La traición de Adán Capítulo 17: Mariposas calcinadas



La mañana del día de la inauguración de la galería avanzaba rápidamente, y Carmen estaba tranquila en su departamento, hasta que tocaron insistentemente a la puerta. Le pareció extraño que no usaran el timbre, y tocaran de forma directa; al comprobar quién era, abrió, pero se quedó en el umbral de la puerta.

—Pilar, ¿qué haces aquí?

Se le veía algo demacrada, y lo que más llamaba la atención de ella, era la expresión de su rostro; definitivamente estaba enfadada.

—Había pensado dejar esto para otro momento —dijo, entrando sin preguntar—; incluso me dije que el asunto podía esperar, pero después lo pensé mejor; sé que hoy inauguras tu galería, pero no voy a privarte de nada.

Carmen alzó las cejas, sorprendida de la intromisión en su espacio, y de la extraña actitud de la joven; cerró la puerta con lentitud a su espalda, mirándola con extrañeza.

—No sé de qué estás hablando, pero no recuerdo haberte invitado. Cuando te necesite, te llamaré.

Le hablaba como a un empleado. Qué indiferencia qué capacidad de ignorar a alguien a quien había visto crecer. ¿Acaso cambiaría al saber la verdad, o seguiría importándole tan poco como ahora? Pilar Sintió un escalofrío al plantearse esa pregunta, pero después de lo que había descubierto, no podía seguir guardando silencio.

—En realidad no creo que te importe, pero no voy a quedarme con esto aquí dentro, tú también tienes que saberlo.
— ¿A qué te refieres?

Al fin, después de toda una vida, pudo ver a su madre como una persona real, con todo lo que eso significaba, y por primera vez, pudo sentir que, al hablarle, no tenía que respetarla ni temerle; ni siquiera insultarla, la verdad haría el trabajo necesario.

—A todo lo que ha pasado entre nosotras, desde siempre —explicó con una serenidad que la sorprendió—, porque haciendo memoria mamá, es lo mismo que antes; siempre me has subestimado, siempre me has considerado... poca cosa para ser tu hija, y yo siempre traté de contentarte, siempre quise que me valoraras por quien soy, pero nada funcionaba —miró un cuadro—. Tú tenías cosas más importantes de qué ocuparte.
—No tengo ganas de escuchar esa clase de cursilerías de ti —la interrumpió Carmen—, no después de cómo te has comportado.
—Como según tú me he comportado —la corrigió la joven, impasible—, porque las cosas son muy distintas ahora que cuando me echaste de tu casa, gritándome que era una traidora y una ladrona.

A Carmen se le agotó la paciencia, y decidió reflotar el asunto que había ignorado desde su regreso al país.

—Pero si eso es lo que eres —exclamó, decidida—, o dime cómo se le llama a una hija que le roba a su madre algo invaluable y lo vende al mejor postor.

Pilar respiró. Otra vez el mismo desprecio, de nuevo la misma rabia; sabía que después de lo que iba a decir nada mejoraría, pero ya no importaba, porque ya había llegado al límite de la humillación.

—Es divertido que ahora recuerdes que soy tu hija —comentó con dureza—, por lo visto es solo porque te conviene. Pero si algo recuerdas de lo que pasó, tal vez se te pase por la mente que esa tarde te supliqué de rodillas que me ayudaras y que me creyeras, y no solo me diste la espalda, también me echaste de tu vida, me maldijiste; y no conforme con eso, hiciste lo posible para perjudicarme. Qué clase de madre le hace eso a una hija sin escucharla.
—No te atrevas a hablarme así.

Pilar la fulminó con la mirada; durante años había temido replicar a sus palabras, pero ahora, sabía que podía hablar con ella, de igual a igual, era un derecho que se había ganado.

—Me atrevo, Carmen Basaure —le espetó, desafiante—, me atrevo a decirte que no eres una madre, porque una madre de verdad, iría al infierno por proteger a un hijo, y a ti te bastó con ver un par de papeles para arrojarme de tu vida. Jamás me quisiste.

Carmen iba a decir algo pero no lo hizo, ahogada por una exclamación que más parecía por sorpresa que por verse afectada por las palabras de Pilar. La joven sacó de su bolso un disco en un sobre transparente.

—La venta de tu querida colección de arte no la hice yo, y ahí está la prueba; como te dije entonces, soy inocente, y fui utilizada porque quisieron perjudicarme. Fui una estúpida por confiar en las personas equivocadas, pero aunque permití que me hicieran daño, eso no te quita la responsabilidad en lo que hiciste, o en lo que me dijiste.
Si quieres saberlo por adelantado te lo diré, la responsable de esto, quien falsificó mi firma y envió gente a perjudicarme fue la madre de Micaela.
— ¿Qué?

La pregunta no tenía otro toro, más que el de una persona incrédula de la información que estaba recibiendo; y de alguna forma, también, por el hecho de reabrir una herida cerrada. Pero Pilar sabía que esa herida no era por ella, sino por la colección de cuadros.

—Así es, y en la grabación que hay en ese disco lo vas a comprobar.
—Eso es ridículo, no hay ningún motivo para que ella...
—Ella fue la única que salió ganando —siguió Pilar, implacable— ¿No lo ves? La verdad siempre ha estado ahí frente a tus ojos, pero si no quieres entenderlo, no te mereces más mi insistencia. Solo vine a eso, ahora si te satisface más seguir engañada, déjalo, si quieres comprobar lo que te estoy diciendo, entonces escúchalo, es material de primera, lo grabé en un disco para que puedas escucharlo con toda comodidad, como a ti te gusta.

Salió del departamento sin decir más, dejando a Carmen perpleja; la artista miró el disco con desconfianza, casi como si pudiera hacerle algún daño, pero no sabía aún si sería peor la incertidumbre o la verdad. Desde siempre había predicho que Pilar le provocaría problemas, y ahora mismo no sabía qué pensar, más bien parecía todo orquestado como parte de un plan de ella. Sin embargo y aunque tenía cientos de dudas al respecto, la curiosidad pudo más, y finalmente la artista tomó en sus manos el disco, decidida a escuchar su contenido.

2


— ¿Sabes para qué vuelan las mariposas?

La mujer se quedó inmóvil, escuchando. Habían entrado al departamento sin permiso y sin avisar, y en ese momento la chica que hacía las labores no estaba, por lo que se encontraba sola ante la intromisión. Bernarda salió del escritorio, y miró hacia la puerta de entrada, pero estaba cerrada; habían usado llave.

—Las mariposas vuelan para llegar al cielo. Pero nunca lo logran, porque cuando están demasiado alto, la luz del sol les quema las alas.

La mujer volteó lentamente, hacia la sala; no creyó escuchar de alguien más esa críptica descripción, pero había pasado y sabía quién era la persona que había entrado por su cuenta a su departamento.

—Micaela.

La vio, y al momento se sintió sorprendida: físicamente se veía como de costumbre, quizás con el cabello más largo, pero su expresión era distinta, su rostro estaba endurecido, la mirada afilada como un puñal.

—Hola, Bernarda.

Bernarda Solar miró de pies a cabeza a Micaela; tenía la sospecha de que ella volvería en algún momento, pero pensó que se tardaría más.

—Pudiste avisarme, te habría tenido algo especial.

Un saludo típico para ganar tiempo; pero en el estado mental en que se encontraba Micaela, no seguiría su juego. De la tristeza había pasado a la rabia, y no pretendía guardarse lo que tenía dentro.

—Ya sé lo que hiciste. Ya sé que tú armaste la estrategia para quedarte con la colección Cielo y que me mentiste para lograrlo/ que manipulaste todo desde un principio. Ya sé todo lo que hiciste, mamá.

Lo último lo dijo como disparando un arma; Bernarda la miró fijo, así que después de esos meses finalmente lo había descubierto, no podía culparla por estar enfadada, pero desde su punto de vista, nada más.

—Qué sorpresa, no creí que estuvieras investigando este tema después de tanto tiempo.
—Me mentiste Bernarda. Me hiciste creer que estabas de mi lado, mientras a mi espalda tramabas la forma de intrigar contra mi relación con Pilar. Usaste mi cercanía con ella para conseguir información, y te valiste de engaños y falsificaciones.

La mujer se reclinó ligeramente en un aparador, sonriendo.

—Culpable de esos cargos —replicó sin inmutarse—, por fin caen las máscaras hija mía, ahora podemos hablar con la verdad.
—Quiero que me digas por qué.
—Porque nunca iba a estar de acuerdo en esa aventurilla tuya con esa muchacha. ¿Por qué más?

Micaela la miró con desprecio. Siempre había sabido que su madre era una bestia de caza en los negocios, y nunca la apoyó ni estuvo de acuerdo, pero de alguna manera creyó que por ser su hija, ella establecería un límite de no dañar, de no destruir. Qué estúpida había sido.

—Eso ya lo había supuesto, me refiero a por qué me hiciste creer que eras mi aliada.
—Porque era la única forma de entrar en el área de Carmen sin poner en riesgo mis planes —respondió la otra, sin alterarse—; todo se trataba de oportunidades.

La joven vio por un momento la escena desde afuera, con ella por un lado, joven, natural, sincera, y por el otro Bernarda, madura, artificial, mentirosa. No tenía ningún sentido estar allí pidiendo explicaciones, mejor era pasar a la parte importante. Tomó en sus manos una costosa figura tallada a mano en cristal blanco, una especie de hada con corazón de brillante.

—Así que solo fue otro negocio —comentó jugando con la estatuilla—, otro día, otro billete para ti, nada más y nada menos. Solo otro comerciante pequeño expropiado, porque pondrás en lugar de su tienda una automotora, otro grupo de obreros despedidos para abaratar costos, otra empleada tirada a una casa de reposo, a cambio de una más joven. Eso fue para ti tu hija, y yo que creí que me mantendrías al margen de tus maquinaciones, al menos para no perjudicar tus propios intereses.

Arrojó violentamente la figura contra una pared, haciéndola mil pedazos; Bernarda contrajo los músculos de su cara al ver la destrucción de una de sus posesiones, pero se mantuvo firme, a tres metros de distancia de la más joven, decidida a no dejarse intimidar por nadie, como siempre.

—Estás haciendo un melodrama barato —atacó, haciendo ojos ciegos a la estatuilla—, a fin de cuentas, yo no soy la bruja de la historia si eso es lo que pretendes. ¿O acaso fui yo quien se llenó de desconfianza?

