La traición de Adán Capítulo 14: Cosas elementales



Despuntó el alba de aquel Domingo y en el departamento estaban Eva y Adán, abrazados reposando en la cama. Realmente parecía perfecto todo lo que sucediera entre ellos, hacer el amor era una nueva experiencia a cada momento, en la que las caricias eran precisas y quemaban con el placer máximo para los dos; pero no solo el sexo era fantástico, también lo era el después, el quedarse abrazados, siendo mecidos por el compás de sus corazones, hablando con alguien a quien conocían tan poco tiempo, pero tanto en experiencias.

–Siento que pasamos muy poco tiempo juntos.
–Son cosas del trabajo –comentó ella en voz baja–, no podemos estar siempre juntos, además a veces no hace falta.
–Tienes razón.

Rieron, cómplices. Adán se incorporó hasta quedar sentado, Eva se cobijó en su regazo.

–Las cosas van muy rápido en la Constructora –comentó ella, sacudiéndose el cabello–, solo me preocupa el Boulevard.
–Creí que lo habías solucionado.

Eva frunció el ceño; esperaba poder dar un final limpio y rápido a esa historia, pero contra sus pronósticos, no fue así.

–Intenté convencer a Esteban de sacar a la encargada en terreno, pero me soltó un discurso sobre las jerarquías, y dijo que aunque yo sea su jefa no puedo decidir con quién él trabaja, según él esa mujer es perfecta para el puesto.
–Si ese hombre molesta tu trabajo, elimínalo.

Estaba segura de terminar haciéndolo, pero no iba despedirse de él sin antes dejar en claro que era ella quien tenía la última palabra.

–No tengo ningún argumento sólido para hacerlo.
–Pero igual es un inconveniente que no necesitas, eso es más que suficiente —comentó, mientras entrelazaban los dedos—. Si te deshaces de él tendrás cientos esperando por su puesto.
–He estado buscando a quien lo reemplace, pero primero debo respaldar los archivos de los proyectos.
– ¿Por qué, crees que los va a destruir?
–No soy su persona favorita, y si lo despido está en su derecho de sentirse ofendido y querer llevarse su trabajo para que nadie saque provecho de él. De todos modos, ya me estoy encargando de eso, tengo a una persona protegiendo la información más vital.
–Me alegro, así no tienes que preocuparte de detalles como ese; ya estoy preparando algo en qué desarrollar algunas ideas, quiero darle forma para contarte.

Se besaron apasionadamente; esa electricidad, la sensación de estar por completo en la otra persona era algo que no tenía precio.

–Sabía que te traías algo, cuéntame cuando lo tengas listo. ¿Y has sabido algo de la hija de tu artista?
–Nada, está haciendo vida común por lo que veo, pero necesito averiguar más sobre ella, aún me parece un peligro que esté rondándonos.
–Tienes razón. Adán, por lo que me has dicho, ella es un riesgo latente.


2


Micaela y Esteban estaban tomando desayuno en el departamento de ella, y aunque la chica se ofreció a encargar algo preparado, él había insistido en preparar unos huevos con carne que se suponía levantaban muertos; el concierto de Replicantes al que habían ido resultó intenso, justo la descarga de adrenalina que la joven necesitaba para sentirse más animada. Respiró el apetitoso aroma mientras servía café.

–Y al final, el concierto fue mucho mejor de lo que esperé, fue buena idea ir.
–Un logro más en mi lista, genial –dijo él desde la cocina.

Micaela terminó de poner la mesa mientras Esteban llegaba con los platos con la humeante preparación.

–Huele bien.
–Te lo dije, es la receta de un primo del campo, con esto me amarás más, si es posible.

Sirvió para ambos y se sentaron ante la mesa alta; Esteban era realmente un tipo muy agradable, y no se quedaba corto al decir que quería conseguir su amistad; lo estaba logrando a pasos agigantados. Ella probó un bocado, y se deleitó un momento con el sabor de la preparación; si bien, a simple vista parecían unos huevos revueltos con carne picada, al probar, comprobó que tenía algunos ingredientes extra, y un toque de sazón perfecto.

–Está buenísimo, tienes que darme el dato.
– ¿Estás loca? –rio él– la receta es secreta, mi primo me mataría si...

Se interrumpió al escuchar el sonido de su celular. Se puso de pie y lo sacó de su mochila, leyendo en él, con atención.

–Qué extraño.
– ¿Qué ocurre?
–No lo sé replicó, con el ceño fruncido—, mi servicio de correo me manda una notificación para confirmar que mantengo activa mi cuenta.
–Por eso no hay que dejar tiradas las cuentas de correo.
–No lo hice –respondió Esteban sentándose de nuevo–, es la que uso siempre. Seguro es alguna actualización por medidas de seguridad –se encogió de hombros, restando importancia al asunto—, después lo compruebo. A todo esto, tenemos que revisar el tema de los adhesivos para interiores que me dijiste.

Micaela hizo una exagerada mueca de frustración al escuchar esas palabras.

–Oh, pero seguro que puede ser después, es domingo y he dormido muy poco después del concierto.
–Claro –dijo él, sonriendo—, pero te digo para que me acuerdes.



Mientras tanto, la actividad no cesaba en el lujoso departamento de Bernarda Solar; estaba en la sala de sol disfrutando de un desayuno ligero, cuando la criada tocó a la puerta de cristal.

—Señora Bernarda, disculpe. El conserje llamó para avisar que la señorita con la que tiene cita viene subiendo.
—Perfecto, puntual como me gusta. Adela, recoge todo por favor.
–Ahora mismo.

La aludida, una muchacha delgada y joven que hacía servicios para ella, recogió de la mesa todo rastro del desayuno en pocos segundos, dejando en su reemplazo un florero de cristal azul, con un hermoso ramo de flores en él, desapareciendo de vista un momento después. Bernarda abrió la puerta y dejó pasar a su invitada, a una mujer de 23 años, de rasgos exóticos, morena, voluptuosa y de cabello negro, de aspecto sensual y atrevido. Era claramente de ascendencia extranjera, pero en ella había una mezcla que hacía imposible saber si tenía antepasados europeos, asiáticos, hindúes o caribeños, pues de todos ellos parecía tener al menos un rasgo, pero al mismo tiempo no era por completo ninguno; al mismo tiempo lucía como una modelo de ropa alternativa, y una sensual actriz o bailarina, esto último resaltado por una expresión corporal que era muy similar a la cadencia de una inexistente música. Sonrió de forma espléndida y saludó a su anfitriona con un delicado beso en cada mejilla.

–Qué gusto volver a verte, Bernarda.
–Lo mismo digo, Luna –respondió la dueña de casa, haciéndola pasar–, estas aún más encantadora de lo que te recordaba.

La morena entró en la sala del departamento, dando una rápida mirada a la decoración, que aprobó con una nueva sonrisa.

–Gracias, y tú, te ves divina, tan poderosa mujer. Qué hiciste ahora, ¿compraste algún centro comercial, una automotora?

Bernarda rio, y ambas se sentaron cómodamente en sillas altas en el balcón, a un costado de la sala de sol.

–Ya tengo una automotora. En realidad, esta vez te necesito para una temporada, así que primero tengo que saber si es que te puedes quedar un par de meses, al menos.
–Estoy libre –comentó la joven–, así que si me necesitas, te ayudo encantada, sabes que siempre estaré en deuda contigo.

La dueña abrió el mini bar y sirvió bebidas frías para las dos.

–Dentro de poco —explicó, con más seriedad—, comienzo un nuevo proyecto de exhibición, algo así como la galería Cielo pero llegando a un nuevo nivel, y quiero que tú seas la persona que consiga atraer a todo el público que sea posible, algo así como el rostro de la campaña. Eres la mujer perfecta para eso, así que lo único que necesitas es ser tan bella como solo tú sabes serlo.

Luna sonrió. Apreciaba los elogios casi tanto como los ceros, y con Bernarda ambas cosas siempre estaban relacionadas; la historia que las unía era fuerte, y aunque de una mujer como ella jamás se podía hablar de una amistad propiamente tal, la lealtad y el cumplimiento de objetivos a cambio de una buena suma de dinero era el perfecto equivalente. Además, Bernarda era generosa con quienes trabajaban como ella quería, y Luna tenía una gran capacidad de adaptación.

–Solo dime por dónde empezar.
–Todavía no. Por ahora te quedarás en uno de mis departamentos, te iré entregando la información que necesites, y cuando el tren empiece a avanzar, te llamaré.

La chica se dio un momento para beber del exquisito trago, mientras analizaba lo que había oído; eso quería decir que lo de captar público era relevaste, pero lo que de verdad tenía importancia era algo más, una situación o una persona a quien Bernarda estaba analizando, antes de decidir el ataque definitivo.

–Excelente, no tengo objeciones. Haremos un gran trabajo juntas, igual que en Inglaterra hace dos años.
–Será mejor Luna. Infinitamente mejor.

2


Esteban no trabajaba los días domingo, pero estaba frente al ordenador, cuando recordó su conversación con Micaela por la mañana, y por curiosidad ingresó a su cuenta de correo con la que trabajaba, para confirmar la información de seguridad rutinaria que esperaba. Entonces se quedó helado al ver que todas las carpetas de su correo habían desaparecido, y solo quedaban los no leídos en bandeja de entrada. Sintió que se le paralizaba el pulso, porque al ser corporativo, ahí tenía datos, informes y conversaciones importantes, no podía ser que simplemente desaparecieran de un día para otro.

–No puede ser –dijo en voz alta–, no están, los correos no están...

En ese momento de confusión, notó que el indicador de mayúsculas no estaba apagado. ¿Cómo podía haber entrado a su cuenta digitando la contraseña en mayúsculas si él mismo la había configurado para minúsculas? Al instante, una idea horrible apareció en su mente, y sin cerrar esa ventana abrió otra para la segunda cuenta que tenía. No pudo entrar.

–Oh... Dios...

Cerró la cuenta de correo, volvió a ingresar y comprobó con horror que realmente solo entraba la contraseña con mayúsculas; tomó el teléfono y llamó a Micaela.

–Dime que tienes una idea para la cena y me transporto allá —dijo ella, alegremente—. Salí a comprar algo así que estoy muy cerca de tu departamento.
–Tengo un problema grave –replicó él, saltándose los saludos–, alguien saboteó mi correo, perdí toda la información.

Cinco minutos después ella ya estaba en el departamento, tratando de poner paños fríos a la escena que tenía angustiado a su nuevo amigo.

–Tengo datos muy importantes ahí, no sé cómo es que pudo pasar esto...

Esteban estaba pálido, y aún desconcertado por lo que estaba sucediendo.

