Contracorazón Capítulo 07: Un cambio inesperado



En el momento en que el jefe de la tienda se hizo notar, Ángel soltó de inmediato a Rafael; en su rostro podía verse con claridad que estaba luchando por cambiar la expresión de su rostro por una menos furiosa. El moreno respiraba agitadamente por el esfuerzo y por la rabia que sentía.
Sin dejarles espacio para hablar, el hombre dio media vuelta y salió a la tienda; resultaba evidente que el golpe o los forcejeos se habían escuchado, ya que tanto los vendedores como los clientes miraban expectantes lo que fuera a suceder tras el mesón de atención. Sara, en tanto, estaba fuera de la tienda, hablando por celular.

—No puedo permitir una pelea en el lugar de trabajo —dijo el hombre apenas tras cruzar el umbral de la puerta—, esto es intolerable.

Ángel se había ingeniado para entrar primero y reaccionó antes que Rafael.

—Tiene razón, no va a volver a ocurrir, esta pelea no debió pasar.
—No, espera —exclamó Rafael entrando tras él—, no era una pelea, no cambies las cosas. ¿Sara no le dijo lo que pasó?

La mirada del encargado dio a entender que tenía ideas muy claras en mente, y así lo hizo saber.

—Escúchenme; hay situaciones en esta vida que hay que saber manejar. La diversión no corresponde dentro de las horas de trabajo, ni en el recinto de trabajo.

Rafael abrió los ojos de par en par.

—¿Diversión? Estoy seguro de que eso no fue lo que Sara le dijo.
—Rafael, cálmese —la voz del hombre había adquirido un matiz de confidencialidad que se hizo especialmente molesto de oír—. Todos tenemos temas personales que no tienen nada que ver con el trabajo, sería lo más sano dejar esos asuntos donde están y dedicarnos a lo que nos convoca.

Sin dejar de mirar a Díaz, el moreno percibió la mirada de satisfacción en el rostro de su compañero de trabajo; en aquella larga reunión el día en que llegó, Ángel había usado todas sus cartas, y desde entonces contaba con esa arma en su contra.

—Todavía estoy calmado —replicó con frialdad—. Pero esto no es una pelea, no es diversión y Sara no le dijo eso, yo mismo lo vi.
—Quizás ella malinterpretó mi buena voluntad —explicó el otro trabajador—. Aquí todos saben que soy amable, le estaba ofreciendo ayuda y ella se alteró.

Rafael lo enfrentó, ignorando de momento al jefe.

—La estabas acosando, no lo niegues ahora ¿Para eso no tienes pantalones?

Ángel le dedicó una mirada que indicaba que se sabía dueño de la mejor posición en esa discusión, y dado que el jefe estaba demostrando querer dejar todo en el olvido, las cosas no pintaban bien.

—Jefe, creo que hay que dejar esto por la paz —comentó Ángel, ignorando a quien lo enfrentaba—, y tenemos gente en espera.

Rafael miró al encargado con el rostro desencajado.

— ¿No va a hacer nada?
—Debería hacer algo por esa especie de pelea que estaban teniendo.
— ¡No estoy hablando de eso!
— ¡Ya basta! —exclamó el hombre, con determinación—. Salgan de mi oficina y vuelvan al trabajo.

Entonces eso iba a ser todo; sepultarían el tema en ese momento, porque era más fácil dejarlo así que enfrentar la realidad. Rafael sabía que lo que estaba a punto de hacer iba a destruir sus intereses, pero le fue imposible quedarse callado.

—Le aviso que voy a ir a la dirección del trabajo a hacer una denuncia.
— ¿Por agresión? —el hombre le dedicó una mirada incrédula—. Tendría que denunciarse a sí mismo.
—No, por el acoso en contra de Sara —replicó el moreno—; si usted no va a hacer algo, lo voy a hacer yo.

Percibió un destello de preocupación en los ojos de ambos, pero no se quedó a esperar su reacción y salió de la oficina.

— ¿Dónde está Sara?
—Se fue, estaba furiosa —le explicó Romina, abandonando el mesón de atención—. ¿Qué son todos esos gritos, qué está pasando?
—Pasó que Ángel estaba molestando a Sara y el jefe no hizo nada; voy a la dirección del trabajo.
—Pero te van a despedir —susurró ella, alarmada—. Y a Sara junto contigo.
—Hay otros trabajos —se encogió de hombros mientras salía del mesón—; me las arreglaré.

Salió de la tienda a paso rápido, y sin querer pensar en lo que estaba sucediendo, caminó hasta la oficina de la dirección del trabajo de la zona, distante cinco cuadras de ahí. No consideró que a esa hora estaría repleto, y tuvo que conformarse con un número en espera que le garantizaba al menos una hora de desfase hasta que lo atendieran; incapaz de quedarse esperando quieto, salió y fue a caminar, pero terminó sentándose en el banco de una pequeña plaza a poca distancia.
No podían acusarlo de abandonar su puesto de trabajo, pero sí podían buscar la forma de despedirlo.

—Cielos...

Por primera vez hizo las asociaciones lógicas relacionadas con lo que estaba sucediendo; si lo despedían, incluso al hacerlo pagando lo que le correspondía por ley, de todos modos retendrían el sueldo del mes en curso para incluirlo en la liquidación, lo que lo dejaría de manos atadas para pagar las cuentas. Tenía algo de dinero para solventar eso, quizás un mes más, pero ¿después? La perspectiva de estar sin trabajo no era alentadora, pero al mismo tiempo, no se había arrepentido de lo que había hecho, porque para él eso era lo correcto.

2


Cuando al fin tuvo la oportunidad de que se le atendiera, Rafael se quedó con una sensación agridulce; mientras la involucrada no hiciera una denuncia, el caso no tendría la fuerza necesaria, por lo que debería esperar a que Sara diera alguna señal, y mientras tanto, esperar. Después de comer en un lugar al paso, sin ningún ánimo, regresó a la tienda, sorprendiéndose de ver que ni Ángel ni el jefe estaban. La afluencia de público había bajado.

— ¿Qué fue lo que paso? —el tono de Darío era de reproche—. Llamaron de la oficina al jefe y a Ángel, Sara nunca volvió, y tú recién apareces.

Sonaba como si hubiera sido él quien fuera el causante de lo que estaba pasando.

— ¿Es decir que Ángel no les dijo del espectáculo que hizo?

Se dio cuenta que estaba con todas las miradas sobre él, pero no echó pie atrás al comprender que la situación seguía estando entre nubes.

—Ángel estaba acosando a Sara, y cuando le dije al jefe, intentó minimizar la situación; eso es lo que pasó, y yo no estaba porque fui a hacer una denuncia laboral por eso.

Las expresiones que vio en los demás iban desde la sorpresa hasta la desaprobación, y algo de está última estaba presente en mujeres.

—Los denunciaste a los dos —dijo uno de los más jóvenes, perplejo—, te van a despedir.
—No me importa —abrió los brazos, mirando a todos— ¿No se dan cuenta de lo que les estoy diciendo?
—Pero se puede resolver de alguna forma.
—Esto es increíble —se llevó las manos a la cabeza—. Supongo que con esos mismos argumentos irían a protestar por una muerte o algo por el estilo.

Tuvo que interrumpirse al recibir una llamada al móvil, que provenía de un número desconocido.

— ¿Hola?
—Buenas tardes, Rafael.

Era Sofía Colmenares, la encargada de recursos humanos; sintió que el alma se le caía a los pies.

—Buenas tardes —respondió, con cautela.
—Me ha sido un poco difícil localizarlo el día de hoy —dijo ella, en un tono que resultaba imposible de descifrar—. Tengo entendido que se vio obligado a salir un momento.

¿Por qué no se le había ocurrido llamar a recursos humanos para hablar de todo lo que había sucedido? Estaba tan ofuscado por la actitud de su compañero y por la desidia de Díaz que consideró solo una opción, lo que significaba que ahora no sabía de qué estaba enterada ella.

—Sí, así es —admitió, sin más opción—, tendría que haber llamado para avisar, pero sentí que lo más importante era hacer la denuncia por lo que le pasó a Sara, ella...
—Estoy enterada —lo cortó la mujer—, ella está aquí. Rafael, necesito que venga a mi oficina lo más rápido que pueda.

Era su fin. Cortó después de una breve despedida, y fue directo hasta el área de casilleros para sacar sus cosas y cambiarse de ropa; en primer lugar pensó en sacar todo, pero sintió una punzada en el orgullo y decidió sólo cambiarse y salir sin decir palabra al respecto. Si tenía que volver a desocupar el casillero, sería en otro momento.
El viaje hasta la oficina no fue largo en tiempo, pero se le hizo eterno en la mente; silencioso en el tren subterráneo, se sintió solo por completo, incapaz de proyectar lo que iba a suceder a futuro. Bien podía ser que lo despidieran producto de alguna información incorrecta entregada por Ángel, si es que había adelantado a él y dicho algo, quizás en asociación con el jefe temporal de la tienda; poco antes de llegar se dijo que había hecho todo mal.
Se encontró en la oficina de Sofía Colmenares poco después, un lugar amplio, minimalista y costoso en donde la mujer, de una edad incalculable entre los cuarenta y los sesenta lo saludó con un leve asentimiento.

—Gracias por venir pronto —su voz no sonaba a un agradecimiento—. Rafael, voy a ser concreta con usted, porque este asunto me ha ocupado gran parte del día y tengo que atender otros asuntos: pasar por sobre recursos humanos en una acción de denuncia o similar es incorrecto, porque elude nuestra cadena de comunicación.

Hizo una pausa que a todas luces no era una invitación a hablar; Rafael esperó.

—Pero tengo que ser justa, y decir que el fondo de sus intenciones es correcto, y es lo que yo esperaría de una persona.

Por alguna razón, no se escuchaba como un elogio.

—No apruebo la forma, ni que haya tenido un enfrentamiento físico con otra persona al interior de la tienda, pero puedo comprender que haya pasado por sobre la cadena de mando cuando su superior directo no actuó con la fuerza necesaria en su caso, ni en el de ella.

Como si hubiese estado anticipando lo que él estuvo a punto de decir, la mujer adquirió por primera vez una expresión; lucía un poco más joven, pero también más cansada.

