Contracorazón Capítulo 19: Decisión sin vuelta atrás




El miércoles llegó para Rafael como si hubiera estado separado del lunes por muchos días; se sentía cansado física y mentalmente, como si todo lo sucedido desde que descubrió el sentido total de sus sueños estuviera tomando parte de su energía; había disminuido el contacto social, no por no parecerle interesante, sino porque sentía que debía saber con claridad qué hacer antes de retomar el curso normal de su vida.
Con el matrimonio de su hermana a la vuelta de la esquina se sintió acorralado, pero al llegar a su departamento después de una agotadora jornada descubrió que en realidad la decisión ya la había tomado de forma involuntaria: tenía que intentar descubrir qué era lo que amenazaba a Martín, y encontrar una forma de ayudarlo.
El matrimonio de su hermana y Mariano era a las dos de la tarde, así que solicitó un permiso a Recursos humanos y salió a las doce del día, para ir a arreglarse al departamento; el traje era de corte clásico, de color gris pizarra, con una camisa azul cielo y corbata a juego, que iba sujeta con la pinza plateada que su madre le había pedido que usara.
En un principio no tenía pensado hacer algo especial con su aspecto, ya que el cabello lo tenía corto y le crecía lento, pero decidió dejarse una barba recortada en candado para refrescar un poco su apariencia. En el servicio civil estaban los novios y los testigos, entre los que él se encontraba, así como los padres de ambos; probablemente fue el momento en que pudo sentirse más a gusto, casi como de costumbre, rodeado de personas a quienes quería y que se preocupaban de él de la misma manera. Mariano estaba tan nervioso que apenas podía contener las lágrimas de emoción, pero se veía tan feliz que irradiaba, junto con Magdalena, una energía que era imposible de ignorar.
Tras volver al trabajo y terminar su jornada sin mayores contratiempos, regresó rápido al departamento para cambiarse otra vez y regresar a la tenida con que había asistido a la ceremonia civil; estaba aplicándose un poco de perfume cuando su móvil anunció una llamada de Martín. Había hecho el esfuerzo por mostrarse amable y cercano como siempre, pero en los pasados dos días había rehuido, de cierta forma, el intentar comunicarse con él; sin embargo, ya no podía seguir de ese modo, era fundamental controlarse y repetir una y otra vez que las cosas seguían el ritmo acostumbrado; Martín era su amigo y ambos estarían en una reunión social, para acompañar a los recién casados en su momento de alegría.

—Rafael, qué gusto —Lo saludó alegremente—, parece que no hablamos hace un siglo.
-Hola Martín —replicó el moreno—; estoy listo ¿Y tú?
-Preparado como figura de torta de novios, quizás hasta salgo casado ¿Nos encontramos abajo?

Rafael se repitió que todo estaba en orden, aunque no pudo evitar una punzada de nerviosismo mientras bajaba las escaleras hacia el primer piso.

—Y, ¿cómo me veo?

Martín había elegido un traje bastante clásico de un color beige listado, pero dando un toque sofisticado con una camisa blanca perlada y una corbata color terracota.

—Te ves muy bien, de verdad.
—Como me dijiste que era una reunión formal pero en tono de celebración, pensé que podía ir un poco más colorido ¿No es mucho?
—No, estás perfecto —Confirmó Rafael—, además tanto Mariano como mi hermana eligieron colores vibrantes para la ocasión.
—¿Cómo estuvo la ceremonia civil?
—Bien, fue algo breve —Explicó—; esas ceremonias son cortas y además los dos quieren hacer algo especial ahora. ¿Trajiste el auto?

El automóvil en el que habían ido hasta el lugar donde hirieron a Mariano algunos días atrás los esperaba en la calle; Martín desactivó la alarma y le hizo un gesto para que subiera.

—Fue una petición a medias, en realidad estaba hablando con mi jefe y le dije que tenía este evento y empecé a bromear con que iría en el transporte público con estas fachas, y una cosa llevó a la otra.

No era de extrañar; con el carácter afable que tenia, resultaba muy posible que lo hubiera logrado casi sin proponérselo. Rafael ocupó el asiento del copiloto y se ajustó el cinturón de seguridad mientras el trigueño ponía en marcha el vehículo.

