Contracorazón Capítulo 08 Sensaciones verdaderas




La jornada del jueves fue la primera en que se sintió a gusto en el cargo en que estaba ocupando en la tienda. Después del ajetreado lunes, el martes estuvo atendiendo algunos asuntos que había previsto, pero que de todos modos no fueron lo más agradable: algunos, dos de los más cercanos a Ángel en la tienda, se mostraron reacios a su nuevo puesto, de modo que tuvo que reafirmar lo que había dicho antes. Al final, la mayoría de los trabajadores de la tienda se mostraron a su favor, y eso ayudó a que los ánimos se calmaran.
Sin embargo, prácticamente toda la jornada del martes la pasó atrapado en la oficina registrando las nuevas claves de acceso entregadas por la empresa y habituándose a su nueva oficina, la que había sido desocupada de todas las cosas que pudieran pertenecer al jefe provisional que había sido trasladado, como al ya desaparecido y probablemente desvinculado encargado anterior.
Si bien ya había tomado un turno de forma provisional, la experiencia de estar de manera oficial en ese puesto lo hizo sentir incómodo ¿Iba a tener algún nuevo encuentro desafortunado con uno de los amigos de Ángel? No sabía si eso estaba realmente cerrado, pero de todos modos no lograba nada cuestionando las posibilidades de algo que no podía anticipar. Tras una extraña jornada de martes, el miércoles estuvo con la tienda a tope y unas diferencias de guías de despacho, por lo que recién el jueves pudo sentirse a pleno en el cargo de encargado de tienda, y organizar sus tiempos para hacer trabajo de documentación, verificar los pedidos de suministros, actualizar sus conocimientos y terminar todo dentro de la jornada, sin pasarse. Cuando salió a las siete y treinta, se despidió de todos y salió algo cansado, pero más satisfecho que los dos días anteriores.

—Rafael.

Sara lo alcanzó a poco andar; esa semana ella salía a ocho, y para ese día le pidió salir a las siete, y media, pidiéndole tomar media hora de almuerzo para salir antes, y se negó de forma rotunda al ofrecimiento de él de salir treinta con anticipación sin perjudicar su tiempo de descanso.

—Sara. Pensé que ya te habías ido.
—Voy de salida —replicó ella—. Escucha, con todo lo que pasó no había tenido la oportunidad de darte las gracias por lo que hiciste el lunes.
—Eso no es necesario —replicó él, de inmediato—. En serio, no hice nada que merezca ningún crédito.
—Pero lo hiciste, actuaste en vez de sólo quedarte ahí —repuso ella, con intensidad—, y siento que tenía que decírtelo a la cara, con calma, sin que estuviéramos con la presión de lo que pasó el otro día.

Sara hablaba con honestidad, y sus palabras, lejos de ser aduladoras, eran amistosas; Rafael nunca había perseguido un objetivo como ese, y de hecho no pensó en nada cuando sucedió, pero llegados a ese momento no podía menos que agradecerlo.

—Gracias, de verdad —replicó con sencillez.
—Y también quería decirte que estoy contenta de que tú seas el jefe de la tienda ahora, pero no por lo que pasó, sino porque eres honesto y haces bien tu trabajo.
—Eso sí que te lo agradezco mucho —exclamó él, sonriendo—. Estaba nervioso sobre cómo iba a resultar todo, más con lo que pasó antes.
—Yo pienso que lo vas a hacer bien. Tengo que irme, nos vemos mañana.
—Nos vemos —se despidió el.

¿Podía ser su primera persona en esa tienda? Al menos ya sabía que contaba con el apoyo de todos en general, pero saber de forma concreta que alguien tenía fe en su trabajo servía mucho para sentirse mejor.
Con el buen sabor de una conversación rápida pero que tenía contenido importante, regresó a su departamento con la sensación de que las cosas estaban mejorando con rapidez, y que podría cumplir con su deseo de tener su departamento. Después de ponerse cómodo, recibió una llamada de Mariano, y lo recibió en casa unos minutos después.

— ¿Cómo estuvo el día?
—Bien, ocupado, pero acostumbrándome a mi nuevo puesto —replicó Rafael—. Ese es el traje ¿verdad?

Mariano lucía nervioso con el gran bolso negro que contenía su traje para el matrimonio; mientras su futuro cuñado se cambiaba, Rafael decidió poner una alarma especial para recordarse ir a comprar ropa, antes que siguiera dejándolo en segundo plano como hasta ese momento. Unos momentos después, Mariano apareció en la sala, completamente cambiado y muy elegante.

—Te ves perfecto —opinó Rafael—, de verdad, el traje está genial, hiciste una elección buenísima.
— ¿Seguro? Quiero decir, no quiero lucir exagerado o intentando parecer un artista ¿Entiendes lo que digo? Todavía tengo tiempo de seguir poniéndome en forma.

Caminaba de un lado a otro, visiblemente ocupado de cada detalle; Rafael lo miró con algo de preocupación.

— ¿Qué pasa, por qué estás tan estresado?
—Estoy cada día más nervioso —replicó el otro hombre—, falta tan poco, es menos de un mes.
—Es casi un mes —apuntó el moreno para quitarle dramatismo al tema—, y es algo que los dos quieren.
— ¡Por eso mismo!  —exclamó el otro— Rafael, esta es la decisión más importante de mi vida, esto es —hizo un gesto vago con las manos, como si tratara de encontrar las palabras correctas—, es muy grande.

La emoción desbordante de su hermana y el nerviosismo de Mariano eran dos caras diferentes de la misma situación; ambos sabían a lo que se enfrentaban, y para ambos se trataba de un evento de importancia fundamental.

—Mariano, siéntate aquí conmigo.

Se sentó frente a él y lo miró a los ojos.

—Escucha, tú amas a mi hermana y ella te ama a ti, eso es todo lo que importa.
—Es mucho lo que importa —replicó el otro—. No quiero decepcionarla, no quiero causarle tristezas; me da pánico no poder cumplir con lo que tengo que hacer. Necesito que Magdalena sea feliz.

Rafael sintió un nudo en la boca del estómago; esas palabras eran probablemente la declaración de amor más grande que había escuchado en su vida, y resultaba estremecedor ver el auténtico sentimiento en Mariano, porque se trataba de algo puro, honesto y que no tenía miedo de expresar. Pero al mismo tiempo, ese sentimiento lo estaba superando y se sintió en la necesidad de apoyarlo.

—Escucha, tienes que calmarte. Ustedes ya tienen algo fuerte, lo que sienten ya existe; incluso si un día terminan su relación, lo importante es que lo que existe es real.

Mariano respiró profundo al escucharlo, intentando tranquilizarse.

—Gracias por eso; trato de que ella no me vea así, pero te confieso que estoy vuelto un manojo de nervios, es como si todas las responsabilidades del mundo estuvieran a la vuelta de la esquina.
—Y cuando sientes eso —preguntó Rafael— ¿Te dan ganas de escapar?

Se sintió orgulloso al escuchar la respuesta directa, sin un asomo de duda en la voz.

—Por ningún motivo.
—Entonces ya está, no hay más que decir. Ahora guarda ese traje, te queda muy bien.

Después que Mariano se fuera un poco más tranquilo de lo que había llegado a su departamento, Rafael se disponía a comer algo liviano cuando escuchó una voz en la ventana.

—Vecino.

Martín estaba asomado en el balcón de su departamento, y le hizo un gesto de saludo.

— ¿Cómo estás?
—Bien, estaba tratando de calmar a mi cuñado antes de su matrimonio.
—Ah, el evento del año, me lo comentaste —replicó el trigueño—. ¿Y te compraste el traje?
—No, lo olvidé de nuevo —el moreno hizo una mueca—, así que ahora tengo menos de un mes para comprarlo. ¿Cómo va tu semana?
—Bien; ya le conté a Pilar que encontré un empleo ¿Sabes cómo se nota la diferencia entre un buen jefe y un mal jefe? En detalles como ese.

Martín le había contado que la dueña del restaurante en donde trabajaba era una muy buena persona.

—Dijiste que trataría de avisarte si encontraba algo que te pudiese servir —dijo Rafael.
—Sí, pero es más que eso; cuando le comenté del nuevo trabajo ella estaba alegre, y me dijo que incluso si después tenia alguna dificultad para encontrar trabajo, que podía llamarla y me dio su número. La verdad es que no tenía para qué hacerlo, pero lo hizo y eso habla muy bien de ella.
—Eso es bueno, fue una buena experiencia.
—Y pasando a algo más mundano —Martín  hizo una cómica mueca—, tengo una pregunta y me da un poco de vergüenza.

No parecía que estuviera hablando en serio, pero Rafael le siguió el juego; además, esas conversaciones de balcón a balcón parecían algo divertido de hacer.