—Sara me llamó apenas ocurrió este lamentable hecho —continuó, en voz baja—, y espero que no se ofenda, pero ella podría haberse hecho cargo de todo por sí sola, pero tuvo un momento para decir que usted había actuado de la forma correcta. Reafirmó eso cuando hablamos en persona.
—Disculpe —aprovechó una pausa para intervenir—, necesito saber qué es lo que va a pasar ahora.
—Según el reglamento, el señor Santibáñez será trasladado a labores de bodega, en un área donde hay cámaras de vigilancia. El señor Díaz será trasladado a otra tienda y se le aplicará un sumario administrativo por no poner en práctica los protocolos establecidos.
—¿Eso es todo?

Se ordenó calmarse, y respiró profundo antes de hablar.

—Lo siento. Pero me parece que no corresponde que siga trabajando aquí.
—Fue una petición de Sara.
— ¿Qué? —Rafael no pudo disimular su sorpresa.
—Ella dijo que no necesitaba alimentar su orgullo con el despido de una persona, pero que sí exigía que fuera trasladado.
—¿Y no puso una denuncia?
—Rafael —la mujer hizo un gesto para que se calmara—, por favor, eso es algo que debe decidir Sara, no me corresponde decirlo, ni a usted; pero debo decir que si usted desea proseguir de forma individual, puede hacerlo y eso no va a perjudicar su permanencia en esta empresa. Sin embargo, no lo llamé a mi oficina para hablar de esto.

El moreno no disimuló su sorpresa al escuchar la última oración. Colmenares tomó una carpeta azul que reposaba a su izquierda y la abrió.

—Lo llamé porque estuve revisando su postulación para el cargo de jefe de tienda, y apruebo su perfil; en regla, habría esperado que terminara el mes para darle a conocer esta información, pero dadas las circunstancias, tengo que adelantarme a los hechos.

¿No iban a despedirlo? Rafael sintió que estaba pensando demasiado lento en esos instantes, pero no pudo hacer un cambio para que eso no se notara en su rostro. Colmenares tuvo el buen gesto de no decir palabra al respecto.

—Normalmente —explicó la mujer—, el proceso de solicitud de cambio de datos y permisos tarda unos diez días hábiles, lo que significa que usted podría asumir formalmente como jefe de tienda el primer día del mes de noviembre.
— ¿En serio? —se corrigió al escuchar su propia pregunta—. Lo que quiero decir es que estoy un poco sorprendido.
—Ya veo; pero estoy asumiendo que aún está interesado en el cargo ¿No es así?

No, no iban a despedirlo; lo sucedido con Sara había detonado algunas consecuencias, pero nada de eso tenía que ver con su estadía en esa oficina. Iban a ascenderlo.

—Sí, claro que estoy interesado, es solo que esta noticia me toma por sorpresa, totalmente. —Disculpe.
—No es necesario que se disculpe —replicó ella, cerrando la carpeta—, ha sido una jornada un tanto extraña; entonces podemos pasar al siguiente punto.

Rafael lo que quería era saltar o festejar por la emoción, no seguir hablando con calma y con actitud formal, pero se controló.

—Sí, la escucho.
—Por causa de los acontecimientos, tenemos un déficit de personal en algunos cargos, y por ese motivo quería preguntarle si podría tomar el cargo de jefe de la tienda en la que trabaja desde mañana; lo asumiría en calidad de reemplazo hasta el fin del mes, desde luego recibiendo la bonificación proporcional que corresponde.
—Sí —respondió atropelladamente, luego se calmó—, sí, estoy preparado para hacerlo.

Después de la experiencia en la oficina de recursos humanos, Rafael todavía estaba un poco confundido; en pocos minutos su vida laboral había dado un vuelco, y la sorpresa era fuerte para él. Vio la hora en el reloj: faltaba poco para las tres de la tarde ¿Debía ir a casa? Colmenares le permitió tomar el resto de la tarde libre, de modo que tenía algo de tiempo, lo que le venía muy bien; al sacar el móvil del bolsillo se encontró con un mensaje de Martin.

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El mensaje no decía más, pero al verlo en línea, decidió contestar.

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Martín lo llamó de inmediato, y sonaba muy animado.

— ¿Estarás en el departamento en la tarde?
—Sí, completamente en modo casa.
— ¿Te importa si paso? —preguntó con tono liviano.
—Te iba a decir que vinieras; cuando te desocupes, pasa, te espero.

Así lo hizo; poco después de las ocho y media, Martin tocó a su puerta y entró; se veía de muy buen humor.

—Escucha esto —dijo tan pronto estaba dentro—. Fui en la hora de almuerzo a una entrevista en la empresa de la que me hablaste, y me fue bien. No tan bien como un trabajo fijo, pero necesitan un reemplazo por tres semanas desde el primero de noviembre, y el sueldo está muy bueno ¡Voy a pasar el mes con toda tranquilidad!

Rafael estuvo pensando en que podría tratarse de eso, pero la confirmación era mejor de lo que esperaba.

—Eso es fantástico —replicó, sorprendido—, te va a dar tiempo para buscar trabajo con calma. Y tengo que decir esto: me ascendieron.
—¿De verdad? Es genial, tenemos muchas buenas noticias, te felicito.

Se dieron un apretón de manos, pero Martín fue mucho más efusivo y lo atrajo hacia sí, dándole un amistoso abrazo, que Rafael respondió de la misma forma.
Y cuando sus cuerpos hicieron contacto de esa forma, frente a frente, Rafael experimentó una sensación que nunca había sentido en su vida: fue como un chispazo en el corazón, una especie de corriente eléctrica que inundó su pecho, y fue al mismo tiempo cálida y triste; se separó de él, con una clara expresión de confusión en el rostro.

—¿Qué pasa? —preguntó Martín.

¿Qué era eso que había sentido? No se parecía a nada que hubiera conocido antes, pero fue real, era una experiencia física y mental a la vez; similar a la emoción de volver a ver a alguien después de un largo tiempo, pero no igual. Lo que fuera, en definitiva había golpeado en su pecho de una forma que no podía explicar.

—Rafael ¿Estas bien?
—Sí —reaccionó, carraspeando—, sí, estoy bien; sólo quería decirte que estoy muy contento de que hayas encontrado esta oportunidad.
—Y yo estoy contento por ti —se encogió de hombros—, es una gran noticia.

Estuvieron largo rato hablando de los detalles de la jornada de ambos, alternando con cerveza y algo para comer. Más tarde la charla había decantado en varios temas, pero luego de las once treinta decidieron que era un poco tarde para seguir.

— ¿Te ayudo a lavar los vasos?
—No te preocupes —dijo Rafael—, como dijiste el otro día, el invitado no hace esas cosas. A propósito, sé que en este momento no te sirve de mucho, pero si quieres puedo darte los datos de la oficina de recursos humanos de la empresa para que hagas una solicitud; lo hace una empresa externa y se demoran un poco en el proceso, pero puede ser de utilidad.
—Gracias, de nuevo por eso; pero por ahora quiero ver si puedo conseguir algo por acá; nunca he trabajado conduciendo, tal vez puedo quedarme.
—Es una buena opción, pero no lo olvides.
—Para nada, lo voy a tener muy pendiente. Me voy, que descanses.
—Igual tú.

El trigueño tuvo un instante de duda, pero optó por despedirse estrechando su mano, y acercándose para darle un medio abrazo, que Rafael devolvió de la misma manera.
Una vez estuvo solo, pudo tener la libertad de preguntarse qué era lo que había pasado antes; de forma inconsciente se llevó las manos al pecho, donde había sentido aquel extraño chispazo al momento de abrazarlo. No era una imaginación, se trataba de algo real, que había sucedido, pero para lo que no tenía explicación alguna; fue algo parecido a la emoción, combinada con un sentimiento cálido y muy fuerte, que se traspasaba al cuerpo.

— ¿Qué fue eso?

Durante todo el tiempo que estuvieron hablando, hizo un esfuerzo por mostrarse natural, y estaba cómodo con Martín, como las otras veces, pero al mismo tiempo, persistía esa sensación de confusión que hasta ese momento no lo abandonaba, como si se tratara de algo que debiera entender, pero no pudiera.
Por otro lado ¿Tenía que ver con Martín o era algo que le estaba sucediendo sólo a el? Mientras charlaban, lo observó de forma disimulada, intentando saber si había en él alguna reacción distinta, o si se comportaba de otro modo, pero siguió como de costumbre; además, cuando le dio el abrazo de forma espontánea tampoco experimentó un cambio.
Podría simplemente pensar que era alguna reacción natural del cuerpo, o que todo era una idea armada en su mente, pero no se quedó tranquilo con ninguna de esas suposiciones. Algo había pasado en su cuerpo y en su mente al estar a tan corta distancia de Martín ¿Era una señal de un sentimiento que iba a nacer, o se trataba de algo por completo distinto?


Próximo capítulo: Sensaciones verdaderas

Las divas no van al infierno Capítulo 05: Amigas y competidoras



La jornada del miércoles debían presentarse a las diez de la mañana en la productora, de modo que Valeria había invitado a su departamento a una de las competidoras a desayunar, y estaban charlando animadamente cuando vieron el comercial; la sensación de estar incluidas en el anuncio, aunque fuera a modo de referencia, hizo un gran efecto en ambos, y fue Marina, la invitada, quien buscó en las redes sociales hasta encontrar el anuncio para poder verlo.

—Lo encontré, mira.

Duraba treinta y cinco segundos, pero era oro puro; Valeria no pudo menos que imaginarse en una nueva versión de ese comercial, como protagonista absoluta.

—Es estupendo, es una gran sorpresa.
—Pienso que esto estaba listo desde antes ¿sabes? —Valeria se puso de pie y sacó una jarra con jugo natural de naranja y aloe, y sirvió para ambas—. Ahora que lo veo con más calma, pienso que las escenas ya estaban hechas, y sólo dejaron a las que quedamos seleccionadas.

La otra chica asintió, mostrándose de acuerdo.

—Gracias. Tienes razón, eso debió ser. ¿Te imaginas si ahora nos dicen que tendremos que hacer uno?
—Sería maravilloso, y sólo nos queda una semana para eso, porque después vamos al aire.

Volvieron a ver el comercial un par de veces más, antes de seguir charlando; la chica le hizo una pregunta que, al parecer, tenía en mente desde hace tiempo.

—Valentina ¿Te puedo hacer una pregunta?
—Claro.
—¿Este departamento es tuyo, o es arrendado? Pregunto porque tenemos la misma edad, y no veo cómo a los 23 puedes tener un departamento, a menos que seas de una familia adinerada, porque si es así, retiro todo lo dicho.

