No vayas a casa Capítulo 14: Una mano sobre tu hombro




"Vicente"

Se trataba de un recuerdo muy vívido; Vicente estaba en su oficina, solo, sentado ante su escritorio, con la pantalla con el fondo animado de la empresa, que todavía no cambiaba por uno personalizado. Había sido un largo día, aunque satisfactorio.

"Vicente"

Tuvo un ligero sobresalto; esa voz estaba sonando con demasiada claridad, demasiada fuerza como para ser una simple voz almacenada en su mente. Se puso de pie, notando recién en ese momento el cansancio en las articulaciones; al fin que en toda la jornada sólo fue a almorzar, ni siquiera tuvo que salir a la bodega, ya que no fue necesario. Se estiró, pensando en que además de buscar un sitio alternativo para almorzar, también sería bueno localizar una buena cafetería a la que ir a despejarse durante un par de minutos.

"Sé que me oyes"

Volvió a sentarse; varios habían mencionado su nombre, pero nadie le había dicho algo como eso. Cerró los ojos un momento, masajeando las sienes con las yemas de los dedos, repitiéndose que eso no estaba sucediendo en realidad; las cosas no eran así, él en realidad...

"Sé que me oyes"

El sobresalto esta vez fue más genuino que la anterior; desplazó la mirada hacia la pantalla del ordenador, y verificó que estuviera apagado el reproductor de sonido, y de inmediato en el navegador que no existiera alguna pestaña abierta con música o algo parecido, pero sólo tenía trabajo y más trabajo. Seguramente eso era parte del estrés y no lo percibía como en otras ocasiones.

"No es estrés, sé que puedes oírme"

Se quedó muy quieto, mirando fijo la pantalla. No, no podía estar escuchando una voz estando solo en ese sitio ¿No sería alguien jugando una especie de broma?

"No"

Pero de las personas que conocía de su anterior empleo, y que estaban ahí, ninguna era de confianza: sabía quiénes eran, conocía sus nombres y en qué área estaban, pero nada más.

"No"

Miró de forma involuntaria en todas direcciones, a la puerta enfrente de él, a la puerta número cuatro que además tenía la placa con su nombre. Desde la posición en la que él estaba, en la esquina izquierda al frente estaba la mesa alta que dispuso con dos sillas, en donde una pirámide de cristal en tres dimensiones quebraba la formalidad de la oficina: ese espacio estaba reservado para alguna reunión más informal, o un cliente al que te conociera por anticipado y le invitara un café; a la derecha estaba la máquina expendedora de agua con su silencioso burbujeo, el pequeño mueble a un lado, y más atrás el mueble de acrílico azul donde reposaban una serie de muestras de los diversos materiales que vendía Seri—prod. A la derecha de su escritorio estaba el archivador de documentos, a la izquierda la estación de impresión, tan vistosa como pequeña a la vez, un modelo del año pasado, que no medía más de ochenta por noventa, amén del mueble incluido por la marca, que era un ligero pero inteligente armatoste con espacios para depositar en ellos los documentos copiados con total tranquilidad.
Estaba solo.

—No, no estoy escuchando esto, tengo que tomar un café para dejar de pensar tonterías.

"No son tonterías. Soy la voz de tu conciencia"

Estuvo a punto de soltar una risa al oír eso, pero se contuvo al instante ¿Qué clase de chiste podía ser ese? Sergio no parecía la clase de persona que gasta complejas bromas a sus trabajadores, o al menos la versión más actual de él no lo hacía ¿Quién podría entonces?

"Soy tu conciencia"

La voz de la conciencia. Frunció el ceño ante esa aseveración, como si de alguna forma pudiese ser cierto. Se decía que la conciencia era la voz interior, que te decía lo que era correcto y lo que no, estableciendo límites morales para las acciones de todas las personas.
Pero la conciencia no tenía una voz, se trataba de una expresión popular.

"Soy la voz de tu conciencia"

Basta, de dijo. Esto no está pasando, sólo estoy muy cansado, ha sido un largo día.

"Necesitas descansar un poco"

—Basta.

