La traición de Adán capítulo 17: Mariposas calcinadas



La mañana del día de la inauguración de la galería avanzaba rápidamente, y Carmen estaba tranquila en su departamento, hasta que tocaron insistentemente a la puerta.

–Pilar, ¿qué haces aquí?

Se le veía algo demacrada, y lo más llamativo de todo fue la expresión de su rostro; definitivamente estaba enfadada.

–Había pensado dejar esto para otro momento –dijo entrando sin preguntar – incluso pensé en esperar, pero después lo pensé mejor; sé que hoy inauguras tu galería, pero no voy a privarte de nada.

Carmen alzó las cejas.

–No sé de qué estás hablando, pero no recuerdo haberte invitado. Cuando te necesite te llamaré.

Le hablaba como a un empleado. Que indiferencia por Dios, ¿Acaso cambiaría al saber la verdad, o seguiría importándole tan poco como ahora?

–En realidad no creo que te importe, pero no voy a quedarme con esto aquí dentro, tú también tienes que saberlo.
– ¿A qué te refieres?
–A todo lo que ha pasado entre nosotras desde siempre –explicó serenamente– porque haciendo memoria mamá, es lo mismo que antes; siempre me has subestimado, siempre me has considerado... poca cosa para ser tu hija, y yo siempre traté de contentarte, siempre quise que me valoraras por quien soy, pero nada funcionaba –miró un cuadro– tu tenías cosas más importantes de que ocuparte.
–No tengo ganas de escuchar esa clase de cursilerías de ti –la interrumpió Carmen– no después de cómo te has comportado.
–Como según tú me he comportado –la corrigió la joven impasible– porque las cosas son muy distintas ahora que cuando me echaste de tu casa gritándome que era una traidora y una ladrona.

A Carmen se le agotó la paciencia.

–Pero si eso es lo que eres –exclamó decidida– o dime como se le llama a una hija que le roba a su madre algo invaluable y lo vende al mejor postor.

Pilar respiró. Otra vez el mismo desprecio, de nuevo la misma rabia; sabía que después de lo que iba a decir nada mejoraría, pero ya no importaba, porque ya había llegado al límite de la humillación.

–Es divertido que ahora recuerdes que soy tu hija –comentó duramente– por lo visto es solo porque te conviene. Pero si algo te acuerdas de lo que pasó, tal vez recuerdes que  esa tarde te supliqué de rodillas que me ayudaras y que me creyeras, y no solo me diste la espalda, también me echaste de tu vida, me maldijiste y además hiciste lo posible para perjudicarme. Qué clase de madre le hace eso a una hija sin escucharla.
–No te atrevas a hablarme así.
–Me atrevo Carmen Basaure –le espetó desafiante– me atrevo a decirte que no eres una madre, porque una madre de verdad iría al infierno por proteger a un hijo, y a ti te bastó con ver un par de papeles para arrojarme de tu vida. Jamás me quisiste.

Carmen iba a decir algo pero no lo hizo, ahogada por una exclamación que más parecía por sorpresa que por verse afectada por las palabras de Pilar. La joven sacó de su bolso un disco en un sobre transparente.

–La venta de tu querida colección de arte no la hice yo, y ahí está la prueba; como te dije entonces, soy inocente y fui utilizada porque quisieron perjudicarme. Si quieres saberlo por adelantado te lo diré, la responsable de esto, quien falsificó mi firma y envió gente a perjudicarme fue la madre de Micaela.
– ¿Qué?
–Así es, y en la grabación que hay en ese disco lo vas a comprobar.
–Eso es ridículo, no hay ningún motivo para que ella...
–Ella fue la única que salió ganando –siguió Pilar implacable– ¿No lo ves? La verdad siempre ha estado ahí frente a tus ojos, pero si no quieres entenderlo, no te mereces más mi insistencia. Solo vine a eso, ahora si te satisface más seguir engañada, déjalo, si quieres comprobar lo que te estoy diciendo, entonces escúchalo, es material de primera, como a ti te gusta.

Salió del departamento sin decir más, y dejando a Carmen perpleja; miró el disco con desconfianza, casi como si pudiera hacerle algún daño, pero no sabía aún si sería peor la incertidumbre o la verdad. Desde siempre había predicho que Pilar le provocaría problemas, y ahora mismo no sabía que pensar, más bien parecía todo orquestado como parte de un plan de ella. Sin embargo y aunque tenía cientos de dudas al respecto, la curiosidad pudo más, y finalmente la artista tomó en sus manos el disco, decidida a escuchar su contenido.

– ¿Sabes para que vuelan las mariposas?

La mujer se quedó  inmóvil, escuchando.

–Las mariposas vuelan para llegar al cielo. Pero nunca lo logran, porque cuando están demasiado alto, la luz del Sol les quema las alas.

La mujer volteó lentamente; no creyó escuchar de alguien más esa críptica descripción, pero había pasado y sabía quién era la persona que había entrado por su cuenta a su departamento.

–Micaela.

La vió y al momento se sintió sorprendida: físicamente se veía como de costumbre, quizás con el cabello más largo, pero su expresión era distinta, su rostro estaba endurecido, la mirada afilada como un puñal.

–Hola Bernarda.

Bernarda Solar miró de pies a cabeza a Micaela; tenía la sospecha de que ella volvería en algún momento,  pero pensó que se tardaría más.

–Pudiste avisarme, te habría tenido algo especial.

Un saludo típico para ganar tiempo; pero en el estado mental en que se encontraba Micaela, no seguiría su juego.

–Ya sé lo que hiciste.  Ya sé que tú armaste la estrategia para quedarte con la colección Cielo y que me  mentiste para lograrlo. Ya sé todo lo que hiciste, mamá.

Lo último lo dijo como disparando un arma; Bernarda la miró fijo, así que después de esos meses finalmente lo había descubierto, no podía culparla por estar enfadada, pero nada más.

–Que sorpresa, no creí que estuvieras investigando este tema después de tanto tiempo.
–Me mentiste Bernarda. Me hiciste creer que estabas de mi lado, mientras a mi espalda tramabas la forma de intrigar contra mi relación con Pilar. Usaste mi cercanía con ella para conseguir información, y te valiste de engaños y falsificaciones.
–Culpable de esos cargos –replicó Bernarda sin inmutarse– por fin caen las máscaras hija mía, ahora podemos hablar con la verdad.
–Quiero que me digas porqué.
–Porque nunca iba a estar de acuerdo en esa aventurilla tuya con esa muchacha. ¿Por qué más?

Micaela la miró con desprecio. Siempre había sabido que su madre era una bestia de caza en los negocios, y nunca la apoyó ni estuvo de acuerdo, pero de alguna manera creyó que por ser su hija, ella establecería un límite de no dañar, de no destruir. Que estúpida había sido.

–Eso ya lo había supuesto, me refiero a porque me hiciste creer que eras mi aliada.
–Porque era la única forma de entrar en el área de Carmen sin poner en riesgo mis planes – respondió la otra simplemente– todo se trataba de oportunidades.

La joven vió por un momento la escena desde afuera, con ella por un lado,  joven, natural, sincera, y por el otro Bernarda, madura, artificial, mentirosa. No tenía ningún sentido estar allí pidiendo explicaciones, mejor era pasar a la parte importante. Tomó en sus manos una costosa figura tallada a mano en cristal blanco, una especie de hada con corazón de brillante.

–Así que solo fue otro negocio –comentó jugando con la estatuilla– otro día, otro billete para ti, nada más y nada menos. Solo otro comerciante pequeño expropiado porque pondrás en lugar de su tienda una automotora, otro grupo de obreros despedidos para abaratar costos, otra empleada tirada a una casa de reposo a cambio de una más joven. Eso fué para ti tu hija, y yo que creí que me mantendrías al margen de tus maquinaciones al menos para no perjudicar tus propios intereses.