Valeria se dio un momento para contestar, mientras guardaba en el refrigerador la jarra con jugo; al cerrar, vio en el metálico reflejo su rostro, cinco años más joven, y se dijo que tenía que revisar muy bien cada detalle de su vida, para que no existiera información contradictoria, o que diera lugar a dudas. Ahora que estaba en el programa, era fundamental mantener las preguntas incómodas muy lejos.

—Este departamento lo dejó mi familia, lo heredé así que no lo compré, sería imposible.
—Oh ¿Entonces significa…?

Valeria no contestó; dejó que la pregunta vagara en el aire el tiempo suficiente para que hiciera efecto, y luego habló, sonriendo amistosamente.

—Cambiemos de tema.
—Lo siento, no quise importunar —La chica se había puesto roja de incomodidad al pensar que estaban hablando de un tema tan sensible como padres muertos, y Valeria dejó que esa idea se quedara así.
—Relájate, todo está bien —replicó, haciendo un gesto con las manos para quitar la importancia al asunto—, ahora hablemos un poco más del programa. ¿Pudiste ver bien a las cuatro que llamaron en primer lugar?

Marina las había visto con detalle, así que comenzó a explayarse acerca de eso; Valeria sonrió, escuchando con atención, mientras luchaba en su interior por creer lo que estaba viviendo. Más allá de su participación en el programa, el hecho de haber conseguido filtrarse entre las participantes era un premio, y pretendía utilizarlo al máximo para su beneficio; necesitaba saber lo más posible de las otras participantes, empaparse de conocimiento y avanzar sin llamar la atención en un primer momento, para dar la sorpresa cuando fuera indicado.

2


El departamento que estaba arrendando Charlene era muy pequeño, pero de momento era lo único que podía permitirse, y, por otra parte, el edificio era decente; estaba a un par de cuadras del centro comercial Plaza centenario, lo que significaba no sólo buena ubicación y estar a veinte minutos del canal de televisión, sino a un paso del centro comercial. El departamento venía equipado con una cama nueva, aunque de una plaza, lo indispensable en la cocina, y una mesa de centro con un par de sillones, y nada más, de forma que lo único que pudo hacer cuando llegó a instalarse después de la intensa experiencia en el canal, fue dejar la ropa en el armario, poner la caja con vestuarios en un lugar cómodo, y recordar que sólo había almorzado un sándwich; revisó el sobre que su madre le había dejado discretamente en el bolsillo del pantalón cuando la abrazó, y comprobó que era dinero, un perfecto modo de despedirla.

—Ay, mamita, siempre puedo contar con tu ayuda.

Poco más tarde estaba en el supermercado, y se quedó detenida en el tablón de anuncios ante uno que le llamó la atención: estaba mal editado, y trataba de ser llamativo, invitando a jóvenes entre dieciocho y veintidós a participar de un casting para una productora. Ella tenía veintiuno, ahora estaba participando en un programa de talento de difusión nacional, pero un par de años atrás había estado visitando esas supuestas agencias, siempre dirigidas por personas que hablaban mucho y tenían importantes llamadas, de personas cuyos nombres eran los de figuras del espectáculo. Una oficina grande con afiches de programas que eran producciones externas a los canales, diciendo que estaban " trabajando con la productora" y necesitaban personas para los siguientes proyectos; te necesitaba ti, a ti y por supuesto, a ti, porque se estaban preparando los proyectos del siguiente semestre. No importa, decían, puedes ir de público, de extra, en cualquier momento se les cae un extra con texto y ahí entras, la cámara te va a amar, porque lo que viene ahora, lo que se está usando es a la gente real, así que siendo tú, lo lograrás. Sólo paga este pequeño monto, para las fotos, crear tu álbum y agregarte al listado, terminamos el proceso mañana, y pasado mañana llamamos desde primera hora, así que no apagues el móvil. Y en dos días, la oficina ya no estaba, y la gente se quedaba con las ganas mientras los "productores " se iban con los bolsillos llenos de dinero.

—¿Buscando la fama?

Volteó hacia la voz, pensando que se encontraría con un hombre apuesto y seductor, pero no: era bastante corriente, de unos veintiséis, bien vestido, aunque en exceso llamativo.

—Y tú eres el dueño de esto —Señaló el letrero—, gracias, pero estoy haciendo el trabajo por mi cuenta.
—No te equivoques preciosa. Soy un asistente de estrellas.

Había volteado para seguir su camino, pero el concepto la hizo girar de nuevo hacia él.

—¿Asistente? Eso es nuevo —dijo, con las cejas alzadas.
—Es lo que una persona inteligente necesita si quiere llegar muy alto.
—Ah, ya entiendo —dijo ella, cruzándose de brazos—, eres uno de esos managers.
—Por favor lindura, no; no pretendo esas cosas. Mira, mi negocio no es la fama, es la construcción —Apuntó él.
—¿Cómo?

Era evidente que el hombre tenia todo un discurso preparado.

—Mira, cuando vas a trabajar para ser una estrella, como obviamente quieres ser tú —Agregó, con un guiño—, lo que necesitas es un asistente. No un perchero, alguien que pueda aportar y decidir todos los detalles, para que tú sólo te concentres en brillar.

Charlene se dijo que ese sujeto era un charlatán, pero no dejaba de tener razón.

—Entonces tú eres ese tipo de persona —Lo miró de arriba abajo.
—Lo soy, y estoy disponible para ayudar en todo, sé muchas cosas, tengo iniciativa, prestancia, elegancia y sé cómo estar siempre ahí.
—Y todo eso debe costar una fortuna —La chica revoleó los ojos.
—Te equivocas, preciosa —El hombre esbozó una sonrisa cómplice —. Yo pongo en plan el concepto de "Invierte y luego recibirás". Es bíblico.

Teniendo muy poco tiempo disponible para prepararse como es debido, Charlene sabía que tenía que darse prisa, para poder destacar como quería en el concurso.
Su acompañante en esos momentos se presentó con un nombre tan llamativo como Harry Nicanor, haciendo especial énfasis en que Nicanor era un apellido y no un nombre; hablaba mucho, pero no le había dicho muchas cosas concretas hasta el momento.

—Oh, Charlene, tan bella como arruinada —dijo él al entrar al departamento—¿Qué vamos a hacer?
—Muy gracioso —dijo ella, haciendo una mueca—, te dije que me cambié apenas hoy; además, con el certamen encima, es lo que menos importancia tiene.

La mirada de Harry dio a entender que no estaba de acuerdo con eso, pero en vez de verbalizarlo, sonrió ampliamente.

—Estoy de acuerdo, ahora tenemos que mentalizarnos en lo que es verdaderamente importante. La fama.
—Mi fama —Corrigió ella, de inmediato—. Pero antes, quiero saber exactamente a qué te refieres con eso de asistirme y ayudarme.

El hombre puso el bolso sobre una mesa, y le enseñó parte de su contenido.

—Mi trabajo consiste en que la estrella, tú en este caso, pueda hacer lo suyo, sin preocuparse por detalles que sólo te hacen perder tiempo; por ejemplo, toma esto.
—Es un corrector de ojeras —Apuntó ella.
—Error, cariño, es un corrector de ojeras con refrescante instantáneo. Prueba ahora mismo.

Invadida por la curiosidad, la chica sacó una toalla desmaquillante de su cartera y se quitó hábilmente la base de maquillaje del ojo derecho, mirándose al espejo. Luego aplicó una pequeña porción del producto, y se sorprendió del efecto: al tacto era muy ligera, y al momento de aplicarla, demostraba que era casi traslúcida, pues se mezclaba con el color de su piel, y a la vez eliminaba el sombreado natural de esa zona; se quedó mirando el tubo aplicador, que no tenía etiqueta, y de pronto recordó que había visto un comercial en televisión sobre ese producto, que pertenecía a una marca de maquillaje europea, que no se vendía en el país.

—¿Dónde conseguiste esto?
—Se cuenta el milagro, pero no el Santo —Respondió el hombre, haciendo un exagerado guiño—. Esto es una muestra, pero no de productos, sino de lo que puedo hacer por ti. Maximizo los recursos, y convierto todo lo que toco en oro, o algo muy parecido.

Charlene pensó de inmediato en que había algo que ese hombre podía hacer para ganarse su confianza.

—Necesito trajes. Vestidos para participar en el programa, pero estuve viendo lo de las postulantes, algunas tenían trajes realmente, ya sabes, impactantes.

Harry demostraba una seguridad a toda prueba; asintió como si ella le estuviera hablando del más común de los temas.

—Por supuesto, dime qué es exactamente lo que necesitas, y de cuánto dinero dispones, y dame un tiempo para conseguirlo.

Mientras él hablaba, la chica fue hasta el refrigerador, y sacó de él una botella de agua mineral; había pensado en usar cierto dinero, pero necesitaba hacer que rindiera al máximo.

—Harry, no es simplemente ir a la tienda.
—Sí, sí, entiendo, no hay problema —replicó él, mostrando absoluta confianza.
—Supongo que no —Hizo una mueca—. Hagamos esto: te voy a dar la información sobre lo que necesito, tú lo consigues, lo traes para acá, y te doy el dinero.
—¿Y cómo voy a pagarlo en diferido?
—Eso no será problema —Respondió ella, sonriendo—. Tú vas a ser mi asistente ¿No es así? Estoy segura de que lo resolverás; después de eso, nos espera el cielo.



3


Vicenta estaba en su departamento, retocando su maquillaje en la sala; se escuchaba una música ambiental relajante, y las luces que caían del techo estaban programadas en un celeste tenue. Del cuarto de baño salió un chico de veinticuatro años, que llevaba sólo una diminuta toalla a la cintura mientras con otra se secaba el cabello.

—¿Estaba deliciosa el agua?
—Tú eres deliciosa —dijo él, acercándose.
—Eres un embustero —Ella se rió, apreciando su cuerpo a través del reflejo de su espejo de tocador—, un embustero muy bueno para hablar.

El hombre llegó hasta ella y se arrodilló en el suelo, a un milímetro de tocarla; Vicenta sintió el calor de su cuerpo emanando después de la ducha, un vapor cálido que le recordaba a su apasionado actuar la noche anterior.

—Sólo digo lo que siento. Y hago lo que siento.
—Eso último no lo puedo negar. Quédate quieto.