—Estoy sorprendido: te iba a decir que fuéramos en un taxi.
—Con esto nos ahorramos esa carrera, el combustible es más barato, en cualquier caso; además, dejamos ese dinero para nuestra salida pendiente.

¿Qué evento podía estar en su futuro como una amenaza en las sombras? Rafael pensó por un momento en el asalto que sufrieron Magdalena y su ahora esposo, y sintió un estremecimiento ante una posibilidad sorpresiva e inesperada como esa.

—¿Salida pendiente? —preguntó algo ido.
—Claro, lo que sucedió —Explicó Martín—, tenemos que hacerlo, ya sabes, dos chicos jóvenes y solteros sueltos en la ciudad.

Lo había olvidado ¿Qué se suponía que debía hacer? No podía estar todo el día pendiente de él sin llamar la atención, y ante la posibilidad que había desterrado de decirle todo sobre ese asunto, no le quedaba otra alternativa que pretender que todo iba como de costumbre y hacer lo que estuviera en sus manos.

—Tienes razón, casi lo paso por alto. Pero ¿Para cuándo?
—Veamos después de fin de mes —comentó Martín con tono ligero—. Así puedo saber si va a ser una salida de celebración porque me quedo o de despedida porque me voy del trabajo.

Soltó una risa transparente, aunque a Rafael no se le hizo muy gracioso el comentario.

—No te veo preocupado.
—Estoy bien evaluado, eso es todo lo que puedo hacer además de ser responsable —respondió el trigueño, encogiéndose de hombros—, más que eso no hay, y tampoco me sirve angustiarme por ese asunto, al menos de momento puedo pasar este mes sin problema.
—¿Y en el trabajo no te han dicho algo al respecto? —preguntó Rafael.
—Nada de momento, solo queda esperar.

Llegaron al centro de eventos en donde estaban citados poco después de las siete y media; Mariano estaba en la puerta del lugar y los saludó alegremente; en ese momento llevaba vaqueros y una camisa, distinto del traje oscuro con que estaba en la ceremonia civil.

—Rafael, qué bueno que llegaron.
—Ya estamos aquí —replicó el moreno—, déjenme presentarlos.

Después de las presentaciones, Mariano estrechó con fuerza y calidez la mano de Martín.

—Con todo lo que pasó y el matrimonio encima no tuve tiempo de darte las gracias por tu ayuda cuando nos asaltaron; de verdad, muchas gracias.

Martín le sonrió amablemente, aunque un poco incómodo.

—No hay nada que agradecer, de verdad; solo ayudé en lo que pude y no fue mucho.
—Yo digo que sí —apuntó Mariano—, estoy agradecido por eso, y también muy contento de que seas amigo de mi cuñado.

El hombre se veía relajado y contento; hizo un gesto hacia el interior a ambos.

—Pasen y tomen una copa; yo me voy a retocar el maquillaje y vuelvo para la ceremonia ¡No me tardo!

Se alejó riendo por un pasillo lateral; el lugar era una casa antigua que había sido modificada para que la mayor parte de la primera planta y el jardín, techado, fueran utilizables para realizar eventos, mientras que la cocina y segunda planta eran salones para desarrollar labores acordes al evento como montaje de platillos y similares.
El ambiente estaba siendo animado por una agradable música ambiental; amigos de Magdalena, los padres de ambos novios, amigos y familiares de Mariano conformaban el grupo de alrededor de treinta personas que estaban compartiendo en esos momentos. Abigaíl y Benjamín se acercaron a Rafael.

—Al fin llegaste —comentó ella—, te estábamos esperando.

—Se saludaron y el moreno hizo las presentaciones correspondientes.

—Un gusto —dijo ella—, Rafael nos ha hablado de ti, dice que eres un amigo muy importante para él.
—Él también me habló de ustedes —replicó el trigueño—, los quiere mucho.
—Julio dejó grabado un saludo para cuando llegaran ustedes —comentó Benjamín con una sonrisa algo torcida—, dijo que estaba seguro de que llegarían juntos.