Al ponerse de pie, puso las manos sobre la cubierta del escritorio, mirando fijo al frente de la misma manera en que lo haría con alguien que estuviera molestándolo en esa oficina. Salvo que allí no había nadie más.

"Deberías salir un momento y tomar algo de aire"

—No, no es eso, yo...

Pero sí era lo que necesitaba, estaba pensando en eso justo un momento antes. No, era ridículo estar escuchando una voz que no provenía de ninguna parte, se trataba de una especie de alucinación causada por el cansancio y el estrés; sabía que un cambio brusco en la vida de una persona, como uno laboral, provocaba tensiones internas, e incluso podía cambiar el ánimo de alguien sometido a esa situación. Las cosas estaban mucho mejor que antes, su matrimonio era fuerte de nuevo, Benjamín estaba bien, Iris tenía más y más planes acerca de su nuevo empleo y él mismo se sentía contento con lo que estaba sucediendo, no había motivo para estar angustiado, aunque quizás sí un poco agotado. Además, de trataba del primer día.

"No me ignores Vicente"

Desplazó con lentitud la vista entre una esquina y otra de la oficina, como si de alguna forma ese barrido visual pudiese aclarar las dudas que comentas comenzaban a agolparse en su cabeza. Pero era la misma oficina que hace un instante atrás.

—Esto es solo cansancio. Estoy hablando conmigo mismo.

"Soy la voz de tu conciencia"

—La conciencia no habla.

"La mayoría del tiempo la gente no escucha a su conciencia, pero siempre habla"

Caminó hacia la esquina en donde estaba la máquina dispensadora de agua, sorprendiéndose de encontrarse más cansado de lo que esperaba; un tipo de agotamiento físico que hacía más lento cada movimiento. Mientras lo hacía, pensó en algo sin importancia, como la dirección de la empresa: la voz figurada en su mente era la misma que escuchaba salir de sus cuerdas vocales al hablar, pero la voz que estaba hablándole no era igual. No podía determinar un tono, o decir si se trataba de una entonación ruda, violenta o amenazante, ni siquiera si era ronca o suave; y sin embargo, tenía plena claridad de que no era la misma ¿Cómo identificarla? No era algo que pudiera describir, y al mismo tiempo sabía que no era su misma voz, que nunca antes la había escuchado de labios de ninguna persona, tan real y a la vez tan imposible de explicar.

— ¿Por qué haces esto?

"No he hecho nada"

No, en realidad no había hecho nada. Pero seguía sin ser normal que estuviera hablando solo ¿o estaba hablando con alguien más?

—Esto es ridículo.

"La mayoría del tiempo, la gente no escucha la gente no escucha la voz de su conciencia"

—Eso es porque la conciencia no habla.

"La conciencia siempre habla ¿Nunca has escuchado esa voz interior que te advierte de algo?"

Claro que sí; incluso era un dicho, o una expresión popular, hacer referencia a esa "vocecilla" que actuaba en momentos complejos. El Grillo que te hablaba en el oído, justo cuando estabas a punto de hacer algo fuera de la ley o de tus propios preceptos morales. "Escucha la voz de tu conciencia, y sabrás qué hacer" era una expresión común, hasta la decían en las películas, como una forma de explicar que la razón y el entendimiento venían del interior de cada uno. Pero entre eso y escuchar una voz de forma tan patente, existía distancia.

—Esto no es agradable, no sé por qué estoy hablando... así...

Estuvo a punto de decir "contigo" pero se detuvo a tiempo; sin embargo, si no estaba hablando solo ¿cómo definir lo que pasaba en ese preciso momento?

"No estás hablando solo"

Tuvo otro sobresalto; la voz no sólo estaba respondiendo lo que decía en voz alta, acababa de contestar algo oculto en sus pensamientos.

—Basta, esto no es normal.

"Es muy normal; soy la voz de tu conciencia, yo sé lo que piensas"

Se suponía que la conciencia era en realidad la voz del mismo sujeto siendo correcto, por lo que actuaba en momentos en que la persona estaba a punto de hacer algo que, de seguro, podría traer malas consecuencias.

