La traición de Adán capítulo 33: La traición



En ocasiones era difícil controlar los tiempos, de modo que Adán decidió trabajar en sus proyectos informáticos más cerca de la noche; tenía establecido un rudimentario pero efectivo laboratorio en un minúsculo departamento junto a una bodega de su propiedad, en la planta baja de un edificio en la periferia de la ciudad, mismo lugar en donde aún estaba escondida la van parte del fracasado plan de engaño contra Samuel; en ocasiones se sentía presionado por la necesidad de librarse de esa prueba en su contra, pero sabía que de momento, y mientras la investigación de la policía siguiera abierta, le convenía mucho más dejar todo tal como estaba.
Dentro del pequeño departamento tenía un bar y un computador, portátil y sumamente potente, a través del que había estado haciendo sus investigaciones en el último tiempo; las horas pasaban con rapidez, y necesitaba encontrar una salvaguarda, un método para sacar provecho de Bernarda y a la vez librarse de ella en caso de ser necesario, pero hasta el momento no había dado con el punto.

–Un momento...

Explorando en el infinito mundo virtual, descubrió algo interesante: la empresa Masters. Era propiedad de Bernarda a través de algunos subterfugios legales, eso ya lo sabía, lo que le pareció muy notorio fue la cantidad de dinero que había estado desviándose hacia sus cuentas últimamente. Eran cifras estratosféricas, y tratándose de Bernarda, no era por casualidad. Decidió investigar un poco más, guiado por un presentimiento; Masters era fabricante de maquinaria industrial de precisión, dedicaba su trabajo al rubro metal mecánico, y no estaba involucrado en Boulevard ni en Hotel porque no le daba el campo, aunque si tenía proyectos importantes con compañías mineras y fabricantes de componentes para vehículos. ¿Por qué Bernarda estaría desviando grandes sumas de dinero hacia esta empresa? Estaba en esas conjeturas cuando recibió una llamada de Eva a través de la línea alternativa que mantenían.

–Dime.
–Acabo de descubrir algo muy interesante –explicó ella saltándose los saludos– estuve viendo algunos videos de seguridad del Salón de la innovación, y lo que vi es sorprendente: un hombre se subió al escenario y gritó algo, aunque lamentablemente el Angulo es pésimo, pero se me ocurrió buscar referencias, y se trata de Vladimir Aruse, empresario que terminó arruinado después del escándalo en Londres hace dos años. Pero eso no es todo, busqué vínculos por todas partes, y resulta ser que hay colaboradores suyos dentro de Biel Asís.
–Entonces es por eso –concluyó Adán a su vez– lo que me dices tiene más sentido con lo que acabo de descubrir, Bernarda ha estado desviando grandes sumas de dinero hacia Masters, una empresa de maquinaria de precisión. Seguramente descubrió que Aruse está metido en una de sus empresas importantes y se está poniendo a salvo lo más rápido que puede.

Eva hizo una pausa.

–Necesitamos vernos.
–Desde luego, agendaré algunas cosas y voy para allá. Eva, puede ser que estemos a punto de lograr lo que queremos.

Mientras tanto, Micaela y Esteban estaban en un centro comercial, con el ordenador portátil que F les había pasado el día anterior.

–Mira, aquí está la respuesta Esteban, dame la memoria roja ahora.
–Toma. Al fin, tanto esperar, pero parece que está resultando.

Habían tenido una jornada muy intensa, mientras esperaban a que la información que habían enviado diera buenos frutos, pero al fin tenían una respuesta. Siguiendo las instrucciones de F, conectaron al ordenador la memoria externa de color rojo que les había entregado su desaparecido informante, lo que hizo que al momento el sistema lo reconociera, abriendo una ruta codificada a la red, a través de la que envió una serie de datos; ninguno de los dos sabía qué tipo de información específica era la que estaba siendo enviada, pero sabían que ese era el segundo de los pasos que tenían que seguir, y prácticamente el más importante.

–No puedo creerlo, parece que Valdovinos cayó en la trampa.
–Lo que me preocupa ahora –comentó Micaela– es cómo vamos a hacer para meternos en el departamento de ese tipo.

Esteban tomó un mapa impreso mientras en ordenador seguía haciendo su trabajo.