Eso fue un golpe bajo, y Micaela sabía que lo recibiría, pero por suerte, ya se había culpado tanto desde la jornada anterior, que tenía asimilado ese dolor.

—Claro que no, pero sí eres responsable de tus actos, a la larga todo lo que haces termina por tener una consecuencia, no puedes ser tan inocente como para creer que eso no pasará nunca. Soy una tonta, fui la mujer más estúpida del mundo al creer que tú, específicamente tú, ibas a tener alguna cuota de humanidad teniendo un botín jugoso a la vista; te creí, te creí tu apoyo y tus palabras, incluso di por correcto que me pidieras mantener lo nuestro en secreto, porque pensé que era el precio que tenía que pagar por tener a mi madre de aliada. Luego —continuó con rabia—, estuvo esa noche en la galería, cuando estábamos tú y yo y me mostraste esa horrenda pintura: un cielo tormentoso iluminado por infinitos colores, salidos de las alas de las más exquisitas mariposas, volando en ascensión hacia el cielo.

Se detuvo por un momento, recordando esa jornada; ella siempre se refirió a Pilar como “mariposa” pero no tuvo la capacidad de ver que, en ese cuatro que su madre le mostraba como si fuera una inocente adquisición, estaba la lectura correcta, la predicción de lo que terminaría sucediendo.


¿Lo recuerdas? Las que estaban más arriba, con las alas incendiándose; me dijiste cuál era el concepto de esa obra, y mientras yo miraba esas frágiles vidas destruirse, te escuchaba diciéndomelo ¨nunca logran llegar al cielo, porque cuando están demasiado alto la luz del sol les quema las alas¨ Y sabías que yo le decía a Pilar que era mi mariposa, tú lo sabías. ¿Qué te ocurrió en ese momento? ¿Estabas advirtiéndome en un momento de debilidad, a ver si yo comprendía el mensaje, o simplemente estabas anunciando mi destino?
—Un poco de las dos cosas —contestó Bernarda, sin alterarse—; pero como te darás cuenta, nada de eso importa ahora, y ni siquiera en ese momento; lo importante ya estaba hecho, no iba a dar pie atrás, y lo mismo digo de ti, no te arrepentiste de mezclarte con esa chiquilla, y ahí tienes; pudiste elegir mantener tus gustos como un elegante secreto, pero escogiste el camino difícil. Pude haberte dado el mundo si hubieras sido más inteligente, fueron tus decisiones las que te llevaron a donde estás. Todo el amor que supuestamente tenías ni siquiera era tan grande después de todo.

Micaela miró de arriba a abajo a su madre; esa era la verdadera, la que había visto siempre y no otra. La empresaria sonriente, excelente anfitriona, falsa desde el amanecer hasta la noche; pero quizás, en su principal fortaleza podría encontrar una debilidad.

—No estoy hablando de eso, ya te lo dije. Mis sentimientos por Pilar y lo que pueda pasar con ella son asunto mío, pero te concierne actuar contra tu hija, y lo sabes. Estás completamente sola en el mundo, mi papá huyó de ti, tus amigos solo se te acercan porque vives un buen momento, y no cuidas a tu hija ni siquiera por interés.

Bernarda sabía desde siempre que ser madre no era lo suyo, y en realidad Micaela había sido un dolor de cabeza desde que se convirtió en lesbiana, pero ya era irrelevante, simplemente tenía que quitarla del camino.

—No tengo interés en ti, no te necesito Micaela, siempre he sido autosuficiente, y si ya terminaste tu teatro, es mejor que te vayas.
—No tengo mayor interés en quedarme contigo aquí —la chica esbozó una ruda sonrisa—, pero sí quiero que sepas que no me voy a cruzar de brazos viendo como le sigues arruinando la vida a los demás.
— ¿Y qué vas a hacer? ¿Destruir mis adornos?

Micaela la miró fijamente; escuchar a la propia madre hablarle como a una desconocida era duro, pero lo superaría, y cumpliría con lo que estaba anunciando.

—No sé exactamente lo que voy a hacer; tal vez no voy a destruirte a ti —sentenció, decidida— tal vez no pueda cambiar el engaño que hiciste, pero te conozco, Bernarda Solar, y no solo puedo entrar a tu departamento, también conozco varios otros sitios, veremos qué tan molesta puede ser para una leona como tú una mariposa volando a su alrededor.

Una hora después, Micaela estaba en la obra del Boulevard, y aprovechó un momento para hablar con el mismo obrero que había visto saliendo del edificio de la constructora anteriormente.

—Mario, quiero que me digas por qué estabas en el edificio de la constructora.

El hombre la miró, sorprendido. Disimuló la sorpresa lo mejor que pudo, pero ella notó que había dado con algo importante; sabía que era una estupidez darse a conocer de regreso, pero con Bernarda rondando la constructora, su destino estaba sentenciado, así que no disponía de demasiado tiempo.

— ¿En el edificio? Nunca estuve ahí, además ¿para qué?
—No lo niegues —replicó ella—, sé que tienes estudios de informática, y creo saber lo que hiciste, pero quiero que primero me lo digas tú. Sé que hemos trabajado muy poco, pero siempre estuve de su lado, respétame un poco y dime la verdad, me lo merezco.

El hombre tragó saliva. No tenía escapatoria, y ella lo estaba presionando con todo lo que podía.

—Tiene que comprender que es mucho dinero, y lo necesito.

Podría haber dejado la conversación hasta ese punto, pero no lo hizo; no se iba a negar a ninguna verdad de nuevo.

—No te voy a juzgar. Solo dímelo.
—Me pagaron por conseguir información de los proyectos que lleva don Esteban —explicó el trabajador en voz baja—, y lo hice. Es mucho lo que me pagaron, lo siento, pero lo hice por mi familia.
— ¿Quién te pagó?
—La misma mujer que estuvo aquí la otra vez. Por favor no le diga a los demás, o van a matarme.

Micaela lo miró, y comprendió por qué personas como Bernarda tenían éxito: porque había personas como él que les pavimentaban el camino, sacrificando ideales, dignidad y hasta su vida por ellos, quizás por intereses propios que eran respetables, pero haciendo las cosas del modo incorrecto.

—No le voy a decir a nadie. Además, no tendría sentido, me van a despedir dentro de muy poco.
— ¿Por lo que hice?
—No, iba a pasar igual —y añadió, con tristeza—. Eres un buen hombre Mario, no te arriesgues a colaborar con este tipo de gente, porque así como ahora te pagan por algo que necesitan que hagas, el día de mañana le pagarán a otro para quitarte de su camino si les estorbas; cuídate mucho de las personas como Eva San Román, con ellos lo único que tienes claro es que algún día te causarán problemas.

3


— ¿Y ahora qué hago?

Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, después de las visitas que les había hecho a Micaela y a su madre; no sabía definir si estaba triste o no, pero estaba muy claro que estaba cansada. Tenía tanto que agradecerle a su amiga, desde escucharla hasta darle fuerzas para enfrentar esa difícil situación, sin olvidar que fue su idea que grabara la conversación con Marcia, para tener a su disposición una prueba concreta.

—Mira, lo importante es que ya diste ese paso tan importante.
—No lo habría logrado sin tu apoyo.
—Ni lo menciones —comentó la otra sonriendo—, es lo mínimo que haría por ti, amiga. Ahora, si ya pasaste esta etapa, creo que deberías hacer alguna clase de proyecto nuevo.
— ¿Pero de qué, con qué dinero?
— ¿Cómo que con qué dinero? Pues —le indicó, con los brazos en jarras—, con el del pago, ese que tienes ahí desde hace ocho meses.

Pilar frunció el ceño.

—Nunca he pensado en usar ese dinero, creo que no corresponde.
— ¿Y por qué no? Ese dinero no es mal habido si es eso en lo que estás pensando, es un pago mínimo en comparación con todo lo que has sufrido mujer; tómalo como una indemnización, si se pudiera enjuiciar a alguien por lo que te hicieron, exigirías una reparación o una multa, esto es exactamente lo mismo.
—La verdad es que no lo había tomado de esa manera.
—Ya veo. Pero hazme caso, te aseguro que es la mejor decisión.

Pilar sabía que había estado haciendo algunas cosas, además de algunas inversiones con el dinero que le dejara su padre, pero la idea, ahora planteada, tenía sentido.

—Margarita, y tú ¿qué harías con ese dinero?
— ¿Yo?
—Claro, es tu idea, dime en qué lo usarías.
—Pues si lo pones así... mira, la verdad yo pondría un restaurant o algo parecido, en estos tiempos está de moda eso de los lugares temáticos y tú has viajado, así que tienes más conocimientos.

Pilar se lo pensó un momento. La idea tenía sentido tanto por el argumento de Margarita como por la perspectiva de estar ocupada.

— ¿Sabes qué? Que me parece una idea genial, eso voy a hacer, y tú vas a ayudarme.
—Pero cómo te voy a ayudar yo mujer, si no sé nada de negocios.
—Pero sabes de recetas —replicó, animándose—, y yo no. Así que te voy a contratar, desde ahora serás mi asesora, pondremos un restaurante que será un éxito, y nos vamos a olvidar de todos estos problemas.

Interiormente sabía que no sería fácil, pero si ya había enfrentado a su madre y a Micaela, seguramente todo lo demás era tarea que podía enfrentar; no más escapes, se iba a quedar en el país de forma definitiva, le gustase a quien le gustase, y usaría ese dinero para crear empleos, y también para ayudarse a sí misma.


Próximo capítulo: Paraíso sin retorno




Contracorazón Capítulo 16: Un abrazo imposible




Faltando una semana para la boda de Magdalena y Mariano, las cosas para el novio estaban mejorando; la recuperación de la herida había avanzado sin mayores complicaciones, y el hombre ya podía hacer medio reposo, todo un alivio para él luego de los primeros días de descanso absoluto y vigilado por madre y novia. Así las cosas, el sábado Rafael se levantó temprano, con la idea de adelantar algo del proyecto que tenía en manos: llevaría un pastel de carne con gratinado de queso y verduras para el almuerzo en casa de su hermana al día siguiente. Mientras pelaba las papas, tenía en televisión un programa de cocina para guiarse en algunos pasos de la receta; podía hacer un pastel de carne sencillo por sí mismo, pero quería hacer algo más elaborado y para eso necesitaba algo de asistencia.
El chef que estaba en pantalla había tomado notoriedad en los medios después de publicar una serie de videos en donde criticaba los clips perfectos de recetas que abundaban en los canales, aquellos en donde los utensilios se multiplicaban hasta el infinito, los ingredientes más costosos o raros eran demasiado sencillos de conseguir, y todo funcionaba como una película; después de eso, su canal se hizo conocido por mostrarlo haciendo el proceso en tiempo real, incluyendo el lavado de los accesorios o las dificultades habituales en una casa como no tener una enorme variedad de cuchillos a disposición.
A Rafael le agradaba su programa y la forma didáctica de enseñar, y además le parecía muy atractivo, lo que era un regalo extra al momento de verlo; después de preparar los ingredientes y dejar en el refrigerador, limpió la cocina y ordenó un poco, justo a tiempo para contestar una llamada de Martín.