"En ocasiones no me escuchas"

¿Y cuando sí? Se dio cuenta de que llevaba varios segundos con el vaso blanco con agua en la mano izquierda, sin moverse ni hacer nada, incluso sin percibir la frialdad del líquido que debería ser refrescante. Levantó el brazo y se acercó el borde a la boca, notando recién en ese momento que tenía los labios secos, como si hubiese estado respirando de forma agitada; no supo si era así o no.

— ¿Me has aconsejado?

"Por supuesto, para eso existo"

En ese caso dame una prueba, estuvo a punto de decir, pero otra vez de contuvo; dejó el vaso en el recipiente para descartables y miró hacia el escritorio, que por un momento le pareció estar muy lejos de él, como si la caminata de tan sólo un par de pasos a la máquina hiciese puesto entre ambos puntos una distancia incomprensible.

"Hay veces en que no escuchas lo que intento decirte"

— ¿Cómo cuáles?

Se escuchó decir, sin querer decirlo; sin embargo no dijo más, quedando a la espera de algo, queriendo y a la vez no, saber lo que iba a escuchar.

"En ocasiones me escuchas, y ganas"

Esa forma de hablar, era a la vez neutra, y tenía una entonación, aunque no pudiera definirla ni explicarla; era algo que estaba comprendiendo dentro de su cabeza como un hecho experimentado, no un aprendizaje.

— ¿A qué te refieres?

"Te di el consejo"

—  ¿Cuál?

"Que miraras en la pantalla de él. Que averiguaras.

Recordaba ese momento a la perfección; estaba en la oficina de Sergio, hablando con él de asuntos de trabajo en la otra empresa, cuando una llamada urgente exigió que el otro saliera por un momento para contestar sin ser oído. Se quedó solo en ja oficina sin nada que hacer, hasta que se le ocurrió mirar en la pantalla del ordenador, sólo para curiosear y ver algo que las buenas costumbres indicaban que no era correcto hacer.
Algo que él no habría hecho por iniciativa en otro contexto, en ningún contexto.

—Tú...

"Te aconsejé que miraras"

Él no habría hecho algo como eso. No era particularmente curioso, pero además de eso, le parecía incorrecto estar husmeando en la propiedad ajena. Se preguntó qué instinto o pensamiento infantil lo llevó a eso.

—Yo no habría hecho eso. No pretendía hacerlo.

"Pero tenías que hacerlo"

 — ¿Por qué?

"La conciencia no sólo es la voz que te habla, también es, en cierta forma, el oído que escucha"

Dejó de oírla, y por un instante no supo qué pensar o sentir; sin embargo, no tuvo tiempo para decidir qué era lo que sentía, porque otra vez escuchó la voz insustancial, en ninguna parte y al mismo tiempo junto a él.

"A veces, hay cosas que se dicen cerca de ti, pero tú no has escuchas. Yo sí"

No tenía intención de ver lo que pasaba en ese ordenador, y sin embargo lo hizo; se dijo a sí mismo que se debía a un instinto infantil, guiado por el aburrimiento, pero nada más.

— ¿De qué hablas?

"Si hubieras prestado más atención a lo que hablaban a tu alrededor, lo sabrías. Yo escuché que ellos hablaban, no muy lejos de ti. Yo sabía que te iban a traicionar"

La voz calló, mientras su mente viajaba a toda velocidad hacia los acontecimientos pasados ¿existía realmente la posibilidad de que Joaquín hubiese estado hablando con Sergio dentro de la Tech—live? No, él no tomaría ese riesgo, si hizo todo lo posible por ocultar sus intenciones, no haría tal cosa; pero por otra parte, Sergio sí estaba haciendo muchas cosas el respecto, prueba de ello fue esa misma situación.

"Yo te aconsejé que miraras, que investigaras"

Consejos. ¿Qué clase de consejos puede dar una voz que se supone no existe, quien puede tener más razón que la propia razón?
Sintió que respiraba con una cierta dificultad.

—Tú...

"Tenías que abrir los ojos, escuchar, ver y comprender. Yo te ayudé a que lo hicieras"

Desde un principio se había dicho que, de no ser por ese providencial accidente, no se habría enterado de todo ese asunto hasta que estallara delante de él; en cierto modo agradecía esa oportunidad, y al ver los resultados posteriores, de sentía contento, iniciando una nueva etapa en su vida. Todo se lo debía a esa extraña e inexplicable actitud.

