefinida en que fuera a funcionar.

—Pero no camines demasiado. ¿Extrañas el auto?
—Solo un poco, la verdad no me molesta caminar —replicó con ligereza—, además lo estoy viendo como una oportunidad de conocer la ciudad, voy a pasar por calles que ni sabía que existían.
—Tienes razón ¿Y cómo está Rafael?

La pregunta lo descolocó, pero reaccionó y habló con la mayor naturalidad posible.

—Bien, está trabajando, claro.
—Me alegro —respondió su hermano menor—, escucha, quería saber si más tarde puedes venir.

Martín se sintió aliviado por el cambio del tema, porque al no haber hablado con Rafael desde el día anterior no sabia nada de él.

—Sí, no creo que tenga algún inconveniente ¿Alguna novedad de tu nueva ocupación?
—Si, algo hay de eso, ahora mismo estaba dibujando.
—Me gusta esa actitud.

Estaba realmente feliz con la energía que tenía su hermano menor para ese proyecto; en un principio había pensado ver la forma de ayudarlo haciendo algún tipo de publicidad o buscando potenciales clientes, pero se detuvo a tiempo para meditar acerca de ese asunto. Su hermano era un jovencito, no un niño, y así como había desarrollado toda esa idea por si solo, era capaz de proseguir por su cuenta, sin que él se entrometiera; su trabajo era estar a su lado y dispuesto a apoyarlo en caso de necesidad.
Miró en la lista de contactos y se quedó un momento en el apartado de Rafael; pensándolo bien, era primera vez desde que entablaron amistad que no hablaban de forma regular, y se dijo que tal vez debería terminar con ese distanciamiento. Hablaría con él al día siguiente.

Mientras tanto, Carlos fue a la sala a hacerle una pregunta a su madre.

—Mamá ¿Qué opinas de Rafael?

Ella lo miró con cariño, aunque ocultando perfectamente lo que estaba sintiendo en realidad; de momento prefería quedarse con la mejor parte de todo eso, que era la genuina preocupación de uno de sus hijos por el otro: esa unión y cariño verdadero era una de las mejores cosas a las que podía aspirar.

—Es un muchacho muy educado, y se preocupa mucho por tu hermano. Pero eso tú ya lo sabes.
—Sí, es solo que me preguntaba si tal vez estaba en lo cierto o no —replicó el muchacho—, a veces no sé si lo que pienso de una persona es así o no.

Ella le indicó que se sentara junto a él.

—Está bien que no confíes en cualquier persona, porque eso te ayuda a estar protegido; pero Rafael no es un desconocido, y yo pienso que sobre él tú ya sabes lo que piensas. Solo tienes que ser honesto y lo vas a poder ver.

3


Por la noche, Martín fue a casa de sus padres; estaba de un humor excelente después de los buenos resultados en sus ventas y estaba convencido de que su hermano también tendría buenas noticias.
No lo eran del todo; su padre le dijo que Carlos había tenido accesos de dolor durante la primera parte de la tarde, aunque no habían sido tan severos como en otras ocasiones. Por esto, estaba descansando en su cuarto.

—¿Se puede?

Tocó a la puerta aunque estaba entreabierta, y esperó a que su hermano contestara; cuando entró, lo vio sentado ante el escritorio, aunque no estaba usando el ordenador. Lucía cansado, ya que como de costumbre lo dejaba con muy pocas fuerzas un acceso de dolor.

—Hola.
—Hola —saludó el joven—, ¿Cómo te fue?

Martín acercó una silla y se sentó a su lado; reprimió las ganas de abrazarlo, presa de la contradicción que vivía en un caso como ese en donde aquel gesto de amor no ayudaría con el malestar de su hermano.

—Bien, vendí todo y tengo un par de pedidos más; y no solo eso, también descubrí que existe algo que se llama impresión con ácido sobre vidrio, y creo que puedo hacer algo de negocio con eso. ¿Cómo va lo tuyo?

El joven hizo un gesto hacia la mesa de trabajo.

—Bien, aunque hoy no hice mucho; estoy aprendiendo a hacer algunos cosas nuevas en el programa de edición, quiero hacer unas pruebas cuando pueda.
—¡Bien! Cuando tengas eso quiero verlo, tus diseños son muy buenos.
—Está bien.

Se miraron por un momento sin hablar, hasta que el menor rompió el silencio entre los dos.

—¿Le dijiste a Rafael que sigue invitado a venir?

Entonces ese era el real motivo de la llamada; en ningún momento en la mañana había podido engañarlo.

—Bueno, es algo obvio porque hubo un inconveniente.
—¿Discutieron?

No era una acusación, pero Martín vio la real preocupación en el rostro de su hermano, y la transparencia de ese sentimiento hizo que fuera imposible para él mentirle, porque hacerlo sería peor que engañarse a sí mismo.

