No vayas a casa Capítulo 28: Hasta que no respires



Vicente estaba comenzando a sentir una desesperación que iba más allá de lo que estaba escuchando, y que lo devolvía al primer hecho que se cuestionó ¿Dónde estaba en realidad?

—En determinado momento comprendí que para para lograr mi objetivo final, no podía hacer algo tan directo como todo lo demás.
—¿Por qué?
—Porque no podía controlarte durante periodos de tiempo demasiado largos, y lo que era más importante, no podía hacerlo en sitios qué tú no conocías.

El departamento de Renata. La ruta que siguió hacia la carretera. Su antiguo trabajo, el interior de su auto, el lugar en donde atacó a Nadia. Nunca se le ocurrió pensar que todas las situaciones en donde perdió el control de sí mismo sucedieron a que él ya conocía, y que lo que sucedió en su nuevo trabajo fue a partir de haberse instalado en ese lugar, no desde el mismo inicio.

—¿Sabes qué es en realidad lo que más amas en el mundo?

Vicente casi esperaba algún insulto, pero oír algo por completo diferente hizo un efecto mucho peor en él.

—Lo que más amas, es a tu hijo. Casi te entregaste a las heridas que te hice y al recuerdo de la muerte de esa mujer, estuviste tan cerca de rendirte que incluso me preocupé; pero cuando amenacé con hacerle lo mismo a tu hijo, reaccionaste y cambiaste por completo tu forma de actuar.

Sí, Vicente lo recordaba con claridad. Algo se activó en él, y fue lo que lo decidió; de alguna forma, el primer paso para iniciar la carrera por descubrir la identidad de su agresor.

—Ya podía controlarte, engañarte y herirte, de forma que sólo quedó un paso más, que fue darte un motivo para actuar, y encontré uno más poderoso que todo. ¿Te das cuenta? El mismo tipo de fuerza que me permitió llegar hasta ti, es el que te hizo tener las energías para llegar a mí.

Tenía que salir de ahí. No importaba nada más, tenía que recuperar la conciencia y salir de ese sombrío y horrible sitio, en donde el peligro era inconmensurable.

Al final —explicó la voz con satisfacción–, las cosas salieron tal como las había previsto, porque impulsado por el deseo de mantener a salvo a tu hijo, tomaste todos los riesgos y lograste llegar hasta aquí.

Y a pesar de que lo había tenido en frente, que estuvo a solas con él a ese cuarto, en ningún momento tomó la decisión de matarlo, aunque para ello sólo tendría que haber obstruido por unos segundos la manguerilla que llevaba el oxígeno. En ningún momento pensó hacer algo como eso, porque la muerte de Renata ya era algo demasiado abominable como para cometerlo otra vez.

—Estabas dispuesto a sacrificarte por tu hijo, y a luchar contra mí de la forma más honesta que existe: me viste como un niño que necesitaba tu comprensión y un abrazo, y decidiste restaurar el dolor que me habías hecho de forma inconsciente, dándome el cariño y la atención que me había sido negada. Y puedo decir que lo hiciste con real honestidad, porque una vez que estableciste contacto conmigo, pude cumplir la parte que me faltaba de mi plan.
— ¿Y qué parte es esa?
—Tenerte aquí. Ahora estás en mi mente Vicente, tu cuerpo no es más que una cáscara vacía, un cuerpo detenido en la pose de abrazar a otro cuerpo inmóvil, pero incapaz de hacer cualquier otra cosa.

No daba crédito a lo que estaba escuchando, pero al mismo tiempo daba total sentido a la extraña situación en la que estaba, sometido a un estado en que no podía controlar su cuerpo, sabiendo lo que ocurría pero sin poder hacer nada al respecto, estático espectador del macabro espectáculo que se daba frente a sus inmóviles ojos. No fue capaz de hacer la siguiente pregunta, pero supo que de todas maneras iba a escuchar la respuesta como parte del discurso que Jacobo estaba dando; todo iba a llegar a ese punto, más pronto de lo que se atrevía a pensar.

—Lo que estás sintiendo ahora es lo que yo he vivido durante mucho, mucho tiempo. Esa sensación de estar inmóvil, de que todo a tu alrededor no es más que sombras, a las que puedes ver pero no tocar ¿Cuánto puedes extrañar cerrar los ojos? Eso es algo que nunca pasará, porque estarás encerrado en este sitio por la eternidad. Ahora que hay una conexión entre tú y yo, y que optaste por decisión propia venir hasta mí y establecer un lazo, ya nada puede romperlo; eres mi prisionero.

Vicente sabía que su voz se había ido convirtiendo en una masa informe, pero de todos modos se esforzó por aparentar que el miedo no lo estaba paralizando.

— ¿Ese es tu plan, encerrarme aquí contigo?
—No Vicente, mi plan es no estar encerrado nunca más.

De pronto, los tubos de origen desconocido que se internaban en el destrozado cuerpo que estaba frente a sus ojos, fueron arrancados producto de una fuerza invisible, y avanzaron hacia él con abrumadora rapidez. Esto no está pasado, no está pasando, se repitió con intensidad, pero no sirvió de nada para evitar que los objetos, como mortíferas serpientes, avanzaran hacia él dispuestas a causar los mismas espantosas consecuencias que había visto con asombrosa claridad poco tiempo antes. Se sintió inmovilizado, desnudo y frío, y sólo pudo quedarse ahí a una atroz espera por algo que, aunque de forma racional se dijera que no estaba pasando en realidad, causaba el mismo miedo y desesperación.
Y además un horrible dolor.
Las mangueras localizaron los puntos en donde podían realizar la misma acción que antes, y con sus extremos aún humeantes del calor de las carnes rotas y viscosos de las sustancias de las que se habían impregnado, se prepararon para realizar los movimientos adecuados; sintió un dolor extremo, que horadó su resistencia mental con la misma brutalidad que el cuerpo, y que se vio callado por la fuerza cuando el tercer tubo ingresó directamente por la boca, rasgando las comisuras de los labios, rompiendo las mucosas y penetrando en la garganta. Tuvo la sensación de retorcerse por el extremo dolor, pero la inmovilidad era poderosa a partes iguales con el asedio al que estaba siendo sometido.
De pronto, se hizo una total oscuridad, que lo mantuvo suspendido por una incalculable cantidad de tiempo, hasta que de forma repentina, como si hubiese sido abierta una ventana, vio frente a sus ojos una nueva imagen que lo aterrorizó.
Su propio rostro mirándolo de frente.


2


Iris abrió los ojos de golpe, tras el reflejo automático de acerrarlos ante la arremetida del atacante que caía sobre ella como un ariete; el peso que a otro tiempo habría reposado sobre el suyo, esta vez estaba caído, sin fuerza y sin movimiento, causándole una sensación de repugnancia equivalente al terror que experimentó al verlo por primera vez traspasar el umbral de la puerta.
Cuando vio sus ojos, no pudo evitar lanzar un grito de horror.
Estaban muy fijos al frente, no en ella ni en nada más, sólo fijos, como si de pronto hubiesen dejado de funcionar; hizo el intento de quitarse de encima ese peso, y al tratar de moverse, descubrió que tenía las manos vacías, desprovistas de aquel objeto que una milésima de segundo antes era tobo lo que podía ver y necesitar.

— ¿Benjamín?

No obtuvo respuesta. ¿Por qué estaba tan quieto, de qué clase de truco o artimaña se trataba en esa ocasión? Los ojos estaban tan abiertos, tan fijos al frente, que por un instante daban la impresión de estar mirando con frenética intensidad un objetivo que estaba más allá de ella y al cual podía seguir visualizando a pesar del obstáculo físico de ella.

— ¿Benjamín?

Volvió a nombrarlo, y sintió que su voz surgía débil e inestable por el cansancio, la baja de la adrenalina y la presión del peso inmóvil sobre ella; al mismo tiempo sintió pánico de no escuchar la voz, y conforme se despejaron sus sentidos, notó que a su alrededor reinaba un silencio sepulcral.

— ¿Benjamín? Contéstame por…

Su garganta se cerró durante un momento ¿Qué podía haber pasado que ella no alcanzara aún a distinguir? ¿Era posible que algo que en ese momento no llegaba a imaginar, o no se atrevía a construir en su mente, hubiese pasado en esa fracción de segundo?
Entonces sintió un líquido cálido tocando su antebrazo izquierdo, que quedaba fuera de su visual por causa del peso sobre ella, y sintió una opresión terrible en el pecho.


3


Haber perdido la capacidad de escuchar lo que Vicente pensaba era un poco decepcionante, pero un precio a pagar a cambio de todo lo que había conseguido; sin embargo, sí tenía la misma habilidad de antes para hablarle, y escuchar lo que le dijera. O tal vez, interpretar sus palabras.
A pesar de que ya lo había manipulado anteriormente, no era lo mismo, se trataba de algo por completo diferente; tan pronto como supo que ya estaba hecho, el cuerpo se derrumbó sobre la silla de ruedas, y se deslizó con suavidad aunque sin gracia hacia el suelo. Estuvo un cierto tiempo así, tendido sobre la superficie, mientras intentaba dar control a los movimientos. Vamos, se dijo, sé lo que es, tengo que poder hacerlo.
De pronto, entendió el funcionamiento real, y comenzó a aplicarlo; las funciones básicas del cuerpo eran algo que, por suerte, funcionaban de manera automática, de forma que no tenía que aprender a respirar o a mirar; pero poner en movimiento las extremidades fue algo confuso, y requirió de toda su concentración, pese a lo cual pudo hacerlo.

—Ya puedo moverme.

La voz era algo extraña; siempre había tenido una imagen de su voz, pero ahora tendría que acostumbrarse a la que venía junto con el cuerpo. Se irguió cuan alto era, y dirigió una mirada alrededor, comprobando la forma de ver, de sentir estar ahí.
Vivo.
Real.
Su mente, él, Jacobo, en el cuerpo de Vicente.
Levantó las manos y las observó, maravillándose por un segundo de lo increíblemente satisfactorio que resultaba hacer algo que debería ser tan sencillo; el daño que había infringido antes era profundo en los dedos, pero sabía que el cuerpo humano se restauraba, por lo que no era un problema. Estaría bien. Quería hacer tantas cosas, comenzando por conocer ese cuerpo, descubriendo en primer lugar las funciones que durante toda su vida supo que existían, pero que eran manejadas a distancia por aparatos y controles. Por fin podía ser él quien tomara todas las decisiones, desde los fisiológicas hasta los más trascendentales, y eso era exactamente lo que iba a hacer; el cúmulo de emociones que sintió al poder ponerse de pie eran ya una gran recompensa por todo su esfuerzo, y por el dolor experimentado a lo largo de toda su existencia, pero sabía que existía más, un mundo, un universo completo por descubrir, y aprender a controlar.
Tuvo el impulso, casi incontrolable, de comenzar a conocer los más interesantes aspectos de la construcción de ese cuerpo; quiso saber lo que era comer, palpar cosas con las manos, reírse, beber agua, dejar su cuerpo bajo el agua de la ducha, y tantas otras cosas, pero no era momento para esto. Tenía algo mucho más importante que hacer justo en ese momento.