— ¿Me ayudaste?

"En ese momento, hiciste caso de mis palabras, y gracias a eso es que ahora las cosas han cambiado"

La posibilidad de que un agente externo influyera en sus acciones resultaba chocante, pero si mismo tiempo...¿era en realidad un agente externo? ¿cómo referirse a algo que en teoría estaba en el interior de su ser, pero que al mismo tiempo actuaba como si no dependiera de él?

—Entonces tú me aconsejaste mirar en el ordenador.

"Sí"

Pero en ese momento, no había escuchado una voz; no se trató de algo específico, pero sí ocurrió algo. Lo que se dijo en su interior ¿qué era? Pensó en mirar la pantalla del ordenador que estaba en el punto opuesto a él, y al mismo tiempo se dijo que eso era ridículo, que no era su costumbre meterse en los asuntos de los demás; pero de todas maneras lo hizo.

—Tú sabías que estaba sucediendo algo, lo escuchaste.

"Escucho más allá de ti, cuando se trata de ti"

—Ese asunto no se trataba de mí si no estaba incluido.

Pero se reconoció mintiéndose a sí mismo; sí era su asunto, sí le importaba, le importaba lo suficiente como para ir hasta la oficina, a hurtadillas...

—Tú... ¿Qué más me has dicho?

"Te he dicho muchas cosas. Pero no siempre prestas atención"

— ¿Qué cosas?

"Te aconsejé que averiguaras la verdad"

— ¿Tú me aconsejaste que fuera hasta la oficina de Sergio en un horario no apropiado, para investigar acerca de él?

Silencio; seguía ahí, de pie junto a la máquina expendedora, aguardando nada, escuchando sin saber a ciencia cierta si quería seguir escuchando o no, y a la vez presa de una fascinación inexplicable.

"Sí"

Escuchar eso hizo que las cosas tomaran un cariz distinto; entonces todo estaba conectado, no era un accidente que estuviera en esa oficina, teniendo aquellos pensamientos, no era coincidencia que luego no pudiera dejar de pensar en ese asunto, al punto que se hizo necesario saber más, abrir las puertas que entre abrió poco antes, y terminar con esa incógnita que no lo dejaba en paz. ¿y qué hay de la impulsiva llamada a Sergio, de la idea repentina aunque no por eso menos efectiva, de hacer la propuesta arriesgada?

"Yo te aconsejé"

Cerró los ojos tan solo una milésima de segundo, y los entre abrió, encontrando otra vez la misma oficina, pero sintiendo casi como si la voz proviniera de alguien que estuviera junto a él, una presencia física innegable aunque invisible, una respiración caso imperceptible que daba paso a una voz clara, medida, suave, indefinible en toda su extensión y a la vez imposible de explicar.

—Tú causaste todo eso.

"No he causado nada. No puedo. Te ayudé a ver y oír, para que no estuvieras en la oscuridad"

— ¿Por qué?

"Porque la oscuridad es mala, causa dolor, pérdida y abandono"

—No puedes saber eso; se supone que eres tan solo...

"Soy la voz de tu conciencia, sé muchas cosas que has sentido"

Pero no debería. O, tal vez ¿por qué no? Después de todo, lo que sucedió tuvo un término más que satisfactorio para él, podía disponer mucho mejor de su tiempo, Iris podía comenzar a poner en práctica su iniciativa personal, lo que mejoraría la vida de ambos, y desde luego la de Benjamín.

— ¿En qué más me has ayudado?

"No siempre escuchas"

Sintió que un escalofrío comenzaba a formarse por el centro de la espalda; el golpe a Iris, aquella situación que...

"Quería que escucharas, que entendieras cómo acercarte a ella, pero no atendiste, y la golpeaste"

El escalofrío recorrió su espina dorsal como un rayo; la voz otra vez respondía algo antes de que él pudiera formular una pregunta pero ¿era de verdad necesario hacerlo?

—Yo no quería hacer eso.

"Quería que no lo hicieras"

—No, no es cierto —masculló en voz baja—, yo no quería hacerlo ¿me obligaste a hacerlo?