—No, no discutimos —respondió en voz baja.
—Pero él no estaba enfermo el domingo —concluyó el menor—, no fue por eso que no vino ¿O estoy equivocado?

No esperaba esa conversación, porque en el fondo él mismo no había querido afrontar el tema; solo quería cerrar puertas y no hacerse preguntas.

—No, no estaba enfermo. Perdona por decirte esa mentira.
—No me pidas disculpas —replicó Carlos—, no estoy molesto, pero me gustaría saber qué pasó.

Martín suspiró; él no lo sabía con exactitud, pero ante esa pregunta que no podía soslayar, no tenía más opción que enfrentar la realidad.

—Tuvimos una diferencia.
—Entonces discutieron —apuntó el joven.
—No, no discutimos —enfatizó. Ahora todo lo sucedido le sonaba de un tono distinto que cuando ocurrió—, es complicado, tal vez no hice bien en confiar en él.
—Yo no lo creo —replicó el joven, con determinación.

Martín guardó silencio un momento; él mismo no estaba tan seguro de nada en ese instante.

—Todos nos podemos equivocar, yo también cometo errores.
—Sí —exclamó el muchacho; había una nueva intensidad en su voz que demostraba lo convencido que estaba—. Puede ser que te equivoques, pero no en los sentimientos.
—¿A qué te refieres?

Carlos se incorporó un poco de la posición reclinado en la que estaba y lo miró a los ojos; en ese momento, Martín sintió un terrible estremecimiento, al ver esa confianza absoluta depositada en él.

—Rafael es tu amigo, pero hay algo que es especial entre ustedes —reflexionó—, cuando hablan, cuando están juntos, es como si de verdad se conocieran de toda la vida.
Nunca lo había visto de esa forma, pero ahora que lo pienso, es como si él también fuera tu hermano. Y no me molesta ni me da celos, al contrario, porque entendí que tienes a alguien que te cuida y se preocupa, igual que yo te tengo a ti. Rafael es tu amigo, tú lo quieres, y ese sentimiento no puede estar mal.

Martín se quedó sin palabras por largos segundos. Aún sin saber de qué se trataba, su hermano había llegado hasta el punto más importante de todo eso, haciendo referencia a la amistad que lo unía con Rafael; no era una cuestión del tiempo que se conocían, era sobre los lazos que se creaban.

—Tienes razón —dijo al fin—, tengo que solucionarlo.
—Habla con él —concluyó su hermano—, lo que sea que haya sucedido, estoy seguro de que se puede solucionar.

Martín asintió con energía.

—Lo haré. Pero mañana, quiero hablar en persona y solucionarlo todo cara a cara.


4


El miércoles por la mañana, Rafael salió hacia el trabajo con una extraña sensación en su interior; a diferencia de lo que había pasado antes, no había vuelto a tener esos extraños sueños, ni visto otra vez desde los ojos de Miguel. Esto significaba que todo estaba resuelto, que no podía ver más en ese pasado porque el mensaje que le entregaba había sido recibido, y él había cumplido con su objetivo.
Debería sentirse contento y satisfecho, pero en realidad se sentía acongojado, como si de alguna forma todo lo que hubiera hecho no fuera un real éxito.
¿Tendría eso que ver con el distanciamiento con Martín? Había intentado no pensar en eso, decirse que si él había tenido el buen gesto de llamarlo para intentar arreglar las cosas, eso quería decir que de verdad estaba dispuesto a hacerlo, aunque quizás le llevara más tiempo.
Llegó a la tienda y se encerró en la oficina, intentando despejar sus ideas; su mente vagó de un punto a otro mientras él iba de una labor a la siguiente sin hacer algo concreto. La inquietud lo estaba torturando porque no sabia cómo actuar, y al tratarse de un caso tan extraño como ese, seguir cualquier patrón de acción común no sería lo indicado; sólo le quedaba esperar. Le pareció que esa mañana las horas pasaban lentamente.

—¿Se puede?
—Claro, adelante —respondió, distraído.

Jaime, uno de los vendedores más nuevos entró en la oficina; tenía cara de estar con un conflicto.

—Rafael, llamó un señor por un asunto con una factura.
—¿Qué clase de asunto? —preguntó sin comprender.
—Dice que le entregaron ayer un pedido pero que no dejaron la guía de despacho correcta.

Rafael intentó asociar esa explicación con algo en concreto mientras miraba de forma distraída la hora: casi las once; después de un instante recordó que el día anterior habían hecho un despacho de productos a una oficina, algo que se realizaba en muy pocas ocasiones.

—Dame un minuto.