–Este es el lugar: es un edificio antiguo en una zona periférica de la ciudad, y es en el subterráneo junto a los estacionamientos.
–Debe ser hermoso.
–Según F, esta información hará que Adán caiga en lo que cree que es un gran negocio, así que tendremos que esperar hasta que la información se envíe en primer lugar, y después hasta recibir la otra respuesta, para infiltrarnos y borrar el ordenador. Yo iré.

Pero Micaela lo detuvo.

–No. Esto es mío, yo tengo que hacerlo.
–Pero es muy peligroso, si alguien te descubre pueden llamar a la policía y todos nuestros planes se arruinarían.
–Si a ti te descubren pasará lo mismo.
–No, porque soy menos importante que tú. Si a mí me atrapan, aún puedes seguir adelante con algún nuevo plan.

La joven frunció el ceño.

–No. Esteban, Adán es un hombre sumamente inteligente, no tendremos una nueva oportunidad como ésta. Éste es el momento preciso, y tengo que ser yo. Tú vas a vigilar a Valdovinos para asegurarnos que tenga el tiempo suficiente.

Más tarde, Eva recibió en su habitación de hotel a Adán. Al principio no hicieron falta las palabras, porque la tensión de los últimos acontecimientos hicieron aflorar toda la pasión, llevándolos a hacer el amor desesperadamente; en momentos como ese, cuando la conexión era absoluta, nada más importaba, a su alrededor se extendía una muralla intraspasable, dejándolos en un sitio en donde solo existían ellos dos, los seres perfectos, el amor perfecto.
Después, la pareja estaba ocupándose de los asuntos que los llevaban en esos momentos.

–Eva, tenemos algo muy importante. Accedí a las cuentas de la Constructora Del Mar y Alzarrieta, eso quiere decir que ahora podemos hacer lo que queramos.

Eva se recogió el cabello mientras él se acomodaba sobre la cama.

–Dadas las circunstancias, me parece que es la mejor medida, sobre todo por lo que le está pasando a Bernarda en éste preciso momento: Aruse es un peligro potencial, estoy segura de que viene dispuesto a destruir a Bernarda y nosotros dos estamos justo en el medio.
– ¿Has hablado con ella?
–No, está muy desaparecida, pero lo que supe es que ordenó una búsqueda exhaustiva de Aruse y que redobló su seguridad, así que está asustada. Adán, creo que nuestro futuro no está en éste país.

Adán ya había pensado en eso,

–Creo que tienes razón. Las cosas están complicándose, hay demasiadas implicancias, estamos metidos hasta el cuello con Solar y ella ahora es un barco que se hunde.
–Dijiste que podíamos hacer muchas cosas, pero aún estamos atados por contratos con Bernarda, y sabes qué clase de contratos firmamos, aún si escapamos con lo que tendremos, ella podría seguirnos no sólo por esa causa, sino que principalmente por el incumplimiento. Necesitamos ponernos a salvo de eso.

Se besaron.

–Lo sé, pero aunque estoy muy avanzado en mis investigaciones, todavía no encuentro los accesos necesarios para poder protegernos.

Eva lo miró fijamente.

–Pero entonces lo que me has dicho no sirve de nada. Mientras estemos atados a Bernarda Solar, apropiarnos de cualquier cuenta o propiedad suya nos afecta directamente, y una denuncia de ella tendrá como respaldo cada firma que hemos hecho.
–Concuerdo contigo en todo lo que has dicho mi amor. Somos prisioneros de ella, pero ya contamos con algo en nuestro favor, así que por ahora tendremos que seguir aparentando y continuar de su lado, hasta que consiga los accesos necesarios.
– ¿Y cómo vas con eso?
–En este mismo momento tengo un proceso en marcha –dijo Adán satisfecho– dentro de unos minutos ya tendré el trabajo terminado, y una de las cuentas importantes de Bernarda Solar seguirá, en apariencia a su nombre, pero en realidad en nuestro poder.

Por la noche, Micaela descendió del taxi, quedando sola en medio de una calle. El sector en el que estaba era realmente pobre, las calles lucían abandonadas y a maltraer, aunque sin embargo, lo más llamativo es que no parecía haber gente en las casas o en los edificios. Mejor.
La joven había memorizado el mapa y pasado ya una vez por ahí más temprano, así que caminó decidida hacia el edificio; por seguridad marcó el número de Esteban.