—Jacobo.

En efecto, escuchar el pensamiento de Vicente dentro de su cabeza era algo un poco perturbador, y entendió en una magnitud más completa lo que había logrado dentro de su mente durante ese tiempo; la diferencia radicaba en que, a diferencia de Vicente, él sabía a la perfección lo que estaba ocurriendo.

—Jacobo.

Ahora la voz de Vicente sonaba como un eco lejano en su cabeza, justo de la misma manera en que él se hizo escuchar con anterioridad; un sonido interpretable, comprensible, pero que no era parte de él, lo que permitía crear la principal diferencia entre los dos: Jacobo sabía lo que pasaba, y con lujo de detalles.

—Jacobo ¿Qué me has hecho?

Fue la primera oportunidad que tuvo de reír; lo había escuchado tantas veces, que quiso hacer lo mismo, pero por sus propios medios; dejándose llevar por el sentimiento de alegría y satisfacción que lo embargaba: rio con fuerza, sintiendo la voz surgir del cuerpo, como una gratificarte exhalación, como un impulso que aunque requería fuerzas, daba como recompensa algo mucho mejor a cambio.

—He cambiado de lugar contigo, Vicente.

Se dio el tiempo para que sus palabras hicieron efecto, para que doliera todo lo posible, antes de dar el siguiente paso.

—Te dije que habido organizado todo para que creyeras que las cosas eran de determinada forma, y es verdad. Desde un principio me propuse quebrar tu voluntad, destruir todo lo que eres, hasta dejar de ti sólo la esencia, la base desnuda con la que podría trabajar. Te hice creer, te hice matar, y te hice entender que, a pesar de todo, existía una esperanza, que a pesar de lo que habías pasado, todavía era posible alcanzar la salvación. Que volverías ante tu hijo con la frente en alto, que él, por sobre todas las cosas, estaría a salvo. Y te hice creer que podías cambiarme, apelando a tu culpa y a tu sentido paternal, para que me vieras como un niño enojado y desvalido a quien podías proteger.
—Jacobo, yo intentaba salvarte.
—Lo sé Vicente –replicó con una gran sonrisa en los labios—. Sé que querías salvarme, pero desde tu zona cómoda, desde el sitio de privilegio que siempre ocupaste. Pero tu intención era real, y destrozado por lo que sabías en que se convirtió tu vida, quisiste ayudarme de la misma forma que a un niño en problemas. Como habrías ayudado a tu propio hijo. Y fue en ese momento en que diste el último paso, entregando todo de ti para que yo entendiera que esto estaba mal, queriendo que a través del contacto físico se transmitiera tu sentimiento. Tu culpa. Tu arrepentimiento. Mi victoria, el punto de enlace que nunca antes pude establecer.

Pudo sentir una especie de gimoteo. Miró el cuerpo sobre la silla de ruedas y se dio un tiempo prudente para observarlo de forma directa. Inmóvil, como una masa informe que no tiene fuerza ni peso; de inmediato miró sus nuevos brazos, y palpó los músculos, sintiendo la fuerza y la definición física, con una sensación de placer que lo llenaba por completo. Tuvo la intención de tocar ese cuerpo, acaso como una burla por la diferencia entre lo que era en el presente y lo que había sido, o como medio para profundizar la humillación sobre Vicente. Pero no, ese riesgo no era posible de correr, porque aunque hubieran pasado solo algunos segundos, existía el riesgo de que de alguna forma el contacto físico revirtiera el proceso que le habido dado un cuerpo y una vida nueva.

—Cuando hiciste contacto, cuando me tocaste en el estado en que estabas, ya no tenías ninguna defensa, por lo que tuve la oportunidad de salir de aquí, y dejarte en mi lugar.

— ¡No!

Se deleitó durante algunos segundos en ese grito. Había tantas cosas que quería hacer y conocer, pero aún con esas ganas bullendo desde el interior, tenía que apegarse al plan y hacer todo de la forma en que lo había planeado. Durante todo su vida deseó poder expresar lo que sentía, y sin embargo, ver ese cuerpo inútil como una deforme estatua de cera resultaba lo más divertido del mundo.

— ¿Sabes algo? Pensé en dejarte ahí, en condenarte a una existencia vacía, a estar encerrado en ese silencio y oscuridad, gritando sin voz. Tantas veces te rogué que no me dejaras solo, que no te marcharas, y ahora podrías quedarte para siempre en el sitio que yo decidiera. Pero no, no puedo arriesgarme a que, en algún momento, descubras la forma en que esto es posible.
Pero tienes que saber algo más, algo que de verdad es muy importante: en una ocasión te dije que, una vez establecido el contacto contigo, podría también llegar hasta las personas que amas, y es cierto. La persona que más amas en el mundo es tu hijo, y cuando lo tenga a él, viviré en su cuerpo, dejando este también atrás.

Mientras decía estas palabras, se acercó a la cama desde un costado de la silla, procurando no tocarla, y tomó uno de los cojines blancos que reposaban impolutos sobre una superficie que nunca era usada; era blando, pero ofrecía la resistencia y el bloqueo necesarios. Hizo caso omiso a los desesperados gritos que estaba escuchando, y empuñó el cojín con ambos manos, las que no temblaron al ponerlo en la cara, pero sí de forma leve cuando los gritos en el interior se convirtieron en una sinfonía de dolor y desesperación sin límite.
Y unos momentos después, el sonido cesó, y quedó solo él esa habitación, de pie, sonriente, victorioso, sin nada en el universo que pudiera interponerse en su camino.

—En este mundo, yo soy el rey.

Fue sencillo salir del lugar y embaucar a la mujer de la entrada, diciéndole prácticamente las cosas que quería oír; después de todo, sólo necesitaba el tiempo suficiente para cruzar el umbral de la puerta de esa cárcel, y ya nada importaría después ¿Qué más daba si la gente sospechaba, o incluso denunciaba algo? La juventud y fuerza del cuerpo de Vicente eran algo estimulante y que deseaba disfrutar, pero él cargaba con culpas que haría que su apariencia fuera un gran peso en contra, mientras que el niño…

—Será mío –dijo para sus adentros, dándose el gusto de pensar en voz alta—. Será mío por completo, y podré tener todo lo que me merezco.

Eso no había sido parte del plan inicial, pero cuando descubrió que el amor de Vicente por el niño era en verdad tan grande y sincero, supo que ese era el camino perfecto para conseguir todos sus objetivos. El cuerpo de Vicente era lo que tenía, siendo fuerte, sano y lleno de energía, pero al mismo tiempo estaba envejeciendo, acercándose a la mitad de la vida ¿Qué podría ser mejor que usar entonces esa alternativa? Usando el cuerpo del niño no sólo tendría toda una vida para él, también tendría lo que por derecho le correspondió: juventud, un arma mucho más poderosa que la fuerza física de ese cuerpo adulto y que podría moldear a su gusto, y con total libertad.
Utilizar el automóvil fue todo un desafío, a pesar deI conocimiento dado por la observación y el manejo que, de forma remota, le había dado a través de la manipulación de Vicente. Pero hacerlo por propia mano era muy distinto, requería esfuerzo y concentración que no manejaba en profundidad; sin embargo, tenía toda la noche disponible para aprender a hacerlo bien, y la seguridad de que, al despuntar el alba, todo estaría bajo control. No se equivocó, y de hecho pudo dedicar las horas de la noche a la intemperie para dominar por completo el vehículo y poner distancia, además de dar un conocimiento más completo a su nuevo cuerpo; mientras se observaba con detenimiento en el espejo retrovisor, con la luz interna al máximo, no pudo menos que alegrarse del estado en el que estaba, y lo que ya estaba consiguiendo. Vicente estuvo tan cerca de librarse de su presencia, y fue un momento de gran confusión cuando atentó contra su propio cuerpo, teniendo en su interior el tipo de determinación correcto para enfrentarlo; levantó los cimientos de nuevas barreras protectoras, y estas habrían dado un resultado positivo, si no fuera porque se rindió, porque dejó de pensar en sí mismo, y antepuso a alguien más en el trayecto. Sabía, por lo que conocía del mundo a través de otros, que el sentimiento de amor de unas persones hacia otros era un motor sumamente poderoso, que incluso lograba anteponer la seguridad y estabilidad personal de otro, en vez de lo propia. Tuvo ganas de preguntarle a Vicente ¿Serías capaz de morir por tu hijo? Pero Vicente ya se había ido para siempre, junto con ese cuerpo asqueroso en el que él estuvo encerrado durante tanto tiempo; y muy pronto, cuando tuviera en sus manos a ese niño, podría hacer el traspaso de la misma forma, quedándose ahí para siempre, con el tiempo suficiente para moldear esa estructura a su antojo. Quizás es el futuro crearía un hijo, alguien con quien tuviera un lazo, y el tiempo para repetir la acción ¡Podría vivir para siempre! Y en cuanto a ese niño, la principal razón del amor que Vicente sentía por él, es que sabía que era débil, por lo que la misma situación que provocó una angustia sin límites en un adulto, conseguiría quebrarlo por completo, currado se viera a sí mismo encerrado en otro ser. ¿Qué podría ser mejor que eso? Cargaría con la culpa de dos muertes, y la locura sería la Justificación perfecta para explicar todo el daño hecho. “Eres malo papa”’, tienen que encerrarte. Soltó una carcajada en medio de la noche.


4


Iris hizo un esfuerzo más, y logró remover el peso del cuerpo sobre ella, pero se quedó paralizada al comprender por qué es que reinaba en ese sitio tanto silencio y quietud, y supo que nada en su vida iba a ser jamás como antes, que la calma y la alegría que conoció, se habían ido para siempre.

—Benjamín…

Aún estaba ahí, casi junto a ella, a tan sólo unos centímetros de poder tocarlo.

—Hijo…

Pero no lo tocó ¿Qué iba a hacer? Esa pregunta, en otras ocasiones tan sencilla, pero en esta, revestía una importancia tan fundamental, se convirtió en algo más allá de su comprensión y control. El qué y el cómo habían dejado de tener sentido, y jamás podría cambiar eso.
Aún estaba de rodillas, a muy poca distancia de ella, con el afilado cuchillo sostenido entre sus manitos, aun ejerciendo presión contra el cuello del hombre que permanecía inmóvil, boca abajo; por un momento desvió la vista hacia él, y sintió una nueva oleada de miedo al comprobar que incluso después de muerto, su mirada seguía teniendo el mismo tinte demencial y obsesivo que durante los últimos minutos de horror dentro de su casa. Ni siquiera la muerte lo había despojado de eso, por ese motivo es que, al abrir los ojos, ella pensó que él estaba vivo, que seguía tratando de hacer algo en su contra, sólo que a través de medios distintos. El pequeño seguía presionando el cuchillo contra el cuello, desde cuya herida brotaba la misma sangre que ella había sentido en el antebrazo, y su expresión no era otra que la del dolor y terror más puro que Iris jamás podría haber llegado a imaginar; en el momento de mayor peligro, presionado hasta el límite, él había empuñado el arma antes que ella, para salvarlos a ambos.

—Benjamín… suelta eso…ya terminó.