Volteó hacia él, y con mano experta deslizó el fino y suave pincel del delineador negro por su mejilla, dibujando mientras él permanecía inmóvil sin dejar de mirarla; no lo dijo, pero se sintió abrumada por la entrega de ese hombre joven y vigoroso, en una actitud que era por completo parte de la energía de la juventud: era un chico lleno de fuerzas que quería experimentar, y no tenía reparos en dejarse dominar o enseñar, porque su hombría no dependía de la ilusión de posesión o control. Esa expresión de hacer lo que sentía era por completo honesta; dejó el espejo a un costado y lo miró a los ojos.

—¿La gente a la que contactaste está lista?
—Sí —Repuso él—. Pero no entiendo por qué no quieres que participe.
—Porque podrías tentarte con una de esas chicas.

Pero él negó con la cabeza.

—No me gustan las niñas.
— ¡Descarado! —rió, frunciendo el ceño al mirarlo— Tú eres un niño también.
—¿No crees que fui suficientemente hombre? Porque puedo hacer más mérito si quieres.

Vicenta quería decirle que eso era una gran opción, pero recuperó la concentración tras unos momentos.

—Ahora no, tengo que ir a la productora y tú tienes que ir a ejercitar ese cuerpo.
—Había pensado broncearme un poco —comentó él.
—Bien, pero que no te queden marcas de traje de baño —Ella le guiñó un ojo—, se ve mucho mejor así.

4


Sandra se reunió temprano con Kevin en un café cercano a las instalaciones de la productora; después de tomar el desayuno, tuvieron oportunidad de enfocarse en lo que los había reunido allí.

—¿Hoy sabrán las características del programa?
—Sí, está todo preparado.

La mujer jugueteaba distraída con la cuchara de su expreso doble; Kevin le dedicó una mirada apreciativa.

—Pareces un poco desconcentrada —Apuntó él.
—Sólo estaba preguntándome si ya decidiste quién será la primera eliminada.
—Sí, ya lo decidí.
—¿Y cuál es? —Preguntó ella.

El esbelto hombre la miró con agudeza.

—¿Por qué quieres saberlo?
—¿Por qué no quieres decírmelo? —La mujer lo miró con las cejas un poco levantadas.
—Porque quiero que todo esto tenga un elemento de caos en su interior.

Ella pensaba que tener a veinticuatro mujeres juntas ya era motivo suficiente de caos, pero no lo dijo.

—Entonces vamos a tener una semana democrática en donde todas creerán que tienen una oportunidad de ganar; cuando sepan el verdadero desafío que les espera en el primer programa, se volverán locas.
—Confío en que será así —comentó el hombre—, por los informes que vi de ayer, recuperaron bastante bien de las primeras pruebas; aun están en su zona cómoda.

La mujer se dijo que tenía que averiguar a cualquier costo cuál era la primera eliminada del programa; era necesario para poder comenzar a dirigir sus esfuerzos hacia otra candidata.

—Entonces las sacaré de esa comodidad hoy mismo —Y agregó, más animada—; este programa va a ser un éxito.

Kevin asintió, pero no dijo lo que estaba pensando en ese momento; para él, el destino de ese programa en muy importante para sus propios planes, ya que un éxito le garantizaba un avance importante en su carrera, pero se trataba de algo que no iba a comentar con otras personas, ni siquiera con Sandra. Ella era una fiel colaboradora en su trabajo durante años, pero no la necesitaba para ese futuro en especial; Sandra era también descartable.

5


Las chicas se reunieron en el gran salón de estudio, que ese miércoles lucía bastante similar a la última porción del día anterior, es decir con sillas para todas y una gran pizarra blanca, como si se tratase de una sala de clases.

—Aquí podríamos grabar un video clip —comentó Charlene mientras entraban—, sólo falta uno de esos timbres antiguos en las paredes para empezar.

Márgara revoleó los ojos; aún había algunas que se creían que eso era un programa de dobles.

—Es por eso por lo que estamos viniendo a estas clases, porque podemos aprender muchas cosas.

Charlene frunció el ceño sin captar el sentido total de la oración, pero antes que pudiera decir algo, entró alguien al salón.

—Buen día señoritas, por favor tomen asiento.

Quien había entrado era Marcos Canalle, un hombre grande como un roble y de apariencia bondadosa, quien estuvo con ellas al final de la jornada anterior; de cerca de cincuenta años, con la cabeza rapada y unos grandes anteojos enmarcando sus expresivos ojos oscuros, el hombre vestía un traje a la medida, que contrastaba con el anillo de su dedo anular izquierdo, que ostentaba una enorme piedra facetada roja.

—Gracias por estar aquí —Comenzó, con una sonrisa—, ahora, por suerte, ya no tengo que seguir evadiendo las preguntas que me hicieron ayer.

Nubia recordaba que, de todas las actividades que tuvieron que hacer el día anterior, el tiempo en que estuvieron con él fue el único que no tenía una definición clara, y se redujo a una amena charla.

—¿Entonces nos vas a decir de qué nos vas a enseñar? —preguntó Sussy.
—Sí, pero antes de eso, les voy a decir cuál es la mecánica del programa en el que van a participar —Sonrió animado—. Pongan mucha atención.

Escribió tres palabras en la pizarra, con grandes y elegantes letras, siendo la primera imaginar, la segunda construir y la tercera presentar. Valeria estaba con los sentidos al máximo para poder captar todo lo que iba a conocer a partir de ese momento.

—El programa dura dos horas, dos días a la semana —explicó el gran hombre—, y el orden es el siguiente, por favor pongan mucha atención: martes, jueves y sábado deben estar aquí a las once de la mañana, y miércoles y viernes deberán estar en las dependencias del canal a las seis de la tarde, lo que significa que solo tienen tres horas para preparar su presentación.

Lisandra sintió un golpe de emoción al escuchar eso: ya estaba decidido, el calendario a seguir era una realidad y nada iba a detenerlo.

—Los tres días que no hay programa estarán ensayando actitud, pasarela, actuación, sincronización de labios y algunas otras cosas, muy parecido a ayer, pero los dos días que hay programa, durante esas tres horas, ustedes estarán bajo mi tutela, mientras desarrollan esto.

Indicó a la pizarra, donde las tres palabras seguían enviando un mensaje hacia todas. Fue Nubia quien hizo la pregunta más obvia, dado el caso.

—¿Qué significa exactamente imaginar, construir y presentar?
—Creí que nunca lo preguntarías —Susurró el hombre, haciéndole un guiño—. Desde el momento en que lleguen al canal, estarán en un lugar cerrado y acondicionado, con cámaras que estarán captando todo lo que hagan antes del programa, mientras desarrollan los tres pasos que tengo escritos aquí.

Charlene sintió que algo faltaba, que de alguna forma él se estaba guardando algo; y a juzgar por la tensión en casi todas las demás, no era la única que pensaba eso.

—Lo que harán, señoritas —Agregó, con una sonrisa entre divertida y malvada—, será tener a su cargo a un equipo de personas e insumos, un objetivo, y tres horas para hacer que eso esté en el escenario, listo para su presentación.

“Construir” era la palabra que Kevin había usado la primera vez que habló con ellas, y que a Valeria se le había quedado dando vueltas en la cabeza; y entonces unió las piezas y lo comprendió, el verdadero desafío del programa.

—¿Tenemos que dirigir a los tramoyas? —preguntó Márgara.
—No cariño, ustedes tienen que hacer el trabajo. Ustedes —Explicó, mientras con las manos simulaba construir algo—, van a ser las artífices de su propio espectáculo: tendrán que decidir las telas con las que se hará el vestuario, los colores y combinaciones, elegir los elementos dentro del escenario, y trabajar en todo eso para que esté listo antes de tres horas.
—¿A qué te refieres con trabajar? —Lo interrumpió Márgara.
—Es lo que la gente que no vive de alguien más hace para sobrevivir —Murmuró Eva.

Marcos no pareció escuchar el segundo comentario, y si lo hizo no dio señas de que así fuera.

—Me refiero a producir todo en persona, nada menos —Acotó el maestro, con una sonrisa benevolente—. Nada está hecho, la producción les dará el espacio y lo necesario para que puedan desarrollar lo que tienen en mente, pero el programa será un espectador más; de ahora en adelante, todo lo que vea el público en sus casas será gracias a cada una de ustedes.

La noticia cayó como una bomba en todas; lo que Marco les estaba diciendo era que no sólo tendrían que presentarse ante las cámaras y en vivo, sino que además deberían encargarse de la preproducción del espectáculo. Nubia sintió que una semana de plazo para esa presentación era lo mismo que cinco minutos, y se sintió completamente desvalida.


Próximo capítulo: Mejor, trabaja

La traición de Adán Capítulo 07: Paso a paso



Adán no estaba acostumbrado a preocuparse por motivos de trabajo, pero la verdad es que ese martes ya se encontraba frente a algo que amenazaba con complicarse aún más. La repentina visita de Pilar le había abierto un espectro de imagen mucho más complejo de lo que él mismo había supuesto en un principio.
Y le bastó solo una llamada para comprobar que las cosas estaban realmente en riesgo.

–Buenos días, abogado.
–Adán, me leíste el pensamiento –replicó Izurieta saltándose las formalidades–, estaba a punto de llamarte, por la visita que acabo de tener.

Pilar.

– ¿A qué se refiere? –preguntó con un tono de voz perfectamente creíble.

El abogado se escuchaba nervioso.

–Supongo que estás en la galería.
–Claro, estoy trabajando a toda máquina con lo de los preparativos.
–Excelente, estoy a cinco minutos, prefiero hablar este asunto en persona.

Y cortó sin siquiera despedirse. Excelente, la pequeñita Pilar se le había adelantado, ese era un punto en su favor que Adán tenía que darle, además de que era totalmente inmune a sus encantos; pero en un caso como ese, estaba obligado a tener el pulso más firme que nunca, o se iba a arrepentir.

–Pase, abogado. Me dejó preocupado con su llamada.

Lo recibió en el taller de Carmen igual que a la hija de esta, pero en esa ocasión se ubicó junto a una de las obras más etéreas y hermosas de la artista. Izurieta estaba muy inquieto, y se notaba en su actuar que no estaba cómodo con la idea de salir de la comodidad y seguridad de su oficina; y al igual que al teléfono, fue directo al punto.

–Adán, tenemos un grave problema entre manos.
– ¿Qué sucede?
–Pilar quiere que suspenda la inauguración de la galería, y tiene en su poder información que me hace creer que puede hacerlo.

La expresión de sorpresa del más joven fue genuina, ya que, de hecho, eso era algo que no tenía entre las posibilidades que había previsto. ¿Información?

