La traición de Adán Capítulo 08: Un engaño sencillo



Pilar había terminado de almorzar cuando recibió la llamada. Era Adán; incluso antes de contestar, algo en su interior le dijo que estos no podían ser buenas noticias.

-Adán, buenas tardes.
-Pilar –el tono de él denotaba un sentimiento de urgencia_, sucedió algo inesperado: el estado de tu madre se complicó.

Esa era una expresión vaga, pero al mismo tiempo, lo suficientemente clara para dar a entender que se trataba de algo preocupante; la chica se puso de pie y caminó al cuarto, para tomar el bolso de mano y la billetera, mientras luchaba con el nerviosismo, que detonó antes de haber Terminado de procesar por completo esas palabras.

–Voy para allá.
–Estoy llegando a tu hotel, te llevo.
–De acuerdo.

Se trataba de  algo inesperado; estuvo a punto de preguntar por qué estaba llegando al hotel en vez de haberle avisado con anticipación, pero descartó esa idea; podía ser que simplemente estaba en las cercarías de forma circunstancial, y de cualquier modo, eso era irrelevante.

–Te espero en el estacionamiento, estoy a tres puestos a la izquierda de la salida del ascensor.

Pilar subió al automóvil de Adán, que se mostraba tan reservado y contenido como ella, algo distinto de la arrolladora seguridad de antes.

– ¿Qué te dijeron?
–Solamente llamaron para decirme que Carmen sufrió una complicación; lo que no entiendo es por qué no te llamaron a ti, creí que ya lo sabías; te llamé cuando la persona que me contactó dijo que no había llamado a otra persona.

A Pilar eso le sonaba extraño también, pero si estaba segura de algo, era que en ese momento no le interesaba en absoluto, y mucho menos lo que tuviese que ver con Micaela, la galería de arte o el abogado Izurieta: su madre estaba complicada y debía estar con ella.
Llegaron a la clínica Santa Augusta y se disponían a ingresar por una entrada lateral, pero una pareja de oficiales de policía los retuvieron, indicando que se trataba de un control de documentación de rutina.

–Buenos días, necesitamos sus identificaciones.

Ese procedimiento estaba demorándolos. Pilar estaba impaciente, pero buscó rápido en su bolso y se la entregó al oficial.

–Por favor, mi madre está  grave, necesito entrar a verla.

El policía consultó una información en su pantalla y luego se comunicó por interno.

–Señorita, no puedo dejarla pasar.
– ¿Qué?
–Usted tiene pendiente una citación con un tribunal, por seguridad no puedo dejarla entrar. Tenemos que confirmar lo que esté pasando, baje del auto, por favor.

Pilar se quedó de una pieza al oír semejante comentario; ni siquiera llevaba una semana en el país, luego de varios meses de ausencia, era absurdo que ocurriera algo como eso. Sin embargo, Adán intervino en el acto, y parecía estar en control de la situación.

–Escuche, la madre de ella está aquí, es una paciente importante de la clínica. Soy asesor de Carmen Basaure, me haré responsable de todo mientras tanto, su hija no va a ir a ninguna parte; además, acaba de llegar del extranjero, si tuviera algún asunto pendiente con la justicia, ya lo sabríamos. Seguramente es alguna clase de error.

El policía, viéndolo actuar con tanta seguridad, cayó bajo el influjo de sus palabras.

–Veré lo que puedo hacer ¿Quién me dijo que es la paciente?
–Carmen Basaure.
–Bien, haré algunas llamadas –comentó el policía–, pero mientras tanto, tendrá que esperar aquí de todos modos.

