La traición de Adán Capítulo 07: Paso a paso



Adán no estaba acostumbrado a preocuparse por motivos de trabajo, pero la verdad es que ese martes ya se encontraba frente a algo que amenazaba con complicarse aún más. La repentina visita de Pilar le había abierto un espectro de imagen mucho más complejo de lo que él mismo había supuesto en un principio.
Y le bastó solo una llamada para comprobar que las cosas estaban realmente en riesgo.

–Buenos días, abogado.
–Adán, me leíste el pensamiento –replicó Izurieta saltándose las formalidades–, estaba a punto de llamarte, por la visita que acabo de tener.

Pilar.

– ¿A qué se refiere? –preguntó con un tono de voz perfectamente creíble.

El abogado se escuchaba nervioso.

–Supongo que estás en la galería.
–Claro, estoy trabajando a toda máquina con lo de los preparativos.
–Excelente, estoy a cinco minutos, prefiero hablar este asunto en persona.

Y cortó sin siquiera despedirse. Excelente, la pequeñita Pilar se le había adelantado, ese era un punto en su favor que Adán tenía que darle, además de que era totalmente inmune a sus encantos; pero en un caso como ese, estaba obligado a tener el pulso más firme que nunca, o se iba a arrepentir.

–Pase, abogado. Me dejó preocupado con su llamada.

Lo recibió en el taller de Carmen igual que a la hija de esta, pero en esa ocasión se ubicó junto a una de las obras más etéreas y hermosas de la artista. Izurieta estaba muy inquieto, y se notaba en su actuar que no estaba cómodo con la idea de salir de la comodidad y seguridad de su oficina; y al igual que al teléfono, fue directo al punto.

–Adán, tenemos un grave problema entre manos.
– ¿Qué sucede?
–Pilar quiere que suspenda la inauguración de la galería, y tiene en su poder información que me hace creer que puede hacerlo.

La expresión de sorpresa del más joven fue genuina, ya que, de hecho, eso era algo que no tenía entre las posibilidades que había previsto. ¿Información?

–Creo que no lo entiendo, es decir, no puede ser, ella estuvo aquí hace poco y me confirmó su presencia en la inauguración, estaba preocupada, desde luego, pero en ningún momento insinuó algo como esto.

Eso no era completamente cierto, pero para el caso, era irrelevante; el abogado adoptó un tono de voz mucho más confidencial, que, dada, las circunstancias, tenía más de un significado.

–Adán, no te dejes engañar por Pilar.
–No lo entiendo.
–Para decirte esto, estoy confiando mucho en ti, así que espero el máximo de confidencialidad –replicó, hablando en voz baja, con el ceño fruncido—. Tal vez su apariencia no lo demuestre, pero Pilar es una mujer de mucho cuidado, cosa que lamento decir porque es hija de Carmen, que es una clienta importante, pero también es mi amiga.

Adán se puso de pie, con una expresión en el rostro, que podía ser interpretada tanto cono sorpresa, como incredulidad.

–Abogado, no creo que sea pertinente que hable de esa manera de la hija de Carmen, está insinuando algo grave.

Eso provocó el efecto que esperaba, y el hombre relajó un poco su postura; de seguro, se trataba de una prueba para confirmar si podía confiar en él.

–Sólo te lo digo porque confío en ti, por eso te pido confidencialidad. Además, sé que Carmen confía en ti, o de lo contrario no dejaría en tus manos su trabajo de manera temporal, ella es mi amiga y sé que si le preguntaras, te diría cosas aún peores que las que te dije yo.

Adán volvió a sentarse, preocupado.

–Lo escucho.
–Pilar no es lo que aparenta, pero todo lo que tiene que ver con eso sucedió desde antes que tú conocieras a Carmen. Supongo que te has preguntado en algún momento porque es que ella no habla de su hija.
–Pensé que se trataba de algo personal, por eso jamás se me ocurrió preguntarle.

Izurieta asintió.

–Tuviste razón. Mira, las cosas son realmente complejas, pero voy a resumirlo. Pilar vendió una colección completa de arte de Carmen, sin su autorización, a una sociedad comercial que la utilizó para instalarse en el país. Me refiero a la galería Cielo.

En esa ocasión Adán se quedó realmente de una pieza. Galería Cielo era una marca impuesta en el mercado hacía años, pero había tomado impulso con una muestra propia y anónima estrenada hace siete meses, es decir poco antes que él comenzara su trabajo con Carmen. Cielo, a diferencia de Carmen Basare, era una galería integral que reunía diversas muestras de arte, dentro de las cuales por supuesto hay pinturas. Cielo en particular, que fue el nombre que se le asignó a la muestra anónima, era una reunión de expresiones, colores y detalles realmente exquisita, sorprendente, incluso inspiradora. La muestra, en cada cuadro tenía las características casi perfectas, para convertirse en la niña bonita de los medios involucrados, que no cesaron en elogios y alabanzas. Cielo fue considerada por los medios la muestra más influyente de la ciudad, se convirtió en el comentario obligado por su rentabilidad, por el efecto que provocaba en el público, por los comentarios de los obnubilados estudiantes de arte, además de la intriga que significaba ser anónima.
¿Y era de Carmen Basaure? ¿Y Pilar la había vendido sin su autorización?

–No puedo creerlo.
–Es lógico si consideramos que trabajas con Carmen, y me juego la cabeza a que jamás te mencionó esto.
–Es que ni siquiera se me habría pasado por la mente.
–Aún te faltan muchas cosas por aprender –comentó el profesional–, y todo esto es porque existen personas como Pilar que pueden cometer traiciones enormes, sin siquiera preocuparse por ello.

Adán estaba elaborando un plano mental mientras tanto, pero necesitaba más información, y estaba trabajando a toda máquina.

–Espere, usted dijo que Pilar tiene información que le permitiría detener la inauguración de la galería ¿A qué se refiere?
–A eso voy, pero tenía que decirte esto para que comprendieras lo demás. Carmen sufrió un ataque de un desconocido hace un tiempo, incluso antes de que ocurriera lo de Pilar. Esta persona intentó realizar algunas operaciones bancarias suplantándola, pero afortunadamente todo fue detenido a tiempo.
–Pero no se resolvió por completo –apuntó el joven.
–Piensas rápido, eso me agrada. Así es, pudimos tomar precauciones a tiempo, pero la gente que encargué de descubrir de quién se trataba, no pudo dar con el origen, lo que significaba que en cualquier momento una situación como esa podía repetirse; desde luego que Carmen estaba preocupada, así que decidió redactar junto conmigo el documento en donde especifica que cualquier cosa que se relacione con ella, es decir sus operaciones en la bolsa, movimientos de dinero y todo lo relativo a sus obras, debe ser autorizado y supervisado directamente por ella. Seguramente te estarás preguntando por qué en este tiempo jamás supiste de la existencia de eso, y la respuesta es simple: según el acuerdo que hicimos Carmen y yo, sería letra muerta mientras ella estuviera de cuerpo presente y trabajando como de costumbre. El punto es que si ella estaba a mano del teléfono para comprobar cualquier cosa, sería absurdo aplicar el documento, no así si estaba enferma, perdida en alguno de sus viajes o algo por el estilo.

Entonces no era primera vez que la artista estaba involucrada en algún asunto que pusiera en riesgo su seguridad; y nada de eso pudo ser detectado por él durante el tiempo que estuvo investigando acerca de ella.

–Pero usted dijo que el documento era secreto.
–Lo era, y por lo que te conté antes, se me figuraba completamente imposible que ella pudiera saberlo. De hecho la propia Carmen, luego de aquel acto deleznable, me recalcó que había que impedir a toda costa que algo como eso se repitiera otra vez.

Adán trabajaba a toda máquina, pero eso empezaba a ser harina de otro costal.

–Lo que no entiendo es cómo Pilar pudo hacer algo tan grande como vender esa obra de Carmen sin que nadie la detuviera, sin su autorización y además existiendo el documento del que me habla.

Izurieta lo miró detenidamente; estaba evaluando hasta donde podía confiar en él, y vio que el elástico aún podía estirarse más.

–Recuerda que te dije que el documento era secreto y solo se haría efectivo en ciertas circunstancias y si Carmen no se encontraba ubicable, y resulta que ella estaba en perfectas condiciones. Además, Pilar se aprovechó del temperamento de Carmen para conseguir lo que hizo; es complicado, pero básicamente le sacó una firma que le dio el poder para vender la colección Cielo, cosa que hizo de inmediato y bajo un contrato de confidencialidad, con lo que se protegió por completo.

Adán recordó la conversación que había tenido con Carmen exactamente antes de que comenzara todo el asunto de los dos cuadros. No tenía que preguntarle a la artista cuál era la razón de que en esa época no luchara por demostrar que las obras eran suyas y por qué es que no había comenzado ninguna acción judicial, y la razón de esto es que más allá de que estaba involucrada su propia hija, había algo mucho más importante: si ella, la afamada Carmen Basaure, se atrevía a poner en juego su trayectoria acusando a quien fuera de robarle la obra, bien podría ganar o perder, pero eso no dejaría de afectar su reputación, porque eventualmente alguien muy bien podría decir que todo el caso era el de una artista de ciertos años que, viéndose en decadencia o ensombrecida por otra muestra de arte, tratara de manera desesperada de recuperarse. Conociendo el enorme ego de Carmen, ella jamás se arriesgaría a algo como eso.
Pilar había hecho la jugada perfecta, la traición a su madre, los millones en su cuenta corriente, un contrato de confidencialidad, saliendo a divertirse por el mundo y sabiendo que nadie nunca iba a poder tocarla. Notable Pilar, realmente notable.