– ¿Está ahí?
–Sí, no se ha movido del Hotel. Micaela, no te confíes, date prisa.
–Sí. Y tú no dejes de vigilar.

En medio de la noche, la joven se escabulló por un costado del edificio, y no le costó mucho llegar hasta el subterráneo. Según la información que tenía, su destino era el apartado 31B, justo atravesando uno de los accesos.

–Vamos, éste es el momento.

Se acercó a la puerta, pero en ese momento su teléfono celular vibró, anunciando una llamada.

– ¿Qué pasa?
–Acaba de salir del hotel en su auto –susurró Esteban alarmado– tomó la misma vía por la que se vino para acá... creo que va para el edificio, tienes que salir de ahí.

Micaela sintió que el corazón se le oprimía.

–Espera. Aún tendría que tardarse como diez minutos, puedo hacerlo, estoy en la entrada del departamento.
–Es muy peligroso.
–Síguelo y avísame cuando esté cerca.

Cortó. Esteban, que ya se suponía algo así, oprimió en su auto el acelerador; no pretendía seguir a Valdovinos, más bien le interesaba adelantarse y estar a una distancia prudente del edificio para poder advertir a Micaela.

–Diablos.

Mientras tanto, la joven consiguió entrar al pequeño departamento en donde debía hacer su trabajo; no había resultado difícil forzar la entrada con una ganzúa, y ya dentro, lo que quedaba era lo más sencillo: el ordenador portátil de Adán Valdovinos estaba ahí, encendido, con el acceso a una ruta similar a las que habían visto en el ordenador que les entregó F, lo que significaba que las cosas habían resultado, y el confiado de Valdovinos dejó todo eso ahí porque estaba convencido de haber sellado el negocio. Sacó la memoria de color verde, y la conectó al ordenador.
No pasó nada.
El tiempo comenzaba a pasar, y se sintió más impaciente que antes por tener algo pendiente, la llegada de Adán como una amenaza constante, porque sabía que, de descubrirla, perdería todo el trabajo. Luego de unos estremecedores segundos, la memoria externa comenzó a hacer su trabajo, y desplegó una pantalla nueva, que arrojó un mensaje de alerta. F no les dijo nada de eso.
Presionada por el factor tiempo, Micaela decidió no hacer nada, lo que al final terminó siendo la mejor decisión, porque después de unos momentos apareció otro mensaje, que mostraba una cuenta regresiva: la burlesca forma del creador del virus para enseñar como destruía el sistema sin que eso se pudiera evitar.

–Ay no… ¿Siete minutos?

El tiempo de trabajo del programa era mucho más extenso del que se había imaginado, y Valdovinos venía en camino. Llamó a Esteban.

– ¿Dónde estás?
–Voy en camino –respondió él– por favor dime que ya saliste de ahí.
–Tengo un problema –replicó ella a su vez– estoy destruyendo el ordenador, pero todavía faltan seis minutos.
– ¿Qué? No puedes quedarte ahí, el camino es corto Micaela. Estoy adelantándome para llegar antes, pero si lo veo cerca de ti solo tendrás algunos momentos para salir.

El tiempo era en esos momentos su mayor enemigo. La joven apretó los puños.

–Apúrate.

Volvió a cortar y miró de nuevo la pantalla del ordenador. Seis minutos.

Esteban iba a toda velocidad en su automóvil. Había adelantado a Valdovinos esperando que el otro no sospechara nada, y enfiló a toda velocidad hacia su destino; en esos momentos no le importaba hacia donde iba ese tipo, solo le importaba evitar que Micaela se metiera en un grave problema, y si no llegaba a tiempo, lo haría, porque estaba seguro de eso, ella no se detendría ante nada. Finalmente, la ruta por la que avanzaba era sólo en línea recta, y el hombre miró por el retrovisor, no había señales de Valdovinos, lo que significaba que al menos le llevaba unos dos minutos de adelanto, suficiente para sacar a su amiga de donde estaba. Volvió a marcar.