Arrojó violentamente la figura contra una pared, haciéndola mil pedazos; Bernarda contrajo los músculos de su cara al ver la destrucción de una de sus posesiones, pero se mantuvo firme, a tres metros de distancia de la más joven, decidida a no dejarse intimidar por nadie, como siempre.

–Estás haciendo un melodrama barato –atacó haciendo ojos ciegos a la estatuilla– a fin de cuentas yo no soy la bruja de la historia ni eso que pretendes. ¿O acaso fui yo quien se llenó de desconfianza?

Eso fue un golpe bajo.

–Claro que no, pero si eres responsable de tus actos, a la larga todo lo que haces termina por tener una consecuencia, no puedes ser tan inocente como para creer que eso no pasará nunca. Soy una tonta, fui la mujer más estúpida del mundo al creer que tú, específicamente tú, ibas a tener alguna cuota de humanidad teniendo un botín jugoso a la vista; te creí, te  creí tu apoyo y tus palabras, incluso di por correcto que me pidieras mantener lo nuestro en secreto, porque pensé que era el precio que tenía que pagar por tener a mi madre de aliada. Luego –continuó con rabia– estuvo esa noche en la galería, cuando estábamos tú y yo y me mostraste esa horrenda pintura: un cielo tormentoso iluminado por infinitos colores, salidos de las alas de las más exquisitas mariposas, volando en ascensión hacia un cielo impredecible, y las que estaban más arriba con las alas incendiándose; me dijiste cual era el concepto de esa obra, y mientras yo miraba esas frágiles vidas destruirse, te escuchaba diciéndomelo ¨nunca logran llegar al cielo, porque cuando están demasiado alto la luz del Sol les quema las alas¨ Y sabías que yo le decía a Pilar que era mi mariposa, tú lo sabías. ¿Qué te ocurrió en ese momento? ¿Estabas advirtiéndome en un momento de debilidad a ver si yo comprendía el mensaje, o simplemente estabas anunciando mi destino?

–Un poco de las dos cosas –contestó Bernarda sin alterarse– pero a fin de cuentas daba lo mismo, porque lo importante ya estaba hecho, no iba a dar pie atrás, y lo mismo digo de ti, no te arrepentiste de mezclarte con esa chiquilla, y ahí tienes. Todo el amor que supuestamente tenías ni siquiera era tan grande después de todo.

Micaela miró de arriba a abajo a su madre; esa era la verdadera, la que había visto siempre y no otra.

–No estoy hablando de eso, ya te lo dije. Mis sentimientos por Pilar y lo que pueda pasar con ella son asunto mío, pero te concierne actuar contra tu hija, y lo sabes. Estás completamente sola en el mundo, mi papá huyo de ti, tus amigos solo se te acercan porque vives un buen momento, y no cuidas a tu hija ni siquiera por interés.

Bernarda sabía desde siempre que ser madre no era lo suyo, y en realidad Micaela había sido un dolor de cabeza desde que se convirtió en lesbiana, pero ya era irrelevante, simplemente tenía que quitarla del camino.

–No tengo interés en ti, no te necesito Micaela, siempre he sido autosuficiente, y si ya terminaste tu teatro, es mejor que te vayas.
–No tengo mayor interés en quedarme contigo aquí, pero si quiero que sepas que no me voy a cruzar de brazos viendo como le sigues arruinando la vida a los demás.
– ¿Y qué vas a hacer? ¿Destruir mis adornos?

Micaela la miró fijamente; escuchar a la propia madre hablarle como a una desconocida era duro, pero lo superaría, y cumpliría con lo que estaba anunciando.

–Voy a destruirte a ti –sentenció decidida– tal vez no pueda cambiar el engaño que hiciste, pero te conozco Bernarda Solar, y no solo puedo entrar a tu departamento, también conozco varios otros sitios, veremos qué tan molesta puede ser para una leona como tú una mariposa volando a su alrededor.

Una hora después, Micaela estaba en la obra del Boulevard, y aprovechó un momento para hablar con el mismo obrero que había visto saliendo del edificio de la constructora anteriormente.

–Mario, quiero que me digas por qué estabas en el edificio de la constructora.

El hombre la miró sorprendido.

– ¿En el edificio? Nunca estuve ahí, además ¿para qué?
–No lo niegues –replicó ella– sé que tienes estudios de informática, y creo saber lo que hiciste, pero quiero que primero me lo digas tú. Sé que hemos trabajado muy poco, pero siempre estuve  de su lado, respétame un poco y dime la verdad, me lo merezco.

El hombre tragó saliva.

–Tiene que comprender que es mucho dinero, y lo necesito.
–No te voy a juzgar. Solo dímelo.
–Me pagaron por conseguir información de los proyectos que lleva don Esteban –explicó el trabajador en voz baja– y lo hice. Es mucho lo que me pagaron, lo siento pero lo hice por mi familia.
– ¿Quién te pagó?
–La misma mujer que estuvo aquí la otra vez. Por favor no le diga a los demás o van a matarme.

Micaela lo miró, y comprendió porque es que personas como Bernarda  tenían éxito: porque habían personas como él que les pavimentaban el camino.

–No le voy a decir a nadie. Además no tendría sentido, me van a despedir dentro de muy poco.
– ¿Por lo que hice?
–No, iba a pasar igual. Eres un buen hombre Mario, no te arriesgues a colaborar con este tipo de gente, porque así  como ahora te  pagan por algo que necesitan que hagas, el día de mañana le pagaran a otro para quitarte de su camino si les estorbas; cuídate mucho de las personas como Eva San Román, con ellos lo único que tienes claro es que algún día te causaran problemas.

– ¿Y ahora qué hago?

Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, después de las visitas que les había hecho a Micaela y a su madre; estaba cansada, pero no sabía definir si estaba triste o no.

–Mira, lo importante es que ya diste ese paso tan importante.
–No lo habría logrado sin tu apoyo.
–Ni lo menciones –comentó la otra sonriendo– es lo mínimo que haría por ti amiga. Ahora, si ya pasaste esta etapa, creo que deberías hacer alguna clase de proyecto nuevo.
– ¿Pero de que, con qué dinero?
– ¿Cómo que con qué dinero? Pues con el del pago, ese que tienes ahí desde hace ocho meses.

Pilar frunció el ceño.

–Nunca he pensado en usar ese dinero, creo que no corresponde.
– ¿Y por qué no? Ese dinero no es mal habido si es eso en lo que estás pensando, es un pago mínimo en comparación con todo lo que has sufrido mujer; tómalo como una indemnización, si se pudiera enjuiciar a alguien por lo que te hicieron exigirías una reparación o una multa, esto es exactamente lo mismo.
–La verdad es que no lo había tomado de esa manera.
–Ya  veo. Pero hazme caso, te aseguro que es la mejor decisión.

Pilar sabía que había estado haciendo algunas cosas, además de algunas inversiones con el dinero que le dejara su padre, pero la idea, ahora planteada, tenía sentido.

–Margarita, y tú ¿que harías con ese dinero?
– ¿Yo?
–Claro, es tu idea, dime en que lo usarías.
–Pues si lo pones así... mira, la verdad yo pondría un restaurant o algo parecido, en estos tiempos está de moda eso de los lugares temáticos y tú has viajado así que tienes más conocimientos.

Pilar se lo pensó un momento. La idea tenía sentido tanto por el argumento de Margarita como por la perspectiva de estar ocupada.

– ¿Sabes qué? Que me parece una idea genial, eso voy a hacer, y tú vas a ayudarme.
–Pero como te voy a ayudar yo mujer si no sé nada de negocios.
–Pero sabes de recetas –replicó animándose– y yo no. Así que te voy a contratar, desde ahora serás mi asesora, pondremos un restaurante que será un éxito, y nos vamos a olvidar de todos estos problemas.