"La conciencia no puede obligarte a hacer algo. Yo sólo te hablo"

— ¿ Entonces por qué hice eso? Yo no quería golpearla.

"Querías hacer algo distinto, lo entiendo, pero no era lo correcto"

No, claro que no lo era.

—Vicente.

La voz lo hizo dar un salto esta vez; la puerta de la oficina de había abierto, asomándose Daniel, un hombre de no más de veinticinco que hacía aseo y diversas labores en la empresa. Lo quedó mirando con una expresión entre confundida y asombrada.

—Disculpe, pensé que no había nadie.

Se trataba de un hombre amable, con quien ya había cruzado un par de palabras; Vicente tardó lo que le pareció un tiempo muy largo en reaccionar, saliendo del estado en el que estaba antes para regresar a las tareas comunes y corrientes. Tragó saliva.

— ¿Por qué no iba a haber nadie?

Sonó cortante y frío, algo que el otro hombre percibió, aunque hizo un esfuerzo por ocultarlo; frunció levemente el ceño, pero si voz siguió siendo atenta.

—Creí que usted se retiraba a las seis.

No continuó, un poco a la expectativa; estaba parado justo en el umbral de la puerta, con esta tras sí y la mano derecha sobre el pomo, en descanso pero atento ¿tan duro se escuchó el hablar?

—Sí, trabajo hasta las seis.

Aún sonó cortante, pero menos que la primera vez; Daniel asintió dándole la razón, aunque en realidad no había necesidad de ello.

—Por eso pensé que no estaba, como ahora dan las seis treinta.

Lo dijo con voz y expresión calculadas para no tener ninguna inflexión; Vicente desvió la mirada hacia el reloj de pared que estaba en la esquina opuesta, tras la mesa alta: seis treinta y tres minutos. No era en tarde, estaba...
¿Cuánto tiempo había pasado? Estuvo mirando el reloj durante varios segundos, como si a través de la insistencia pudiera desmentir un hecho que estaba siendo evidente en ese preciso instante. Un reloj en una pared tenía más clara la hora que él.

—Sí, lo que ocurre es que yo...

No supo qué decir; faltaba poco para terminar la jornada, pero no eran aún las seis, mucho menos pasado el tiempo necesario para que fueran las seis treinta ¿cómo había pasado eso? Daniel pareció captar su sorpresa porque hizo ademán de salir.

—Disculpe, lo dejo solo.
—No, espera... —¿qué iba a decirle?— Lo lamento, no quise ser descortés, es sólo que estoy muy cansado.

Por primera vez su voz sonó natural, como él de verdad hablaba con cualquier persona; el otro hombre le dedicó una mirada de comprensión.

—Tal vez debería ir a casa a descansar.
—Sí, es cierto, eso es lo que voy a hacer. Gracias.
—Por nada.

El hombre salió, cerrando la puerta tras sí; Vicente caminó hacia el escritorio y se sentó pesadamente mirando la pantalla en reposo, donde una nave al estilo de las películas de ficción antiguas deambulaba por un espacio pintado de diminutas y brillantes estrellas; pasó mucho más tiempo del que creía ¿estaría durmiendo en realidad? No escuchó nada, otra vez estaba solo en la oficina, sin pensamientos confusos ni una voz inexplicable que respondiera preguntas que él aún no formulaba. Nada.

2

El viaje de regreso a casa había tenido un extraño sabor; desde hacía tiempo que no era necesario estar prestando tanta atención a todo lo que sucediera en las calles, y es que por supuesto, todo era nuevo en un trayecto que difería bastante del anterior y que utilizó durante años. Tendría que estar al pendiente de las intersecciones en donde podía formarse congestión, además de calcular con precisión los tiempos para no retrasarse; una vez en casa, después de saludar a Iris, fue directo a la ducha, sintiendo que necesitaba refrescarse y olvidar todo lo que había pasado durante la última parte de la jornada.
No sabía qué hacer ¿cómo explicarse ese extraño suceso? Él no sentía que fuese un sueño, parecía tan real…

“Es real”

Su vista se despegó del espejo de medio cuerpo y, casi de forma instintiva, lo hizo mirar en todas direcciones. Solo estaba él, con la camisa en las manos, al interior del espacioso cuarto de baño.

