Las divas no van al infierno Capítulo 02: Dime quién eres




El día lunes pasó muy rápido, y para cuando las veinticuatro participantes llegaron al lugar indicado, parecía que la última vez que se vieron era muy reciente.
El recinto donde se había realizado la audición el domingo estaba siendo desmontado para instalar el anfiteatro donde se emitiría el programa a partir de la semana entrante, por lo que durante esa semana el entrenamiento se llevaría a cabo en el subterráneo de un edificio, distante una cuadra del lugar. Acondicionado según las necesidades, ofrecía un ambiente resguardado, temperado y cómodo para realizar todas las labores necesarias.

Tan pronto entraron, Verónica se hizo cargo del grupo: el interior del gran salón estaba despejado y en su interior, del lado opuesto a la puerta había una mesa cubierta con un mantel largo de colores vibrantes, ante la que estaba la mujer alta, delgada y de actitud seria, que contrastaba con su cabello de un encendido color rojo y maquillaje estilo pin up.

—Buenos días —Saludó con una estridente voz—. Bienvenidas preciosas, soy Verónica, y estoy aquí por que soy los ojos y oídos del programa en el que van a estar. Pasen —indicó vagamente el interior vacío del gran salón—, siéntanse cómodas y prepárense para darlo todo.

Valeria procuró quedarse a un costado donde fuese poco visible, esperando que les dijeran de qué se trataba todo eso. Verónica destacaba tanto por su aspecto estrafalario que parecía una concursante en vez de una productora; después de una pausa, puso en la mesa una cámara y se reclinó en el asiento.

—Escuchen, todo esto es muy simple: necesito que olviden que hicieron unas pruebas previas, que olviden el video que mandaron para postular y todo lo demás, miren esta cámara y se presenten. Pero no quiero que se presenten como en esos aburridos clips de los programas de talento: quiero que sean auténticas, que sean estrellas, que se conviertan en la estrella a la que se parecen, y que sean unas ganadoras, en dos minutos.

Hizo una nueva pausa, que sirvió para que el nerviosismo aumentara a la par con la emoción; unos momentos después, la llamativa mujer volvió a hablar.

—Bien, espero que estén preparadas, porque es un momento muy importante para ustedes; piensen que esta es la audición para entrar al programa. ¿Alguien quiere empezar?

Charlene salió disparada del grupo antes que Verónica pudiera terminar la pregunta, y taconeando a toda velocidad se puso por delante de las demás.

—¡Yo! Yo, estoy lista.

Después que la productora le diera el vamos, la chica se sacudió ligeramente el cabello y se preparó para hacer la primera representación de su vida; de inmediato recordó los desfiles de Victorias mientras cantaba Ariana, y se imaginó a sí misma como una de esas chicas perfectas, de piernas largas y mirada afilada, con alas grandes de múltiples colores, teniendo el mundo a sus pies. Pensó que la mujer en la mesa era el público, la cámara, sus admiradores, y en un punto atrás de todos, aquellas personas que alguna vez la habían menospreciado de alguna forma, encabezados por el engreído de su hermano.
Caminando al frente contorneando las caderas como Beyonce, sonriendo amigable como Ariana, ahora un giro rápido, casi un salto, como Selena, se dijo que era la dueña del escenario, que en ese momento sólo importaba ella, y en el futuro todos recordarían su primer paso en ese programa.

—Tiempo.

Cuando se dio cuenta, los dos minutos se habían esfumado, y ella no alcanzó a empezar su presentación. Se quedó un instante de pie, mirando a la mujer que la contemplaba sin darse cuenta de lo que pasaba, o disimulando muy bien; después de lo que se le antojó un tiempo muy largo, se obligó a recomponer la expresión, sonrió e hizo una reverencia, agradeciendo la oportunidad.

—La siguiente, por favor.

