Contracorazón capítulo 03: Un reencuentro inesperado




Con poco tiempo disponible para los quehaceres, Rafael tomó desayuno con rapidez, hizo aseo superficial, y bajó al cuarto de lavandería para dejar una carga completa mientras salía; a menos que encontrara una alternativa que le pareciera mejor, iba a decidir por el broche que vio con anterioridad, pero su primera opción siempre era tener un panorama un poco más amplio antes de decidir. Después de una caminata de cerca de veinte minutos, llegó a uno de los centros comerciales ubicados a pasos del llamado kilómetro cero, edificios antiguos reacondicionados para albergar una serie de tiendas en poco espacio; apenas había caminado un pasillo, cuando alguien entre los transeúntes le hizo una seña.

—Rafael, qué sorpresa.

Se quedó de pie en el pasillo, al reconocer primero la voz, y luego a la figura que se le acercaba.

—Arturo –pronunció el nombre con un dejo de asombro que se le antojó muy fuera de lugar.
—El mismo. ¿Y no me vas a saludar?

Extendió la mano, pero el otro, efusivo como era, lo atrajo y le dio un fuerte abrazo; no pudo menos que notar que su aroma no era el mismo, lo que seguramente indicaba mucho más que un cambio de loción.

—Claro, es que estoy sorprendido.
—Lógico, supongo que pensabas que seguía fuera.

Ya a un paso de distancia, se cruzó de brazos, estableciendo una barrera entre los dos; Arturo, su ex, lucía casi igual que un año y medio atrás, cuando se vieron por última vez: moreno, muy bronceado, un poco más alto que él, con el cabello ensortijado revuelto como de costumbre, y una tenida deportiva de colores claros. La misma sonrisa amistosa que lo sedujo, pero también la misma mirada superficial que le dedicó cuando le dijo que le habían ofrecido un puesto imposible de rechazar en la agencia, y que era con traslado, al norte del país. Que podía recoger sus cosas e irse con él, o tendrían que terminar porque una relación a distancia no funcionaba; en eso estaba de acuerdo, y apreciaba su afán de superación, pero verlo tomarse la relación de dos años como algo desechable hizo que tomara la decisión de quedarse con mucha más determinación que la posibilidad de irse de la ciudad. Su vida era ahí y no estaba dispuesto a dejar todo de un momento a otro, pero si hubiera visto en quien era su pareja un poco de preocupación, en vez de subestimar la importancia de perder su zona de comodidad, tal vez lo habría pensado un poco. De cualquier modo la separación había sido amistosa, y no podía sentir rencor hacia él, pero no había olvidado esa decepción.

—No pensé nada en realidad, he estado ocupado.

No pretendió decirlo de un modo agresivo, pero notó que hizo un efecto en su ego, y eso lo animó un poco.

—Claro, es cierto. Bueno, yo estoy de paso realmente, estoy de vacaciones y aprovecho de pasar por la ciudad a hacer visitas familiares. Y tú ¿Sigues en lo mismo?

Era una pregunta muy genérica, pero Rafael sintió una puntada en el orgullo; no sabía si Arturo estaba tratando de ostentar algo frente a él, pero era probable que quisiera sentirse bien consigo mismo, lo que lo llevó a no dejar que eso fuera a su costa.

—No, cambié muchas cosas, estoy concretando algunos planes.
—Entiendo —pareció sopesar la situación—, quizás podríamos conversar un poco más, ya sabes, ponerse al día con lo que ha pasado en este tiempo.

No, no estaba tratando de seducirlo, sino de probar algo; muy probablemente, en el fondo quería saber si aún le provocaba sentimientos, o quizás, de comparar si ambos estaban en las mismas circunstancias, lo que hacía muy posible que quisiera llevar la conversación a la vida personal, y decirle que estaba comprometido o algo así, esperando ver qué le respondía. Tal vez el orgullo de Arturo estaba intentando probar si era inolvidable; Rafael se sintió lleno de calma al notar que eso no era así, el pasado ya no iba a volver, y él no quería que regresara.

—No creo que fuera apropiado –replicó, con calma—, porque estoy, tú sabes.

Dejó la frase sin terminar, y sonrió con tranquilidad, dejando el resto a la imaginación; fue muy sencillo adoptar la expresión de incomodidad sensible que se supone que tendría al tratar de evitar decirle a su ex que estaba con alguien más, pero dejándolo en claro de todos modos. Resultó sorprendente notar que no estaba diciendo esa casi mentira para negar sus sentimientos, sino porque simplemente no era su asunto. No le debía explicaciones a Arturo, y ese era el final de la historia.

—Claro, por supuesto –dijo este con lentitud, mirándolo con un dejo de ansiedad—, me imagino que estás muy ocupado, entonces.
—Trato de usar mi tiempo de la mejor manera posible –replicó Rafael.

Hubo una pausa incómoda ¿De qué podían hablar? Rafael estuvo enamorado de él, pero ahora que ese sentimiento era cosa del pasado, resultaba difícil establecer una conversación que traspasara lo trivial.

—Se te ve bien, me alegro por eso —dijo Arturo, al fin.
—Yo también. Tengo que ir a hacer unas compras para volver a casa.
— ¡Si, claro! –respondió el otro.
—Entonces –extendió la mano, sonriendo de forma cordial—, que disfrutes tus vacaciones.
—Gracias –replicó el otro hombre, sonriendo.

Terminó de despedirse y continuó su camino, caminando de forma despreocupada y procurando no mirar atrás ni apresurar el paso. En la siguiente esquina dobló para desaparecer de vista, y tomó la ruta hacia la salida, para alejarse de ese sitio de inmediato.
Era curioso lo que había pasado; cuando Arturo y él se separaron, estaba decepcionado, pero el amor que sentía por él seguía vivo, de modo que el primer tiempo sin él fue duro. Como tuvo que dejar el departamento en que ambos vivían por no poder costearlo por sí solo, el primer tiempo fue intenso, y de inmediato se refugió en el trabajo, realizando horas y hasta turnos adicionales para poder concentrarse en algo que no fuera la separación. Con el tiempo, los sentimientos hacia su ex fueron aplacándose, y llegó un momento en que no le hacía daño recordarlo, y lo había dejado en el espacio que le correspondía como un buen recuerdo, pero nunca se imaginó que lo volvería a ver; o de algún modo sí, pero no lo consideró como una posibilidad real. Ahora lo había visto, y podía comprobar que ya no sentía amor por él, que su presencia no le provocaba nada, excepto una ligera incomodidad por tomarse la libertad de abrazarlo; pero esto no era porque se sintiera nervioso, sino porque eso ya no correspondía, de la misma manera que a un conocido del trabajo o alguien con quien no tuviera la suficiente confianza.
Pero no pretendía volver a encontrarse con él, de modo que decidió cambiar los planes e ir en otra dirección, para comprarse algo de ropa; tras pasar por tres tiendas que frecuentaba, ya tenía lo que necesitaba, y se pasó por el supermercado para comprar ingredientes para preparar algo para almorzar. Más tarde estaba en casa, siguiendo atentamente un tutorial para un pastel de verduras, mientras luchaba por hacer todo en el breve espacio de la cocina; veinte minutos más tarde, estaba ante la mesa, con una tajada de un humeante y apetitoso pastel de verduras mixtas y un vaso de jugo artificial, porque entre las compras olvidó ese ítem. Estaba almorzando cuando recibió una llamada de Magdalena.

—Hola —dijo, algo distraido.
— ¿Estás bien?

La voz de ella estaba notoriamente exaltada; Rafael dejó el tenedor en el plato y frunció el ceño.

— ¿Por qué no iba a estarlo? —preguntó.
— ¿No estás en la tienda? ¿Por qué no me contestas los mensajes?

Su hermana nunca hablaba de ese modo, y escucharla así se le hizo muy extraño.

— ¿Qué ocurre?
— ¿No estás en la tienda? —repitió, más nerviosa.
—No, tengo el día libre ¿Qué es lo que pasa?

Ella suspiró notoriamente en el teléfono.

—Me puse tan nerviosa, no sabes.
—Magdalena, no entiendo de lo que estás hablando.
—Está en televisión, hay un incendio en el edificio donde está tu trabajo, y como haces horas extra, no sabía en dónde estabas.

Mientras su hermana hablaba, miró la pantalla del móvil, comprobando que nunca activó los datos móviles al momento de salir, y la red inalámbrica de su departamento no estaba disponible; volteó hacia el router, viendo que tenía las luces apagadas, y elevó la mirada hacia el techo, en un acto inútil porque ya sabía que había luz en el departamento.

—Lo siento, no tengo internet –explicó, poniéndose de pie—, no sabía lo que pasaba; pero no te preocupes, no he estado en la tienda.
—Qué bueno –reflexionó ella—, porque estaba preocupada, aunque dicen que no fue algo grave.

Encendió el televisor, y en el canal de noticias vio la información; el generador de caracteres resumía la noticia con claridad: alerta por foco de humo en el edificio, en el piso tres. Mucha gente en la calle, y en un paneo completo, pudo reconocer los uniformes gris y azul de sus compañeros de trabajo.

—No hay nada de qué preocuparse; perdón por alarmarte, voy a revisar qué sucedió con el internet.
—Está bien.
—Hablamos después. Te quiero.

Después de finalizar la llamada y dejar el almuerzo en el microondas, bajó al primer piso para averiguar qué era lo que estaba pasando, y se encontró con varios vecinos alrededor del panel de control de la edificación.