—¿Cómo va?
—Bien —respondió mientras sacaba una botella de gaseosa—, estaba adelantando un poco de trabajo para mañana.
—¿Mañana? —preguntó Martín.
—Sí, iré a almorzar donde mi hermana y llevaré un pastel de carne.

Martín silbó sorprendido al otro lado de la línea.

—Vaya, eso es mucho trabajo; yo no soy tan bueno cocinando, creo que soy mejor como ayudante ¿Recuerdas cuando te dije el otro día que estábamos preparando algo en casa de mis padres? Pues yo era más bien el trae esto, termina aquello, cuida que no se queme eso.

Los dos rieron ante el comentario; el trigueño siguió con la conversación yendo a lo que era más próximo.

—¿Sigues ocupado?
—No, terminé recién lo quería hacer —replicó Rafael.
—En ese caso, podríamos salir pronto, dan las once de la mañana y quiero llegar donde mis padres antes que empiecen a cocinar, para que no me acusen de no ayudar.

Rafael estaba pensando en lo mismo, ya que durante la semana no hablaron de ese tema a pesar de haber estado en contacto.

—Sí, creo que es buena hora. Me cambio de ropa, me ordeno un poco y bajo ¿En diez minutos?
—Perfecto. Nos encontramos abajo.

Se reunieron poco más tarde y fueron en dirección al metro, charlando animadamente; en medio del trayecto el trigueño recibió un mensaje en el móvil, que lo hizo sonreír al leer.

—Es de Carlos —explicó—. Dice que papá anda en el mercado comprando unas cosas. Anda de buen humor.
—Eso es bueno —comentó el moreno—. ¿Cómo le va con las clases?
—Con problemas con historia, lo que es medio mala suerte para mí.

Rafael lo miró, extrañado.

—¿Por qué para ti?
—Porque soy analista de datos ¿Recuerdas? Cuando no entiende algo la hago de guía por teléfono, pero por suerte sólo le está yendo mal en esa asignatura en el último tiempo.

Rafael no había pasado por una situación similar, ya que la diferencia de edad entre él y su hermana era de cuatro años, mientras que la de Martín con Carlos era de casi nueve.

—¿Cómo es eso de la escuela y esas cosas? Con Magdalena lo vivimos distinto porque somos más cercanos; de hecho, ella me ayudó siempre con aritmética y álgebra porque no soy muy bueno en esa área.
—Y ella sí.
—Sí, es buenísima en todo —explicó el moreno—, cuando éramos niños ella parecía una maestra conmigo, tenía que sentarme y no interrumpirla porque se enfadaba.

Martín meneó la cabeza.

—En nuestro caso fue distinto. Para cuando dejó la escuela yo tenía diecisiete, casi estaba saliendo de la secundaria, así que estaba adelantado y se me hizo una costumbre llegar en la tarde a ayudarlo con los deberes; además es listo, sólo que de vez en cuando se atrasa en alguna materia porque cree que es Dios para jugar en la consola, ver series y estudiar al mismo tiempo.

Poco después llegaron a la casa de los padres de Martín, que estaba hacia el norte de la zona en donde ambos vivían; el barrio en el que estaba ubicada era una especie de micro universo distinto a la mayoría de las calles de la ciudad, con multitud de pasajes con cerca en donde los niños jugaban en tranquilidad, y los adultos mayores reposaban al sol o conversaban de cualquier cosa. Rafael se sorprendió de ver ese clima tan especial en la ciudad, algo que veía de forma común en su hogar familiar, pero desconocía en la gran urbe. Los padres de Martín tenían en común un aspecto generalizado de cansancio, algo entendible por las experiencias que habían vivido, pero eran muy distintos de comportamiento y aspecto; él era de baja estatura, corpulento y bastante silencioso, mientras que ella era alta y distinguida, y se expresaba con cercanía en todo momento. Ambos fueron muy amables con él desde el principio, haciéndolo sentir acogido y cómodo, como si lo conocieran desde antes; en cuanto a Carlos, Rafael notó que estaba de buen humor, aunque un poco nervioso, rasgo que omitió para no ponerlo en evidencia.
Fue el propio Carlos quien sugirió que Rafael se uniera a ellos en la preparación del almuerzo, y gracias a la ayuda del buen carácter y facilidad de palabra de Martín, las cosas se dieron con naturalidad; al poco, se encontró charlando de forma amena con la familia, compartiendo anécdotas casi con la misma facilidad que lo hacía con Martín cuando hablaban a diario.

—Rafael ¿Puedes ir por la albahaca? Está en el patio —comentó Martín.
—Claro, voy en seguida.

La cocina de esa casa era enorme en comparación a la de su departamento, y conectaba con un pequeño patio trasero, en donde se veía un diminuto huerto de especias; Rafael salió y buscó lo que le habían encargado, pero no lo encontraba entre las demás especias.

—Son las que están colgando en la cuerda.

Carlos había salido al patio y le indicó un cordel blanco al extremo del patio.

—Ah, ahora las veo —replicó mirando en la dirección que indicaba el joven.
—Sí, mamá dijo que estaban secando así que creí que no las ibas a ver.
—Gracias.

Tomó las hojas de la aromática planta y sintió el agradable olor.

—¿También las tienen aquí?
—Sí, papá se encarga del huerto porque…

La frase quedó interrumpida; extrañado, Rafael volteó hacia el muchacho y se quedó de piedra al verlo.

—¿Carlos?

El muchacho estaba pálido, y se sostenía débilmente con la mano derecha en el mesón; Rafael sintió que se tardaba mucho tiempo en reaccionar ante algo que debería ser evidente.

—¿Carlos?
—Estoy bien —musitó el muchacho, mientras se sujetaba las costillas con la mano izquierda.

No pudo decir más, y en un acceso de dolor, el brazo derecho no pudo sostenerlo más; Rafael actuó puramente por instinto, sin pensar ni calcular, de modo que no supo cómo, pero alcanzó a llegar donde él justo un instante antes que el joven chocara contra el mueble. Lo sujetó, atrayéndolo hacia su cuerpo mientras tomaba su mano entre la suya.

—¡Martín!

Su destemplado grito hizo que el aludido saliera de la cocina casi como si se hubiera transportado hasta allí; entendió la escena en una milésima de segundo y se acercó, rodeando con sus brazos a su hermano menor.

—Estoy aquí, ya te tengo —dijo con voz suave, aunque firme— ¿Dónde te duele?
—No es nada —se esforzó por decir el muchacho.

El trigueño se había ubicado de frente a él, mirándolo con infinito cariño.

—Vamos, te llevaré a tu cuarto.

Intentó moverse, pero notó que las piernas del joven temblaban. Con una increíble combinación de fuerza y suavidad, lo tomó en sus brazos, sosteniéndolo abrazado a él, y levantándolo del suelo. Al dar un paso, notó que el muchacho seguía sosteniendo la mano de Rafael fuertemente entre sus dedos, acaso como un acto reflejo ante el dolor que lo acosaba; el trigueño volteó y le hizo un leve asentimiento para que los acompañara.
Mientras entraban en la cocina, Rafael no pudo evitar preguntarse dónde estaban los padres, pero unos momentos después comprendió que ya sabían lo que estaba sucediendo, y se dedicaron de inmediato a otras labores que tenían el mismo objetivo. El padre estaba en la sala, preparando unas jeringas y otras cosas desde un maletín metálico, muy concentrado en su acción, mientras que la madre se había adelantado hasta el cuarto del joven, dejando abierta la puerta y preparando la cama para que pudiera reposar; una vez todo estuvo listo, Martín pudo llegar hasta la cama, dejando sobre ella al muchacho, en un acto tan suave y cuidado que a primera vista daba la impresión de no requerir esfuerzo alguno. Sin embargo, Rafael pudo ver sus músculos tensos por el esfuerzo, en contraposición con su actitud dedicada y la expresión de total atención hacia él. En un momento como ese, no existía nadie más para Martín que su hermano.

—Ya estamos aquí —susurró mientras lo dejaba sobre la cama— ¿Quieres que apague la luz?

El muchacho había soltado su mano cuando entraron al cuarto, y esta pendía sin fuerza por el borde de la cama; en la semi oscuridad del lugar, Martín se arrodilló en el suelo y acomodó la ropa de cama en torno al débil cuerpo del joven, que producto de los dolores que lo aquejaban parecía más delgado y pequeño, como un ser quebradizo que necesitara ser tratado con extremo cuidado. Rafael sintió un estremecimiento al ver la total entrega de Martín en ese momento, en donde lo único que le importaba era hacer lo que estuviera en su poder para ayudar a su hermano, poniendo en segundo lugar su propia tranquilidad y comodidad, sin cuestionar ni preguntar.

—Lamento arruinar el almuerzo —se esforzó por decir el muchacho.
—¿Quien se preocupa por el almuerzo? —exclamó Martín, con ligereza—, es sólo comida, podemos seguir con eso en cualquier momento.

Guiándose solo por su voz, se podría pensar que estaba hablando con total normalidad, pero el moreno identificó la actuación de su amigo; no estaba mintiendo, sólo se trataba de una decisión por poner el énfasis en las cosas que creía más importantes en ese instante.

—¿Es aquí? —indicó la zona en el torso que su hermano había estado sosteniendo—. Podría hacerte un masaje ¿Te parece?

Carlos asintió casi de forma imperceptible, ante lo que Martín se subió las mangas de la remera y comenzó a frotar las palmas.

—Sólo dame un segundo ¿De acuerdo? Tengo las manos un poco heladas y no quiero gritos por el frío.