–Creo que no lo entiendo, es decir, no puede ser, ella estuvo aquí hace poco y me confirmó su presencia en la inauguración, estaba preocupada, desde luego, pero en ningún momento insinuó algo como esto.

Eso no era completamente cierto, pero para el caso, era irrelevante; el abogado adoptó un tono de voz mucho más confidencial, que, dada, las circunstancias, tenía más de un significado.

–Adán, no te dejes engañar por Pilar.
–No lo entiendo.
–Para decirte esto, estoy confiando mucho en ti, así que espero el máximo de confidencialidad –replicó, hablando en voz baja, con el ceño fruncido—. Tal vez su apariencia no lo demuestre, pero Pilar es una mujer de mucho cuidado, cosa que lamento decir porque es hija de Carmen, que es una clienta importante, pero también es mi amiga.

Adán se puso de pie, con una expresión en el rostro, que podía ser interpretada tanto cono sorpresa, como incredulidad.

–Abogado, no creo que sea pertinente que hable de esa manera de la hija de Carmen, está insinuando algo grave.

Eso provocó el efecto que esperaba, y el hombre relajó un poco su postura; de seguro, se trataba de una prueba para confirmar si podía confiar en él.

–Sólo te lo digo porque confío en ti, por eso te pido confidencialidad. Además, sé que Carmen confía en ti, o de lo contrario no dejaría en tus manos su trabajo de manera temporal, ella es mi amiga y sé que si le preguntaras, te diría cosas aún peores que las que te dije yo.

Adán volvió a sentarse, preocupado.

–Lo escucho.
–Pilar no es lo que aparenta, pero todo lo que tiene que ver con eso sucedió desde antes que tú conocieras a Carmen. Supongo que te has preguntado en algún momento porque es que ella no habla de su hija.
–Pensé que se trataba de algo personal, por eso jamás se me ocurrió preguntarle.

Izurieta asintió.

–Tuviste razón. Mira, las cosas son realmente complejas, pero voy a resumirlo. Pilar vendió una colección completa de arte de Carmen, sin su autorización, a una sociedad comercial que la utilizó para instalarse en el país. Me refiero a la galería Cielo.

En esa ocasión Adán se quedó realmente de una pieza. Galería Cielo era una marca impuesta en el mercado hacía años, pero había tomado impulso con una muestra propia y anónima estrenada hace siete meses, es decir poco antes que él comenzara su trabajo con Carmen. Cielo, a diferencia de Carmen Basare, era una galería integral que reunía diversas muestras de arte, dentro de las cuales por supuesto hay pinturas. Cielo en particular, que fue el nombre que se le asignó a la muestra anónima, era una reunión de expresiones, colores y detalles realmente exquisita, sorprendente, incluso inspiradora. La muestra, en cada cuadro tenía las características casi perfectas, para convertirse en la niña bonita de los medios involucrados, que no cesaron en elogios y alabanzas. Cielo fue considerada por los medios la muestra más influyente de la ciudad, se convirtió en el comentario obligado por su rentabilidad, por el efecto que provocaba en el público, por los comentarios de los obnubilados estudiantes de arte, además de la intriga que significaba ser anónima.
¿Y era de Carmen Basaure? ¿Y Pilar la había vendido sin su autorización?

–No puedo creerlo.
–Es lógico si consideramos que trabajas con Carmen, y me juego la cabeza a que jamás te mencionó esto.
–Es que ni siquiera se me habría pasado por la mente.
–Aún te faltan muchas cosas por aprender –comentó el profesional–, y todo esto es porque existen personas como Pilar que pueden cometer traiciones enormes, sin siquiera preocuparse por ello.

Adán estaba elaborando un plano mental mientras tanto, pero necesitaba más información, y estaba trabajando a toda máquina.

–Espere, usted dijo que Pilar tiene información que le permitiría detener la inauguración de la galería ¿A qué se refiere?
–A eso voy, pero tenía que decirte esto para que comprendieras lo demás. Carmen sufrió un ataque de un desconocido hace un tiempo, incluso antes de que ocurriera lo de Pilar. Esta persona intentó realizar algunas operaciones bancarias suplantándola, pero afortunadamente todo fue detenido a tiempo.
–Pero no se resolvió por completo –apuntó el joven.
–Piensas rápido, eso me agrada. Así es, pudimos tomar precauciones a tiempo, pero la gente que encargué de descubrir de quién se trataba, no pudo dar con el origen, lo que significaba que en cualquier momento una situación como esa podía repetirse; desde luego que Carmen estaba preocupada, así que decidió redactar junto conmigo el documento en donde especifica que cualquier cosa que se relacione con ella, es decir sus operaciones en la bolsa, movimientos de dinero y todo lo relativo a sus obras, debe ser autorizado y supervisado directamente por ella. Seguramente te estarás preguntando por qué en este tiempo jamás supiste de la existencia de eso, y la respuesta es simple: según el acuerdo que hicimos Carmen y yo, sería letra muerta mientras ella estuviera de cuerpo presente y trabajando como de costumbre. El punto es que si ella estaba a mano del teléfono para comprobar cualquier cosa, sería absurdo aplicar el documento, no así si estaba enferma, perdida en alguno de sus viajes o algo por el estilo.

Entonces no era primera vez que la artista estaba involucrada en algún asunto que pusiera en riesgo su seguridad; y nada de eso pudo ser detectado por él durante el tiempo que estuvo investigando acerca de ella.

–Pero usted dijo que el documento era secreto.
–Lo era, y por lo que te conté antes, se me figuraba completamente imposible que ella pudiera saberlo. De hecho la propia Carmen, luego de aquel acto deleznable, me recalcó que había que impedir a toda costa que algo como eso se repitiera otra vez.

Adán trabajaba a toda máquina, pero eso empezaba a ser harina de otro costal.

–Lo que no entiendo es cómo Pilar pudo hacer algo tan grande como vender esa obra de Carmen sin que nadie la detuviera, sin su autorización y además existiendo el documento del que me habla.

Izurieta lo miró detenidamente; estaba evaluando hasta donde podía confiar en él, y vio que el elástico aún podía estirarse más.

–Recuerda que te dije que el documento era secreto y solo se haría efectivo en ciertas circunstancias y si Carmen no se encontraba ubicable, y resulta que ella estaba en perfectas condiciones. Además, Pilar se aprovechó del temperamento de Carmen para conseguir lo que hizo; es complicado, pero básicamente le sacó una firma que le dio el poder para vender la colección Cielo, cosa que hizo de inmediato y bajo un contrato de confidencialidad, con lo que se protegió por completo.

Adán recordó la conversación que había tenido con Carmen exactamente antes de que comenzara todo el asunto de los dos cuadros. No tenía que preguntarle a la artista cuál era la razón de que en esa época no luchara por demostrar que las obras eran suyas y por qué es que no había comenzado ninguna acción judicial, y la razón de esto es que más allá de que estaba involucrada su propia hija, había algo mucho más importante: si ella, la afamada Carmen Basaure, se atrevía a poner en juego su trayectoria acusando a quien fuera de robarle la obra, bien podría ganar o perder, pero eso no dejaría de afectar su reputación, porque eventualmente alguien muy bien podría decir que todo el caso era el de una artista de ciertos años que, viéndose en decadencia o ensombrecida por otra muestra de arte, tratara de manera desesperada de recuperarse. Conociendo el enorme ego de Carmen, ella jamás se arriesgaría a algo como eso.
Pilar había hecho la jugada perfecta, la traición a su madre, los millones en su cuenta corriente, un contrato de confidencialidad, saliendo a divertirse por el mundo y sabiendo que nadie nunca iba a poder tocarla. Notable Pilar, realmente notable.

–Déjeme ver si entiendo –replicó al fin Adán, con tono lúgubre–. Pilar sabe de algún modo de la existencia de este documento secreto de Carmen, y quiere suspender la inauguración de la galería, cosa que a usted le preocupa porque tiene antecedentes de que Pilar es capaz de cualquier cosa. Y ahora puede ponerlo entre la espada y la pared porque sabe que, si pone en público el primer documento, complicará todo mucho más.
–Estás en lo cierto. De hecho esa es la amenaza que me hizo.
– ¿Se atrevió a amenazarlo?
–Así sin más. Como verás, ella tiene las cartas en su favor, y para eso, me indica que intervenga la sociedad que le está vendiendo la galería a Carmen.

Adán sí sabía de eso. El edifico en que se encontraba la galería era de una sociedad inmobiliaria, que luego de ver ciertos aspectos decidió vendérsela a ella, pero eso aún estaba en proceso, faltaban una serie de trámites legales, lo que significaba que Izurieta podría poner cualquier excusa absurda que hiciera necesario, por ejemplo, realizar alguna medición o cierre temporal de la galería. Y eso sería un gran golpe.

–Entiendo todo lo que me explica, de hecho me parece... no sé cómo explicarlo, es horrible la actitud de Pilar, pero no sé de qué manera yo podría ayudar si es que ella se atrevió a amenazarlo a usted.
–Precisamente porque tú eres un factor con el que ella no cuenta; ella debe considerarte una molestia porque seguramente no se esperaba que alguien inteligente y fiel estuviera de lado de Carmen, pero no se debe imaginar que seas una amenaza real. Así las cosas, mi plan es que tú intervengas para desestabilizarla y permitirnos continuar con lo de la galería, sin problemas.
–No me imagino cómo podría.
–Pero yo sí. En realidad, y considerando que el tiempo se nos viene encima, ahora no importa cómo Pilar supo del documento de acreditación de Carmen, y ni siquiera me importa por qué diablos es que está tan interesada en detener la inauguración, lo que me importa es que consigamos sacar adelante la muestra, porque tan pronto como lo esté, si ella tiene cualquier otro plan, tendrá que esperar a un momento en donde no se delate. Y la idea es que Carmen tenga una grave recaída.
– ¿Qué?
El hombre se encogió ligeramente de hombros, sin preocuparse.

–Hasta ahora el tema de Carmen se ha mantenido alejado de los medios, y eso nos sirve para manejar ciertos asuntos. El punto es hacerle creer a la hija que la madre está muy grave, lo que la va a obligar a mantener las apariencias y acudir en su visita, dejando de lado sus planes; para esto puedo hacer algunos simples movimientos, y tu parte consiste en acompañarla como sea al lugar de los hechos, mientras yo recurro a otras artimañas para dejarla entrampada.

El viejo era más zorro de lo que Adán se había imaginado, pero su plan tenía sentido.