— ¿Qué sucede?
—Vino un técnico a cortar la conexión del servicio de televisión por cable de la señora Mirta –le explicó una mujer mayor que le pareció era del quinto–, y cortó el internet de todos.

La persona aludida le era por completo desconocida; miró alrededor, y vio al hombre de soporte técnico de la empresa de TV cable, evadiendo a otras personas e intentando salir.

—Oiga, espere.
—Mire, ya le dije a los demás –replicó el hombre, de muy mala gana—, yo no veo ese tema.
—Pero es su responsabilidad si usted cortó nuestro servicio –protestó, interponiéndose en su camino.

El hombre le debió una ruda mirada, pero Rafael no se dejó amedrentar.

—Ya les dejé el número de mi supervisor, él tiene que enviar a alguien, yo no puedo hacer nada.
— ¿No puede o no quiere?

Le había cortado el paso, pero el hombre se mostró decidido a salir de ahí.

—No puedo, les guste o no; ahora, niño, dejame seguir trabajando.

Lo hizo a un lado con brusquedad y salió del edificio; ofuscado, pero más por la actitud pasiva de los otros inquilinos, salió a toda velocidad tras el técnico, justo a tiempo para verlo entrar en el edificio contiguo. Evaluó la situación por un instante, y sin más opciones, tomó la insensata y arriesgada decisión de apurar el paso hasta el panel de llaves que estaba junto al mesón de conserjería, y sacó el manojo de él.

—Oiga ¿Qué está haciendo?

Había tenido la suerte de que el primer piso de ambos edificios era casi igual, y si así era, el panel de control de cables estaba en el interior de una gran caja metálica cerrada.

— ¿Vienes a trabajar aquí, en serio?

El conserje salió del mesón y lo enfrentó con expresión confundida, mientras el técnico, un hombre de poco más de cincuenta años, lo fulminaba con la mirada.

— ¿Quién es usted? Devuélvame las llaves.
—No –replicó, desafiante—, no hasta que este señor resuelva lo que estropeó en el edificio del lado.
— ¿Qué?

El técnico lo miró de un modo amenazante, pero Rafael no estaba dispuesto a dejar las cosas así.

—Niño, deja de llamar la atención y pásame las llaves.
— ¿O qué? ¿Me las vas a quitar? Hazlo.

Ni el técnico ni el conserje hicieron movimiento alguno, pero el primero de ellos estaba a punto de perder los estribos; en el fondo, Rafael sabia que lo que estaba haciendo era inseguro, pero sabía también que las instrucciones de reparación podían tomar mucho tiempo, hasta cuarenta y ocho horas, y tomando en cuenta que era domingo, resultaba improbable que hicieran algo ese día; pero lo que más le molestaba era que el técnico no hubiera solucionado su propio error, sólo por desidia.

—Pasa las llaves, no te metas en un problema.
— ¿Quiere saber lo que acaba de pasar? –se dirigió al conserje, que lo miraba desconcertado– Que este hombre nos cortó por error el servicio de internet, en el edificio de al lado, y simplemente no lo quiere solucionar ¿Quiere que pase eso mismo aquí?
—Pero usted ni siquiera vive aquí –protestó débilmente el conserje.
—Pero yo sí.

La voz pertenecía a Martin, quien un instante antes había llegado al primer piso por la escalera, que le dio visual de la tensa escena que se estaba dando; su mirada era dura en ese momento.

—Esto es increíble –rezongó el técnico.
—Yo sí vivo aquí –explicó con más calma de la que se veía en sus ojos—, y en el reglamento de la comunidad dice que si un arrendatario piensa que la seguridad de su vivienda o el entorno está en peligro, puede oponerse a que se haga cualquier acción, hasta que se conforme el comité del edificio y decida en consecuencia. Así que si él dice que ese técnico puede hacer un mal trabajo que arriesgue dejarnos sin internet, televisión o teléfono, yo me opongo a que se le permita trabajar.

La forma en que el conserje abrió los ojos le indicó a Rafael que Martin estaba hablando sobre una base sólida, y eso lo tranquilizó un poco; pero el técnico seguía obcecado en su comportamiento original.

—Escúcheme, es mejor que me deje hacer mi trabajo –le explicó al conserje con tono condescendiente—, porque de otra manera, si en el futuro necesita ayuda con algo, va a ser más difícil.

Martín había avanzado hasta Rafael, y le hizo un leve asentimiento a modo de saludo, pero no perdió el punto de lo que estaba pasando y sacó el móvil del bolsillo.

—A ver, vamos a solucionar esto ahora, porque no acepto amenazas. Llamo a la administradora del edificio, y le digo que un técnico nos está amenazando, y que el conserje no hace nada.
—No creo que eso sea necesario –arguyó el conserje; estaba siendo superado por los hechos y no sabía cómo reaccionar.
—Yo no amenacé a nadie —replicó el técnico.
—Sí, lo hiciste —Martín estaba siendo implacable—, sé cómo trabajan los técnicos, si se les da la gana, inventan problemas o no llegan a trabajar a un lugar, así que yo llamo a la administradora de este edificio, ni siquiera necesito llamar a tu superior, porque ella se encarga de eso.

Parecía que se habían puesto de acuerdo en cómo actuar; finalmente, y ante la férrea amenaza, el conserje tuvo que ceder y se puso del lado de ellos, lo que obligó al técnico a echar pie atrás y devolverse al edificio donde vivía Rafael para reparar el estropicio hecho. Tras verificar que las conexiones de internet no presentaran inconveniente para funcionar y el técnico se machara, derrotado, las cosas volvieron a la normalidad, y Martín se dio un instante para tranquilizar a un preocupado conserje, asegurándole que no iba a llamar a la administradora del edificio como había asegurado. En la calle, al fin los dos hombres tuvieron la oportunidad de hablar.

—Gracias por el apoyo.
— ¿Estás bromeando? Si tú hiciste todo –Martín le dio una amigable palmada en un hombro—, te enfrentaste a ese idiota, fue muy noble lo que hiciste.
—No creo que sea noble –Rafael se encogió de hombros—, es sólo que no puedo quedarme así nada más cuando pasa algo como eso, es como si fuera un abuso de poder, pensé que si las personas tuvieran la misma fuerza que usan para hablar en las redes sociales para hacer algo concreto, algo de verdad en las situaciones que ocurren todos los días, la vida sería menos difícil.

Se había vuelto a apasionar, pero trató de calmarse; Martín le dedicó una cálida sonrisa.

— ¿Defensor de las causas imposibles?
—A veces quisiera que no. Pero me cuesta mucho no hacer algo —reflexionó en voz alta.
—Nadie ahí adentro lo iba a hacer –opinó el trigueño—, simplemente dejaron que las cosas pasaran. Pero de todos modos lo que hiciste fue imprudente.
—Lo sé, tienes razón. En cualquier caso, tú lo hiciste muy bien, lo que dijiste del reglamento fue perfecto, yo ni siquiera he leído el de mi edificio.

Habían empezado a caminar sin ningún rumbo especial; Rafael se dio cuenta de que se sentía muy bien charlando con Martín.

—Eso lo aprendí por las malas —explicó, encogiéndose de hombros—; me pasó antes que una persona del piso de arriba, un día colgó un cartel de un candidato a alcalde ¡Y eso estaba permitido por el reglamento de la comunidad! Estuve cuatro meses con un cartel cubriendo la ventana de mi cuarto.
—Qué desagradable.

Llegaron a la puerta de un minimarket cercano a donde vivían.

— ¿Ibas a comprar?
—No en realidad –Rafael notó que no tenía ninguna razón para estar en ese sitio; se dijo que antes que se tornara incómodo, tenía que despedirse—, sólo bajé por lo del cableado; gracias por apoyarme en lo que sucedió.
—No, gracias a ti –replicó Martín, sonriendo—, no me habría gustado pasar mi día libre sin internet también.
— ¿Tienes descanso los domingo?

El trigueño se revolvió el cabello con un gesto de incomodidad.

—Por ahora, pronto voy a tener todos los días desocupados.
—No entiendo —Rafael lo miró, confundido.
—Es que mi trabajo en el restaurant sólo es hasta este mes.

Rafael hizo una apreciación lógica antes de preocuparse del fondo del asunto.

— ¿Cómo conseguiste firmar contrato de arriendo sin tener un contrato indefinido? –mientras hablaba, se dio cuenta de lo inapropiado de la pregunta y rectificó– Lo siento, no debí preguntar, olvida que lo dije.
—No importa, no es nada malo –se encogió de hombros—; es muy sencillo en realidad: oculté esa información, así que estoy apostando por encontrar otro trabajo en los diecinueve días que quedan del mes. En fin, voy a comprar.
—Por supuesto, hablamos después.