Nubia no pudo sacar los ojos de la chica rubia cuando ella volteó y caminó de regreso al grupo. Parecía tan segura e indiferente a las miradas burlescas de varias de las otras que sin mucho disimulo se sonreían por su atropellada presentación, pero algo le decía que no estaba tan tranquila, que sólo era una pantalla para evitar que las burlas fueran mayores. La siguiente en pasar fue una de las cuatro mejores de la selección inicial, y demostró que había motivos para ello desde el primer momento: caminó con prestancia, como si estuviera en una pasarela, se plantó a media distancia entre el fondo de la sala y la mesa en donde estaba la cámara, y se presentó como si estuviera saludando a alguien que conociera, y en vez de hablar de ella, recordó un par de escenas de películas, también como si se las estuviese contando a un conocido. Desde donde las demás estaban no era posible ver su rostro, pero todas podían ver su desenvuelta actitud corporal en cada movimiento, dueña de una confianza plena. Lisandra vio con sorpresa que la mujer en el pequeño escritorio no demostraba ningún cambio de expresión entre ver a una chica u a otra, y se mostraba interesada en todas por igual ¿Qué tanta importancia tendría la opinión de ella en comparación con la grabación que estaban haciendo?
Mientras esto sucedía, en una sala posterior, Kevin Haim miraba todo lo que estaba pasando en la gran pantalla de plasma, que captaba el interior del salón a través de una cámara secundaria, oculta en el techo del lugar. Sentada a su lado, su brazo derecho, Sandra, observaba todo con ojo clínico.

—Se ven bien.
—Hay material para trabajar —comentó ella.
—De todos modos, tengo algunas objeciones con algunas —Indicó él, meneando la cabeza—; Alma es demasiado perfecta, y hay dos que no entiendo por qué quedaron.

Kevin y Sandra trabajaban juntos desde hacía tiempo, y la relación tenía establecidas reglas implícitas: él era quien tomaba las decisiones, ella quien explicaba los procedimientos, y al final, él quien maquinaba todo.

—Necesitamos una chica perfecta como Alma.
—Pero ella no tiene defectos —Objetó él—, dentro de un año estará en la portada de la revista Casos, no nos sirve aquí.
—Calma, ya pensé en eso: si sale nominada para eliminación la segunda semana, todas se volverán locas.

Kevin lo sopesó un momento.

—Supongo que sí —dijo al fin.
—Dijiste que hay dos que no entiendes por qué las seleccioné.
—Sí —replicó él, desplazando la vista de un punto a otro de la pantalla—. La morena de cabello largo.
—Valentina.
—Sí —reflexionó un momento más—, hay algo extraño con ella, está ocultando algo. Y esa rubia de corte melena, no le veo utilidad; está bien, entiendo que es carne de cañón, que la vas a mostrar sufriendo hasta que explote, pero la chica que se parece a Demi es mucho más apropiada para ese papel. Tener a dos víctimas que lucen tan parecidas puede ser contraproducente.
—Tranquilo, esa es la parte que más te gustará de esto: una de ellas es un lobo con piel de oveja, sólo que todavía no lo sabe.

Kevin volteó por primera vez hacia ella: la mujer mostraba una confianza plena en sus palabras.

—Eso podría ser de utilidad.
—Lo sé, por eso dejé a ambas. Imagina cuando una de ellas, Nubia o Lisandra, muestre su verdadera cara ante todos, será magnífico.
—Los niveles de audiencia subirán —comentó él, con una sonrisa torcida, que reservaba solo para momentos de confianza—, y seguramente en las redes se formarán equipos. Sí, lo apruebo, pinta bastante bien.

Sandra estaba segura de que sería un gran suceso dentro del programa, y desde luego, un mérito que él le compensaría llegado el momento. Volteó hacia el fondo de la sala y habló con tono más autoritario.

—¿Están tomando nota?

En un escritorio pequeño había cuatro personas, jóvenes todos, en medio de una marea de cuadernos de notas y lápices. Uno de ellos levantó la vista nerviosamente y respondió asintiendo repetidas veces.

—Cada detalle, podemos presentar un pre guion a las doce.
—Bien, lo espero a esa hora.

Kevin ladeó la cabeza, adoptando una expresión sarcástica en su rostro.

—Ellas no sospechan que tenemos todo planeado para este programa.
—Pero tenemos que estar atentos por los imprevistos.
—Así es —replicó, frunciendo el ceño—. Sandra, que todo esté preparado.