–Déjeme ver si entiendo –replicó al fin Adán, con tono lúgubre–. Pilar sabe de algún modo de la existencia de este documento secreto de Carmen, y quiere suspender la inauguración de la galería, cosa que a usted le preocupa porque tiene antecedentes de que Pilar es capaz de cualquier cosa. Y ahora puede ponerlo entre la espada y la pared porque sabe que, si pone en público el primer documento, complicará todo mucho más.
–Estás en lo cierto. De hecho esa es la amenaza que me hizo.
– ¿Se atrevió a amenazarlo?
–Así sin más. Como verás, ella tiene las cartas en su favor, y para eso, me indica que intervenga la sociedad que le está vendiendo la galería a Carmen.

Adán sí sabía de eso. El edifico en que se encontraba la galería era de una sociedad inmobiliaria, que luego de ver ciertos aspectos decidió vendérsela a ella, pero eso aún estaba en proceso, faltaban una serie de trámites legales, lo que significaba que Izurieta podría poner cualquier excusa absurda que hiciera necesario, por ejemplo, realizar alguna medición o cierre temporal de la galería. Y eso sería un gran golpe.

–Entiendo todo lo que me explica, de hecho me parece... no sé cómo explicarlo, es horrible la actitud de Pilar, pero no sé de qué manera yo podría ayudar si es que ella se atrevió a amenazarlo a usted.
–Precisamente porque tú eres un factor con el que ella no cuenta; ella debe considerarte una molestia porque seguramente no se esperaba que alguien inteligente y fiel estuviera de lado de Carmen, pero no se debe imaginar que seas una amenaza real. Así las cosas, mi plan es que tú intervengas para desestabilizarla y permitirnos continuar con lo de la galería, sin problemas.
–No me imagino cómo podría.
–Pero yo sí. En realidad, y considerando que el tiempo se nos viene encima, ahora no importa cómo Pilar supo del documento de acreditación de Carmen, y ni siquiera me importa por qué diablos es que está tan interesada en detener la inauguración, lo que me importa es que consigamos sacar adelante la muestra, porque tan pronto como lo esté, si ella tiene cualquier otro plan, tendrá que esperar a un momento en donde no se delate. Y la idea es que Carmen tenga una grave recaída.
– ¿Qué?
El hombre se encogió ligeramente de hombros, sin preocuparse.

–Hasta ahora el tema de Carmen se ha mantenido alejado de los medios, y eso nos sirve para manejar ciertos asuntos. El punto es hacerle creer a la hija que la madre está muy grave, lo que la va a obligar a mantener las apariencias y acudir en su visita, dejando de lado sus planes; para esto puedo hacer algunos simples movimientos, y tu parte consiste en acompañarla como sea al lugar de los hechos, mientras yo recurro a otras artimañas para dejarla entrampada.

El viejo era más zorro de lo que Adán se había imaginado, pero su plan tenía sentido.

– ¿Y qué hará usted?
–Confundir su identidad con la de otra persona para que la policía la detenga y la enrede en un asunto por horas, mientras nosotros celebramos con champaña la inauguración de la muestra de arte. Pero necesito saber si es que estás dispuesto a jugártelo todo por Carmen.

Adán asintió enérgicamente.

–Haré lo que usted diga abogado, sé que Carmen confía en usted.

2


Micaela se enfrentaba a un problema más en sus planes en la llegada al país. Las cosas se habían vuelto duras, y había tenido pesadillas toda la noche ¿cómo podía tener tan mala suerte?
No importaba. Era relativamente temprano, estaba agotada por esos sueños en donde estaba aún durmiendo, con Pilar a su lado, y su madre de pie junto a ellas diciéndole con tono lúgubre esas palabras que todavía rondaban por su mente: lo lamento hija, jamás imaginé que ella estaba detrás de todo esto. Lo lamento.
Lo lamento.
Eso en ese momento estaba entre las cosas que menos le importaban. Era cierto que la aparición de Pilar en esas circunstancias le producía náuseas, pero fuese como fuese, las cosas seguro que pasaban por algo, y si habían coincidido, no tenía más opción que tomar las riendas con mano firme y terminar con todo.
Casi daba risa que ella y Pilar estuvieran en el país de vuelta al mismo tiempo, a poco de inaugurarse la galería de Carmen Basaure, y además topándose cerca de la torre, de aquella torre. Ni modo, también tenía problemas más terrenales, y el más urgente era conseguir un trabajo, porque si bien arreglar sus problemas con el banco y su antiguo trabajo le llevaría relativamente poco tiempo, estaba claro que no se quedaría más de un par de horas por allí, y en ese sentido mantenerse inactiva sería contraproducente. La entrevista que tenía en esos momentos era en la oficina de diseño ejecutivo de la constructora Del mar y Alzarrieta. Quien la recibió era nada menos que el gerente de proyectos, y esa deferencia le hizo recordar que ahí era alguien, no como en el extranjero.

–Buenos días Micaela, soy Esteban Méndez, es un placer.

Micaela lucía un atuendo formal y sobrio, distinto de lo usual, con un traje dos piezas negro y violeta, el cabello peinado simplemente hacia atrás y atado con un lazo violeta; elegante y aplicando el estilo de ''menos es más''

–Gracias por recibirme, Esteban.
–Me sorprende que estés aquí, tenía entendido que estabas en el extranjero.
–Volví hace poco, y ya sabes lo que dicen, si es por trabajar, no me voy a quedar de brazos cruzados. ¿Tienes algo para mí?

El ejecutivo era alto, increíblemente delgado, blanco, de cabello negro refulgente, de mirada penetrante. Un tipo elegante que tenía en su apariencia algo que no encajaba con el lugar, al igual que ella.

–Para alguien de tu fama y experiencia, seguro que sí. Acabo de poner la primera piedra —es un eufemismo–, en un proyecto, y me encantaría que participaras en él; se trata de la remodelación del boulevard del parque Centenario, y en eso te necesito como encargada de proyecto en terreno. Básicamente te necesito de mala, ladrando órdenes y asegurándote de que todo va al pie del calendario, además de evaluar las pistas de trabajo y todos esos menesteres.
–Así que no encontraste a nadie que quisiera ser asesinado.

Esteban sonrió satisfecho; por lo que Micaela veía, era la clase de hombre que habla mucho, rápido, y piensa con más velocidad todavía, justo el tipo de persona que le gustaba tener cerca en un trabajo.

–Es del tipo de trabajo ingrato, ya sabes, pero eres apropiada para eso y dijiste que querías algo por poco tiempo, así que ¿Qué dices?
–Que tienes razón en todo. Si tienes la proyección de dinero ahí en tu escritorio y casualmente un contrato, cerramos ahora mismo.

Poco después y con un contrato firmado, ambos salieron del edificio.

–Ya que estamos afuera y que somos socios, pensé que podríamos tomarnos un café y charlar.

¿Acaso estaba flirteando con ella? Se dijo que era posible, pero que al mismo tiempo, la idea del sujeto lascivo con una mujer recién contratada, por alguna razón, no coincidía con él.

–Pues no sé si sea bueno, imagina lo que dirían tus colaboradores.
–En este momento no estoy trabajando, y además no me importa lo que digan, nadie puede mandarme ¿Qué dices?

Como cambiaban las cosas. Micaela aceptó, pensando en que nada podía perder excepto un poco de tiempo, y por otra parte resultaba un poco divertido estar en medio de una situación como esa.  Minutos después estaban sentados en un café temático, pero con dos whiskies.

– ¿Y bien? esta es la parte en donde me dices qué es lo que realmente estás haciendo en el país por estas fechas.

Micaela lo miró fijamente. Estaba pensando divertirse un poco a costas de él, pero por lo visto, Esteban escondía algunos secretos, y era mucho más observador de lo que ella había esperado; pero también le había resultado simpático desde el primer momento.

– ¿Quién eres, Esteban?
–Un tipo más inteligente de lo que parezco, y sobre todo muy bien informado. Sé que tus logros siempre han estado llevados por tu propia mano, por eso es por lo que, en vez de trabajar del modo fácil, te hiciste una experta en administración de personal, proyectos y diseño integral. Eres una mujer joven, inteligente, capaz, que de la noche a la mañana cierra su oficina y se larga a empezar de cero en el extranjero, y vuelve ocho meses después, buscando trabajo. Disculpa si considero extraño esto.

Pensaba rápido y bien. Interesante.

– Cualquiera diría que has estado investigándome.

Pero él, en vez de responder, rio alegremente.

– ¿Qué?
–De acuerdo, me doy por vencido, tú definitivamente no te acuerdas de mí.
– ¿Acordarme?
–Mira, sé que no soy exactamente el tipo de hombre inolvidable, incluso creí que estabas disimulando o algo, pero ahora estoy convencido que de verdad no me recuerdas. Tú me mandaste al diablo cuando traté de trabajar contigo hace poco más de dos años en tu oficina, y ahora que, humildemente lo digo, los papeles están invertidos, me estoy permitiendo el placer de acosarte con preguntas, creo que es lo menos que me merezco.