Pilar se sintió helada por dentro ¿Qué estaba sucediendo? No entendía nada, ni lo de su madre ni lo de esa supuesta orden de un tribunal ¿Qué estaba sucediendo? Por un momento pensó en salir del auto y arrojarse al interior de la clínica, solo para ver a su madre, solo para estar junto a ella aunque jamás se lo agradeciera; pero era ridículo, no llegaría ni a la puerta.
Diez minutos después, Pilar estaba en el cuartel móvil de la policía afuera de la clínica, hablando desesperada con una oficial que parecía dispuesta a escucharla pero no a apurar nada por ella, mientras Adán entraba a la clínica, directamente a la nueva habitación en donde Carmen había sido trasladada. Ahí estaba, dormida, completamente inconsciente, a merced de lo que sucediera a su alrededor ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo las cosas se hubieran complicado tanto? Pero parecía que todo empezaba a arreglarse, y no solo eso, sino  que además Adán empezaba a contar con Izurieta entre sus aliados, y eso en el futuro le serviría.
Se acercó a la camilla en donde reposaba la artista. Al principio, cuando la conoció, creyó que ella lo pretendía como hombre, cosa que no lo sorprendió dado que habitualmente provocaba ese efecto, y más aún en muchas mujeres mayores que él, aunque ellas mismas no lo quisieran reconocer.  Sin embargo las cosas tomaron un cariz más personal, y él terminó convirtiéndose en su mano derecha, su asesor más cercano, y aunque en ocasiones seguía pareciendo que ella lo deseaba, quizás para Carmen no fuese tan importante, o solo usaba ese deseo como inspiración, a fin de cuentas ella era una mujer temperamental y como artista sus acciones no se interpretaban del mismo modo que el resto de la gente.
En silencio se acercó aún más, y quedó a centímetros de la camilla, con la vista un poco perdida en la nada mientras escuchaba lejanamente el sonido de las máquinas; Carmen le agradecería todo, y él una vez más sería el héroe, un paso más para cumplir con sus objetivos, porque despejar el camino para permitir la inauguración de la galería era solo una pequeña estación en esa travesía.
Y de pronto la mano de Carmen tocó la suya.
Se quedó congelado, sintiendo la piel fría tocando la suya, y bajó la mirada lentamente, con la mente como pocas veces, nublada por la sorpresa, pero ordenándose contener las emociones superficiales para mantener la expresión de siempre. Para cuando la vio, se encontró con un rostro pálido y algo demacrado, con ojos entreabiertos que lo miraban fijamente.
Estaba viva, y despierta.

– ¿Puedes escucharme, Carmen?

Ella asintió lenta y pesadamente.

–Estás en la clínica, sufriste un ataque al corazón, pero vas a ponerte bien.

Carmen asintió lentamente, demostrando que entendía. Sorprendente era que, a pesar de estar en una situación de vulnerabilidad, su mirada era la misma de siempre, intensa y decidida.

–Escúchame, debes descansar ahora, yo voy a llamar a tu doctor para que te revise.

Y para su nueva sorpresa, la artista negó con los ojos. Una tensa pausa, un leve gesto que parecía decirle que se acercara; no estaba completamente claro, pero por las dudas se acercó, quedando a milímetros de ella.

– ¿Dónde... está el... cuadro?

Apenas se le escuchaba.

–En un lugar seguro, y oculto. No te preocupes, la inauguración está en curso, recuerda que es hoy, y será tu éxito.

Ella hizo una pausa. Adán estaba debatiéndose entre lo que tenía y lo que debía hacer; sabía que tenía que llamar a una enfermera, y escuchaba con claridad cómo las máquinas conectadas a Carmen anunciaban alteraciones, pero sabía que tan pronto hacerlo, tendría que salir de ahí y ya no sabría lo que fuese que ella iba a decirle, y todavía no sabía qué era lo que le había provocado el infarto.

–Mi... hija...¿Está aquí?

Entonces, debía haber tenido un fugaz instante de lucidez cuando Pilar estuvo junto a ella, y ahora estaba tratando de confirmarlo.

–Sí, está aquí. ¿Qué pasa con ella?
–Búscala... tengo que verla...

Ahí estaba el riesgo ¿Podía arriesgarla a decirle lo de Pilar? ¿O le diría algo que podía matarla?

–En este momento, lo más importante es que estés tranquila, y que no te preocupes por nada.

Pasó un instante, y Carmen siguió viéndose exactamente igual que antes. Por algún motivo, sintió que sus suposiciones acerca del rechazo de ella hacia su hija eran infundadas, o al menos no motivo de un empeoramiento de su salud.

–Llámala, tengo que verla ahora mismo.

Carmen estaba pidiéndole que le trajera a Pilar, la misma que estaba tratando de detener la inauguración y a quien él mismo en confabulación con Izurieta estaban deteniendo. Todo era una paradoja.

–Hablaré con ella.
–Y... no le digas a nadie... que estoy despierta... hasta que la vea a ella...