No era un chiste propiamente tal, pero lo dijo con liviandad como si fuera una costumbre para él; mientras se frotaba las manos para activar la circulación, volteó hacia Rafael e hizo un leve asentimiento, dando a entender que estaba bien, que podía quedarse ahí y no sería un intruso en ese lugar, a pesar de lo íntimo y personal de ese momento.

—Bien, ahora estoy listo —declaró con seguridad—, vamos a ponernos en acción.

Poco a poco, el masaje dedicado de Martín ayudó al joven, y algunos momentos después, su padre ingresó al cuarto, listo para realizar las infiltraciones de medicamentos para las que se había estado preparando; el joven parecía hundido en la cama, con los ojos cerrados y respirando de forma pausada, con poca fuerza y a un ritmo que parecía aprendido para poder usarlo en una situación como esa.
Al compás de la respiración fuerte y decidida de Martín, los minutos fueron pasando, hasta que finalmente su hermano se sumió en un superficial, aunque estable sueño. Todos salieron del cuarto sin hacer ruido; los padres se encargaron de tareas prácticas como apagar los fuegos de la cocina y guardar los ingredientes para que no se estropearan, pero Rafael vio que Martín se escabulló hacia el patio delantero. Decidió seguirlo al sentir que sabía lo que le estaba sucediendo.

—Martín.

Lo encontró sentado en uno de los bancos de madera dispuestos al lado de la puerta de la casa; en la luminosa mañana, parecía que nada podía iluminarlo.

—Es mi culpa —murmuró al sentirlo acercar.
—¿De qué estás hablando?

El otro, medio perdido en sus pensamientos, demoró un momento en responder.

—Pensé que solo estaba nervioso porque venía una visita, porque se incomoda cuando está frente a personas que no conoce —dio un largo suspiro—; se siente vulnerable y no quiere que lo vean en ese estado. Estuvimos hablando de eso, y le insistí que no se preocupara por ti, que tú no lo ibas a mirar con lástima o algo parecido.

A Rafael ni siquiera se le había pasado por la mente esa idea.

—Pero yo en ningún momento quise…
—No, no es sobre ti —interrumpió—, tú no hiciste nada malo, eso ya lo sabía desde antes. Pero yo te conozco, no él, y como insistí en que estuviera tranquilo y se comportara como siempre con nosotros, le causé el efecto contrario, lo empujé a que fingiera que estaba bien cuando no era así. Y me convencí que estaba actuando extraño porque estaba algo nervioso, no quise ver ninguna de las señales.

Ambos quedaron en silencio luego de estas palabras; Rafael no esperaba que Martín se sintiera culpable por lo que estaba pasando ¿Era realmente así? Él había visto muchacho sólo una vez, por lo que no conocía su forma de comportarse de la misma forma; no sabía si lo que identificó como nerviosismo lo era o no, pero Martín de seguro lo conocía mucho mejor. Se sentó junto a él y lo miró a los ojos.

—No te sientas culpable.
—¿Cómo no? —Exclamó el otro—. Estaba aquí, yo soy el que lo conoce mejor; no pude evitar lo que le sucedió, pero pude haber actuado antes, tenía que haber actuado antes.

El moreno meditó las palabras un momento antes de hablar. Necesitaba saber muy bien lo que estaba diciendo para poder conectar.

—Escucha, esto no es tu culpa; tu hermano tomó esa decisión, fue algo que él quiso hacer.
—No entiendo lo que dices —replicó el otro.
—No quiso quedar fuera —explicó con lentitud—; tal vez no fue la forma más apropiada, pero quiso olvidarse de su enfermedad al menos por un momento.

Martín lo miró como si le estuviera hablando en otro idioma.

—¿Por qué haría eso? Yo no quería que él fingiera estar bien.
—Tal vez no lo hizo por ti —explicó Rafael—. Quizás sólo quería olvidarse de todo, ser uno más en un grupo, no necesitar ser diferente.
—¿Te dijo algo? —preguntó Martín con un dejo de ansiedad.
—No, no me dijo nada —respondió con sencillez—, sólo hablo de lo que veo. No me pareció ver que quisiera mentir por tu causa, sólo que fue algo que decidió por sí mismo; tienes que entender que tu hermano no es un niño, es un adolescente, pronto será un hombre. Ayúdalo a tomar buenas decisiones, eso es lo que puedes hacer, pero no puedes estar culpándote por cualquier cosa que él haga. Si quieres que se convierta en un buen hombre, vas a tener que dejar que se equivoque y estar ahí para apoyarlo.

Martín se había quedado en completo silencio, mirándolo muy fijo a los ojos; para cuando Rafael terminó de hablar, le dedicó una mirada sincera.

—Eso fue realmente bueno. Gracias por preocuparte tanto.
—Para eso son los amigos ¿No es así?

El trigueño asintió y se acercó a él, abrazándolo amistosamente. Después se puso de pie, tomando y botando aire en repetidas ocasiones.

—A veces me pregunto cómo ayudarlo de alguna otra forma, siempre siento que me quedo corto. Si pudiera, te lo juro que cambiaría lugares con él. Aunque fuera un día, aunque por una vez pudiera darle un momento de tranquilidad, algo que sepa que no va a desaparecer de un momento a otro.
Tener el poder de garantizar que por lo menos una vez, desde que se levante y hasta que se acueste, pudiera hacer lo que le plazca, sin interrupciones; sin dolor.
Es un pensamiento bastante ingenuo ¿No lo crees?

Rafael negó con la cabeza.

—Yo creo que es algo que todos pensamos en algún momento sobre alguien a quien amamos —repuso encogiéndose de hombros—. Todos queremos lo mejor para los nuestros, es algo natural; habla muy bien de ti que pienses de esa forma.

Durante la tarde, el núcleo familiar hizo un cambio en los planes para el almuerzo; decidieron hacer, bocadillos fríos para compartir cuando Carlos se sintiera un poco mejor; Rafael podía ver el esfuerzo de los padres por conservar un ambiente de normalidad en la casa, y decidió honrar esa decisión actuando de la misma forma. Más tarde, el hermano menor de Martín se recuperó un poco y se unió a ellos en una jornada de juegos de mesa, que sirvió mucho para mejorar los ánimos.
Por la noche, ambos amigos iban de regreso a casa tras un término de jornada mejor.

—¿Necesitas ayuda con esa preparación que estás haciendo? —preguntó Martín cuando estaban llegando al sector donde ambos vivían.
—No, estoy bien —replicó Rafael—, gracias, pero en la mañana dejé listo lo más complicado, falta poco. Gracias por la invitación.
—Gracias, a ti. Por todo.

Después le despedirse, Martín subió a su departamento y se dio una ducha; por lo general no se mostraba sentimental, pero en compañía de Rafael esos sentimientos afloraban con facilidad y se sentía cómodo para hablar de lo que le estaba sucediendo. Al final, sacando las cuentas del día, todo había salido mejor de lo que esperaba, incluso con el incidente con su hermano; se planteó hablar con él al respecto, pero decidió esperar un poco y hacerlo con más calma.
Rafael tenía razón, era una decisión de Carlos y tenía que actuar con respeto ante ella, no recriminarlo por sus acciones, de modo que pensaría bien qué decirle para hacerlo en el momento y de la forma apropiada.
Durante la noche, un grito lo hizo despertar sobresaltado.

—¡Ayúdenme!

Algo desorientado, creyó que era un sueño, pero luego entendió que era real. Y esa voz era conocida.

—¿Rafael?

En el cuarto de su departamento, Rafael despertó de un salto al escuchar su propio grito.
Estaba bañado en sudor, muy agitato y con una sensación de angustia terrible en el pecho. Por fin, después de muchas dudas y sensaciones vagas, sabía de una forma concreta qué era lo que le estaba pasando, y ese conocimiento lo había llenado de un horror que nunca creyó experimentar.

—¿Rafael?

Se incorporó con dificultad, sintiéndose atontado y perdido ¿Y esa voz? Eso no era parte del sueño, ya no estaba soñando. Recordaba el sueño, las voces y los gritos, pero por sobre todo, la desesperación sin límite, que era algo mucho más real que la evocación de un simple sueno.

—¿Rafael, estás bien?

La voz tenía un tono de alerta. Él conocía esa voz, pero aún estaba demasiado impactado por lo que le estaba pasando como para reaccionar y atar los cabos con más rapidez. Sin embargo, algo en su interior le dijo que tenía que concentrarse y actuar como si eso no estuviera sucediendo; tenía que reprimir lo que pasaba y actuar con la mayor normalidad de la que fuera capaz.

—Voy a bajar en un momento ¿De acuerdo?

Martín; en un instante reaccionó, y entendió que la voz era de Martín, quien lo estaba llamando, probablemente porque había escuchado sus gritos. Los gritos habían traspasado la barrera de los sueños, llegando hasta la realidad, teniendo la suficiente fuerza para hacerse escuchar fuera del recinto del departamento.
Había dejado la ventana abierta, por lo que su voz podría haber salido con mucha más facilidad que si no hubiera sido así.

—¡No! Estoy bien.

Se dio cuenta de la voz débil y supo que no iba a ser suficiente con hablar, que tendría que ponerse de pie y llegar hasta la ventana.
Aún si parecía que era una distancia interminable.

—Estoy bien —repitió, intentando sonar creíble.

No hubo respuesta, pero por alguna razón supo que el trigueño seguía ahí; con gran dificultad se puso de pie y caminó hasta la sala, luchando contra el dolor y la terrible sensación de angustia en su pecho. Lo que estaba sintiendo en ese momento tenía que quedar como un secreto para Martín.

—Perdón por despertarte.

Salió a la ventana, que había dejado abierta, y miró hacia arriba; la expresión de Martín decía con claridad que estaba preocupado.

—Disculpa por eso, solo fue un mal sueño.
—¿Estás seguro? —preguntó el otro hombre, incrédulo—. No sonaba como un sueño.

No iba a poder sostener esa mentira por mucho tiempo; hizo un esfuerzo por sonar creíble, por convencer a su amigo de algo que él mismo no sería capaz de creer si se escuchara. Tenía miedo, se sentía más solo y abandonado que jamás antes, pero era fundamental que eso no lo dijera, que parado en el pequeño balcón de su departamento lograra ser fuerte y demostrar que todo era un simple error, un malentendido sin trascendencia.

—Sí, es solo que me quedé dormido en la sala, en el sofá, y cuando hago eso duermo mal. Ahora me voy a la cama y se me pasa.