Mientras Martín entraba a la tienda, Rafael se devolvió hacia su edificio, preguntándose por qué alguien haría algo tan arriesgado como cambiarse de casa cuando su trabajo no era estable; por suerte no siguió haciendo preguntas embarazosas, pero el hecho de no haber seguido hablando lo dejó con esa duda.
Quizás solo se trataba de que él era demasiado conservador, y tenía control sobre todo lo que hacía; no sólo se trataba de pagar las cuentas, sino que siempre estaba ocupado de mantener todo del modo en que debía estar: el orden en su trabajo, el aseo en el departamento, un chequeo de salud una vez por año, todo estaba relacionado con darse una sensación de seguridad que alejara lo más posible los imprevistos. Probablemente eran muchas las personas que sólo se ocupaban de lo mínimo necesario, y dejaban el resto para la improvisación; se dijo que tal vez podría haberle ofrecido ayuda, aunque fuera para decirle que le diría si sabía de alguna oferta de empleo, pero después se lo pensó mejor, y decidió que no habría sido apropiado, sobretodo porque no tenía idea de qué podría hacer además de ser anfitrión, y hablarle de su trabajo en la tienda de electrónica era inútl, porque las postulaciones en esa empresa tardaban casi dos meses en realizarse. Incluso siendo un sujeto amable, no sabía nada de él, ni siquiera qué aptitudes tenía, por lo que no le parecía recomendable hacer esa clase de ofrecimientos sin pensarlo bien.
Era curioso establecer un paralelo entre su ex cuando lo conoció, y Martín; a Arturo lo conoció en una reunión de amigos de un antiguo compañero de secundaria con el que tenía contacto regular, y lo sedujo su naturalidad, y claro, su osadía de decirle casi de inmediato que le agradaba, mientras que de Martín apenas sabía dos cosas y no tenía ningún vínculo de atracción mutua, pero le provocaba un interés muy grande, notoriamente inexplicable.
De todos modos, tuvo que reconocer que le parecía muy agradable, y no le era indiferente; además, la forma en que se expresó durante el conflicto con el técnico le gustó mucho, era un punto en común que tenían. Pero era absurdo hacerse cualquier tipo de idea al respecto, lo que lo hizo regresar a un pensamiento que tuvo sobre él: si seguían manteniendo contacto, la prioridad iba a ser siempre la amistad.


Próximo capítulo: Tomar una decisión

La traición de Adán Capítulo 03: Decisiones




Eran más de las siete y media de la tarde de un día que Adán no se esperaba siguiera ese curso, y con la decisión de reunirse con Sofía pendiente, tenía tiempo de hacer algunas cosas más, la primera de ellas, con el tono de urgencia necesario para no despertar sospechas: llamó al abogado de Carmen.

Ramón Izurieta era el tipo de hombre que ya había hecho todo lo que le interesaba en la vida, y debido a eso puede darse el lujo de trabajar cuando quiere, para quien quiere y además según las condiciones que quiere. Una artista de renombre como Carmen siempre podía necesitar un abogado por las dudas, y para su estudio de abogados, el solo nombre de la artista en su lista de clientes aportaba mucho a la hora de captar nuevos.
Para su sorpresa, el abogado lo citó inmediatamente en su oficina.
El despacho de Ramón Izurieta era una lujosa oficina en el vigesimoséptimo piso del edificio del Consorcio Verassategui, en el sector alto de la ciudad. Paredes finamente decoradas, cuadros abstractos, luces invisibles, flores frescas en puntos estratégicos, una vista impresionante de la capital y una placa del Gobierno por su invaluable aporte a la comunidad eran solo parte de los gustos que el doctorado podía darse. Una secretaria tan escultural como una reina de belleza lo saludó cordialmente y lo hizo pasar a una oficina que hacía que la ropa elegante y cara de Adán pareciera de segunda mano.

—Buenas tardes Adán, siéntate —saludó el hombre.

Adán no era de intimidarse por todo aquello, pero sí aceptó, al menos en su interior, que envidiaba un poco a Izurieta.
Por tener todo eso.
Pero no lo envidiaba tanto. El conseguiría todo eso y muchísimo más, y mucho más joven.

— ¿Cómo está Carmen? —preguntó sentándose tras el lujoso escritorio— hace días que no hablo con ella.

Adán ya había preparado todo, así que adoptó la actitud perfecta, y le relató al abogado la parte que le interesaba contarle.
Que Carmen le había hecho un encargo, al cual desde luego él fue inmediatamente, y que tras volver, la encontró inconsciente, resaltando por supuesto sus sospechas acerca de una posible tercera persona involucrada. También mencionó su alerta por el próximo estreno de la nueva obra en la galería, aunque evitó deliberadamente los detalles que se referían al Regreso al paraíso, y a la existencia del tórrido romance y posterior amenaza.
Izurieta escuchaba. Y cuando habló, lo hizo con tono resuelto y decidido.

—Esto es una sorpresa, pero como de costumbre, Carmen parece tocada por ese sexto sentido del que tanto se habla de los artistas, aunque esté mal que un hombre de leyes como yo, lo diga.
— ¿Qué quiere decir? — preguntó con cautela .
—Carmen me dejó hace cierto tiempo un instructivo orientado al caso en que a ella le pasara algo antes de poder inaugurar la galería, o inclusive más allá de esa fecha; en su momento le dije que era una exageración, pero de todos modos lo redacté y desde luego, tiene validez legal.

Adán no movía un músculo. Si alguien hubiese querido descifrar su expresión en ese momento, no habría tenido éxito, tal era su capacidad de ocultar lo necesario. Por dentro estaba en el límite entre la sorpresa, la emoción y la angustia.

—Eso podría querer decir que ella presentía algo —comentó Adán para darse tiempo—,  pero dudo que haya previsto ese ataque.

El abogado esbozó una sonrisa melancólica.

—Es irrelevante que ella haya sufrido una caída o ese mismo ataque, Carmen no fue específica en ese sentido. Espera.

Izurieta se puso de pie y fue hasta uno de sus elegantes archivadores de metal cromado, desde donde sacó una carpeta de plástico común. Una vez de nuevo en su asiento, leyó el apartado del documento que quería resaltar, dando a entender que se trataba de las palabras de Carmen en persona.

''Ante cualquier eventualidad que me impida estar a la cabeza de la realización del trabajo relacionado con la galería en general y con la exposición ''Regreso'' en particular, tanto los plazos como los planes deben seguirse al pie de la letra, y encabezados por Adán Valdovinos hasta que yo pueda reintegrarme. Confío total y plenamente en él para todas las decisiones de estos asuntos."

Adán se había quedado de una pieza. Sabía muy bien que se había ganado la confianza de la persona difícil y temperamental que era Carmen Basaure, en parte porque siempre realizaba un trabajo de joyería en la galería, y en parte, porque desde un principio hizo todo lo posible por anotarse a ella, y aprender a descifrar los mensajes ocultos en su comportamiento común; Carmen era temperamental, cambiante y en ocasiones, voluble, pero sus patrones de comportamiento eran algo que se podía comprender, si se ponía la suficiente atención. Una muestra de ello, y que la dejó impresionada, aunque ella no lo dijo en su momento, fue la primera vez que ella lo llamó al taller, a tan sólo minutos de haber comenzado a trabajar en la galería: él no tocó al llegar ante la puerta, sólo esperó hasta que ella le dijo que entrara, y con eso le dijo, sin una sola palabra de por medio, que sabía que ella podía estar en medio de un trazo muy importante, que no podía ser interrumpido aunque se tratara de la persona que ella misma había llamado; ese tipo de lectura tan fina había construido la confianza que le tenía, sin embargo, nunca había creído que ella llegara a confiar lo suficiente en él como para dejar semejante instrucción por escrito. La artista estaba completamente en sus manos.

—Supongo que no tengo que explicarte lo que eso significa.

Adán hizo una mueca.

—Me parece impresionante, por decir lo menos, la confianza que Carmen me tiene, es.... emocionante. Pero eso no me ayuda con lo que está pasando con ella ni con las sospechas que le dije que tengo, de que hay alguien más involucrado.

El golpe perfecto, así el abogado tendría la imagen de Adán que él quería; la de un asistente eficiente y dedicado, que pone en primer lugar el bienestar del proyecto en vez de su propia alegría. El abogado siguió con el lado práctico.

—Si vamos al tema de Carmen, es adecuado que me comunique con la clínica en este momento, para darles instrucciones.
— ¿A qué se refiere? — preguntó aparentando que no entendía.
—A que voy a pedirles que mantengan el nombre de Carmen en secreto para que nadie se entere que está allí, estoy seguro de que ella lo que menos quiere en esto es publicidad. Con respecto a tus sospechas, por el momento no podemos hacer nada.
—Pero si no hacemos algo, esa pista va a enfriarse y luego no podremos dar con el paradero de esa persona.
—Si es verdad que existe —apuntó el profesional.

Adán se mostró ligeramente alterado.

—Sea como sea, necesitamos investigar ese asunto, podría tratarse de alguien que quisiera hacerle daño a Carmen y después podría intentarlo de nuevo.

El abogado mostró como respuesta una actitud serena y sabia que muchos demostraban ante los jóvenes.

—Eso puede solucionarse con un detective privado, y te aseguro que voy a contactar a uno bueno para que lo averigüe, pero el tema debe tratarse con mucha discreción porque como te darás cuenta, un escándalo de cualquier tipo en estos momentos arruinaría la exposición, que es el sueño de Carmen.

El joven guardó silencio. Había conseguido mucho más de lo que esperaba desde el principio de esa cita, pero por otra parte se había apresurado en su actuación, porque la existencia de un detective merodeando por la galería donde él tenía ocultos los dos cuadros y cuando había un chantaje y una especie de robo involucrados era un riesgo innecesario ¡Y él mismo lo había provocado!
Tenía que pensar más en las consecuencias de sus palabras cuando hablaba con alguien como Izurieta.