– ¿Y tenías respaldado algo?
–Los proyectos terminados —replicó, ido—, o lo que haya reenviado, supongo que es posible, pero hay cosas que no... Oh, por todos los cielos...
– ¿Qué?
–La remodelación –respondió con preocupación, mirándola con ojos muy abiertos por la preocupación–, los planos de la remodelación estaban ahí.
–No te preocupes por eso, me los enviaste así que...

Pero ella misma se quedó callada ante la duda que de repente surgió en su mente; parecía imposible, pero hizo una conexión que no se le había ocurrido antes, y para despejar esa incógnita, ingresó a su cuenta propia; la contraseña también había cambiado.

–Maldita sea –protestó él–, esto es sabotaje, es sabotaje, quieren arruinarme.

Pero la joven estaba entrando en otra cuenta.

–Tranquilízate. Mira, tengo todos los correos que me enviaste en esta otra cuenta.
– ¿Qué? ¿Pero cómo lo...?

Desde que ocurrió todo lo relacionado con Pilar, Micaela había tomado una serie de medidas de protección, llevada por una paranoia casi incontrolable.

–Tengo siempre la precaución –respondió ella, evadiendo las verdaderas razones–, esta otra cuenta no está a mi nombre, así que sería difícil que alguien acceda de la misma forma que a la oficial; pero lo que acabas de decir tiene mucho sentido, están saboteando el proyecto.

La imagen de Eva San Román pasó por su mente mientras descargaba todos los archivos adjuntos, pero aunque no se agradaban mutuamente y su contacto había sido más bien rudo, no tenía ningún motivo para llegar hasta ese nivel.

–Fue Eva.
– ¿Que estás diciendo?
–Fue Eva, esto es obra suya –replico él, con voz lúgubre–, quiere sacarme del proyecto, y como no tiene argumentos, está tratando de hacer cosas adicionales.
–Eso es ridículo –dijo Micaela–, ella es la responsable legal del proyecto, si no te quiere ahí, simplemente te despide.

Esteban no le había dicho de la escena en que Eva le exigía sacarla del trabajo, y no se lo diría tampoco, aunque sabía muy bien que si él mismo era despedido, los días de Micaela estaban contados en la constructora. Toda la sorpresa y agrado que experimentó al ver a la nueva ejecutiva se desvaneció cuando comprendió que ella estaba tratando de manipularlo con palabras elegantes y muy bien usadas; si bien no estaba usando la clásica estrategia de la sensualidad, lo que hacía era lo mismo, pero de un modo mucho más sofisticado, y él detestaba que trataran de controlar sus decisiones, de modo que llevó la conversación a un frío término.

–Tenemos que resguardar toda la información y cambiar las contraseñas, y mañana tendremos montañas de trabajo, pero no vamos a denunciar esto.
– ¿Y por qué no?
–Porque denunciar —respondió él, con determinación—, es poner sobre aviso al que lo hizo. Lo que te estoy proponiendo es que sigamos trabajando como si nada de esto hubiera pasado.

Micaela lo miró, sorprendida por su actitud. En un instante había recuperado la calma, y estaba decidido a no dejarse vencer con facilidad.

— Entiendo dónde quieres llegar, pero también es peligroso.
–Sí, pero le quitamos importancia, le hacemos creer que no nos hizo daño, se va a confiar. Y cuando las personas se confían, cometen errores.

Micaela lo miró con el ceño fruncido.

–Puede ser, pero También puede que decida ir mucho más allá, y trate de meterse con nuestras cuentas de banco y los impuestos, eso lo leí en un libro.
–Que se haya metido con nuestras cuentas de correo no significa necesariamente que sea un hacker profesional, Tal vez es sólo alguien con cierta experiencia; pero tu sugerencia es buena, quizás debamos prevenir eso también, por las dudas. Tengo un primo que tiene un amigo que es informático, lo llamo ahora mismo, y él sabrá como rastrear al que nos está perjudicando.

3


Adán estaba disfrutando de unos momentos de tranquilidad en su departamento, y evaluaba lo que iba a pasar desde el lunes en adelante: ya tenía firmado el preacuerdo con Bernarda Solar por una cifra sumamente atractiva, y comenzaría a trabajar con ella tan pronto como terminara con Carmen, aunque al respecto de la fecha en que eso sucedería, tenía algunas dudas, porque ella seguía encerrada pintando. Bernarda no había querido adelantar más acerca de cuál era exactamente el proyecto para el que lo tenía considerado, pero tras revisar la información legal relacionada con ella, podía esperar un cargo importante, o estar a la cabeza de algo nuevo, lo que por un lado explicaría su insistencia en contratarlo, y por otro, aseguraba un futuro luminoso.
De pronto, sentía urgencia por ver el segundo cuadro terminado, por ver renacer aquel efecto mágico frente a sus ojos, pero en su mente permanecía la duda sobre el desarrollo de la obra, porque nadie le podía asegurar que la pintora realmente pudiera recrear el efecto, y no era Carmen la autora completa de esa maravilla; desde la lógica, entendía la desesperación de la artista al ver destruido el segundo cuadro, y a la vez, sabía que toda esa historia del amante del pasado era una influencia adicional al panorama, una de la que no sabía si lograría efectos positivos o negativos.
No, era absurdo, lo haría, y cuando ya no lo necesitara, estaría lista para emprender vuelo hacia su nuevo proyecto, lo que lo dejaría libre para entrar de lleno en su nueva ocupación y conseguir gran parte de sus objetivos a corto plazo, es decir dinero, una buena posición y contactos, todo junto a la importante empresaria Bernarda Solar y su red de negocios; había estado investigando un poco, y ella no solo era la dueña de la Galería Cielo, también lo era de una automotora, una cadena de cafés temáticos, un par de edificios y una productora, todo eso sin contar las acciones. Sabía que usando bien sus cartas tendría a su favor el siguiente escalón en su ascenso, no había motivos para preocuparse.
Hasta que cayó en un detalle que había pasado por alto en su departamento, quizás porque aún estaba embelesado con el aroma de Eva, o porque no estaba pasando mucho por el departamento, pero sí había algo distinto. Miró en derredor y lo descubrió, un pequeño sobre blanco a pocos centímetros de la puerta, seguro había pasado sobre él sin notarlo, pero no admitían vendedores ni publicidad en el edificio, lo que hacía extraña su presencia; tomó el sobre, con el ceño fruncido, y extrajo una tarjeta con una sola frase escrita en imprenta, con letras negras. El texto era escaso, aunque poderoso por su significado.

«Dejaste un cabo suelto. Ya sé quién eres»


Próximo capítulo: Confusión



Contracorazón Capítulo 13: Desde el pasado




La noche en la urgencia había sido larga, silenciosa y angustiante, pero sin novedades. Magdalena accedió a ir a la cafetería del lugar, pero no quiso comer ni tomar algo, sólo se quedó sentada ante la mesa, mirando al frente, con la vista un poco desenfocada y sin pronunciar palabra.
Rafael entendió que nada conseguiría intentando hacerla hablar, por lo que optó por guardar silencio y acompañarla tras asegurarse de pedir que le avisaran de cualquier novedad. Se vio en la obligación de llamar a los padres de Mariano para informarles, y trató de minimizar el efecto de sus palabras, sabiendo que eso no daría resultado; estaban muy tensos cuando llegaron, y se quedaron junto con ellos en la cafetería.
A las cuatro de la mañana una enfermera les dijo que Mariano había superado la cirugía y que había sido trasladado a cuidados intensivos; en ese momento la emoción de Magdalena afloró, pero tuvo un increíble aplomo para expresarse.

— ¿Puede entrar alguien a verlo?
—Solo una persona —advirtió la enfermera—, y sólo por un minuto.

Rafael sintió un estremecimiento al ver el generoso acto de su hermana menor; sin dudarlo, hizo un gesto hacia los padres de Mariano.

—Tiene que ir uno de ustedes.
—Pero Magdalena, tú... —murmuró la madre de Mariano, conmovida.

Haciendo un gran esfuerzo, la chica les dedicó una cariñosa sonrisa, que era por completo honesta.

—No es una pregunta; Mariano se está recuperando ¡Los necesita a ustedes primero! Vamos, tienen que decidir ahora.

El padre de Mariano le hizo un gesto de asentimiento a su esposa, y esta acompañó a la enfermera hacia la habitación correspondiente.

—Rafael, creo que tenías razón —dijo la chica—, me hace falta un té.
—Yo te lo traigo, hija —intervino el padre de Mariano—, vuelvo en un momento.

Ambos hermanos esperaron a que el hombre desapareciera de vista, y sólo en ese momento Rafael habló.

—Lo que hiciste fue muy bonito —comentó en voz baja—, es un gran gesto.
—Es lo correcto.

Apenas pudo pronunciar estas palabras y rompió en llanto, pero en esa ocasión fue distinto que cuando recién ocurrió el ataque; esa vez fue un llanto ahogado, profundo, que tenía que ver más con pérdida que con desesperación, porque estaba haciendo un sacrificio en pos de un bien mayor, a costa de su propia tranquilidad. Estaba postergándose para que el hombre al que amaba tuviera la compañía de su madre. Rafael la abrazó, y por largos segundos se mantuvieron ahí, entre paredes asépticas y el movimiento incesante de otras emergencias alrededor. Después de un momento, ella se separó de él y se secó las lágrimas, respirando fuerte y repetidas veces para tratar de calmarse.

—Voy a mojarme la cara —dijo con algo de dificultad—, vuelvo en seguida.
—Te espero aquí —replicó Rafael.

Magdalena alcanzó a entrar en el baño justo un segundo antes que la madre de Mariano regresara de la habitación; la mujer se veía angustiada, pero contenida.

— ¿Cómo está? —le preguntó Rafael al verla.
—Dormido —replicó ella—. Dicen que salió bien de la cirugía, pero hay que esperar a que evolucione.
—Mariano es fuerte, se va a poner bien.

Magdalena volvió más repuesta, y pocos momentos después el padre de Mariano. Los tres se quedaron muy juntos, hablando de lo que su madre había visto en esa habitación.

La madrugada siguió sin mayores novedades; Rafael fue al baño a refrescarse, y luego a la cafetería por otro café de mala calidad. En realidad, no tenía sueño ni sentía ganas de consumir cafeína, pero realizar esa acción le permitía sentir que estaba haciendo algo, manteniéndose en movimiento. A las seis treinta, cuando iba de salida de la cafetería, se topó con Martín.

—Martín ¿Qué haces aquí?
—Obviamente te vine a ver, eso es lo que hacen los amigos.

Rafael no pudo evitar sentir una oleada de emoción ante las palabras de Martín; en esos momentos lo necesitaba mucho.

—No sabes cuánto te agradezco que hayas venido, pero no era necesario que vinieras tan temprano, me voy a sentir culpable.
—Vine porque quise —replicó Martín—, así que no te puedes sentir culpable por nada. Cuéntame cómo va todo.