—Pues solo dilo, no puede ser tan terrible.
—El punto es —hizo un gesto con las manos, como dando a entender que le costaba dar con las palabras exactas—, que tengo que preguntar ¿Me puedo tomar tu café?

Rafael torció la cabeza, sin comprender.

— ¿Qué?
—El café, es que no tengo y me da mucha flojera ir hasta la tienda a comprar.
—No sé de qué me estás hablando —repuso Rafael, sin entender.
— ¿No lo recuerdas? Hace unos días viniste y trajiste un café.

Aquella jornada en donde estuvieron charlando un largo rato; Rafael se dio cuenta de que recordaba todo de ese día, excepto que llegó con un frasco de café como una forma de cooperar con algo y ser cortés con la invitación.

— ¿No te has tomado el café? —preguntó con las cejas levantadas.
— ¿Por qué lo haría? Es tuyo, supuse que lo habías dejado acá por si otro día tomábamos desayuno o algo.

Que considerara la posibilidad de volver a verse como algo concreto hablaba muy bien de cómo lo tenía considerado, pero al mismo tiempo, agregaba un elemento de incertidumbre a esa amistad que estaba naciendo. Rafael ya se había planteado seriamente el asunto, y se dijo que iba a privilegiar la amistad ¿Cómo saber ahora si esa actitud de Martín era solo un gesto amigable o se trataba de algo mas?

—Esa es una buena idea ¿Y si nos tomamos un café ahora? Algo rápido, supongo que estás cansado.
—No tanto, me parece buena opción ¿Vienes o voy?
—Voy —replicó Rafael—, estaré en un minuto allá.

Mientras bajaba de su departamento se preguntaba si realmente podría hacer lo que estaba pensando, y al mismo tiempo, se sorprendió una vez más de lo difícil que le resultaba preguntar algo como eso, mientras que otras personas inclusive sin conocer a alguien le preguntaban “¿Eres gay?” sin alterarse. Si alguien hablaba del asunto o salía en medio de una conversación, se sentía tranquilo y lo hablaba con normalidad, pero ante una pregunta directa y sin contexto, se sentía muy incómodo.
Así que se dijo que lo mejor era darle prisa al paso.

—No te voy a quitar mucho tiempo —advirtió tan pronto entró en el departamento.
—Está bien, no estoy cansado —repuso el trigueño—, además un poco de buena conversación siempre es bienvenido.

Se sentaron ante la mesa de la cocina y Martín sirvió café para ambos. Rafael procuró sonar por completo natural al hablar.

— ¿Cómo estuvo tu día?
—Extrañamente tranquilo, estuve paseando de un lado a otro la mayor parte del tiempo.

Era en ese momento o nunca; la excusa del tiempo disponible tenia que ser la llave.

—Pero supongo que estando en el centro comercial no te debe faltar material para entretener la vista —dijo como al pasar—, seguramente hay para escoger.

Martín se puso de pie y volteó hacia la alacena.

—Se me olvidó poner algo para acompañar ¿Galletas de chocolate con chispas o de jengibre y avena? No son de dieta, tienen kilos de azúcar.
—Entonces esas de jengibre —comentó Rafael.

El trigueño sirvió los dulces en un cuenco y volvió a sentarse; parecía relajado y a gusto, sin sospechar el real sentido del comentario de su interlocutor.

—Ahí están. La verdad es que sí, no lo puedo negar, pero tengo que irme con cuidado porque soy el rostro del restaurante y cualquier acción impropia podría verse mal.

Eso no tenía ningún significado concreto. Rafael optó por elevar el tazón, como si fuera a beber, para que el objeto ayudara a encubrir cualquier expresión que surgiera cuando dilucidara el misterio.

— ¿Por qué lo dices?
—Porque pueden pasar chicas muy bonitas —replicó Martín—, y como esta temperado, hay algunas con escote o que usan faldas cortas, pero si me ven mirándolas de forma muy obvia me pueden regañar; además, a casi ninguna mujer le gusta que uno la esté mirando tanto.

O mentía muy bien, o lo que estaba diciendo no era más que la verdad; Rafael creyó que se sentiría defraudado, pero en vez de eso, se sintió un poco ridículo intentando averiguar con el truco de la mentira y verdad si Martín era o no gay.
Buero, no lo es, se dijo, no le gustan los hombres y eso es todo ¿Por qué se había embarcado en esa aventura de investigación en primer lugar? Como si fuera un adolescente de secundaria con las hormonas revolucionadas, estaba tratando de descubrir si un hombre al que conocía hace poco era gay ¿Para qué? ¿Para seducirlo? Sintió ganas de reírse de sí mismo, pero se obligó a mantener la calma.

—Tienes razón, sería dramático. Estaba pensando que esta semana está yendo para mejor con mi nuevo cargo: Sara habló conmigo y me felicitó, dijo que estaba contenta y que confiaba en mí. Oficialmente, ya tengo alguien que me tiene fe.

Para su suerte, Martín no notó el brusco cambio de tema; en cambio, asistió con energía.

—No creo que sea un asunto de fe. Creo que ella te vio como eres y supo que eres un tipo que hace bien las cosas en el trabajo.
—Pero tú nunca me has visto en el trabajo —apuntó Rafael.
—Eso no es necesario —comentó el otro—; hablamos, te estoy conociendo, incluso vi cuando te enfrentaste a ese técnico, y la forma en que actúas dice mucho de cómo eres.
— ¿Y cómo crees que soy?

Martín  se lo pensó un momento y luego habló con seriedad.

—Pienso que eres un hombre honesto, directo, que es responsable, quiere mucho a sus cercanos, y también que eres una buena persona con los demás, incluso con las personas a quieres no conoces mucho, como yo.

Escuchar esa descripción fue mucho más impactante para Rafael que el descubrimiento inmediatamente anterior sobre su sexualidad; lo que oyó era algo que se esperaría de un amigo con un nexo mucho más fuerte y extenso, de modo que la sorpresa lo dejó sin palabras.

— ¿Qué ocurre? —preguntó el trigueño.
—Nada, es que lo que dijiste me sorprendió —replicó Rafael recuperándose de la impresión—. Son muchos adjetivos, no me lo esperaba.
—No es para tanto —comentó quitándole importancia al tema—, sólo es lo que veo de ti. Al final todos nos hacemos una idea de las personas a las que conocemos y cuando hay una buena química, con mayor razón ¿Te das cuenta de que nos llevamos bien desde el principio?
—Si, es cierto —respondió con lentitud—, tengo que admitir que nunca había conocido a alguien con quien me sintiera en confianza tan rápido.

¿Qué iba a hacer a partir de ese momento? Rafael se sintió culpable por lo que estaba queriendo averiguar unos minutos antes, mientras Martín tenía palabras tan honestas y amables con él; se dijo que al menos tenía que armarse de valor y decirle cuál era su orientación antes de entrar en el complicado mundo de las verdades a medias.

—Estoy de acuerdo en eso. Y tú ¿Tienes para recrear la vista en la tienda?
—La verdad no — respondió con evasivas—, y menos ahora con el nuevo cargo, es raro tener una oficina.

¿Por qué no había aprovechado esa oportunidad de oro para hablar? Estaban en una situación de confianza, y de forma natural surgió el tema ¿Por qué no utilizar esa puerta para acceder a ese asunto y en vez de eso lo evadió?

— ¿Y estás encerrado todo el día en la oficina? —le preguntó Martín mientras servía más para beber.
—Por suerte no, aunque supongo que podría ser, en algunas ocasiones; pero prefiero estar presente en la tienda y atender o ayudar en lo que pueda. Hoy, por ejemplo, me pude ordenar con los horarios, y es probable que para la semana que viene ya me sienta en mi ambiente, así que tengo algo de tiempo para estar un poco más listo para fin de mes.
—Vamos a tener un fin de mes muy movido —comentó Martín—, tú con tu nuevo cargo, yo con nuevo trabajo, y eso me recuerda que aún no sé cuál es serán mis horarios allá, eso es un tema que tengo pendiente.

Más tarde en su departamento, Rafael se preguntó por qué se había metido en todo ese embrollo mental con respecto a Martín; se había dicho en más de una ocasión que lo que le interesaba era la amistad y no otra cosa, pero otra vez se enredó en tratar de descubrir algo que en teoría no debería ser relevante para ese objetivo. Él mismo pensaba que las personas deberían poder llevarse bien sin que la sexualidad importara ¿acaso en el fondo tenía los mismos prejuicios que el resto de la sociedad, sólo que en su caso eran menos fuertes por su propia experiencia de vida?
Quizás sólo se trataba de que le hacía falta salir más, como le decía su hermana, y no solo estar concentrado en el trabajo; no se sentía asfixiado de ese modo, pero quizás todo ese tiempo dedicado de forma tan intensa a trabajar, agregando las presiones de los últimos días le estaban pasando la cuenta.
Estaba intentando ordenar sus ideas cuando Martín lo llamó por teléfono.