—Por lo pronto te recomiendo que vayas a dormir —apuntó el abogado—, que descanses y te prepares, porque solo te queda mañana para tener la exposición lista para el público y te has quedado completamente solo. Mientras tanto estaremos en contacto.

Sin embargo, tenía que prestar atención a otro asunto, y para eso volvió a su auto, y fue rápidamente al departamento de Sofía. Ella era una bonita mujer de 23 años, de figura proporcionada con curvas suficientes, rostro armonioso, mirada dulce de ojos claros y actitud correcta. Ella era la perfecta modelo, o la recepcionista del hotel de lujo, o la señorita de la alta sociedad; en realidad provenía de una buena familia, pero lo relevante es que Sofía no era ninguna de esas mujeres, sencillamente porque le faltaba ese toque especial que hace resaltar a las personas. Era correcta aun cuando ocultara parte de su personalidad, porque había crecido en un entorno que le había enseñado a ser lo que se le pidiera, de modo que cuando encontrara al hombre que iba a ser el necesario y además le daría la vida adecuada, ella pudiera adaptarse a la vida y fuera perfecta para ella. Adán sabía todo de ella pero jamás se lo había dicho, y esa noche ni siquiera necesitaría decírselo para dar a la relación que mantenía el corte definitivo.

—Hola Adán.

Adán entró en el departamento a paso seguro, pero sin decir ni una sola palabra. Eso era más que suficiente para dar a entender que las cosas no estaban como siempre, y la mirada intrigada de ella dio cuenta de que lo había notado.

— ¿Qué sucede?

El rostro de él se veía contraído.

—Sofía, es necesario que hagamos algo. No podemos seguir juntos

La joven no habría reaccionado peor si le hubieran dicho en su cara que toda su familia había muerto en un trágico accidente. Se quedó muda, de pie entre la puerta del departamento y él, mirándolo con esa clásica mezcla de fascinación y sorpresa. El hombre guardó silencio el tiempo necesario para dar a entender que las cosas iban en serio.

—Sé que todo esto debe ser muy extraño para ti, y debes estar preguntándote cuál es la razón para que yo me aparezca de pronto en tu casa a hablarte de esta manera. Y la verdad es que hemos estado separados bastante durante estas semanas, tanto por culpa de mi trabajo como por el trabajo que tienes, y la realidad es que en estos días he entendido que nosotros no podemos estar juntos.

Sofía seguía inmóvil, mirándolo con una expresión corporal que, ideada o no, le daba una apariencia de víctima indefensa que hacía que las cosas parecieran más difíciles.

—Nuestros proyectos de vida son diferentes, y es básicamente por esto que no podemos seguir. Continuar contigo es ser extremadamente egoísta, porque me convierte en el tipo que quiere a la mujer a su orden y opinión, para servirle o servirlo, pero al que le da lo mismo lo que quiera hacer ella; tu visión de la vida, es estar junto a una persona que camine el mismo camino que tú, y la mía es torcer en la dirección indicada, no puedo esperar a nadie, tengo que hacer demasiadas cosas y llegar muy lejos. Si tratas de adaptarte a mí, siempre estarás esperando el momento en que mi carrera se tranquilice, y si yo me adapto a ti, siempre estaré pensando en lo que no pude hacer; no puedo hacerte esto, eres demasiado buena en todo sentido como para esclavizarte sin que me importe nada más, y en estos días he notado que tu relación conmigo se ha convertido en un intento continuo de mantener tu vida completa mientras te adaptas a la mía. Te estoy haciendo mal, y sé que en el futuro te haré daño.

La joven dio un respingo muy leve cuando él terminó, como si dejar de escucharlo la hubiera bajado de donde sea que estuviese mientras tanto.

—Ah —murmuró ella, estupefacta—, déjame ver si entiendo, dices que debemos terminar ¿porque eres perjudicial para mí?

Adán suspiró mientras ella empezaba a luchar contra las lágrimas.

—No lo sé Sofía, no preparé un discurso para esto, te estoy mostrando mis sentimientos. Es difícil para mí ver que estoy haciéndote daño, pero lo que veo es que cada día que pasa yo sigo con mi trabajo y mis proyectos, que son básicamente de desarrollo personal a través de viajes, negocios y mucho trabajo, mientras que tu proyecto de vida, la vida familiar que has pensado y que te mereces, se aleja de ti; veo como suspiras cuando ves parejas con hijos, cómo piensas lo que dicen tus padres sobre iniciar una vida de pareja o cómo crear cimientos firmes, sé que eso es lo que quieres, pero es imposible que lo consigas conmigo, porque lo que yo busco está detrás de una puerta que me lleva muy lejos de todo eso. A largo plazo me gustaría llegar a ese punto, pero sabes muy bien que por todo lo que viví cuando era un niño, no dejaré de hacer lo que tengo planeado mientras sea joven y tenga tiempo, entonces me digo ¿Obligo a Sofía a esperarme? No puedo, no tengo derecho a hacer que cuando las cosas se cumplan, yo me aparezca a decirte que todo está bien y tú tengas cuarenta años o más y se te hayan pasado las ganas o tu cariño por mí se haya convertido en rencor. Es difícil para mí, pero es la verdad, y tú también lo sabes. Tienes que dejarme.

''Tienes que dejarme'' era el golpe definitivo, las palabras que dejaban todo en manos de ella, porque él jamás había hablado de sus propias necesidades como una prioridad, sino que como de costumbre, cediendo su lugar al de ella por preferencia. Y Sofía, aún luchando por contener las lágrimas, entendió algo con total claridad: Adán era capaz de hacer muchas cosas, entre ellas, y quizás la mejor que podía hacer, manejar las situaciones y las palabras de modo de transformar todo en algo diferente, como en esta extraña situación en que de un momento a otro dejaba todo en sus manos, con la sensación de que terminar sería un favor solo por el bien de ella, porque a él todo eso le hacía sufrir. Se le pasaron por la mente mil cosas que decirle, pero no pudo articular ninguna de ellas, porque cada  cosa que pensaba sonaba ridícula o fuera de lugar, así que se limitó a mantener el silencio y la poca compostura que le quedaba. El pasó a su lado lenta y dolidamente y abrió la puerta.

—Perdóname.

Adán salió del departamento, dejando a la chica completamente desconsolada; cuando conoció a Adán y empezaron una relación, en determinado momento se dijo que ella podría cambiarlo, que conseguiría transformar esos deseos de subir más y más en las ganas de estar juntos, y formar un proyecto en donde ella fuese el centro, no un acompañamiento; ella necesitaba que su vida tuviera una estructura, y se aferró a una idea que, por lo que acababa de suceder, había sido absurda.

Mientras tanto, en el aeropuerto una mujer bajaba del avión solamente con el equipaje de mano; no le gustaba viajar cargada, y de todos modos no pretendía quedarse mucho tiempo en el país.
Pilar era una mujer de 26 años, de contextura y apariencia más bien débil, por su cuerpo menudo, piel pálida por naturaleza y el cabello largo hasta los hombros y lacio, peinado simplemente hacia atrás. Los rasgos de su rostro eran armoniosos, pero a la vez simples, con labios delgados, ojos oscuros sombreados por permanentes ojeras y una expresión calma que parecía mezclada con cansancio; estaba cansada, pero principalmente nerviosa, y cada vez que pensaba en todo lo ocurrido, o en un momento como ese, en que regresaba al país, los recuerdos y la tristeza la embargaban.
Sabía que faltaba poco más de un día para la inauguración de la exposición de Carmen Basaure, y aunque seguramente no se verían, ni mucho menos hablarían, Pilar sentía que tenía que estar allí, aunque fuera escondida entre las sombras, viendo la exposición de la obra más importante en la carrera artística de su madre.


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Contracorazón Capítulo 02: Buenos amigos




Al día siguiente de su inesperado reencuentro con el anfitrión del restaurante, Rafael llegó algo cansado al trabajo, y Ángel lo notó de inmediato.

— ¿Alguna fiesta de la que me tenga que enterar? –preguntó en un susurro cuando Rafael pasó detrás del mesón.
—Eso quisiera —respondió, sonriendo—, pero no; estaba ayudando a una familia a mover unos muebles, llegaron vecinos al edificio.

Ángel tenía la capacidad de asociar cualquier cosa con el sexo, aunque Rafael ya estaba acostumbrado a eso, y por norma general se reía de sus comentarios.

—Nuevos vecinos ¿Alguna hija protuberante, una mamacita sexy?

Y él que había cambiado la versión oficial por una mucho más familiar; se preguntó por qué no se le había ocurrido decir desde un principio que era una pareja de ancianos, ciegos y en silla de ruedas.

—Nada de eso, gente muy normal y aburrida.
—No deben ser muchos –opinó, ordenando unas ampolletas desinteresadamente—, en esos departamentos tan pequeños que hay en tu edificio.
—No, sólo dos personas ¿Dónde está Bernardo? —preguntó echando una mirada alrededor.

El encargado del local brillaba por su ausencia, y solo faltaban cinco minutos para las diez de la mañana, hora en que la tienda comenzaba la atención de público; uno de los trabajadores dijo que no había dado señales de vida.

—Bueno, técnicamente sí tenemos un jefe —exclamó su corpulento amigo, llamando la atención de todos—. Si Bernardo no llega, tenemos a Rafael aquí.