Rafael le contó lo que había pasado en su ausencia.

—Escucha, traje el auto, había pensado que si quieres podemos ir a tu departamento para que te des una ducha o algo.

Rafael pensó en la madre de Mariano, que había llegado a la urgencia con un bolso de mano, el que discretamente le había pasado a Magdalena como una muestra de solidaridad femenina y preocupación, para que pudiera mantenerse en buenas condiciones. Estaba algo sudado, y definitivamente la ropa que traía no era la apropiada para pasar una noche en vela.

—No lo había pensado, es sólo que me da un poco de nervios de dejar sola a mi hermana.
—Pero dijiste que les avisarían de cualquier cambio, y que por el momento tendrían que esperar el reporte de las siete y media; no creo que nos tardemos mucho.

Rafael se lo pensó un momento y decidió que era una buena opción. Después de decirle a su hermana que se ausentaría un rato, salieron rápido en el vehículo que el trigueño mantenía aún en su poder; más tarde en su departamento, Rafael agradeció la ducha y se vistió rápido para salir.

—Estoy listo —exclamó saliendo del baño.
—Perfecto, bajamos ahora ¿Te sientes mejor?
—Sí, me ayudó mucho esa ducha, en serio —replicó volviendo a la sala—, gracias de nuevo.

Martín le alcanzó la chaqueta mientras se ponía de pie.

—Deja de darme las gracias.
—Es lo justo —dijo el moreno— ¿Te acuerdas cuando me dijiste que las cosas que más importan al final son los detalles, esas cosas que a veces se pasan por alto? Tú me apoyaste anoche, pero lo de ahora es algo diferente, porque pensaste en mí más allá de un tema puntual. Sé que estoy sonando un poco cursi, pero de verdad te lo agradezco, vale mucho esto para mí.

Martín le sonrió, un poco avergonzado.

—Sí, sonó un poco cursi.
—No importa. Gracias, pero no por esto; por tu amistad.

Salieron del departamento y regresaron al auto, empezando el trayecto de regreso a la urgencia; minutos más tarde estaban estacionándose en el lugar indicado para ello en el centro de salud.

—Gracias por traerme —dijo cuando se estacionaron—, ahora vuelve a casa y descansa.
— ¿Estás seguro? —preguntó el trigueño.
—Sí, seguro. Me ayudaste más que suficiente, y tienes que devolver ese auto; a todo esto, tengo que hacer algo.

No dijo lo que había hecho hasta que estuvo terminado, anticipando que Martín pudiera negarse.

—Te hice una transferencia de dinero para la gasolina, así no tendrás problema.
—No tenías que molestarte —replicó el otro.
—Yo digo que sí. Además, las cuentas claras conservan la amistad ¿No es así?
—En eso tienes razón —admitió el trigueño—, lo voy a dejar con gasolina antes de devolverlo. Llama por cualquier cosa ¿está bien?
—De acuerdo, eso haré.

Se despidió de Martín y regresó a la urgencia con una agradable sensación; dentro de todo lo que había pasado, la ayuda y compañía de un amigo como él resultaba fundamental, y la agradecía de todo corazón.
En el interior de la urgencia todo seguía igual; después de las ocho de la mañana les dieron noticia sobre Mariano, anunciando que había pasado bien la noche, y que había sido trasladado a una camilla en la sección de cuidados intermedios, a la espera de su evolución. A las diez de la mañana se esperaba que hubiera un comunicado, y en efecto, un doctor los llamó para entregar un informe.

—Doctor ¿Cómo está Mariano? —preguntó Magdalena con un tono reprimido de ansiedad.
—Fuera de peligro —explicó el profesional.

El alivio de todos fue evidente al escuchar esta noticia; Magdalena, sin embargo, todavía se mostraba cautelosa.

— ¿Se va a poner bien entonces?
—Hasta el momento, todo ha avanzado de buena manera, es un hombre fuerte.
—Perdón, es que hay algo que me ha estado dando vueltas en la cabeza desde que ocurrió todo esto —comentó ella con seriedad—; no sé si es una idea mía, pero no sé cómo explicar que Mariano haya perdido el conocimiento tan pronto, creí que era por la sangre, y eso me asustó mucho.
—En realidad, la pérdida de conciencia es por un golpe, no por la herida.

El rostro de Magdalena se mostró confundido.

—No me di cuenta de que lo habían golpeado, todo fue tan rápido.
—Es un golpe en la nuca —advirtió el profesional.
—Probablemente fue cuando lo acorralaron —se aventuró Rafael—, por eso no pudiste verlo.
—En cualquier caso —comentó el doctor—, es probable que esa pérdida de conciencia junto a la acción rápida en la herida haya ayudado, ya que no hubo gran pérdida de sangre a pesar de lo que parece, y muy poco riesgo de absorción de oxígeno. Tendrá que permanecer en observación durante algunas horas, pero el diagnóstico es muy positivo.
—Qué alegría.
— ¿Podemos verlo? —preguntó ella, ya sin casi poder contener la emoción.
—Sí —replicó el médico—, pero debe ser breve; está dormido por efecto de los sedantes; pueden entrar dos personas a la vez.

Mientras los padres de Mariano entraban a la habitación, Rafael se dedicó a su hermana, que debido a esta nueva noticia estaba otra vez más nerviosa.

—Escucha, tienes que estar tranquila.
—Lo sé —replicó ella—, aunque esté dormido, sé que puede sentirme.

Poco después, los hermanos entraron a la habitación, en donde una única camilla albergaba a Mariano; el hombre estaba conectado a la máquina que medía su ritmo cardiaco con un sonido agudo y rítmico.

—Mi negrito —susurró ella, inclinándose sobre su rostro dormido—, todo va a estar bien, estoy segura; yo te voy a cuidar, y después esto sólo será un mal recuerdo.

Le dio un tierno beso en la frente, y con dedos sorprendentemente firmes acarició su rostro, dedicándole una intensa mirada de amor; después murmuró algo solo para ellos, y salió de la habitación en compañía de su hermano.

— ¿Cómo te sientes ahora? —le preguntó él cuando salieron.
—Más tranquila —repuso ella—, verlo hace que todo sea más real, necesitaba estar con él, sentir su respiración.
—Tal vez deberías tomar un descanso —aconsejó él—; ir a casa a cambiarte, reposar un poco.
—Todavía no —concluyó ella—, cuando despierte lo pensaré ¿De acuerdo?


2


Alrededor del mediodía Mariano despertó y Magdalena pudo hablar con él, para su completa tranquilidad; aún estaba bajo los efectos de sedantes, pero pudo comunicarse y hablar un poco, de modo que la familia pudo darse un respiro de todo el estrés que había pasado con anterioridad.
Rafael le había pedido las llaves de la casa a su hermana y fue a buscar un cambio de ropa para ella, y armó un bolso pequeño con elementos que ella podría necesitar ya que se oponía a dejar la urgencia hasta ese momento. No pudo evitar quedarse un instante viendo la gran caja blanca que contenía el vestido de su hermano, y preguntarse qué habría pasado de ser un ataque con peores consecuencias; parecía que Magdalena y Mariano se conocían de toda la vida, e imaginar que uno de los dos no estuviera creaba un panorama imposible de imaginar.
Tras tomar lo necesario, fue a su departamento a comer algo rápido, y también porque necesitaba algo de actividad para no sentirse inútil. Cuando entró a su hogar, fue hasta su cuarto y abrió la caja del broche que había comprado para regalárselo a su hermana antes de su matrimonio; se quedó contemplando la estructura de metal fundido, y por un momento se perdió en los incontables destellos que debían adornar a la felicidad de Magdalena en un día tan importante para ella. Todo había cambiado de forma tan abrupta, y a punto estuvo de suceder algo mucho peor ¿Cómo evitar algo como eso? Los caminos que seguía el destino eran muchos, incontables, y ellos no podían anticipar lo que iba a pasar; días atrás, la óptica de ese fin de semana era de diversión y descanso, y por causa de un hecho imprevisto, todo había cambiado por completo.
Era imposible saber lo que iba a pasar en futuro.

“No podemos saber lo que va a pasar después”

Nunca había escuchado esa voz, pero la conocía; había algo en el acento, en cómo se expresaba, que le daba confianza y tranquilidad. Nunca la había escuchado, pero la conocía.

“Solo tenemos que ser fuertes y tener cuidado.”
“Tengo miedo de lo que pueda suceder.”

De una forma inexplicable, también lo sentía; no sabia por qué, pero escuchar esa voz hablar de su miedo era experimentarlo también, más que como una transferencia, como una identificación pura y completa. Lo que te ocurre, me ocurre a mí también.

“Yo también tengo miedo.”
“A veces actúas como si no lo tuvieras.”

Era cierto; pero no se trataba de negación, sino de otro enfoque para los mismos asuntos: ante un peligro sin cuerpo, actuaba con tranquilidad, ante un evento sin fecha concreta, actuaba con determinación. Eso le daba tranquilidad.

“Discúlpame; pero también tengo miedo, es algo que también me pasa. Es sólo que tenemos que enfrentarlo. Tú sabes que es difícil y yo lo sé, pero podemos hacerlo.”

No podía culparle por su sentimiento de inseguridad; también le pasaba, y en ocasiones se preguntaba si realmente tendrían un futuro ¿Cómo saberlo? La única opción era enfrentarse a lo que viniera, y tratar de hacer lo mejor posible.

“Sólo quiero que seamos felices.”

La esperanza estaba en su voz, y así pudo sentirla; sí, él también quería eso, pero había otro sentimiento, que se imponía incluso a uno tan fuerte y transparente como ese. Un sentimiento puro y poderoso, que se imponía a todo lo demás; cuando se enfrentaba a una dificultad, o sentía que sus fuerzas no eran suficientes, aquella sensación lo hacía regresar a su centro. Sí, quería que ambos fueran felices, pero además…

Rafael despertó desconcertado; las horas en vela y el silencio del departamento habían traicionado a sus sentidos, y se había quedado dormido, sentado en el sofá, con la pequeña caja con el broche en las manos.

—Cielos.

Confirmó la hora en su móvil y vio que había estado dormido casi veinte minutos. Bastante tiempo para ser inesperado, pero poco considerando que no había dormido nada en más de veinticuatro horas.
¿Qué clase de sueño había sido ese?
Se despertó con una extraña sensación que no podía explicarse; no recordaba lo que sucedió en el sueño, pero se trataba de algo intenso, una mezcla de sentimientos que no por ser desconocida resultaba ajena. Era como si aquello que soñó fuera el espejo de algún sentimiento antiguo, tanto que no podía precisarlo, pero a la vez tan fuerte como para no desaparecer, y permanecer de forma indeleble.

—Qué extraño.