—Olvidé decir algo —le dijo desde el otro lado de la conexión.
—Pues te escucho —replicó Rafael.
—Estaba pensando que cuando empiece el próximo mes podríamos salir a tomar algo a algún sitio —comentó de buen humor— ¿Qué piensas?
—Pienso que es una buena idea —replicó Rafael al instante—, pero te advierto que estoy completamente oxidado en lo que tiene que ver con vida nocturna, así que no sabría por dónde empezar.

Martín rio de forma espontánea.

—No me sorprende, casi puedo decir que me lo esperaba —comentó del otro lado de la línea—, pero no te preocupes por eso, yo no estoy tan oxidado y creo que tengo un par de buenas alternativas.

Quizás ahí estaba la oportunidad de terminar con todo eso; en un ambiente neutral y distendido, simplemente podía llevar la conversación y mencionar algo al respecto sin caer en la confesión dramática que no venía al caso.

—Perfecto, entonces voy a confiar en ti para ese panorama.
—Hecho —celebró Martín—. Sólo que puede que se me pase, así que, por favor, recuérdame cuando nuestros...

De pronto, al escuchar esas palabras, todo lo demás desapreció para Rafael; una extraña y poderosa sensación llenó su cuerpo y mente, y lo hizo estremecerse de pies a cabeza.

— ¿Estás ahí?
—Sí —respondió de forma mecánica—, estamos hablando entonces, que duermas bien.
—Tú también, descansa.

Cuando cortó, ya estaba en su cuarto, y tuvo la necesidad de sentarse en la cama, presa de una sensación que no se podía explicar, pero que sin duda era muy poderosa; tenía algo de relación con lo que sintió unos días atrás, pero en ese momento no había calidez ni una sensación cómoda, todo era presión, como un dolor del que no tenía explicación. Ni siquiera había escuchado las palabras luego de eso, perdió por completo el hilo de lo que estaba escuchando.
Si en la ocasión anterior se había preguntado qué podía ser ese extraño sentimiento que lo embargó en el momento de abrazar a Martín, esa noche simplemente no podía ignorar lo que le estaba pasando ¿Por qué esa pena, por qué esa aflicción interna tan potente, suficiente para eclipsar cualquier otra cosa? Durante un eterno momento no pudo ver ni oír más, y en su interior, el pensamiento que afloró fue que esas palabras tenían un significado que no lograba alcanzar, algo importante y que lastimaba, no sólo por no saber de qué se trataba, sino también por ser algo doloroso en sí mismo.
Pero en esa ocasión no había cercanía física, estaba hablando por teléfono.
¿Y si esos extraños sentimientos no eran algo relacionado con Martín? Quizás había ocurrido una coincidencia, y en ambos casos sucedió mientras estaba interactuando con él, pero eso de todos modos no resolvía las dudas al respecto.
La edad, estar soltero por una cierta cantidad de tiempo, el estrés laboral, la emoción por la boda de su hermana, extrañar a sus padres, cualquiera de esos factores o todos ellos mezclados podían llevar a un tipo de agotamiento, o quizás a una saturación de algún tipo. Probablemente necesitaba descansar, pero de momento las vacaciones estaban lejos.
Aun con esa explicación, no lograba sentirse tranquilo con respeto a ese asunto, era como si, a pesar de no saber qué era lo que estaba sucediendo, debiera saberlo, y esa inquietud no pudiera irse de él. Algo estaba mal con él esa noche, algo que amenazaba con no dejarlo dormir en paz, y aunque comúnmente no le sucedía, se sintió solo, y deseó no estarlo.

"Recuérdame cuando nuestros..."

Próximo capítulo: Una conversación sincera

Las divas no van al infierno Capítulo 06: Mejor, trabaja

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Work Bitch - Britney Spears


Los días siguientes al inicio de las clases en la academia fueron ajetreados para todas, y Lisandra llegó a su casa muy cansada la tarde del jueves, de modo que se dio una ducha y decidió quedarse en su cuarto para descansar; más tarde, su padre tocó a la puerta.

— ¿Se puede?
—Sí, pasa —replicó ella.

Su padre era un hombre de baja estatura, regordete, de escaso cabello cano y una permanente expresión feliz en el rostro. Usualmente decía que al tener a su esposa y dos hijas era el hombre más feliz sobre la tierra, y desde que ella tenía recuerdo hacía todo por apoyarlas.

—Parece que estás un poco cansada.
—Sí, fue un día muy largo, pero estoy contenta —replicó ella—. Todo salió mejor de lo que esperaba, ahora soy parte de todo esto y aunque es un hecho, todavía no lo puedo creer.

Su padre la miraba con el mismo cariño de siempre; sonrió y quitó uno de sus cabellos de la mejilla.

— ¿Recuerdas cuando eras pequeña y tu madre te compró ese set de maquillaje?

Los dos empezaron a reír; incluso había un video de esa situación, que él sin duda iba a mencionar en ese momento.

—Papá, por favor no —rogó ella.
—Ahora siento que de alguna forma soy responsable de eso, de lo que está sucediendo ahora —declaró su padre, con orgullo—. Tú tenías seis años, y un día vimos que usabas los crayones para pintar la cara de esas muñecas antiguas que tenías, y tu madre dijo que tal vez ya era hora de comparte ese set.

Lisandra no tenía recuerdos de eso fuera del vídeo, pero lo había visto tantas veces en reuniones familiares que terminó por incorporarlo a su mente como un acontecimiento del pasado.

—Así que fui tu rostro para el maquillaje, y era tan tierno ver cómo te esforzabas por hacer que todo quedara de la mejor forma posible, cómo calculabas un párpado sobre el otro, y la forma en que admirabas el resultado.
—Papá, el resultado era horroroso —protestó ella—, parecía que quería dejarte como payaso del circo.
—No, era tu punto de vista y es lo importante, tú sólo tratabas de hacer lo que se te pasaba por la mente ¡Y lo hacías con mucho empeño! Pasamos tantas tardes de diversión, fue realmente maravilloso.

Una vez él había dicho, como si fuera una declaración de principios, que la forma de saber si un hombre era realmente un macho rudo era que se dejara maquillar por sus hijas. Incluso le contó que en alguna ocasión la fue a dejar a la escuela sin quitarse el maquillaje, como una forma de demostrar orgullo por la labor hecha por su hija.

—Por suerte he ido mejorando con los años —comentó ella.
—Mucho, es verdad.

Él la miró en silencio por unos segundos, y la chica pudo ver en su mirada el auténtico amor que sentía hacia ella, el mismo que por su madre y su hermana, y no supo por qué, pero ver y sentir esa entrega y confianza absoluta en ella hizo que sintiera deseos de llorar.

—Mi niña. Me cuesta pensar que ya eres una mujer, pero sé que lo eres. Los padres siempre vemos a las hijas cono niñas pequeñas ¿No es así? Sólo quiero que seas feliz, que hagas lo que tú quieras y que puedas cumplir con lo que decidiste hacer.
—Gracias papá.
—No tienes nada que agradecer —repuso él—. Sólo hay una cosa que quiero pedirte, y lo lamento, pero me voy a poner aburrido.

Tomó sus manos entre las suyas y respiró profundo antes de hablar; estaban sentados al borde de la cama en ese momento, compartiendo un momento de complicidad que para él era muy importante.

—Hija, quiero que recuerdes que esto es un proyecto importante, pero no es más importante que tú. Nunca abandones a la chica honesta que eres, y siempre te sentirás orgullosa de ti misma; no necesito que hagas algo en particular para que nos sintamos orgullosos de ti, porque esto es por ti. Si actúas de forma correcta, lo vas a saber en tu corazón.

2


El viernes comenzó con mucho que hacer en la academia de talento; para comenzar, Sandra visitó a las chicas y les hizo entrega del contrato por el que se regirían en el programa: Lisandra se quedó sorprendida por el monto de dinero que iba a recibir, que era mucho más alto de lo que esperaba, y le permitiría tener una buena fuente de ingresos. Si bien era cierto que en el documento se indicaba que todos los valores eran proporcionales a la duración de su estadía en el programa, de todos modos, se alegró de la cantidad, y pensó que era una forma de animarse a poner el mayor esfuerzo para permanecer. Después de esa parte, las cosas se pusieron complicadas por parte de Milena, la maestra de baile, quien demostró un carácter de hierro y un ánimo inclasificable a la hora de practicar.

—Vamos niñas, tienen que esforzarse y mover esos cuerpos ¿Creen que están aquí para modelar? No señoritas, ustedes tienen mucho por hacer y les quedan horas para estar listas ¿Qué van a hacer el miércoles?

En ese momento las tenía en el suelo, haciendo abdominales de la forma más complicada posible, levantando una pierna estirada a la vez que mantenían la espalda rígida y elevaban el brazo opuesto; Nubia no estaba acostumbrada a la actividad física constante, y el cuerpo le estaba cobrando cada segundo de esfuerzo.