Interiormente sabía que no será fácil, pero si ya había enfrentado a su madre y a Micaela, seguramente todo lo demás sería fácil.




Próximo episodio: Paraíso sin retorno

Por ti, eternamente Capítulo 3: Única opción



Tan pronto como salió de la casa en donde había encontrado a Magdalena, un poderoso sentimiento de inseguridad se apoderó de Víctor. Parecía como si todo lo que pasara fuera una película, una fantasía en la que estaba atrapado sin poder hacer nada más que seguir participando, una situación excepcional en la que nada estaba bien, y donde parecía que todos podían estar observándolo. Con el bebé en sus brazos y muy bien envuelto en las cobijas, el hombre caminó varias cuadras en la dirección contraria por donde había llegado, sin poder sacarse de la cabeza las palabras de Magdalena, y la amenaza de la familia De la Torre como un ojo amenazante, muy cerca de él.
Algunas cuadras después subió a un taxi, pero descendió a cierta distancia de su casa, sin tener muy claro qué hacer; a fin de cuentas tenía un bebé en sus manos, y la posibilidad de que alguien lo viera con él era incómoda y desagradable. Caminando a paso rápido entró en el pasaje y se metió a su cuarto, sorprendiéndose de no haber topado con nadie en el trayecto, pero cuando se encontró en lo que consideraba la seguridad de su privacidad, comenzó a sentirse más angustiado.

—Esto no puede estar pasando...

Se sentó en la cama y dejó al bebé sobre las cobijas; seguía estando muy quieto, y aunque estaba despierto, no hacía más que respirar y mirarlo, muy fijamente con esos impresionantes ojos castaños que había heredado de su madre, casi como si quisiera conocerlo, como si estuviera estudiando su cara y sus rasgos.

—Tengo que ir a buscar a Magdalena.

Que ella le hubiera dicho con tanta propiedad que confiaba en él para hacerse cargo de Ariel era un peso que comenzaba a sentir sobre los hombros, pero aún en esos momentos no procesaba todo lo que estaba pasando; Magdalena estaba muy enferma, pero seguramente había algo que se podía hacer, además, el peligro que ella temía de su familia no era directo si era él quien tenía al bebé, lo que les daría tiempo para conseguir ayuda. De primera, lo importante era llevarla a algún centro asistencial, para que se hicieran cargo de estabilizarla. Pero obviamente no podía hacerse cargo del bebé y de ella a la vez, eso lo sabía desde el principio.

—Voy a tener que salir...

Sabía que estaba muy nervioso, pero al menos tenía algo en su favor, y es que cuando más joven había trabajado de canguro, así que sabía todo lo necesario del cuidado de un bebé o un niño, desde los alimentos hasta como detectar determinadas reacciones, y en ese momento Ariel estaba totalmente tranquilo, lo que le daba un tiempo en su favor.
Aunque no estaba muy convencido, acomodó al bebé justo en medio de la cama, y armó a su alrededor con las cobijas una estructura que lo mantuviera quieto, ligeramente ladeado y con la cabeza en ángulo para mantenerlo estable y con las vías despejadas. Tomó algo de dinero de entre sus cosas, pero se detuvo y puso música ambiental en el minicomponente, a un volumen suficiente para no molestar al bebé, pero suficiente también para que cubriera los llantos si es que los había.

—Volveré pronto, pórtate bien.

El bebé lo miró fijamente, pero no pareció alterado por quedarse en la cama, seguramente porque con la enfermedad de la madre estaba acostumbrado a permanecer sobre el lecho. Encomendándose a sí mismo a todos los santos, Víctor salió a toda velocidad y se subió a un taxi y comenzó el viaje, sabiendo que se tardaría aproximadamente ocho minutos en llegar. Luego tendría que rogar no tardarse demasiado en sacar a Magdalena de ese sitio en donde estaba.

Mientras Víctor hacía esos planes, Magdalena yacía sola sobre la cama, respirando lenta y cansadamente. De pronto su celular anunció una llamada, y con algo de dificultad lo alcanzó; era un número desconocido, pero sabía de quien se trataba, y no contestaría.

—Víctor...

Sus murmuraciones apenas se escuchaban en sus propios oídos; apagó el celular, sabiendo que le había entregado su hijo a su padre en el momento preciso, porque los hombres de su padre ya la habían localizado. ¿Qué tan cerca estarían? Ya no importaba.

—Víctor —murmuró como hablando con él— te confío a Ariel para que cuides de él; solo puedo confiar en ti, y mi corazón de madre me dice que harás lo correcto. Adiós Víctor.

Cerró los ojos, y ya no sentía más preocupación; no podía estar equivocada, el hombre al que había conocido antes y que era el padre de Ariel no era ni por lejos perfecto, y claramente era joven como ella, pero algo en su interior le decía insistentemente que había tomado la decisión correcta, porque alguien que se estremece en un abrazo como el que le dio, alguien que puede sintonizar con lo realmente importante a pesar de todo lo demás, es realmente la persona indicada para criar a un niño.
La joven madre se quedó muy quieta, orgullosa de su hijo y tranquila con su decisión, y con los ojos cerrados esperó el momento, en que tuviera que dormir.

2

Víctor se bajó del taxi a un par de cuadras del sitio en donde estaba la casa donde poco antes encontrara a Magdalena, y mientras caminaba en esa dirección sacó del bolsillo el celular para llamarla; pero cambió de opinión, porque le pareció absurdo llamarla. Antes de girar en una esquina se le cayó el celular, y tuvo que detenerse a recogerlo, justo cuando escuchó unas voces del otro lado de la esquina.

— ¿Y qué se supone que vamos a hacer?
—Tenemos que llamar a Don Fernando, hay que decirle ahora mismo.
—Ese hombre se va  a poner como una fiera cuando le digamos que encontramos a la señorita Magdalena muerta en esa casa.

¿Muerta? Víctor sintió que se le helaba la sangre.

—Es verdad, pero hay que decirle ya mismo, después veremos cómo reacciona.

Los dos hombres se alejaron, justo en la dirección en donde estaba la casa donde había encontrado a Magdalena; Víctor se puso de pie dificultosamente, con las manos temblorosas, sin poder creer nada de lo que estaba sucediendo. ¿Cómo podía estar muerta? Es cierto que estaba  enferma, pero demostraba tanta fuerza al hablar de su hijo, y de cómo estuvo dispuesta a todo para ponerlo a salvo de...

—Oh por Dios...

Se tapó la boca con las manos para no dar un grito de espanto. ¿Cómo no lo había entendido, como no se había dado cuenta de lo que en realidad estaba pasando?

—Dios mío...

No daba crédito a su ingenuidad. Magdalena le había mentido, o le había dicho algo que no era totalmente cierto al menos; estaba encargándole a su hijo, pero no era por su familia o la enfermedad, o al menos esos no eran el motivo principal. Cuando le encargó al bebé, ella sabía que su muerte estaba cerca, muchísimo más cerca de lo que se veía y de lo que ella misma dijera, porque la estaba viviendo, no era una exageración decir que no quería que su hijo presenciara la muerte.
Estaba estupefacto, no podía creer lo que estaba pasando, pero de pronto reaccionó y supo que tenía que salir de allí lo más pronto posible; giró en dirección contraria, y caminó a toda velocidad, tenía que salir de ahí, tenía que alejarse de ese sitio y no volver, y lo más importante de todo, tenía que volver a su cuarto, y tomar una decisión muy importante.