Pensó en almorzar, pero después de haber comido algo liviano no sentía apetito; se tomó un café cargado y tomó el bolso que tenía listo para su hermana, disponiéndose a salir de inmediato en dirección a la urgencia.

3


Por la tarde de un largo día, Mariano ya estaba más recuperado de la anestesia y pudo hablar con algo de comodidad, de modo que fue posible convencer a Magdalena de ir a casa a cenar y dormir un poco, mientras sus padres se quedaban en la urgencia; Rafael la acompañó, y la chica se quedó dormida a poco de haber llegado. Poco después de las nueve regresaron a la urgencia y pudieron hablar con él, lo que sin duda ayudó al estado de ánimo de la chica; fue el propio Mariano quien la convenció de ir a casa y pasar la noche en su cama en vez de en la sala de espera, y a juzgar por su aspecto, estaba débil y cansado, pero lo suficientemente bien como para resultar convincente en sus palabras.
Finalmente, la familia accedió, y ya que de todos modos no habría posibilidad de verlo durante la noche, descansar en un sitio conocido y cómodo era la mejor opción para poder comenzar el siguiente día con una dosis de energía. De vuelta en su departamento, se dio una ducha y decidió comer algo antes de dormir una noche que esperaba fuera más tranquila que la anterior. Estaba en eso cuando recibió una llamaba de Martín.

— ¿Cómo va todo?

Y a habían hablado del asunto durante el día, y Rafael le había dado la buena nueva del inicio de la recuperación de Mariano.

—Bastante mejor, por lo que se ve —replicó mientras encendía el fuego en la cocina—, Mariano está mejorando, así que por esta noche decidimos ir a casa.
— ¿Convenciste a tu hermana? —preguntó Martín.
—En realidad fue el propio Mariano quien lo hizo; es fuerte y quiere que Magdalena esté bien, creo que por eso lo dijo. Además, las visitas son en el día, no tiene sentido que nos quedemos allá; por el momento ella estará mejor con sus suegros acompañándola. Nos dijeron que es probable que mañana temprano lo den de alta.

Martín hizo una pregunta que a Rafael también se le había pasado por la mente.

— ¿Crees que ella sea capaz de pasar toda la noche en casa y no ir a la urgencia?
—No estoy seguro de eso —replicó el moreno—, pero estoy seguro de que la madre de Mariano ya pensó en eso y va a estar atenta por cualquier cosa.

Había decidido saltear unos filetes de pollo con verduras y especias, y acompañarlos con papas chips para no tener mucho trabajo por delante. El aroma de las especias al contacto con el aceite en el sartén le hizo notar lo ansioso que estaba por comer algo más producido que un sándwich.

—Entonces estás tranquilo ¿Estás en casa?
—Sí, voy a comer algo ¿Tú? —preguntó Rafael.
—Me bajó el cariño familiar y vine a casa de mis padres —explicó con ligereza—, así que estamos preparando algo para cenar también; hasta Carlos está ayudando.

El hermano menor de Martín intervino en la conversación.

—Dile lo que te dije.
—Deja de espiar mis conversaciones —lo reprendió Martín del otro lado de la conexión, aunque se notaba que no estaba hablando en serio—. Carlos dice que te invita a almorzar con nosotros un fin de semana; sé que ya lo había dicho antes pero ahora es oficial.

Al parecer el cambio en el muchacho era algo definitivo y para mejor, y Rafael se sintió muy contento, más que por la invitación en particular, porque el hermano de su amigo mostraba un comportamiento sensato; eso sería un alivio para Martín.

—Muchas gracias por la invitación, será un placer acompañarlos entonces.
—Pero le dije que tenías algunos problemas ahora mismo, así que la fecha va a quedar pendiente —comentó el trigueño del otro lado de la conexión—. Espero que no te sientas obligado.
—Para nada —replicó Rafael—, me parece un excelente panorama, y va a ser un placer poder compartir con tu hermano y tus padres.

La invitación era un gran gesto para él, y se sintió contento de saber que iba a conocer al núcleo familiar de Martín; por otro lado, tener la oportunidad de conversar con su hermano menor y asegurarse que no hubiera alguna clase de mal entendido luego del tenso momento en el que se conocieron era una excelente opción.
Después de finalizar la llamada, pudo cenar, y se dio cuenta de que estaba rendido; al día siguiente iría a primera hora a la urgencia, ya que de ir todo bien, Mariano podría ser enviado a su casa dentro de la jornada y quería estar presente para ayudar en lo que pudiera.
Entró a su cuarto, se quitó la remera y se sentó en la cama, cansado y con mucho sueño; las luces de la habitación jugaban a las escondidas con él, y poco a poco su percepción de todo se fue volviendo borrosa, hasta que cerró los ojos y cayó de espalda.

“A veces tengo miedo de lo que pueda pasar si nos descubren.”

Podía sentir su miedo, y cuando lo sentía, él también temblaba por dentro.

“Todo va a estar bien.”

Sabía que era una respuesta demasiado segura para una situación que no lo era; a nivel social, una relación como la de ellos sería objeto de burlas y ataques, tanto en el entorno cercano como en general. Él mismo había visto despidos sin motivo, en lugares de trabajo donde no querían "gente como ellos'
¿Y a nivel cercano? De seguro la vida de sus familias se volvería mucho más complicada, ya que amigos y conocidos reaccionarían con mal gesto ante una persona como él, y aquellos a los que no le importaría o estarían de acuerdo serían callados por el temor de resultar también perjudicados.

“No quiero sonar fatalista —le estaba diciendo—, pero me preocupa todo esto. No quiero que pienses que me arrepiento, es sólo que es tan difícil vivir escondidos todo el tiempo.”

Se suponía que ese día debían estar celebrando, pero eventualmente la conversación tomó ese rumbo; el constante secreto y aparentar que eran amigos resultaba agotador. Eran dos hombres que sólo querían ser felices y amarse, pero tenían que comportarse como criminales.

“Lo sé, para mí también es difícil. Pero piensa en esto, estamos juntos hace más de un año, y hasta ahora todo ha resultado; sólo hay que tener paciencia y ser cuidadosos.”

Su primer aniversario; oficialmente se conocían desde hace más tiempo, pero establecieron esa fecha como el inicio de su relación Y en ese momento estaban juntos, en ese cuarto, sentados uno frente al otro, mirándose de una forma que reservaban únicamente para los momentos de intimidad.

“Quiero que lo nuestro siga funcionando.”
“Yo también, y estoy seguro de que podemos hacerlo funcionar.”

Se miraron más de cerca, y supo a través de esa mirada que, a pesar de lo difícil que era enfrentar todo lo que les pasaba, la amistad y el amor existente entre ambos era tan firme como siempre. Supo que mientras estuvieran juntos podrían seguir en contra de todo.

Rafael despertó de golpe, incorporándose en la cama, por completo despierto.

— ¿Qué fue eso?

Recordaba el sueño; por primera vez en años, había despertado recordando un sueño, poro no se trataba de algo normal. No era un sueño normal.

— ¿Por qué me siento así?

Su pregunta quedó flotando en el silencio de la habitación; notó que estaba cansado y con el cuerpo adolorido, como si al dormir estuviera tenso. Pero no sólo era algo físico, también había una sensación interna, una angustia que era ajena a él, como un sentimiento que podía percibir en su interior pero que no estaba experimentando; recordó entonces que ya lo había sentido antes, en dos ocasiones, y que cada vez que pasaba era más doloroso que la anterior.
La primera vez fue cuando por casualidad sucedió estando en medio de una conversación con Martín, y entonces era una mezcla de un sentimiento cálido y angustia. Después, en otra ocasión, fue sólo dolor, como si hubiera una explicación en frente de sus ojos, pero no fuera capaz de alanzarla.
Y ahora, el sueño.

—Esto no puede estar bien.

No sabía si sus palabras eran retórica ante la forma brusca de despertarse, o por el contenido del sueño; se sentía más cansado que antes de llegar al departamento, con una sensación de angustia que, en esa ocasión, era demasiado intensa para evadirla. El sueño también hacía su parte, dando vueltas en su cabeza como una película que se repetía a alta velocidad; era como si fuera algo que estaba viviendo en ese momento, reviviendo cada instante, cada sensación.
Pero esa conversación nunca había tenido lugar. Y sin embargo era tan real, tan palpable ¿Era posible experimentar sensaciones ajenas? Sabía cuál era su vida y las cosas que había vivido, y ninguna de ellas era como eso. Un sentimiento ajeno, pero de alguna forma conocido; se preguntó por qué estaba sucediendo todo eso, y se dijo que no podía asociarlo al cansancio o al estrés de lo sucedido a Mariano. Tenía que ser algo más, pero no lograba dar con una potencial respuesta.
Se levantó con algo de dificultad, y sacó de un mueble una libreta de notas y un lápiz, y decidió escribir lo que había soñado, antes que el vívido recuerdo se esfumara de su mente.

— ¿Por qué?

La pregunta surgió espontánea en sus labios al ver que había escrito en primera persona sin pensarlo; pero a la vez, lo que estaba escribiendo se le hacía ajeno ¿Cómo podía sentir como suyo algo que sabía no lo era? No era un simple sueño, pero no era recuerdo.
No podía ser un recuerdo, era imposible que lo fuera.

—No puede ser.

Dejó de escribir cuando descubrió que antes ya había ocurrido algo muy similar a ese sueño; sólo unas horas antes, se quedó semi dormido cuando pasó rápido por el departamento, y aunque no recordaba nada de ese lapso de tiempo, sí recordaba muy bien que despertó con una sensación muy similar a esta. ¿O había sucedido en más de una ocasión? Angustia, un sentimiento de pérdida, la visión de algo que era extremadamente importante, pero que no podía explicar ni clasificar; alguien que era muy importante para él, y una fuerza en su interior que hacía sentido en dos direcciones a la vez: por un lado, miedo de que las cosas salieran mal, y por otro, el imperioso deseo de proteger y conseguir que todo funcionara.


Próximo capitulo: Verdad incomprensible

Las divas no van al infierno Capítulo 11: ¿Listo para eso?


Conoce este capítulo al ritmo de esta canción: Ready for it

Charlene estaba de muy buen humor la mañana del viernes, a pesar de estar muy cansada después de la jornada anterior: casi parecía que todos lo maestros se habían puesto de acuerdo en hacerles muchas exigencias; sin embargo, esperaba tener muy buenas noticias y la llegada a su departamento de Harry Nicanor con un gran bolso a la espalda le hizo confirmarlas.

—¿Ya los tienes?

Vestido de blanco, y adornado con collares, el hombre le sonrió de forma burlona.

—Harry —dijo imitándola—, pasa por favor, ¿Estás muy cansado con esa carga? Ay, ven y te ayudo con las compras.