Sólo entonces lo recordó. Claro, pero en ese tiempo él tenía una apariencia distinta, el cabello más largo, era más corpulento y definitivamente tenía otro estilo.

– ¿Estás tratando de decirme que me contrataste como venganza por no haber querido trabajar contigo la vez anterior?

Él sonrió ante la inteligente pregunta.

– No, te contraté porque eres una profesional de buen nombre y sé que lo harás aún mejor de lo que crees. Y también te contraté esperando que nos conozcamos más, y por ejemplo, ser amigos.
– ¿Estás coqueteando conmigo?
–En cierto modo, pero debo decepcionarte porque estoy ocupado.
–Me rompes el corazón.
–Estoy seguro de eso.

Micaela se reclinó en el asiento. Ah, se trataba de eso, pero a ella por lo menos le resultaba bastante lógico no recordarlo, porque en esos tiempos ella estaba cargada de trabajo. Era una situación extraña, pero le serviría tener alguien con quien conversar además del trabajo.

–Te rechacé porque tenía muchas cosas en mente. Y sobre lo otro, mi salida del país no fue tan sorpresiva de todos modos.
–Eso me tranquiliza, viví semanas pensando que la conocida Micaela Riveros me ignoraba porque era un mal ejemplar de ejecutivo. Pero así fue como redoblé mis esfuerzos, y subí algunos niveles hasta estar donde estoy ahora.
–Espero que no estés resentido.
–Para nada —el hombre se terminó el whisky de un trago—. Incluso diría que me sirvió para esforzarme más aún. Debes reconocer que tuve una entrada muy teatral, así que creo que eso me suma puntos.
– ¿Y quieres ser amigo mío a causa de eso?
–Por extraño que te suene, sí; sé que no lo recuerdas, pero cuando me dedicaste un minuto y medio en tu apretada agenda, dije “Cielos, es el tipo de persona que quiero conocer” y no me iba a perder la oportunidad ahora. Y si en el camino te parezco horrible, aún seré tu jefe, y por lo demás tendrás que trabajar conmigo por los siguientes dos meses, así que seguro que podremos aprender a llevarnos bien.

Micaela bebió de su copa, lentamente.

–Eres muy extraño.
–Ya lo sé.
–Pero eso me agrada. Cielos, nunca me habían pedido amistad, pero acepto.

Se hizo un silencio, y luego ambos rieron.

—Eso alegra mi día a niveles que no te imaginas.
–Esto está dentro de las cosas más extrañas que he escuchado, pero me parece bien. Solo que tendrás que asegurarme que además del trabajo, tendremos jornadas como ésta en el futuro.
—Ya lo tengo apuntado en mi agenda electrónica.

Próximo capítulo: Un engaño sencillo

Contracorazón Capítulo 06: Dolor perpetuo





Tan pronto como hizo la pregunta, Rafael vio que a Martín se le iluminaba el rostro; tardó un momento en responder, y esbozó una sonrisa de auténtico cariño.

—Carlos —dijo al fin—. Es mi hermano menor, tiene quince años.

¿Hermano menor? Rafael sintió que se le subían los colores a la cara al darse cuenta de que había cometido el error de pre juzgar que por estar hablando con un hombre con expresiones de cariño, necesariamente se trataba de un interés amoroso; había tenido la misma actitud de la mayoría de las personas con respecto a alguien con sus intereses.

—Debes quererlo mucho –comentó para salir del paso.
— ¿Quererlo? –preguntó, con un suspiro—. Es la luz de mi vida, Carlos es todo para mí.

Rafael iba a decir algo, pero el cambio en la expresión de Martín lo hizo guardar silencio; estaba a punto de hablar de algo que era tan importante para él que eso eclipsaba todo lo demás. Por un momento en la sala de ese departamento, en donde solo había luz artificial y un tímido rayo de luna que se colaba entre las cortinas, Martín se sintió en total libertad con sus sentimientos, en una situación tan íntima que hizo que su voz saliera impregnada de amor y dolor a partes iguales.

—Tiene fibromialgia —su voz se había convertido en un susurro—, y un alto grado de hiperalgesia –como si fuese una costumbre, recitó la explicación a los dos términos que había usado—. La fibromialgia es una enfermedad crónica que provoca dolor en el esqueleto y los músculos, y la hiperalgesia es una sensibilidad alta al dolor.

Se quedó en silencio un instante, todos los músculos de la cara y el cuello tensos por las sensaciones que lo embargaban mientras hablaba; Rafael sintió que se le oprimía el corazón en el pecho ¿Cómo había llegado hasta ese punto? Algunos minutos atrás estaba pensando en una charla relajada con Martín, y ahora lo estaba escuchando hablar de una tragedia familiar de la que ni siquiera sabía lo suficiente; no pudo hablar.

—Es como si cada día de su vida despertara, y supiera que algo invisible lo va a torturar, y que no hay nada que pueda hacer para impedirlo. Crecí escuchando cómo se despertaba en las noches, gimiendo de dolor, viendo a mis padres sufrir por él y desgastarse buscando primero alguien que les explicara lo que sucedía, y después alguna forma de ayudarlo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no llegó a derramar ninguna, y haciendo un esfuerzo siguió hablando.

—Pero es tan fuerte –su mirada vagó de un punto a otro, cono si en ese momento estuviera luchando por encontrar las palabras exactas que pudieran explicar su sentimiento—; siempre consigue seguir, y tiene energía para volver a sonreír, para tener proyectos. Yo no podría soportar lo que a él le pasa, me volvería loco viviendo de esa manera, pero él puede hacerlo; yo soy su hermano mayor, pero siempre pienso que mi objetivo en la vida debería ser intentar ser tan fuerte como él algún día.

Respiró de forma entrecortada, luchando por contener la emoción que lo estaba embargando. Rafael no podía moverse, estaba tan sorprendido que no sabía qué hacer o decir, se había convertido en un mudo espectador de una historia que era mucho más grande de lo que siquiera pudo imaginar.

—Supongo que cuando te dije que había mentido para conseguir este arriendo, y que me iba a quedar sin trabajo, te debes haber preguntado si yo era un tipo que vive a la suerte del día, intentando salvar todo al momento.

Rafael sí se lo había planteado, pero no habló porque lo que estaba diciendo Martín no era una pregunta.

—La verdad es que tengo un departamento –sus palabras no mostraban una gota de orgullo por lo que decía—. Lo compré con ahorros de mi primer trabajo, era un lugar en donde pagaban muy bien; pero hace unos meses supimos de un medicamento nuevo que se estaba probando, que era un tipo de analgesia para infiltraciones. Papá estaba con una baja por estrés y mamá estaba en una situación inestable en su trabajo, y nosotros –su expresión demostró que estaba reviviendo la angustia de su relato–, ya teníamos los contactos en el extranjero y una persona que lo iba a traer, pero no teníamos el dinero; así que puse mi departamento en arriendo, conseguí una persona que me pagó el mes de anticipo y dos más. Le pedí al jefe del trabajo en el que estaba que me despidiera, pero como no había posibilidad, llegamos al acuerdo de que yo firmaba un documento, el equivalente a un crédito, que correspondía a la suma de dinero que me habría correspondido por la causal de desvincularme por necesidad de la empresa.

Tomó el vaso, pero lo descartó, incapaz de beber en ese instante; luego siguió con su relato.

—La razón de esto era poder cobrar el seguro de desempleo, y con eso más lo que había hecho antes logré reunir el dinero para que no perdiéramos esa oportunidad. Le mentí a Carlos, e hice que mis padres prometieran que de ninguna manera le iban a decir que yo me había ido a otra parte, porque si él se entera de que hice esto, se sentirá culpable, pensará que yo estoy viviendo de una forma peor por su causa, y no puedo hacerle eso.

Después de un instante de silencio negó con la cabeza y respiró profundo varias veces.

—Perdón, lo siento, no debería estar hablando de esto, lo lamento.

Rafael al fin pudo hablar; se sentía profundamente impactado por lo que acababa de escuchar. Martín era un hombre ameno, mordaz y bastante alegre, que en la primera capa no mostraba nada de lo que estaba enseñando en esos momentos. Estremecido, el moreno puso una mano en su hombro, resueltamente, mirándolo a los ojos.

—No te disculpes. Si necesitas decirlo, sácate eso de adentro, dilo todo; nunca te disculpes por ser honesto con tus sentimientos.
—Gracias.
—No tienes nada de que agradecer, estoy aquí para eso; puedes confiar en mí, para lo que sea.

Martín devolvió el gesto y lo tomó por el hombro también; por un momento ninguno habló, y no fue necesario, porque el entendimiento fue absoluto y la conexión permitió que los dos comprendieran los sentimientos que tenían lugar en esa jornada.

—Es curioso esto que sucedió –comentó Martín, un poco más tranquilo—, nunca me había sentido así, con tanta libertad para hablar con alguien a quien conozco poco, pero por alguna razón me pasó contigo.

Repuesto de la sorpresa y el impacto de lo que acababa de conocer, Rafael se dio un respiro y bebió un trago para volver a su centro.