Todos se mostraron de acuerdo, pero el aludido fue más cauteloso.

—Muchas gracias, amigo, ahora todos me están mirando.
—De nada, de nada.

Pero tenía razón; por protocolo interno, ningún local podía operar sin un encargado o sub encargado, y al no existir ese segundo cargo en esa tienda, estaban en una encrucijada, y sin tiempo. Llamó al número del encargado, esperando con paciencia mientras los tonos pasaban, uno a uno. Estaba a punto de rendirse cuando contestaron, y casi pudo oler el alcohol en la persona que estaba del otro lado de la línea.

— ¿Qué pasa? –pregunto una voz ronca y arrastrada.
—Bernardo, soy Rafael, de la tienda –comenzó, luchando por ignorar la voz arrastrada del otro lado de la conexión—, estamos esperando que llegues para abrir.
—No estoy en condiciones de ir –replicó la voz, con un tono de hartazgo impregnado—. ¿Sabes algo? Te autorizo a hacerte cargo, puedes hacerte cargo por el día de hoy.
—Pero Bernardo…
—Quedas a cargo, lo vas a hacer muy bien —lo interrumpió, carraspeando—, confío en ti. Voy a tener apagado el móvil, así que no te preocupes por nada, buenas noches.

No lo dejó decir más, y colgó. Rafael se quedó con el móvil en las manos, arrepintiéndose de haber llamado.

— ¿Qué te dijo?
—Que me quedara cargo.
— ¡Te lo dije!

Eso significaba llamar a la gélida Sofía Colmenares, encargada de Recursos humanos de la empresa; mientras Ángel iba a abrir las puertas, Rafael se armó de ánimos para hablar con ella, y tras pasar a la secretaria, escuchó su voz fría y ligeramente rasposa al hablar.

—Buen día.
—Buen día, soy Rafael de la tienda Quince norte…
—Sí, Rafael, sé de dónde llama —la forma en que lo interrumpió sonaba a que ella ya tenía preparado lo que iba a decirle— ¿Ocurre algún problema?

Había pensado decir que su jefe estaba enfermo, pero la actitud de anticipación de la mujer lo hizo dudar ¿Y si ya habían hablado con él y sabían todo? Quedaría en mal pie por estar mintiendo, pero decir la verdad resultaba igual de inviable.

—Me dijo que no podía venir hoy, y que me hiciera cargo de la tienda por el día.
— ¿Dijo por qué no podía ir?
—No dijo nada al respecto. Después que lo dijo, la llamada se cortó.

Eso era una versión maquillada y estirada de la verdad, pero al menos no estaba mintiendo; la mujer al otro lado de la línea hizo una leve pausa antes de hablar.

—Ya veo. Usted sabe las funciones que debe realizar.
—Sí, las conozco.
—Bien. En cualquier caso, le pido que al final del día me envíe un informe de novedades de la jornada. Buenos días.

Lo dicho era una petición en toda regla, pero sonaba como a una orden, así que no le quedó otra alternativa que apuntarlo mentalmente. Cuando colgó, vio que todos lo estaban mirando; así que su amigo ya había esparcido el rumor.

—Llamé a la oficina, y me dijeron que me quedara a cargo el día de hoy, porque Bernardo no puede venir a trabajar.
—Excelente, empiezan tiempos mejores –comentó una de las chicas, con una risilla.
—Así se habla Marta.
—Ángel, por favor; no ha cambiado nada, todos sabemos lo que tenemos que hacer. Si puedo ayudar en algo, solo díganlo, y tratemos que no sea necesario dar explicaciones por algo mal hecho. Gracias.

Las puertas se abrieron, y Rafael se sintió presionado, aunque no estaba ocurriendo algo en particular; esperaba que ese día no hubiera algún cliente problemático, o algo que lo pusiera contra las cuerdas.
Más tarde, cuando salió a almorzar, se tomó unos minutos para caminar por uno de los paseos peatonales cercanos a su trabajo. En particular, fue a una tienda de joyas, para ver algo que regalarle a su hermana; no había mencionado el hecho, pero consideraba que, ya que ella estaba tan ilusionada con el matrimonio, era correcto cumplir con una tradición y ayudar a que tuviera algo prestado, algo azul, y algo regalado. No estaba seguro del broche que vio, de modo que tomó los datos, una tarjeta, y quedó de dar una vuelta después de consultar algunas opiniones, ya que no tenía la menor idea de joyas y no quería desentonar. Mientras regresaba, la imagen de Martín volvió a aparecer en su mente ¿Por qué estaría pasando eso? Rafael no se caracterizaba por ser enamoradizo, y por otra parte, él no había dado ninguna señal de interés en él, más allá de cordialidad, y un buen sentido del humor, ambas presentes en una persona en cualquier otro contexto; se dijo que, si bien era un hombre bastante interesante, eso no significaba nada, e incluso si sus gustos coincidieran, eso no quería decir que se pudiera dar una atracción. Además, Martín era más bien guapo, y Rafael era común, algo que no le molestaba en lo personal, pero que a la hora de elegir, pesaba mucho.
Tal vez sólo era que se sentía un poco solo, o necesitaba despejarse de las ocupaciones que tenía; pero salir de fiesta no era lo suyo, de modo que la opción de salir con Ángel y los demás el fin de semana era lo más sensato, y seguramente le haría bien compartir nuevamente con ellos fuera del trabajo. No todo podía ser responsabilidad.

2


Después de una jornada intensa, pero que no presentó mayores inconvenientes, Rafael se quedó después de su turno redactando el informe de novedades según el formato indicado; se preguntó si eso tendría repercusiones en sus intenciones dentro de la empresa, en cualquiera de los dos sentidos, y no supo si pensar bien o mal al respecto. Bernardo no era un mal trabajador ni jefe en términos generales, pero tenía un problema con la bebida y la fiesta que iba en aumento; antes de esa jornada, nunca había faltado, aunque sí llegado un lunes ocasional en muy malas condiciones, encerrándose en la oficina a dormir la primera parte de la jornada. Él no lo había delatado, más que por lealtad, porque no sabía cuánto podía eso afectarlo, pero de todos modos estuvo realizando sus labores, y con autorización o no, podía convertirse en alguna especie de amenaza. Pero no tenía sentido angustiarse por algo como eso por adelantado, de modo que terminó el informe y salió hacia su departamento; de camino, se le ocurrió que quizás sería la oportunidad perfecta para la reunión acordada con Martín, de modo que pasó a una licorería a comprar unas cervezas, y siguió hacia el edificio contiguo al suyo.

—Bien –se dijo, mientras iba por la calle—, sólo una charla cordial, una cerveza y es todo.

Pero se seguía sintiendo nervioso ante la posibilidad de volverlo a ver; era algo inexplicable, pero seguía ahí, con un cosquilleo que no se iba al pensar en que sólo era una reunión social. Por suerte, no era del tipo de hombre que se sintiera cohibido ante otros, e incluso era ameno con amigos y familiares, de modo que no tenía sentido ponerse de esa forma, por mucho que Martín le pareciera atractivo. Pensó en preguntar por él en la recepción del edificio, pero considerando el total desinterés del conserje, optó por seguir hasta el cuarto piso y localizar el departamento, sin anunciarse; cuando llegó a la puerta indicada, verificó que daban más de las nueve y media de la noche, lo que significaba que era seguro que estuviera en casa. Pero cuando tocó, no obtuvo respuesta.

—El joven no está.

Miró hacia la puerta contigua, donde una mujer mayor estaba de pie, revolviendo un manojo de llaves en donde seguramente estaba la correcta.

— ¿Lo vio salir? –preguntó tontamente.
—Sí, hace como unos quince minutos –reflexionó, haciendo cuentas—, salió cuando yo iba a hacer unas compras ¿ve?
—Ya veo –replicó, con cautela—, pues gracias por la información.
— ¿Quiere dejarle algún recado?

La mujer era mucho más entrometida de lo que parecía; Rafael disimuló un gesto de desagrado.

—Lo llamaré por teléfono.

Dejando a la mujer no muy agradada con la respuesta, bajó rápido y se fue a su departamento ¿Por qué él iba a tener el mismo itinerario? Seguramente tenía una serie de amigos u otros compromisos de los cuales ocuparse; mientras entraba en su departamento, llamó a Ángel.

— ¿Cómo va todo?
—Todavía estoy vivo –susurró el otro, a modo de saludo—. Cristina se molestó porque me vio la foto de una chica que vi en internet ¿Puedes creerlo? Esta mujer me pondría un GPS en los testículos si pudiera.

Hasta donde sabía, los comportamientos obscenos de su amigo sólo llegaban a los ojos, pero tampoco estaba dispuesto a averiguar más.

—Si no me equivoco fuiste tú quien dijo que había que eliminar cualquier prueba de culpabilidad del móvil ¿No es así?
—Sí, pero lo olvidé, además la chica está en bikini, ni siquiera es para tanto. En fin, ya se le va a pasar ¿Qué se te ofrecía?
—Sólo saber si lo del sábado sigue en pie.
—Por supuesto –la voz se animó, aunque todavía hablaba casi en susurros—, te apunto entonces.

Decidió animarse, no ganaba nada con mirar las cosas desde un punto de vista negativo.

—Entonces el sábado después del trabajo ¿En alguna parte en especial?
—Darío dijo que en su departamento, así que tenemos el espacio listo y se gasta menos.
—Perfecto, quedamos en eso, y buena suerte con Cristina.
—Gracias, la voy a necesitar.