—Suficiente, ahora pónganse de pie y respiren, estamos comenzando con el entrenamiento del día de hoy.
—Me arden los pulmones —murmuró una de las chicas.
—Eso es bueno, quiere decir que estás haciendo un buen trabajo para empezar.

Márgara estaba cansada, pero la rutina que estaban haciendo le recordaba de cierta forma a su rutina de yoga, de modo que lo estaba enfrentando con el mejor de los ánimos.

— ¿Vamos a practicar algo de baile?

Milena era una mujer delgada y fuerte, de miembros largos y torneados, que poseía una elasticidad y firmeza notables a sus cuarenta y cinco años; sacó de un bolsillo de su tenida deportiva el pequeño mando a distancia y activó con él la pantalla gigante al fondo de la sala, detonando a la vez el espectáculo de imagen y el vibrante sonido.

—Van a bailar toda esa canción —declaró, poniéndose al frente de ellas—, en las partes donde no hay movimiento seguirán mis pasos, y en las demás haremos la coreografía.

Charlene había visto el video de la cantante en más de una ocasión, pero no recordaba nada del baile; había considerado que al parecerse a ella podría ser necesario interpretar alguna de sus canciones más importantes, pero no se sabía todos los pasos de memoria.

— Charlene debería estar adelante —comentó Adriana, divertida—, a fin de cuentas, es la versión local de esa cantante; pobre, pero lo es.
—Vamos, no se desconcentren —exclamó la maestra—, recuerden que tienen que seguir los pasos que voy a hacer; para que se les haga más sencillo todo esto, voy a estar de frente a ustedes, y tienen que imitar los pasos que yo haga ¿entendido? Tienen solo una oportunidad.

El inicio del video era una sucesión de imágenes de la cantante en distintos escenarios y con diferentes atuendos, acompañada de bailarinas y rodeada de un entorno glamuroso al aire libre; Valeria recordó un video de otra cantante, en donde ella bailaba sobre la arena, y se dijo que, si tenía la oportunidad de preparar una presentación con total libertad, aprovecharía de hacer algo parecido a esa voluptuosa artista afroamericana.
Los primeros acordes fueron sencillos y Milena solo les hizo seguir algunos movimientos ligeros, pero llegando al primer coro las cosas se complicaron, ya que los movimientos eran mucho más rápidos y había cambios de ritmo; en la parte donde había que inclinarse y dar una media vuelta casi todas perdieron la concentración o el ritmo, mientras Milena completaba los pasos al mismo ritmo que la cantante en pantalla, y sin perder la actitud.

—Deténganse, lo están haciendo muy mal.
—La coreografía es difícil, necesitamos más práctica —dijo Alma, intentando recuperar el aliento.

La maestra le dedicó una mirada condescendiente.

—Dentro de un par de días, van a tener tres horas para preparar una presentación completa ¿Cuándo vas a ensayar? Vas a tener unos veinte o treinta minutos en total, así que, si no puedes con esto, te vas a morir la primera semana; ah, y no se olviden de cantar, porque se supone que son artistas integrales.

Charlene estaba exhausta, de modo que decidió hacer algo para ganar algo de tiempo.

—Milena, estoy segura de que tú conoces trucos para poder memorizar rápido una coreografía ¿Hay algún secreto?

Lo dijo con un tono de admiración y fascinación que consiguió su objetivo, y desvió de momento la atención; Milena asistió.

—Yo no los llamaría trucos; escuchen, ustedes no son bailarinas y en el programa no se pretende que lo sean, pero tienen que saber cómo presentarse en un escenario y estar preparadas para lo que sea que tengan que hacer. No van a imitar los bailes que ya existen, pero tienen que preparar algo de acuerdo con un estilo concreto; yo lo que hago es sentir la coreografía, sentir el baile.

Valeria observaba discretamente a un costado; Charlene sabía cómo manipular las situaciones por lo que se veía, así que tendría que estar muy atenta a lo que hiciera para no caer en sus redes.

—Esta canción —siguió la maestra—, es un himno, una forma de decirte que, si quieres algo, tienes que hacer lo que corresponde; ¿Quieres un auto costoso?

Tomó una actitud de diva y las miró, imperiosa.

—Entonces trabaja, si te gustaría poder pasear por Francia, irte de fiesta con tus amigas y disfrutar esos martinis, lo mejor que puedes hacer es trabajar, y eso es lo que van a hacer. Esa mujer no llegó hasta donde está sin trabajar, ella lo hizo y por eso puede decirte que tú también tienes que hacerlo.

Se paró en actitud de presentación, y volvió a activar el clip, con lo que la música llenó el espacio otra vez; en esa ocasión los pasos que realizó eran de propia inventiva, pero llevaban el ritmo de la melodía sin titubear, y los movimientos estaban impregnados de carácter y determinación.

—Espero que estén aprendiendo, porque para mañana quiero que tengan preparada una presentación original.


3


Durante la hora de almuerzo, Valeria decidió usar todo su encanto para ganar terreno ante el avance de Charlene; era evidente que varias estaban intentando ganar adeptas, y en eso no podía quedarse atrás.

— ¿Han visto la piel de algunas famosas? –comentó en un momento que consideró adecuado– Es necesario hacer un tratamiento especial.
—Sí, pero son muy costosos –comentó Carol.

Hizo un gesto de secreto, y las otras chicas lo siguieron, inclinándose sobre la mesa hacia ella.

—Escuchen, tengo un contacto para eso.
— ¿En serio? –pronunció Marina.
—Baja la voz. Sí, lo tengo, pero es para dentro de dos semanas, me pidieron que guarde el secreto; es un centro de tratamiento cosmético del mejor nivel, y pueden hacer un descuento especial si se trata de una persona que viene de la televisión.
—Eso sería maravilloso —murmuró Karin—. ¿Qué hay que hacer?
—Por ahora, esperar, y mantener esto en secreto -replicó Valeria.
— ¿Por qué?

Porque dependía de cuántas personas pudiera llevar para no tener que pagar el costoso tratamiento, y por eso era muy importante hacerles creer que se trataba de una oportunidad muy valiosa.

—Porque la dueña del centro es muy delicada y no le gusta que lleguen de improviso, o que pasen personas desconocidas porque eso baja el nivel del lugar; pero en cuanto estemos al aire, hablaré con ella para que pueda atenderlas.

Ya las tenía en sus manos; las otras tres chicas estaban muy interesadas.

—Suena muy bien –comentó Carla.
—Entonces sólo hay que esperar unos días –reflexionó Marina— ¿Qué te hiciste ahí?
—Oh, nada muy profundo –replicó quitando importancia al tema—, sólo una limpieza de cutis, eliminaron unos granos muy molestos que insistían en salir en mi frente; pero ahí hacen maravillas, lo puedo asegurar.

En tanto, Lisandra estaba con su grupo y el de Nubia, charlando animadamente.

—Ahora me digo que en primaria debí haber participado mas en las actividades deportivas —comentó con una sonrisa—, estoy cansada y siento que me van a doler mucho las piernas mañana.
—Pero tenemos que estar listas para todo —comentó Nubia_ ¿Se fijaron en Milena? Era como si fuera incapaz de transpirar o de cansarse, y lo hacía todo tan perfecto.
—Tienes razón —indicó Lisandra—, hay mucho que aprender de ella, pero lo que más me preocupa es eso de que tendremos que producir nuestro propio espectáculo, es abrumador.

Nubia sentía lo mismo, y miro en dirección a Márgara, quien lucía real mente cómoda y tranquila en esos momentos; no había sido la más destacada en los ensayos hasta el momento, pero se veía como si tuviera todo bajo control. ¿Cuestión de actitud o de verdad podría enfrentar todo sin problemas?

—Ahora que lo mencionas, yo me arrepiento de no haber estado más presente en las presentaciones para el carnaval escolar.

Todas rieron ante la broma, aunque en el fondo sabían que no se trataba de un chiste. Era un desafío.

4


La cena en familia era el momento más esperado por la familia de Nubia, y ella también sentía gusto de que todos estuvieran juntos reunidos junto a la mesa de la gran sala.
Papá preparaba los bocados de masa al horno y las tablas de carne y queso, mamá se encargaba de los jugos y tragos, la tía Hilda de disponer los puestos, el tío Freddy de la música y ella junto a su hermano eran los responsables de las salsas y los aderezos; la casa hervía de un amigable ruido y movimiento a las nueve y media de la noche, mientras comenzaba a sonar música rock en español de los años noventa.

— ¿Dónde está la salsa tártara? -gritó su madre.
—Nubia era la responsable hoy —acusó su hermano desde la sala—, es una lenta, una lenta.
— ¡Cállate gato!