—A mí también me pasa –replicó con Sinceridad—, así que te entiendo.
—No hablo mucho de esto en general –explicó el trigueño, jugando distraídamente con una pasa que había caído sobre la mesa—; trato de mantenerlo en una zona de seguridad, lo más protegido posible.
— ¿Por qué?
—Porque hay mucha gente que no cree que esta enfermedad exista –declaró, con acidez—. Como no pueden verla, como no sale una mancha en una radiografía ni tienes heridas a la vista, las personas piensan que esto no existe, que son inventos de una persona delicada –hizo las comillas con los dedos—, de alguien que es demasiado sensible. Si tienes suerte, te dirán que tienes un cuadro de estrés y te recetarán medicamentos que en realidad no te sirven.

Estaba más tranquilo ahora, pero de todos modos se percibía en sus palabras la irritación que sentía por lo que estaba relatando.

—Es increíble, porque vivimos en una sociedad donde hay mucha gente que cree en ídolos que no han visto en su vida, que no hay ninguna prueba de que existan, y las personas creen en ellos sin cuestionar nada. Pero si tienes a un niño retorciéndose, llorando, no le creen, les da lo mismo lo que puede estar sintiendo y simplemente lo interpretan como les resulta más cómodo. Señora, su hijo es muy consentido y está buscando atención, señor, su hijo debe tener un problema hormonal, o un estrés.

Por eso es por lo que antes había hablado de lo importante de las acciones concretas de las personas, y antes de eso, reaccionó como lo hizo ante una referencia suya a las personas que son diferentes a los demás. Desde un principio, todo tenía que ver con lo mismo, con mantener un comportamiento acorde con lo que vivía, y por eso sus reacciones ante situaciones que tuviesen que ver con injusticias eran tan apasionadas, porque veía en ellas una porción de la experiencia que el mismo tenía.

—Supongo que no existe una cura para la enfermedad –dijo Rafael al cabo de un momento—. Disculpa por la pregunta, es que no sé nada al respecto.
—Está bien, no tenías por qué saber; pero no, no hay forma de curarlo, lo único que puedes hacer es tratar de luchar contra eso.

El moreno sirvió más cerveza para ambos.

—Dijiste que habían comprado un medicamento en el extranjero ¿Cómo funcionó?
—Bien, en general; es para cuando tiene crisis más severas, es complicado.
— ¿Quieres contarme?

Martín lo miró con un asomo de duda en los ojos, o acaso fuera temor por el ofrecimiento.

—No te quiero aburrir.
—No me vas a aburrir en absoluto –replicó Rafael con sencillez—, no estoy tratando de quedar bien, simplemente quiero escucharte si es que quieres hablar de eso. Me siento en confianza contigo y quiero escucharte, es todo.

Escuchar eso hizo un gran efecto en Martín, que se mostró más sereno a la hora de continuar hablando.

—Mis papás tuvieron suerte dentro de todo, porque hay personas que pueden pasar muchos años entre un doctor y otro sin resultados; ellos visitaron algunos desde que a Carlos le comenzaron los síntomas, que fue cuando tenía seis. Fue gracias a una doctora que estaba realizando un reemplazo que tuvimos un poco de luz; ella nos explicó que, para llegar a un diagnóstico, la única forma es descartando todas las otras alternativas, es decir hubo que llevarlo de examen en examen. Creo que de alguna manera entendía que algo estaba mal, porque a medida que pasaba el tiempo, ya no preguntaba por qué lo llevaban de nuevo al hospital o a un centro de exámenes, simplemente obedecía las instrucciones.

La visión de un niño pequeño sometido a una serie interminable de toma de muestras, escáneres y otros exámenes sonaba demasiado perturbadora, era como si la vida lo hubiera transformado en un conejillo de indias.

—Al final, de acuerdo con los exámenes y los síntomas que presentaba, pudieron concluir que se trataba de eso. Hicimos un mapa de los puntos de dolor, que siempre es igual en ambos lados del cuerpo; el cuello, los hombros, debajo de los brazos, la cintura, los muslos, las rodillas y los tobillos –respiró profundo—, esos son los alfileres, como le decía él cuando nos explicaba lo que sentía.
Es impredecible, nunca sabes cuándo va a atacar de nuevo; algunos días puede haber solo un malestar leve, mientras que otras veces puede pasar por varias intermedias, o tener una crisis fuerte, que lo deja fuera de combate por varias horas. Es desesperante, porque lo ves sufrir y no puedes hacer nada, porque en una crisis fuerte hasta abrazarlo puede aumentar su dolor; con el tiempo aprendimos a hacer masajes en los puntos afectados, y aunque no es mucho, sirve de alguna ayuda cando no se encuentra bien.

Se puso de pie y abrió la ventana, descorriendo también la cortina; entró más luz de noche, y al hacerlo, los colores al interior de la sala se volvieron más oscuros y un poco más azules, en reemplazo de la luz blanca artificial del interior. Rafael pensó que ese momento de completa sinceridad era algo único, y probablemente sería un hito importante en esa amistad, cuando la mirara en retrospectiva.

— ¿Va a la escuela?
—Tuvo que dejarla a los ocho, se volvió insostenible y mis padres no tenían los recursos para incorporarlo a una escuela para niños con necesidades especiales, porque la fibromialgia no entra dentro de las patologías que cubre el estado para las escuelas que son gratuitas; después encontraron una escuela en donde lo aceptaron, y sólo tiene que rendir los exámenes, así que estudia en casa.
—Lo vas a ver seguido –comentó Rafael.
—Entre dos y tres veces a la semana, tengo que equilibrar entre verlo seguido para que no piense que ocurre algo extraño y no verlo demasiado seguido por la misma razón.

Se quedó un momento mirando hacia afuera, pensando en todo lo que había dicho hasta el momento.

—Ustedes deben llevarse muy bien –apuntó Rafael.
—Sí, bueno, con los temas típicos; sigue siendo un adolescente y a veces me odia, pero por lo general nos llevamos muy bien. ¿Ves esa remera?

Señaló la que tenía puesta el día que Rafael lo ayudó a ordenar el departamento, que estaba sobre el cojín puf.

—Sí.
—El dibujo lo hizo para mí cuando tenía seis años –explicó, sin disimular el orgullo que sentía —. Se supone que es un ornitorrinco, estaba obsesionado con una caricatura dónde salía uno; le dije que la iba a usar siempre y así lo hice, la uso cuando estoy en casa.
—Es un detalle muy bonito.

Sucedió un silencio que no se sintió incómodo para ninguno de los dos. Rafael se sintió sorprendido de ver cómo las cosas habían cambiado tanto en tan poco tiempo, y de qué forma la conexión generada entre ellos se sentía natural, fluyendo entre ambos; por suerte su error de juicio con respecto a Martín no se tradujo en palabras, lo que era al mismo tiempo una suerte para casos como ese y un problema en otro tipo de circunstancias. Se había preguntado cómo era que hombres y mujeres preguntaban con tanta facilidad por la sexualidad de otra persona, incluso sin conocerla, como a un compañero de trabajo, mientras que él le daba mil vueltas al tema, y prácticamente esperaba a tener una confirmación más allá de toda duda, lo que en regla podía pasar muy pocas veces. Se sentía anticuado en algunos aspectos.

— ¿Extrañas tu departamento?
—Lo extrañé aproximadamente dos horas, después ya no; es sólo espacio, la única real diferencia es que aquí no hay cómo regular la temperatura y ahora que está haciendo calor es un poco sofocante. Pero –se encogió de hombros—, uno siempre puede andar desnudo o medio desnudo y con las ventanas abiertas.
—Sí, yo hago lo mismo – comentó Rafael —; aunque en invierno es helado, al menos ahí al lado lo es.
—Creo que también aquí, me lo comentaron; pero está bien, no me preocupa porque conseguí el dinero, y además con lo que me paguen por el arriendo ayudo con lo de los medicamentos con más facilidad.

Era una situación opuesta a la suya; por suerte, él podía darse la oportunidad de vivir más ajustado durante un tiempo para después tener la posibilidad de vivir de forma más cómoda, y en un lugar que fuera de su propiedad.

— ¿Te molesta si te hago una pregunta?
—Claro que no.
— ¿Por qué no le dices a tu hermano? – Rafael sopesó un instante el argumento – Por como hablas de él, me da la impresión de que es un chico listo, creo que entendería que hiciste lo del departamento por una buena causa.
—No es un tema de que lo entienda, es que lo acepte –Martín se encogió de hombros—. Lo conozco, se lo tomaría como algo personal, como si hubiera sido provocado por él, y eso le haría mal; las cosas están bien así.
— ¿Y no crees que en algún momento podría sospechar, o querer ir al departamento?
—Carlos no sale mucho de casa, y cuando lo hace, tiene que estar acompañado por precaución, así que eso no va a pasar. Además, tiene su cuartel general en su cuarto, ya hay que pelear para hacer que vaya a la sala.

Rafael tuvo la intención de decirle que de todos modos no era correcto que le ocultara esa información a su hermano, pero considerando que no lo conocía, decidió dejar el asunto hasta ahí y enfocarse en el tema global.

—Creo que eso le sucede a la mayoría de los chicos.
—Es cierto, de alguna manera nosotros debimos ser iguales tiempo atrás.

Todo había salido tan distinto a lo que Rafael se esperaba; se preguntó si estaría de más invitarlo a la fiesta por la boda de su hermana, pero no lograba decidir si eso era apropiado o quedaría fuera de lugar.