– ¿Y qué hará usted?
–Confundir su identidad con la de otra persona para que la policía la detenga y la enrede en un asunto por horas, mientras nosotros celebramos con champaña la inauguración de la muestra de arte. Pero necesito saber si es que estás dispuesto a jugártelo todo por Carmen.

Adán asintió enérgicamente.

–Haré lo que usted diga abogado, sé que Carmen confía en usted.

2


Micaela se enfrentaba a un problema más en sus planes en la llegada al país. Las cosas se habían vuelto duras, y había tenido pesadillas toda la noche ¿cómo podía tener tan mala suerte?
No importaba. Era relativamente temprano, estaba agotada por esos sueños en donde estaba aún durmiendo, con Pilar a su lado, y su madre de pie junto a ellas diciéndole con tono lúgubre esas palabras que todavía rondaban por su mente: lo lamento hija, jamás imaginé que ella estaba detrás de todo esto. Lo lamento.
Lo lamento.
Eso en ese momento estaba entre las cosas que menos le importaban. Era cierto que la aparición de Pilar en esas circunstancias le producía náuseas, pero fuese como fuese, las cosas seguro que pasaban por algo, y si habían coincidido, no tenía más opción que tomar las riendas con mano firme y terminar con todo.
Casi daba risa que ella y Pilar estuvieran en el país de vuelta al mismo tiempo, a poco de inaugurarse la galería de Carmen Basaure, y además topándose cerca de la torre, de aquella torre. Ni modo, también tenía problemas más terrenales, y el más urgente era conseguir un trabajo, porque si bien arreglar sus problemas con el banco y su antiguo trabajo le llevaría relativamente poco tiempo, estaba claro que no se quedaría más de un par de horas por allí, y en ese sentido mantenerse inactiva sería contraproducente. La entrevista que tenía en esos momentos era en la oficina de diseño ejecutivo de la constructora Del mar y Alzarrieta. Quien la recibió era nada menos que el gerente de proyectos, y esa deferencia le hizo recordar que ahí era alguien, no como en el extranjero.

–Buenos días Micaela, soy Esteban Méndez, es un placer.

Micaela lucía un atuendo formal y sobrio, distinto de lo usual, con un traje dos piezas negro y violeta, el cabello peinado simplemente hacia atrás y atado con un lazo violeta; elegante y aplicando el estilo de ''menos es más''

–Gracias por recibirme, Esteban.
–Me sorprende que estés aquí, tenía entendido que estabas en el extranjero.
–Volví hace poco, y ya sabes lo que dicen, si es por trabajar, no me voy a quedar de brazos cruzados. ¿Tienes algo para mí?

El ejecutivo era alto, increíblemente delgado, blanco, de cabello negro refulgente, de mirada penetrante. Un tipo elegante que tenía en su apariencia algo que no encajaba con el lugar, al igual que ella.

–Para alguien de tu fama y experiencia, seguro que sí. Acabo de poner la primera piedra —es un eufemismo–, en un proyecto, y me encantaría que participaras en él; se trata de la remodelación del boulevard del parque Centenario, y en eso te necesito como encargada de proyecto en terreno. Básicamente te necesito de mala, ladrando órdenes y asegurándote de que todo va al pie del calendario, además de evaluar las pistas de trabajo y todos esos menesteres.
–Así que no encontraste a nadie que quisiera ser asesinado.

Esteban sonrió satisfecho; por lo que Micaela veía, era la clase de hombre que habla mucho, rápido, y piensa con más velocidad todavía, justo el tipo de persona que le gustaba tener cerca en un trabajo.

–Es del tipo de trabajo ingrato, ya sabes, pero eres apropiada para eso y dijiste que querías algo por poco tiempo, así que ¿Qué dices?
–Que tienes razón en todo. Si tienes la proyección de dinero ahí en tu escritorio y casualmente un contrato, cerramos ahora mismo.

Poco después y con un contrato firmado, ambos salieron del edificio.

–Ya que estamos afuera y que somos socios, pensé que podríamos tomarnos un café y charlar.

¿Acaso estaba flirteando con ella? Se dijo que era posible, pero que al mismo tiempo, la idea del sujeto lascivo con una mujer recién contratada, por alguna razón, no coincidía con él.

–Pues no sé si sea bueno, imagina lo que dirían tus colaboradores.
–En este momento no estoy trabajando, y además no me importa lo que digan, nadie puede mandarme ¿Qué dices?

Como cambiaban las cosas. Micaela aceptó, pensando en que nada podía perder excepto un poco de tiempo, y por otra parte resultaba un poco divertido estar en medio de una situación como esa.  Minutos después estaban sentados en un café temático, pero con dos whiskies.

– ¿Y bien? esta es la parte en donde me dices qué es lo que realmente estás haciendo en el país por estas fechas.

Micaela lo miró fijamente. Estaba pensando divertirse un poco a costas de él, pero por lo visto, Esteban escondía algunos secretos, y era mucho más observador de lo que ella había esperado; pero también le había resultado simpático desde el primer momento.

– ¿Quién eres, Esteban?
–Un tipo más inteligente de lo que parezco, y sobre todo muy bien informado. Sé que tus logros siempre han estado llevados por tu propia mano, por eso es por lo que, en vez de trabajar del modo fácil, te hiciste una experta en administración de personal, proyectos y diseño integral. Eres una mujer joven, inteligente, capaz, que de la noche a la mañana cierra su oficina y se larga a empezar de cero en el extranjero, y vuelve ocho meses después, buscando trabajo. Disculpa si considero extraño esto.

Pensaba rápido y bien. Interesante.

– Cualquiera diría que has estado investigándome.

Pero él, en vez de responder, rio alegremente.

– ¿Qué?
–De acuerdo, me doy por vencido, tú definitivamente no te acuerdas de mí.
– ¿Acordarme?
–Mira, sé que no soy exactamente el tipo de hombre inolvidable, incluso creí que estabas disimulando o algo, pero ahora estoy convencido que de verdad no me recuerdas. Tú me mandaste al diablo cuando traté de trabajar contigo hace poco más de dos años en tu oficina, y ahora que, humildemente lo digo, los papeles están invertidos, me estoy permitiendo el placer de acosarte con preguntas, creo que es lo menos que me merezco.

Sólo entonces lo recordó. Claro, pero en ese tiempo él tenía una apariencia distinta, el cabello más largo, era más corpulento y definitivamente tenía otro estilo.

– ¿Estás tratando de decirme que me contrataste como venganza por no haber querido trabajar contigo la vez anterior?

Él sonrió ante la inteligente pregunta.

– No, te contraté porque eres una profesional de buen nombre y sé que lo harás aún mejor de lo que crees. Y también te contraté esperando que nos conozcamos más, y por ejemplo, ser amigos.
– ¿Estás coqueteando conmigo?
–En cierto modo, pero debo decepcionarte porque estoy ocupado.
–Me rompes el corazón.
–Estoy seguro de eso.

Micaela se reclinó en el asiento. Ah, se trataba de eso, pero a ella por lo menos le resultaba bastante lógico no recordarlo, porque en esos tiempos ella estaba cargada de trabajo. Era una situación extraña, pero le serviría tener alguien con quien conversar además del trabajo.

–Te rechacé porque tenía muchas cosas en mente. Y sobre lo otro, mi salida del país no fue tan sorpresiva de todos modos.
–Eso me tranquiliza, viví semanas pensando que la conocida Micaela Riveros me ignoraba porque era un mal ejemplar de ejecutivo. Pero así fue como redoblé mis esfuerzos, y subí algunos niveles hasta estar donde estoy ahora.
–Espero que no estés resentido.
–Para nada —el hombre se terminó el whisky de un trago—. Incluso diría que me sirvió para esforzarme más aún. Debes reconocer que tuve una entrada muy teatral, así que creo que eso me suma puntos.
– ¿Y quieres ser amigo mío a causa de eso?
–Por extraño que te suene, sí; sé que no lo recuerdas, pero cuando me dedicaste un minuto y medio en tu apretada agenda, dije “Cielos, es el tipo de persona que quiero conocer” y no me iba a perder la oportunidad ahora. Y si en el camino te parezco horrible, aún seré tu jefe, y por lo demás tendrás que trabajar conmigo por los siguientes dos meses, así que seguro que podremos aprender a llevarnos bien.

Micaela bebió de su copa, lentamente.

–Eres muy extraño.
–Ya lo sé.
–Pero eso me agrada. Cielos, nunca me habían pedido amistad, pero acepto.

Se hizo un silencio, y luego ambos rieron.

—Eso alegra mi día a niveles que no te imaginas.
–Esto está dentro de las cosas más extrañas que he escuchado, pero me parece bien. Solo que tendrás que asegurarme que además del trabajo, tendremos jornadas como ésta en el futuro.
—Ya lo tengo apuntado en mi agenda electrónica.

Próximo capítulo: Un engaño sencillo

Contracorazón Capítulo 06: Dolor perpetuo





Tan pronto como hizo la pregunta, Rafael vio que a Martín se le iluminaba el rostro; tardó un momento en responder, y esbozó una sonrisa de auténtico cariño.

—Carlos —dijo al fin—. Es mi hermano menor, tiene quince años.

¿Hermano menor? Rafael sintió que se le subían los colores a la cara al darse cuenta de que había cometido el error de pre juzgar que por estar hablando con un hombre con expresiones de cariño, necesariamente se trataba de un interés amoroso; había tenido la misma actitud de la mayoría de las personas con respecto a alguien con sus intereses.

—Debes quererlo mucho –comentó para salir del paso.
— ¿Quererlo? –preguntó, con un suspiro—. Es la luz de mi vida, Carlos es todo para mí.

Rafael iba a decir algo, pero el cambio en la expresión de Martín lo hizo guardar silencio; estaba a punto de hablar de algo que era tan importante para él que eso eclipsaba todo lo demás. Por un momento en la sala de ese departamento, en donde solo había luz artificial y un tímido rayo de luna que se colaba entre las cortinas, Martín se sintió en total libertad con sus sentimientos, en una situación tan íntima que hizo que su voz saliera impregnada de amor y dolor a partes iguales.

—Tiene fibromialgia —su voz se había convertido en un susurro—, y un alto grado de hiperalgesia –como si fuese una costumbre, recitó la explicación a los dos términos que había usado—. La fibromialgia es una enfermedad crónica que provoca dolor en el esqueleto y los músculos, y la hiperalgesia es una sensibilidad alta al dolor.