Rafael sintió una punzada de nerviosismo al pensar en que su amigo podría hacer algún comentario inadecuado, pero mantuvo la calma el recordar que les había dicho que su nexo con Martín era una amistad y no otra cosa; en la pantalla del móvil de apareció Julio, cuyo sonriente rostro estaba cubierto en parte por grandes anteojos oscuros, al parecer por estar al aire libre.

—Hola Rafael, estoy seguro de que te ves guapo como te aconsejé; ah, y tú debes ser Martín, ya tuviste el gusto de conocerme, luego tendré que devolverte la mano.

Rafael sonrió; a pesar de parecer una toma casual, la experiencia de su amigo hacía que se notara que cada detalle había sido considerado, desde el ángulo hasta el volumen del sonido ambiente.

—Ahora no lloren por mí, estoy filmando en exteriores y solo Dios sabe hasta qué hora; disfruten, bailen, beban y no conduzcan. Nos vemos.

Se despedía con una radiante sonrisa antes de que el video se fuera a negro.

—Bueno, ese fue el cinematográfico saludo de nuestro amigo —comentó Abigaíl con una sonrisa—, grabó otro para Magdalena, se lo mostraremos más tarde.

El grupo siguió conversando, y Rafael fue a saludar al resto de los asistentes; poco después regresó Mariano, ya vestido con el traje que había comprado para la ocasión, el que tenía algunas modificaciones que hacían que le quedara muy elegante y ajustado a su talla.

—Te ves genial —Le dijo Rafael, acercándose—, escogiste muy bien el traje, te lo dije.
—Gracias —apuntó Mariano—, ahora que lo estoy usando me siento más seguro y no es muy llamativo.

La madre de Rafael tomó lugar a un lado de una mesa alta preparada para la ocasión comenzó a hablar.

—Gracias a todos por estar aquí y acompañarnos en este momento.

Hizo una pausa, algo emocionada por lo que estaba sucediendo; el padre de la novia y los padres del novio se acercaron a ella, quedando los cuatro de frente a todos.

—Nosotros ya estuvimos en la ceremonia civil —declaró, repuesta—, pero los chicos querían hacer algo especial ahora, unos votos personales, así que los vamos a acompañar. Magdalena, por favor.

La hermana menor de Rafael se había ausentado un poco antes para prepararse; el hombre miró a su lado a su cuñado y vio que estaba muy tenso, con los ojos inundados en lágrimas.

—No voy a llorar.

Su declaración en voz muy baja nada tenía que ver con lo que estaba pasándole; en ese momento, Magdalena apareció en escena, luciendo el vestido diseñado por ella algún tiempo atrás. Llevaba el cabello recogido en un medio moño que dejaba caer el resto en cascada del lado izquierdo del cuerpo; un único pendiente de cristal tornasol daba la nota de brillo a su atuendo, que destacaba el maquillaje en tonos rosa.

—Oh dios mío —susurró Mariano—, se ve tan hermosa.
—Tranquilo —Le dijo Rafael apoyando una mano en su hombro—, conserva la calma.

Magdalena lucía emocionada y contenta, y miró a todos con alegría al quedar quieta junto a sus padres; Mariano avanzó con paso nervioso y se quedó de pie, mirándola muy fijo.

—Ustedes se conocen hace años —pronunció la madre de ella, con voz firme y clara —. Se quieren y prometieron acompañarse el Uno al otro; hoy dieron un paso que es importante para su relación y ahora quieren hacer algo más, una promesa para su vida, un compromiso de cara a las personas que los quieren.
Magdalena ¿Qué Te gustaría decirle a Mariano?

La chica sonrió y respiró profundo; ya sabía muy bien lo que iba a decir.

—Nunca pensé que me iba a comprometer siendo tan joven —Reflexionó, inspirando después—, supongo que de alguna forma pensaba que un compromiso era algo que hacer a una cierta edad. Pero contigo entendí que no es algo de edad: comprometerse y querer vivir con una persona es un asunto de amor y de entenderse, y no tengo ninguna duda de que quiero estar contigo.