Su voz ahora era ronca, como si hubiese gritado mucho más tiempo del que realmente había pasado, o acaso era la histeria que se había apoderado de ella durante los frenéticos segundos previos al horror que estaba presenciando. El pequeño, con el rostro reseco y tenso hasta el punto máximo, estaba ahí quizás sólo en parte, siendo testigo de la acción cometida por sus propias manos pero al mismo tiempo sin querer dejar de realizarla, como si una parte de él le dijera que en ese movimiento estaba la única opción en el mundo de mantenerse a salvo. Como si a partir de ese momento supiera que nada en la vida iba a volver a ser seguro otra vez.
Levantó la mano izquierda, con lentitud, y la acercó al niño, pero a medio camino cambió de opinión, y enfocó el movimiento en las manos que aún sostenían el mango del cuchillo; no se negó a soltarlo, aunque la visión del arma ensangrentada, suspendida por la penetración en la carne del cuello fue más abrumadora que lo que había contemplado un momento antes, porque en esa inmovilidad pudo comprobar que, en efecto, el hombre estaba muerto. Hizo acopio de fuerzas y pudo salir de debajo del cuerpo, el que quedó tendido boca abajo, en medio de un charco de sangre que de todas formas no podría disimular la tétrica expresión en el rostro, que se había quedado marcada a fuego, incluso más allá de la muerte; se sintió cansada, con un dolor y agotamiento expandiéndose por todas las articulaciones y nervios. Arrodillada es el suelo, inspiró aire a la fuerza, y miró a dirección al niño, que a la distancia de un brazo de ella, permanecía en una posición muy similar, de rodillas, aunque en su caso, su expresión era la que decía mucho más que la posición en la que se encontraba su cuerpo, como si el terror y la angustia se hubieran mezclado con el dolor, convirtiendo su rostro en una amalgama de sufrimiento mucho más marcada que las lágrimas ahora tan secas sobre la piel como los ojos en las cuencas.
¿Sería prudente tocarlo? Todavía estaba ofuscada por la baja de adrenalina, por lo que no estaba teniendo la rapidez mental necesaria que unos momentos antes para procesar la información; tenía ganas de abrazarlo, de cobijarlo entre sus brazos y decirle de alguna manera que él pudiera entender, que eso se había terminado, que ella con su amor lo protegería de todo cuando llegara el momento apropiado. Que aunque ambos hubiesen estado sometidos a ese horror, ella lograría alejarlo de él. Sin embargo, al mismo tiempo otra parte de ella le decía que esto no era posible, que si el niño había comprendido, o sido capaz de actuar por instinto de preservación en esa situación crítica, eso abriría una puerta que jamás debería tocarse a tan corta edad, haciendo saber a su joven mente que las hadas y los héroes no existían, y que se encontraba en un mundo cruel donde las heridas del alma jamás pasaban, y hasta las personas que más amabas podrían tratar de destruirte. En su interior, también, pensó ella, estaba un dolor que era real pero que no saldría del todo hasta que las cosas se hubieran calmado un poco, y ese dolor tenía que ver con lo que, como mujer, había perdido, de forma concreta en ese instante, pero desde antes sin saberlo a ciencia cierta, porque por mucho que quien la hubiera atacado fuera una especie de monstruo sediento de sangre, que se atrevió a tratar de dañar incluso a su propio hijo, en resumen de cuentas, era Vicente, el hombre al que amó por tantos años. Tuvo un instante, muy breve por suerte, en el que la realidad de esa pérdida, tanto personal como humana, se convirtió en algo real y de una importancia aplastante, significando al mismo tiempo cosas tan enormes como la desaparición total de alguien a quien amaba con todo su corazón, como otras mucho más sutiles, como la pérdida del tacto, y el conocimiento concreto de que nunca más iba a poder ver al hombre que le sonreía de esa forma, que cuando estaba recostado junto a ella la miraba con ojos soñolientos y rozaba su costado con los nudillos. Sintió por un momento unos enormes deseos de llorar, pero por suerte ese cúmulo de sensaciones no siguieron el curso, y pudo saber a ciencia cierta que podría concentrar sus escasas fuerzas en lo que era necesario hacer. ¿Alguien diría algo respecto a que ella lo abrazara? ¿Alguien podría, dentro del escaso tiempo que pasaría, decir que el pequeño era es realidad culpable de algo?

—Benjamín, hijo. Ver con mamá.

El niño no levantó la vista, ni dio señas de haber escuchado las palabras de ella, sumergido en un abismo más profundo quizás, incluso, que la mortífera realidad que lo rodeaba. Al fin Iris rompió la distancia entre ambos, y alargó el brazo hacia él, tonándolo de la barbilla con extrema suavidad.

—Mírame por favor.

Lo dijo con la mayor delicadeza de la que fue capaz, pero el pequeño no dio muestras de reaccionar de ninguna forma; por primera vez pudo mirarlo directo a la cara.

La puerta de la casa se abrió producto de un golpe o algo similar, y aunque en efecto debería ser algo que llamara su atención de forma poderosa, no lo hizo; el rostro y los ojos del niño ocupaban todo su rango visual.

—Iris.

Fue la voz de Juan Miguel. No estaba demasiado cerca, por lo que, de seguro, sólo la vería a ella de espalda, y a su izquierda, la sangre y el cuerpo inmóvil.

—Sal –dijo con una voz que le sonó irreal—. Llama a la policía.
—Iris…
—Sal –repitió con más fuerza—. No debes estar aquí.

Él tuvo un instante de vacilación, pero luego ello escuchó que los pasos, hasta ese momento detenidos en el umbral, devolverse, y la puerta cerrarse tras ellos. Más apagada, sintió la voz de su amigo, de seguro hablando con la policía.
Pronto vendrían.



Próximo capítulo: Una simple sonrisa

No vayas a casa Capítulo 27: Reacciona




Antes de que pudiera asimilar de forma consciente que la voz que escuchó a la distancia era la de su hijo, el instinto se lo dijo y la hizo reaccionar, aunque esto fue al mismo tiempo qué él lo hacía. Una gélida e inhumana sonrisa apareció en sus labios, transmutando la desconocida expresión anterior en una mueca salvaje e incontrolable.
El vaso cayó de su mano.

—Será mi primera diversión real.

Algo en su gesto, o quizás en la respiración, hizo que Iris supiera al instante que todo había cambiado de forma definitiva, y que el tiempo para los pensamientos había terminado para siempre; pero fue más que eso, se trató de una reacción similar a la de un animal en caza, que activado por la presencia de la víctima, pasaba de la observación a la acción. Él soltó una especie de bufido, mientras inspiraba y sus ojos, aquellos ojos antes cristalinos, parecían iluminarse por causa de una fuerza por completo incontrolable. Iris reaccionó en una milésima de segundo, y al mismo tiempo que él volteaba y levantaba el brazo para empujar la puerta, ella alcanzó uno de los cuchillos de la mesada y corrió hacia él, empuñándolo con fuerza.

— iNooo!

Con precisión casi quirúrgica, clavó el cuchillo en el antebrazo derecho, causando un horrible grito por parte de él; sin detenerse a mirar ni a pensar en nada, empujó la puerta de vaivén y corrió con todos sus fuerzas, mientras en segundo plano escuchaba el grito de él, mezclado con otro sonido que no conseguía identificar. Subió las escaleras a toda velocidad, llegando a tiempo al segundo piso para ver a Benjamín saliendo del cuarto; en ese momento, verlo con su pijama y una evidente confusión en el rostro, provocada de seguro por los gritos y estar despertando, no hizo ningún efecto en ella, más que decirle que era necesario darse prisa, ya que él no podría reaccionar de la manera apropiada.

— ¡Ven acá!

Se apresuró hacia él y lo tomó en sus brazos, intentando no distraerse en su expresión ahora más confusa y definitivamente asustada por su voz al punto de la histeria.

— ¡Mamá!

El pequeño soltó un grito de miedo, que a pesar de surgir un instante antes, no le dio tiempo a reaccionar de la forma adecuada; apenas estaba girando el cuerpo para regresar a la escalera, cuando percibió la cercanía de otro cuerpo, y todo se revolvió.
Impulsada por la fuerza de él, cayó de espalda, perdiendo el control de sí misma y a la vez, no pudiendo mantener en sus brazos al pequeño; por un momento todo se volvió oscuro, y de inmediato el juego de colores pasó frente a sus ojos, convirtiendo el techo y el suelo en una sola cosa. Activada como por resorte se volvió y logró ponerse de rodillas, descubriendo que por causa del brutal empujón de él, había caído un par de metros más atrás, mientras el niño estaba en el suelo, casi al borde de las escaleras.
El hombre se arrojó casi a cuatro patas en el suelo, llegando con una asombrosa rapidez hasta el pequeño, al que tomó de los hombros, acercando su cara a la suya, sonriendo de forma desquiciada, soltando respiración jadeante y entrecortada. En el brazo derecho había una gran mancha roja, pero no señas del cuchillo con el que ella lo había atacado.

—Contigo, estaré aquí para siempre.

Iris se impulsó producto de una fuerza interior que no conocía, pero que la dotó de la energía necesaria para reaccionar a toda velocidad, sin medir consecuencias para sí misma ni el nivel de peligro al que podría estar expuesta; entró a su cuarto a toda potencia, y tomó del pequeño mueble a poca distancia de la entrada el espejo de tocador que reposaba en él, empuñándolo como un arma, de forma similar a como lo había hecho con el cuchillo tan sólo unos segundos antes. Salió del cuarto mientras él continuaba sacudiendo al pequeño, que lloraba incesantemente presa de un terror más allá de su comprensión, y gritando de forma desesperada, asestó un golpe directo en la cara. El espejo se destrozó en mil pedazos, que volaron en todas direcciones mientras el marco de madera y la base se quebraban por efecto del impacto; él fue arrojado hacia la izquierda, mientras el niño se soltaba de sus manos y caía como un bulto hacia la derecha, nuevamente a sólo unos milímetros del borde de los escalones. Iris no sintió el rechazo en los músculos de los brazos ni el daño en la resistencia física, sólo se concentró en avanzar y tomar entre sus manos al pequeño, que en un terrible estado de shock sólo atinaba a quedarse en el suelo sin hacer nada más. Logró tomarlo a medias de un brazo y de la cintura, y sin tiempo que desperdiciar, comenzó a bajar atropelladamente las escaleras, con un único objetivo en mente, que era llegar hasta la puerta de salida; nada más importaba, no podía pensar en otra cosa, y estaba en la obligación de concentrar todas sus fuerzas en llegar hasta ese punto y conseguir escapar; sin embargo, en medio de la cacofonía que se había formado en sus oídos, no pudo escuchar bien lo que estaba a punto de suceder, por lo que tampoco tuvo el tiempo, nuevamente, de reaccionar de la forma apropiada. Cuando faltaba la mitad del tramo de escalones para llegar hasta la planta baja, sintió nuevamente un impacto, físico, pero esta vez fue mucho más localizado, un tipo de golpe diferente; esta vez sostuvo con fuerza a Benjamín entre sus brazos, mientras descubría que todo era fruto de un nuevo ataque, en esta ocasión en la forma de un empujón con las manos, que la arrojó de costado contra la pared. A punto estuvo de perder el equilibrio, pero se mantuvo, sólo para ver el rostro de él a una mínima distancia, y sus manos tomarla por los hombros para sacudirla violentamente contra la pared.