                        3    

Víctor volvió en pocos minutos al cuarto, sin poder terminar de procesar nada de lo que estaba pasando; todo parecía una pesadilla, en la que estaba involucrado de manera irremediable, pero ahora no tenía más opción que vivir, y decidir lo qué iba a hacer.

— ¿Qué voy a hacer?

Se sentó en la cama junto al bebé, y se quedó mirándolo de hito en hito. El pequeño estaba prácticamente en la misma posición de antes, y se encontró con su mirada penetrante buscando la suya.

—Tengo que hacer algo, no puedo seguir así...

Lo primero que asomó en su mente fue la idea más inmediata, llamar a la policía y advertirles de lo que había ocurrido, creyendo que seguramente ellos tomarían la mejor decisión. Pero un momento después reaccionó, y recordó lo que la propia Magdalena le había dicho; no solo eso, el recuerdo de las palabras de esos hombres hablando de su muerte, la realidad de su muerte, todo se conjugaba para hacerle entender poco a poco la realidad.

No podía llamar a la policía sin perder a Ariel en el intento, y nuevamente apareció en su mente la imagen de Magdalena pidiéndole que le asegurara que cuidaría a su hijo. Él mismo no sabía muy bien cómo es que no había salido corriendo, ni tampoco por qué es que seguía involucrado, sin huir como de seguro haría cualquiera en su lugar. Tomó al bebé en sus brazos y lo liberó de las cobijas que lo envolvían; llevaba un trajecito celeste de dos partes, y lentamente, con sumo cuidado, levantó la tela para ver la piel. Ahí estaba, un lunar rojo alargado, increíblemente similar al suyo, que delataba la verdad en las palabras de Magdalena.

—Cielo santo, no puedo creerlo...

Era su hijo tal como ella lo había dicho, y se sintió culpable por haber dudado de sus palabras, pero comprobar con esa prueba que el bebé realmente llevaba su sangre no facilitaba las cosas, al contrario, las hacía muchísimo más complicadas.

—Así que te llamas Ariel...

Sostuvo al pequeño frente a si, mientras él lo miraba nuevamente, con esos profundos ojos color castaña, como si estuviera analizándolo, o queriendo decirle algo.

—Te llamas Ariel... yo soy Víctor, soy...

Pero no pudo decirlo. Era una tontería porque en su mente ya lo tenía claro, pero igual no pudo exteriorizarlo, solo pudo quedarse mirando al bebé mientras éste parecía querer escudriñar su alma a través de los ojos.

Tenía que tomar una decisión que iba a definir su vida.

No podía simplemente aparecer con un bebé de la nada, por mucho que fuera su hijo; existía Servicios infantiles, y tan pronto como alguien descubriera al pequeño, los tendría a ellos y a la policía encima, pero tampoco tenía ningún plan, no había nada que se le ocurriera, y desde luego no tenía familia en ninguna parte como para recurrir a ese tipo de salida momentánea. Ya lo tenía decidido, conservaría al pequeño ahí durante la tarde, y luego decidiría con más calma qué hacer, pero lo que tenía claro, al menos en  su mente, es que no iba a entregar al niño a la primera.

—Magdalena tenía razón —murmuró lentamente— tú no deberías vivir en un entorno como el de su familia, y si se lo prometí, no puedo fallarle, además que tú eres...

Se quedó un momento sin palabras, la música ambiental aún se dejaba escuchar, pero él no podía oír nada, solo sabía que todo había cambiado del cielo a la tierra en menos de un día, y que todas esas sorpresas y cambios lo hacían sentir sacudido, con una sensación total de vacío en el estómago.

—No sé qué es lo que va a pasar, ni tampoco sé si ésta es la decisión correcta, pero le hice una promesa a tu madre y haré lo posible por cumplirla.

Volvió a envolver al bebé en las cobijas, sintiendo el ritmo del corazón acelerado y la respiración entrecortada. A partir de ese momento no sabía lo que iba a pasar y sentía miedo de todo, pero algo en su interior pujaba por hacerlo cumplir la promesa que había hecho a una madre desesperada.



Próximo capítulo: Escándalo y escape

La traición de Adán capítulo 16: Errores en cadena



Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, ésta vez ambas sentadas frente al ordenador. Ya caía la noche del día Lunes, y el trabajo había resultado muy satisfactorio, ya que en el banco le habían proporcionado una copia de la grabación de seguridad del día del depósito en su cuenta, luego de hacerla firmar un documento donde exime al banco de cualquier  responsabilidad penal; lo firmo sin más, lo que quería era ver a la persona que había hecho el depósito en su cuenta.

– ¿Estás lista?
–Sí.

No lo estaba, pero tampoco podía ya arrepentirse.  Dieron inicio al video y lo adelantaron hasta la hora del depósito, hasta que dieron con el hombre; pudo saber que era porque en el banco, además de su nombre, lo único otro que pudieron darle fue una vaga descripción, hombre de entre treinta y cuarenta, en la caja tres, con un dinero sacado de los bolsillos de su chaqueta.

–Mira, es ese.
–Pero no se le ve el rostro. Esperemos hasta que salga a ver si se da vuelta.

Pero en ningún momento se le vió la cara, y la cámara enfocaba desde arriba, así que tendría que voltear completamente o mirar hacia arriba. No lo hizo, y mientras se alejaba, las esperanzas de tener alguna respuesta se esfumaban.

–Rayos, ya está saliendo, creo que en esto llegamos hasta aquí.
–Espera.

Siguió mirando como el hombre se alejaba, y entonces lo vió.

–No es posible...
–Qué mujer, no veo nada.

No era posible. No podía ser que esa persona estuviera involucrada. ¿Cómo, porqué?
Sintió que se le escapaba el aire, esto era aún peor que  todo lo que había pasado antes, porque significaba que...

–Dime Pilar por Dios santo, te pusiste pálida, estás matándome con la angustia, dime que estás viendo que yo no.
–La mujer mayor  –respondió con voz temblorosa mientras detenía el video– la que está junto al sujeto.
– ¿Sabes quién es?
–Si... es imposible, tiene que haber un error...
– ¡Pero dime quien es!

No podía creerlo, no podía aceptar algo así, porque si era verdad, si en serio había ocurrido eso, entonces ella no era la única víctima en  toda esa historia, y la maquinación que se escondía detrás de todo eso era absolutamente monstruosa.

–Esa mujer... ahora está jubilada, tengo que encontrarla, tengo que enfrentarla y escuchar que me lo confirme o nunca podré creerlo. Ella es el ama de llaves de la madre de Micaela.

Margarita casi se cayó del asiento.

– ¿Qué?
–Es ella, la recuerdo muy bien, desde que me conoció siempre me trató con mucho cariño.
–Pero no lo entiendo, no tendría motivos para...
–No es ella. Ella solo hacía las cosas por órdenes, y si es así... Dios me libre, si de verdad esto no es un error, entonces puede ser que la madre de Micaela este detrás de todo esto. Mañana  a primera hora salgo a buscarla.

Adán estaba en la galería revisando los detalles necesarios para la re–inauguración de la galería la noche siguiente; por suerte había pasado tan poco que la mayoría estaba listo, y el personal necesario ya estaba contactado para que  a las diez de la noche atendieran a todos los invitados, y de hecho lo ocurrido la jornada anterior había servido pues ahora habían algunos medios de prensa más y habían confirmado prácticamente todos los invitados; todo era casi igual, excepto que ahora habría una recepción rápida afuera y los cuadros se quedarían en el interior, de hecho había dispuesto que el nuevo Regreso al paraíso estuviera en el centro de la galería, abrazado por las otras pinturas que eran de imagen más amable que ésta nueva. Sabía que la obra llamaría la atención, pero no estaba seguro del efecto en general, porque un resultado tan convulso podía perjudicar a todo lo demás. La suerte ya estaba echada otra vez, Carmen descansaba en su departamento y él tenía todo controlado excepto aquel molesto mensaje en la tarjeta: no había dejado de pensar en eso, hasta finalmente convencerse de que no había motivos para estar alarmado, porque por mucho que alguien deslizara cualquier tipo de amenaza, aún tendría que disponer de alguna prueba, y eso era sumamente difícil.
Sonó su teléfono celular.