“No tengas miedo”

No era posible. No podía estar soñando de nuevo.

—Esto no está pasando.

“Sí, está pasando, soy la voz que te acompaña a cualquier parte”

Miró hacia la puerta, en ese momento cerrada, súbitamente angustiado ante la posibilidad de que Iris entrara y lo viera hablando solo. Pero no se sentían sus pasos ni su voz, y probablemente siguiera con Benjamín en la sala.

“Estás cansado”

Su respiración volvía a ser agitada, como si dentro del lugar el aire comenzara a disminuir y obligarlo a hacer un esfuerzo por mantener el ritmo normal; en el espejo, la púnica figura que se veía, era la suya.

—Esto no es agradable, me siento perseguido.

“No tienes motivo para eso. Sólo tienes que aceptar que soy la voz de tu conciencia, el motivo por el que te sientes nervioso es porque te niegas a ver y a oír.

— ¿Tienes algo que ver con lo que pasó con Iris?

Esa pregunta salió sin pensarlo. Desde el extraño hecho acaecido en la tarde, no dejaba de tener esa pregunta en mente ¿Acaso era una forma de explicar un comportamiento que, de otro modo, resultaba por  completo fuera de toda lógica?

“Intenté hacer que entendieras, pero no escuchabas; tenías que ser tierno y sumiso con ella, no atacarla”

—Claro que no tenía que atacarla.


Su voz salió mucho más fuerte de lo que esperaba, y esto lo hizo quedarse congelado; un instante después, la voz de Iris se escuchó desde el primer piso.

— ¿Ocurre algo?
—Nada cariño, no es nada.

Iris no respondió, lo que significaba que le había creído esa respuesta. Pero vaya sí que estaba pasando algo. Arrojó la camisa al cesto de la ropa que había en una esquina y se apoyó en el borde del lavamanos, mirando fijamente su imagen reflejada en el espejo.

—Esto no está pasando, estoy escuchando cosas.

“No estás escuchando cosas, sólo escuchas mi voz”

—Es que es eso lo que no puede suceder —dijo conteniendo una nueva exclamación—, debo parecer un loco hablando con mi reflejo mientras escucho una voz imaginaria que me dice cosas que no puedo comprender.

“Puedes entender, si te calmas y escuchas”

— ¿Escuchar qué?

Al instante se arrepintió de haber hecho esa pregunta. Esquizofrenia. Sintió otra vez, igual que en la oficina, ese escalofrío justo en el medio de la espina dorsal, una especie de corriente eléctrica que hizo que contrajera todos los músculos del cuerpo ¿No eran los esquizofrénicos los que escuchaban voces?

“No estás escuchando voces, solo es la voz de tu conciencia”

—Que no pueda controlarlo hace que parezca peor.

Soltó una risa nerviosa, que por suerte alcanzó a callar antes de que fuera a un volumen más alto; por algún motivo que no lograba identificar con total claridad, la posibilidad de que una voz interior actuara fuera de su propio control resultaba muy atemorizante.

“No has perdido el control de ti mismo”

—Deja de hacer eso maldita sea.

Se llevó las manos a la cabeza, respirando con dificultad mientras cerraba los ojos y se obligaba a pensar con claridad. Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no está pasando.

—Esto no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, esto no está pasando…

Mientras estaba en esa posición, enfrentado al espejo del cuarto de baño, encogido en sí mismo mientras se esforzaba por recuperar el ritmo normal de respiración, sintió un nuevo peligro amenazando su presente ¿Y si al abrir los ojos veía algo inexistente en el espejo? ¿Qué podía suceder si eso, que de forma cierta estaba pasando a su alrededor, de alguna manera lograda trascender de lo que escuchaba a algo que podía ver? No, no era así, él realmente no tenía la seguridad, se trataba de una especie de ilusión, algo que pasaba en su cabeza pero nada más; levantó la cabeza hacia el espejo y abrió los ojos: no había nada distinto a lo que un segundo antes.


3


—Entonces me dijo que eso no era posible, después de que cinco minutos antes dijo que sí.