El sobrenombre había pasado a ser casi el nombre de pila de su hermano menor; el chico era muy parecido a su padre, pero era el único en la familia que tenía ojos verdes, y almendrados como los de un felino. Nubia probó la salsa que estaba preparando en la cocina y decidió que estaba lista.

—La salsa esta lista en el momento preciso —dijo con tono triunfal—, y para que sepas me quedó estupenda.
—Pase, su majestad.

Burlonamente, el adolescente hizo una exagerada reverencia. El padre, un hombre enorme como un roble le dio un golpe al pasar junto a él.

—Basta, no te pases.
—No importa papá —comentó ella mientras ponía el cuenco al centro de la mesa—, sólo lo hace para llamar la atención.
—Cuidado cariño —intervino la risueña voz de su tío—, no te vayas a disparar en los pies con lo que dices.

Nubia sintió que se le subían los colores a la cara; como de costumbre, su tío hacia el comentario perfecto en el momento indicado, y la verdad era que después de clasificar para un programa de talentos, ella era quien menos tenía autoridad para decir si alguien estaba haciendo algo para llamar la atención o no.

—Y como te disparo, te salvo querida —prosiguió él—, le quiero contar a todos que tengo listo el video que le hice a Nubia con las fotos que le tomé el mes pasado ¡Te ves maravillosa!

Su tío había sido fundamental en la grabación del video que ella envió en primer lugar para su participación en el programa, e insistió en hacer una sesión de fotos en el parque de las esculturas; en un principio, ella temió que las fotos lucieran como un retrato anticuado y básico, pero él tenía todo preparado y las fotos que le había mostrado parecían profesionales e incluso el escenario se veía beneficiado.

—Muchas gracias tío, pero por favor no lo vayas a poner ahora.
— ¡Cómo crees! Lo tengo en el portátil, mañana lo ves con calma, y después lo puedes subir a tu perfil de Pictagram si quieres.
—De acuerdo, lo revisaremos entonces -asintió ella, con agrado.

Su madre intervino mientras se sentaba, como siempre, junto a su esposo.

— ¿Eso es donde Freddy pone las fotos de los trabajos que hace?
—Sí mamá.
—Bueno, está bien. Pero ten cuidado con quien te ve en esas redes, porque vas a estar en televisión y tú sabes que hay pervertidos en todas partes.

Hizo una de sus clásicas pausas. Ella a menudo perdía el hilo de las conversaciones o incluso de lo que hablaba, y es que con una familia numerosa era sencillo para ella perderse algunos detalles.

—Freddy ¿Y tu novio?

El aludido hizo un exagerado gesto de sufrimiento artes de contestar.

—Tuvo que trabajar hoy en la clínica, fue por una emergencia. Es tan bello, siempre está preocupado de sus compañeros.

Nubia se tomó un instante para mirar de lejos a toda su familia mientras la conversación seguía; esos momentos iban a ser menos a partir del próximo martes, pero estaba segura de que cada vez que pudiera reunirse con ellos, las noticias iban a ser mejores. Estaba cansada, pero cenar en familia valía la pena.


Próximo capítulo: Que no pare la música

La traición de Adán Capítulo 08: Un engaño sencillo



Pilar había terminado de almorzar cuando recibió la llamada. Era Adán; incluso antes de contestar, algo en su interior le dijo que estos no podían ser buenas noticias.

-Adán, buenas tardes.
-Pilar –el tono de él denotaba un sentimiento de urgencia_, sucedió algo inesperado: el estado de tu madre se complicó.

Esa era una expresión vaga, pero al mismo tiempo, lo suficientemente clara para dar a entender que se trataba de algo preocupante; la chica se puso de pie y caminó al cuarto, para tomar el bolso de mano y la billetera, mientras luchaba con el nerviosismo, que detonó antes de haber Terminado de procesar por completo esas palabras.

–Voy para allá.
–Estoy llegando a tu hotel, te llevo.
–De acuerdo.

Se trataba de  algo inesperado; estuvo a punto de preguntar por qué estaba llegando al hotel en vez de haberle avisado con anticipación, pero descartó esa idea; podía ser que simplemente estaba en las cercarías de forma circunstancial, y de cualquier modo, eso era irrelevante.

–Te espero en el estacionamiento, estoy a tres puestos a la izquierda de la salida del ascensor.

Pilar subió al automóvil de Adán, que se mostraba tan reservado y contenido como ella, algo distinto de la arrolladora seguridad de antes.

– ¿Qué te dijeron?
–Solamente llamaron para decirme que Carmen sufrió una complicación; lo que no entiendo es por qué no te llamaron a ti, creí que ya lo sabías; te llamé cuando la persona que me contactó dijo que no había llamado a otra persona.

A Pilar eso le sonaba extraño también, pero si estaba segura de algo, era que en ese momento no le interesaba en absoluto, y mucho menos lo que tuviese que ver con Micaela, la galería de arte o el abogado Izurieta: su madre estaba complicada y debía estar con ella.
Llegaron a la clínica Santa Augusta y se disponían a ingresar por una entrada lateral, pero una pareja de oficiales de policía los retuvieron, indicando que se trataba de un control de documentación de rutina.

–Buenos días, necesitamos sus identificaciones.

Ese procedimiento estaba demorándolos. Pilar estaba impaciente, pero buscó rápido en su bolso y se la entregó al oficial.

–Por favor, mi madre está  grave, necesito entrar a verla.

El policía consultó una información en su pantalla y luego se comunicó por interno.

–Señorita, no puedo dejarla pasar.
– ¿Qué?
–Usted tiene pendiente una citación con un tribunal, por seguridad no puedo dejarla entrar. Tenemos que confirmar lo que esté pasando, baje del auto, por favor.

Pilar se quedó de una pieza al oír semejante comentario; ni siquiera llevaba una semana en el país, luego de varios meses de ausencia, era absurdo que ocurriera algo como eso. Sin embargo, Adán intervino en el acto, y parecía estar en control de la situación.

–Escuche, la madre de ella está aquí, es una paciente importante de la clínica. Soy asesor de Carmen Basaure, me haré responsable de todo mientras tanto, su hija no va a ir a ninguna parte; además, acaba de llegar del extranjero, si tuviera algún asunto pendiente con la justicia, ya lo sabríamos. Seguramente es alguna clase de error.

El policía, viéndolo actuar con tanta seguridad, cayó bajo el influjo de sus palabras.

–Veré lo que puedo hacer ¿Quién me dijo que es la paciente?
–Carmen Basaure.
–Bien, haré algunas llamadas –comentó el policía–, pero mientras tanto, tendrá que esperar aquí de todos modos.

Pilar se sintió helada por dentro ¿Qué estaba sucediendo? No entendía nada, ni lo de su madre ni lo de esa supuesta orden de un tribunal ¿Qué estaba sucediendo? Por un momento pensó en salir del auto y arrojarse al interior de la clínica, solo para ver a su madre, solo para estar junto a ella aunque jamás se lo agradeciera; pero era ridículo, no llegaría ni a la puerta.
Diez minutos después, Pilar estaba en el cuartel móvil de la policía afuera de la clínica, hablando desesperada con una oficial que parecía dispuesta a escucharla pero no a apurar nada por ella, mientras Adán entraba a la clínica, directamente a la nueva habitación en donde Carmen había sido trasladada. Ahí estaba, dormida, completamente inconsciente, a merced de lo que sucediera a su alrededor ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo las cosas se hubieran complicado tanto? Pero parecía que todo empezaba a arreglarse, y no solo eso, sino  que además Adán empezaba a contar con Izurieta entre sus aliados, y eso en el futuro le serviría.
Se acercó a la camilla en donde reposaba la artista. Al principio, cuando la conoció, creyó que ella lo pretendía como hombre, cosa que no lo sorprendió dado que habitualmente provocaba ese efecto, y más aún en muchas mujeres mayores que él, aunque ellas mismas no lo quisieran reconocer.  Sin embargo las cosas tomaron un cariz más personal, y él terminó convirtiéndose en su mano derecha, su asesor más cercano, y aunque en ocasiones seguía pareciendo que ella lo deseaba, quizás para Carmen no fuese tan importante, o solo usaba ese deseo como inspiración, a fin de cuentas ella era una mujer temperamental y como artista sus acciones no se interpretaban del mismo modo que el resto de la gente.
En silencio se acercó aún más, y quedó a centímetros de la camilla, con la vista un poco perdida en la nada mientras escuchaba lejanamente el sonido de las máquinas; Carmen le agradecería todo, y él una vez más sería el héroe, un paso más para cumplir con sus objetivos, porque despejar el camino para permitir la inauguración de la galería era solo una pequeña estación en esa travesía.
Y de pronto la mano de Carmen tocó la suya.
Se quedó congelado, sintiendo la piel fría tocando la suya, y bajó la mirada lentamente, con la mente como pocas veces, nublada por la sorpresa, pero ordenándose contener las emociones superficiales para mantener la expresión de siempre. Para cuando la vio, se encontró con un rostro pálido y algo demacrado, con ojos entreabiertos que lo miraban fijamente.
Estaba viva, y despierta.