La chica revoleó los ojos y se hizo a un lado para dejarlo entrar. El hombre puso el bolso en la mesa de centro.

—Buenos días, su majestad, su alteza.
—Hola Harry —replicó ella con una sonrisa falsa—, ahora que ya pasamos las formalidades ¿Trajiste lo que te pedí?

El aludido le dedicó una cómica reverencia y abrió el bolso, sacando de él un vestido cubierto de cristales, que por el tipo de corte resplandecían aún a la luz del día.

—Uno de tus pedidos, si no me equivoco.
—Ay por Dios.

A punto estuvo de abalanzarse sobre el vestido, pero Harry lo quitó de su alcance.

—No tan rápido chica oops. Esto es un negocio y mi cabeza pende de un hilo, así que mejor dame el dinero y quedemos en paz.

Ella le hizo una mueca de burla y fue al cuarto a buscar dinero que tenía bajo llave.

—Espero que todo sea de calidad como me merezco —exclamó mientras sacaba la cantidad pactada—, porque hoy tengo que brillar como ninguna.
—O devolverte como una fracasada.

Regresó a la sala y le entregó el dinero; el hombre lo recibió y lo hizo desaparecer tan rápido en uno te sus bolsillos que pareció que nunca lo tuvo en las manos.

—Esto está bastante bien —opinó sentándose y revisando el contenido del bolso.

En tanto, Harry se había tomado la libertad de ir hasta refrigerador, cuyo contenido contempló con cara de drama.

—¿No tienes cerveza?
—La cerveza engorda —apuntó ella.
—Si te dedicas a estar echada en un diván como una estrella de cine, claro que sí, pero tú quieres ser una figura con un cuerpo candente así que supongo que hacer cosas mundanas como trotar o hacer abdominales no está fuera de lo posible.

El hombre regresó con ella, que ya tenía esparcido casi todo el contenido del bolso entre el sofá y los sillones; se sentó en el suelo y la miró con una falsa expresión de admiración.

—La niña jugando con sus vestidos, crecen tan rápido.
—Cállate —replicó ella—, y mejor ocupémonos del otro asunto.
—Sí, claro, el otro asunto —El hombre hizo corchetes con las manos—, la tragedia que te va a pasar por supuesto. En principio, hay que saber cuándo va a ocurrir.

Charlene ya había pensado que si ganaba un premio el miércoles de la semana siguiente dejaría el plan para otro momento en que fuera más propicio, lo que implicaba que, si no lograba quedarse con un puesto de importancia, sólo podía ser el jueves o el viernes.

—Antes que eso ¿Qué es exactamente lo que va a suceder?
—Creo, preciosa, que lo mejor es que no lo sepas; así tu sorpresa va a ser real.

La rubia le iba a decir que no era gracioso planearlo de esa forma, pero se lo pensó un momento; quizás eso era una buena idea después de todo.

—De acuerdo, se hará de esa forma entonces; pero mucho cuidado, hay sólo una oportunidad para hacerlo y tiene que salir bien. Lo mejor es que sea el viernes, ya sabes que tengo que estar en el canal antes de las seis de la tarde. Te avisaré el jueves si es necesario.

Harry hizo un gesto de victoria hacia ella.

—Roguemos que nada de esto sea necesario porque vas a brillar más que ninguna.


2


Márgara despertó a Fernando muy temprano y puso en el televisor la grabación que había dejado programada de la emisión anterior del programa.

—Despierta, dormilón —dijo desde la cocina—; quiero ver todo con detalle.

Fernando se revolvió entre las sábanas; había dormido poco y mal, y aún no olvidaba lo sucedido en el programa que ahora ella iba a restregarle en la cara.

—¿Qué tienes? —preguntó ella, entrando al cuarto.

El hombre se sentó en la cama; por un momento pensó en decirle algo respecto al atuendo que usó en esa presentación, pero al ver la expresión de auténtico interés de ella, declinó hablar al respecto.

—No es nada, sólo un poco de sueño.
—Tienes que dormir más, te lo he dicho —dictó ello, con tono profesional—, en el refrigerador hay una infusión de hierbas, te haría bien para dormir.

Se sentó junto a él en la cama; Aron hove lucía brillante y llamativo como de costumbre.

—Él hace un buen trabajo —comentó ella—, aunque seguramente tendrá que hacerse algo en la cara para no perjudicarse con el tiempo.

Fernando miró al hombre en pantalla, de quien se había informado ante la eventualidad de una conversación al respecto; tenía el estado físico de alguien diez años menor, y una energía desbordante.

—A mí me parece que se conserva bien.
—Ese es el tema, se está conservando, él no es joven —opinó ella, con tono crítico—. Piensa en esto, está presentando un programa con chicas que podrían ser sus hijas, por supuesto que tiene que esforzarse por verse más joven.
—No tiene nada de malo que se vea maduro.

Ella volteó hacia él y le debió una mirada cargada de condescendencia.

—Cariño, los jóvenes somos el presente y el futuro; ellos —continuó, apuntando a la pantalla, con cierto desdén—, ellos ya no importan.

Fernando iba a cambiar de tema, pero, aunque no lo llevaría a ninguna parte, decidió mencionarlo de todas formas.

—Sarki es una mujer madura.
—Sí, pero ella está en programa para llamar la atención del público mayor —explicó ella—, no lo sé, personas de la edad de mamá o amas de casa que no entienden mucho la actualidad ¿Crees que ella, a su edad, podría hacer algo mejor que yo, incluso que cualquiera de las demás?

El hombre optó por no continuar con la conversación por ese punto de vista.

—Bien, en cualquier caso ¿No tenías ya el video en el móvil?
—El de mi presentación, claro —declaró Margara con una sonrisa—, pero quiero revisar un poco de lo que hicieron las otras.
—¿Buscas inspiración?
—¡No! Tonto —Ella soltó una risa cristalina—, ellas no pueden inspirarme a nada, yo funciono en una frecuencia única ¿Sabes? He estado leyendo mucho al respecto y las personas, todas —hizo un gesto amplio con las manos—, funcionamos en frecuencias; entonces, si tú te dejas influenciar por otra persona, es como si estuvieras copiando esa frecuencia de energía, y yo soy única, soy especial en el universo y tengo que circular en esa ruta de mística para que todo salga bien.
—¿Y entonces para qué verás a las otras?
—Precisamente por eso —replicó ella, como si fuera obvio—, las personas tienden a funcionar en manadas, o no, mejor diré en grupos para que no suene mal; seguramente ellas tomarán un mismo estilo, o empezarán a copiar algo que vean que resulte. Y ahí tengo que estar muy atenta, porque si alguien se me intenta adelantar, mi trabajo no es sentirme afectada o nerviosa por eso, es demostrar que soy única, que soy original y que puedo estar un paso adelante pase lo que pase.

Se puso de pie y se paró junto a la pantalla, indicando en ella a Alma, que en ese momento estaba inmóvil como una estatua antes de iniciar su presentación.

—Por ejemplo, ella comete un error aquí ¿ves que el color de su labial no combina con los detalles de pedrería del bustier que lleva?
—Tú te veías preciosa con el atuendo que elegiste —comentó él sin poderlo evitar.
—Lo sé —Márgara se sacudió el cabello ante el halago—, estaba buscando algo apropiado para una presentación sensual: tenía que ser elegante, por supuesto, y el que escogí era perfecto. Hice una gran elección.

Él asintió con lentitud.

—Sí, lo hiciste.

3


Valeria volvió a marcar el número de Jorge; tras el tercer intento, él contestó.

—Hola.

Hablaba como con un desconocido; ella respiró profundo antes de hablar.

—Hola, soy yo.
—Lo sé —replicó él del otro lado de la línea—, pensé que habías dicho que lo mejor era no comunicarnos.
—Estoy sola en el departamento —aseguró ella—, así que no hay peligro.

La voz de él demostraba que se estaba debatiendo entre lo que debía y lo que quería hacer; pero se impuso lo primero.

—Sí, bueno, estoy en el trabajo —replicó Jorge—. De momento estoy solo, pero preferiría que nadie me vea hablando con una mujer desconocida cuando oficialmente mi novia está haciendo un viaje de negocios; alguien podía sospechar.

La farsa que habían montado incluyó fotos de ambos, con ella con su apariencia antigua despidiéndose en el aeropuerto y él acompañándola. Valeria sabía cuánto daño le hacía a él aparentar que no conocía a la chica llamada Valentina que salía en el programa de televisión, y extrañaba su compañía y su abrazo por las noches, pero la emoción por estar en el programa era algo incomparable y se repetía una y otra vez que cuando consiguiera lo que necesitaba ambos verían el resultado, y que el esfuerzo habría valido la pena.

—Jorge, sólo quería saber cómo estabas.
—Algunas personas me preguntaron si la chica del programa eras tú —replicó él, con una voz que ella no pudo descifrar—, y de acuerdo con el plan, respondí que obviamente no eras tú. También procuré que mis compañeros en el trabajo vieran las fotos del aeropuerto, y por supuesto, tengo presente mencionar tus actualizaciones de estado, para que nadie sospeche de todo esto, así que todo está bajo control, puedes estar tranquila.

Ella se esforzó por conservar la calma; eso era lo que él le había prometido: ayudarla a encubrir todas sus mentiras sin cuestionarla otra vez, hasta donde necesario.

—Jorge, yo…
—Disculpa, tengo que colgar —se excusó él—, puede llegar alguien y prefiero tener cuidado. Trata, si puedes, de hacer una actualización de estado en la tarde, voy a estar con unos compañeros en una reunión con el delegado de la región y creo que sería un buen momento para que esa noticia de Valeria quede separada de Valentina, así puedo ayudar mejor. Estamos en contacto.

Cortó después de esa despedida, dejándola sola en el departamento, y por primera vez desde que dio inicio a ese plan, Valeria sintió que había dos sentimientos pugnando en su interior: la culpa de llevar a su novio a mentir de esa forma, y la calma de saber que seguía teniendo todo bajo control.

4


Cuando las chicas llegaron a las dependencias del canal a las seis de la tarde, notaron el buen efecto de la primera emisión del programa, ya que en el frontis del canal había una gigantografía con el logo de Siempre divas, acompañado de una composición muy detallada de los rostros de las veinticuatro; Nubia se dijo que resultaba irónico que pusieran ese enorme cartel justo una semana antes que una de ellas fuera eliminada.

—Hola.

Quien la saludó era uno de los bailarines; se trataba de un chico alto, musculoso y de abundante cabello rizado, que venía cargado con un enorme bolso deportivo. Había estado en su presentación el miércoles, pero solo de última hora, reemplazando a uno de sus compañeros por una lesión.

—Hola.
—Hace una bonita tarde —comentó él, mirando fugazmente hacia el cielo—, sería ideal para poder ir al parque o a un lugar despejado.