—Martín –dijo después de una pausa—, gracias por contarme esto, por confiar en mí.
—Gracias a ti también. Hace mucho tiempo que no hablaba de esto con alguien.
— ¿Y te sirvió?
—Mucho –replicó el trigueño–, me siento mejor ahora.
—Entonces fue bueno y me alegro por eso.
—Y tú ¿Tienes algo que me quieras contar, algo que te haga falta decir? Soy un libro abierto.

Rafael sabía que no lo había dicho como una insinuación o con un tono en concreto, pero era una invitación gentil y amable. Si para él no era un tema que le causara un gran conflicto ¿Por qué no decirlo? No tenía que tomarlo como una confesión o algo parecido, podía incluso abordarlo desde una perspectiva laboral o como algo casual si mencionara el sorpresivo encuentro con su ex, y el hecho de dar todo el contexto por entendido haría que las cosas fueran más fáciles.
Pero no lo hizo.

—Creo que en este momento lo único que me está quitando el sueño además del matrimonio de mi hermana es la incertidumbre en el trabajo —respondió con evasivas—. Saber si es que voy a poder ascender en esta ocasión.
— ¿A qué te refieres con en esta ocasión?
—Lo que ocurre es que ya desde el año pasado pretendo pasar a jefe de tienda, pero había un supervisor con el que nunca habría tenido oportunidad, y como ahora no está, estoy con la duda de si eso será suficiente.
— ¿Y se tardan mucho en esos procesos internos? –preguntó Martín.
—Es relativo.

El trigueño le dio una palmada en el hombro antes de volver a sentarse.

—Entonces por el momento todo sigue igual. Yo pienso que te va a ir bien, estoy seguro.

Rafael sonrió, pero lo cierto es que él mismo no lo estaba.

—A propósito, mira, una foto de mi hermano.

El muchacho era casi excesivamente delgado; tenía la piel levemente bronceada, el cabello oscuro y unas profundas ojeras marcaban sus ojos pequeños y almendrados.

- No nos parecemos –comentó Martin-, pero es igual a mamá. Creo que yo salí a mis bisabuelos porque no hay muchas coincidencias cercanas.

2

Pasado el descanso del fin de semana, el lunes la tienda se sumió en el caos desde primera hora de la mañana; la caja del local sufrió un desperfecto, por lo que el chico que estaba a cargo ese día tuvo que trabajar de forma manual, y todos los que estaban atendiendo debieron regresar al método de tomar nota de cada pedido, porque los tickets internos tenían códigos numéricos por artículo en vez de nombres, y nadie se sabía todos los códigos de producto; sumado a esto, un día lunes quincena era por lo general de más afluencia de público, y ese día en particular aumentó. Cuando eran las doce menos cinco, Rafael estaba cansado al igual que todos y sólo quería salir a almorzar para poder descansar un poco; estaba con un cliente con una larga lista de productos cuando notó que Sara no estaba visible.

— ¿Le pasó algo a Sara?
—Dijo que iba al entrepiso –replicó Darío, que en ese momento estaba sacando unas cajas de la parte superior de la pared—, pero se está tardando, me debe la promoción de la semana.

Si bien el entrepiso estaba dentro del mismo local, había que caminar por un corto aunque estrecho pasillo, abrir la puerta y subir la escalera para llegar a él, por lo que era costumbre que al ir cualquiera de ellos, llevaba los encargos de los demás.
Había cinco personas en espera, y al fijarse, notó que Ángel tampoco estaba.
Miró la lista que tenía en la mano, y comprobó que había al menos dos elementos de los que no tenía existencias en el mesón de atención; guiado más por un presentimiento que por algo concreto, se disculpó con el cliente, explicándole que iría por los elementos, y fue hacia la bodega, trasponiendo la puerta y subiendo los escalones en completo silencio. Cuando llegó arriba, comprobó sus peores temores.

—Ángel, déjame pasar.
—Tranquila, solo estamos conversando.

La bodega del entre piso estaba dividida en pasillos, y en el de la izquierda, que estaba al otro lado de la entrada, el voluminoso hombre le cortaba el paso a la chica; Sara no era alta, pero sustituía su estatura con un carácter determinado y fuerte, que en ese momento se reflejaba en su expresión, dura.

—No quiero conversar contigo, y no te vuelvas a hacer el simpático conmigo –el tono de ella no dejaba lugar a dudas de la irritación que sentía—; ahora déjame pasar.
—Pero si no me estoy haciendo el simpático, yo soy simpático –murmuró con tono meloso.

Rafael tuvo el impulso de arrojarle algo encima, pero tomó la decisión más sensata, dado el caso.

—No estás siendo simpático ahora.

El corpulento hombre volteó ligeramente y perdió la sonrisa y concentración, dándole a ella la oportunidad de apartarse y salir del asfixiante espacio en el que estaba atrapada; le dirigió una mirada salvaje a Ángel.

—No se te ocurra volver a hacer algo como eso.

Presionado por la presencia de Rafael, el aludido intentó reducir la importancia de lo que estaba pasando.

—No te pongas amarga, sólo era actitud divertida.
—No te hagas el loco, no seas ridículo —le espetó Rafael.

Sara le hizo un gesto muy leve al pasar, y salió del lugar. Rafael le cortó el paso a Ángel, ignorando por completo que el otro le sacaba muchísima ventaja física.

—Tú no te metas.
— ¿Desde cuándo te dedicas a acosar a tus compañeras de trabajo? ¿Qué te pasa?
—No me trates de controlar, tú no tienes moral para eso.

Entonces así era como se iban a quitar las máscaras. Pero a Rafael no le importó, ni le importó la desventaja física; esa clase de abusos, incluso si en un caso como ese, era detectado a tiempo, era algo que no podía tolerar.

— ¿Moral?
—Sí, moral, no te metas conmigo, maricón.

Los ojos de Rafael relampaguearon.

—Lo que estabas haciendo está mal ¿qué va a pasar si me meto, me vas a acusar?
—Supongo que por algo tienes secretos –apuntó el otro con acidez.

Estaban a mínima distancia, cada uno de los dos sin querer dar un centímetro en favor del otro.

—Yo no tengo nada de qué preocuparme –replicó, con un encogimiento de hombros que le quitaba toda la importancia al tema—, no tengo que darle explicaciones a ninguna esposa, ni a ningún policía si aparece ¿Los llamamos ahora?

Eso bastó para que el otro se abalanzara sobre él, para tomarlo por la camisa; sin espacio para moverse, Rafael hizo el mismo gesto, de forma instintiva, aunque con eso no consiguió mucho. Sintió cómo su espalda chocaba con la estantería de metal y trató de forcejear, pero estaba en absoluta desventaja física; sin embargo, un golpe hizo que ambos desviaran la mirada hacia la puerta, en donde el encargado provisional de la tienda los miraba con furia.

—A mi oficina, ahora mismo.


Próximo capítulo: Un cambio inesperado


Las divas no van al infierno Capitulo 04: Tacones para llegar al cielo





Vicenta dio por terminada su clase cuando se aburrió de humillar a varias de las chicas, y había podido demostrarles de varias maneras que no estaban lo suficientemente listas para entrar en un escenario con dignidad.
Después de esa larga y pesada experiencia les dieron la oportunidad de ir al casino del recinto; se trataba de un espacioso lugar con un mesón cuadrado de atención al centro, donde los trabajadores atendían a un ritmo veloz y bien aplicado.

—Bueno, hay que tener mucho ánimo —estaba comentando Márgara—, es nuestro primer día; voy a pedir algo ligero porque tengo que mantener este cuerpo, parezco una escultura.
—Sí, pero de la cultura chinchorro —comentó Alma al pasar.

El comentario desató risas en el resto de las chicas, pero Márgara no se dio por aludida.

—Espero que para la siguiente actividad ya nos dejen volver a usar nuestra ropa, me siento un poco incómoda con esto.
—Mañana voy a traer un bolso con un par de prendas por si acaso —comentó Susy—, quiero estar preparada para todo.

Nubia aún no superaba el malestar que le había causado lo sucedido en la primera clase de la jornada; pidió un sándwich ligero y un jugo de frutilla, pero realmente se sentía inapetente.

—¿Te sientes mal?

Lisandra estaba a su lado y le sonrió, aunque ella tampoco se veía muy alegre.

—No, estoy bien.
—Disculpa, pero no lo parece.

Se sentaron ante una de las mesas cercanas; Nubia suspiró.

—Es que no lo sé; mira, lo que ocurre es que quedé completamente desplazada y ahora me nombran como una de las más débiles.
—Yo también estoy entre las más débiles —Apuntó la otra—, soy Lisandra.

Nubia recordaba el nombre en la lista, pero no la había reconocido; se le ocurrió que quizás la otra chica había pasado por algo similar.

—¿Qué fue lo que pasó en tu grupo?
—Creo que fui la tonta útil —Explicó Lisandra—, resolví todo yo sola y se quedaron ellas con el crédito.

La rubia asintió; entonces ya todas estaban sacando las garras.

—Me pasó algo parecido, sólo que en mi caso no me dejaron participar, y para no crear un conflicto me quedé a un lado.

Lisandra miró con disimulo alrededor; estaban relativamente aparte.