2


Vicenta Menares había llegado a las instalaciones de la productora a las nueve de la mañana, y fue recibida por Gael, un chico de 20 años quien era su asistente personal; acostumbrado al vertiginoso ritmo de trabajo de la mujer, el desaliñado joven recibió la cartera y el abrigo largo de sus manos tan pronto ella entró.

—Buenos días Vicenta.
—No entiendo por qué es tan difícil confirmar una cita.
—¿Qué?

Ella soltó una risilla cristalina.

—Estás un poco lento hoy.
—La referencia del día, sí, ya entendí —replicó él, sonriendo—, creo que me hace falta café.
—¿Ya llegaron?
—Yo mismo no puedo creerlo, pero llegaron todas, la más retrasada cinco minutos antes de la hora en que fueron citadas.

La mujer hizo una mueca.

—Responsables. Esto me huele mal, porque ya sabes cómo funciona la ley de compensaciones, cuando son todas responsables, al menos habrá una tonta y tres sin talento. ¿Cómo luzco?
—Como una pantera.

Esa jornada, ella llevaba vaqueros con botas de tacón alto, una camisa negra ajustada y el cabello tomado en una cola alta que hacía resaltar sus rizos al caminar.

—Es justo lo que esperaba lograr. Ahora dame la libreta con los nombres de estos esperpentos, tengo que empezar a sufrir. ¿A qué hora terminan de hacer el ridículo frente a la cámara de Verónica?
—Probablemente unos minutos antes de las diez.
—Estupendo —La mujer se sacudió el cabello—. Iré a tomar mi desayuno especial y revisar un poco los datos de las chicas, avísame cuando estén listas para empezar con ellas.

Más tarde, la mujer fue hasta el salón en donde todas esperaban tras la experiencia frente a la cámara, y sin sonreír, entró haciendo eco con el sonido de sus tacones.

—Me alegra saber que no tengo que empezar regañándolas por el horario —dijo a modo de saludo—. Las veo bien, durmieron bastante, parece. Vamos a empezar por lo más importante de todo: mi nombre es Vicenta, soy maestra de actitud y a partir de hoy, soy la diosa de este lugar durante el tiempo que dure mi clase.

Lisandra quedó impresionada otra vez al verla y escucharla; de alguna manera, Vicenta conseguía que la atención se volcara sobre ella, como si resultara imposible quitarle los ojos de encima. Sin hablar muy fuerte, sonaba como una autoridad, sin haber dicho aún algo relevante, lograba que todas supieran que cada una de sus palabras debía ser tomada en cuenta; con ese antecedente era imposible preguntarse por qué era la maestra de actitud.

—Tengo poco tiempo para conseguir que el público las vea cuando estén sobre un escenario; apuesto que les han dicho al menos una vez en la vida “la cámara te ama”

Dejó la frase en el aire para que hiciera efecto; cuando volvió a hablar, su voz estaba cargada de condescendencia.

—Lamento decirles que todo eso es una mentira; puede que se vean bien en una foto, pero eso no es ni de lejos que la cámara las ame. Cuando la cámara te ama, no tienes que estar en el centro de la imagen para conseguir que te vean, y estoy segura de que las princesas de cuento que están aquí siempre salen solas en sus fotos.

Valeria había sacado muchas fotos con su nueva apariencia; más de cuarenta y ocho horas después, seguía maravillada con los cambios que había experimentado, y aunque eso le otorgaba seguridad, tuvo que admitir que el comentario de las fotos tenía mucho de verdad.

—La mayoría de las mujeres compiten entre ellas —comentó con una sonrisa malévola—. Otras como yo, sabemos que eso es absurdo; yo me hago notar, aunque esté rodeada de reinas de belleza.
Ahora voy a hacer la primera prueba de hoy: tienen cinco minutos para hacer una tarjeta de felicitación con los implementos que hay en la caja que el precioso de Gael está trayendo ahora mismo.

La instrucción dejó a todas las chicas sorprendidas. El asistente llegó con una gran caja de cartón en las manos, de la que sobresalían cintas y distintos objetos de colores llamativos.

—¿Y bien?