A Nubia también le gustaba ese tipo de panoramas.

—Sí, sería interesante.
—Supongo que debes estar muy emocionada —comentó él—, oh, lo siento, no nos hemos presentado: Nick, es un placer.
—Para mí también —respondió ella, riendo—, es raro presentarse después que ya nos vimos antes.
—La educación ante todo —explicó Nick—, y dime ¿Estás feliz de estar aquí? Es una gran oportunidad, tu familia debe estar tan orgullosa.

Lo estaban; incluso, a su modo de expresarlo, hasta su hermano menor estaba alegre por ella, y junto con él sus padres y los demás; a pesar de haber pasado poco más de un día desde la salida aire, parecía que el impacto del programa en su vida era mucho más grande de lo que esperaba desde antes.

—Estoy muy emocionada, esto de estar en televisión es impactante, es la primera vez que lo hago. Pero tú debes tener más experiencia siendo bailarín.
—No, de hecho este es mi primer trabajo importante —explicó él—, así que creo que estoy tan nervioso como tú.

Sonaba muy agradable a la hora de charlar; Nubia se dijo que tal vez podía aprovechar de resolver una duda que le había surgido con respecto a ellos.

—¿Te puedo preguntar algo?
—Por supuesto, lo que quieras —respondió él, sin dudarlo.
—¿Por qué ustedes no almuerzan junto a nosotras? Los vi en el casino, pero sólo entran y salen.
—Ah, eso es porque nos ordenaron no entrometernos en sus actividades, porque ustedes tienen ya mucha carga y podría perjudicarlas que nosotros estemos en medio; de hecho —agregó con tono confidencial—, tampoco debería estar hablando contigo ahora, pero estoy usando una especie de resquicio legal porque aún no entramos al canal.

Le guiñó un ojo de forma divertida, ante lo que ella respondió con una risa en voz baja; le resultó muy simpático, y su actitud parecía honesta.

—Bueno, gracias por correr el riesgo.
—Por nada.
—¿Y tu familia qué te dice por estar saliendo en el programa?

Pudo ver que la expresión de él se contraía, y se arrepintió de hacer la pregunta antes de poder decir algo más; pero el chico se repuso y le respondió con amabilidad.

—La verdad es que mi familia ya no está conmigo; pero no hablemos de eso, quedémonos con la buena noticia de estar aquí y que lo estamos pasando bien. Escucha, no lo debería decir porque nosotros tenemos que ser neutrales, pero te deseo que hoy tu presentación sea la mejor de todas.
—Gracias —murmuró ella, algo avergonzada.

El hizo un gesto de despedida; ya estaban a dos escasas cuadras del canal.

—Voy a ir por otra calle para que no te vean conmigo y no nos regañen. Suerte.
—Espera —lo detuvo ella—, un día podríamos hablar un poco más ¿No crees?

Él le devolvió una amistosa sonrisa.

—Eso me encantaría.

Tras separarse de ella, Nick siguió el camino y entró al canal, siguiendo por un pasillo lateral que lo conduciría a los camerinos de los bailarines.

—¿Cómo te fue? —preguntó Josué.
—Fantástico —respondió con una sonrisa confiada—, esos datos que nos pasaron son perfectos para tener información de ellas y saber de qué hablar.

Llegaron hablando de esto hasta los camerinos, en donde un asistente de producción estaba repartiendo sobres sellados ante la atenta mirada de Sandra; la productora esperó a que el grupo hubiese recibido el dinero para hablar.

—¿Cómo va todo? —su voz denotó que no estaba haciendo una pregunta—. Ahora escuchen, deben empezar a tener mucho cuidado con todo lo que hagan y digan fuera del canal, es muy importante que no haya información contradictoria ¿Comprenden? En algún momento las chicas pueden conversar entre ellas y no puede pasar que algo no concuerde.

Uno de los chicos levantó la mano.

—¿Qué pasa si en algún momento una de ellas sospecha o empieza a hacer muchas preguntas?
—En ese caso sostienen la mentira hasta el final, y tan pronto puedan, me avisan para desviar la atención; además, todos ustedes son jóvenes, lo normal es que quieren charlar con esas chicas famosas.

5


Cuanto les presentaron la temática individual de ese día, Nubia se dijo que quizás ese deseo de buena suerte que había recibido antes de llegar al canal podía ser de mucha utilidad, algo cono una energía positiva que la ayudara a encauzar sus acciones: un caballo, atuendo con capuchón y luces azules era como un enorme letrero que le decía que era lo que tenía que hacer. Se sintió poderosa, bella, creativa y grandiosa, y corrió al departamento de vestuario para escoger lo que sería lo primero y más importante en su presentación, nada más sencillo y a la vez llamativo que una capa negra con un gran capuchón, acompañado de un entero a juego.

—Ahora a peluquería, esto va a ser maravilloso —murmuró para sí, olvidando de momento las cámaras a su alrededor.

Mientras caminaba animadamente hacia el área dedicada a la estética, se imaginó lo que debía hacer: un bailarín a torso desnudo, o mejor aún, con un boxers muy ajustados de color piel para simular desnudez, montado sobre un caballo blanco y con crines azules, mirando hacia el público con expresión altiva; ella estaría a un costado, cubierta por la gran capa, sentada en el suelo, mirándolo con una especie de rencor, diciéndole que no le gustaban sus jueguitos.
Seria como un duelo, en el que ella lo miraría con fuerza, diciéndole sin palabras que no le gustaba el papel que el la hizo jugar: el de tonta, actuando como si fuera un crimen perfecto.

Se pondría de pie, y le haría entender que esa era una resurrección, que lo había hecho mil veces, y de una lista de nombres marcaría el de él en rojo; en el momento culmine el color lo marcharía con este color, que sería el de su rabia. Rabia por obligarla a hacer eso, por hacer que ella se convirtiera en la protagonista de sus pesadillas; todo eso sería como el karma, y él caería humillado mientras ella se mantenía de pie, orgullosa, demostrando que su vieja yo no podía hablar, porque ya estaba muerta.
Cumpliría con su idea de mostrar un tipo de relación, esa en que el hombre se creía dueño de todo, capaz de encerrarla a ella para hacer una fiesta y de hacerla sentir menos.
Otro día, otro drama.

Más tarde, después de las presentaciones, había llegado el momento de conocer las votaciones, y el conductor del programa estaba dando el énfasis preciso a un momento tan importante como ese.

—La elegida por el público en su casa, en esta ocasión es Sussy ¡felicidades a la ganadora de hoy! Tu premio, como ya lo hemos anunciado antes, es que serás inmune a la eliminación del programa de la semana siguiente ¿Cómo te sientes?

La chica se acercó al micrófono dando saltitos de emoción; el conductor del programa se mostraba tan auténticamente emocionado que parecía que era fan de ella.

—Quiero agradecer a todos en su casa —dijo la chica con voz un poco aguda por la alegría—, esto es muy importante para mí y es un premio al esfuerzo y a todo lo que trabajé hoy.
—Parece que el público aprecia tu trabajo —comentó él—, vamos a revisar algunos de los comentarios de tus seguidores.

Los mencionados comentarios eran bastante alentadores, y tanto los maestros como el público en el estudio aplaudieron a la chica.

—Bien, pero como sabes, ser inmune a eliminación de la semana siguiente no sólo es un premio, también es una responsabilidad —apuntó el conductor—, ya que para la semana subsiguiente no podrás ser inmune, así que debes preparar tus presentaciones con mucho esfuerzo y dedicación para que el público siga encantado contigo y vote por ti.
—Si, sí, lo haré —replicó ella un poco atropellada—, daré lo mejor de mí para que se sientan orgullosos.
—Estoy seguro de que será así —comentó Love—, ahora dejaremos a nuestra ganadora disfrutar de la emoción de haber ganado el programa de hoy, y anunciaré a las tres otras triunfadoras, que se llevan a casa un set de accesorios de cuidado personal, gentileza de nuestro auspiciador Videa, tu piel es lo que más amas.
Y nuestras tres elegidas hoy son Rebecca, Ivonne y Esmeralda, felicidades a todas.

Valeria se repitió que aún había tiempo, que no estaba todo perdido; lo importante, de momento, era no ser la menos votada de la semana.

—Vamos a conocer ahora a la chica que ha sido beneficiada con una presentación extra ¿Quién será? —el presentador se mostró realmente interesado—, aquí tenemos el dato, en esta emisión el público en el estudio ha escogido la presentación más entretenida a Márgara.

La aludida saludó al público y a la cámara con una resplandeciente y confiada sonrisa; en su interior, sabía que esa nominación era el principio de algo mucho más grande.

—Felicidades, y atenta porque tendrás que improvisar; ahora, sin más tardanza, conoceremos el nombre de las tres menos votadas de hoy; recuerden que los puntajes se acumulan hasta la próxima semana: nuestras menos votadas son Lisandra, Charlene y Nubia.

Las expectativas de la rubia se desmoronaron por completo cuando Aaron Love dio los nombres de las más y menos votadas de la jornada. Una de las menos votadas, y en esta ocasión, eso significaba pasar directo a luchar por la permanencia en el programa.
Contra Charlene que se había destacado sólo un programa antes y tenía a su favor una presentación sorpresa, y contra Lisandra, con quien estaba intentando conformar una alianza.
Supo que la presión iba a ser máxima.


Próximo capítulo: Lo siento, no lo siento

Contracorazón Capítulo 12: Planes interrumpidos




Finalmente el día de la anunciada salida de Rafael había llegado; después de una semana tranquila y por completo sin novedades en el trabajo, se encontró en su departamento, sin más que hacer que prepararse para salir. Se dio una ducha, y escogió una tenida sencilla aunque un poco fuera de lo que usaba a diario: unos pantalones negros, zapatillas, y una camisa de un color morado oscuro que compró tiempo atrás en un arranque de originalidad, pero que nunca había usado más que para una cena en casa de su hermana. Fue a abrir al escuchar el timbre, y se encontró con Martín, quien por lo que veía ya estaba listo para salir: iba con una camisa blanca y pantalones de color gris, elegante, pero nada formal. Estaba hablando por teléfono en ese momento.

—Hola.
—Hola, pasa.

Dejó la chaqueta en el sofá tras entrar, y Rafael fue a buscar la billetera.

—Sí, estoy en su departamento en este momento. De acuerdo, le diré te tu parte. Te quiero.

Cortó y se acercó a él para saludarlo estrechando su mano.

—Estaba hablando con Carlos —explicó, señalando el teléfono móvil—, te manda muchos saludos.
—Gracias, dile de mi parte que también le mando saludos.
—Se lo diré, tenlo por seguro —replicó Martín—. Hemos estado hablando bastante de ti.
—Espero que no sea algo malo —comentó Rafael.
—Para nada, está encantado contigo —explicó el trigueño—, dice que está seguro de que eres un gran hombre, incluso dice que quiere que vayas conmigo a almorzar uno de estos días.