–Eva.
–Ven al hotel.
–Voy para allá.

No dijo más y cortó. Tan pronto como escuchaba a Eva lo demás se borraba, ahora solo le importaba amarla otra vez, y  para eso cerró la galería, y salió rápidamente en su auto, sin percatarse del vehículo estacionado donde Miguel lo vigilaba atentamente.

–Parece que vas a tener noche de fiesta Adán –murmuró para si– y mañana es tu gran día. No me conviene decirle nada a Sofía aún, así que te voy a dejar disfrutar de tu noche de gloria y después atacaré; tranquila Sofía, tú y yo vamos a tener nuestra venganza.

A la mañana siguiente Pilar salió rápidamente y con solo un objetivo en la mente; no le fue difícil dar con el paradero de la persona que buscaba, sabía que por su edad no se había ido a vivir sola, de modo que le bastó hacer algunas averiguaciones y supo que estaba  en una casa de retiro campestre a las afueras de la ciudad. Estaba más nerviosa que antes, ante la posibilidad de encontrarse con una verdad que no quería oír, pero por dura que fuese la situación, no iba a acobardarse esta vez, de alguna manera el apoyo y la fe de su amiga le habían dado fuerzas para enfrentar de una vez por todas aquello de lo que tenía ocho meses escapando.
Cuando la localizó dentro de la casa de retiro, vio a una mujer de más de setenta años, quizás más envarnecida y canosa pero básicamente igual, de baja estatura, blanca de piel y cabello corto con rizos plateados, sentada sobre una reposadera, sola en ese instante.

–Marcia.

La mujer mayor miró en su dirección, y al cabo de unos momentos la reconoció, pero no pareció alegre al verla, aunque tampoco triste.

– ¿Y usted que hace aquí niña Pilar?

Sonaba como antes, con esa voz melodiosa que inspiraba a la vez respeto y confianza, pero no era lo mismo, no podía acercarse a ella sin más, primero tenía que saber.

–Necesito saber algo Marcia, por eso vine aquí. Tengo una pregunta que quiero que me respondas.

La anciana la miró fijo y más seria al notar su expresión.

–Dime mi niña.
–Dime quien te envió hace ocho meses a depositar mucho dinero en mi cuenta en el banco.

La mujer dió señales de no entender.

– ¿Dinero en el banco? No sé, yo no hago esas cosas, creo que estás confundida.
–Acompañaste a un hombre.
–No Pilar, yo no...
–Lo hiciste, te vi en una grabación –replicó conservando aún la calma– por favor no me lo niegues.
–Es que no estoy negando nada, yo nunca he sabido nada de esas cosas, estás confundida mi niña.
– ¡No me digas así, no me sigas tratando como si fuera estúpida!

No tenía costumbre  de gritar, así que su voz salió aguda, con una nota de histeria. Mejor, ya estaba harta de callar.

–Pilar...
–Dime la verdad Marcia.
–Pilar yo...
–Dime la verdad Marcia –exclamó con energía– me lo debes, después que confié en ti, después que te creí mi amiga me lo debes, al menos sé sincera conmigo una vez, porque está claro que nunca antes lo fuiste.

La anciana se sintió ofendida, pero mantuvo la mirada.

–Ustedes sabían que lo que hacían estaba mal.
– ¿Qué?
–Lo sabían –la acusó en voz más alta– y la señora estaba sufriendo por eso pero no les importó, nada les importaba; pero es verdad cuando dicen que las cosas se compensan por si solas, por eso es que ella las puso a prueba, y se demostró todo, lo mal hecho se les devolvió.

Hablaba como una fanática, refiriéndose a su relación con Micaela como un pecado o un delito imperdonable.

–No sabes de lo que estás hablando.
–Ustedes tampoco sabían que lo que hacían estaba mal, o no quisieron escuchar.
–Por Dios Marcia, estás hablando de Micaela, ¡tú prácticamente la criaste! Y estás hablando de mí, me acogiste, me escuchaste, y ahora me vienes con esto... ¿Por qué lo hiciste si siempre pensaste que nuestro amor era un delito?
–Porque siempre se intenta al comienzo –explicó con convicción– siempre se intenta convencer pero si no funciona hay que hacer algo, nunca quedarse de brazos cruzados.
–No sabes lo que dices. ¿Tienes alguna idea de lo que me hicieron? ¡Contéstame!
–Hicimos lo que era necesario.

Su paso por allí había terminado; era doloroso escuchar esas palabras de una persona en la que confió en su momento, pero fuese como fuese, a fin de cuentas la responsable mayor estaba en otro sitio.

–Fue ella, fue la madre de Micaela. Siento pena por ti Marcia, estás tan equivocada que no tendrás tiempo para entender la verdad. Suerte que no tendré que verte otra vez.

Dió media vuelta y se apresuró a salir de allí. Esperaba sentirse devastada o con deseos de llorar, pero por primera vez en su vida, en vez de pena, lo que sintió fue rabia; ella misma tenía culpa por haber sido crédula, pero aunque sabía que era inocente de lo que la habían acusado, siempre se había sentido más culpable que víctima, de ahí su salida del país, pero ahora ya no podía callar, ahora sabía que la mujer a la que amaba había faltado a su palabra de creer y confiar en ella, que su madre la había traicionado, que para su progenitora había sido más importante un lienzo que su hija, y que en resumidas cuentas había sido sacrificada para conseguir otros objetivos. Ya no más, tenía tomada la decisión, esta vez las cosas iban a aclararse, esta vez tendrían que escucharla.
Poco tiempo después llegó al departamento que estaba arrendando Micaela, el que no le fue difícil ubicar pues aún conservaba datos de ella a través de los cuales lo hizo. Aun no daban las diez de la mañana, temía no encontrarla pero abrió la puerta casi al momento con una sonrisa en los labios que desapareció al verla.

– ¿Que es lo que haces tú aquí?
–Necesito pasar, hay algo de lo que voy a hablarte.

Micaela frunció el ceño. ¿Qué le pasaba, como se atrevía a visitarla de ese modo?

– ¿Qué? Estás loca, lárgate de aquí.

Pero Pilar no la escuchó y entró apartándola a un lado. Entró en el departamento luchando por no desmoronarse al reconocer algunas cosas como adornos y muebles. Micaela la fulminó con la mirada.

–No sé qué te pasa y no me importa, pero es mejor que te vayas ahora antes que me enoje.
–No me voy a ir –sentenció– no hasta que te diga a lo que vine.
–No me interesa.
–Claro que te va a interesar, vas a escucharme.
–Ya te dije que no –exclamó Micaela– no hay nada de ti que me interese.
–¡Te dije que vas a escucharme!

El grito de Pilar descolocó a Micaela; jamás la había visto así, no supo cómo reaccionar.

–Estoy cansada de todos ustedes, estoy cansada de las amenazas de mi madre, de tus gritos y de la desconfianza de todos; no tengo por qué seguir soportándolo, me quedé callada demasiado tiempo, ahora vas a escuchar cada palabra maldita sea. Te amaba Micaela, eras la persona más importante para mí, se suponía que tú tenías que creer en mi antes que en nadie, pero tu amor fue demasiado frágil.

Puso en volumen alto la grabación de voz que había hecho de su conversación con Marcia, y mientras las palabras volvían a escucharse, vio como Micaela abría más los ojos sin poder dar crédito al registro.