Martín se acercó a Rafael con dos copas en las manos y le alcanzó una de ellas.

—Es como un juramento de casados, pero sin sacerdote ¿No?
—Si, ellos querían hacerlo así —replicó Rafael—, y me parece lindo, es más honesto.
—Tu cuñado está muy emocionado.
—Sí, es algo muy importante para él.

El aludido respiraba con algo de dificultad, tratando de mantener la compostura en ese momento; inspiró y soltó una vez más, e intentó hablar con claridad.

—Yo —Hizo una pausa, superado por la emoción—, lo siento, dije que no iba a llorar. Yo sólo quiero decir que soy demasiado afortunado de haberte conocido y de poder estar con una mujer fuerte y con tantas cualidades como tú. Y que voy a hacer todo lo que pueda para que seas feliz.

Se tomaron de las manos y se dieron un tierno beso en los labios, tras lo cual él la abrazó con fervor, entre los aplausos de todos.
Rafael se tomó un momento para mirar a todos en el lugar, y también a ese esperado y emotivo momento de compromiso. Ahí estaba la mayoría de las personas que le importaban, y lo que estaba pasando era mucho más que una ceremonia; era la oportunidad de estar juntos, de apoyarse y compartir una forma de ver la vida, de amar y descubrir los sueños y proyectos para el futuro. Y eso era lo que quería preservar a toda costa.

2


Después de la ceremonia y algunas palabras de los recién casados, la reunión siguió en un ambiente relajado y ameno para todos; gracias a su cordialidad y buen trato, Martín se había mezclado sin problemas con los invitados, y al poco parecía uno más en el grupo.

—Y entonces le dice “No, pero podría ser más tarde”

Las risas salieron de forma espontánea ante el relato, mientras el trigueño imitaba los gestos; Rafael había escuchado ese chiste suyo, pero le seguía pareciendo divertido, además que le gustaba que él estuviera tan integrado con todos.

—¿Ya me olvidaron? —preguntó livianamente mientras se acercaba al grupo en donde estaba el trigueño y sus amigos del trabajo.
—Totalmente —replicó Abigaíl alzando una copa hacia él—. Te reemplazamos por tu amigo más joven y escultural que tú.
—Eso es maldad.
—¿Y en qué trabajas Martín?

El aludido hizo un encogimiento de hombros, como quitando algo de importancia al tema.

—Por ahora, en lo que sea; ventas, atención de público, pero no los voy a aburrir con eso.
—No es aburrimiento —comentó Benjamín—, pero me suena a que estás buscando.
—Un poco, sí. No me quiero quedar quieto, me gusta el dinamismo.
—Buero, si es así —Le replicó el otro hombre—, si necesitas un dato, están contratando personal en la librería Andes ¿la conoces?

Rafael había pasado por ahí en varias ocasiones; cerca de su trabajo, junto a una iglesia, estaba una sucursal muy antigua de esa librería, y no se le había ocurrido acercarse a mirar al tablero de anuncios que tenían en la pared junto a la puerta de entrada. Ese tipo de letrero era una costumbre muy antigua y esa librería lo había conservado probablemente para mantener la estética clásica que caracterizaba a la construcción en donde se ubicaba.

—Sí, en el centro comercial en donde trabajé había una, no se me ocurrió pasar a preguntar.
—La casa central es la que está al lado de la plaza de armas —explicó—, ahí reclutan gente.

Entonces la que él había recordado era la indicada para eso; le pareció curioso que esa información lo llevara tan cerca de donde él trabajaba, tan solo algunas cuadras hacia el norte caminando por el paseo peatonal.

—Muchas gracias —Estaba diciendo Martín—, iré a ver pronto.
—¿Alguien quiere más Martini?

De pronto, Rafael se sintió distinto, y dejó de escuchar la conversación; había algo familiar, una sensación que le era muy conocida pero que no conseguía entender del todo. Estaba sucediendo, era algo real.

Habían empezado a organizar su tiempo de acuerdo con los horarios de trabajo; él tenía turnos que podían cambiar de la mañana a la noche, y días de descanso que también podían rotar, lo que era algo complejo para poder verse, pero que decidieron tomar como una buena opción de refrescar el panorama y sentirse libres ante nuevas opciones.
Eran amigos a vista de los demás, pero su relación era la de una pareja formal cuando estaban solos.