Se quedó en silencio un instante, todos los músculos de la cara y el cuello tensos por las sensaciones que lo embargaban mientras hablaba; Rafael sintió que se le oprimía el corazón en el pecho ¿Cómo había llegado hasta ese punto? Algunos minutos atrás estaba pensando en una charla relajada con Martín, y ahora lo estaba escuchando hablar de una tragedia familiar de la que ni siquiera sabía lo suficiente; no pudo hablar.

—Es como si cada día de su vida despertara, y supiera que algo invisible lo va a torturar, y que no hay nada que pueda hacer para impedirlo. Crecí escuchando cómo se despertaba en las noches, gimiendo de dolor, viendo a mis padres sufrir por él y desgastarse buscando primero alguien que les explicara lo que sucedía, y después alguna forma de ayudarlo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no llegó a derramar ninguna, y haciendo un esfuerzo siguió hablando.

—Pero es tan fuerte –su mirada vagó de un punto a otro, cono si en ese momento estuviera luchando por encontrar las palabras exactas que pudieran explicar su sentimiento—; siempre consigue seguir, y tiene energía para volver a sonreír, para tener proyectos. Yo no podría soportar lo que a él le pasa, me volvería loco viviendo de esa manera, pero él puede hacerlo; yo soy su hermano mayor, pero siempre pienso que mi objetivo en la vida debería ser intentar ser tan fuerte como él algún día.

Respiró de forma entrecortada, luchando por contener la emoción que lo estaba embargando. Rafael no podía moverse, estaba tan sorprendido que no sabía qué hacer o decir, se había convertido en un mudo espectador de una historia que era mucho más grande de lo que siquiera pudo imaginar.

—Supongo que cuando te dije que había mentido para conseguir este arriendo, y que me iba a quedar sin trabajo, te debes haber preguntado si yo era un tipo que vive a la suerte del día, intentando salvar todo al momento.

Rafael sí se lo había planteado, pero no habló porque lo que estaba diciendo Martín no era una pregunta.

—La verdad es que tengo un departamento –sus palabras no mostraban una gota de orgullo por lo que decía—. Lo compré con ahorros de mi primer trabajo, era un lugar en donde pagaban muy bien; pero hace unos meses supimos de un medicamento nuevo que se estaba probando, que era un tipo de analgesia para infiltraciones. Papá estaba con una baja por estrés y mamá estaba en una situación inestable en su trabajo, y nosotros –su expresión demostró que estaba reviviendo la angustia de su relato–, ya teníamos los contactos en el extranjero y una persona que lo iba a traer, pero no teníamos el dinero; así que puse mi departamento en arriendo, conseguí una persona que me pagó el mes de anticipo y dos más. Le pedí al jefe del trabajo en el que estaba que me despidiera, pero como no había posibilidad, llegamos al acuerdo de que yo firmaba un documento, el equivalente a un crédito, que correspondía a la suma de dinero que me habría correspondido por la causal de desvincularme por necesidad de la empresa.

Tomó el vaso, pero lo descartó, incapaz de beber en ese instante; luego siguió con su relato.

—La razón de esto era poder cobrar el seguro de desempleo, y con eso más lo que había hecho antes logré reunir el dinero para que no perdiéramos esa oportunidad. Le mentí a Carlos, e hice que mis padres prometieran que de ninguna manera le iban a decir que yo me había ido a otra parte, porque si él se entera de que hice esto, se sentirá culpable, pensará que yo estoy viviendo de una forma peor por su causa, y no puedo hacerle eso.

Después de un instante de silencio negó con la cabeza y respiró profundo varias veces.

—Perdón, lo siento, no debería estar hablando de esto, lo lamento.

Rafael al fin pudo hablar; se sentía profundamente impactado por lo que acababa de escuchar. Martín era un hombre ameno, mordaz y bastante alegre, que en la primera capa no mostraba nada de lo que estaba enseñando en esos momentos. Estremecido, el moreno puso una mano en su hombro, resueltamente, mirándolo a los ojos.

—No te disculpes. Si necesitas decirlo, sácate eso de adentro, dilo todo; nunca te disculpes por ser honesto con tus sentimientos.
—Gracias.
—No tienes nada de que agradecer, estoy aquí para eso; puedes confiar en mí, para lo que sea.

Martín devolvió el gesto y lo tomó por el hombro también; por un momento ninguno habló, y no fue necesario, porque el entendimiento fue absoluto y la conexión permitió que los dos comprendieran los sentimientos que tenían lugar en esa jornada.

—Es curioso esto que sucedió –comentó Martín, un poco más tranquilo—, nunca me había sentido así, con tanta libertad para hablar con alguien a quien conozco poco, pero por alguna razón me pasó contigo.

Repuesto de la sorpresa y el impacto de lo que acababa de conocer, Rafael se dio un respiro y bebió un trago para volver a su centro.

—A mí también me pasa –replicó con Sinceridad—, así que te entiendo.
—No hablo mucho de esto en general –explicó el trigueño, jugando distraídamente con una pasa que había caído sobre la mesa—; trato de mantenerlo en una zona de seguridad, lo más protegido posible.
— ¿Por qué?
—Porque hay mucha gente que no cree que esta enfermedad exista –declaró, con acidez—. Como no pueden verla, como no sale una mancha en una radiografía ni tienes heridas a la vista, las personas piensan que esto no existe, que son inventos de una persona delicada –hizo las comillas con los dedos—, de alguien que es demasiado sensible. Si tienes suerte, te dirán que tienes un cuadro de estrés y te recetarán medicamentos que en realidad no te sirven.

Estaba más tranquilo ahora, pero de todos modos se percibía en sus palabras la irritación que sentía por lo que estaba relatando.

—Es increíble, porque vivimos en una sociedad donde hay mucha gente que cree en ídolos que no han visto en su vida, que no hay ninguna prueba de que existan, y las personas creen en ellos sin cuestionar nada. Pero si tienes a un niño retorciéndose, llorando, no le creen, les da lo mismo lo que puede estar sintiendo y simplemente lo interpretan como les resulta más cómodo. Señora, su hijo es muy consentido y está buscando atención, señor, su hijo debe tener un problema hormonal, o un estrés.

Por eso es por lo que antes había hablado de lo importante de las acciones concretas de las personas, y antes de eso, reaccionó como lo hizo ante una referencia suya a las personas que son diferentes a los demás. Desde un principio, todo tenía que ver con lo mismo, con mantener un comportamiento acorde con lo que vivía, y por eso sus reacciones ante situaciones que tuviesen que ver con injusticias eran tan apasionadas, porque veía en ellas una porción de la experiencia que el mismo tenía.

—Supongo que no existe una cura para la enfermedad –dijo Rafael al cabo de un momento—. Disculpa por la pregunta, es que no sé nada al respecto.
—Está bien, no tenías por qué saber; pero no, no hay forma de curarlo, lo único que puedes hacer es tratar de luchar contra eso.

El moreno sirvió más cerveza para ambos.

—Dijiste que habían comprado un medicamento en el extranjero ¿Cómo funcionó?
—Bien, en general; es para cuando tiene crisis más severas, es complicado.
— ¿Quieres contarme?

Martín lo miró con un asomo de duda en los ojos, o acaso fuera temor por el ofrecimiento.

—No te quiero aburrir.
—No me vas a aburrir en absoluto –replicó Rafael con sencillez—, no estoy tratando de quedar bien, simplemente quiero escucharte si es que quieres hablar de eso. Me siento en confianza contigo y quiero escucharte, es todo.

Escuchar eso hizo un gran efecto en Martín, que se mostró más sereno a la hora de continuar hablando.

—Mis papás tuvieron suerte dentro de todo, porque hay personas que pueden pasar muchos años entre un doctor y otro sin resultados; ellos visitaron algunos desde que a Carlos le comenzaron los síntomas, que fue cuando tenía seis. Fue gracias a una doctora que estaba realizando un reemplazo que tuvimos un poco de luz; ella nos explicó que, para llegar a un diagnóstico, la única forma es descartando todas las otras alternativas, es decir hubo que llevarlo de examen en examen. Creo que de alguna manera entendía que algo estaba mal, porque a medida que pasaba el tiempo, ya no preguntaba por qué lo llevaban de nuevo al hospital o a un centro de exámenes, simplemente obedecía las instrucciones.

La visión de un niño pequeño sometido a una serie interminable de toma de muestras, escáneres y otros exámenes sonaba demasiado perturbadora, era como si la vida lo hubiera transformado en un conejillo de indias.

—Al final, de acuerdo con los exámenes y los síntomas que presentaba, pudieron concluir que se trataba de eso. Hicimos un mapa de los puntos de dolor, que siempre es igual en ambos lados del cuerpo; el cuello, los hombros, debajo de los brazos, la cintura, los muslos, las rodillas y los tobillos –respiró profundo—, esos son los alfileres, como le decía él cuando nos explicaba lo que sentía.
Es impredecible, nunca sabes cuándo va a atacar de nuevo; algunos días puede haber solo un malestar leve, mientras que otras veces puede pasar por varias intermedias, o tener una crisis fuerte, que lo deja fuera de combate por varias horas. Es desesperante, porque lo ves sufrir y no puedes hacer nada, porque en una crisis fuerte hasta abrazarlo puede aumentar su dolor; con el tiempo aprendimos a hacer masajes en los puntos afectados, y aunque no es mucho, sirve de alguna ayuda cando no se encuentra bien.

Se puso de pie y abrió la ventana, descorriendo también la cortina; entró más luz de noche, y al hacerlo, los colores al interior de la sala se volvieron más oscuros y un poco más azules, en reemplazo de la luz blanca artificial del interior. Rafael pensó que ese momento de completa sinceridad era algo único, y probablemente sería un hito importante en esa amistad, cuando la mirara en retrospectiva.

— ¿Va a la escuela?
—Tuvo que dejarla a los ocho, se volvió insostenible y mis padres no tenían los recursos para incorporarlo a una escuela para niños con necesidades especiales, porque la fibromialgia no entra dentro de las patologías que cubre el estado para las escuelas que son gratuitas; después encontraron una escuela en donde lo aceptaron, y sólo tiene que rendir los exámenes, así que estudia en casa.
—Lo vas a ver seguido –comentó Rafael.
—Entre dos y tres veces a la semana, tengo que equilibrar entre verlo seguido para que no piense que ocurre algo extraño y no verlo demasiado seguido por la misma razón.

Se quedó un momento mirando hacia afuera, pensando en todo lo que había dicho hasta el momento.

—Ustedes deben llevarse muy bien –apuntó Rafael.
—Sí, bueno, con los temas típicos; sigue siendo un adolescente y a veces me odia, pero por lo general nos llevamos muy bien. ¿Ves esa remera?