—Quizás deberíamos hablar de esto cuando estemos fuera.
—¿Por qué?
—Porque —Habló más bajo para dar tono de confidencialidad—, si las dos pasamos por algo parecido, podría ser que alguien lo estuviera notando.

Nubia se fijó en Charlene, que estaba charlando amigablemente con unas chicas de otros grupos, después que en una de las actividades estuvieran casi peleando; quizás ahí había algo importante que aprender.

—Tienes razón —Sonrió ampliamente, pero siguió hablando en voz baja—, hablemos después, por ahora finjamos que no pasa nada y tratemos de integrarnos.
—Está bien.

Mientras tanto, Charlene estaba en las nubes por los resultados; había empezado bastante mal, pero ahora las cosas tendían a mejorar y lo mejor es que estaba consiguiendo un grupo de seguidoras. Miró en dirección a Márgara y Adriana, según su punto de vista eran las más peligrosas en ese aspecto, porque eran bellas y además llamaban la atención de todos.

—¿Qué pediste?
—Un mix de verduras y dos quesos —replicó, chispeante—, el queso es super importante porque ayuda a dar sensación de saciedad.
—Ese dato es muy bueno.
—Siempre hay que cuidarse —Comentó con tono profesional—, y estar listas para todo.

Pero nuevamente las chicas no estaban preparadas para todo. Después de la pausa, al mediodía, tuvieron que regresar a la sala, que ahora lucía un enorme telón púrpura que cubría un tercio del lugar.

—¿Vamos a ver una obra de teatro? —Preguntó Carla, con tono de duda.
—No lo creo —Comentó Jazmín—¡Ya sé! Nos van a hacer bailar o actuar, por fin haremos lo que vinimos a hacer.

La música interrumpió las conversaciones; el telón se movió un poco, como si alguien estuviera pasando del otro lado.

—La persona ya llegó —Susurró Alna.
—¿Será Vicenta? —Preguntó Amalie también en voz baja— Tal vez nos va a mostrar algún espectáculo de algún tipo.

Charlene se imaginó algo antiguo y pretencioso, pero no lo dijo en voz alta. La canción que estaba sonando tenía unos acordes sensuales, y Valeria estuvo a punto de comentar que era Stop, pero se mordió la lengua al recordar que era una canción antigua; de todos modos era anterior a su edad real, pero le pareció que era una mala idea hablar de cosas antiguas cuando su edad era de veintitrés años.
De pronto, una pierna apareció entre el telón, y las miradas de todas se dirigieron en esa dirección; vestía pantalón formal negro, y calzaba un zapato de tacón de doce centímetros de alto, cubierto de brillos de color azul refulgente, y rematado en la punta por un broche de piedra del mismo color, pero traslúcido. Un momento después apareció la segunda pierna, y la persona aun oculta hizo un par de suaves movimientos al ritmo de la melodía de fondo. Lisandra pensó que esos zapatos solo podían llevarse con gracia y estilo, y que la mujer que los estaba usando debía ser una experta en eso.
Pero quien salió de detrás del telón no fue una mujer.
Vestido de impecable azul, de casi un metro ochenta, delgado y altanero, un hombre de largo cabello negro atado en una cola caminó con gracia y decisión hacia ellas; con todo programado, la música cesó justo en el momento en que el esbelto hombre se detuvo ante ellas.

—Buenas tardes señoritas.

Todas habían quedado maravilladas ante el atuendo perfecto y el porte y gracia del hombre que estaba frente a ellas, llenando el espacio y hablando con una voz grave y levemente rasposa.

—Yo soy Jaim Marsh —pronunció con voz suave—, soy su maestro de pasarela, es un placer.

Valeria estaba sorprendida por el conjunto que presentaba el hombre frente a ellas; incluso el cabello largo y los altos tacones no lograban disminuir su toque varonil. Pese a eso, lucía y usaba los tacones con garbo, mejor que casi cualquier mujer, incluyéndola; sí él era el maestro de pasarela, les esperaba un trabajo muy duro.

—¿Cómo están?
—Feliz de conocerlo —Se adelantó Sussy, maravillada—, soy Sussy.
—Lo sé, cariño —replicó el hombre—, ya conozco sus rostros, y sé sus nombres. Veo que Vicenta hizo que se quitaran los tacones, debo verme enorme con estos zapatos.

Era agradable y se mostraba cercano al hablar, distante de su aspecto orgulloso al aparecer frente a todas.

—Te ves increíble, de verdad —dijo Charlene—, había visto espectáculos de hombres usando tacones, pero nadie como tú.
—Eres una chica muy aduladora, de verdad —Sonrió de forma sincera—, gracias, pero hay otros mucho mejores; en fin, supe que Vicenta les quitó los zapatos de tacón.

Márgara seguía sintiéndose incómoda con zapatos planos y enfundada en ese ropaje deportivo, pero al ver al maestro, sintió que todo podía mejorar.

—Eso es cierto, pero ¿Tú nos vas a dejar usarlos?
—La verdad, no.

La decepción en casi todas fue instantánea, pero el esbelto hombre ignoró ese sentimiento.

—Aunque no es por los mismos motivos, estoy de acuerdo con la decisión de Vicenta; lo que quiero decir es que hay una verdad que tienen que saber: los tacones esclavizan.
—¿A qué te refieres?

El maestro hizo un giro limpio sobre las puntas de los pies, con perfecta coordinación, antes de hablar.

Puedo ver en sus caras que están sintiéndose incómodas sin los tacones: dependen de ellos. Díganme algo, con toda honestidad. ¿Por qué les gustan los tacones?

Nubia fue la primera en responder.

—Porque me hacen lucir más alta.
—Porque son un ícono de lo que somos —Agregó Alma.
—Son lindos —Comentó Sussy .
—Hacen que me vea más curvilínea —Comentó Charlene.
—Me hacen sentir poderosa —Apuntó Carla, con orgullo.
—Y sensual —Agregó Eva .

Jaim se había cruzado de brazos mientras las escuchaba con atención; cuando todas terminaron de indicar sus razones, el hombre asintió, satisfecho.

—Bien, ahora hay algo que quiero que me respondan ¿Quién es la primera persona importante que usó tacones en la historia?

El silencio se hizo en el gran salón, ya que ninguna de las chicas sabía la respuesta; el maestro, sin embargo, no se mostró sorprendido ante la situación.

—Aunque pueda parecerles extraño, los tacones no fueron usados por mujeres en un principio; eran usados por los persas en la antigüedad como parte de la vestimenta para montar, y luego este accesorio fue importado a Europa por el rey Luis XIV, quien era un tanto bajo —Hizo un gesto con la mano, a la altura de las costillas.

¿Un rey? Lisandra se dijo que sería una buena idea llegar a casa e investigar un poco acerca del origen de otras prendas femeninas.

—Este rey —Continuó Jaim con voz de miel—, le ordenó al zapatero real que le fabricara unos zapatos que hicieran que pudiera verse más alto, y ya saben que en esos años ser el zapatero real o tener cualquier cargo cerca de Su Majestad era algo de adrenalina al máximo, porque si no cumplías te quemaban o te desollaban vivo, así que fallar no era una opción.
Así que el buen hombre puso unos tacones rojos con suela a juego de diez centímetros, y automáticamente el rey se volvió un ícono de la moda; por supuesto, al tratarse de una personalidad, todos admiraron su nuevo accesorio y lo consideraron digno de imitar.

Paseó por el lugar, sin dejar en ningún momento de mirarlas; de pronto, con un gesto estudiado, se quitó ambos zapatos y continuó caminando descalzo; Nubia notó que su postura corporal y actitud no habían cambiado al quitarse los tacones.

—Esto es a lo que quiero llegar: ustedes no pueden depender de los accesorios.
Deber ser curvilíneas, fuertes, poderosas, altas y sensuales antes de subirse a esos zapatos: si son dependientes de un accesorio, cuando este falle no sabrán qué hacer. Se rompió mi tacón ¿Y eso qué? El espectáculo soy yo, la figura soy yo y eso es lo que tengo que enseñarles; ahora, bellas señoritas, prepárense porque esto está recién empezando.


2


Márgara estaba de muy buen humor esa noche; estaba en la cocina preparando una ensalada de frutas, cuando llegó Fernando, con el cansancio pintado en la cara.

—¿Cómo te fue? —La saludó él al entrar.
—Fantástico, todo está saliendo de la mejor forma posible —dijo ella, acercándose para darle un beso—. ¿Sabes? Tengo tantas cosas que contarte, fue un gran día.

Por un momento, pareció que él iba a decir algo, pero no lo hizo, y se sentó en el sofá para escucharla.

—Cuando hablamos por teléfono, dijiste que estabas sorprendida de lo que ofrecían en ese programa.

Ella se sentó en el otro sofá, con un cuenco con ensalada de frutas en el regazo, hablando animadamente.

—Tienen una escuela de talentos, así es como va a funcionar, es genial. Escucha, voy a estar cinco días a la semana allá, y tendremos clases de muchas cosas, y maestros; es una gran oportunidad de aprender, además que puedes tomar el pulso del programa todo el tiempo, hablar con los camarógrafos, es divino.
—Felicidades dobles entonces, es un premio adicional —La voz de él se escuchaba cansada.
—Salimos al aire la semana que viene ¿puedes creerlo? —Agregó, echándose el cabello hacia atrás—. Estuvimos revisando muchos detalles. ¿Qué te sucede?