Vicente asintió, medio presente y medio en otra parte; otra vez las cosas estaban como siempre,  y tras la ducha se sentía cómo y relajado mientras tomaban una once ligera; Benjamín estaba ensimismado comiendo, algo que le pasaba de vez en cuando. A menudo estos procesos lo llevaban a alguna reflexión importante acerca de los temas más variados; Iris estaba hablándole de un asunto de trabajo, específicamente sobre un cliente que cada dos por tres cambiaba de opinión. Ella casi siempre lograba manipularlo para que las cosas se hicieran de la mejor manera posible, pero siempre era un problema estar lidiando con su carácter.


—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante la sorprendida mirada de Iris. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

“No lo hagas Vicente”

Se vio a sí mismo abriendo más los ojos, aunque conteniendo la intención de mirar en todas direcciones; sin embargo, supo que se había puesto tenso y que eso se notaría.

— ¿Vas a salir papá?

Miró a ambos de hito en hito, durante más tiempo del necesario para responder a una pregunta tan sencilla. Al final no contestó y se alejó de la mesa de la cocina.

—Vuelvo en muy poco tiempo.

Salió de la cocina, mientras escuchaba que Iris le decía algo a Benjamín, aunque él no pudo entenderlo. Mientras llegaba a la sala, ella lo alcanzó.

—Vicente.

Volteó y la miró a los ojos; la expresión de ella en esos momentos era indescifrable.

—Vuelvo en un rato.
—Vicente, son casi las nueve treinta de la noche ¿Adónde vas?
—Te digo después ¿De acuerdo?

Iba a continuar caminando, pero ella se interpuso en su camino antes que superara el sofá.

—Mejor dime ahora. De repente te pusiste muy extraño ¿Qué es lo que ocurre?

“No lo hagas”

—No está pasando nada ¿Qué podría pasar?

Iris frunció el ceño; su mirada no escondió la sorpresa, pero al mismo tiempo había algo de alarma en ella ¿Había dicho algo inapropiado?


—Tal vez podrías decírmelo tú ¿Por qué estás así?

¿Así cómo? Estuvo a punto de hacer la pregunta, pero de inmediato se dijo que eso no sería lo correcto, que él tendría que saber si estaba de un ánimo o de otro; pero no estaba nervioso, estaba distinto, o mejor dicho estaba como siempre, sólo necesitaba hacer algo.

“No lo hagas”

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva para ella; no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

“Vicente, no debes hacerlo”

—Escucha, es sólo que me siento un poco estresado, el día no fue tan bueno en realidad, tuve mucha carga de trabajo.

Lo cual contradecía todo lo que él mismo le había dicho al momento de llegar cuando ella le preguntó por su primer día en el nuevo empleo; Iris estaba pensando lo mismo, de ahí que su expresión no cambió un ápice.

—Eso no fue lo que me dijiste antes.
—Lo sé, es que estoy emocionado, supongo que la emoción me ganó —estaba hablando muy rápido, tenía que contenerse—, todo está bien con el trabajo, nada más algo de cansancio, fue un día largo, incluso no me di cuenta de la hora que era y salí más tarde; saldré un rato, volveré en seguida, en serio.

Algo se le escapaba de la expresión de Iris, pero en ese momento lo que más necesitaba era salir; ella cedió, apartándose del camino pero sin dejar de mirarlo.

—No te tardes.
—No, claro que no.

Esbozó una sonrisa torpe y fue hacia la puerta, tomando las llaves con un gesto poco controlado; mientras iba hacia el costado de la casa para sacar el auto, miró a un lado y otro, casi esperando que alguien lo esperara a la salida.

“No lo hagas Vicente”

Se sintió un poco más seguro dentro del auto, con el cinturón de seguridad puesto y los vidrios alzados. Pero se tardó un instante más en poner en marcha el vehículo.



3


La voz de Iris lo despertó, aunque no fue de una forma violenta; sintió, aún entre sueños, que el tono de ella no era el de siempre, sino que estaba impregnado de una tensión que era evidente. Después de la caminata nocturna, llegó relajado y con la mente despejada, por lo que al acostarse se sumió en un sueño profundo y que esperaba fuera reparador. Se incorporó en la cama y vio a Iris sentada al borde, muy tiesa, hablando por teléfono.