Después de colgar, guardó las cervezas en el refrigerador, y se dio una ducha; puso el canal de deporte y lo dejó en las competencias de motocross, para relajarse y tratar de retomar el campeonato intercontinental que había seguido a saltos. El deporte en motocicleta siempre la había llamado la atención, y en vista que no tenía dinero para comprar una de aquellas máquinas, la adrenalina de ver la competencia con dificultad y obstáculos era una gran opción.

3


Rafael se encontró deseando que llegara el fin de semana; Bernardo se reportó con una sospechosa enfermedad, y desde otra tienda enviaron un jefe de reemplazo para que lo sustituyera durante el resto de la semana. En teoría, esto debió servir para que él se relajara, pero resultó todo lo contrario, porque si bien el hombre tenía buenas intenciones, era un novato y desconocía todo, lo que lo llevó a tener a Rafael todo el tiempo como punto de referencia; se suponía que su horario de trabajo era desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde, pero todos los días salió después de la hora de cierre, a las ocho, atendiendo las múltiples dudas del recién llegado. Se animó constantemente con el pago de horas extra que recibiría a fin de mes, y con que eso ayudaría a que sus planes mejoraran con el tiempo.

—Ahora un brindis por el día de descanso.
—Por fin a descansar.

Además de Ángel, otros cinco trabajadores de la tienda de electrónica se unieron a ellos; daban poco más de las once, y el ambiente estaba muy distendido, entre cervezas y snacks que habían comprado entre todos.

—Deberíamos pedir unas pizzas –comentó uno.
—Estoy de acuerdo.

Rafael estaba cansado, pero sintió que distraerse había sido una buena idea; se iba a levantar tarde el domingo, pero seguro que con más energía después de bromear con los demás; mientras los otros compartían en la sala del departamento del anfitrión, fue a la cocina a buscar hielo.

—No hay hielo –dijo en voz alta mientras contemplaba unos envases de helado.
—Está en el gabinete de arriba – le gritó el dueño de casa—, ¿Lo encontraste?

El refrigerador tenía una cubetera doble, para facilitar hacer más hielo; Rafael volcó el contenido en el recipiente, y después llevó hasta la llave la cubetera vacía para llenarla, mientras escuchaba un estallido de risas en la sala.

— ¿De qué se ríen ahora?
—Ven a ver esto –exclamó Ángel—, son unos videos que encontró Manuel.
—Voy en seguida.
—Te lo estás perdiendo.

Regresó a la sala, entre el estruendo de risas de los demás; el video que les causaba tanta gracia tenía el críptico título de “Pillados y funados” y en él se mostraba un compilado de videos caseros con un denominador común: burlarse de una persona por alguna característica de su ser. Una chica que usaba relleno en el trasero del pantalón, un hombre que tenía una colección de muñecos de trapo, una mujer que se pintaba las cejas porque no tenía. Y claro, un hombre, parte de un grupo, que era homosexual; si bien era evidente que se trataba de videos hechos por personas distintas, en lugares diferentes, todos tenían el mismo concepto base, en el que los demás exhibían “la prueba” riéndose y festinando a costa de su víctima. Debería haberse sentido peor en la parte donde exhibían la popular aplicación de citas entre hombres, pero en vez de eso, lo que más le dolió, fue la mujer de las cejas de maquillaje; estaba siendo objeto de burla como los otros, pero era la que se veía más desvalida, más frágil al momento de verse expuesta. Sintió una puntada de asco, más que por el video en sí, por la descarada burla que hacían sus compañeros de trabajo, porque esa actitud era lo mismo que validar esos hechos. De forma involuntaria se llevó la mano al bolsillo del pantalón, sabiendo que en ese momento era una especie de punto vulnerable; no tenía la aplicación, ni fotos que pudieran ser comprometedoras, pero ¿Y si alguien llegara a ver alguna conversación antigua que no había borrado? ¿Por qué tendría que borrar ese tipo de información solo para tratar de sentirse seguro ante un riesgo que no tenía un cuerpo ni fecha, que era una especie de fantasma? Aprovechó que los otros no lo habían visto y se devolvió la cocina, de pronto sintiéndose muy inseguro, como si en cualquier momento, los demás pudieran aparecer, grabando con el móvil, acusándolo de algo.
Nunca en la adolescencia había sido víctima de ese tipo de actitudes, pero en muchas ocasiones las vio; primero calló, pero a medida que fue creciendo, comenzó a interponerse entre una chica o chico que estuvieran siendo acosados de alguna forma, y como tenía una tendencia natural a defender causas, tuvo la suerte, si se podía usar esa expresión, de que nunca lo relacionaran de forma directa. Era el defensor de la clase, pero eso no impidió que llegara a la edad adulta con la carga de sentirse presionado por una suerte de amenaza invisible, que en cualquier momento podía hacerse real. ¿Qué podía hacer ahí? ¿Ir contra cinco o seis personas para tratar de hacerlos entender el altísimo nivel de agresividad que había implícito en subir a las redes sociales un video donde se hacía burla de alguien? ¿Intentar explicar que reírse de forma cruel de una costumbre, característica física o forma de actuar no era humor, sino maldad? Todo eso debían enseñárselo en su casa, debía hacerlo la familia desde la primera edad, no él, ahora que eran hombres adultos. Tenía que salir de ahí.

— ¿Qué te pasa?

Volteó, con el rostro desencajado, hacia Ángel, quien se había asomado y lo miraba, mientras respiraba agitado por causa de la risa.

—Yo, me estoy sintiendo mal.
—Ni siquiera hemos bebido tanto.

Tenía que salir de ahí; se le ocurrió una idea, y decidió ponerla en práctica de inmediato, de modo que se afirmó en el lavamanos.

—No es eso, es la crema picante de los nachos.
—Creí que no habías comido.
—Si comí, claro que comí –luchó por sonar convincente, pero no desesperado—, y me están haciendo mal.

El hombre terminó de entrar, meneando la cabeza en actitud de burla, como si su supuesto malestar fuera una debilidad.

—No aguantas nada. Pero te puedes recostar un rato y se te va a pasar.
—Prefiero ir a mi casa.
— ¿Por un simple dolor? —el corpulento hombre lo miró con las cejas levantadas.
— ¿Quieres que me vomite en el sofá de la sala, o aquí, en el hielo? –sostuvo la expresión seria que se había formado en su rostro–. No estoy para andar dando lástima, y ninguno de ustedes se parece lo más mínimo a la enfermera que me gustaría tener.

Ángel lo miró, sorprendido de la respuesta; por suerte el efecto del alcohol impidió que captara el real sentido de sus palabras, y se limitó a levantar las manos en actitud defensiva.

—De acuerdo, no tengo argumento en contra de eso. Le voy a decir a Darío.
—No seas ridículo, disfruten la jornada, no vamos a hacer un espectáculo o de verdad voy a vomitar. Después me despides del resto y ya.
—Como quieras —replicó Ángel, encogiéndose de hombros.

Salió a toda velocidad del edificio, y se devolvió a casa, protestando internamente por la pésima idea en la que había tenido el momento de involucrarse. Más tarde, llegó a la calle donde estaba su edificio, y pasó junto a una persona que dijo algo que no escuchó.

— ¡Hey! ¿Ahora no saludas?

Se detuvo y volteó, viendo que se trataba de Martín, su vecino de edificio. El hombre lo miraba con una expresión medio divertida, que mutó en una de extrañeza.

—Martín, perdona, no te escuché.
—No importa. ¿Qué pasa? Parece que llevaras el mundo en los hombros.

Rafael iba a responder, pero una idea desagradable pasó por su mente ¿Y si Martín tenía la misma clase de humor? Él había sido amable con él, quizás demasiado amable, y eso lo había dejado en una posición de peligro, sin darse cuenta. Perfectamente ese hombre podría tener una actitud de ese tipo, y teniéndolo a metros de distancia, era lo menos recomendable; pero estaba molesto, de modo que, aunque sabía que no era la mejor alternativa, decidió dar por terminadas las especulaciones y saber de una vez por todas con quién estaba hablando.

— ¿Sabes lo que pasa? Que estaba en la casa de un compañero de trabajo, con un grupo, y de pronto empezaron a ver unos videos grotescos donde se burlaban de personas por razones absurdas, como estar calvo o no tener cejas, y era un espectáculo denigrante, no era una rutina de humor, se burlaban de las personas y las humillaban ahí, enfrente de ellos.

Lo miró con atención mientras hablaba, y notó, con sorpresa, cómo toda su actitud corporal cambiaba: sacó las manos de los bolsillos, con los puños apretados, y tenso, frunció el ceño, con los músculos de la cara endurecidos. Cuando Rafael terminó de hablar su expresión era muy dura, y por completo distinta a lo cordial que lo había visto con anterioridad.

—No puedo creerlo –exclamó, con voz ronca— ¿Por qué no pueden aceptar a las personas que son diferentes? Qué imbéciles.

El sentimiento que expresó iba más allá de lo que él mismo estaba sintiendo, y su actitud lo descolocó. Se quedó en silencio, sin saber bien cómo reaccionar.