Fernando suspiró, pero igualmente le sonrió con cariño.

—No es nada, sólo estoy un poco cansado.
—¿Quieres ensalada? Tiene arándanos —Ella lo miró con expresión condescendiente.
—Gracias, pero no —Se puso de pie con algo de dificultad y fue hasta el refrigerador—; ahora prefiero una cerveza. Y entonces ¿Conociste a alguna de las participantes, alguien que te cayera bien?

A pesar de lo difícil y extenuante de la jornada, ella se sentía bien y de muy buen humor.

—No tuvimos mucho de tiempo para hablar, pero hay una chica que es adorable, se llama Carla, estuvimos hablando un poco; ah, y es como lo imaginé, todas tenemos un parecido con alguna cantante, aunque ninguna se parece realmente ¿Entiendes? Sin presumir, creo que soy la más parecida entre todas, pero eso es así, y nos dijeron que, oh, mira eso.

Dejó la ensalada a un costado y tomó el control, para subir el volumen del televisor; que había estado en silencio hasta ese momento; en la tanda de comerciales, comenzaba un anuncio que requería su atención: una serie de secuencias muy rápidas mostraban a chicas imitando coreografías de cantantes, bailando con mucha energía, mientras la cámara pasaba de ellas a un público enardecido, que festejaba sus movimientos y coreaba sus canciones. Al ritmo de un medley, los pasos se volvían más y más intensos, hasta que todo estallaba en luces y color, y aparecía el nombre del programa, rodeado de brillos, y la figura de veinticuatro chicas detrás.

—Oh por Dios —murmuró ella—, no puede ser, sacaron un nuevo comercial del programa.
—No me dijiste que habían estado grabando para un comercial —Comentó Fernando.
—No lo hice, no somos nosotras —replicó, aun sin salir de su asombro—, los rostros de las chicas no se pueden ver con claridad, lo hicieron como un gancho. Vaya, la producción del programa se está tomando todo esto muy en serio.

Miró en dirección a él, que seguía mirando a la pantalla.

—¿Estás poniendo atención? Pareces en otro planeta.
—Sólo estoy cansado —replicó él, esbozando una sonrisa—; me voy a duchar. Te felicito por lo que estás logrando, te lo mereces.
—Lo sé, todo está saliendo de maravillas.


Próximo capítulo: Amigas y competidoras

La traición de Adán Capítulo 06: Confrontación



Ya era Martes por la mañana, y Adán despertó puntualmente a las siete; preparó un desayuno ligero y saludable, se dio una ducha, y salió en su automóvil directamente a la Galería de arte de Carmen Basaure.
Para cuando llegó, apenas alcanzó a abrir cuando tocaron: era el personal de aseo, y el que había contratado especialmente para dejar todo a punto para el evento. Se trataba de un día decisivo, y cuando llevaba solo media hora en la galería, verificando que todos los detalles se perfeccionaran a su orden, sucedió la primera sorpresa de la jornada.

–Pilar.

No movió un músculo, pero internamente se sorprendió por verla a esa hora, y más aún vestida de esa forma, con un traje formal muy sobrio y el cabello recogido, en una tenida que la hacía verse un poco menos frágil, y definitivamente en modo operativo.

– Buenos días Adán, necesito hablar contigo ahora mismo.

Adán hizo un gesto de asentimiento muy vago, y la guió en silencio hacia el taller de Carmen; podrían haber salido, pero dado que ella claramente venía en son de guerra, el taller jugaría a su favor.

–Te escucho.

Con un gesto cálido la invitó a ocupar uno de los altos pisos que había en el taller, precisamente en el que estaba enfocado a un autorretrato de Carmen; Adán observó a Pilar y cómo apretaba la mandíbula, mirando de reojo el cuadro antes de volver a él.

–Necesito que me expliques cuales son las condiciones específicas en las que estás haciendo funcionar la galería de arte mientras mi madre está en la clínica.
–Pensé que eso te lo había explicado bien, pero si lo necesitas, puedo repetírtelo.

Pilar miró a Adán fijamente un par de segundos; no se había equivocado en el juicio que había emitido de él en un principio, solo se había quedado corta en las medidas.
Adán era un tipo realmente fuera de orden, eso era verdad; era increíblemente atractivo, magnético, seguro, consciente, eficiente, claro. Era perfecto, pero no se supone que las personas perfectas existan, y sin embargo él se veía como una aparición ideal, como esos personajes de las novelas de amor, ese hombre que tiene en su poder la respuesta y la solución de todo. Eso explicaba que él y su madre fueran tan cercanos.

–Adán, quiero saber por qué es que estás siguiendo  con todo lo de la organización de la inauguración, supongo que sabes lo importante que es para ella y que por lo tanto no querría estar fuera de esto.
–No es algo que esté bajo mi control  –replicó Adán, con una expresión inescrutable en el rostro–, cuando ocurrió todo, hablé con el abogado de Carmen, quien me dio a conocer un documento redactado por ella, en donde deja estipulado lo que hay que hacer en caso de que le suceda algo que la invalide antes de inaugurar la exposición; lo primero que le pregunté al abogado, desde luego, fue si Carmen tenía alguna sospecha de que pudiera ocurrirle algo, a lo que me contestó que ella no le había dicho nada especifico. Así las cosas, tengo que obedecer las órdenes de Carmen, no podría dejar de hacerlo, sobre todo después de todo lo que nos hemos esforzado para sacar adelante la galería.

Pilar observó a Adán en silencio mientras éste le explicaba la situación; no sonaba a discurso preparado, sino que a la verdad espontánea que sale de alguien que no tiene nada que esconder. Pero eso no era suficiente. Sin embargo, la joven entendió que no conseguiría nada más allí.

–Entonces eso quiere decir que me puedo considerar invitada a la inauguración mañana a las ocho.

Adán asintió lentamente, sin poder descifrar del todo la expresión de la joven; ella estaba jugando muy bien sus cartas.

–No eres una invitada Pilar, eres la persona más importante en el evento después de tu madre, solo que no sabía si era apropiado invitarte en estas circunstancias.
–Pero me tenías considerada.
–Siempre –respondió él, con una amable y sincera sonrisa—, pero desde luego que todo depende de ti, aunque sé que tu madre querría que estuvieras presente.

Pilar descubrió en esa oración una fisura en la actuación de ese hombre, porque, de hecho, su madre no sólo no quería tenerla en la inauguración, sino que en ninguna parte.

–Entonces es eso. Bien, voy a venir entonces.
– ¿En serio? Pilar, es magnífico, te aseguro que vas a quedar encantada con todo, no voy a decepcionarte.
—Estoy segura de que no olvidaré ese evento.

Poco después, Pilar fue directamente a la oficina del abogado Ramón Izurieta, sin avisar de su llegada.
Para cuando llegó a la lujosa oficina, que a todas luces había sido redecorada con gran lujo desde la última vez que la había visto, estaba más preocupada que antes de su reunión con Valdovinos, pero al menos esperaba haber interpretado bien su papel y no delatarse: Adán era de temer.

–Buenos días, Pilar.

El saludo del abogado fue cortés, solo políticamente correcto, y la invitó a entrar, aunque no lo dijera, porque no tenía alternativa, ya que claramente no se encontraba a gusto con ella. Y Pilar estaba al tanto de eso; Izurieta, por su parte estaba empezando a preocuparse por el tema: Carmen en la clínica, Adán declarado responsable comercial por la propia artista, y ahora la muchachita con cara de mosca muerta aparecida por sorpresa, en circunstancies que él se esperaba algo mucho menos llamativo.

–Te hacía en el extranjero.
–Llegué hace poco tiempo al país —replicó ella, habla do lento y claro—, pero quiero ir al grano, necesito saber exactamente las condiciones de las que dispuso mi madre en el documento que usted le dio a conocer a Valdovinos.

Valdovinos. O sea que la hija de Carmen ya había estado moviéndose, y por lo visto no había caído rendida a sus pies como todo el resto de las mujeres que lo veía. Una excepción en mil.

–Veo que hablaste con Adán.
–Por eso estoy aquí.

El abogado se puso de pie y fue directo a un aparador, tomándose un tiempo más largo de lo habitual para extraerlo, y poder analizar la situación: después de lo sucedido meses atrás, parecía imposible que ella estuviera de regreso, pero ahora que lo estaba, sus intenciones eran por completo poco claras. Carmen no había considerado siquiera la posibilidad de que su hija volviera al país, pero ¿quién lo habría supuesto? Después de lo que ella había hecho, resultaba casi inimaginable que se apareciera así de pronto, justo en un momento como ese, y con aires de la hija buena en una situación como esa, pero el tacto era fundamental, y a menos que su clienta se lo dijera de forma expresa, la muchacha seguía siendo su hija.
Pilar leyó el documento en silencio y luego se lo devolvió a Izurieta.

–Necesito que suspenda la inauguración de la exposición, al menos hasta que mi madre esté en condiciones de presenciarla, o de autorizarla en persona.
–Pero eso es imposible –replico él, conservando la calma–; Pilar, por favor, esto es un documento perfectamente legal, no puedes simplemente detenerlo.

Pilar sabía que las cosas no iban a ser tan fáciles; pero estaba preparada, no iba a dar pie atrás.