—¿Rafael?

Dio un respingo en el asiento cuando notó que le estaban hablando; había perdido por completo el hilo de la conversación y la noción del tiempo.

—¿Qué, cómo?
—No recordaba que fueras tan sensible al alcohol —opinó Abigaíl con una media sonrisa.

No, no era el alcohol, pero prefería que pensaran eso a tener que decir la verdad de lo que estaba pasando; paseó la mirada por el grupo, y se preguntó qué tanto de ese desconcertante recuerdo se había reflejado en su cara. Optó por ponerse de pie, haciendo un gesto para quitar importancia a lo que sucedía, como si de verdad el suave brebaje hubiera hecho efecto en él.

—Creo que la anterior me la bebí muy rápido —Bromeó separándose del grupo—. Voy a mojarme la cara o tendrán que sacarme de aquí en una carretilla; ahora vengo.

Esperando que sus palabras hubiesen sido suficiente para distraer la atención, Rafael se alejó hacia uno de los baños habilitados en el lugar. Agradeció encontrarlo vacío, y se quedó un momento frente al gran espejo, apoyado en uno de los tres lavamanos mientras se miraba con un dejo de ansiedad.
No soy yo, no soy yo, se repitió mirando fijo en sus ojos; otro fragmento de sueño, un trozo de recuerdo que no era suyo, vagando frente a su mirada, casi como si pudiera tocarlo, como si de verdad hubiera en ello una clave que no conseguía descifrar.

—Muy fuerte el Martini ¿No?

Miró por el reflejo y vio a Martín apoyado en la pared, mirándolo de brazos cruzados; fantástico, no había conseguido engañarlo.

—Sólo fue algo leve, por la que me tomé antes.

Se estaba agarrando a un clavo ardiendo, y falló por completo; Martín le dedicó una mirada un poco preocupada.

—Si hay algo que te esté pasando, sólo dilo, aquí estoy.

La posibilitad de decirle que tenía unos extraños sueños en donde un hombre muy parecido a él moría resultaba absurda y por completo fuera de lugar; incluso si pudiera hilvanar todos esos trozos de historia en algo remotamente coherente, le resultaba imposible explicar con propiedad lo que sentía o la forma en que estaba seguro del origen real de aquellos recuerdos. No se trataba de creer, sino de saber, pero era más sencillo saberlo en su interior que transmitir ese mensaje.

—Gracias —replicó hablando con calma, controlando las emociones—, pero estoy bien, en serio.

Su mentira era tan débil que casi podía verse a través de ella; Martín lo miró un momento en silencio, sin cambiar la expresión en su rostro. Rafael quiso hacer algo normal como mojarse la cara, pero en cambio se quedó quieto, fingiendo normalidad mientras por dentro temía temblar y revelar su nerviosismo si se movía.

—Bien, como tú digas —replicó el trigueño al fin, volteando hacia la puerta—, en ese caso no tengo de qué preocuparme.

Estaba a punto de salir; Rafael se dijo que ya lo había logrado, que no tenia más que esperar  un momento más; pero Martín se detuvo justo antes de salir, y le habló con un tono casual, aunque sin mirarlo.

—Aunque tú y yo sabemos que no te hizo efecto el Martini, porque no te tomaste otra copa antes de esa.

No era una recriminación en regla, pero era evidente que Martín lo había dicho por una razón; había descubierto esa mentira desde un principio, y en vez de usar esa información de forma negativa, estaba dando la chance de estar ahí y escuchar si era necesario. Todo eso hacía que la mentira de Rafael, por superficial que fuera, sonara mucho peor, ya que daba la impresión de no estar teniéndole confianza.

—Voy a estar por ahí con los demás.