–Ésta es la verdad –continuó con fuerza– jamás fui la responsable,  y te lo dije: ese día te dije que estaban pasando cosas extrañas, pero no me creíste y con eso me rompiste el corazón.
–No puede ser... –murmuró Micaela– no es posible, tiene que haber un error...
–Yo tampoco lo creía en un principio, me parecía una locura, pero a fin de cuentas los hechos son más fuertes.

Micaela se sentía como si la hubieran arrojado contra el pavimento desde la ventana del edificio; estaba escuchando a nana, a su nana decirle a Pilar que habían tenido que hacer eso porque ellas estaban cometiendo un pecado o algo por el estilo. ¡Pero si ella siempre lo supo, siempre la escuchó en todo!

–No puede ser –continuó con la voz quebrada– no lo entiendo, porque ella...
–Ella estaba trabajando para las órdenes de tu madre –acusó Pilar– por eso es que ella de pronto estaba de tu lado, porque sería mucho más fácil atacar desde adentro, así nunca sabrías que era lo que te había golpeado.

Solo en ese momento las piezas comenzaron a encajar. Recordó entonces esa fatídica jornada, y a su madre apareciendo en su cuarto con expresión compungida. ¨Descubrí algo tremendo hija. Descubrí quien es la persona que me hizo la venta de la colección de cuadros de Carmen Basaure, y por lo que sé, lo hizo a sus espaldas. Fue su hija, fue Pilar, mira este documento¨
En ese momento todo se fue al demonio, y resulta ser que todo era un plan, una maquinación de su propia madre para separarlas. Eso quería decir que Pilar tenía razón, porque sabía que su madre era capaz de todo, solo que nunca creyó que en contra de su propia hija; entonces había permitido que las separaran, había dejado que la mentira fuera más fuerte que el amor, y todas esas cosas horribles que le dijo eran totalmente injustificadas.
–Pilar –balbuceó aun sin poder creerlo del todo– esto es... es horrible, pero tienes que entender que yo... habían pruebas Pilar, todo coincidía, tu firma, los datos...
– ¡Y eso qué! –le reprochó con rabia– se supone que me amabas, me juraste que estaríamos juntas, me juraste que creerías en mí, pero me fallaste, y ni siquiera me diste  el beneficio de la duda, te bastó con ver unos papeles para olvidarte de lo nuestro y tratarme de lo peor; me dijiste cosas horribles, me trataste como si fuera la peor mujer del mundo y  no me dejaste defenderme. Podía aguantar lo que fuera, el rechazo de mi madre, podía aguantar que todo el mundo pensara que era una mala hija y una mala persona, pero no tú, tu tenías que ser mi apoyo y me dejaste sola cuando más te necesitaba.
–Pilar, por favor perdóname –suplicó Micaela acercándose– yo no sabía... fui una estúpida, fui la más tonta del mundo al creer en lo que me dijeron, pero yo te amaba, por eso es que no pensé con claridad, y me volví loca al creer que eras culpable.

Pero Pilar se alejó; durante meses había extrañado el abrazo de Micaela, ahora no quería que se le acercara.

–Esto no se trata de quien tiene la culpa, lo que está hecho ya no se puede deshacer, lo que me rompió el corazón no fue lo de la mentira ni que me acusaran de robarle a mi propia madre, ya te lo dije, esto se trata de tú y yo, se trata de que no fuiste capaz ni siquiera de escucharme y eso habla tan mal de tu supuesto amor por mi como de mi por creer que estarías conmigo hasta el fin.

Tenía razón en todo lo que le estaba diciendo, y al mismo tiempo Micaela estaba sintiendo asco de sí misma por haber sido tan ilusa, rabia con Marcia y odio por su madre, pero lo peor de todo, es que el amor por Pilar nunca se había ido y ahora que estaba descubriendo toda la verdad ese sentimiento volvía hecho culpa y dolor; no podía imaginar cuanto había hecho sufrir a Pilar, mientras estaba sola y sabiéndose inocente. ¿Cómo podía haber desconfiado tan fácilmente de ella? ¿Acaso en realidad su sentimiento nunca fue tan fuerte como creía?

–Pilar por favor escúchame –le rogó con los ojos llenos de lágrimas– fui una estúpida, pero podemos arreglarlo, puedo arreglarlo, yo jamás te he dejado de querer.

Pilar la miró con dureza.

–No tuve tu amor cuando lo necesité. Ahora es demasiado tarde para eso, solo vine porque no podía, no puedo dejar todo esto así. Adiós.
–Pilar espera...

Pero la otra mujer no la espero y salió rápidamente del departamento azotando la puerta; Micaela quedó entonces sola en el lugar, con la respiración entrecortada, comenzando a llorar convulsivamente mientras las escenas aparecían una a una en su mente; era culpable, era irremediablemente culpable de haber faltado a su promesa de amor, de no haber confiado en Pilar, de dejarse engañar con tanta facilidad y de haber herido a la mujer a la que amaba tanto como antes.





Próximo episodio: Mariposas calcinadas

La otra matrix Capítulo 4: Escape a las estrellas



De haber estado en un lugar con atmósfera, de seguro habrían podido esquivar el misil que se acercaba a ellos; sin embargo la plataforma en donde se encontraban junto a la nave sólo contaba con la gravedad suficiente para que las máquinas pudieran permanecer sobre ella, de modo que la explosión fue potente y los tomó muy de cerca.

— ¡Sujétate muchacho!

Rápido de movimientos como era de esperarse, Ultramagnus se sujetó del extremo de un ala que había salido disparada y alcanzó a tomar a Soulbreaker de una pierna.

— ¡Qué diablos es lo que está pasando! —dijo Ultramagnus como si no notara que la onda expansiva continuaba arrastrándolos lejos de Traon—, alguien nos ataca.
—Se supone que estamos en tregua.

 Ultramagnus no respondió a la pregunta de Soulbreaker.

—Comando ¿Pueden escucharme? Perceptor ¿Estás ahí?

Unos momentos después ambos flotaban sobre el trozo de ala de nave mientras Traon se dibujaba a cierta distancia con el extremo humeante en donde había impactado el misil; sin embargo no daba la sensación de haberse iniciado una alerta por ataque. ¿Entonces Perceptor estaba vivo? Sabiendo que se encontraba en la batalla de ciudad autobot, Soulbreaker había recurrido a su nombre pensando que estaba muerto pero en realidad nunca había revisado con detalle los registros de la nave de Slimdeam.

—Lo siento —gritó alguien a cierta distancia—, fue mi culpa ¿Se encuentran bien?
—Tau, eres tú.

Quién se acercaba era un autobot de grandes dimensiones que casi doblaba en altura a Ultramagnus y que arrastraba tras de sí una especie de extraña nave para unos cinco ocupantes.

—Lo lamento Ultramagnus, este cacharro que me enviaron a buscar está descompuesto, el misil se disparó solo.
—Está bien, no te preocupes, sé que lo que estás haciendo es importante —dijo Ultramagnus en voz baja—, dentro de esos cacharros hay herramientas y maquinaria muy importante.

Regresaron a la plataforma desde donde habían salido despedidos unos momentos antes mientras unos robots reparaban los daños.

— ¿Y quién es tu amigo?
—Él es Heartfire —replicó Ultramagnus.
—No te había visto antes —dijo Tau.
—Era parte de un grupo de exploración —respondió Heartfire con evasivas—, estuve fuera durante mucho tiempo.
—Parece que elegiste un mal momento para volver —dijo Tau con liviandad—,  así que exploración ¿Y quién era tu Superior?

No tenía alternativa, sólo existía un autobot del cual estaba completamente seguro de su muerte.

—Digamos que no era mi jefe directo pero… Wheeljack.