–Ese documento que tiene en sus manos solamente es legal si nadie sabe de la existencia de otro documento, firmado por mi madre y redactado por usted, en el que ella se asegura que nada, absolutamente nada de lo que le pertenece sea removido o modificado si ella no está de cuerpo presente para autorizarlo.

Izurieta sintió que los músculos de su cara se contraían ¿Cómo es que sabía eso, si supuestamente el documento había sido confidencial? Tiempo atrás, Carmen oficializó un documento con esas características, pero cuando lo redactó, le dijo que se iba a tratar de un secreto, preparado como una protección frente a alguna emergencia, para resguardos su propiedad intelectual. El que Pilar estuviera esterada de la existencia de ese documento era un factor que él no había tenido en cuenta.

–Lo que estás diciendo es absurdo, ella misma desautoriza el primer documento en función del segundo.
–Dudo que otro abogado opinara lo mismo –replicó Pilar en voz baja–, sobre todo considerando las condiciones en las que se firmó el documento y todo lo que ha ocurrido ahora. A su reputación no le haría nada bien que se supiera eso, imagine el escándalo que se generaría si se hiciera público que un estudio jurídico de esta categoría –hizo un gesto amplio, como señalando el lujo alrededor—, pasa por encima de uno de sus propios documentos en medio de una situación que puede afectar gravemente a su cliente en su patrimonio, hay muchísimo implicado.

Izurieta estaba perdiendo la calma. ¿Qué le podía importar el patrimonio de Carmen si ella misma lo había puesto tanto en riesgo algunos meses atrás?

– ¿Me estás amenazando?
–No, abogado, solo pretendo que la galería se abra por autorización expresa de mi madre, no por un papel que perfectamente podría haber sido redactado en otras circunstancias y siendo interpretado voluntariosamente. No puedo creer que el orgullo de Carmen Basaure le permita dejarse a sí misma fuera de un evento como este.
–De cualquier manera  – intervino el abogado con tono cortante – nada podrías hacer contactando a un abogado, la inauguración es mañana.
–No pretendo acudir a un abogado hoy, sé que no conseguiría nada. Lo que pretendo es que usted mismo detenga a Valdovinos y la inauguración, hoy mismo.
–Pero lo que estás diciendo es ridículo –estalló el–, no tiene sentido.
–Lo tiene –replicó ella con fuerza– solo tiene que detener  a Valdovinos, la galería como ente es la forma de hacerlo. Usted sabe que el edificio en donde está no es propiedad de mi madre, así que sólo tiene que inventar cualquier cosa relacionada con eso, y el asunto se volverá un trámite administrativo que obligará a posponer.

El abogado guardó silencio un momento; era obvio que ella había analizado la situación con detención, puesto que lo que planteaba era un tena plausible; en términos sencillos, cualquier tramitación de permisos por parte del dueño del edificio, quien recientemente había tonado la decisión de venderle la galería a la artista, podría retrasar la inauguración, pero eso jamás sería un problema real, sólo ficticio.

–Lo que sugieres es ilegal.
–No. Usted sabe que no lo es.
–Pero con esto solo conseguirás arruinar la exposición de tu madre, no ganas nada con eso.

Pilar estaba al límite de sus fuerzas. Aparentar ser la mujer fuerte y decidida que no era, estaba desgastándola demasiado, y ya podía verlo de reojo como una señal, sus manos en el regazo, temblando.

–Arruinar la exposición de mi madre es mucho más difícil de lo que parece, dado que ella cuenta con un oficial al mando que es muy eficiente; además, usted debe recordar muy bien que ya una vez se suspendió una inauguración, y esa vez fue por puro capricho de ella, sin embargo eso atrajo a los medios como abejas a la miel. Además es por una causa justificada, usted lo sabe.

Izurieta respiró profundo para obligarse a no gritarle en su cara todo lo que pensaba de ella. Pero tenía razón, y momentáneamente le convenía no arriesgarse.

– ¿Cómo pretendes manejar la situación?
–Hágase cargo. Puede culparme, de todos modos ya estoy acostumbrada a que me traten como si fuera la peor persona del mundo, pero la inauguración debe detenerse.

2


Mientras tanto, Micaela andaba dando tumbos por la ciudad. Había salido del departamento sin muchas energías, así que decidió caminar hacia donde fuese para darse ánimos y empezar de una vez por todas con su camino de sanación en esas calles. Después de reunir su determinación, se dio cuenta de que no estaba lejos de la torre del Nuevo extremo, y como al fin y al cabo no tenía mucho que hacer, decidió ir hacia allá.
A medida que se fue acercando, la gigantesca mole fue abriéndose paso entre los otros edificios de la ciudad, una enorme torre de cuarenta pisos de altura, desde cuya terraza se dominaba casi toda la ciudad, del que una de sus cinco caras, era un gigantesco espejo que reflejaba silencioso el pasar de los días y los años a su alrededor. Con el estómago apretado y algo tensa en general, Micaela siguió caminando hacia el edificio, doblando una esquina y enfilando por la calle que en otros días la había albergado a ella y a Pilar.
Y entonces la vio.
Pilar tenía cierto tiempo de terminada su reunión con el abogado de su madre, y aunque aún debía hacer otras cosas, tuvo que darse unos minutos y caminar para darse energías. Enfrentarse a Valdovinos y al abogado en el mismo día había sido mucho más duro de lo que esperaba, pero al menos podía estar bastante segura de que Izurieta estaría obligado a ceder, por el momento. Luego caerían sobre ella las consecuencias de la tormenta que acababa de desatar.
Pero entonces la vio.
Ambas se quedaron inmóviles, incapaces de reaccionar al encontrarse nuevamente, de sorpresa, separadas tan solo por una cuadra de distancia, que era mucho más, eran kilómetros de recuerdos, terminados por gritos y llantos. Imposible no verse en esa calle tan desierta a esa hora de la mañana, imposible no quedar helada, cuando una sufría por el tan inesperado reencuentro y la otra se maldecía por haber ido a dar allí.
Un fantasma frente a otro, dos siluetas dibujadas contra el sol de la mañana, en un momento que por sorpresivo y doloroso, solo podía agregarse a la lista de penas y amarguras que cada una de las dos cargaba en esos momentos.

–No puede ser  –murmuró Pilar, sintiendo que el aire escapaba de su cuerpo–, es imposible...

Sintió los ojos llenándose de lágrimas, pero no podría llorar siquiera, tan aturdida estaba por ese encuentro.
Micaela no podía moverse, trataba de reaccionar, pero el cuerpo no le respondía, era como si de alguna manera la conexión entre ambas aun persistiera, convirtiendo a Pilar en un imán demasiado fuerte como para evitarlo. Al fin hizo un esfuerzo más, reunió las energías que le quedaban, y consiguió quitar la vista de la otra mujer, para luego devolverse sobre sus pasos, comenzando a escapar torpemente, dispuesta a salir de allí, con el corazón en llamas, solo deseando desaparecer, borrarse de manera definitiva.

– ¿Se siente bien, señorita?

Pilar volvió a la realidad cuando se dio cuenta de que casi se había desplomado. El hombre que la había sostenido la miraba claramente perplejo, viéndola pálida y casi sin respiración.

– Estoy bien –replicó ella en voz baja, sin sonar convincente–, solo fue un mareo.
– ¿Quiere que la lleve a algún sitio o que llame a alguien?
–No, en serio –repuso con más firmeza–, de verdad estoy bien, se lo agradezco mucho.
—No se ofenda, pero no parece que se sienta bien.

Pilar miró al hombre; pareció una buena persona, y a decir verdad, lo más probable es que ella no luciese para naba bien.

— Se lo agradezco mucho, pero es solo cansancio; mi madre está un poco mal de salud, y ya sabe...

Dejó la frase en el aire, ante lo fue el hombre asintió, entendiendo. Des pues le agradeció otra vez por su atención, y se alejó lentamente del lugar, caminando sin rumbo, solo que en sentido contrario al que llevaba antes de lo ocurrido. Sentía la piel helada, su presión estaba por el suelo; seguramente se trataba de una pesadilla, ella de vuelta, encontrándose con Micaela por casualidad, y como si eso fuera poco, en ese sitio y en esas circunstancias. Pero era real, y la había visto allí, tan cerca como para haber corrido directo a ella, pero a la vez tan lejos, tan dramáticamente lejos por causa de todo lo que había ocurrido hacía ya ocho meses. No se esperaba el ataque de su madre, ni se esperaba tener que presentarse en público, mucho menos encontrarse otra vez con Micaela, así que ahora todo se reunía en un torbellino de emociones que no sabía si podría enfrentar con éxito; pero esta vez no tenía alternativa, estaba entre la espada y la pared, y tendría que conseguir de algún modo reunir las energías para enfrentar toda esa compleja situación.
Adán tramaba algo, la inauguración de la galería estaba en entredicho, el estado de salud de su madre era incierto, y como si necesitara coronar ese panorama, la veía a ella, tomando conciencia de todo lo que había perdido en el último tiempo; pero, aún con todo eso, ya había tomado una decisión, e incluso si su madre se tomaba sus acciones de la peor manera, no iba a detenerse, porque al meros así, tendría la tranquilidad de haber sido honesta consigo misma, en vez de estar escapando continuamente. Si ese era su destino ahora que estaba de regreso, lo asumiría, a pesar de las consecuencias.


Próximo capítulo: Paso a paso