– ¿Cuánto tiempo falta?
–Dos minutos –respondió ella nerviosamente– dime dónde estás.
–A una cuadra de donde está el edificio, en la siguiente calle. Sal de ahí y ve hacia el árbol con flores.

Dentro del edificio, Micaela estaba con la puerta del pequeño departamento entreabierta.

–No puedo salir de aquí aún, falta. ¿Lo ves?
–Maldición, su auto acaba de pasar Micaela. Llegará ahí en solo un momento.
–No puedo, todavía no termina.
– ¡Micaela!

Adán bajó de su auto y enfiló directamente hacia el edificio en donde tenía el departamento con las llaves en la mano; ya todo estaba terminado, la etapa más reciente de su plan para apoderarse de una de las cuentas más importantes de Bernarda Solar había concluido, ahora solo le quedaba eliminar las pruebas, es decir el ordenador con el que realizara el trabajo, ya tenía otro listo para la siguiente parte, es decir anular cualquier rastro legal de su unión con la Constructora. En eso sonó su teléfono celular. Era Luna.

–Hola Adán, necesito verte.

Directa y sincera, como siempre. Adán se detuvo antes de llegar al edificio.

–Es un poco tarde Luna.
–Por eso es que te necesito. Te acabo de enviar la dirección, te espero.

Y cortó. Adán se quedó unos momentos quieto, sopesando la situación. ¿Cuántas veces había recibido invitaciones de ese tipo? Pero no era cualquier mujer, era Luna, sabía exactamente qué era lo que podía conseguir de ella, y no podía mentirse más, no podía simplemente decir que no, o ignorarla. Se devolvió a su automóvil y emprendió viaje a toda velocidad.

Micaela se subió al auto de Esteban con el corazón en la mano.

– ¿Viste que pasó?
–No Esteban, estaba tratando de salir de ahí.
–Valdovinos estaba a pasos del edificio, pero de pronto se devolvió y se fue. Creo que lo llamaron por teléfono, debe haberle pasado algo, así que agradece que la suerte estuviera de nuestro lado. ¿Te fue bien?

La joven mostró triunfante la tarjeta de color verde.

–El ordenador de ese tipo está destruido, ahora solo tenemos que salir de éste lugar de una vez por todas y hacer desaparecer también el otro.

Emprendieron viaje a toda velocidad.

Ya había pasado la una de la mañana cuando Adán llegó a un lujoso hotel, directo a la habitación en donde estaba Luna. Verla fue más de lo que se esperaba, básicamente porque esperaba verla desnuda en la cama esperándolo, y la encontró completamente vestida, aunque con una apariencia exótica que combinaba perfectamente con su estilo.

–Qué bueno que viniste.
–Tú sabías que iba a venir de todas maneras.

Luna estaba descalza, con su cuerpo cubierto por un vestido muy ceñido hasta la cintura, que insinuaba sus pechos, y caía sensualmente por sus caderas hasta arriba de las rodillas, y con el cabello negro suelto cayendo libremente. Parecía una modelo de calendario barato, pero al mismo tiempo tenía algo que una imagen así jamás podría tener: estaba viva, sudaba pasión y deseo, y lo más impactante de todo, es que como ninguna mujer, Luna no lo deseaba a él con desesperación, sino que más bien lo quería, porque a través de él podía conocer una parte más del mundo, y deseaba tener su pasión y su cuerpo porque sabía que uniéndose, ambos llegarían a un nuevo nivel que hasta entonces les había estado prohibido.

–Sí. Sabía que ibas a venir, pero me preguntaba si tú lo tenías claro.
–Tú querías que esto pasara, lo quisiste desde un principio.

Adán se quedó de pie en la habitación, mientras la mujer caminaba a su alrededor, en círculos, desnudándolo con la mirada, contorneándose levemente, en una caminata que se veía como la danza de una figura mitológica, al acecho de su objetivo más preciado.

– ¿Por qué no? No hay nada que se interponga entre nosotros y lo sabes tan bien como yo, así que no veo el problema. Esto debió haber pasado hace mucho, no me gusta esperar.
–Imagino que no Luna, debes estar acostumbrada a conseguir siempre lo que quieres.

La joven rió alegremente, sin dejar de caminar a su alrededor.