Después de la forma en que se habían conocido, era una agradable sorpresa que tuviera esa opinión de él.

—Gracias por eso, es muy importante.
—Sí, espero que ese efecto le dure. ¿Estás listo?
—Listo —Rafael torció la cabeza—, aunque no sabía si llevar una chaqueta o no, tú trajiste una.

Martín se había sentado en el sofá mientras hablaban; lucía relajado y de muy buen humor.

—Sí, lo prefiero por si empieza a refrescar; además no sabemos a qué hora vamos a volver.
—Tienes razón, dame un segundo, voy por una chaqueta y salimos.

Se sentía de buen humor; escogió una chaqueta oscura y regresó a la sala.

—A todo esto, hoy me vine en el auto de la empresa —comentó Martín.
— ¿Y eso? —preguntó Rafael mientras iba a cerrar la ventana del balcón.
—Es porque se les olvidó sacar un permiso en el edificio; es como una autorización para que yo como nuevo trabajador pueda sacar el vehículo, y para cuando había terminado el turno a las seis cuarenta, la única persona que podía dar ese permiso ya estaba en su casa —se encogió de hombros—, así que me ofrecí a traerlo y lo pasarán a buscar mañana. Lo dejé abajo.

Ya tenía todo revisado, así que estaba listo para salir; escuchó el tono de llamada en el móvil que reposaba en un mueble e identificó quién era por la melodía.

—Es Magdalena.
—Dijiste que iba al teatro hoy.

Asintió y contestó, llevándose el teléfono a la cara, pero no alcanzó a hablar.

—Rafael.

La voz angustiada y llorosa de Magdalena lo dejó sin palabras; se le antojó que pasó un tiempo muy largo antes de decir algo, aunque solo fue un instante.

— ¿Magdalena?
—Rafael —repitió ella.

Estaba llorando; en un segundo, el hombre sintió que se le oprimía el estómago, porque esa voz sollozante era la de su hermana.

— ¿Qué ocurre?
—Es Mariano —la voz de la chica tenía una nota de histeria que lo traspasó—, es Mariano.

Mil ideas pasaron por su mente en esos momentos; Magdalena no lloraba por cualquier cola ¿Qué podía estar sucediendo en ese momento?

—Magdalena ¿Qué pasa?
—Es Mariano, Mariano —la chica se quebró—, por dios, no…

Rafael volteó hacia Martín, que lo miraba con preocupación al escuchar su tono; estuvo a punto de exclamar nuevamente una pregunta, pero se detuvo y obligó a calmarse; lo que fuera que estuviera sucediendo, con gritar no conseguiría nada. Así que se obligó a estar tranquilo al menos en apariencia, y buscó en su interior el tono de voz más apropiado, para poder llegar a ella a pesar de la fría distancia de la línea telefónica.

—Magdalena —dijo con dulzura—, soy yo, soy tu hermano. Escucha, tienes que decirme lo que está pasando. Un poco a la vez.

Pasó un segundo, o tal vez dos, pero los sintió como si fueran horas; el sollozo de su hermana remitió un poco, y pudo volver a hablar.

—Íbamos a la obra —dijo, respirando con dificultad—, y detuvimos el auto en un semáforo en rojo y…

Estaba comenzando a llorar de nuevo; Rafael sintió un nudo en la garganta y quiso gritar otra vez, pero lo evitó con toda su fuerza. El pánico que sintió como una anticipación tenía que quedarse mudo.

—Dímelo. Magdalena, respira, tienes que decirlo.
—Detuvimos el auto en el semáforo, y de pronto aparecieron esos hombres.

No. Algo dentro de él gritó que no, que lo que estaba imaginando no podía ser.

—Esos hombres —la voz de su hermana se había vuelto más aguda—, nos amenazaron. Mariano les dijo que nos dejaran bajar, que les iba a dejar el auto, pero uno de ellos se alteró y...

Mariano. De pronto, la mente de Rafael desató toda clase de horribles tragedias, y tuvo que sujetarse del mueble más cercano para no perder el equilibrio. Martín lo miraba con preocupación, sin hablar ni moverse.

—Magdalena —dijo en un susurro—, voy a ayudarte, pero tienes que decirme dónde están.
—Ellos lo atacaron —siguió ella—, no se mueve, Rafael, no se mueve, y hay tanta sangre…

No. Mariano no. Rafael se quedó mudo de horror durante un instante, casi sin percatarse de las lágrimas que habían empezado a caer por sus mejillas.

—Tienes que decirme donde estás —continuo, incapaz de evitar el terror al hablar—. Dijiste que estaban en un semáforo ¿Dónde?
—No reacciona…
—Magdalena, soy yo. Dime en dónde ¿Iban por la urbana?
—Sí —sollozó ella.

Había olvidado todas las señas del lugar. Por la carretera urbana, y si iban al teatro, significaba que habían tomado una salida hacia las calles; la salida de Puente de la santísima, había un semáforo ahí, y el siguiente una cuadra larga después, con la parte trasera de la iglesia de un lado y un oscuro trozo de parque urbano del otro.

— ¿Habían pasado la iglesia?
—Sí.
—Iré para allá ¿De acuerdo? Estaré en un momento ¿Me escuchas?

Sólo alcanzó a oírse un sollozo, y la llamada se cortó. Miró desesperado en dirección a Martín, quien tenía las chaquetas de ambos en la mano.

—Necesito tu auto.
—Vamos.

El viaje duraría once minutos, pero Martín estaba acelerando para llegar en el menor tiempo posible.

—Por favor, dense prisa —rogó Rafael al teléfono—, es un auto gris plata, debe estar estacionado cerca de la iglesia y puede que haya un hombre herido de gravedad.

Agradeció a la operadora de la policía y colgó, sintiéndose incapaz de imaginar siquiera que lo de Mariano fuese peor que una herida.

—Tranquilo, vamos a llegar muy pronto.

Martín tenía la vista fija en la pista, y conducía a gran velocidad; Rafael vio la hora, y comprobó que habían pasado apenas cuatro minutos desde la angustiante llamada, lo que significaba que el trigueño iba por sobre el límite de velocidad.

—Ten cuidado.

Martín no contestó, viró limpiamente y enfiló por la calle que los llevaría hacia el destino que tenían; se trataba de una zona casi por completo residencial, en donde, a la derecha según avanzaban, había un parque urbano cortado en trozos, seccionado por diversas construcciones. Rafael intentó visualizar en su mente el lugar en donde suponía que estaba el auto, pero no lo conseguía, el miedo bloqueaba parte de sus capacidades. La iglesia en la vereda norte ocupaba una cuadra completa, pero la entrada estaba desde el otro extremo, lo que significaba que no había puertas ni ventanas para que alguien pudiera ver lo que pasaba, y en el extremo sur, el segmento de parque ponía distancia entre el borde de la calle y los departamentos.
Tenía que estar bien; su mente era un torbellino en esos momentos, mientras avanzaban entre las luces de la noche. Intentaba no visualizar lo peor que podía pasar, y al mismo tiempo sentía la amenaza de aquellas noticias que cada cierto tiempo aparecían en la crónica roja de los noticieros; el mismo método, el mismo objetivo, casi siempre un mal resultado.
Pero tenía que ser fuerte, tenía que controlarse, por que se trataba de Mariano y su hermana, no de él.
El auto seguía avanzando por la calle, cuando vio que el siguiente semáforo estaba por cambiar.

—Espera, va a rojo.
—Sujétate.

Con el mentón tenso y el volante fuertemente sujeto, Martín presionó el pedal del acelerador al máximo; Rafael no habló, pero notó el aumento en la velocidad del vehículo cuando pasaron como una exhalación por el cruce, justo en el momento en que la luz de advertencia cambiaba de amarillo a rojo. Unas milésimas de segundo después percibieron por el retrovisor del copiloto las luces de un auto de policía.

—La policía —advirtió, con nerviosismo.
—Estamos por llegar, no te distraigas —le dijo Martín, con voz tensa—, cuando me detenga, ve con ellos, yo me encargo de la policía.
—Pero Martín…

El trigueño puso una mano en su hombro, intentando transmitirle confianza.

—Todo va a estar bien.

El sonido de la sirena llegó hasta sus oídos, pero intentó concentrarse en lo que había hacia el frente, en un momento en que faltaba tan poco; si les cursaban una multa, la pagaría para exculpar a Martín, no le importaba nada de lo que estuviera pasando.
Entonces vio el auto de Mariano, estacionado a unas cuantas decenas de metros; con las luces encendidas y ambas puertas abiertas. Martín estacionó a muy poca distancia, y tan pronto lo hizo, Rafael bajó y cruzó corriendo, encontrando la terrible escena.
Al mismo tiempo, Martín había bajado del auto y levantó las manos en gesto de rendición, justo en el momento en que el vehículo policial se estacionaba tras él.

— ¡Ayúdenme por favor!

El oficial que había bajado en primer lugar había captado a Rafael cruzar a la carrera, pero el trigueño intentó capturar su atención.

— ¿Qué pasa? —preguntó el oficial con tono de advertencia.
—Asaltaron a mis amigos, los atacaron en ese auto —explicó señalando el otro vehículo—. Mi amiga nos llamó, hirieron a su novio. Por favor, acabamos de llamar a la policía para dar aviso y vinimos a ayudar.

El oficial era un hombre de poco más de cincuenta, alto y fornido, lo miró con expresión de incógnita y desconfianza, algo lógico dada la explicación.

—Quédese aquí.

Lo dijo con tono autoritario, y a Martín no le quedó otra alternativa que obedecer. Un segundo oficial había descendido también del vehículo y se acercó a él.
En tanto, Rafael se acercó a la puerta del conductor, y vio lo que estaba sucediendo; Mariano estaba sentado en el suelo, en una posición anormal, con una evidente herida en el costado, respirando apenas; Magdalena estaba arrodillaba junto a él, haciendo presión en la herida con una prenda empapada en sangre mientras sollozaba. Casi al mismo tiempo, la ambulancia se estacionó a metros de distancia y los paramédicos descendieron rápidamente.

—Magdalena —dijo, con voz quebraba por la emoción—, estoy aquí, ven.

Intentó tomarla suavemente por los hombros, pero ella sufrió una especie de espasmo al percibir el contacto.

— ¡No! —gritó ahogada— No puedo dejarlo, no puedo.

El paramédico se acercó al lugar e intervino de inmediato, pasando entre Rafael y su hermana.

—Señorita, tiene que apartarse para poder trabajar.
—No, no puedo, Mariano...