Revolvió los documentos indicados hasta que localizó la copia de la guía; en efecto, quien llevó el pedido le dejó al cliente la copia incorrecta del documento que respaldaba la compra.

—Ya sé lo que es, es cierto. Hay que ir a dejar esto.
—¿Ahora? —preguntó el vendedor—. Estamos un poco llenos.
—No —replicó poniéndose de pie—, sigan atendiendo, yo me encargo de esto, gracias.

Se dijo que ya que estaba tan desconcentrado, podía ser buena idea salir y despejarse, además de hacer algo útil.
Tendría que tomar el tren subterráneo y desplazarse algunas estaciones, después de lo cual tendría que salir a la calle y desplazarse unas dos cuadras hasta la dirección indicada.
En el interior de esa estación de metro había un pequeño centro comercial compuesto por dos pasajes paralelos en los que había tiendas de todo tipo; se dijo que después de entregar el documento indicado podría regresar allí y darse un gusto como tomar un café o un helado, para animarse y poder continuar con el día de una mejor forma que como lo había empezado. De seguro se desocuparía antes del mediodía, y confiaba en regresar a la tienda con un ánimo mucho más elevado.
Antes de salir, vio que su teléfono móvil estaba en la ultima barra de energía; había olvidado cargarlo y no tenía el cargador rápido en el trabajo. Dudó por un momento en dejarlo, pero si de todas formas estaba con batería baja, al apagarse no podría contestar las llamadas; en cualquier caso dudaba que alguien lo fuese a llamar.
Cuando salió de la tienda se encontró con un día luminoso y un poco cálido, y se dijo que había sido una buena idea salir, porque con ayuda de esa brillante jornada podría retomar fuerzas y comportarse como el mismo de siempre.
Estaba decidido: después de solucionar el asunto del documento, regresaría a ese pequeño centro comercial subterráneo y tomaría un café o algo delicioso antes de volver a sus labores.

2


Martín salió de la estación de metro a una despejada mañana; no traía los anteojos de sol, de modo que tuvo que esperar un instante hasta que sus ojos se acostumbraran a la luz del día, muy distinta de la luz blanca artificial del tren subterráneo. Faltaba poco para mediodía y tenía algo de hambre, pero aún no era hora de almorzar; se dijo que era curioso que la persona con quien se iba a reunir dentro de un par de minutos hubiera cambiado el lugar de la entrega del producto a última hora, porque de no ser así...

—Qué raro.

Se quedó de pie en mitad de la acera, y de pronto, muchas cosas cobraron sentido en su mente, como si hubiera encontrado sin querer la última pieza de un rompecabezas, la que permitía ver la imagen por completo. Se trataba del mismo hecho, pero cambiado por una decisión de ultimo minuto; él no tenía pensado salir de la estación, sino hacer la entrega del producto, y luego retomar el tren subterráneo en otra dirección.
No eran las personas, eran los hechos.

—No puede ser.

Sintió un escalofrío. En ese momento, poco antes del mediodía, él no habría estado ahí en la calle si las cosas no hubieran cambiado de forma subrepticia; de no haberse producido aquel cambio insignificante de última hora, estaría al interior del pequeño y abovedado centro comercial contiguo a la entrada de la estación de metro. Del mismo modo que un par de días antes decidió tomar por cierta calle en vez de por otra; cuando casi fue atropellado, eso quizás no habría sucedido de no ser porque él quiso virar en determinada esquina. Pero el auto habría pasado del mismo modo por el mismo sitio, aunque él no estuviera ahí.
Era el día en que había decidido hablar cara a cara con Rafael, para solucionar los malos entendidos.

— ¡Rafael!