Ultramagnus se lo quedó mirando en silencio, como si estuviera experimentando el sufrimiento de reflotar los hechos ocurridos en ciudad autobot; Soulbreaker sabía que no podía continuar mintiendo de manera indefinida, pero mientras no supiera lo que ocurría con Ultramagnus y su degradación y pudiera acercarse al nuevo líder de una manera segura, no tenía más opción. Sin embargo lo que dijo Tau lo dejó sin palabras.

—Así que trabajabas con Wheeljack ¿cierto? Pues qué raro porque, aquí tengo la lista completa de los exploradores y científicos que estaban trabajando con él, y tu nombre no aparece en ella.


2


El escudo deflector que hacía invisible a Runflight no duraba mucho tiempo, pero su efecto era tan poderoso que ni siquiera los radares de campo más eficientes podían detectarlo; oculto como una sombra descendió en los alrededores de Luna Solire, y exploró una a una las plataformas de estacionamiento. Entre las diversas naves de los visitantes descubrió que una de ellas, que se encontraba bastante alejada de las otras era la cápsula en que ese misterioso autobot había escapado anteriormente. Podría destruirla en ese instante tanto como abrirla por la fuerza para saber exactamente lo que había en su interior, pero eso sólo lo haría perder tiempo y su manto invisible desaparecería; en cambio hizo algo mucho más sencillo y movió la cápsula hasta dejarla obstaculizando el movimiento de otra nave más grande, tras lo cual esperó oculto durante unos minutos. Tal como esperaba, un robot salió del bar que se ubicaba al costado de la plataforma de estacionamiento y al ver el desorden regresó al interior, apareciendo nuevamente acompañado de un grandote que cargaba una cajas llenas de infusiones de distintos colores.

—Cielos —dijo el grandote—, ese tonto de Heartfire debe haber dejado su chatarra sin ajustar a la base y por eso se movió, cuando vuelva con los suministros lo haré pulir toda esta zona para que aprenda.

 Runflight esperó unos momentos y volvió a elevar el vuelo en silencio; ya sabía el nombre del autobot al que seguía, y si había salido a buscar suministros para un bar sólo podía tener un destino: Traon. Las cosas se volvían mucho más sencillas de lo que creía.

3

Tau sujetó a Soulbreaker por los hombros en un movimiento muy rápido para su gran tamaño; aunque Ultramagnus no parecía sorprendido ni irritado, más bien se veía sorprendido.

—Llegaste hasta aquí diciendo mentiras —exclamó Tau de muy mal humor—, ahora lo mejor que puedes hacer es decirnos exactamente quién eres.
—Espera, no soy un enemigo.
—A estas alturas puedo esperar cualquier cosa.
—Espera Tau, no seas tan duro con él — intervino Ultramagnus con una inescrutable expresión en el rostro—, tal vez sólo está asustado por la guerra y no sabe en quién confiar, al igual que nosotros.
—No lo creo.
—De todas maneras debes darle una oportunidad. Muchacho, dinos quién eres realmente, puedes confiar.

Soulbreaker estaba acorralado, que lo descubrieran mintiendo significaba que podían acusarlo de ser un criminal o un traidor, pero en medio del espacio y cerca de ese pequeño asteroide de suministros podía haber demasiados sensores auditivos que no deberían escuchar la información que él tenía que entregar. En el último momento se le ocurrió una salida alternativa.

—Escuchen, no pretendo causar ningún problema, sólo vine aquí a buscar suministros, estoy trabajando en el bar de Ricochet y no quiero tener problemas ni con él ni con nadie.
—Podrías haber dicho eso desde un principio —dijo Tau—, pero tu historia no me parece convincente, sobre todo porque en esos lados cualquiera podría estar trabajando y eso no habla bien de él. Vas a tener que acompañarme a la base autobot; los guardianes dirán si es que tu historia es correcta o no, y si puedes seguir con tu camino.

¡Pensaban encarcelarlo! Si ese autobot se lo llevaba al recinto donde estaban los guardianes Autobots, sus posibilidades de encontrar al nuevo líder se reducían demasiado.

— ¡Espera! No hagas eso, perderé mucho tiempo y van a despedirme; sólo deja que me lleve los suministros. Ultramagnus, ayúdame, sólo mírame no soy una amenaza.

El débil nexo que se había establecido entre ambos en la conversación previa era lo único que podía ayudarlo; si conseguía convencerlo, estaría obligado a decirle la verdad, pero por alguna razón no lograba confiar en Tau.

—Tau, escucha yo puedo vigilar que él se lleve los suministros y se vaya inmediatamente, no es necesario que gastes tu tiempo

El otro le dedicó una mirada larga antes de responder con tono perfectamente marcial.

—Lo siento Ultramagnus, pero tú no tienes jerarquía aquí y lo sabes; la orden de los guardianes es que cualquier autobot quien no esté registrado o resulte sospechoso debe llevarse ante su presencia, y que cualquiera que figure en las listas o se encuentre perdido debe reunirse en los puntos indicados.

Se hizo un tenso momento de silencio, en el que Ultramagnus estaba luchando por mantenerse en el lugar que aparentemente le correspondía ahora, aunque por lo visto no se encontraba cómodo con la falta de poder o autoridad.

—No estoy desafiando las órdenes —dijo con un tono de voz frío y distante—, simplemente me parece que hay que administrar los escasos recursos que tenemos de un modo más eficiente. En este asteroide ya terminé mi misión de registrar y notificar a todos los autobots que estaban presentes, ahora voy en retirada y tu misión principal es trasladar esa nave al depósito donde los técnicos están realizando su trabajo, por lo que es más útil que lo acompañe yo a que  tú te desvíes de tu ruta. Desde luego puedes hacer lo que te plazca ya que te corresponde, pero si me permites llevar a este muchacho al destino que indicó, me aseguraré de que vaya al sitio al que corresponde, y desde luego, cualquier cosa que salga mal puedes decir que es mi culpa.


Tau finalmente accedió y asintió, restándole importancia a las palabras de Ultramagnus.

—De acuerdo, no perderé más tiempo aquí, sólo procura no cometer ningún error.

Ultramagnus y Soulbreaker se alejaron buscando una nave en la que salir del asteroide, pero unos cuantos metros después el primero enfrentó al segundo.

—Escucha, no nos vamos a mover un solo milímetro de aquí hasta que me digas la verdad; sé que mentiste y qué estás ocultando algo.

Soulbreaker estaba intimidado por la actitud de Ultramagnus, pero no pudo menos que reconocer en él al gran héroe del que todos habían hablado y que estaba muy lejos del puesto de carcelero al que alguien lo había confinado.

—Ultramagnus, tienes razón en lo que estás diciendo mentí sobre mi identidad y el motivo por el cual estoy aquí, pero dije la verdad sobre lo que sé de ti y necesito que me ayudes, sé que eres el único que puede hacerlo.
— ¿Qué fue lo que hiciste?
—No es lo que hice Ultramagnus, es lo que tengo conmigo. En esta caja que tengo culta hay un dispositivo que encontré en las ruinas de ciudad autobot, y que Optimus dejó olvidada durante el enfrentamiento con los decepticons.

Ultramagnus dio un paso atrás, sin comprender lo que estaba escuchando pero a todas luces confundido.

—Tú no estabas en ciudad autobot, no puedes saber si Optimus dejó abandonado algún objeto ahí.

No podía decirle su verdadero nombre, pero sólo tenía una opción en esos instantes.

—Ultramagnus, sé que lo que estoy diciendo no tiene mucho sentido pero no puedo decir más en un lugar expuesto como éste, tenemos que estar en un sitio seguro porque el objeto de Prime que tengo en mi poder emite una frecuencia de energía única, y si es expuesta en un sitio como éste puede ser detectada por los decepticons aunque no se encuentren cerca.
—No te entiendo. ¿Qué es lo qué..?