Rafael vio que en ese momento era necesario obedecer la instrucción, y se obligó a conservar la calma; tomó con fuerza a Magdalena por el torso, y la obligó a ponerse de pie. Sintió la emoción desgarradora de su hermana, cuando esta quedó separada de Mariano al ser casi arrastrada por él.

— ¡Mariano! ¡Mariano por favor, por favor!

Sin poder evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas, Rafael la abrazó y la contuvo, mientras la chica lloraba e intentaba soltarse de él.

— ¡Mariano! Ayúdenlo por favor, ayúdenlo ¡Mariano!

2


Magdalena había insistido en ir en la ambulancia, pero en el estado de nervios en que estaba era imposible, por lo que tuvo que quedarse abajo; después de mucho rogar consiguieron que la policía los llevara hacia el centro de asistencia de salud, y Martín se ofreció a quedar para hacerse cargo del automóvil de Mariano.
Rafael solo se dedicó a abrazar y contener a su hermana, que sentada en el asiento trasero del vehículo policial junto a él, no paraba de llorar por causa del golpe emocional que había sufrido. Minutos después llegaron a la urgencia, en donde tuvieron que hablar con una enfermera, quien les dio algunas señas.

—Sí, el paciente fue ingresado, hace un par de minutos.
—Quiero verlo, necesito verlo —rogó Magdalena—, por favor.
—Ahora eso es imposible, tienen que revisar la herida que tiene.
— ¿Pero se va a poner bien? —insistió la chica, luchando con las lágrimas— Por favor, necesito saberlo.

La mujer dudó, y Rafael aprovechó para intervenir y tratar de controlar esa situación, aunque él mismo se sentía superado.

—Sólo queremos saber lo que le pasa, esperaremos hasta que tengan una información
—Pero…—murmuró su hermana.
—Magdalena, tenemos que dejar que hagan su trabajo.

Tuvo que imponerse de nuevo y llevar a su hermana hacia un costado; pidió instrucciones y la llevó a una sala de esperadamente le ofreció un calmante.

—No quiero nada, no quiero tomar nada.
—Magdalena, escúchame —exclamó con determinación—, los médicos están haciendo su trabajo y tienes que calmarte, o no te dejarán entrar en habitación.

Ni siquiera sabía con claridad qué clase de herida se trataba y no se atrevía a preguntar, pero estaba focalizando toda su energía en que no se trataría de algo irreversible.

—Escúchame. A Mariano lo están atendiendo ahora y tú debes estar fuerte para él, por él. Bebe eso y tómate este calmante, ahora.

Su hermana finalmente entró en razón, y se tomó el medicamento; algunos minutos después ella estaba un poco más calmada, y un doctor preguntó por familiares de Mariano, a lo que ambos atendieron de inmediato.

— ¿Cómo está?
—Ha sufrido una lesión punzante por un arma blanca —explicó el profesional—, por suerte el arma no tocó ningún órgano vital.
—Pero sangraba tanto —dijo ella, con un hilo voz.
—En este tipo de heridas es normal, en el tórax hay muchos vasos sanguíneos de magnitud.
—Puedo verlo? —pidió Magdalena reprimiendo el llanto.
—En este momento no es posible —replicó el doctor—; es necesario evaluar si ha habido ingreso de oxígeno y si los pulmones pudiesen estar siendo afectados, aunque en el primer análisis esto parece descartado.

Magdalena iba a decir algo, pero Rafael se le adelantó.

— ¿Dentro de cuánto podremos verlo?
—Tiene que pasar a cirugía, así que no lo sabemos. Tienen que esperar.
— ¿Está fuera de peligro? —preguntó Rafael, con cautela.
—Está grave, pero estable —replicó el profesional, escuetamente—; ahora tengo que irme, se les avisará cuando haya alguna razón. Permiso.

Magdalena respiró de forma agitada al escuchar esa respuesta, y regresó a sentarse junto a Rafael, apretando el vaso vacío entre sus manos temblorosas. En ese momento, el moreno recibió una llamada de Martín, y se alejó un poco, hablando en voz baja.

— ¿Dónde están?
—En la urgencia —explicó—, en una sala de espera.
—Estoy entrando.

Rafael miró a su hermana y decidió dejarla un segundo sola; la chica estaba muy quieta, con la mirada perdida en la nada. Afuera, en el pasillo, se encontró con Martín, quien venía caminando con fuerza hacia él.

—Dejé el auto en un lugar seguro y conseguí que me dejaran los datos del lugar donde trasladaron el auto de tu hermana —explicó rápido—, ¿cómo está todo?
—Por el momento sólo podemos esperar, pero parece que todo va a mejorar.
—Me alegro.

Rafael miró un momento a Martín, sin hablar; la forma en que estaba preocupándose de el y apoyándolo en un momento de dificultad como ese hablaban de su gran calidad como persona, y era un regalo tenerlo ahí.

—Martín —repuso, con voz quebrada—, gracias por tu ayuda.
—Nada que agradecer —dijo Martín—, sólo quiero ayudar. ¿Cómo estás tú?

El moreno respiró profundo varias veces antes de contestar; no quería pensar en cómo se sentía, le resultaba muy difícil enfrentar la realidad sin quebrarse.

—Estoy bien, creo; sólo me preocupa apoyarla —hizo un gesto hacia la sala de espera—, tratar de ser un soporte ahora.
—No tienes que ser fuerte siempre —apuntó el trigueño, con seriedad.
—Lo sé —replicó Rafael—, pero ahora tengo que serlo, Magdalena me necesita, y tengo que hacerlo hasta que sepamos lo que sucede con Mariano. Escucha —respiró profundo—, ya hiciste demasiado, no tiene sentido que te quedes aquí, vete a tu departamento a dormir. Y perdona por arruinarte la noche.

Pero Martín negó con la cabera.

—No digas tonterías; y no me quiero ir así como así, además podrías necesitar algo.

Rafael no supo qué decir por un largo instante; por una parte, quería que Martín se quedara con él, pero por otra, sabía que ya lo había involucrado mucho en todo eso.

—Estoy bien, en serio, es sólo que estoy un poco agobiado, quiero que nos den noticias de Mariano, pero no puedo presionar ni nada por el estilo, no quiero poner más nerviosa a mi hermana. De verdad, ve a casa y descansa, te prometo que te avisaré si sé cualquier novedad.

Había conseguido decirlo con la suficiente calma, y eso pareció convencerlo; Martín asintió, aunque aún lucía preocupado.

— ¿Necesitas algo? Puedo ir por un cambio de ropa para que estés más cómodo, o si necesitas comer algo.
—No, está bien. Gracias por todo, de verdad.

Se acercó y le dio un amistoso abrazo, que el otro devolvió de la misma forma; por un momento sintió un estremecimiento, pero lo reprimió, al pensar en que su hermana lo necesitaba mucho más en buen estado.

—Llámame apenas sepas algo.
—Te mando un mensaje —replicó Rafael.
—No —corrigió Martín—, llámame, quiero escuchar lo que me tengas que decir.
—Está bien, eso haré, lo prometo.

3


A pesar de que debería ir a su departamento, Martín se sintió nervioso e inquieto, y tras debatirse un largo rato, decidió tomar el auto e ir a la casa de sus padres, avisando en el trayecto que iba de camino; su madre le preguntó si ocurría algo malo y lo negó, pero supo que ella no se había creído eso.
La confirmación de esto fue que ella salió al jardín a recibirlo; su madre era una mujer morena, de cabello ensortijado y complexión delgada, que en esa noche lo miraba con esos ojos que podían traspasarlo.

— ¿Cómo está todo, hijo?
—Bien, mamá, no pasa nada.

La mirada de ella desaprobó la mentira, pero en la práctica cambió el foco del tema.

—Carlos me dijo que ibas a salir con un amigo ¿fue un cambio de planes?
—Algo parecido.

Su madre le sostuvo la mirada, y se sintió incapaz de resistir esa silenciosa exigencia; no era por el cambio de planes, era porque veía en su actitud corporal que algo lo estaba inquietando.

—Asaltaron a la hermana de mi amigo, hirieron a su novio, pero creo que está bien: vengo de la urgencia.
— ¿Qué les sucedió?
—Lo atacaron con un cuchillo —se resignó a entregar toda la información—, tenían que pasarlo a cirugía y eso toma tiempo, sabes cómo son estas cosas.

Sí, claro que lo sabía; ella decidió no preguntar más por el momento, y se adelantó a sus pensamientos como tantas veces lo hacía.

—Tu padre se está duchando; Carlos está en el cuarto, viendo una serie. Después hablamos.
—Gracias mamá.

Entró y fue hasta el cuarto de su hermano; el chico estaba sentado en su cama, con el televisor en pausa.

—Hola.
—Hola —saludó su hermano, seriamente— ¿Qué sucedió con tu salida?

Aparentemente el tono de inquietud en su voz al llamar a su madre había sido más notorio de lo que el mismo creía. Cerró la puerta y le contó un resumen de lo que había sucedido, aunque evitó los aspectos que a su juicio eran los más duros de la historia; también hizo hincapié en que el cuñado de Rafael estaba en tratamiento, aunque en rigor no sabía nada de eso desde que salió de la urgencia.

—Rafael tiene que estar muy nervioso —observó el menor.
—Sí, estaba muy preocupado.
— ¿Por qué no te quedaste con él?

Era una pregunta justa, y Martín respondió con honestidad.

—Quería quedarme, pero Rafael insistió en que no era necesario.
— ¿Y le creíste?
—Un poco. Lo que ocurre es que él necesitaba algo de espacio, supongo que no quería sentirse como el centro de la atención, por que la prioridad es su hermana.

Carlos le dedicó una cariñosa mirada, que lo hizo lucir más maduro.

—Como tú.

De alguna forma, la expresión reunía muchas cosas en pocas palabras; Martín se encogió de hombros.

—Eso fue un golpe bajo ¿Sabes?
—Pero es la verdad —replicó su hermano con sencillez—, tú también eres así, te guardas las cosas para preocuparte de los demás.

El hombre se sentó a su lado y lo miró muy fijo a los ojos.

—Eres maravilloso.
—La mayoría del tiempo me equivoco en tantas cosas —replicó el chico.
—Eso no importa, porque puedes aprender y mejorar; así es la vida, así es crecer. Lo que le sucedió a Rafael me hizo pensar muchas cosas, y no quise irme a dormir sin verte, sin sentirte cerca.

El muchacho se ruborizó un poco, pero le sonrió con cariño.

— ¿Vas a ir a verlo?
—No ahora —explicó Martín—, pero me voy a levantar temprano para estar al pendiente de lo que pueda necesitar.

Se despidió de su familia y regresó rápido a su departamento; iba a estar listo para ver a Rafael a la urgencia, lo llamara o no.


Próximo capítulo: Desde el pasado