Después de eso cerró los ojos, pero solo como muestra de cansancio luego del esfuerzo que había realizado.
Adán salió de la habitación pensando en el punto de conflicto en el que se encontraba y que se agregaba a todo lo demás. Estaba del lado de Carmen en todo lo que se refería a la galería y al duplicado del cuadro, con Izurieta al planificar algo en contra de Pilar, por lo que estaba en contra de Pilar al hacer lo posible por detenerla, y de pronto estaba entre todo, sabiendo que acercar a su madre lo pondría en contra del abogado pero a favor de ella, reunirlas podría alejarla de Carmen  si madre e hija decidían superar sus conflictos, y no hacer nada era lo más cercano a hundirse por completo.
Pero Adán no había nacido para terminar derrotado por sus propias dudas.
Tenía que contar con el factor tiempo–espacio para acomodar las cosas en su favor. Usó uno de los teléfonos de la clínica  para llamar al abogado y comprobar que aún estaba allí; luego salió de la clínica a toda velocidad a buscar a Pilar, y consiguió apresurar el procedimiento para sacarla de allí. Finalmente logró sacarla del retén, pero ella estaba más preocupada que antes.

–No puedo creerlo, esto sucede en el peor momento ¿Dónde estabas?
–Ocurrió algo, por eso me ausenté –replicó él con tono de confianza–: tu madre despertó.

Momentos después estaban llegando a la habitación, pero Carmen fue categórica y lo dejó por fuera, ya que quería hablar a solas con su hija y por una vez, nada de lo que él dijo sirvió para hacerla cambiar de opinión; se tuvo que conformar con esperar, sin saber lo que estaba pasando adentro.

–Mamá...

Pilar sabía que la voz le temblaba tanto como las manos. Hacía ocho meses que no veía a su madre, había abandonado el país por motivos demasiado dolorosos, estaba de vuelta de un modo tormentoso, y además tenía que enfrentarse a su madre.
Baldosas blancas, maquinas relucientes, muerte alrededor, y la mirada penetrante y fuerte de Carmen Basaure. Pilar tragó saliva, era realmente increíble que con en esas circunstancias ella la mirara así, sin cariño, solo con esa fuerza impenetrable que desde niña le había enseñado a temer; no importaba su estado, su carácter no había minado un ápice.

– ¿Qué haces en el país?

La pregunta directa, el susurro sin contemplaciones.

–No deberías preocuparte por eso –respondió la joven para ganar tiempo–, debes recuperarte.
– ¿Viniste a arruinarme la vida otra vez? ¿Es eso?

Apenas se le escuchaba, pero era como estar oyendo sus gritos atronadores ocho meses atrás. Pilar se sentía encogida ¿Por qué no podía simplemente estar ahí y dejarse atender?

–Mamá, solo estoy aquí preocupada por ti, ¿de acuerdo?
– ¿Justo ahora? claro, justo ahora que estoy en camilla y con mi galería a punto de inaugurarse.

Desde luego, Carmen Basaure, genio y figura, jamás dejaría de atender su bendito arte, ahí estaba primero que cualquier otra cosa.

–No quería intervenir, ni siquiera pretendía verte... pero Adán me dijo lo que había sucedido y tuve que venir; además él iba a inaugurar la galería sin ti, y yo pensé...
– ¿Qué?

La exclamación le sacó a Carmen más energía de la que tenía en ese momento; Pilar sintió que se le tensaban todos los músculos del cuerpo.

–Es que Adán...
– ¿Qué hizo?
–Él dijo que cumplía tus órdenes, dijo que lo autorizaste a trabajar igual que siempre, incluso si no estabas. Hay un documento que lo autoriza, tú lo firmaste.

Hubo una pausa en la que evidentemente la artista estaba midiendo la situación, evaluando hasta dónde podía estirar la cuerda.

– ¿Y qué hiciste tú?
–Hablé con el abogado  -replicó Pilar agarrándose de un clavo ardiendo–, y le exigí que detuviera todo, porque tú no permitirías que la obra se inaugurara sin ti. Después vine para acá.

Carmen hizo una nueva pausa, hasta que finalmente habló con decisión.

–Lo hiciste bien. Ahora llama a Adán y espera afuera.

La joven obedeció en silencio y salió, haciéndole nada más un gesto al hombre para que entrara. Mientras tanto,  él sabía que debía cuidar muy bien sus actos y palabras porque había una conversación que no había escuchado y estaba obligado a protegerse. Siguió con la misma actitud de siempre, completamente seguro de sus actos y movimientos, sabiendo que era lo que tenía que decir y cómo actuar; la mirada de Carmen había recuperado casi toda su fuerza habitual, aunque aún la voz delataba lo que le había sucedido hacía poco.
Pero cuando habló en voz baja, lo hizo con total seguridad.

–Acércate.
–Te escucho.
–Sácame de aquí.


Próximo capítulo: Otro engaño


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