–Lo mismo digo de ti. Un hombre como tú, siempre tiene lo que quiere, eso es a la vez interesante y angustiante. ¿Alguna vez vas a estar satisfecho?
– ¿Te preocupa realmente?
–Solo si eso interviene en lo que estoy buscando ahora, porque en todo éste tiempo te veo y te siento Adán, sé que lo deseas tanto como yo, pero al mismo tiempo siento que estás deteniéndote.

Adán estaba deleitándose con la escena, no sólo por la hermosura salvaje de Luna, sino también por sus movimientos, por esa danza silenciosa que aún lo mantenía a distancia, ofreciéndole todo lo que podía conseguir, pero al mismo tiempo negándoselo, esperando hasta el último momento para tomar la decisión final.

–Siempre hay muchas cosas involucradas, actualmente las decisiones no son sencillas.
–O tal vez quieres decir que hay personas involucradas.
–Eso también Luna, pero no solo se trata de eso. No somos adolescentes, no podemos simplemente tomar todo lo que queremos.
– ¿Y porque no? –la joven reía divertida con la sensación, pero sin dejar de mirarlo con la misma intensidad de antes – eres un hombre excepcional Adán Valdovinos, y lo sabes muy bien. Uno en un millón, el hombre más hermoso, inteligente, capaz, poderoso, tienes todo ante ti, el mundo se inclina ante tu presencia y siempre será así, pero escúchame bien... nunca serás tan joven y perfecto como ahora, éste es el momento preciso de hacer todo lo que siempre has querido, yo no soy alguien a quien podrás tener cualquier vez, pero ésta noche si, ésta noche quiero compartir contigo mi pasión, y quiero que descubras lo que sé y lo que puedo hacer. Ven Adán, haz lo que quieres sin pensar en nada más, y jamás te arrepientas.

Finalmente la joven se quedó quieta, mirándolo fijamente, y Adán no resistió más, y se entregó a lo que secretamente había deseado, a tomar entre sus brazos a Luna y sentir su calor, experimentar de su cuerpo la frenética emoción que sólo salía de ella, como un sueño prohibido e interminable, que solo podrás vivir una vez, ésta, la primera y la última. Comenzaron a besarse con ardor mientras se despojaban de la ropa.


Próximo episodio: La sombra de Adán



Por ti, eternamente Capítulo 18: Fin del camino



Ignacio Armendáriz corría a toda velocidad en las cercanías de la zona donde había presenciado las consecuencias del accidente en la ruta, mientras su corazón latía violentamente; tenía la poderosa sensación de que las cosas estaban yendo de mal en peor, pero la presencia de Segovia en la camioneta de los periodistas antes del choque no significaba nada a primera vista. Por otro lado, las misteriosas huellas del vehículo que se alejaban de la ruta en esa dirección eran preocupantes ¿Acaso Segovia siempre había tenido un aliado y solo esperado el momento indicado? La perspectiva resultaba nefasta, pero en ese momento dependía solo de él mismo, ya que era el más cercano a la zona; sabía que el equipo que había solicitado llegaría muy pronto, pero no podía perder ni un solo segundo.

—Oh cielos...

Una nueva escena se desplegaba a su vista; un automóvil blanco, estacionado cerca de los árboles, y tres hombres tendidos en el suelo.

—No, no puede ser...

Con el corazón azotando con violencia su pecho, el policía se acercó más a la escena que se desplegaba a sus ojos, aunque ya desde unos pasos antes sabía lo que estaba pasando.

—Maldición.

Las cosas se habían salido por completo de control; lo que estaba viendo en esos momentos estaba más allá de toda idea previa que pudiera haberse hecho, pero ¿Quién realmente era Segovia, quién era en el fondo esa persona que en apariencia solo era un desconocido que tenía un bebé en sus brazos por razones desconocidas? Desde casi un principio había sospechado que había algo extraño, y por eso tenía algunos efectivos investigando a la familia, pero nunca creyó que las cosas llegaran a ese punto. Tenía el revólver en la cartuchera, y supo que muy posiblemente lo usaría pronto, aunque esperaba en primer lugar encontrar al tipo, y recuperar al niño sano y salvo.
2

Víctor corría lo más rápido que podía por entre los árboles y la maleza, con el bebé en sus brazos y la mochila a la espalda, pero ya después de varios minutos de intensa carrera, la adrenalina estaba decreciendo y los efectos de todo lo sucedido antes comenzaba a sentirse.