— ¡Tú no puedes detenerme!

El primer golpe hizo que se le nublara la vista, aumentando la sensación de temor producida por esa voz irreal que rugía contra sus tímpanos. Estaban pasando tan sólo milésimas de segundo, pero era el tiempo suficiente para saber que no iba a ser capaz de resistir mucho, que el agarre de sus dedos terminaría por soltarse, y quizás ella perdería el conocimiento antes de poder hacer algo efectivo para proteger a su hijo. Un segundo embiste contra la pared de la escalera, escuchó su propia voz soltando un gemido de dolor, y otra vez gritó como poseída, pero en esta ocasión para volver a pasar a la acción; arriesgándolo todo, mantuvo sujeto a su hijo con la mano derecha, mientras con la izquierda se sujetó del hombro de él, y usó la fuerza del embiste provocado para arrojarse en su contra. Durante un momento estuvieron demasiado cerca, suspendidos como si estuvieran flotando en la nada, y luego el suelo desapareció bajo sus pies y otra vez todo alrededor se volvió una mancha de colores y formas que pasaban a toda velocidad, al tiempo que sentía los golpes, uno en el mentón, otro en la espalda, y muchos otros a medida que caían por la escalera; intentó dejar a su hijo en el escalón antes de empujar a su atacante, pero sólo lo logró a medias, disminuyendo el impacto sobre él y absorbiéndolo ella. Algunas milésimas de segundo después estaba en el suelo del primer piso, revolviéndose en sí misma para poder ponerse de pie, mientras trataba desesperadamente de enfocar la vista y encontrar a su hijo, que en medio de todo el ruido que nublaba su entendimiento gritaba y lloraba por ella. El mentón le dolía más que todos los otros golpes, y provocaba una suerte de temblor en toda la cabeza, pero supo que no tenía tiempo, que de nuevo estaba a una distancia mínima de la puerta y al mismo tiempo de la causa de ese mortal peligro que amenazaba a ambos; dando un barrido rápido vio que él también estaba al pie de las escaleras intentando reponerse, y que a la herida profunda en el brazo se sumaban una serie de cortes en el lado derecho de la cabeza; gruñía de forma animal, mientras su jadeo era poco menos que otro tipo de gruñido, tan amenazador como lo que había hecho dentro de los más recientes segundos. Benjamín estaba semi arrodillado sobre un escalón, llorando de forma casi convulsiva, a cinco peldaños del primer piso, y de forma definitiva incapaz de moverse; pero no tenía heridas visibles, al menos eso le causó una momentánea ola de calma en medio de la desesperación a la que estaba sometida. Pero él estaba demasiado cerca, a punto de volver a ponerse de pie, como si los golpes lo afectaran menos de lo que debieran; Iris estaba poseída por la adrenalina, pero aún con ello tuvo un instante de lucidez para saber que lo mismo que había ocurrido en dos ocasiones podría volver a repetirse en una tercera, y si bien había tenido suerte, lo más probable era que en la siguiente las cosas no fueran así. No podía confiar en alcanzar otra vez a su hijo y correr hacia la salida, porque él estaba igualmente en el trayecto, dispuesto a todo por alcanzar a Benjamín, quien era sin dudas su objetivo primario.
Tenía que detenerlo a él, al menos el tiempo suficiente para que Benjamín estuviera a salvo.

— ¡Benjamín, tienes que salir ahora!

Su propio grito sonó irreal incluso para ella, dotado de una fuerza rayana en la locura, pero que hizo que el pequeño reaccionara y enfocara entre su llanto la vista en ella; el terror dibujado en su pequeño rostro surcado por lágrimas parecía haberse marcado a fuego, sin embargo la mujer pudo entender que él había comprendido, que el llamado de urgencia de su madre estaba por sobre todas las cosas. Se puso de pie con sorprendente rapidez, bajando los escalones de forma atropellada, pero sin perder el equilibrio.

— ¡Corre, corre, corre!

Al mismo tiempo que ella decía esto, él se incorporó y dirigió también al pequeño su mirada, y levantándose elevó las manos en un gesto de adelantarse a los hechos, dispuesto a impulsarse y atraparlo con lo que en esos momentos parecían garras. Iris siguió dando a gritos la orden y se arrojó contra él, sujetando entre sus manos su cara y empujando con todas sus fuerzas; durante una terrorífica fracción de segundo quedaron enzarzados en un forcejeo, al mismo tiempo que el pequeño pasaba junto a ellos.

— ¡Sal de la casa, corre, corre!

Iris logró sostenerlo contra la baranda de la escalera el tiempo suficiente para que el niño llegara al fin a la planta baja, pero la fuerza de él era por mucho superior; si bien no pudo soltarse del agarre de ella, tuvo la oportunidad de mover el brazo izquierdo el espacio suficiente, y darle un bofetón a mínima distancia. Iris sintió el remezón en la cabeza y el latigazo en el cuello, pero siguió gritándole a Benjamín que corriera y saliera de ahí, utilizando toda su energía en detenerlo; ya no importaba nada, seguramente algún vecino escucharía algo, o el niño sabría ir hacia la casa de Jacinta, distante tan sólo una vivienda de la de ellos, lo que pasara con ella no importaba, no se rendiría, pero el esfuerzo habría valido la pena si con ello lograba ponerlo a salvo. Un segundo golpe, un tercero, y perdió la fuerza en las piernas y en los brazos, derrumbándose sobre la escalera, mientras todo comenzaba a ensombrecerse. Cayó sobre el costado izquierdo en los escalones y trató una vez más de fijar la vista. Creía haber detenido al atacante el tiempo suficiente para que el pequeño saliera, pero la sorpresa la inundó cuando vio que la puerta de salida estaba cerrada.
¿Dónde estaba Benjamín?
Logró recuperar algo del control de sí misma y se incorporó, a tiempo para ver que el niño corría hacia la puerta de la cocina ¡No había fuma de escapar! A pesar de los golpes que había recibido, y de la debilidad general que estos y el esfuerzo físico le causaron, supo que aún no podía rendirse, que ese monstruo que estaba en el interior de su casa seguía siendo una amenaza para ambos, pero sobre todo para su hijo.

“Por favor –rogó mientras luchaba por levantarse–, tengo que salvarlo, no puedo dejar que le haga daño”

Luchó y luchó con más ahínco, viendo pasar las cosas en cámara lenta, teniendo disponible un tiempo irreal, en donde pudo ver al monstruo bajando el último peldaño, dirigiendo su movimiento hacia el niño distante de él tan sólo un par de metros. ¿Cómo podía contrarrestar esa fuerza sobrehumana, cómo poner a distancia a su hijo de esa criatura, contra quien los golpes no parecían ejercer efecto alguno? Sin embargo, el brazo de él sí estaba ensangrentado y sí, la había golpeado, pero con el brazo izquierdo
Entonces lo vio.
El cuchillo con el que ella lo había atacado estaba a muy poca distancia de la puerta de la cocina, justo en la trayectoria que torpemente llevaba el niño, sollozante y angustiado. El atacante pasó junto al sofá, en una carrera que comenzaba a ser desbocada y que sin duda le permitiría alcanzarlo antes de que consiguiera tocar la puerta de vaivén de la cocina. Sin saber cómo, Iris logró ponerse de pie, y en una acción completamente desesperada, corrió con todas sus fuerzas, rodeando el sillón por la derecha, esta vez con la vista fija en el cuchillo y no en el pequeño; tuvo una increíble claridad de pensamiento, la suficiente para ver y entender las cosas con más detalle aún de lo que había visto milésimas de segundo antes. Pudo ver por el rabillo del ojo cómo la furibunda expresión de él era atravesada por la sorpresa de verla a ella regresar al enfrentamiento, y de qué forma su actitud corporal en medio de la carrera cambiaba, tornándose más violenta, y acaso también más insegura.
Inclinó el cuerpo en la carrera, esforzándose por no pensar y no sentir nada más que aquello que ocupaba su campo visual; a pesar del fuerte impulso de llegar hasta el niño, abrazarlo y acogerlo en sus brazos, en ese momento eso no serviría de nada, se convertiría más bien en una tercera oportunidad de ser atacada por él, y aunque estaba poniendo fuerzas más allá de las que tenía, no sabía hasta qué momento podría resistir y mantenerse en la batalla.
No había nadie más en el mundo en ese momento; el atacante no podía salir de esa casa, y si era necesario, ella tampoco.
Rogó que sus fuerzas fueran suficientes, que su temple no fallara ahora que había llegado a un nivel de entendimiento pleno de la situación en la que se encontraba, en que aunque hubiesen pasado sólo unos momentos, la vida entera había dado un vuelco y su accionar tenía que estar de acuerdo con el nuevo escenario.
El niño sintió los gritos y los gruñidos mucho más cerca de él y ralentó su huida, volteando hacia atrás con el pánico dibujado en los ojos; Iris vio que el monstruo que los atacaba estaba mucho más cerca de él que ella y además poseído por esa fuerza inexplicable que hasta ese momento lo había dominado, y supo que era la única oportunidad que tendría.
El metal plateado de la hoja del cuchillo en el suelo brillaba entre las marcas de sangre en él, casi como un trofeo caído desde una repisa, un cruel y frío premio que esperaba por las manos que lograran alcanzarlo y blandirlo en primer lugar.
Iris se arrojó con desesperación hacia el cuchillo, con las manos como garras hacia él, sabiendo que todo dependía de ese objeto.
Cayó de bruces sobre el suelo, sintiendo en ese preciso instante cómo la distancia entre ella y el atacante disminuían al máximo; aun estando en el momento mismo de su impacto contra el suelo, pudo sentir que él estaba arrojándose también, que lo había hecho al ver que ella tomaba esta acción desesperada, intentando ganar en esa jugada inesperada y sorpresiva. Ella se revolvió en sí misma para poder mirar hacia arriba, y el cuerpo de él cayó sobre el suyo como una sombra mortífera y amenazadora.


2


Cuando abrió los ojos, Vicente no supo dónde estaba ni lo que había ocurrido hasta dentro de un momento.

— ¿Qué sucede?