Vicenta había iniciado el cronómetro en su celular dorado, y el tiempo ya estaba avanzando; Charlene se abalanzó sobre la caja junto a las demás, y por un momento se sintió en la escuela, ante los pliegos de goma de espuma, los crayones y la brillantina en pequeños envases transparentes.

—Disculpa, permiso.

Lisandra había reaccionado muy tarde, y apenas podía meter una mano entre el grupo de mujeres que forcejeaban por los artículos y se empujaban con el cuerpo, aparentando que no lo hacían, igual como en las rebajas de las tiendas por departamento.

—Oh, casi lo olvido —dijo Vicenta, con tono inocente—: las tarjetas deben tener al menos cinco elementos diferentes en ellas.

Esa nueva instrucción aumentó los niveles de excitación en el grupo, y todas se volcaron otra vez a tratar de conseguir los elementos que les pudieran servir. Vicenta se sentó en la silla que Gael había traído para ella y lo miró de reojo, hablando en voz baja.

—Voy a tener mucho trabajo aquí.

El resto de los cinco minutos pasó muy rápido, y terminado el tiempo, la pelirroja avisó a todas que el plazo se había cumplido y debían formarse en un semi círculo de frente a ella.

—Si esto fuera una prueba de eliminación —Explicó mirándolas con las cejas levantadas—, todas ustedes se tendrían que ir a casa de inmediato, y de eso no hay duda.

Los nervios de todas estaban en un estado más sensible que antes de comenzar la inesperada prueba, y la maestra lo sabía.

—Pero ¿qué tiene que ver esto con estar en un programa de talento?

Ante la pregunta de una de las chicas, la maestra tuvo la oportunidad perfecta para seguir con su parlamento.

—Querida, si no puedes ver la verdadera intención de esta prueba estás perdida; pero para tu suerte, puedo ver en la cara de todas las demás que tampoco tienen la menor idea de lo que está sucediendo. Siéntense.

Hubo un instante de confusión, mientras todas buscaban sillas en alguna parte que no veían; ahogando una risa, la mujer les señaló el suelo.

—En el piso, santas señoritas.

Charlene ya la odiaba; se comportaba como si fuera la dueña del programa ¡Y era solo una maestra! Ni siquiera era conocida como en algunos programas que había visto, en donde una actriz o cantante de trayectoria se hacía cargo de compartir sus conocimientos.

—Voy a explicar esto en simple —dijo Vicenta una vez que todas consiguieron sentarse—: la actitud no tiene que ver con el escenario; es una forma de pararse ante la vida, un método para enfrentar cualquier desafío y seguir siempre digna, agradable, elegante, distinta y perfecta. Ya se los dije antes, esa tontería de que la cámara las ama es lo mismo que comer un pastelillo, tiene muy buen sabor, pero en realidad no sirve de nada.

Se dio una pausa para caminar hacia la caja llena de útiles de manualidades y la señaló con sus brillantes unas rojas.

—En esta caja, cada elemento estaba repetido más de treinta veces. Ustedes podrían haber analizado eso un miserable segundo. ¿Pero para qué? ¿Para qué pensar que una caja de un metro y veinte de alto podría contener materiales más que suficientes? Eso es para esas tontas y feas nerds de la secundaria, yo voy a estar en televisión, pensar no es para mí.

Lisandra sintió que se le subían los colores a la cara ¿Por qué no había hecho una conexión tan sencilla como esa?

—Entonces, mírense, ustedes vienen aquí a las nueve de la mañana un martes, con tacones, con escotes y minifaldas, incluso hay una con esas medias de malla que no se usan de día, y tienen problemas para hacer algo tan sencillo como sentarse en el suelo, ni hablar de hacer eso —señaló vagamente las tarjetas—, que es algo que hacían en primaria, y tampoco pueden hacerlo bien.