Estaba ahí; no supo cómo, pero en su interior encontró la respuesta: de alguna forma, Rafael había ido hacia ese punto, y se dijo que de la misma forma, él estaría también ahí. ¿lo había seguido? Descartó la idea de inmediato, en primer lugar porque su amigo jamás haría algo como eso, y en segundo, porque de alguna forma Rafael anticipaba cosas que iban a pasar. Antes no lo había seguido, lo que había hecho era adelantarse.
Comenzó a caminar rápido de vuelta al acceso al centro comercial, mirando en todas direcciones, tratando de encontrarlo; de pronto entendió que todo su enojo con él no era otra cosa que miedo, un miedo irracional a que un acontecimiento del pasado pudiera quitarle su vida y su identidad. Pero nunca se había tratado de eso, no era sobre identidades, era acerca de hechos, y la humanidad vivía ciclos ¿Por qué no podía repetirse uno de ellos? No un acontecimiento global, pero sí algo más pequeño, dentro de un país, en una ciudad, en un día como ese, hace mucho tiempo atrás, y nuevamente en el presente. Rafael había dicho que fue hasta el lugar en donde ocurrió lo del automóvil porque presintió que ocurriría una desgracia, y la había evitado, pero ¿Y si esa desgracia estaba a punto de suceder de nuevo?
Bajó corriendo las escaleras y regresó al centro comercial, en donde el movimiento habitual de vendedores y pasajeros parecía por completo fuera de lugar con lo que estaba pasando por su mente; se maldijo por no recordar bien todo lo que le había dicho ese día, por haber estado tan ofuscado, y ciego. Mientras caminaba por uno de los pasillos, mirando a todas direcciones, marcó en su móvil el número de Rafael, pero en ese momento estaba fuera de línea.
¿Podía estar imaginando cosas? Descartó de inmediato esa opción, y se dijo que tenía que seguir su primera idea, que si algo le decía que estaba sucediendo algo malo o potencialmente peligroso, tenía que agotar todas las posibilidades hasta resolverlo, y que esa vez no iba a escapar.
Pero buscar a una persona ahí era como tatar de encontrar una aguja en un pajar.
Cuando terminó de recorrer los dos pasillos que conformaban el pequeño centro comercial sintió que se estaba quedando sin opciones, y regresó otra vez sobre sus pasos, agudizando la mirada, tratando de encontrarlo.
El centro comercial estaba conectado por la entrada nor oriente con la estación del tren subterráneo; en la zona previa a los andenes estaba la boletería central, que era un rectángulo con ventanillas de atención por los cuatro costados, a un lado los torniquetes de acceso y las puertas de salida del andén, y mucho espacio para desplazarse de un punto a otro, hasta la salida del extremo opuesto, que daba a la escalera con salida norte. Miró hacia un punto y otro, tratando de localizarlo, y repentinamente lo vio, apareciendo por el umbral ubicado del extremo contrario a donde estaba él.

—¡Rafael!

Su exclamación fue engullida por el ruido alrededor, pero se sintió tranquilo de haber seguido ese presentimiento y ver que Rafael estaba bien.
Pero, repentinamente, un violento sonido quebró el cotidiano bullicio del sitio en el que se encontraba; la explosión que azotó las paredes del lugar fue como un golpe sordo que engulló todos los sonidos alrededor, desatando gritos e histeria de parte de las decenas de personas que transitaban por la estación. 

—¡Rafael!

Su grito fue insuficiente; intentó correr en su dirección, pero la explosión había hecho que todos alrededor intentaran correr y ponerse a salvo, por lo que varias personas chocaron con él o lo apartaron sin prestarle atención.

—¡Rafael!

Volvió a gritar, pero fue inútil: el caos se había apoderado de todos, y los gritos y desesperación se convirtieron solo en la decoración de un sonido más intenso, el que era como un trueno que retumbaba contra las paredes. Se dijo, mientras avanzaba con dificultad entre la marea de gente, que no era posible, que no podía ser que la tragedia predicha por su amigo se hiciera realidad de esa forma, frente a sus ojos.

—¡Rafael!

Logró llegar al punto, que estaba distante de la zona de la explosión por pocos metros; el olor a plástico y metal quemado inundó sus fosas nasales, y la visión de otras personas, caídas o heridas nubló su visión, pero lo que captó todos sus sentidos fue verlo: estaba tendido en el piso, contra la pared de piedra, en una extraña posición; impactado por lo que estaba presenciando, Martín se arrodilló junto a él, sintiendo el calor del suelo quemado e irradiado por la explosión.

—Rafael.

Sintió su voz temblorosa al hablar; de rodillas en el suelo tomó a su amigo por el torso con la mano izquierda y sostuvo su cabeza con la derecha, pero la retiró un instante, al sentir el líquido caliente contra la palma.

—Rafael, contéstame por favor.

Sostuvo su cabeza con la izquierda, intentando hacer caso omiso a la sangre que brotaba; miró en todas direcciones y pidió por ayuda, pero nadie escuchó sus gritos, y si fueron escuchados, nadie atendió.

—Rafael, contéstame.

El otro hombre reaccionó y entreabrió los ojos, enfocando una débil mirada en él.

—Martín —murmuró con debilidad.
—Estoy aquí, estoy aquí —replicó el trigueño, desesperado—, resiste por favor.

El rostro de Rafael esbozó una levísima sonrisa, y con una temblorosa mano sujetó su antebrazo.

—¿Estás bien?
—Resiste —exclamó el otro, sujetándolo con fuerza—, te voy a ayudar.
—Me alegra —murmuró débilmente—, me alegra que estés bien...

Se desvaneció por completo. Martín lo sujetó con fuerza, sin saber qué hacer, mirando en todas direcciones, gritando por ayuda.

—Despierta por favor. Rafael no cierres los ojos ¡Ayuda, ayúdenme!


Próximo capítulo: Nunca volverá a pasar