Su voz sonó como un eco a la oscuridad, sin nada que le diera a entender qué era lo que estaba sucediendo.
Jacobo.
Recordó entonces lo que había pasado poco antes, y la forma en que se enfrentó a Jacobo, dispuesto a terminar de una vez por todas con aquella amenaza que había destruido toda su vida.
¿En dónde estaba?
No podía ver nada a pesar de tener los ojos abiertos ¿o sería eso una sensación, pero no la realidad? Se acercó a Jacobo y lo abrazó, en un intento por desestabilizarlo, como sabía que estaba haciendo desde antes. Se dijo que él nunca había recibido ni sentido amor, mucho menos estado en contacto físico con alguien, lo que a fin de cuentas resultó alimento fácil para sus malos sentimientos, y permitió que su odio creciera más y más, enfocándose en todo lo que no tenía; había sido manipulado como un objeto, en parte gracias a su propio odio, que alejó y terminó por matar a sus propios padres, tras lo cual se quedó solo por completo. Concluyó entonces que la única forma de detener el avance incontrolable de sus poderes era darle algo que jamás había tenido, la sensación de contacto físico, a través de la cual podría transmitir mucho más que con las palabras, que según el propio Jacobo eran fuente de mentiras y engaños. Y Jacobo de alguna manera sabía que eso era real, que había verdad en esa intención, ya que cuando sintió que se estaba acercando, se asustó y trató de alejarlo; pero ya era tarde, Vicente ya estaba mucho más cerca de él y el poder con el que había cerrado las puertas y manipulado el aire alrededor se disolvió, incapaz de realizar la acción que quería por estar atenazado por el miedo a la cercanía. Concluyó que, de la misma forma en que antes su poder no podía estar de forma permanente sobre su mente, ahora el poder sobre sí disminuía al estar en presencia de otra persona, incluso si se trataba de su propia víctima.

— ¿Dónde estoy?

Pero algo no estaba bien ¿Se habría desmayado ante el enorme esfuerzo realizado en ese momento? Sintió una especie de grito desgarrado, pero era algo que no tenía una descripción posible, porque era algo completamente fuera de este mundo.

—Vicente.
— ¿Jacobo?

Aun no veía nada alrededor, ni era capaz de moverse; se dijo que quizás estaba inconsciente después de la experiencia vivida, que quizás en un esfuerzo por liberarse, Jacobo había desplegado su máxima fuerza, la misma que unos momentos antes lo había arrojado al suelo. ¿Es que acaso el poder que antes desplegó con tanta fuerza, había cambiado de forma, ocultando entonces de toda luz, aquella fría habitación?
Pero no estaba durmiendo. De alguna manera supo que no estaba inconsciente, sino por completo despierto, sólo que incapaz de ver con claridad, y de moverse. Quizás estaba siendo aprisionado por la fuerza que lo lanzó al suelo, y Jacobo, en un intento de autoprotegerse, hizo que las luces se apagaran.

—Vicente.
—Jacobo, esto se terminó.
—Aún tienes valor para seguir hablando.
—Ya no tienes el mismo poder sobre mí.
—En eso tienes razón.

La afirmación hizo que se sintiera nervioso ¿Por qué de pronto sonaba tan tranquilo y autocomplaciente? De pronto la luz se hizo dentro del sitio, y Vicente soltó un alarido de terror.

—Estás en mi reino, y aquí yo soy el rey.

Estaba viendo a Jacobo, pero por primera vez no a su cuerpo, sino a su mente; quiso cerrar los ojos, pero estaba atrapado sin poderlo evitar, sus párpados adheridos de una forma inexplicable, obligándolo a ver sin detención el horrible espectáculo.

— ¿Te gusta este lugar?
— ¿Dónde estoy?
—Estás dentro de mi mente.

Jacobo era un cuerpo inmóvil en la vida pero ¿Qué era ahí? ¿Acaso esa horrible imagen que le resultaba imposible dejar de ver era la representación que él tenía de sí mismo? ¿Qué tan torcida podía en realidad estar su mente como para visualizar algo como eso?
Su cuerpo era una especie de cadáver desollado, en el que la piel había sido arrancada, dejando todo el conjunto de músculos y terminales nerviosas al rojo vivo; pero esto iba mucho más allá, porque había algunas zonas en donde el músculo no existía, podía ver con horrible claridad los tendones y nervios colgando sin tener en donde sostenerse, y el hueso recubierto de una sustancia gelatinosa casi transparente. Una serie de largos tubos cuyo origen no estaba dentro de su campo visual llegaban hasta el cuerpo, y se internaban por los orificios rectal y urinario, haciendo que los bordes de piel sanguinolenta lucieran desgarrados, en decenas de cicatrices hechas y vueltas a hacer; estos tubos también se internaban por las fosas de la nariz, y uno más por la boca, pero habiendo penetrado por la mejilla, en donde la abertura escurría una mezcla repugnante de sangre y bilis. En ese momento notó que el vientre estaba abierto de costado a costado, dejando a la vista los putrefactos e inmóviles órganos internos, mezclados con los extremos de los tubos que horadaban la carne desde el exterior. Una sustancia gomosa de un color indefinible pasaba a través del tubo en la boca, la que al estar desprovista de piel como el resto del cuerpo, no era más que parte de una calavera recubierta por membranas al rojo, ensangrentadas y casi por completo transparentes. El extremo del tubo se movía, dirigiendo la sustancia hacia la garganta, que sufría una convulsión al recibir por la fuerza aquel contenido; unos instantes después, dicha sustancia aparecía visible a través de la abertura del vientre, convertida en un líquido de color amarillento, poblado de unas diminutas esferas negras. En el interior del estómago, donde los órganos estaban desprovistos de movimiento, los otros tubos buscaban como si se tratara de ventosas con dientes minúsculos que rastreaban sobre la inerte superficie, succionando milímetro a milímetro en busca del objetivo; una vez encontrado, tras una ruta de lesiones y nuevas heridas en la superficie, los extremos dentados daban con su objetivo, absorbiendo y causando nuevas convulsiones que, igual que estertores mortíferos, se extendían en el tiempo, posando a formar parte del ritmo de la respiración del cuerpo. El rostro desollado, desprovisto de cabello, no era más que una calavera, incapaz de dar forma a emoción alguna, esto debido a que en ella, a diferencia del resto del cuerpo, no había músculos, y sólo se veía una membrana muy ligera, cubierta por miles de diminutos terminales nerviosos que, a pesar de no estar conectados por efecto de la destrucción física, se convulsionaban a espasmos irregulares, siendo capaces de transmitir una agonía y perpetua señal de dolor. Los ojos, sin embargo, permanecían completos, posados en las cuencas y sostenidos por débiles nervios, sin párpados que pudieran protegerlos de la sangre en suspensión a sólo milímetros de ellos, incapaces más incluso que el rostro en su conjunto de realizar cualquier tipo de expresión, pero al mismo tiempo, fijos, enfocados en él y en su propia mirada.
Entendió entonces que lo que estaba viendo era la representación mental que Jacobo tenía de sí mismo, y que iba mucho más allá de lo que él, desde el exterior, habría podido suponer. La voz de Jacobo, que no provenía de ese cuerpo, pero tampoco de ningún sitio en particular, se encargó de dar una respuesta, como si  descifrara sus pensamientos al igual que antes.

— ¿Sorprendido? —dijo con una voz sosegada que hacía, por contraste, aún más desagradable el atroz aspecto que lucía en esos momentos– Entiendo que lo estés, porque hasta hace un minuto debes haber estado convencido de poder derrotarme.

Vicente estaba siendo presa de la morbosa visualización de esa estructura física, dominado por un sentimiento de angustia y nerviosismo que parecía ser controlado por alguien que no era él. ¿A qué se refería con decir que estaba en su mente?

— ¿Qué lugar es este?
—Ya te lo dije, estás dentro de mi mente, este es mi reino.
—No puede Ser.
—Es natural que no lo creas con facilidad; después de todo, ese ha sido mi plan desde un principio. Yo quería que vinieras a mí.

La declaración sonó mucho peor en su mente de lo que habría significado en otro contexto. No, no podía ser.

— ¿A qué te refieres?
—En algún momento llegaste a la conclusión –explicó la voz— de que quien fuera que estuviera “detrás” de los hechos que te ocurrían, por fuerza tenía que ser alguien de tu pasado, porque la planeación del ataque en tu contra habría llevado muchísimo tiempo. Tuviste razón, excepto por un detalle, y es que en esto no hay nada improvisado, todo es parte de lo que planeé para que vinieras a mí.
—No, eso no puede ser –respondió con nerviosismo—. Tú estabas asustado, no querías que me acercara a ti.
—Vicente, no te esfuerces en tratar de demostrar que estás en lo correcto, porque no es así. Has sido mi títere, mi juguete desde el principio. Porque yo lo quise así.

Vicente sintió un escalofrío, o una sensación muy similar al escuchar eso; sí, había sido influenciado por él, pero en ningún caso un títere. Había luchado contra esa sensación.

—Estás desesperado porque perdiste el control, porque no hay un rango ilimitado de daño que puedas hacerme, y porque tu poder sobre mí disminuye cada vez más.

Sin embargo, la voz replicó con calma a sus palabras.

—Vicente, yo nunca he querido hacerte daño.

3

Juan Miguel avanzaba a alta velocidad en la motocicleta, pero tuvo que detenerse un instante en un semáforo. Aprovechó la oportunidad para ver la hora es el reloj de muñeca, y comprobó que estaba en el tiempo planeado, por lo que llegaría en tres minutos. Sin embargo; sintió la necesidad de llamar otra ver, aunque es esta ocasión, en vez de marcar el número de Iris, dio la orden al mando a distancia de llamar a la casa. Escuchó por el audífono un tono, dos.

—Vamos, contesta Iris, contesta.

Dos tonos más, pero siguió sin contestar. La luz en el semáforo cambió de color, y Juan Miguel desistió de seguir intentando; algo le dijo, sin saber muy bien qué, que las cosas no estaban como deberían en esos momentos. Iris debería haber contestado el móvil o el fijo, pero no hizo ninguna de las dos cosas.
Aceleró.

4

—No, eso no es posible.

Estar prisionero en esos momentos, en la forma en que fuese, había pasado a un segundo plano; lo de verdad importante era lo que estaba escuchando.

—Desde un principio –explicó la voz con un toque inconfundible de satisfacción— he querido hacer algo contigo, pero hacerte daño no es mi fin último. Ha sido sólo un medio.
—Siempre dijiste que querías destruirme, has hecho todo por arruinar mi vida.
—Arruinar no es igual que destruir.
— ¡Me usaste para asesinar a Renata! Causaste la muerte de una persona.
—Vicente, te va a resultar muy difícil entender lo que ha estado sucediendo, y eso es porque yo lo he querido así.
— ¿Qué?
—Esto es lo que he querido desde el principio: que vengas a mí. Por eso es que he estado hablando en tu cabeza, para lograr crear ante ti un panorama que pareciera completamente real. Primero, tenía que entrar en ti, y eso no fue difícil una vez que aprendí a salir de aquí, y entrar en tu cabeza; pude haber provocado tantas cosas, y en el camino me pregunté muchas veces cuáles eran los métodos apropiados en este caso. Tuve que aprender mucho, a identificar cuáles eran tus sentimientos más profundos, tus miedos y las cosas más importantes. Llegué a conocerte tanto que me dabas asco.

Los palabros ahora eran frías e impersonales, pero al mismo tiempo demostraban mucho del verdadero sentimiento, oculto hasta ese preciso instante, bajo numerosas capas de mentiras.

—Pude usarte como un juguete para hacerte matar, pude obligarte a creer a mí como una voz real que te aconsejaba, y manejar tus sueños a mi antojo, pero hay algo que me faltaba. Necesitaba de algo más, un paso definitivo para ambos. Fue entonces cuando descubrí que daría mejor resultado intentar alejarte, que mantenerte cerca y controlado.