Señaló la que tenía puesta el día que Rafael lo ayudó a ordenar el departamento, que estaba sobre el cojín puf.

—Sí.
—El dibujo lo hizo para mí cuando tenía seis años –explicó, sin disimular el orgullo que sentía —. Se supone que es un ornitorrinco, estaba obsesionado con una caricatura dónde salía uno; le dije que la iba a usar siempre y así lo hice, la uso cuando estoy en casa.
—Es un detalle muy bonito.

Sucedió un silencio que no se sintió incómodo para ninguno de los dos. Rafael se sintió sorprendido de ver cómo las cosas habían cambiado tanto en tan poco tiempo, y de qué forma la conexión generada entre ellos se sentía natural, fluyendo entre ambos; por suerte su error de juicio con respecto a Martín no se tradujo en palabras, lo que era al mismo tiempo una suerte para casos como ese y un problema en otro tipo de circunstancias. Se había preguntado cómo era que hombres y mujeres preguntaban con tanta facilidad por la sexualidad de otra persona, incluso sin conocerla, como a un compañero de trabajo, mientras que él le daba mil vueltas al tema, y prácticamente esperaba a tener una confirmación más allá de toda duda, lo que en regla podía pasar muy pocas veces. Se sentía anticuado en algunos aspectos.

— ¿Extrañas tu departamento?
—Lo extrañé aproximadamente dos horas, después ya no; es sólo espacio, la única real diferencia es que aquí no hay cómo regular la temperatura y ahora que está haciendo calor es un poco sofocante. Pero –se encogió de hombros—, uno siempre puede andar desnudo o medio desnudo y con las ventanas abiertas.
—Sí, yo hago lo mismo – comentó Rafael —; aunque en invierno es helado, al menos ahí al lado lo es.
—Creo que también aquí, me lo comentaron; pero está bien, no me preocupa porque conseguí el dinero, y además con lo que me paguen por el arriendo ayudo con lo de los medicamentos con más facilidad.

Era una situación opuesta a la suya; por suerte, él podía darse la oportunidad de vivir más ajustado durante un tiempo para después tener la posibilidad de vivir de forma más cómoda, y en un lugar que fuera de su propiedad.

— ¿Te molesta si te hago una pregunta?
—Claro que no.
— ¿Por qué no le dices a tu hermano? – Rafael sopesó un instante el argumento – Por como hablas de él, me da la impresión de que es un chico listo, creo que entendería que hiciste lo del departamento por una buena causa.
—No es un tema de que lo entienda, es que lo acepte –Martín se encogió de hombros—. Lo conozco, se lo tomaría como algo personal, como si hubiera sido provocado por él, y eso le haría mal; las cosas están bien así.
— ¿Y no crees que en algún momento podría sospechar, o querer ir al departamento?
—Carlos no sale mucho de casa, y cuando lo hace, tiene que estar acompañado por precaución, así que eso no va a pasar. Además, tiene su cuartel general en su cuarto, ya hay que pelear para hacer que vaya a la sala.

Rafael tuvo la intención de decirle que de todos modos no era correcto que le ocultara esa información a su hermano, pero considerando que no lo conocía, decidió dejar el asunto hasta ahí y enfocarse en el tema global.

—Creo que eso le sucede a la mayoría de los chicos.
—Es cierto, de alguna manera nosotros debimos ser iguales tiempo atrás.

Todo había salido tan distinto a lo que Rafael se esperaba; se preguntó si estaría de más invitarlo a la fiesta por la boda de su hermana, pero no lograba decidir si eso era apropiado o quedaría fuera de lugar.

—Martín –dijo después de una pausa—, gracias por contarme esto, por confiar en mí.
—Gracias a ti también. Hace mucho tiempo que no hablaba de esto con alguien.
— ¿Y te sirvió?
—Mucho –replicó el trigueño–, me siento mejor ahora.
—Entonces fue bueno y me alegro por eso.
—Y tú ¿Tienes algo que me quieras contar, algo que te haga falta decir? Soy un libro abierto.

Rafael sabía que no lo había dicho como una insinuación o con un tono en concreto, pero era una invitación gentil y amable. Si para él no era un tema que le causara un gran conflicto ¿Por qué no decirlo? No tenía que tomarlo como una confesión o algo parecido, podía incluso abordarlo desde una perspectiva laboral o como algo casual si mencionara el sorpresivo encuentro con su ex, y el hecho de dar todo el contexto por entendido haría que las cosas fueran más fáciles.
Pero no lo hizo.

—Creo que en este momento lo único que me está quitando el sueño además del matrimonio de mi hermana es la incertidumbre en el trabajo —respondió con evasivas—. Saber si es que voy a poder ascender en esta ocasión.
— ¿A qué te refieres con en esta ocasión?
—Lo que ocurre es que ya desde el año pasado pretendo pasar a jefe de tienda, pero había un supervisor con el que nunca habría tenido oportunidad, y como ahora no está, estoy con la duda de si eso será suficiente.
— ¿Y se tardan mucho en esos procesos internos? –preguntó Martín.
—Es relativo.

El trigueño le dio una palmada en el hombro antes de volver a sentarse.

—Entonces por el momento todo sigue igual. Yo pienso que te va a ir bien, estoy seguro.

Rafael sonrió, pero lo cierto es que él mismo no lo estaba.

—A propósito, mira, una foto de mi hermano.

El muchacho era casi excesivamente delgado; tenía la piel levemente bronceada, el cabello oscuro y unas profundas ojeras marcaban sus ojos pequeños y almendrados.

- No nos parecemos –comentó Martin-, pero es igual a mamá. Creo que yo salí a mis bisabuelos porque no hay muchas coincidencias cercanas.

2

Pasado el descanso del fin de semana, el lunes la tienda se sumió en el caos desde primera hora de la mañana; la caja del local sufrió un desperfecto, por lo que el chico que estaba a cargo ese día tuvo que trabajar de forma manual, y todos los que estaban atendiendo debieron regresar al método de tomar nota de cada pedido, porque los tickets internos tenían códigos numéricos por artículo en vez de nombres, y nadie se sabía todos los códigos de producto; sumado a esto, un día lunes quincena era por lo general de más afluencia de público, y ese día en particular aumentó. Cuando eran las doce menos cinco, Rafael estaba cansado al igual que todos y sólo quería salir a almorzar para poder descansar un poco; estaba con un cliente con una larga lista de productos cuando notó que Sara no estaba visible.

— ¿Le pasó algo a Sara?
—Dijo que iba al entrepiso –replicó Darío, que en ese momento estaba sacando unas cajas de la parte superior de la pared—, pero se está tardando, me debe la promoción de la semana.

Si bien el entrepiso estaba dentro del mismo local, había que caminar por un corto aunque estrecho pasillo, abrir la puerta y subir la escalera para llegar a él, por lo que era costumbre que al ir cualquiera de ellos, llevaba los encargos de los demás.
Había cinco personas en espera, y al fijarse, notó que Ángel tampoco estaba.
Miró la lista que tenía en la mano, y comprobó que había al menos dos elementos de los que no tenía existencias en el mesón de atención; guiado más por un presentimiento que por algo concreto, se disculpó con el cliente, explicándole que iría por los elementos, y fue hacia la bodega, trasponiendo la puerta y subiendo los escalones en completo silencio. Cuando llegó arriba, comprobó sus peores temores.

—Ángel, déjame pasar.
—Tranquila, solo estamos conversando.

La bodega del entre piso estaba dividida en pasillos, y en el de la izquierda, que estaba al otro lado de la entrada, el voluminoso hombre le cortaba el paso a la chica; Sara no era alta, pero sustituía su estatura con un carácter determinado y fuerte, que en ese momento se reflejaba en su expresión, dura.

—No quiero conversar contigo, y no te vuelvas a hacer el simpático conmigo –el tono de ella no dejaba lugar a dudas de la irritación que sentía—; ahora déjame pasar.
—Pero si no me estoy haciendo el simpático, yo soy simpático –murmuró con tono meloso.

Rafael tuvo el impulso de arrojarle algo encima, pero tomó la decisión más sensata, dado el caso.

—No estás siendo simpático ahora.

El corpulento hombre volteó ligeramente y perdió la sonrisa y concentración, dándole a ella la oportunidad de apartarse y salir del asfixiante espacio en el que estaba atrapada; le dirigió una mirada salvaje a Ángel.

—No se te ocurra volver a hacer algo como eso.

Presionado por la presencia de Rafael, el aludido intentó reducir la importancia de lo que estaba pasando.

—No te pongas amarga, sólo era actitud divertida.
—No te hagas el loco, no seas ridículo —le espetó Rafael.

Sara le hizo un gesto muy leve al pasar, y salió del lugar. Rafael le cortó el paso a Ángel, ignorando por completo que el otro le sacaba muchísima ventaja física.

—Tú no te metas.
— ¿Desde cuándo te dedicas a acosar a tus compañeras de trabajo? ¿Qué te pasa?
—No me trates de controlar, tú no tienes moral para eso.

Entonces así era como se iban a quitar las máscaras. Pero a Rafael no le importó, ni le importó la desventaja física; esa clase de abusos, incluso si en un caso como ese, era detectado a tiempo, era algo que no podía tolerar.

— ¿Moral?
—Sí, moral, no te metas conmigo, maricón.

Los ojos de Rafael relampaguearon.

—Lo que estabas haciendo está mal ¿qué va a pasar si me meto, me vas a acusar?
—Supongo que por algo tienes secretos –apuntó el otro con acidez.

Estaban a mínima distancia, cada uno de los dos sin querer dar un centímetro en favor del otro.

—Yo no tengo nada de qué preocuparme –replicó, con un encogimiento de hombros que le quitaba toda la importancia al tema—, no tengo que darle explicaciones a ninguna esposa, ni a ningún policía si aparece ¿Los llamamos ahora?

Eso bastó para que el otro se abalanzara sobre él, para tomarlo por la camisa; sin espacio para moverse, Rafael hizo el mismo gesto, de forma instintiva, aunque con eso no consiguió mucho. Sintió cómo su espalda chocaba con la estantería de metal y trató de forcejear, pero estaba en absoluta desventaja física; sin embargo, un golpe hizo que ambos desviaran la mirada hacia la puerta, en donde el encargado provisional de la tienda los miraba con furia.

—A mi oficina, ahora mismo.


Próximo capítulo: Un cambio inesperado