Metió la mano en la caja y sacó de ella un puñado de objetos, sin mirarlos; luego caminó hacia la silla, se sentó con garbo, y en unos cuantos segundos usó como base una de las tarjetas de cartón blanco, y sobre ella puso goma, brillantina, una pluma artificial, más goma, y con los dedos recortó un trozo de espuma, que puso al interior. Hizo un cómico gesto de echar aire con la mano para que el adhesivo se secara, y tras una pausa enseñó el resultado de su trabajo a todas; Márgara  se sintió auténticamente sorprendida, y no pudo evitar comparar el resultado con su trabajo y el de las otras: la tarjeta tenía una cara similar a la de un emoji, con una pluma con brillantina como adorno, un ojo cerrado, el otro de lentejuela, y el resto del polvo brillante era una especie de beso volador que atravesaba la tarjeta hasta el otro extremo. El conjunto estaba tan bien armonizado en colores y formas que los obvios defectos de corte en la espuma que formaba la cara pasaban a un segundo plano; lucía como una tarjeta artística hecha con técnica libre, y en definitiva se veía mejor que cualquiera de las hechas por las chicas.

—¿Alguien quiere comentar algo?
—Es muy bonita —comentó Nubia, sorprendida—. No se me habría ocurrido hacer algo así antes, estoy muy impresionada.
—Y yo estoy impresionada de que tú seas la única que demostró algo de respeto —replicó la maestra, con una sonrisa amable—. Me habría gustado tener aquí una cámara para poder mostrarles el espectáculo lamentable que formaron, empujándose como gatas, casi creí que en cualquier momento iban a empezar a arañarse y jalarse el cabello ¿Dije yo que esto era una competencia donde iba a haber una ganadora?

Valeria se había dicho que iba a estar pendiente de cada detalle para sacar provecho de ello, pero al momento de escuchar las palabras de Vicenta se dio cuenta de que había actuado sin pensar, dando por hecho muchas cosas sin nada en lo que apoyarse.

—Ustedes están aquí para aprender, pero tengo que decir algo —La mirada fulminante de sus ojos adelantó lo que pensaba—: fui yo quien aprendió algo, aprendí en menos de diez minutos que todas ustedes tienen la cabeza llena de luces, pero poco más. Nubia es la única en veinticuatro que tuvo un gesto de actitud, pero ni creas que eso basta.

Se puso de pie e hizo un gesto para que ellas también lo hicieran.

—Estoy segura de que alguna ya me odia, pero les voy a dar un consejo: empiecen a amarme, y así tal vez puedan aprender, aunque sea por imitación. Ahora quítense los tacones, si no tienen actitud, no los merecen.



3


Mientras tanto, Sandra estaba comparando informes con Verónica.

—Las viste en persona, dame tu opinión.
—Todas tienen alguna clase de potencial —Declaró la otra mujer—, ahora si me estás preguntando si van a aguantar en este mundo, eso es más difícil de saber; yo diría que unas cinco no van a sobrevivir más allá del programa y que una de ellas fallará en todo lo que se proponga.

Sandra se puso de pie con la libreta de notas en las manos. No se esperaba eso ¿Había cometido un error de juicio al escoger a esa chica? No necesitaba una que fuera a fallar en todo, necesitaba que todas fueran vulnerables y débiles, pero que pudieran tener éxito al menos en una cosa.

—¿Y crees que esa que va a fallar es...?
—Ella —Verónica señaló sin dudar una de las fotos en la imagen impresa—. Vamos, Sandra, trabajamos hace quince años, sabes que tengo ojo clínico para estas cosas.

Sí, lo sabía. Verónica era una de las personas más confiables a la hora de evaluar las capacidades de alguien, y en cierto modo la propia Sandra tenía temor ante la posibilidad de que no funcionara como esperaba.

—Entonces dices que no dará resultado —Preguntó tras una pausa.
—Con suerte y mucha ayuda puede durar un tiempo en pantalla, pero no demasiado ¿Por qué te importa? La mayoría de ellas son descartables.

Sandra trató un momento en responder; al final, cuando estallara el confeti y las luces brillaran, no serían las participantes ni el público quienes decidieran a la elegida. Y esta vez, esa decisión final tampoco la tomaría Kevin; por una vez, sería ella quien decidiera el último paso.

—Era una apuesta personal.
—Espero que no arriesgues mucho —dijo Verónica.
—No hay problema con eso —replicó, animándose—. En todo caso, no importa, si no es ella, será otra.


Próximo capítulo: Luces, cámara y mucho trabajo

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