—Tranquilo bebé...tranquilo...

Ariel había calmado sus llantos, pero todavía se mostraba inquieto en sus brazos, removiéndose y gesticulando constantemente.

—Tranquilo...todo está bien...

Tuvo que dejar de correr, exhausto, y siguió caminando a paso más lento. Los golpes que había recibido en el enfrentamiento luego del accidente de los periodistas estaban haciendo mella en su cuerpo; se extendía un incipiente bosque ante su ojo derecho, pero nubes y oscuridad ante el izquierdo, de seguro porque los golpes en la cara habían profundizado la herida por la pelea anterior con el policía, aunque eso no era lo único, porque tenía lesiones y magulladuras en el torso y en los brazos.

—Tranquilo bebé, tranquilo...

En un momento se detuvo, porque el cuerpo ya no le permitía continuar avanzando.

—Estoy tan cansado...

Aunque resultara sorprendente, la visión cada vez menor por el ojo izquierdo era lo que menos le preocupaba en esos momentos, porque los golpes le habían quitado las fuerzas y la descarga de energía producto del enfrentamiento con los delincuentes lo había debilitado por completo; aún le zumbaban los oídos, haciendo que escuchara todo lo que pasaba alrededor, pero además de eso un sonido extraño y ahogado que no lo dejaba en paz.

—Estoy tan cansado —dijo en voz baja— no entiendo quiénes eran esos hombres, qué es lo que pretendían hacer...perdóname, ellos nunca debieron haberte golpeado, pero yo los alejé de ti, no voy a dejar que te hagan daño otra vez...

Sus palabras se diluyeron un momento; sentía dolor en muchos puntos en el cuerpo, sangre y tierra en la boca, heridas en los brazos, pero sabía que de alguna manera, el miedo estaba complotando en su contra, de modo que tenía que evitarlo, seguir funcionando o al menos hablando para no caer en completa oscuridad. De pronto notó que estaba de pie cerca de un árbol, y que la mochila estaba en el suelo ¿En qué momento la había dejado caer?

—Lo siento, yo...estoy tan cansado, pero tengo que seguir, esos hombres deben estar cerca todavía, y no puedo permitir que me encuentren otra vez...tengo que alejarme de aquí, solo hace falta un poco más, un poco más...

Sabía que tenía que moverse, pero su cuerpo amenazaba con dejarlo ahí; volvió a mirar al pequeño en sus brazos, que por primera vez no lo miraba fijamente, sino que de manera errática, angustiado igual que él por lo que estaba sucediendo, sin dejar de moverse inquieto ¿Qué cosas pasarían por su mente en esos momentos?

—Segovia.

La voz de Armendáriz se dejó escuchar fuerte y clara en medio del bosque; el policía había detenido sus pasos luego de extensos minutos de carrera incesante, al encontrar algunas pistas frescas en el lugar; realizando un rastreo rápido encontró huellas recientes, algunas ramas y hojas rotas, lo que explicaba claramente que Segovia o alguien había pasado por ahí hacía muy poco. Pero aunque aún no llegaba a él, algo en su ser le indicaba que estaba en el lugar preciso, que al fin terminaría con toda esa locura.

—Puedo sentirte Segovia —exclamó el oficial con decisión— ¡Sé que estás aquí!

A no muchos metros de distancia, Víctor permanecía tras un gran y añoso árbol, con el bebé muy cerca de su pecho, sintiendo el corazón golpeando con furia ante la voz de ese hombre, la misma que de manera amenazante lo había perseguido en el auto aquella mañana que parecía ya tan lejana.

—No puede ser... —murmuró con voz temblorosa—, es ese policía...

Armendáriz estaba por completo inmóvil entre los árboles y la maleza; sabía que estaba ahí, lo sentía en los nervios, en el estómago, sabía perfectamente que estaba ahí, no muy lejos, entre alguna planta o detrás de algún árbol, y tenía que seguir hablando, mientras descubría las claves que le faltaban, mientras encontraba la ruta más correcta para capturarlo; solo necesitaba saber que el bebé estaba bien todavía.