Hizo un gesto vago con las manos, tratando de quitar toda importancia al tema.
La expresión de Martín era de total incertidumbre; esa débil mentira no iba a resistir más, tenía que terminar con esa conversación.

—Perdona por molestar —dijo al cabo de un momento.
—No te preocupes. Rafael —preguntó el otro hombre, mirándolo con atención— ¿Todo está bien?

No, no lo estaba, y a partir de ese momento nunca sabría si iba a estar bien, no con lo que estaba experimentando. Se obligó a mantener el aplomo un momento más, lo suficiente para dar sentido a sus palabras.

—Sí, desde luego. Ve a dormir, y gracias.

Se despidió vagamente, cerró la ventana y regresó a su cuarto, derrumbándose por el trayecto.

Lo que había experimentado era real, era completamente real.
Sólo que no era un sueño, era un recuerdo.
Pero un recuerdo de otra persona; la experiencia de alguien que no era él.


Próximo capítulo: Tiempo atrás

Las divas no van al infierno Capítulo 14: Problema

Conoce este capítulo al ritmo de esta canción: Problem

Lisandra aprovechó el descanso del lunes para ir a la casa de Nubia; después de la eliminación del viernes, la chica había estado desconectada por completo de las redes sociales y se sentía algo preocupada. Cuando localizo la dirección, tocó el timbre y esperó en la calle, hasta que un chico adolescente asomó a la puerta.

—¿Sí?
—Hola —saludó con una sonrisa—. Busco a Nubia ¿Vive aquí?

El muchacho iba a responder, pero algo llamó su atención desde dentro y se metió en la casa; después de unos segundos la puerta se abrió y salió Nubia, con un aspecto por completo diferente a cono la había visto en clases: llevaba ropa deportiva y nada de maquillaje, por lo que no pudo identificar si su aspecto era cansancio o mal humor. Tenía el cabello corto recogido con numerosas pinzas.

—¿Qué quieres?

La pregunta no había sido dicha con mala intención, pero a Lisandra le chocó escucharla así, sin un saludo de por medio.

—Saber cómo estabas —replicó, suavemente—. El viernes te acompañaron a la salida por otra vía y ya no pudimos hablar.

El rostro de Nubia demostró que esa explicación era del todo insuficiente, pero cerró la puerta tras sí y atravesó el pequeño jardín, aunque no hizo el menor gesto por abrir la reja de calle.

—Estoy fuera del programa, creí que eso había quedado completamente claro el viernes.

Lisandra se dijo que eso no estaba funcionando; no estaba ahí en plan confrontacional, pero llegada a ese momento, tampoco sabia muy bien cuál era su propósito en ese lugar.

—Te vi afectada el viernes —dijo intentando establecer un nexo—, fue muy sorpresivo.

Nubia entrecerró los ojos; no parecía molesta ni sorprendida por verla ahí. En ella había una emoción que no lograba identificar.

—¿A qué viniste?
—A verte —Todo eso estaba saliendo mal, demasiado mal—, para hablar un poco.
—Yo ya no estoy en el programa, eso es evidente —declaró con voz plana—, no hay nada de lo que podamos hablar.

Se quedó mirándola sin expresión; rendida, Lisandra no tuvo otra salida más que despedirse de forma escueta y devolverse sobre sus pasos. Mientras la rubia volvía a entrar en su casa, a menos de dos cuadras de distancia un automóvil gris permanecía estacionado, y la persona en el asiento trasero dio una instrucción mientras miraba fijamente.

—Es suficiente, salgamos de aquí.
—Como usted diga.

Tal como esperaba, Lisandra había ido a ver a Nubia, y esta la había rechazado por completo; ahora que una de las dos ya no era parte del programa y que ella manejaba esa información, sería muy sencillo provocar el siguiente paso.
En su casa, Nubia ignoró las miradas de su familia y fue directo a su cuarto; también había estado ignorando los mensajes en las redes, pero se detuvo al mirar en el móvil uno cuyo remitente era Nick, el bailarín del programa con quien había estado conversando unos días antes: un emoji de sonrisa junto a un saludo informal era lo que estaba pendiente de ver.

Nick.

Pulsó la miniatura de la foto fe perfil y esta se expandió; el joven de cabello rizado sonreía a la cámara mientras posaba en traje de baño con una hermosa playa de fondo. Al mirar con más detención reconoció una playa cerca de la ciudad, que había visto en algún paseo familiar, y de alguna forma le reconfortó saber que él tenía algo en común con ella. Después de minimizar la imagen notó que la hora del mensaje era de antes de la eliminación; había estado esperando su respuesta desde entonces.

«Hola —escribió en respuesta.»

Se sorprendió al ver que él aparecía en línea casi al instante, y le escribía de vuelta.

«No quería molestar enviando más mensajes —indicó él—, y no sabía si me ibas a querer contestar.»

Ella sintió un leve estremecimiento al entender que él se estaba disculpando, cuando en realidad era ella quien debería hacerlo por no ser cortés.

«Perdón por no contestar, es que no quería hablar con nadie.»

Esperaba alguna frase de consuelo clásica, pero se sorprendió al ver lo que él dijo.

«¿Quieres hablar conmigo?»


2


Valeria esperaba muy nerviosa en una pequeña oficina, ubicada a un costado del centro de tratamientos de belleza de Tina Marinovic. Había llegado puntual a las diez de la mañana, y aunque estaba aburrida de esperar, no iba a demostrarlo en esos momentos; finalmente la dueña del centro se dignó a aparecer a las diez cuarenta, sonriendo como si no se hubiera retrasado ni un minuto.

—Querida, un placer verte.
—Tina, qué gusto.

Todo en ella era tan perfecto y artificial que resultaba imposible sentir simpatía real, pero Valeria sabía que de esa mujer dependía de que su aspecto siguiera como ella lo necesitaba.

—Felicidades —dijo la mujer con una sonrisa radiante—, supe que no fuiste eliminada del programa.

Más fue a una felicitación, sonaba cono a una advertencia, y tenía razón en hacerla; el trato para seguir aplicando en ella el tratamiento que la había rejuvenecido era conseguir nuevas clientas, y si era eliminada eso sería mucho más difícil.

—Sí, es magnífico, estoy trabajando mucho para eso. ¿Vinieron?
—Dos de las tres que dijiste que vendrían —Tina asintió con un hilo de sonrisa en sus labios rosa—, al parecer una de ellas tuvo algún contratiempo.

Contratiempo no era la palabra en la que estaba pensando, eso era seguro; Valeria no acusó el golpe y mantuvo tanto la sonrisa como la actitud amable.

—Voy a llamarla para saber qué le sucedió —replicó con tono de que eso solucionaba todo el problema—, y voy a seguir con lo que hablamos, estoy buscando a las personas idóneas para que vengan a tratarse contigo.

La otra mujer le dedicó una sonrisa solo un poco más amplia que la anterior; le estaba dando un ultimátum.

—Las eliminaciones en el programa son el viernes ¿No es así?
—Sí —respondió luchando por no mostrarse nerviosa.
—Eso quiere decir que viernes vas a estar muy ocupada. Llámame el miércoles. Tengo que irme, ya sabes, una cita muy importante; te ves linda, radiante diría yo.

Se despidió con su habitual beso que no tocaba la mejilla y la dejó sola en la pequeña oficina. Tenía que conseguir más gente sin tardanza, o perdería su principal seguro en el programa.


3


Charlene fue a abrir la puerta y se encontró con un sonriente Harry, que la saludó haciendo aspavientos.

—Viva la diva —hizo una reverencia—, acabas de pasar el primer obstáculo, solo te faltan veintidós.

La rubia lo hizo pasar y cerró la puerta tras él.

—¿Qué te pasó? Estás hecha un espantajo.

Lo decía porque ella estaba en tenida deportiva, sin maquillaje y el cabello envuelto en un llamativo gorro de color plateado.

—Es un tratamiento para cuidar el cabello, tú no lo entiendes.
—Sí, bueno, sólo espero que no se te quemen las ideas ahí dentro —indicó el gorro en la cabeza de ella—, sería un drama.

Ella desechó la broma con un gesto de la mano.

—Hay que hacer algunos sacrificios por la causa. Y hablando de eso —lo apuntó, mirándolo con el ceño fruncido—, ese plan de asaltarme de ese modo fue bastante exagerado ¿Era necesario que el tipo ese me jalara de esa manera?

Harry se encogió de hombros, riendo.

—Era la única forma de parecer real ¿Eso querías? Pues ahí tienes, además no tenías para qué sostener de esa forma el bolso, parecías pobre tratando de salvar el dinero del arriendo —soltó una carcajada—. Después ibas a recuperar el bolso de una forma discreta.

La rubia le hizo una mueca.

—Tenía el móvil dentro del bolso, si me lo robaban no podía aparecer con él de nuevo como por arte de magia; ahora que estoy en televisión tengo que cuidar cada paso.
—Bueno, sea como sea, mi plan funcionó a la perfección —dijo mientras se sentaba en el sofá.
—Mi plan —lo corrigió ella—, y baja los pies de mi mesa de centro; ahora, eso está terminado y espero que no queden cabos sueltos.
—Todos los cabos están amarrados —explicó él con liviandad—, no hay forma de que alguien sospeche de esto, y a tu asaltante nunca lo van a encontrar.

Se puso de pie y fue al refrigerador con una de las bolsas que traía en las manos.

—Pero lo mejor es que no te cuente detalles, no vaya a ser que se te escapa algo.
—¿Qué estás haciendo? —exclamó ella.
—Guardando cervezas, por supuesto —de respondió enseñando un envase—, ya que este es el único lugar en donde nos vemos, tengo que mantener una provisión de combustible.

Ella revoleó los ojos.

—De acuerdo, si no hay de otra. A todo esto ¿Tuviste cuidado al venir? Recuerda que nadie puede sospechar que estás en esto.
—Descuida, tuve más cuidado que amante enamorado.

Ella iba a decir algo, pero el sonido del móvil la interrumpió.

—¿No vas a contestar?
—Es mi madre, de nuevo —revoleó los ojos—. Desde el asalto no para de hacer preguntas y estar vigilando si sigo viva.
—¿Y no te serviría incorporarla a todo esto para el botón emotivo?

Charlene hizo una mueca de asco.

—Nunca en la vida ¿Para que la entrevisten y empiece a hablar del triste pasado de la familia en un barrio pobre? Deja eso para Lisandra o para Jazmín. Ahora cállate.