No esperó respuesta y salió, dejando la puerta cerrándose lentamente por el silencioso mecanismo que la sostenía.
Rafael se sentía mal por lo que acababa de pasar, pero se dijo que no tenía otra alternativa; decirle todo aquello que estaba pasando por su mente, incluso si no estuvieran en ese entorno, sería el comienzo de una bola de nieve imposible de detener. No conseguía imaginar la reacción exacta de Martín ante una situación como esa, pero si tomaba como referencia su propia experiencia al respecto, lo menos que podía suceder era que no creyera una sola palabra, o que creyese que estaba delirando.

Afuera, Martín deambuló por el amplio espacio en donde se desarrollaba la animada reunión; no estaba molesto por la repentina actitud tan reservada de Rafael, y de alguna forma no le sorprendía. Rafael era más introvertido que él, pero desde un principio sintió que él se encontraba en confianza cuando conversaban, de modo que fue natural pensar que, al verlo incómodo o en una situación donde las cosas no iban bien, se ofrecería para escucharlo.

—Martín.

La voz de Magdalena lo sacó de sus pensamientos; la flamante esposa se acercó a él radiante y sonriente.

—¿Cómo te sientes en nuestra reunión?
—Muy bien —respondió cordialmente—, todo está perfecto.
—¿Y mi hermano? —Preguntó ella mirando en todas direcciones—. No me digas que te dejó abandonado.
—Para nada —Hizo un gesto para apaciguar el comentario—, solo fue a mojarse la cara; se tomó una copa de un solo trago y se mareó un poco.
—Mi hermano tomando una copa de un solo trago —comentó ella, perpleja—, eso sí que es una sorpresa, Rafael bebe pero siempre de forma muy controlada.

Eso Martín ya lo sabía, pero decidió mantener la versión entregada por su amigo en primer lugar.

—Sí, creo que se dejó llevar por el sabor en realidad; pero no era algo grave.
—Me habría gustado ver eso, realmente —comentó ella con tono alegre— ¡Rafael! —agregó llamando a su hermano—. Ven acá ahora.

Rafael se demoró en acercarse a ambos, estudiando las expresiones de los dos; su hermana lucia contenta, mientras que Martín parecía igual que de costumbre.

—Martín me dice que pretendes emborracharte ¿En mi matrimonio? —Puso los brazos en jarras? — ¿Te das cuenta de cómo me siento con esa idea?

Martín se había ubicado un paso atrás, fuera de la vista de ella, y le hizo un gesto de complicidad, diciendo sin palabras que lo estaba apoyando en esa charada.

—No me estoy emborrachando, estaba exagerando —contestó tratando de sonar lo más natural posible—, sólo fue un trago un poco largo pero es temprano para ver doble.

Por suerte, ella estaba en la dinámica de bromas con él, de modo que podría esquivar cualquier probable sospecha.

—Espero que sea así, te lo advierto.
—Te prometo que no haré ningún espectáculo —Le sonrió e hizo la señal de promesa con la derecha—. No me verás bailando arriba de las mesas ni nada parecido.
—Más te vale.

Ella se alejó hacia unos amigos que la estaban saludando, y por un momento los dos hombres se miraron fijo, sin decir palabra; antes que uno de los dos hablara, el padre de Rafael se acercó a ellos con el móvil en las manos.

—Hasta que los veo juntos. Este muchacho —indicó a Martín—, es muy simpático y amable, te lo digo.
—Gracias —comentó el aludido, sonriendo ante el cumplido—, pero me está halagando mucho.

El hombre mayor le dedicó una mirada que Rafael reconoció como sus clásicos análisis humanos; conocía a las personas con facilidad y casi nunca se equivocaba.

—Ustedes dos se llevan muy bien, son buenos amigos.

No supo si fue a propósito o no, Martín no habló en primer lugar, dejando esa responsabilidad en Rafael; dudó una milésima de segundo, pero optó por decir lo que sentía y confiar en Martín.

—Es cierto —Se aventuró a decir—, Martín es un amigo genial y sé que puedo contar con él.
—Eso es bueno —reflexionó su padre—, tener personas en quien confiar; y ya que están juntos aquí, quiero una foto de los dos, espero que no me digan que no.

Se pararon uno al lado del otro, y para tranquilidad de Rafael, Martín lo abrazó pasando una mano por encima de su hombro; pareció cono si gracias a la foto todo se hubiera arreglado.