La voz de la Conciencia. La voz a la que escuchó, y a la que acto seguido comenzó a temer, cuando supo que algo peligroso se escondía tras esas palabras amables y melosas. La voz que le dijo que quería destruirlo, la que fue soltando, gota a gota la verdad, liberando recuerdos, desbloqueando escenas.
La voz con vida propia que hizo tambalear todo lo que tenía.

—Descubrí que si te daba una esperanza, por mínima que fuese, te aferrarías a ella y lucharías por mantenerla a flote a cualquier costo. Y esa esperanza era reunirte con tu esposa, y no perder a tu hijo.
— ¿Por qué? ¿Para hacerme más daño?
—No. Para traerte ante mí. ¿No lo ves? Cuando comenzaste a tratar de localizarme, estabas decidido —adoptó un cruel tono de desprecio— a hacerme abandonar, a que creyera en tu arrepentimiento y dejar de lado tus intenciones; conseguí hacer que creyeras en la mentira más grande de todas: que podías hacer algo al respecto.

Vicente no fue capaz de articular palabra.

— ¿Por qué no viniste a matarme? Ya tenías una muerte en tus manos, perfectamente podrías cometer otro asesinato, pero esa opción que te habría salvado, estaba eliminada para siempre desde el interior de tu ser. Cuando descubriste la muerte para la que te utilicé, no solamente entendiste que tenías que utilizar todas tus fuerzas para tratar de detenerme, también me permitiste crear un bloqueo en tu mente, que te haría imposible volver a matar; de esta manera, después de la muerte, la única opción que te quedaba disponible ante algo que no podías desechar de tu mente, era convencerme de dejar de hacerlo.

Vicente no pudo replicar a estas palabras tampoco, mientras el silencio de Jacobo hacía más efecto, y daba más cuerpo a sus dichos. ¿Entonces era eso, al final todo era parte de un plan para atraerlo a ese sitio?

— ¿Qué es lo que realmente pretendes? —dijo al fin.
—Hay algo que tú tienes que yo necesito desesperadamente. Y que ahora que te atraje hasta aquí, ahora que te metí en mi mente, ya puedo conseguir.



Próximo capítulo: Hasta que no respires

No vayas a casa Capítulo 26: Lo que yo quiera

Libro tres: En el túnel


Capítulo 26: Lo que yo quiera


Iris sintió que había pasado mucho tiempo ahí, de pie frente a Nadia, en el umbral de la puerta de su casa; se sintió cansada, vieja, como si a través de los últimos minutos hubiese perdido la vitalidad, y la juventud que hasta unos momentos antes tenía. Aún faltaban un par de años para cumplir los cuarenta, y sin embargo, su percepción de sí misma en esos momentos era la de una mujer mayor, cargada ya por suficientes años como para enfrentar esa situación.
Nadia no estaba cómoda a esos momentos, eso se notaba a simple vista; de todas formas, era por completo comprensible que lo estuviera, siendo ella el tipo de persona que era. Se trataba de una mujer de carácter fuerte, acostumbrada a enfrentar las más diversas emergencias de salud, Siempre dispuesta a poner al servicio de quien lo necesitara sus amplios conocimientos, mano firme y voz segura; de pronto, sucedió algo que interpretaba como un accidente, y lo enfrentaba con su habitual ánimo, evitando entrar en pánico y analizando el caso con la frialdad necesaria. Luego, ocurría algo sorpresivo, yunto con esa sorpresa venía también todo el cúmulo de sentimientos que antes no habían tenido lugar, por pensar y analizar las cosas con detenimiento; apareció, sin duda, el mismo temor que debe haber experimentado al momento de ser atacada, y de inmediato, a la luz de los recuerdos recuperados, la confusión, la inseguridad, y por supuesto, la rabia. ¿Cuántos sentimientos podía causar el descubrir que alguien en quien has confiado, que estuvo en tu casa y se preocupó por ti como un amigo, es en realidad alguien más peligroso de lo que jamás creíste? ¿Qué puede pasar por tu cabeza cuando alguien a quien ayudaste poco tiempo antes, y a quien estás tratando de ayudar, se vuelve en tu contra como movido por una fuerza sobrehumana? Pero Nadia no lo interpretaría fuera de los parámetros de la ciencia, que era su lugar de vida.

—Iris.
—Yo —se sintió débil, pero no se movió del sitio en el que estaba; la expresión de Nadia no era posible de interpretar en esos momentos, o acaso su impacto era demasiado grande para llegar hasta el significado—. Nadia, te juro que no sé qué decir, no sé lo que está sucediendo…

Volvió a quedarse sin palabras, y este nuevo acceso nervioso, sutil pero tan característico para alguien que ejercía la medicina, hizo tambalear la fuerte autodefensa que la otra mujer había preparado para sí misma; pero no cedió.

—Escucha Iris, como te dije, eres mi amiga y jamás quisiera que pasaras por esta situación. Pero estoy demasiado involucrada, no puedo… —hizo una pausa muy breve, suficiente para controlarse—. No puedo estar aquí. Tomé el auto y vine a decirte esto porque creo que es lo correcto, pero no puedo quedarme.
— ¿Qué vas a hacer?
—Lo siento, pero tengo que dar aviso a las autoridades.

La policía. Iris sintió Una nueva oleada de pánico, al imaginar que la policía se llevaría a Vicente; su vista se desplazó hacia un punto tras Nadia, en donde estaba su automóvil, un City car de color gris pálido. Pero no había alguien más en el vehículo.

— ¿Viniste sola?
—No es algo de lo que sorprenderse, me encuentro en perfecto estado —aclaró la otra—. Sebastián aún no sabe nada de esto, enloquecería si se lo lo contara, pero como te dije antes, Vicente es ahora una persona peligrosa, tanto para sí mismo como para quien sea fue esté cerca.
—No sé qué es lo que voy a hacer —murmuró con voz ahogada, sin tener más fuerzas—, es como si todo se hubiera convertido en un infierno y no sé cómo salir de él.
—Por desgracia, no puedo ayudarte —sentenció la mujer en voz baja—. Tendrás que enfrentar esta situación tú sola, y te recomiendo que seas fuerte y pienses de forma fría; no debes olvidar que Vicente es alguien peligroso, si pudo atacarme, también puede ponerte en peligro, o a Benjamín.

Escuchar el nombre de su hizo la hizo dar un respingo, y estuvo a punto de decir, casi de forma automática, que no era posibles, que Vicente nunca haría algo malo en contra de su propio hijo. Pero el recuerdo tan reciente del pequeño en su cuarto, asustado como jamás lo había visto, pidiéndole con todos sus fuerzas que lo mantuviera a salvo, hizo que callara su voz. Definitivamente no estaba pensando con claridad, y lo supo cuando se escuchó a sí misma diciendo algo que no tenía ningún sustento.

—Nadia, por favor perdónalo, estoy segura de que él jamás habría querido hacer algo como eso.
—Si estuviera en sus cabales, yo concordaría contigo, pero no es así.
— ¿Podrías? ¿Podrías al menos…? Sé que es demasiado pero… Si sólo pudieras darme unas horas para encontrarlo, para evitar que la policía…

Nada la hizo callar con un gesto de la mano, muy similar al que habría hecho para hacer que un niño guardara silencio; estaba dando lo máximo de sí misma para mantener la calma, y al mismo tiempo para evitar que ella cayera aún más profundo.

—Iris, si supieras cómo encontrar a Vicente, ya lo habrías hecho, no te hagas esto. Escucha, lo mejor que puedes hacer ahora es ocuparte de Benjamín. Tal vez convenga que pase unos días fuera.
—Sí, había pasado en eso ayer por la noche.
—Es lo mejor en este caso.

Hizo ademán de irse, pero decidió decir algo más.

—Iris, escucha, espero que hagas lo correcto.
— ¿A qué te refieres?
—Sé que amas a Vicente y que quieres protegerlo, pero no te equivoques; no lo encubras por Favor.

Sin decir más, dio media vuelta y caminó rápido hacia el city car, al que subió tras un leve titube; Iris Se quedó mirando el vehiculo irse por la calle, de la misma manera a que su tranquilidad se iba para siempre de su ser.
Cerró la puerta y se quedó un momento de pie, inmóvil con la espalda apoyada en la madera y la vista perdida, sintiendo un estremecimiento. ¿Encubrirlo? Por supuesto, Nadia fue a hablar con ella para avisarle de cuáles serían sus pasos a seguir a partir de ese momento, pero al mismo tiempo para tomar el pulso de la situación y advertirle que no cometiera ninguna tontería; aunque haya estado tan tensa y sometida a una situación difícil de enfrentar, aun tuvo la humanidad de ir hasta ella, de intentar disminuir el mal trago y ser ella, alguien que la conocía, que le diera la mala noticia en vez de dejar eso a manos de la fría autoridad. Era una buena persona, pero nada podía hacer ya por ella.
En ese momento, nadie podría.
Fue extraño, porque pasada la sorpresa inicial, y la sucesión de golpes emocionales que recibió, una vez que Nadia se marchó, no sitio deseos de llorar, o una irrefrenable angustia que la oprimiera. No sentía nada de eso, Y no es que no le importara, porque de hecho era una situación demasiado grande y compleja. Pero en ese instante no había lugar para las lágrimas, sentía como si la acción de llorar fuera demasiado simple y vacía, algo por completo fuera de lugar en medio de un escenario tan complejo como el que estaba enfrentando. Apenas unas horas antes era su vida normal, con los avatares del trabajo, un proyecto nuevo por delante y una familia feliz, ahora se sentía horriblemente sola.
Tuvo deseos de sentarse y cerrar los ojos, cubrirse la cabeza y no querer oír, pero supo al instante que no había opción para eso, que tendría que ser más fuerte de lo que jamás antes había sido. Fue a la cocina, sintiendo sus propios pasos débiles y temblorosos, y tomó con mano insegura un vaso del aparador; mientras miraba sin ver el agua caer desde la llave, se preguntó qué tan ciega había sido en realidad hasta ese momento. Desde que su padre enfermó, y su deterioro mental se convirtió en una ruta descendente sin retorno, tuvo la seguridad en su interior, de que ya conocía todo lo necesario, que ya había escuchado los términos, conocido los potenciales diagnósticos y entendido todas las implicaciones. Pero ahora, enfrentada de la noche a la mañana a un hecho de tal magnitud, era como si todo lo que en su momento supo, no tuviera la más mínima utilidad, igual que los conocimientos desactualizados que se veía añejos e inútiles en comparación con lo nuevo.
Cuando se llevó el borde del vaso a la boca, y percibió la frialdad del cristalino líquido, notó lo secos que tenía los labios y la profunda sensación de desasosiego que la embargaba; tenía el estómago vacío, pero no era capaz de ingerir nada más fuerte o pesado que el agua, y quizá, fuera mejor así. Tenía que mantenerse serena y calmada, y evitar a toda costa que Benjamín la viera en ese estado, más aún después de las revelaciones hechas por él hacía tan sólo unas horas. Se ponía tensa sólo de recordar la forma en que se expresó y el miedo reflejado en su voz; a tan corta edad, su hijo había quedado expuesto a un tipo de agresión muy poco común, que no tenía nada que ver con violencia al interior de la familia, pero a la vez provenía de una de las dos personas en las que más confiaba en el mundo. Sin golpes ni gritos, él ya conocía el miedo.
Cuando dejó el vaso sobre la mesada, escuchó que alguien estaba en la puerta de entrada de la casa.