— ¿Pero sabes algo? No vale la pena que te molestes por ese tipo de gente. No lo vale ¿Entiendes? Mira, tengo unas cervezas arriba, y te las debo ¿Por qué no subes y tomamos una?
—No sé si sea…
— ¿Y qué vas a hacer? –se encogió de hombros, relajándose a medias—. Luces agobiado, te vas a ir a tu departamento a patear las paredes ¿Y después qué? Sube, te va a hacer bien, y yo también necesito un trago.

Más tarde, estaban en el departamento de Martín; el trigueño sacó unas cervezas negras del refrigerador y se sentó en el sofá que enfrentaba al que estaba ocupando Rafael.

— ¿Te importa si enciendo la TV? Van a dar el resumen de la última fecha de la Fórmula uno y quiero actualizarme.

Rafael lo miró con las cejas alzadas.

—Te gusta la Fórmula uno.
—Ah, no te gustan los deportes.
— ¡Al contrario! A mí me gusta el motocross.
— ¿En serio? ¿Y conduces?

Rafael bebió un trago de cerveza, sintiendo el buen sabor que tenía; se sintió realmente agradado de probar la combinación de sabor y textura, junto con la frialdad de la botella, que resultaba refrescante para ese momento.

—Ni siquiera tergo permiso para conducir ¿Tú sí?
—Sí –respondió el trigueño, livianamente—, fue uno de mis primeros caprichos juveniles, le insistí a papá hasta que me enseñó a conducir a los catorce; me sentía como un hombre adulto cuando tenía el volante en las manos y ni siquiera tenía pelo en el cuerpo. ¿Así que coincidencia en los motores? Entonces no me voy a sentir como un alien cuando esté hablando de motores, o si saco mis revistas de Mercado de la rueda.
—Para nada, será un honor.

4


Rafael despertó a las diez de la mañana el domingo, con algo de dolor de cabeza, pero de muy buen humor; la jornada con sus compañeros de trabajo había resultado en un completo fracaso, pero la inesperada reunión con Martín mejoró todo a un nivel muy bueno. Bebieron cerveza, charlaron de las carreras y de autos, y aunque no sucedió nada sorpresivo ni hablaron de temas trascendentes, se sintió por completo en confianza; era curioso, pero dentro de las personas que había conocido a lo largo de su vida, se trataba de la primera vez que se sentía en confianza con alguien a quien apenas conocía.
Ahora tenía su número, ya que intercambiaron contactos; entró al chat, y miró la foto de perfil de Martín; parecía de algún tiempo atrás, y aunque en era una foto bastante casual, tenía buena luz: estaba en short y sudadera, en algún lugar campestre como telón de fondo, mirando de forma muy intensa a la cámara. Esa era la única imagen que había visto de él, y el único contacto además de las veces que se habían visto, y sin embargo se sentía como si estuviera mirando a alguien que conociera ¿qué podía producir eso? En cualquier caso, era innegable que se habían llevado bien, en esa dinámica implícita de no decir nada y a la vez entender el código del momento, que era autos, un poco de alcohol y bromear. Al final de la jornada, cuando le dijo que se iba a dormir, se dieron la mano de forma amistosa, y salió del departamento sin saber de él más que antes de llegar, pero con una impresión positiva de su persona; al menos el hecho de haberse aparecido antes sin avisar era desconocido aún, y en caso de que la vecina chismosa decidiera hablar, tenía la seguridad de que no se lo tomaría a mal.
Después de darse una ducha y tomar un desayuno frugal, encendió el portátil para revisar opiniones detalladas de la joyería en la que había visto el broche que pensaba regalarle a su hermana, pero le llamó la atención recibir una notificación de correo de la oficina de recursos humanos de la empresa.

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Descargó el documento de inmediato y lo leyó: no había mucho de novedad respecto a las obligaciones y requerimientos del cargo, excepto algunos beneficios de horario y un aumento de un 25% aproximado de su renta actual, algo que sabía de oídas, pero no de primera fuente. Además de eso, el correo aportó un dato extra: iba dirigido a todos los trabajadores de la empresa, que contaran con un contrato fijo y permanencia en la empresa por más de dos años, detalle mencionado en el documento, pero que se veía reforzado por los destinatarios agregados, de los que reconoció los de algunos compañeros de tienda. Eso significaba que se iba a abrir una convocatoria general, y esa era su oportunidad de presentar la solicitud, y esperar que todo se diera de la mejor forma posible. Por fin la oportunidad de crecer se podría visualizar como algo concreto.


Próximo capítulo: Un reencuentro inesperado

La traición de Adán Capítulo 02: Adiós a Sofía



Habían pasado más de dos horas desde que Adán llego a la clínica Santa Augusta, y había permanecido a la espera de noticias; por fortuna, Carmen tenía un buen seguro médico, y el equipo encargado llegó rápido, realizando su labor con pulcritud y en poco tiempo.

— ¿Algún familiar de la señora Carmen Basaure?

Adán se puso de pie y se acercó a un doctor que como mucho tendría treinta años; era delgado y casi de su estatura, nada especial por su apariencia, pero transmitía una seguridad en sí mismo que lo hacía totalmente inmune al porte y gracia de Adán. Este estaba acostumbrado a que todos a su alrededor reaccionaran con interés, simpatía o atracción hacia él, pero el doctor podía contarse entre los pocos que ignoraban sus características.

—Buenas tardes, soy Adán Valdovinos.
— ¿Y usted es? —preguntó el profesional.
—Soy el asistente personal de Carmen.
—Necesito a algún familiar de ella —repuso el doctor.

Adán meneó la cabeza con gesto preocupado.

—Carmen se encuentra sola en el país en estos momentos, así que soy la persona más cercana que tiene.

El doctor asintió, aunque claramente no estaba satisfecho con esa explicación.

—Señor Valdovinos, me temo que tendrá que ponerse en contacto con algún familiar de la señora Basaure.
— ¿Cómo está ella?
—Grave —replicó el doctor con perfecto tono profesional– sufrió un ataque al corazón y en estos momentos se encuentra en coma inducido; habitualmente no es necesario, pero por las características médicas de ella, es necesario. Ahora necesitamos estabilizarla y luego ver cómo evoluciona.

Adán escuchaba atentamente, pero desde ya estaba analizando la situación. Según dónde había encontrado a Carmen, lo más probable es que hubiera sufrido el ataque en presencia de los cuadros mientras él trataba de encontrarla. ¿Pero por qué si ella ya sabía de la existencia de la segunda obra y además era idea suya recuperarla?

— ¿Puedo verla? —preguntó con preocupación.
—En este momento es imposible, tiene que entender que está grave y además está en una etapa crucial del tratamiento. ¿Tiene ella algún familiar?

Esa pregunta era porque ante formalidades técnicas necesitaban a alguien directo, así que en realidad estaba de cuidado; sin embargo, esta formalidad era ambigua, yo que al mismo tiempo podía ser parte de un procedimiento de rutina, enfoto a liberar a la clínica de responsabilidad ante potenciales complicaciones, llegaron estas a darse o no.

—Tiene una hija, pero en realidad no sé si podría dar con su paradero.
—Le recomiendo que lo haga —apuntó el profesional—. Permiso.

El doctor volvió a su rutina, y Adán se quedó pensando en lo que estaba pasando en esos mismos momentos. Nunca le habían gustado los hospitales, pero no por las razones que al resto de la gente, por el miedo a la muerte y ese tipo de cosas, le desagradaban porque le recordaban la única etapa de su vida en que había sido vulnerable, en que no tenía la fuerza ni la capacidad de controlar su vida o lo que le rodeara. Y no se trataba de un hospital, sino de un sitio diferente, pero con algo similar.
Algo en el aire.
Esa sensación de que el tiempo no pasa, que las malditas manecillas del reloj se detendrán para siempre, en vida, dejándote ahí, observando.

—Diablos.

Eso definitivamente no estaba en sus planes, pero si había sucedido, tenía que tratar de solucionarlo lo antes posible y recuperar el control de la situación. Carmen tenía una hija, pero entre ellas había un conflicto que Adán desconocía al igual que su paradero. ¿Qué iba a pasar con la exposición? Tenía que inaugurarse dentro de dos días, las invitaciones estaban entregadas, los medios especializados estaban pendientes del estreno del gran trabajo de una de las artistas más importantes del continente, que exponía luego de cinco años de silencio en ese sentido. Y parecía estar de manos atadas.
De cualquier manera no podía hacer nada en la clínica. Dejó indicado su número, y se aseguró de que las enfermeras de esa sección supieran de su existencia, así que después de algunas breves conversaciones estaba seguro que ante cualquier hecho, tendría una llamada inmediata y sin que el doctor siquiera se enterara.
Su departamento no estaba lejos de la clínica, pero optó por regresar a la galería de arte. Desde luego que estaba vacía, los asistentes iban solamente cuando se les llamaba para hacer algún arreglo o limpieza, y mientras la galería no estuviera operativa, los trabajadores contratados aún no entraban en funcionamiento. Cuando entró, dejó cerrado con llave para asegurarse.
De nuevo en el taller de Carmen, en el sitio donde la había encontrado inconsciente y tan cerca de la muerte, Adán se hizo una pregunta crucial ¿Y si los cuadros no tuvieran nada que ver con el ataque que la artista había sufrido?