—Todo terminó Segovia —sentenció con voz clara—, toda ésta locura tiene que terminar.

Víctor abrazaba contra su pecho al bebé, sin notar que, dentro de todo, conseguía mantener la cordura suficiente para no apretarlo más de la cuenta; la voz del policía se escuchaba cerca, pero aún no lo suficiente.

—No puedo continuar así —se dijo Víctor mientras tanto, en voz muy baja—, no puedo seguir, tengo que hablar con ese policía; él tiene que ayudarme, tiene que entender que no tuve opción, que tuve que escapar, y él sabrá la verdad cuando esos hombres hablen. Tengo que hacerlo.

Tenía un nudo en la garganta, sentía que estaba en el punto definitivo y que debía confiar, quizás no en ese policía, pero sí en lo que representaba; además ya casi no tenía fuerzas para seguir escapando.

—Sé que estás aquí Segovia, y voy a encontrarte y a llevarte ahora mismo; escúchame, hasta ahora has hecho muchas cosas, pero sabes que lo último que hiciste supera todos los límites.

Víctor estaba aún de pie detrás del árbol, con Ariel en sus brazos, debatiéndose entre lo que había estado haciendo y la posibilidad de terminar con todo; la posibilidad de ser capturado era cada vez mayor, y ese policía estaba aún muy cerca de él, quizás más que antes ¿Qué tanto podría correr en el estado en que estaba?

—Tú eres mi ángel —murmuró mirando a los ojos al bebé— tengo que hacer lo correcto, no puedo arriesgarte; ayúdame, ahora necesito tus alas.

Pero cuando levantó la vista era demasiado tarde para opciones; alrededor de cincuenta metros lo separaban de Armendáriz, quien, todavía inmóvil sobre la maleza lo miraba fijamente, con decisión total.

—No te muevas, ni des un solo paso más.

La voz lo intimidó de nuevo, por la sorpresa, y por la fuerza de su mirada ¿Era de alguna manera distinta o solo era el efecto de la adrenalina y los dolores en el cuerpo?

—Entrégate Segovia.
—Necesito que me ayuden —dijo tratando de sonar menos asustado de lo que estaba—, esos hombres...

Se quedó un momento sin palabras, no sabía cómo empezar. Pero el policía sí.

—Todo lo que tenga que ver con eso lo dirás en el cuartel —dijo, determinante—, ahora entrégate y dame al niño.
—No lo entiendes —replicó con un dejo de desesperación—, esos hombres me atacaron, querían llevarse a Ariel.

Armendáriz estuvo a punto de decir algo más, pero se contuvo; no era personal, no podía ser personal, tenía que concentrarse en lo importante, que sin duda era recuperar sano y salvo al pequeño.

—Dame al niño, no te resistas más.
— ¿Encontraron a esos hombres? Ellos me atacaron, tienen que exigirles que digan la verdad.

Armendáriz avanzaba lentamente, sin quitar los ojos de los de Segovia; sabía que en una situación como esa no contaba con mucho tiempo antes de algún arranque de ira, y con el último antecedente las cosas se ponían cada vez más riesgosas.

—Escucha, te aseguro que tendrás un juicio justo, solo dame al niño y todo estará bien.

Sin embargo en ese momento, hacia el oriente de donde se encontraba Víctor, algo se movió, aunque los árboles no lo dejaban ver que era, pero entendió que se trataba de algo importante porque Segovia se volteó espantado.

— ¡No te muevas!

El grito era de uno de sus oficiales, Mendoza o Arivas.

—Espera —gritó imponiendo autoridad—, no se acerquen, estoy aquí.

Pero ya era tarde. En solo un segundo supo que lo que estaba pasando era una escena de doble reacción automática, donde por un lado el oficial tomaba las riendas de su propio actuar al ver a su objetivo en el punto de la mira, y por el otro el objetivo, es decir Segovia, tomaba una actitud súbita ante la sorpresa súbita, siguiendo el patrón de conducta que había seguido hasta ese momento; nada de lo que dijera en ese momento serviría a tiempo, lo único que podía hacer era correr, a toda velocidad, para evitar que se produjera una desgracia. Reuniendo toda la fuerza de su ser en los músculos de las piernas y el torso, el oficial comenzó la carrera hacia el hombre con el niño en los brazos, intentando disminuir la distancia de alrededor de treinta metros que los separaban mientras él comenzaba a correr hacia el sur.