– ¿Puedes escucharme, Carmen?

Ella asintió lenta y pesadamente.

–Estás en la clínica, sufriste un ataque al corazón, pero vas a ponerte bien.

Carmen asintió lentamente, demostrando que entendía. Sorprendente era que, a pesar de estar en una situación de vulnerabilidad, su mirada era la misma de siempre, intensa y decidida.

–Escúchame, debes descansar ahora, yo voy a llamar a tu doctor para que te revise.

Y para su nueva sorpresa, la artista negó con los ojos. Una tensa pausa, un leve gesto que parecía decirle que se acercara; no estaba completamente claro, pero por las dudas se acercó, quedando a milímetros de ella.

– ¿Dónde... está el... cuadro?

Apenas se le escuchaba.

–En un lugar seguro, y oculto. No te preocupes, la inauguración está en curso, recuerda que es hoy, y será tu éxito.

Ella hizo una pausa. Adán estaba debatiéndose entre lo que tenía y lo que debía hacer; sabía que tenía que llamar a una enfermera, y escuchaba con claridad cómo las máquinas conectadas a Carmen anunciaban alteraciones, pero sabía que tan pronto hacerlo, tendría que salir de ahí y ya no sabría lo que fuese que ella iba a decirle, y todavía no sabía qué era lo que le había provocado el infarto.

–Mi... hija...¿Está aquí?

Entonces, debía haber tenido un fugaz instante de lucidez cuando Pilar estuvo junto a ella, y ahora estaba tratando de confirmarlo.

–Sí, está aquí. ¿Qué pasa con ella?
–Búscala... tengo que verla...

Ahí estaba el riesgo ¿Podía arriesgarla a decirle lo de Pilar? ¿O le diría algo que podía matarla?

–En este momento, lo más importante es que estés tranquila, y que no te preocupes por nada.

Pasó un instante, y Carmen siguió viéndose exactamente igual que antes. Por algún motivo, sintió que sus suposiciones acerca del rechazo de ella hacia su hija eran infundadas, o al menos no motivo de un empeoramiento de su salud.

–Llámala, tengo que verla ahora mismo.

Carmen estaba pidiéndole que le trajera a Pilar, la misma que estaba tratando de detener la inauguración y a quien él mismo en confabulación con Izurieta estaban deteniendo. Todo era una paradoja.

–Hablaré con ella.
–Y... no le digas a nadie... que estoy despierta... hasta que la vea a ella...

Después de eso cerró los ojos, pero solo como muestra de cansancio luego del esfuerzo que había realizado.
Adán salió de la habitación pensando en el punto de conflicto en el que se encontraba y que se agregaba a todo lo demás. Estaba del lado de Carmen en todo lo que se refería a la galería y al duplicado del cuadro, con Izurieta al planificar algo en contra de Pilar, por lo que estaba en contra de Pilar al hacer lo posible por detenerla, y de pronto estaba entre todo, sabiendo que acercar a su madre lo pondría en contra del abogado pero a favor de ella, reunirlas podría alejarla de Carmen  si madre e hija decidían superar sus conflictos, y no hacer nada era lo más cercano a hundirse por completo.
Pero Adán no había nacido para terminar derrotado por sus propias dudas.
Tenía que contar con el factor tiempo–espacio para acomodar las cosas en su favor. Usó uno de los teléfonos de la clínica  para llamar al abogado y comprobar que aún estaba allí; luego salió de la clínica a toda velocidad a buscar a Pilar, y consiguió apresurar el procedimiento para sacarla de allí. Finalmente logró sacarla del retén, pero ella estaba más preocupada que antes.

–No puedo creerlo, esto sucede en el peor momento ¿Dónde estabas?
–Ocurrió algo, por eso me ausenté –replicó él con tono de confianza–: tu madre despertó.

Momentos después estaban llegando a la habitación, pero Carmen fue categórica y lo dejó por fuera, ya que quería hablar a solas con su hija y por una vez, nada de lo que él dijo sirvió para hacerla cambiar de opinión; se tuvo que conformar con esperar, sin saber lo que estaba pasando adentro.

–Mamá...

Pilar sabía que la voz le temblaba tanto como las manos. Hacía ocho meses que no veía a su madre, había abandonado el país por motivos demasiado dolorosos, estaba de vuelta de un modo tormentoso, y además tenía que enfrentarse a su madre.
Baldosas blancas, maquinas relucientes, muerte alrededor, y la mirada penetrante y fuerte de Carmen Basaure. Pilar tragó saliva, era realmente increíble que con en esas circunstancias ella la mirara así, sin cariño, solo con esa fuerza impenetrable que desde niña le había enseñado a temer; no importaba su estado, su carácter no había minado un ápice.

– ¿Qué haces en el país?

La pregunta directa, el susurro sin contemplaciones.

–No deberías preocuparte por eso –respondió la joven para ganar tiempo–, debes recuperarte.
– ¿Viniste a arruinarme la vida otra vez? ¿Es eso?

Apenas se le escuchaba, pero era como estar oyendo sus gritos atronadores ocho meses atrás. Pilar se sentía encogida ¿Por qué no podía simplemente estar ahí y dejarse atender?

–Mamá, solo estoy aquí preocupada por ti, ¿de acuerdo?
– ¿Justo ahora? claro, justo ahora que estoy en camilla y con mi galería a punto de inaugurarse.

Desde luego, Carmen Basaure, genio y figura, jamás dejaría de atender su bendito arte, ahí estaba primero que cualquier otra cosa.

–No quería intervenir, ni siquiera pretendía verte... pero Adán me dijo lo que había sucedido y tuve que venir; además él iba a inaugurar la galería sin ti, y yo pensé...
– ¿Qué?

La exclamación le sacó a Carmen más energía de la que tenía en ese momento; Pilar sintió que se le tensaban todos los músculos del cuerpo.

–Es que Adán...
– ¿Qué hizo?
–Él dijo que cumplía tus órdenes, dijo que lo autorizaste a trabajar igual que siempre, incluso si no estabas. Hay un documento que lo autoriza, tú lo firmaste.

Hubo una pausa en la que evidentemente la artista estaba midiendo la situación, evaluando hasta dónde podía estirar la cuerda.

– ¿Y qué hiciste tú?
–Hablé con el abogado  -replicó Pilar agarrándose de un clavo ardiendo–, y le exigí que detuviera todo, porque tú no permitirías que la obra se inaugurara sin ti. Después vine para acá.

Carmen hizo una nueva pausa, hasta que finalmente habló con decisión.

–Lo hiciste bien. Ahora llama a Adán y espera afuera.

La joven obedeció en silencio y salió, haciéndole nada más un gesto al hombre para que entrara. Mientras tanto,  él sabía que debía cuidar muy bien sus actos y palabras porque había una conversación que no había escuchado y estaba obligado a protegerse. Siguió con la misma actitud de siempre, completamente seguro de sus actos y movimientos, sabiendo que era lo que tenía que decir y cómo actuar; la mirada de Carmen había recuperado casi toda su fuerza habitual, aunque aún la voz delataba lo que le había sucedido hacía poco.
Pero cuando habló en voz baja, lo hizo con total seguridad.

–Acércate.
–Te escucho.
–Sácame de aquí.


Próximo capítulo: Otro engaño


Contracorazón Capítulo 07: Un cambio inesperado



En el momento en que el jefe de la tienda se hizo notar, Ángel soltó de inmediato a Rafael; en su rostro podía verse con claridad que estaba luchando por cambiar la expresión de su rostro por una menos furiosa. El moreno respiraba agitadamente por el esfuerzo y por la rabia que sentía.
Sin dejarles espacio para hablar, el hombre dio media vuelta y salió a la tienda; resultaba evidente que el golpe o los forcejeos se habían escuchado, ya que tanto los vendedores como los clientes miraban expectantes lo que fuera a suceder tras el mesón de atención. Sara, en tanto, estaba fuera de la tienda, hablando por celular.

—No puedo permitir una pelea en el lugar de trabajo —dijo el hombre apenas tras cruzar el umbral de la puerta—, esto es intolerable.

Ángel se había ingeniado para entrar primero y reaccionó antes que Rafael.

—Tiene razón, no va a volver a ocurrir, esta pelea no debió pasar.
—No, espera —exclamó Rafael entrando tras él—, no era una pelea, no cambies las cosas. ¿Sara no le dijo lo que pasó?

La mirada del encargado dio a entender que tenía ideas muy claras en mente, y así lo hizo saber.

—Escúchenme; hay situaciones en esta vida que hay que saber manejar. La diversión no corresponde dentro de las horas de trabajo, ni en el recinto de trabajo.

Rafael abrió los ojos de par en par.