Tomó el celular y contestó con voz dulce, aunque sin cambiar la expresión de hastío en el rostro.

—¿Mamá? Sí, bien. Mamita, me encantaría, pero no puedo, tengo que ir a arreglarme el cabello, las uñas, y después ver los vestidos, no puedo tener ni un detalle en la ropa, tú sabes cómo es esto. Sí, por supuesto. Sí, desde luego. Muchas gracias, y no te olvides de verme. Lo sé, estoy segura, claro. Buenos días.

Terminó la llamada e iba a decir algo, pero sonó el timbre.

—Amiga, soy yo.

La rubia le hizo gestos Harry para que hiciera ruido.

—¿Quién es? —susurró él?
—Es un bailarín del programa —susurró ella—. Escóndete, y deja tu móvil en silencio, no te puede ver.

Luego que Harry se escondiera, Charlene fue a abrir; Nigel iba de blanco, con unos pantalones deportivos y una sudadera muy osada.

—Pero mira lo guapo que te ves —opinó ella mientras el bailarín entraba—, estás hecho un modelo.
—Gracias —replicó él—, siempre me arreglo, porque ya sabes que puede haber alguien mirando en cualquier parte y no voy a desteñir.
—Oh, eso jamás —comentó ella, con una sonrisa—, la apariencia lo es todo, me encanta tu look. Creí que vendrías más tarde.

Mientras él entraba, la chica dio una rápida mirada alrededor para descartar que a Harry se le hubiera quedado algo; más tranquila, le indicó al musculoso bailarín que se sentara.

—Sí, es que como dijiste que necesitabas un poco de ayuda con esos ejercicios de elongación, me dije que era lo mejor venir antes de la hora de almuerzo. ¿Tienes agua o algo saludable?

Charlene abrió la puerta del refrigerador y la cerró de golpe al ver las cervezas.

—Tengo un jugo de fresa sin azúcar —comentó haciendo como que no pasaba nada—, es delicioso ¿Con hielo?
—Dos por favor.

Sirvió dos vasos altos con rapidez para que las latas no quedaran a la vista, y se fue a sentar con él; desde que Nubia había sido eliminada él se mostraba más amigable, de seguro para evitar que ella fuera a decirle a alguien que de él provenían los datos que le habían asegurado quedarse en el programa.

—¿Y cómo estás después de lo del asalto?
—Bueno, no fue un asalto en total —explicó ella—, pero ese hombre horrible lo intentó, eso es seguro; estoy tranquila, es decir, no es sencillo pasar por algo como eso, pero no puedo dejar de hacer mis cosas.
—Este jugo está delicioso —comentó él—, y es cierto lo que dices, hay que ser fuerte y seguir adelante ¿Hiciste una denuncia por lo que sucedió?

Como si ella fuera a arriesgarse a ir a hacer una denuncia al respecto.

—Lo pensé ¿Sabes? Pero estuve viendo ese video que alguien alcanzó a captar cuando sucedió todo, y a ese hombre nunca se le ve el rostro; yo no lo recuerdo, todo fue tan rápido que no podría describirlo ¿Cómo puedo denunciar a alguien así? No, lo mejor que puedo hacer es quitarme de todo eso y seguir con lo que tengo que hacer ¡Hay que olvidar las cosas malas!

Hizo un gesto como para alejar de sí cualquier cosa que estuviera alrededor; lo que acababa de decir estaba muy bien pensado para que el pudiera tomarlo como un mensaje útil para sus propios planes.

—Tienes razón, lo mejor es quedarse con todo lo bueno.
—Es cierto —reafirmó ella—, ahora pensemos en todas las cosas que vamos a hacer de ahora en adelante, porque el pasado pesa mucho para arrastrarlo.
—Me gusta esa filosofía —comentó él— ¿Nos ponemos a practicar?
—Tengo que ir a comprar unas verduras —dijo ella mientras se ponía de pie con mucho ánimo— ¿Me acompañas? Me saco la gorra del tratamiento capilar y volveremos en un minuto.

Procuró decirlo en voz alta para que Harry la escuchara; si ese bailarín seguía soltando información tan importante, tendría muchas más armas a su favor.


4


Valeria había esperado hasta el momento de la primera eliminación para usar algunas de sus armas secretas; después de tanto intentar entrar al mundo de la televisión, tenía guardado un gran lote de atuendos, zapatos y accesorios que nunca había usado, y que en su momento adquirió para el evento de pasar de una audición a algo más importante.
Abrió el gran baúl que había guardado por tanto tiempo, y se quedó contemplando las cajas de zapatos y vestidos, como un tesoro que esperó por largos años volver a tocar; tomó la caja de cubierta aterciopelada y la abrió con dedos suaves, permitiéndose un instante de fascinación por los collares, pulseras y pendientes que brillaban a la espera del momento preciso. Esa era la oportunidad perfecta, porque todas usaban algo propio y recurrían al departamento de vestuario del canal para las pruebas, pero ella había observado con atención, descubriendo que en las imágenes y videos de antes del programa era cosa común que lucieran algo desarregladas. Pues bien, les habían prohibido promocionarse a través de las redes sociales, pero eso no impedía que usara el poder de la imagen para llamar la atención; desde el día siguiente llamaría la atención de todos por ser la mejor vestida. Su teléfono la interrumpió en sus pensamientos.

—Karin ¿Cómo estás? —saludó con falsa simpatía.
—Hola —respondió la voz del otro lado de la conexión—, Valentina, no te había podido llamar.

Era una frase muy vaga, que en principio ignoraba las llamadas perdidas que tendría de ella de más temprano; Valeria necesitaba encontrarla para saber por qué no había ido a hacerse el tratamiento.

—¿Qué sucedió? —Adoptó un tono de preocupación—. Estaba preocupada.
—Ayer me empecé a sentir mal durante la noche —replicó la chica—, y hoy seguía igual en la mañana. Ahora me siento mejor, pero por desgracia, en la mañana no pude ir al centro de estética.

Considerando la sutil amenaza que la dueña del centro había hecho, a Valeria lo que menos le importaba era el estado de salud de esa chica, pero se dijo que quizás podría sacar algo bueno de todo eso.

—Qué mal —pronunció con tono de auténtica preocupación—¿Te sientes mejor ahora?
—Sí, bastante mejor —respondió la chica—. No sabía si ir o no porque no pude llegar a la hora, y como dijiste que es un dato para un descuento, creí que lo mejor sería hablar contigo en primer lugar.

Valeria estaba contemplando un collar de cuentas de cristal dorado que pendía entre sus dedos mientras hablaba; era una decisión acertada hablar con ella, de hecho.

—Entiendo. Escucha, no creo que tengas problema con lo de la clínica de estética, sólo déjame hacer algunas llamadas y podemos solucionarlo. Las chicas dicen que están felices con el resultado.
—Qué bueno.
—Pero, aprovechando que estamos hablando solas tú y yo —agregó con tono confidencial— ¿Crees que podrías hacer algo por mí? Ya sabes, un pequeño favor.
—Si puedo ayudar en algo —Aventuró la chica del otro lado de la línea—, solo dilo.
—Bien, lo que estaba pensando —replicó Valeria, con suavidad—, es que tal vez tú podrías ayudarme a conseguir a otras interesadas en este tratamiento de belleza; ya sabes, no tiene por qué ser una de las chicas, pero me he fijado que tienes muy buena conexión con todo el mundo en el canal y estoy segura de que podrías encontrar a la persona correcta ¿Qué dices? Hoy por ti, y mañana por mí.

Para su suerte, la otra chica no pareció sospechar o tomarse a mal la solicitud; bien, quizás la podría tener como llave para asegurar muchas clientas para el centro.

—No creo que sea complicado —reflexionó—, y pienso que puede haber algo que hacer.
—Fantástico —Celebró con auténtica alegría—, entonces llamaré a nuestro lugar favorito y te llamo de vuelta ¿Te parece?

Después de finalizar la llamada, iba a llamar a Jorge, pero descartó la idea por el momento; cuando estaba consiguiendo lo que quería, sentía la cabeza en las nubes, sin peso en los hombros, y esa sensación era incomparable. Levantarse temprano todas las mañanas, hacer su rutina de cuidado personal, comer algo saludable, y salir a clases los días que correspondía; disfrutar de lo que estaba aprendiendo, sufrir con las ideas locas de Vicenta, luchar con los desafíos de Jaim, desatar toda su creatividad en las clases de arte, y luego, dos días a la semana tener su momento estelar.
El día en que tenía que llegar al estudio, preparar todo y estar lista para brillar cuando salieran al aire era su momento especial, una situación que ni siquiera el peligro de ser eliminada podía amenazar del todo. Ese era su ambiente y allí respiraba con libertad, moviéndose entre focos y luces con comodidad completa, preparada para avanzar por la pista y conquistar al público.
Debería ser más lista y darse cuenta de que sin él tenía un problema menos.
Un problema menos.
Él nunca iba a despertar a la realidad de ella, jamás comprendería que todo lo que ella hacía era como el aire para respirar, que necesitaba estar ahí, porque eso la hacía sentir plena. Debería darse por vencida, sabía que no debería ni volver a llamarlo, pero cada vez que pensaba en eso algo la detenía: lo que sentía por él era muy fuerte y se trataba de algo que no podía negar.
Cuanto él la acariciaba y le decía que la quería se quedaba sin aliento, y otra vez todo se quedaba atrás; además, él se estaba sacrificando por ella al ocultarse y ayudarla a mantener esa mentira, lo que hacía que el sentimiento fuera aún más fuerte.
De alguna forma sabía que no debería quererlo, pero siempre se trataba de él.


Próximo capítulo: Ruleta rusa

La traición de Adán Capítulo 16: Errores en cadena




Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, esta vez ambas sentadas frente al ordenador. Ya caía la noche del lunes, y el trabajo había resultado muy satisfactorio, ya que en el banco le habían proporcionado una copia de la grabación de seguridad del día del depósito en su cuenta, luego de hacerla firmar un documento donde eximía al banco de cualquier responsabilidad penal; lo firmo sin más, lo que quería era ver a la persona que había hecho el depósito en su cuenta, no iniciar un pleito que la hiciera ir a los juzgados.

— ¿Estás lista?
—Sí.