Soulbreaker había dicho todo lo que era capaz de decir en un lugar abierto como ese.

—No puedo decirlo, escucha, no soy un guerrero y estoy aterrado con lo que está pasando, sólo sé que no puedo hablar de lo que pasa en público, siento que en cualquier momento alguien del bando enemigo puede descubrirlo.

Mientras hablaba, indicó su pecho y el pecho del propio Ultramagnus asintiendo, como si estuviera leyendo su mente, aunque en realidad no tenía la más remota idea de lo que el otro estaba pensando.

— ¿Acaso estás hablando de…?
—Por favor, por lo que más quieras, no puedo seguir hablando aquí.
—Escucha, si estás planeando llegar hasta los altos mandos con alguna intriga no voy a ser yo el que te lleve junto con ellos, hemos pasado por demasiadas penurias como para exponerme junto a alguien a quien ni siquiera conozco.
—No me creas —dijo Soulbreaker con tono desafiante—, pero no me abandones, déjame probar que tengo razón en lo que te estoy diciendo; vamos a un sitio de máxima seguridad que tú elijas, con paredes blindadas que eviten que la energía de este objeto se transmita, y cuando lo veas tú mismo querrás llevarlo con los altos mandos.


4

Runflight sostenía entre sus manos del cuello a un autobot desarmado y herido, aunque éste lo miraba desafiante.

—Maldito decepticon, vas a pagar por esto…

El mercenario había llegado a tiempo para ver a una misteriosa nave, que desde la plataforma se elevó para tomar una ruta distinta a las que emprendían todas las otras naves desde Traon. Los autobots eran tan predecibles.

—Siendo honesto, no creo que eso suceda.
—No estaba solo, ellos tarde o temprano descubrirán lo que has hecho, y tú y tu escoria pagará por romper la tregua.

Runflight soltó una risa ahogada, burlona; eso sólo era un bocadillo que hacía más entretenido el viaje pero, si lo había descubierto ¿qué más podía hacer él?

—La tregua es sólo una pantomima entre bots y cons, mientras encuentran la mejor forma de poder volver a matarse entre ellos. Pero no te distraigas, este momento es nuestro, sólo nuestro.
—No conseguirás que te pida compasión; si quieres matarme, hazlo ya.

Le gustaría divertirse más tiempo con él, pero no podía perder más tiempo en su misión; su instinto le decía que si el famoso Ultramagnus estaba en compañía de ese autobot fugitivo, todo era en realidad mucho más importante de lo que se imaginaba.

—Decir que quiero matarte es casi ofensivo muchacho; primero deberías tener en cuenta que tú fuiste el que se quedó retrasado de tus amigos cuando ellos se fueron ¿cómo fue lo que dijiste? Ah sí: “Hagan lo que quieran, yo me iré por mi cuenta.”

El otro quedó sin palabras, pero tuvo suficiente valor para sostener su mirada. El mercenario, sin soltarlo del cuello, lo miró con fascinación.

—No creo que ellos te busquen, o al menos no todavía. Pero como te decía, no quiero matarte. Sólo quiero… tu corazón…

Se escuchó un grito de terror, mientras el mercenario clavaba sus afiladas garras en su pecho, hasta llegar al punto donde se alojaba la chispa; la risa de Runflight se dejó oir como un susurro en el espacio, cuando el decepticon gozaba de un inolvidable momento de dicha, sintiendo cómo la vida escapaba del cuerpo de su víctima y de alguna forma, tal vez sólo en su mente, esa energía vital se impregnaba en su ser, haciéndolo más poderoso e invencible.

5

La pequeña nave en que Ultramagnus y Soulbreaker viajaban era de tecnología obsoleta, aunque se movía ligera y rápida en el espacio. Los primeros minutos habían sido de tenso silencio, luego el poderoso autobot se dedicó a verificar los radares de espectro espacial para evitar que los descubrieran o se toparan con alguien.

—El asteroide al que vamos no se encuentra a mucha distancia, está abandonado porque su tecnología es anterior incluso a esta nave, pero tiene una bóveda a prueba de fugas.

Soulbreaker no dijo nada.

—Escucha, yo… No sé lo que sucede contigo, ni siquiera sé por qué estoy haciendo esto, pero cuando dijiste que necesitabas ayuda yo… Es sólo que siento que tengo que hacer esto.
—Lo entiendo.
— ¿Lo entiendes? —exclamó con escepticismo— si es así entonces podrías explicarlo, porque yo mismo no sé lo que me sucede, es como si ahora mismo estuviera viendo el motivo por el que…
— ¿Por el que te degradaron?

Ultramagnus no respondió, y volvió a sumirse en el silencio. Soulbreaker estaba pensando que su suerte era, muy buena por conseguir que Ultramagnus le creyera sus débiles  argumentos, y muy mala por exponerlo a ciertas cosas de la vida autobot que no conocía; por momentos le parecía que todo alrededor era mucho peor una vez que volvió a vivir.
Algunos minutos después, la nave se estacionó en un pequeño asteroide mecánico abandonado. La bóveda en el interior efectivamente estaba sellada, y ofrecía el tipo de aislamiento que protegería el contenido de la caja. Sin esperar más, Soulbreaker la abrió, y la réplica de la matrix de liderazgo emitió un único aunque potente rayo de luz traslúcida, que iluminó como un faro cada una de las paredes y rincones de la habitación; Ultramagnus se quedó sin palabras ante el fantástico hecho, sin poder creer que ante él hubiera un objeto como ese.

—Es imposible, el registro es… la frecuencia de energía de este objeto es…
—La misma de la matrix de liderazgo, lo sé —replicó Soulbreaker— ¿entiendes ahora por qué estoy tan asustado, por qué no podía simplemente hablar en medio de la nada?

Ultramagnus parecía a punto de sufrir un colapso.

—Es imposible, la energía de la matrix no puede, no hay forma de replicarla.
—No sé lo que está pasando, sólo que encontré esto, y obviamente es importante; estaba en las ruinas de Ciudad autobot, lo encontré casi por accidente y…

El antiguo comandante autobot lo miró, fijo a los ojos.

—Esto podría explicar muchas cosas.

En esa ocasión fue Soulbreaker quien no dio crédito a lo que oía.

— ¿Qué?
—No hay tiempo para explicarlo, pero hiciste lo correcto. La importancia de este objeto es incalculable, debemos llevársela a Rodimus lo antes posible, aunque para eso tenga que pasar a La muralla autobot.

Comenzaron a caminar hacia la puerta, mientras Soulbreaker volvía a guardar el objeto en la caja.

— ¿Qué es eso de La muralla?
—Es un cuerpo de defensa establecido tras los acontecimientos de la muerte de Optimus. No soy querido por ellos, pero tendremos que encontrar una manera de acercarnos sin hacer público este asunto.
— ¿Pero no puedes llevarlo tú solo, o dar un aviso para que nos escolten?

Ultramagnus se encogió de hombros.

—Eso sería una tontería, el riesgo es demasiado grande, ya has pasado por demasiado con ese objeto en tu poder, es un milagro que no te haya pasado algo.

Tan pronto como abrió la compuerta del recinto, un poderoso gas nebuloso se esparció a toda velocidad, envolviendo a ambos; un instante después, Soulbreaker sintió el filo de una hoja cortando la placa del brazo derecho donde estaba oculta la caja y trató de moverse o pedir ayuda, pero antes que sucediera algo más, un haz de luz blanca brillante se esparció cubriendo todo, al punto de sumir el lugar en una atmósfera incandescente, sin movimiento, sin sonido, y sin sombras.



Próximo capítulo: En manos equivocadas