—¿Diversión? Estoy seguro de que eso no fue lo que Sara le dijo.
—Rafael, cálmese —la voz del hombre había adquirido un matiz de confidencialidad que se hizo especialmente molesto de oír—. Todos tenemos temas personales que no tienen nada que ver con el trabajo, sería lo más sano dejar esos asuntos donde están y dedicarnos a lo que nos convoca.

Sin dejar de mirar a Díaz, el moreno percibió la mirada de satisfacción en el rostro de su compañero de trabajo; en aquella larga reunión el día en que llegó, Ángel había usado todas sus cartas, y desde entonces contaba con esa arma en su contra.

—Todavía estoy calmado —replicó con frialdad—. Pero esto no es una pelea, no es diversión y Sara no le dijo eso, yo mismo lo vi.
—Quizás ella malinterpretó mi buena voluntad —explicó el otro trabajador—. Aquí todos saben que soy amable, le estaba ofreciendo ayuda y ella se alteró.

Rafael lo enfrentó, ignorando de momento al jefe.

—La estabas acosando, no lo niegues ahora ¿Para eso no tienes pantalones?

Ángel le dedicó una mirada que indicaba que se sabía dueño de la mejor posición en esa discusión, y dado que el jefe estaba demostrando querer dejar todo en el olvido, las cosas no pintaban bien.

—Jefe, creo que hay que dejar esto por la paz —comentó Ángel, ignorando a quien lo enfrentaba—, y tenemos gente en espera.

Rafael miró al encargado con el rostro desencajado.

— ¿No va a hacer nada?
—Debería hacer algo por esa especie de pelea que estaban teniendo.
— ¡No estoy hablando de eso!
— ¡Ya basta! —exclamó el hombre, con determinación—. Salgan de mi oficina y vuelvan al trabajo.

Entonces eso iba a ser todo; sepultarían el tema en ese momento, porque era más fácil dejarlo así que enfrentar la realidad. Rafael sabía que lo que estaba a punto de hacer iba a destruir sus intereses, pero le fue imposible quedarse callado.

—Le aviso que voy a ir a la dirección del trabajo a hacer una denuncia.
— ¿Por agresión? —el hombre le dedicó una mirada incrédula—. Tendría que denunciarse a sí mismo.
—No, por el acoso en contra de Sara —replicó el moreno—; si usted no va a hacer algo, lo voy a hacer yo.

Percibió un destello de preocupación en los ojos de ambos, pero no se quedó a esperar su reacción y salió de la oficina.

— ¿Dónde está Sara?
—Se fue, estaba furiosa —le explicó Romina, abandonando el mesón de atención—. ¿Qué son todos esos gritos, qué está pasando?
—Pasó que Ángel estaba molestando a Sara y el jefe no hizo nada; voy a la dirección del trabajo.
—Pero te van a despedir —susurró ella, alarmada—. Y a Sara junto contigo.
—Hay otros trabajos —se encogió de hombros mientras salía del mesón—; me las arreglaré.

Salió de la tienda a paso rápido, y sin querer pensar en lo que estaba sucediendo, caminó hasta la oficina de la dirección del trabajo de la zona, distante cinco cuadras de ahí. No consideró que a esa hora estaría repleto, y tuvo que conformarse con un número en espera que le garantizaba al menos una hora de desfase hasta que lo atendieran; incapaz de quedarse esperando quieto, salió y fue a caminar, pero terminó sentándose en el banco de una pequeña plaza a poca distancia.
No podían acusarlo de abandonar su puesto de trabajo, pero sí podían buscar la forma de despedirlo.

—Cielos...

Por primera vez hizo las asociaciones lógicas relacionadas con lo que estaba sucediendo; si lo despedían, incluso al hacerlo pagando lo que le correspondía por ley, de todos modos retendrían el sueldo del mes en curso para incluirlo en la liquidación, lo que lo dejaría de manos atadas para pagar las cuentas. Tenía algo de dinero para solventar eso, quizás un mes más, pero ¿después? La perspectiva de estar sin trabajo no era alentadora, pero al mismo tiempo, no se había arrepentido de lo que había hecho, porque para él eso era lo correcto.

2


Cuando al fin tuvo la oportunidad de que se le atendiera, Rafael se quedó con una sensación agridulce; mientras la involucrada no hiciera una denuncia, el caso no tendría la fuerza necesaria, por lo que debería esperar a que Sara diera alguna señal, y mientras tanto, esperar. Después de comer en un lugar al paso, sin ningún ánimo, regresó a la tienda, sorprendiéndose de ver que ni Ángel ni el jefe estaban. La afluencia de público había bajado.

— ¿Qué fue lo que paso? —el tono de Darío era de reproche—. Llamaron de la oficina al jefe y a Ángel, Sara nunca volvió, y tú recién apareces.

Sonaba como si hubiera sido él quien fuera el causante de lo que estaba pasando.

— ¿Es decir que Ángel no les dijo del espectáculo que hizo?

Se dio cuenta que estaba con todas las miradas sobre él, pero no echó pie atrás al comprender que la situación seguía estando entre nubes.

—Ángel estaba acosando a Sara, y cuando le dije al jefe, intentó minimizar la situación; eso es lo que pasó, y yo no estaba porque fui a hacer una denuncia laboral por eso.

Las expresiones que vio en los demás iban desde la sorpresa hasta la desaprobación, y algo de está última estaba presente en mujeres.

—Los denunciaste a los dos —dijo uno de los más jóvenes, perplejo—, te van a despedir.
—No me importa —abrió los brazos, mirando a todos— ¿No se dan cuenta de lo que les estoy diciendo?
—Pero se puede resolver de alguna forma.
—Esto es increíble —se llevó las manos a la cabeza—. Supongo que con esos mismos argumentos irían a protestar por una muerte o algo por el estilo.

Tuvo que interrumpirse al recibir una llamada al móvil, que provenía de un número desconocido.

— ¿Hola?
—Buenas tardes, Rafael.

Era Sofía Colmenares, la encargada de recursos humanos; sintió que el alma se le caía a los pies.

—Buenas tardes —respondió, con cautela.
—Me ha sido un poco difícil localizarlo el día de hoy —dijo ella, en un tono que resultaba imposible de descifrar—. Tengo entendido que se vio obligado a salir un momento.

¿Por qué no se le había ocurrido llamar a recursos humanos para hablar de todo lo que había sucedido? Estaba tan ofuscado por la actitud de su compañero y por la desidia de Díaz que consideró solo una opción, lo que significaba que ahora no sabía de qué estaba enterada ella.

—Sí, así es —admitió, sin más opción—, tendría que haber llamado para avisar, pero sentí que lo más importante era hacer la denuncia por lo que le pasó a Sara, ella...
—Estoy enterada —lo cortó la mujer—, ella está aquí. Rafael, necesito que venga a mi oficina lo más rápido que pueda.

Era su fin. Cortó después de una breve despedida, y fue directo hasta el área de casilleros para sacar sus cosas y cambiarse de ropa; en primer lugar pensó en sacar todo, pero sintió una punzada en el orgullo y decidió sólo cambiarse y salir sin decir palabra al respecto. Si tenía que volver a desocupar el casillero, sería en otro momento.
El viaje hasta la oficina no fue largo en tiempo, pero se le hizo eterno en la mente; silencioso en el tren subterráneo, se sintió solo por completo, incapaz de proyectar lo que iba a suceder a futuro. Bien podía ser que lo despidieran producto de alguna información incorrecta entregada por Ángel, si es que había adelantado a él y dicho algo, quizás en asociación con el jefe temporal de la tienda; poco antes de llegar se dijo que había hecho todo mal.
Se encontró en la oficina de Sofía Colmenares poco después, un lugar amplio, minimalista y costoso en donde la mujer, de una edad incalculable entre los cuarenta y los sesenta lo saludó con un leve asentimiento.

—Gracias por venir pronto —su voz no sonaba a un agradecimiento—. Rafael, voy a ser concreta con usted, porque este asunto me ha ocupado gran parte del día y tengo que atender otros asuntos: pasar por sobre recursos humanos en una acción de denuncia o similar es incorrecto, porque elude nuestra cadena de comunicación.

Hizo una pausa que a todas luces no era una invitación a hablar; Rafael esperó.

—Pero tengo que ser justa, y decir que el fondo de sus intenciones es correcto, y es lo que yo esperaría de una persona.

Por alguna razón, no se escuchaba como un elogio.

—No apruebo la forma, ni que haya tenido un enfrentamiento físico con otra persona al interior de la tienda, pero puedo comprender que haya pasado por sobre la cadena de mando cuando su superior directo no actuó con la fuerza necesaria en su caso, ni en el de ella.

Como si hubiese estado anticipando lo que él estuvo a punto de decir, la mujer adquirió por primera vez una expresión; lucía un poco más joven, pero también más cansada.