— ¡No te muevas!

El policía apuntó a Víctor con su arma de servicio, pero con eso solo consiguió asustarlo; automáticamente el joven comenzó a correr hacia el sur, asustado por todo lo que estaba pasando; ese policía solo lo había distraído para poder cazarlo, pero aunque pensara en entregarse, ver cómo le apuntaban a él y al bebé en sus brazos le produjo el mismo temor que los hombres de ese automóvil blanco.

— ¡Aléjense de él, no disparen por ningún motivo!

Armendáriz corría a toda velocidad, sabiendo que contaba con cualquier cosa, menos con tiempo; mientras corría nuevamente hacia el sur, el oficial vio por el rabillo del ojo que más oficiales estaban apostados en puntos estratégicos al norte y al oriente, por lo que era cuestión de tiempo que lo hubieran encontrado aunque él no estuviese presente, pero había dos diferencias fundamentales, la primera, que ellos no contaban con lo último que hiciera Segovia, y que en vista de eso una actitud demasiado fuerte podría producir efectos impensados.

— ¡Segovia, detente!

Mientras corría gesticulaba para detener cualquier esfuerzo de los otros oficiales, y funcionó con los que estaban más cerca, pero Souza, uno de sus más experimentados en trabajo de campo hizo un gesto que aún con la adrenalina le congeló la sangre; lo que estaba indicándole, a lo lejos era peligro mortal, y no provenía de ninguno de ellos.
La vegetación se volvía más y más tupida a cada paso que daban, y esa era la trampa mortal a la que se dirigían todos ellos, de la que Souza le estaba advirtiendo desde lejos, y desde la altura necesaria. ¡Segovia corría directamente hacia un barranco!

— ¡Segovia!

Ésta vez su grito fue de auténtico espanto; en los escasos segundos que estaban transcurriendo desde que volviera a intentar escapar, todo se había vuelto un horrible presagio de los más tremendos temores que pudiese haber tenido antes, pero la experiencia también le decía que en medio del estado mental en que se encontraba, añadido a esto la presión de la aparición de los demás oficiales, Segovia no escucharía razones, y que además seguiría corriendo más por instinto que por astucia,  por lo que resultaba prácticamente imposible detenerlo. Tenía que llegar a él, tenía que detener esa carrera, ya nada importaba, ni el caso ni lo que acababa de presenciar cerca del automóvil blanco,  solo importaba correr, se desgarraría los músculos de las piernas si era necesario, pero no podía permitir que ese hombre siguiera esa carrera desesperada, no podía dejar que un niño muriera, ni en esas circunstancias ni en las que fuese.

— ¡Segovia, para, vas a matarte! ¡Segovia!

Sus gritos podían fallar, pero no la fuerza de su cuerpo, el entrenamiento que había hecho durante años tenía que servir de algo; mientras seguía corriendo tras Segovia pudo advertir que los otros se quedaban quietos, sabían que no podían hacer más, el único que estaba cerca y que tenía alguna opción era él, y no pensaba quedarse de brazos cruzados, tenía que hacer el máximo esfuerzo, y en cada paso le rogó a cada fibra de su  ser que rindiera más, ante el peligro jamás se había rendido, y en realidad, a pesar de su arrojo y valentía, el oficial sabía que no estaba corriendo para detener a un hombre acusado de delitos horribles, ni para cumplir con su trabajo o su deber, estaba corriendo porque había un niño en peligro, y sabía se condenaría por siempre a sí mismo si no evitaba el desastre.

— ¡Segovia!

Gritó con todas sus fuerzas, se exigió un poco más, sin importarle el precipicio que veía a tan solo metros de distancia, oculto entre la vegetación de los ojos de cualquiera que no tuviera el entrenamiento o la concentración necesaria, traicionando a quien fuera que osara pasar por ahí.

Y Víctor esquivó unas matas, dio dos pasos más, y desapareció, tragado por la vegetación.

— ¡Noooo!




Próximo capítulo: En manos de la muerte