Se sentó junto al atril donde esa mañana la propia artista había estado hablando con él. La galería de arte de Carmen era, mirada desde arriba, un rectángulo dividido en seis secciones. La recepción era un rectángulo en el extremo más cercano a la calle; hacia un costado estaba la sala de exposiciones, que era lo más grande del lugar, un sitio abierto con techo y paredes adaptados para poder incluir y modificar paredes a modo de pasillos según como la exposición de turno lo requiriera, además de los correspondientes baños y una salita con salida de aire y ventilación particular como sala de fumadores. El taller era un poco más pequeño que la sala de exposiciones, con calefacción e iluminación controlada desde un panel interno para el confort de la artista. Al fondo de la construcción estaban ubicados la sala para el personal externo, el baño agregado y la sala de aseo.
El taller de Carmen tenía una puerta de conexión directa y con llave con la sala de exposiciones y otra con la recepción, era la única sección de la galería que tenía esa característica, por razones de seguridad y tranquilidad, así Carmen podía bien entrar y salir de la galería, trabajar en el taller o revisar lo que necesitara en la sala de exposiciones sin ser molestada, aun cuando por ejemplo hubieran trabajadores en la parte exterior o atrás, y nadie se acercaría a ella si no lo quería.

—Oh, Dios...

Adán se maldijo por no haber pensado en eso antes. Si Carmen estaba en la sala de exhibiciones cuando él llegó por la recepción, perfectamente podría haber estado acompañada por alguien que salió por un lado mientras él llegaba al taller por otro.
La persona.
La razón del ataque de Carmen.
Y si se preguntaba cuál era la razón por la que ella, en caso de estar sufriendo un ataque por los motivos que fuese, se arrastraría hacia el taller, era sencilla: ahí había un teléfono con el que habría podido pedir ayuda.
Se puso de pie y comenzó a caminar nerviosamente por el taller, sin poder quitar de su mente ambas imágenes, la de Carmen desmayada, y la de él mismo escondiendo en el taller los dos cuadros mientras llegaban los equipos de emergencia. Si además de todo existía la posibilidad de que alguien desconocido estuviera involucrado, sin contar las demás implicaciones, realmente podía estar en un problema.
En ese momento sonó su teléfono celular, era Sofía.

—Hola amor, ¿cómo estás?

Si bien Adán mantenía la relación con ella desde hacía un tiempo, y la muchacha era educada, bonita y gentil, así como dedicada en la cama, no era realmente algo de importancia para él, solo lo mantenía entretenido en los ratos libres, aunque ella misma no lo supiera.

—Ocupado.

Habitualmente ella le habría hecho algún comentario amable y se habría despedido, pero extraña e inoportunamente, en esa ocasión no fue así.

— ¿En serio? Pensé que ya te habrías desocupado —dijo la chica con tono inocente.

Adán sopesó la situación, y en ese momento recordó que la había dejado en espera antes, pero por un lado no tenía tiempo de ocuparse de ella, y por otro, Sofía era la última persona que podía enterarse del algo como eso. Ya había tenido suficientes problemas en mantener el ataque de Carmen como algo secreto, si en ese momento se seguía inmiscuyendo gente, las cosas terminarían por escapar de su control.

—No lo estoy, de hecho estaré ocupado mucho tiempo más.
—Adán, me gustaría que nos viéramos —la voz de ella sonaba levemente ansiosa.

Estaba usando el mismo tono inocente y sumiso con el que él se había sentido atraído en primer lugar. Pero no.

—Sofía, de verdad estoy ocupado.

Ella iba a decir algo, pero el tono cortante de él consiguió silenciarla. Pero seguía ahí.

—Tengo que cortarte.

No esperó respuesta y cortó. Sofía, la inocente y amante niña de buena vida que siempre estaba para él. Si llegaba a enterarse el algo, quisiera o no ella misma, en diez minutos la información terminaría filtrándose a algún medio, y dado como estaban las cosas, resultaba imposible seguir exponiéndose. Pero por otra parte, ella había estado diferente el día de hoy; siempre era correcta, educada, de buen ver, sumisa, encantadora, gentil, pero nadie en este mundo tiene un solo plano de personalidad, y el lado oscuro de ella podía despertar su curiosidad y hacerla acercarse a la galería, por ejemplo. Tenía que hacer algo que anulara su interferencia de inmediato, así que marcó su número en el celular.

—Dime.

El tono de voz indiferente de ella era tan falso que no podía disimular su interés. Pero decidió pasar por alto eso, y hacer como si no se diera cuenta de su actitud.

—Sofía, más tarde necesito decirte algo que es importante. Cuando me desocupe voy a llamarte.
—Te espero.

Cortó nuevamente, pero en esa ocasión apagó el celular. Seguro había logrado que ella se interesara, y la mantendría a raya mientras hacía un espacio en sus quehaceres y se reunía con ella.
La decisión estaba tomada, iba a deshacerse de Sofía esa misma noche.


2


Sabiendo que tendría que esperar a que todo se resolviera en la clínica, Adán decidió la una vuelta rápida por su departamento; estaba ubicado en un sector muy tranquilo y poco transitado, en un edificio moderno y que tenía todos las comodidades, además de la discreción necesaria. Sin ganas de comer, sacó una cerveza de la heladera, y se sentó frente al computador portátil para revisar una información: él sabía de la existencia de una hija de Carmen, pero era demasiado evidente que la artista no quería tocar el tema, y lo había borrado de su vida de todas las formas posibles. En el taller había algunas fotos y postales, pero en ninguna de ellas figuraba la joven, y eso hizo que su curiosidad aumentara a la par de su cautela; buscó información en medios, y finalmente la localizó a través de una red social, pero descubrió que, curiosamente, la hija tampoco hacía referencia a la madre. Quizás podría parecer algo exagerado pensarlo, pero le dio la sensación que era la hija quien había sido desterrada de la vida de la madre, y llegó a esta conclusión por una foto en particular, que era una vista del aeropuerto, no mucho tiempo atrás: el filtro escogido era en blanco y negro, y la toma, en absoluto casual, daba una sensación de despedida; la perspectiva de contactarla para decirle que su madre es taba en riesgo vital, o peor aún, que estaba muerta, no era alentadora, pero en esos momentos, él tenía cosas mucho más importantes de las que ocuparse. Contestó una llamada en el móvil.

—Adán, viejo, ¿Cómo va el día?

Martín Isarte era un joven empresario, a quien Adán conoció tiempo atrás; fiestero, alegre, derrochador y mujeriego, era el amigo ideal para salir con él de fiesta, pero no para hablar de asuntos importantes. Pero, por otra parte, no estaba de más mantener ese vínculo, por si las cosas en la galería de arte se complicaban aún más.

—Martín, qué gusto hablar contigo; sigo resolviendo todo para la inauguración de la galería, estoy en los preparativos finales.
—Cierto ¿La semana entrante? —preguntó la voz del otro lado de la línea.
—No, un poco antes, pero no te preocupes, le encargué a tu secretaria que te lo recuerde cuando sea el momento, supongo que estarás ahí.
—Eso es fabuloso —comentó Martín—; sí, tengo que ir, además las exposiciones de cuadros siempre atraen a chicas muy especiales.
—Tienes razón, quizás es el momento de fijarme en eso también.

El otro hizo una pequeña pausa, en la que entendió el sentido real de sus palabras.

—Entonces se separaron.
—Aún no, pero es muy probable que pase.
— Bueno, yo te lo dije –replicó la voz del otro lado de la conexión—. Sofía es linda, lo que tú quieras, pero no es el tipo de mujer para alguien como tú, ella es demasiado convencional.
—Sí, recuerdo que me lo dijiste —rememoró Adán.
—En fin, antes que lo olvide, te había llamado para decirte algo sobre el proyecto que presentaste hace algunas semanas: les gustó, pero ya sabes que aquí todo sucede por ciclo completo, así que quedaste en carpeta para las postulaciones del próximo año; si para ese momento ya no estás en la galería, llámame.

No era algo que le llamara especialmente la atención, pero no estaba de más mantener abierta esa puerta de todos modos; seguramente una larga recuperación, así como la muerte de Carmen, convertirían su trabajo en un infierno, y no le convenía en absoluto exponerse a eso.

—Eso es una gran noticia; lo tendré muy en cuenta.
—Eso espero. Te dejo, hay una reunión de directorio.

Colgó, y se quedó pensando en el motivo de esa llamada: desempeñarse como encargado de relaciones públicas de una multinacional no era su principal objetivo, teniendo el variado y dinámico mundo del arte a su disposición, pero en el presente no podía perderlo de vista. Mientras no estuviera definida la situación de la pintora, permanecería a su lado, pero si todo se complicaba, más allá de lo del chantaje del antiguo amante, tendría que evaluar sus opciones.
El cuadro.
¿Qué clase de sujeto era realmente ese tal Bastián Donoso? Por lo que dijo Carmen, parecía sacado de una novela antigua, como uno de esos sujetos de alguna isla o pueblo alejado de la civilización, un pescador o recolector de perlas, o un artista nativo que tallara troncos de árboles; eso explicaría esa fijación con no comercializar, pero llegar al extremo de chantajearla, como una forma de castigarla por traicionar su esencia de artista, hablaba de un desorden de tipo psicológico un poco preocupante. Quizás, el ataque de Carmen sólo era una coincidencia, y podría venir en un buen momento, si es que se recuperaba pronto; devolvió la vista a la foto en el ordenador, y se preguntó cuánto podría estirar la noticia de su malestar sin parecer malintencionado, y al mismo tiempo, si sería una buena decisión contactar a la hija perdida.


Próximo capítulo: Decisiones