No lo estaba, pero tampoco podía ya arrepentirse.  Dieron inicio al video y lo adelantaron hasta la hora del depósito, hasta que dieron con el hombre; pudo saber que era porque en el banco, además de su nombre, lo único otro que pudieron darle fue una vaga descripción, hombre de entre treinta y cuarenta, en la caja tres, con un dinero sacado de los bolsillos de su chaqueta.

—Mira, es ese.
—Pero no se le ve el rostro. Esperemos hasta que salga a ver si se da vuelta.

Pero en ningún momento se le vio la cara, y la cámara enfocaba desde arriba, así que tendría que voltear completamente o mirar hacia arriba. No lo hizo, y mientras se alejaba, las esperanzas de tener alguna respuesta se esfumaban.

—Rayos, ya está saliendo, creo que en esto llegamos hasta aquí.
—Espera.

Siguió mirando como el hombre se alejaba, y entonces, contra cualquier pronóstico que pudiera haber tenido, la vio.

—No es posible...
—Qué es, mujer, no veo nada. Hay una persona afuera, pero la imagen no es clara.

No era posible. No podía ser que esa persona estuviera involucrada. ¿Cómo, por qué?
Sintió que se le escapaba el aire, esto era aún peor que todo lo que había pasado antes, porque significaba que...

—Dime Pilar, por Dios santo, te pusiste pálida, estás matándome con la angustia, dime qué estás viendo que yo no.
—La mujer mayor —respondió con voz temblorosa, mientras detenía el video—, la que está junto al sujeto.
— ¿Sabes quién es?
—Si... es imposible, tiene que haber un error...
— ¡Pero dime quién es!

No podía creerlo, no podía aceptar algo así, porque si era verdad, si en serio había ocurrido eso, entonces ella no era la única víctima en toda esa historia, y la maquinación que se escondía detrás de todo eso era absolutamente monstruosa.

—Esa mujer... ahora está jubilada, tengo que encontrarla, tengo que enfrentarla y escuchar que me lo confirme o nunca podré creerlo. Ella —sintió pánico por lo que iba a decir, porque una vez verbalizado, ya no sería una elucubración, sería real—, es el ama de llaves de la madre de Micaela.

Margarita casi se cayó del asiento.

— ¿Qué?
—Es ella, la recuerdo muy bien, desde que me conoció siempre me trató con mucho cariño.
—Pero no lo entiendo, no tendría motivos para...
—No es ella. Ella solo hacía las cosas por órdenes, y si es así... Dios me libre, si de verdad esto no es un error, entonces puede ser que la madre de Micaela este detrás de todo esto. Mañana a primera hora salgo a buscarla.

2


Adán estaba en la galería revisando los detalles necesarios para la re—inauguración de la galería la noche siguiente; por suerte había pasado tan poco que la mayoría estaba listo, y el personal necesario ya estaba contactado para que, a las diez de la noche atendieran a todos los invitados.
El confuso, y hasta el momento inexplicable hecho ocurrido la jornada anterior había servido como una excelente publicitad gratuita, pues ahora habían algunos medios de prensa más, y habían confirmado prácticamente todos los invitados; todo era casi igual, excepto que ahora habría una recepción rápida afuera y los cuadros se quedarían en el interior, de hecho había dispuesto que el nuevo Regreso al paraíso estuviera en el centro de la galería, abrazado por las otras pinturas que eran de imagen más amable que esta nueva. Sabía que la obra llamaría la atención, pero no estaba seguro del efecto en general, porque un resultado tan convulso podía perjudicar a todo lo demás. La suerte ya estaba echada otra vez, Carmen descansaba en su departamento y él tenía todo controlado, excepto aquel molesto mensaje en la tarjeta: no había dejado de pensar en eso, hasta finalmente convencerse de que no había motivos para estar alarmado, porque por mucho que alguien deslizara cualquier tipo de amenaza, aún tendría que disponer de alguna prueba, y eso era sumamente difícil.
Porque había destruido cada una de ellas, mucho tiempo atrás.
Sonó su teléfono celular, y se quedó un momento mirando el nombre en la pantalla: Eva. ¿Qué podría lograr que entre los dos naciera aquella chispa, el sentimiento mutuo que era mucho más que una atracción? Siendo un hombre que siempre tuvo cada aspecto de su vida bajo control, parecía una locura involucrarse con alguien de esa forma, pero lo que sintió por ella al verla, y todo lo que experimentaron después, era algo fuera de lo común; había allí un sentimiento animal, que iba más allá de lo físico, que trascendía lo simple del sexo por diversión, y los llevaba a otro nivel de conexión. Lo que había era casi inexplicable, pero en su interior lo entendía a la perfección.

—Eva —respondió al cabo de un instante.
—Ven al hotel —respondió ella; su voz era intensa y decidida, y transmitía un sentimiento que él comprendió al instante.
—Voy para allá.

No dijo más, y cortó. Tan pronto como escuchaba a Eva lo demás se borraba, ahora solo le importaba amarla otra vez, y para poder dedicase a eso, cerró la galería, y salió rápidamente en su auto, sin percatarse del vehículo estacionado a cierta distancia, donde un hombre lo vigilaba atentamente.

—Parece que vas a tener noche de fiesta Adán —murmuró Miguel, para sí—, y mañana es tu gran día. No me conviene decirle nada a Sofía aún, así que te voy a dejar disfrutar de tu noche de gloria y después atacaré; tranquila Sofía, tú y yo vamos a tener nuestra venganza.

3


A la mañana siguiente, Pilar salió rápidamente y con solo un objetivo en la mente; no le fue difícil dar con el paradero de la persona que buscaba, sabía que por su edad no se había ido a vivir sola, de modo que le bastó hacer algunas averiguaciones, y supo que estaba en una casa de retiro campestre a las afueras de la ciudad. Estaba más nerviosa que antes, ante la posibilidad de encontrarse con una verdad que no quería oír, pero por dura que fuese la situación, no iba a acobardarse esta vez, de alguna manera el apoyo y la fe de su amiga le habían dado fuerzas para enfrentar de una vez por todas aquello de lo que tenía ocho meses escapando.
Cuando la localizó dentro de la casa de retiro, vio a una mujer de más de setenta años, quizás más embarnecida y canosa, pero básicamente igual: de baja estatura, blanca de piel y cabello corto con rizos plateados, sentada sobre una reposadera, sola en ese instante.

—Marcia.

La mujer mayor miró en su dirección, y al cabo de unos momentos la reconoció, pero no pareció alegre al verla, aunque tampoco triste.

— ¿Y usted qué hace aquí, niña Pilar?

Sonaba como antes, con esa voz melodiosa que inspiraba a la vez respeto y confianza, pero no era lo mismo, no podía acercarse a ella sin más, primero tenía que saber.

—Necesito saber algo Marcia, por eso vine aquí. Tengo una pregunta que quiero que me respondas.

La anciana la miró fijo y más seria al notar su expresión. ¿Acaso estaría ya preparada para esa visita? Pilar recordó todas las veces que hablaron, y la forma tan maternal en que se dirigía a ella; nunca había vivido eso de parte de su madre, de modo que, al recibir esa clase de preocupación, la valoró con gran intensidad.

—Dime, mi niña.
—Dime quién te envió hace ocho meses a depositar mucho dinero en mi cuenta en el banco.

La mujer dio señales de no entender.

— ¿Dinero en el banco? No sé, yo no hago esas cosas, creo que estás confundida.
—Acompañaste a un hombre.
—No Pilar, yo no...
—Lo hiciste, te vi en una grabación —replicó, conservando aún la calma—, por favor no me lo niegues.
—Es que no estoy negando nada, yo nunca he sabido nada de esas cosas, estás confundida mi niña.
— ¡No me digas así, no me sigas tratando como si fuera estúpida!

No tenía costumbre de gritar, así que su voz salió aguda, con una nota de histeria. Mejor, ya estaba harta de callar.

—Pilar...
—Dime la verdad Marcia.

Pudo notar que la resistencia de la anciana disminuía, y en ese momento comprendió por qué Bernarda Solar siempre contrataba una buena cantidad de personas de un estrato socioeconómico bajo: porque era mucho más fácil comprar su lealtad; esa casa de reposo, y la ropa sencilla, pero de buena factura que tenía, no eran producto de ahorros. Eran un pago.

—Pilar yo...
—Dime la verdad Marcia —exclamó con energía—, me lo debes, después que confié en ti, después que te creí mi amiga me lo debes, al menos sé sincera conmigo una vez, porque está claro que nunca antes lo fuiste.

La anciana se sintió ofendida, pero mantuvo la mirada.

—Ustedes sabían que lo que hacían estaba mal.

Pilar abrió mucho los ojos; se dijo que no era posible, que después de la confianza que ella y Micaela le habían tenido, no podía ser simplemente un cruel juego de una arcaica escala de valores a lo que se redujera la pesadilla vivida.

— ¿Qué?
—Lo sabían —la acusó, en voz más alta. De pronto había dejado de ser la anciana apacible que vio sestada al entrar en ese lugar—, y la señora estaba sufriendo por eso, pero no les importó, nada les importaba; pero es verdad cuando dicen que las cosas se compensan por sí solas, por eso es que ella las puso a prueba, y se demostró todo, lo mal hecho se les devolvió.

Hablaba como una fanática, refiriéndose a su relación con Micaela como un pecado o un delito imperdonable.

—No sabes de lo que estás hablando.
—Ustedes tampoco sabían que lo que hacían estaba mal, o no quisieron escuchar.
—Por Dios Marcia, estás hablando de Micaela, ¡tú prácticamente la criaste! Y estás hablando de mí, me acogiste, me escuchaste, y ahora me vienes con esto... ¿Por qué lo hiciste si siempre pensaste que nuestro amor era un delito?

Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero hizo un esfuerzo y evitó llorar; el tiempo de las lágrimas había pasado ya.

—Porque siempre se intenta al comienzo —explicó la anciana, con convicción—, siempre se intenta convencer, pero si no funciona hay que hacer algo, nunca quedarse de brazos cruzados.
—No sabes lo que dices. ¿Tienes alguna idea de lo que me hicieron? ¡Contéstame!
—Hicimos lo que era necesario.

Su paso por allí había terminado; era doloroso escuchar esas palabras de una persona en la que confió en su momento, pero fuese como fuese, a fin de cuentas, la responsable mayor estaba en otro sitio.