2


Juan Miguel estaba terminado de ordenar una maleta pequeña en el cuarto; tenía que  hacer un viaje corto a mediodía, pero prefería de gar todo preparado desde la primera hora de la mañana, antes de trotar. Lo mataba tener que ausentarse a tan sólo horas de la desaparición de Vicente, pero el compromiso había sido realizado tiempo atrás y resultaba ineludible. Su ánimo estaba bajo en comparación con lo habitual y era entendible, ya que tanto Vicente como Iris eran personas que le importaban mucho. Si bien no conocía muy en profundidad a lris, siempre la vio como una mujer fuerte, inteligente y excepcional en su trabajo, mientras que Vicente era su amigo desde hacía tiempo, y las cosas que los diferenciaban eran en definitiva su mayor fuente de admiración. Recordó la reunión que tuvieron, y que Vicente, si bien estaba algo estresado por los asuntos que lo aquejaban en el trabajo, pudo despejarse un poco de eso y relajarse, entregándose al agua y disfrutando de esos minutos Sin pensar en nada más. Y muy pocos días después, todo había cambiado.
Un momento.
Cuando habló con Iris la noche anterior, le dijo que lo único que le había llamado la atención de Vicente durante el tiempo que se vieron fue un golpe en una pierna; era una especie de deformación profesional fijarse en las lesiones de la personas, así como en la postura corporal, ya sea que fuera en un contexto deportivo o en la vida diaria.
Pero en realidad, sí había pasado algo que él no había considerado.
La noche anterior, cuando hablaron del asunto, le preguntó a ella si había considerado que pudiese estar pasado algo desde antes que Viente desapareciera, y ella sospechó que algo relacionado con el pequeño Benjamín podría tener vínculo con el estado en que se encontraba su pareja, pero no quiso profundizar en detalles. Él mismo, sin embargo, había dejado pasar un detalle sucedido la misma jornada en que estuvieron nadando, vale decir cuando ni siquiera había salido de su anterior trabajo: en un momento tuvo una reacción un tanto extraña, y le dijo que había sentido que alguien le hablaba.

—Oh cielos.

Él no era ningún experto, pero según lo que le dijo Iris, su temor era que Vicente en verdad estuviera experimentando una enfermedad mental, como su padre varios años antes. ¿Y Si en realidad todo eso sí pasaba, pero desde artes que pudieran advertirlo? Miró su reloj de pulsera y vio que eran las siete menos veinte, lo que significaba que Iris ya estaría en pie, como le dijo el día anterior, preparando la salida de casa de su hijo para continuar con su búsqueda. Decidió que, aunque se tratara sólo de un antecedente, lo mejor sería ponerla al corriente, además que quería recordarle que estaría disponible dentro de un par de horas para seguir apoyándola en la búsqueda de Vicente. Marcó el número de lris, pero al marcar el primer tono cambió de opinión y tomó la decisión de ir en persona a verla. En la motocicleta le tomaría diez minutos llegar.


3


Iris salió de la cocina justo a tiempo de ver la puerta abriéndose; sabía que sólo había una persona además de ella que tenía llaves, de modo que no era posible que se sorprendiera al momento de verlo entrar.

—Hola, querida.

Se quedó muy quieta, de pie a un costado del sofá, mientras él cerraba la puerta y permanecía en actitud despreocupada, con las manos en los bolsillos; llevaba una remera de color verde opaco que le quedaba grande con pantalones de un tono de gris, que tampoco era de su talla, y zapatos oscuros. Su cabello lucía desordenado, en apariencia algo sucio, lo que hacía más notorias las heridas que tenía: el parche en la cabeza, los moretones y rasmilladuras en los antebrazos, el labio inferior hinchado, la zona enrojecida en la frente, haciendo borde del ojo derecho. Sonreía.

—Es un placer estar aquí, haber podido venir a casa.

No habría sido siquiera necesario que hablara para que las cosas quedaran claras; en el preciso momento en que lo vio, Iris supo que ese hombre parado con total normalidad a sólo un par de metros de ella, bajo el techo que durante años la había cobijado, no era Vicente.

—Y dime cómo ha estado tu día.
—No muy agitado hasta el momento  —respondió ella.

Él hizo un asentimiento, sin percatarse de que esa pregunta e apariencia inocente, escondía algo tan significativo como que nadie preguntaba cómo había ido el día cuando ni siquiera daban las ocho de la mañana.

—Fantástico.

Benjamín estaba en el segundo piso ¿Qué hora era, en dónde estaba el teléfono celular? En la noche estaba en modo de bajo volumen, pero estaba segura de haberlo tomado del velador ¿podía realmente haber pasado tiempo suficiente como para que el despertador en el cuarto del pequeño lo despertara? Iris sintió un extraño frío en su interior, una sensación desagradable pero al mismo tiempo fortalecedora, que eliminó de un golpe todos los miedos e inseguridades que había hasta hace sólo un minuto atrás. En ese momento, por sobre todas las cosas, Benjamín tenía que salir de esa casa, y permanecer lejos de él.

—Iré a la cocina a tomar algo. Podrías venir.
— ¿Tomar algo? —respondió, divertido, con una amplia sonrisa iluminando su rostro— Creo que sería maravilloso.

Pero no se movió del sitio en el que estaba; Iris sentía que el tiempo pasaba a un ritmo excepcionalmente lento en algunos aspectos, de forma que podía apreciar con detalle cada pavorosa diferencia entre el sujeto que estaba ahí, todavía con las llaves en la mano, y Vicente. Estaba de pie, dejando la mayor parte del peso en la pierna izquierda, con lo que producía un ligero quiebre en la cadera; las manos en tanto, estaban a la altura del abdomen sosteniendo las llaves con dedos como garfios y el mentón alzado, dando una apariencia altanera al rostro; Vicente, en tanto, siempre que estaba de pie lo hacía apoyándose en ambos pies, separados casi en línea con los hombros; las manos nunca estaban en los bolsillos del pastalón más que un instante, y cuando sostenía algún objeto en las manos, lo hacía utilizando poca fuerza en ello, no con agitación ni tensando las articulaciones. Su mentón jamás estaba tan elevado, ni siquiera si estaba molesto por algo
Vicente nunca, en todos los años que se conocían, le habría dicho “Querida”
Pero por supuesto, era muchísimo más que eso, no se trataba de gestos, posturas corporales y palabras solamente. Era algo más, algo que sólo ella, que había dormido con él, que lo había visto reposar en la cama, pensando en nada, que lo había mirado mientras comía distraídamente, o tomaba el jugo directo del cartón, podía saber. Ese hombre que estaba ahí, dentro de su casa, bajo la apariencia de Vicente, no era él, y el peligro que representaba eso llegaba a límites que en ese momento no alcanzaba a imaginar. Pero no tenía tiempo para eso, estaba obligada a hacer algo de inmediato, lo primordial era marcar sus pasos, controlar la situación y sacar a Benjamín de la casa. Caminó con lentitud hacia la puerta de la cocina, y recién en ese momento él la siguió, a paso lento y a cierta distancia.
“Que mantenga la distancia, que no se me acerque”
¿En dónde diablos estaba el teléfono celular? Necesitaba recordarlo, y mientras alargaba un paso tras otro, sin perder de vista a quien la seguía a cierta distancia, se esforzó por expandir la misma concentración que le permitió ver cada detalle de su apariencia, y localizar en su memoria la ubicación del teléfono; cuando se levantó, tono el móvil y apagó la alarma, ya que su sueño había sido de verdad muy ligero; entonces recordó que lo había dejado en el segundo piso, dentro del cuarto, antes de bajar ante la devastadora llamada de Nadia…
En el silencio de la mañana, podría escuchar el despertador musical de Benjamín. Por todos los cielos, estaba programado para cinco minutos antes de las siete, lo que quería decir que podría sonar y despertarlo en cualquier momento.
Entró a la cocina y rodeó la mesa donde almorzaban, sintiendo otra vez esa lejanía de los objetos y el lugar que la rodeaba, de igual forma que si ahora estuviera en una propiedad que fuese a vender; quizás era mejor así, que desapareciera el sentimentalismo en pro de algo mucho más grande.
Tomó dos vasos desde el mueble y puso ambos sobre la mesa, tras lo cual levantó la vista y se encontró con él, de pie tras la puerta; oh Dios ¿Había tratado de cerrarla? Por suerte eso no era posible, ya que se trataba de un pestillo que sólo funcionaba oprimiendo un mando en la pared. Calculó que estaban a dos metros de distancia, sólo con dos potenciales salidas, una de ellas que daba al patio trasero, y la otra que la devolvería a la sala, dejando la línea directa hacia la escalera del segundo piso. Lo más aterrador en ese momento era que la escalera era la única vía para llegar y salir del segundo piso ¿Cómo podría sacar a Benjamín si él estaba obstaculizando el paso desde abajo? Sacó con lentitud del refrigerador un jarro con limonada dulce, que sirvió hasta la mitad del vaso, de forma lenta y pausada, alargó la mano sobre la mesa y dejó el cristalino objeto del otro extremo, mientras notaba que, de momento, no iba a ser capaz de hablar. Le dedicó una mirada que intentó fuera desprovista de la ola de sentimientos que la embargaba y, sin ser capaz de sonreír, asintió, dando consentimiento a la acción. Él se quedó mirando el objeto sobre la mesa durante unos segundos, como si no comprendiera del to do lo que estaba sucediendo; al fin, se inclinó un poco y alargó el brazo, tomando entre los dedos con una mirada que podría ser de discreta sorpresa. Pero no se acercó el vaso a los labios para beber.
En ese momento, mientras Iris estaba en esa tensa espera, se escuchó una voz desde el segundo piso.

—Mamá.



Próximo capítulo: Reacciona

No vayas a casa Capítulo 25: Alguien cerca de ti




— ¿De qué manera me puedes ayudar?

“Sólo tienes que dejarme hacerlo. Deja de negar que me escuchas, y deja que te ayude. Hay algo violento en ti, pero puedes controlarlo, con mi ayuda”

Estaba en el baño de una clínica, mientras una amiga agredida por él estaba en tratamiento y su esposo estaba a punto de llegar; estaba junto a su esposa sin haberle dicho lo que sabía que ocurrió, y aun así, algo se interponía entre la cordura y el presente, algo seguía sin tener total sentido, y era que él estuviera pensando en esas cosas con la distancia suficiente como para pensar en alternativas.

“Nadie lo sabrá”

—No quiero herir a nadie.

“No lo harás”

— ¿Con tu ayuda?

“Con mi ayuda”

— ¿Qué tengo que hacer?

“Aceptar que soy la voz de tu conciencia”

—Acepto que eres la voz de mi conciencia.

“No quiere herir a nadie”

—No quiero herir a nadie.