Por la noche, Rafael y Martín se despidieron de todos y salieron charlando animadamente; la reunión después de la ceremonia había sido amena para todos, en especial para los novios, quienes en todo momento se preocuparon de conversar y compartir con sus amigos y familiares. Por momentos parecía que todo estaba igual que antes entre ellos, pero se sintió en la necesidad de decir algo, aunque no fuera la verdad que había decidido callar.

—Martín, escucha, sobre lo que pasó en la tarde…
—No hay nada pendiente, tranquilo —dijo mientras sacaba las llaves del bolsillo.

Estaban cada uno a un lado del auto; Rafael vio en Martín la misma mirada honesta que se había ganado su confianza desde casi el primer momento.

—No quiero que parezca que no confío en ti.
—Entonces no mientas —Martín se encogió de hombros—. No hay que hacerse el fuerte, eso no es necesario; si quieres hablar de algo, dilo, y si no, dímelo también y eso es todo.

Tal vez podría haber aplicado ese sencillo razonamiento, de no ser porque su mente se encontraba aprisionada por todo tipo de complejos pensamientos; al menos podía decir que las cosas habían salido bien en la ceremonia, y que a pesar del malentendido, su amistad no había sido perjudicada.

—Tienes razón —Admitió mientras subían al auto—, sólo quiero decir que confío en ti, de verdad.

Poco después llegaron al edificio y se separaron; Rafael acababa de entrar en su departamento cuando recibió un mensaje de su padre.

«Para que tengas una copia por si no se sacaron una foto juntos.»

El breve mensaje estaba acompañado por la foto, que en el momento no había tenido la oportunidad de mirar con atención; ambos sonreían de forma muy relajada, distraídos y unidos de forma amistosa. Le gustó ver que esa cercanía entre ambos se transmitía incluso en la imagen, y que la preocupación que él sentía no había traspasado más allá de los muros de su mente. Estaba escribiendo un agradecimiento para su padre cuando este envió una segunda foto.

«Tu madre dice que con este filtro se ve muy bien, es estilo antiguo.»

Se trataba de la misma imagen, pero con un filtro en blanco y negro y un marco de efecto desgastado en los bordes; el hombre se quedó inmóvil a tan solo unos pasos de la puerta, contemplando el teléfono en su mano como si fuera algo ajeno a este mundo.

—No puede ser.

En ningún momento desde que tuvo ese revelador sueño se le pasó por la mente hacer algo tan sencillo, pero que podía cambiar tanto a la vez; la foto, en blanco y negro, era una especie de retrato irreal, una captura imposible en el presente, pero real en el pasado.

Los rasgos se desdibujaban un poco, y ciertas formas óseas tomaban un aspecto distinto; tan ligero como para no llamar demasiado la atención, pero tanto como para establecer una conexión más y más fuerte. Viendo esa foto de aquel modo, la imagen del hombre al que llamó Miguel y su pareja era parecida de un modo alarmante a Martín y él.
Como si fueran antepasados, personas de otro tiempo.
Se había repetido tantas veces que no era él, que ese recuerdo no era suyo, pero por momentos dudaba y se decía que quizás tenía otro significado, que ese parecido era algo de su imaginación; pero con esa foto modificada fue imposible equivocar el camino. Ellos dos habían existido algún tiempo atrás, existieron, fueron amados el uno por el otro, y de alguna forma, contraviniendo las leyes de la lógica, seguían en el presente, estaban ahí a través de ese sentimiento y esas fracciones de memoria, ajenas a él por completo, pero vívidas y palpables
Ya no había duda en su mente, todo lo que estaba sucediendo era una advertencia; antes había pasado algo que destruyó las vidas de dos personas, y por algún motivo que no podía comprender, de alguna forma las cosas estaban a punto de repetirse.
Martín estaba caminando sin saberlo por el borde del precipicio, y la única forma de descubrir cuándo iba a caer era tener en sus manos la mayor cantidad de información posible.
Tenía que sumergirse en esos sueños y buscar una clave para poder evitar que algo malo sucediera.


Próximo capítulo: Una clave incierta

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