—Fue ella, fue la madre de Micaela. Siento pena por ti Marcia, estás tan equivocada que no tendrás tiempo para entender la verdad; te quise casi como si fueras una madre, te habría recibido en mi casa si hubiese sido necesario ¿Y me traicionaste por lealtad a Bernarda? ¿Por cumplir las órdenes de una persona que te ve a ti y a cualquier empleado como un objeto, que usa mientras le sirve? Cuando estuve fuera del país, te eché de menos, pero ahora, me alegro de no tener que volver a verte.

Dio media vuelta y se apresuró a salir de allí. Esperaba sentirse devastada o con deseos de llorar, pero por primera vez en su vida, en vez de pena, lo que sintió fue rabia; ella misma tenía culpa por haber sido crédula, pero aunque sabía que era inocente de lo que la habían acusado, siempre se había sentido más culpable que víctima, de ahí su salida del país. Pero ahora ya no podía callar, ahora sabía que la mujer a la que amaba había faltado a su palabra de creer y confiar en ella, que Bernarda, tras esa sonrisa, la había traicionado, que para su progenitora había sido más importante un lienzo que su hija, y que en resumidas cuentas había sido sacrificada para conseguir los objetivos de alguien más. Ya no más, tenía tomada la decisión, esta vez las cosas iban a aclararse, esta vez tendrían que escucharla.
Poco tiempo después, llegó al departamento que estaba arrendando Micaela, el que no le fue difícil ubicar pues aún conservaba datos de ella a través de los cuales lo hizo. Aun no daban las diez de la mañana, temía no encontrarla, pero abrió la puerta casi al momento con una sonrisa en los labios que desapareció al verla.

— ¿Qué es lo que haces tú aquí?
—Necesito pasar, hay algo de lo que voy a hablarte.

Micaela frunció el ceño. ¿Qué le pasaba, como se atrevía a visitarla de ese modo? Verla aparecer de ese modo en su departamento hizo que sintiera una irritación que no experimentaba desde tiempo atrás.

— ¿Qué? Estás loca, lárgate de aquí.

Pero Pilar no la escuchó y entró, apartándola a un lado. Entró en el departamento luchando, por no desmoronarse al reconocer algunas cosas como adornos y muebles, cosas que incluso habían elegido juntas cuando decidieron compartir el departamento antiguo; Micaela la fulminó con la mirada.

—No sé qué te pasa y no me importa, pero es mejor que te vayas ahora, antes que me enoje.
—No me voy a ir —sentenció—, no hasta que te diga a lo que vine.

Micaela se encogió de hombros.

—No me interesa.
—Claro que te va a interesar, vas a escucharme.
— ¿En qué idioma te lo digo? —exclamó Micaela— No hay nada de ti que me interese.
— ¡Te dije que vas a escucharme!

El grito de Pilar descolocó a Micaela; jamás la había visto así, no supo cómo reaccionar.

—Estoy cansada de todos ustedes, estoy cansada de las amenazas de mi madre, de tus gritos y de la desconfianza de todos; no tengo por qué seguir soportándolo, me quedé callada demasiado tiempo, ahora vas a escuchar cada palabra, maldita sea. Te amaba Micaela, eras la persona más importante para mí, se suponía que tú tenías que creer en mí antes que en cualquier otra persona, pero tu amor fue demasiado frágil.

Puso en volumen alto la grabación de voz que había hecho de su conversación con Marcia, y mientras las palabras volvían a escucharse, vio como Micaela abría más los ojos, sin poder dar crédito al registro.

—Esta es la verdad —continuó, con fuerza, tan pronto terminó la grabación—; jamás fui la responsable, y te lo dije: ese día te dije que estaban pasando cosas extrañas, pero no me creíste, y con eso me rompiste el corazón.

Era Marcia. Marcia, su nana, la mujer que había vivido y trabajado en su casa durante tantos años, a quien siempre consideró como parte de la familia; Micaela sintió que un escalofrío corría por su espalda.

—No puede ser... —murmuró, incapaz de creerlo— No es posible, tiene que haber un error...
—Yo tampoco lo creía en un principio, me parecía una locura, pero como te darás cuenta, los hechos son más fuertes.

Micaela se sentía como si la hubieran arrojado contra el pavimento desde la ventana del edificio; estaba escuchando a nana, a su nana decirle a Pilar que habían tenido que hacer eso porque ellas estaban cometiendo un pecado o algo por el estilo. ¡Pero si ella siempre lo supo, siempre la escuchó en todo!

—No puede ser —continuó con la voz quebrada—, no lo entiendo, porque ella...
—Ella estaba trabajando para las órdenes de tu madre —acusó Pilar, implacable—, por eso es que ella de pronto estaba de tu lado, porque sería mucho más fácil atacar desde adentro, así nunca sabrías qué era lo que te había golpeado.

Solo en ese momento las piezas comenzaron a encajar. Recordó entonces esa fatídica jornada, y a su madre apareciendo en su cuarto con expresión compungida. ¨Descubrí algo tremendo, hija. Descubrí quién es la persona que me hizo la venta de la colección de cuadros de Carmen Basaure, y por lo que sé, lo hizo a sus espaldas. Fue su hija, fue Pilar, mira este documento¨
En ese momento todo se fue al demonio, y ahora descubría que todo era un plan, una maquinación de su propia madre para separarlas, aprovechando de adjudicarse un trofeo para su colección. Eso quería decir que Pilar tenía razón, porque sabía que su madre era capaz de todo, solo que nunca creyó que en contra de su propia hija; entonces había permitido que las separaran, había dejado que la mentira fuera más fuerte que el amor, y todas esas cosas horribles que le dijo eran totalmente injustificadas.

—Pilar —balbuceó, aun sin poder creerlo del todo—, esto es... es horrible, pero tienes que entender que yo... habían pruebas Pilar, todo coincidía, tu firma, los datos...

Durante todo ese tiempo, Pilar había pensado que las pruebas eran suficientes contra su palabra, pero ahora entendía que, de haber sido al contrario, ella habría luchado contra el mundo por defenderla, incluso justificando sus acciones; eso era lo que había hecho toda su vida, justificar la falta de amor de su madre, la pérdida de su padre, inclusive las agresiones verbales de Micaela cuando se descubrió el negocio con Bernarda Solar.

— ¡Y eso qué! —le reprochó con rabia— se supone que me amabas, me juraste que estaríamos juntas, me juraste que creerías en mí, pero me fallaste, y ni siquiera me diste el beneficio de la duda, te bastó con ver unos papeles para olvidarte de lo nuestro y tratarme de lo peor; me dijiste cosas horribles, me trataste como si fuera la peor mujer del mundo y no me dejaste defenderme. Podía aguantar lo que fuera, el rechazo de mi madre, podía aguantar que todo el mundo pensara que era una mala hija y una mala persona, pero no tú, tú tenías que ser mi apoyo, y me dejaste sola cuando más te necesitaba.

El principio de lo poco probable fue lo primero que se le vino a la mente. Su relación con su madre jamás había sido la más amistosa, pero Micaela no prestó mayor atención a eso, incluso le gustaba tener cierta independencia a nivel familiar; pero no pudo menos que sentirse agradecida cuando su relación con Pilar se hizo oficial, al ver que su madre no hacía reclamos ni recriminaciones. Y Bernarda era una empresaria, no siempre compraba de Forma directa ¿Qué podía tener de extraño que alguno de sus ejecutivos comprara una colección? ¿Qué podía tener de sospechoso que ella no supiera los detalles? Ese fue el truco, dejar la verdad en un sitio tan evidente, que resultaba absurdo creer que realmente podía ser así; un simple contrato, con una firma falsificada, y una suma de dinero en una cuenta, habían bastado para cegarla por completo.

—Pilar, por favor perdóname —suplicó Micaela, acercándose—, yo no sabía... fui una estúpida, fui la más tonta del mundo al creer en lo que me dijeron, pero yo te amaba, por eso es que… es que no pensé con claridad, y me volví loca al creer que eras culpable.

Pero Pilar se alejó; durante meses había extrañado el abrazo de Micaela, ahora no quería que se le acercara.

—Esto no se trata de quién tiene la culpa, lo que está hecho ya no se puede deshacer, lo que me rompió el corazón no fue lo de la mentira, ni que me acusaran de robarle a mi propia madre, ya te lo dije, esto se trata de tú y yo, se trata de que no fuiste capaz ni siquiera de escucharme, y eso habla tan mal de tu supuesto amor por mí, como de mí por creer que estarías conmigo hasta el fin.

Tenía razón en todo lo que le estaba diciendo, y al mismo tiempo Micaela estaba sintiendo asco de sí misma por haber sido tan ilusa, rabia con Marcia y odio por su madre, pero lo peor de todo, es que el amor por Pilar nunca se había ido, y ahora que estaba descubriendo toda la verdad ese sentimiento volvía, convertido en culpa y dolor; no podía imaginar cuánto había hecho sufrir a Pilar, mientras estaba sola y sabiéndose inocente. Durante meses, se había revolcado en su propio dolor, pensado una y mil veces en las supuestas acciones de ella, sufriendo por lo que había perdido, por sentirse traicionada, engañada ¿Y qué había de Pilar? ¿Cómo podía haber desconfiado tan fácilmente de ella? ¿Acaso en realidad su sentimiento nunca fue tan fuerte como creía?

—Pilar, por favor escúchame —le rogó con los ojos llenos de lágrimas, hablando atropelladamente—, fui una estúpida, pero podemos arreglarlo, puedo arreglarlo, yo jamás te he dejado de querer.

Pilar la miró con dureza.

—No tuve tu amor cuando lo necesité. Ahora es demasiado tarde para eso, solo vine porque no podía, no puedo dejar todo esto así. Tenía que decírtelo a la cara, tenía que verte cuando supieras la verdad, para poder sacarme este dolor, la tristeza y el abandono que sentí durante todos estos meses. Pero no quiero nada más de ti.
—Pilar espera...

Pero la otra mujer no la esperó, y salió rápidamente del departamento, azotando la puerta; Micaela quedó entonces sola en el lugar, con la respiración entrecortada, comenzando a llorar de forma convulsiva, mientras las escenas aparecían una a una en su mente; era culpable, era irremediablemente culpable de haber faltado a su promesa de amor, de no haber confiado en Pilar, de dejarse engañar con tanta facilidad y de haber herido a la mujer a la que amaba tanto como antes. Quedó sentada en el suelo, llorando sola.


Próximo capítulo: Mariposas calcinadas