“No quieres hacer daño”

—No quiero hacer daño.

“Quieres que te ayude a controlar esa parte violenta que hay en ti”

—Quiero que me ayudes a controlar esta parte violenta. No quiero herir a las personas que amo.

“Nadie lo sabrá”

—Nadie lo sabrá.

“Te ayudaré”

—Me ayudarás.

“Soy tu conciencia”

—Eres mi conciencia.

“Soy quien te escucha, quien te ve y quien sabe lo que es lo mejor para ti. Puedo ayudarte, si me dejas”

—Ayúdame. Ayúdame a no ser quien no soy.

“Así será”


2


Iris bajó a paso lento y silencioso la escalera; jamás se había sentido tan nerviosa ante un hecho tan sencillo como que alguien tocara a la puerta de su casa.
Llegó abajo, cruzó la sala y se quedó un momento quieta, mirando la madera de la puerta, sin reaccionar.

—Vamos, vamos.

Respiró profundo y abrió. La sorpresa fue grande al encontrar a Nadia del otro lado del umbral. Estaba en una tenida casual poco habitual en ella, muy rígida, de brazos cruzados, mirándola con una expresión que no atinó a identificar.

—Nadia, qué sorpresa.
—Supongo que Vicente no ha aparecido.

Las palabras la descolocaron, pero lo que más lo hizo fue el tono; no estaba hablando como profesional ni como amiga, sino como una mujer enfadada, o quizás determinada.

—No, no ha llegado aún. Disculpa, pasa por favor.
—No es necesario —replicó la otra mujer con severidad—, no voy a entrar a tu casa.

De alguna forma sonó violento, incluso agresivo, aunque no había hablado con más dureza que un segundo antes; Iris frunció el ceño.

—Disculpa, no entiendo ¿ocurre algo?
—Ocurre algo.
—Nadia, disculpa pero no comprendo; sabes que estoy preocupada por Vicente y agradezco que hayas venido, pero…

La otra mujer hizo un gesto imperceptible, pero que fue suficiente para que Iris guardara silencio, a pesar de no saber muy bien por qué.

—Escucha, esto no es fácil para mí, espero que lo entiendas.
— ¿A qué te refieres?
—Pero sé que es mucho más difícil para ti, y es por nuestra amistad que estoy aquí.

Iris asintió de forma vaga, aunque no era necesario que diera el pie para que Nadia siguiera hablando; sin embargo, se sintió extrañamente asustada por su forma de expresarse, como si de alguna forma sus modos y la extraña presentación quisieran decir algo que ella no alcanzaba a comprender.

—No entiendo.
—Ayer en la noche, muy tarde —explicó la otra—, recordé qué fue lo que pasó cuando me golpearon.

Hasta el momento, en las conversaciones que tuvieron tras el ataque, Nadia se había referido a ese hecho como “accidente”

—Lo recordaste.
—Lo siento Iris, eres mi amiga y eres la última persona a quien quisiera hacer pasar este momento, pero no puedo guardar el secreto. La persona que me atacó, fue Vicente.

Iris sintió un temblor en la mandíbula, más reacción involuntaria que acción pensada. Porque no estaba pensando en lo que pasaba.

— ¿Qué?
—Vicente fue a mi casa esa noche —explicó la otra mujer, con intensidad que reflejaba que no era tampoco para ella un trago fácil de pasar—, quería ayuda de mi parte, como profesional, porque estaba preocupado, por lo que le estaba pasando. Dijo que estaba ocurriendo algo en su mente, que creía escuchar voces; también dijo que te había golpeado.

Iris se quedó un momento sin reaccionar; y luego, la imagen de Vicente esa misma noche, en la casa, actuando en lo que ella pensó en ese momento, era un poco extraño, quizás estresado.

—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante su sorprendida mirada. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

— ¿Vas a salir papá?

Miró a ambos de hito en hito, durante más tiempo del necesario para responder a una pregunta tan sencilla. Al final no contestó y se alejó de la mesa de la cocina.

—Vuelvo en muy poco tiempo.

Salió de la cocina, dejando a ambos sin responder a esa pregunta; Iris le dedicó a su hijo una mirada de cariño y le dijo que en seguida volvía, y apresuró el paso hacia la sala, para interceptarlo.

—Vicente.

Volteó y la miró a los ojos; la expresión de él en esos momentos era indescifrable.

—Vuelvo en un rato.
—Vicente, son casi las nueve treinta de la noche ¿Adónde vas?
—Te digo después ¿De acuerdo?

Iba a continuar caminando, pero ella se interpuso en su camino antes que superara el sofá.

—Mejor dime ahora. De repente te pusiste muy extraño ¿Qué es lo que ocurre?
—No está pasando nada ¿Qué podría pasar?

Ella frunció el ceño, mostrándose disgustada ante esa pregunta; era una actitud extraña en realidad, como si escondiera algo.

—Tal vez podrías decírmelo tú ¿Por qué estás así?

Él se revolvió un poco incómodo, como si le costara trabajo pensar en una respuesta apropiada. Pero al final lo hizo, con un tono de voz algo alterado, pero en general, normal. O eso fue lo que ella quiso escuchar en ese instante.

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva, no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

—Escucha, es sólo que me siento un poco estresado, el día no fue tan bueno en realidad, tuve mucha carga de trabajo.

Lo cual contradecía todo lo que él mismo le había dicho al momento de llegar cuando le preguntó por su primer día en el nuevo empleo; todo eso era extraño, tanto la actuación de él como las circunstancias en que se daba. Ahora era como una espectadora con muy buena visual de lo que en ese momento no era tan importante.

—Eso no fue lo que me dijiste antes.
—Lo sé, es que estoy emocionado, supongo que la emoción me ganó —estaba hablando muy rápido—, todo está bien con el trabajo, nada más algo de cansancio, fue un día largo, incluso no me di cuenta de la hora que era y salí más tarde; saldré un rato, volveré en seguida, en serio.

Ella cedió, apartándose del camino pero sin dejar de mirarlo.

—No te tardes.
—No, claro que no.

Esbozó una sonrisa torpe y fue hacia la puerta, tomando las llaves con un gesto poco controlado; Iris pensó en ese momento, lo recordaba con claridad, que no era para ponerse tan preocupada, que sólo era un poco de estrés y nada más. Que Vicente estaba recién entrando en un nuevo empleo del que no tenía queja, pero sí una cierta carga desde el anterior. Que eso era todo.

En la madrugada, la despertó el sonido del teléfono. Era Sebastián, muy preocupado y nervioso, contándole a tropezones lo que había sucedido, casi al borde de las lágrimas.
—Comprendo —dijo con tono tranquilizador cuando él hizo una pausa—; Sebastián, hasta este momento no hemos sabido nada. Los é, vamos a estar al pendiente ¿De acuerdo? Por favor llámame tan pronto sepas algo.

Iris colgó y dejó el teléfono en el pedestal cristalino del velador, y volteó hacia él con la misma expresión de preocupación en el rostro.

— ¿Qué pasa?
—Al parecer Nadia desapareció.

Vicente frunció el ceño, sin comprender.

— ¿A qué te refieres con desaparecer? ¿Pelearon?

Iris negó con la cabeza. Dios, lo estaba recordando todo con tanta nitidez y tan rápido, que sintió ganas de gritar.

—No, Sebastián dice que todo estaba como de costumbre, además sabes que ellos dos nunca pelean; anoche él salió a comprar algo, y cuando volvió, Nadia no estaba, salió como si hubiese ido a la tienda de la esquina, pero sin el móvil ni nada. Sebastián no ha sabido nada de ella hasta ahora, llamó a todo el mundo y nadie ha tenido noticias suyas.

—Es muy extraño pero ¿No habrá ido a atender a algún paciente? A lo mejor se trataba de una emergencia.
— ¿Hace más de diez horas? —replicó ella con escepticismo— De cualquier manera, él pensó lo mismo, pero su maletín está en la casa al igual que el móvil, y está preocupado, dice que por lo que vio de su ropa, salió con la tenida que estaba en casa ¿Qué puede haber pasado?

— ¿Te dijo algo más, lo notaste muy…nervioso?
—Claro que está nervioso ¿Cómo estarías tú si yo me esfumara y no llegara a dormir ni avisara?

Era una pregunta retórica, y Vicente trató de evadir la pregunta hecha por él mismo y lo inoportuno del comentario.

—Lo que quiero decir es, qué está haciendo él en estos momentos.
—Llamó a la policía, pero ya sabes que tienen esa normativa en que si una persona no lleva desaparecida más de 24 horas, no puedes hacer la denuncia por desgracia presunta; es una tontería, uno sabe cuando está pasando algo con una persona del entorno cercano, es una tontería…

—Cariño, tienes que estar tranquila, no hay mucho que podamos hacer, creo. Voy a buscar un vaso de agua ¿Quieres algo?
—Nada, gracias.

Se mostró preocupado. Estaba nervioso, pero se mostró asombrado, confundido, preocupado…

—Vicente fue quien ¿te atacó?

Sintió que su expresión debía ser la imagen misma del patetismo, parada en el umbral de su puerta mientras su familia se despedazaba por una verdad que no había podido siquiera sospechar.

—Lo lamento Iris, pero es así.

Sintió un intenso frío en su interior ¿Qué es lo que se supone que iba a hacer? No era sólo que estuviera desaparecido, ni que a su hijo le causara miedo, era algo más, era que ya había pasado a la acción, que había atacado a Nadia, a una amiga que ambos conocían desde hacía mucho tiempo.

—Yo… —se quedó sin palabras, por un momento muda ante la enormidad de lo que estaba descubriendo— Yo no sé qué decir…

Nadia suavizó un poco la expresión de su rostro.

—No pensé ni por un momento que lo supieras; si hubieses sabido, me lo habrías dicho.

Sonaba casi como una acusación.

— ¡Desde luego que sí! Nadia, no puedes llegar ni a pensar que…
—En este momento no estoy proyectando nada, sólo estoy remitiéndome a los hechos, a lo que puedo recordar con claridad —hizo una breve pausa en la que suspiró—. Escucha, esto tampoco es fácil para mí, y entiendo que Vicente, que es probable que él en verdad tenga una enfermedad mental, tal como te lo dijo a ti antes de desaparecer, y como me lo dijo a mí antes de atacarme. Si yo no hubiera sufrido ese periodo de amnesia, quizás podría haber ayudado a que no desapareciera ahora.

Pero ese episodio de amnesia era el mejor escenario luego de haber sido atacada por alguien de la contextura de Vicente. Y después de eso, ambos habían salido a buscarla ¡Oh por Dios! El propio Vicente la había encontrado.

—Yo…Nadia, no sabes cuánto lo siento, esto… es algo que no puedo entender, que haya sucedido…

Se volvió a quedar sin palabras cuando, a lo lejos, escuchó el sonido del despertador en el cuarto, que había olvidado apagar. Ese sonido la transportó al cuarto, a una parte en el armario en donde, tan sólo minutos antes, había encontrado ropa de Vicente, sucia y escondida.
Que no era la misma ropa que llevaba el día en que atacó a Nadia.

Sintió nuevamente deseos de gritar.




Fin del libro dos.