—Sara me llamó apenas ocurrió este lamentable hecho —continuó, en voz baja—, y espero que no se ofenda, pero ella podría haberse hecho cargo de todo por sí sola, pero tuvo un momento para decir que usted había actuado de la forma correcta. Reafirmó eso cuando hablamos en persona.
—Disculpe —aprovechó una pausa para intervenir—, necesito saber qué es lo que va a pasar ahora.
—Según el reglamento, el señor Santibáñez será trasladado a labores de bodega, en un área donde hay cámaras de vigilancia. El señor Díaz será trasladado a otra tienda y se le aplicará un sumario administrativo por no poner en práctica los protocolos establecidos.
—¿Eso es todo?

Se ordenó calmarse, y respiró profundo antes de hablar.

—Lo siento. Pero me parece que no corresponde que siga trabajando aquí.
—Fue una petición de Sara.
— ¿Qué? —Rafael no pudo disimular su sorpresa.
—Ella dijo que no necesitaba alimentar su orgullo con el despido de una persona, pero que sí exigía que fuera trasladado.
—¿Y no puso una denuncia?
—Rafael —la mujer hizo un gesto para que se calmara—, por favor, eso es algo que debe decidir Sara, no me corresponde decirlo, ni a usted; pero debo decir que si usted desea proseguir de forma individual, puede hacerlo y eso no va a perjudicar su permanencia en esta empresa. Sin embargo, no lo llamé a mi oficina para hablar de esto.

El moreno no disimuló su sorpresa al escuchar la última oración. Colmenares tomó una carpeta azul que reposaba a su izquierda y la abrió.

—Lo llamé porque estuve revisando su postulación para el cargo de jefe de tienda, y apruebo su perfil; en regla, habría esperado que terminara el mes para darle a conocer esta información, pero dadas las circunstancias, tengo que adelantarme a los hechos.

¿No iban a despedirlo? Rafael sintió que estaba pensando demasiado lento en esos instantes, pero no pudo hacer un cambio para que eso no se notara en su rostro. Colmenares tuvo el buen gesto de no decir palabra al respecto.

—Normalmente —explicó la mujer—, el proceso de solicitud de cambio de datos y permisos tarda unos diez días hábiles, lo que significa que usted podría asumir formalmente como jefe de tienda el primer día del mes de noviembre.
— ¿En serio? —se corrigió al escuchar su propia pregunta—. Lo que quiero decir es que estoy un poco sorprendido.
—Ya veo; pero estoy asumiendo que aún está interesado en el cargo ¿No es así?

No, no iban a despedirlo; lo sucedido con Sara había detonado algunas consecuencias, pero nada de eso tenía que ver con su estadía en esa oficina. Iban a ascenderlo.

—Sí, claro que estoy interesado, es solo que esta noticia me toma por sorpresa, totalmente. —Disculpe.
—No es necesario que se disculpe —replicó ella, cerrando la carpeta—, ha sido una jornada un tanto extraña; entonces podemos pasar al siguiente punto.

Rafael lo que quería era saltar o festejar por la emoción, no seguir hablando con calma y con actitud formal, pero se controló.

—Sí, la escucho.
—Por causa de los acontecimientos, tenemos un déficit de personal en algunos cargos, y por ese motivo quería preguntarle si podría tomar el cargo de jefe de la tienda en la que trabaja desde mañana; lo asumiría en calidad de reemplazo hasta el fin del mes, desde luego recibiendo la bonificación proporcional que corresponde.
—Sí —respondió atropelladamente, luego se calmó—, sí, estoy preparado para hacerlo.

Después de la experiencia en la oficina de recursos humanos, Rafael todavía estaba un poco confundido; en pocos minutos su vida laboral había dado un vuelco, y la sorpresa era fuerte para él. Vio la hora en el reloj: faltaba poco para las tres de la tarde ¿Debía ir a casa? Colmenares le permitió tomar el resto de la tarde libre, de modo que tenía algo de tiempo, lo que le venía muy bien; al sacar el móvil del bolsillo se encontró con un mensaje de Martin.

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El mensaje no decía más, pero al verlo en línea, decidió contestar.

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Martín lo llamó de inmediato, y sonaba muy animado.

— ¿Estarás en el departamento en la tarde?
—Sí, completamente en modo casa.
— ¿Te importa si paso? —preguntó con tono liviano.
—Te iba a decir que vinieras; cuando te desocupes, pasa, te espero.

Así lo hizo; poco después de las ocho y media, Martin tocó a su puerta y entró; se veía de muy buen humor.

—Escucha esto —dijo tan pronto estaba dentro—. Fui en la hora de almuerzo a una entrevista en la empresa de la que me hablaste, y me fue bien. No tan bien como un trabajo fijo, pero necesitan un reemplazo por tres semanas desde el primero de noviembre, y el sueldo está muy bueno ¡Voy a pasar el mes con toda tranquilidad!

Rafael estuvo pensando en que podría tratarse de eso, pero la confirmación era mejor de lo que esperaba.

—Eso es fantástico —replicó, sorprendido—, te va a dar tiempo para buscar trabajo con calma. Y tengo que decir esto: me ascendieron.
—¿De verdad? Es genial, tenemos muchas buenas noticias, te felicito.

Se dieron un apretón de manos, pero Martín fue mucho más efusivo y lo atrajo hacia sí, dándole un amistoso abrazo, que Rafael respondió de la misma forma.
Y cuando sus cuerpos hicieron contacto de esa forma, frente a frente, Rafael experimentó una sensación que nunca había sentido en su vida: fue como un chispazo en el corazón, una especie de corriente eléctrica que inundó su pecho, y fue al mismo tiempo cálida y triste; se separó de él, con una clara expresión de confusión en el rostro.

—¿Qué pasa? —preguntó Martín.

¿Qué era eso que había sentido? No se parecía a nada que hubiera conocido antes, pero fue real, era una experiencia física y mental a la vez; similar a la emoción de volver a ver a alguien después de un largo tiempo, pero no igual. Lo que fuera, en definitiva había golpeado en su pecho de una forma que no podía explicar.

—Rafael ¿Estas bien?
—Sí —reaccionó, carraspeando—, sí, estoy bien; sólo quería decirte que estoy muy contento de que hayas encontrado esta oportunidad.
—Y yo estoy contento por ti —se encogió de hombros—, es una gran noticia.

Estuvieron largo rato hablando de los detalles de la jornada de ambos, alternando con cerveza y algo para comer. Más tarde la charla había decantado en varios temas, pero luego de las once treinta decidieron que era un poco tarde para seguir.

— ¿Te ayudo a lavar los vasos?
—No te preocupes —dijo Rafael—, como dijiste el otro día, el invitado no hace esas cosas. A propósito, sé que en este momento no te sirve de mucho, pero si quieres puedo darte los datos de la oficina de recursos humanos de la empresa para que hagas una solicitud; lo hace una empresa externa y se demoran un poco en el proceso, pero puede ser de utilidad.
—Gracias, de nuevo por eso; pero por ahora quiero ver si puedo conseguir algo por acá; nunca he trabajado conduciendo, tal vez puedo quedarme.
—Es una buena opción, pero no lo olvides.
—Para nada, lo voy a tener muy pendiente. Me voy, que descanses.
—Igual tú.

El trigueño tuvo un instante de duda, pero optó por despedirse estrechando su mano, y acercándose para darle un medio abrazo, que Rafael devolvió de la misma manera.
Una vez estuvo solo, pudo tener la libertad de preguntarse qué era lo que había pasado antes; de forma inconsciente se llevó las manos al pecho, donde había sentido aquel extraño chispazo al momento de abrazarlo. No era una imaginación, se trataba de algo real, que había sucedido, pero para lo que no tenía explicación alguna; fue algo parecido a la emoción, combinada con un sentimiento cálido y muy fuerte, que se traspasaba al cuerpo.

— ¿Qué fue eso?

Durante todo el tiempo que estuvieron hablando, hizo un esfuerzo por mostrarse natural, y estaba cómodo con Martín, como las otras veces, pero al mismo tiempo, persistía esa sensación de confusión que hasta ese momento no lo abandonaba, como si se tratara de algo que debiera entender, pero no pudiera.
Por otro lado ¿Tenía que ver con Martín o era algo que le estaba sucediendo sólo a el? Mientras charlaban, lo observó de forma disimulada, intentando saber si había en él alguna reacción distinta, o si se comportaba de otro modo, pero siguió como de costumbre; además, cuando le dio el abrazo de forma espontánea tampoco experimentó un cambio.
Podría simplemente pensar que era alguna reacción natural del cuerpo, o que todo era una idea armada en su mente, pero no se quedó tranquilo con ninguna de esas suposiciones. Algo había pasado en su cuerpo y en su mente al estar a tan corta distancia de Martín ¿Era una señal de un sentimiento que iba a nacer, o se trataba de algo por completo distinto?


Próximo capítulo: Sensaciones verdaderas