—Sí, entiendo.

Ella estaba escuchando a alguien del otro lado de la línea, pero se percató de que él estaba despierto y lo miró con semblante preocupado ¿Qué podía estar pasando?

—Comprendo; Sebastián, hasta este momento no hemos sabido nada. Los é, vamos a estar al pendiente ¿De acuerdo? Por favor llámame tan pronto sepas algo.

Eran las seis de la mañana, poco antes de la hora en que tenían que levantarse; Iris colgó y dejó el teléfono en el pedestal cristalino del velador, y volteó hacia él con la misma expresión de preocupación en el rostro.

— ¿Qué pasa?
—Al parecer Nadia desapareció.

¿Desaparecer? Vicente frunció el ceño, sin comprender.

— ¿A qué te refieres con desaparecer? ¿Pelearon?

Iris negó con la cabeza.

—No, Sebastián dice que todo estaba como de costumbre, además sabes que ellos dos nunca pelean; anoche él salió a comprar algo, y cuando volvió, Nadia no estaba, salió como si hubiese ido a la tienda de la esquina, pero sin el móvil ni nada. Sebastián no ha sabido nada de ella hasta ahora, llamó a todo el mundo y nadie ha tenido noticias suyas.

“¿Qué hiciste Vicente?”

Apretó los puños, pero afortunadamente, su expresión tensa pasó desapercibida.

—Es muy extraño pero ¿No habrá ido a atender a algún paciente? A lo mejor se trataba de una emergencia.
— ¿Hace más de diez horas? —replicó ella con escepticismo— De cualquier manera, él pensó lo mismo, pero su maletín está en la casa al igual que el móvil, y está preocupado, dice que por lo que vio de su ropa, salió con la tenida que estaba en casa ¿Qué puede haber pasado?

“Vicente, no debiste hacerlo”

Estaba volviendo a suceder. Pero era un muy mal momento, necesitaba poner algo de distancia antes que terminara diciendo algo que no debía; se puso de pie con actitud resuelta.

— ¿Te dijo algo más, lo notaste muy…nervioso?
—Claro que está nervioso ¿Cómo estarías tú si yo me esfumara y no llegara a dormir ni avisara?

Era una pregunta retórica, y Vicente trató de evadir la pregunta hecha por él mismo y lo inoportuno del comentario.

—Lo que quiero decir es, qué está haciendo él en estos momentos.
—Llamó a la policía, pero ya sabes que tienen esa normativa en que si una persona no lleva desaparecida más de 24 horas, no puedes hacer la denuncia por desgracia presunta; es una tontería, uno sabe cuando está pasando algo con una persona del entorno cercano, es una tontería…

Calló durante unos momentos, pensando en algo que, en otras circunstancias más tranquilas, habría expresado con más tranquilidad pero no menos fuerza; su compasión y calidad humana era algo fuerte y siempre evidente en ella.

“No debiste hacerlo”

Se estaba volviendo molesto. Después de salir a caminar, no había sucedido de nuevo, incluso sentía que todo eso no era más que fruto del cansancio, que se evaporaría con unas buenas horas de sueño. Pero ahí estaba.

“No debiste”

—Cariño, tienes que estar tranquila, no hay mucho que podamos hacer, creo. Voy a buscar un vaso de agua ¿Quieres algo?
—Nada, gracias.

Salió de la habitación fingiendo tranquilidad, pero tan pronto estuvo a pie de la escalera, bajó a paso silencioso y rápido; mientras caminaba a la cocina, recordó que en realidad no había ido a caminar, sino que tomó el auto antes de emprender el viaje.

“No debiste”

—Déjame en paz.

“No debiste”

Entró a la cocina y cerró la puerta; sirvió un poco  de agua en un vaso, pero la dejó sobre la mesada, aún sin beber.

“No debiste”

— ¿No debí qué?

“Ella no quería hacerte ningún daño”

¿Ella?

“No debiste”

— ¿De qué hablas?

“Eso tú ya lo sabes”

Pero no lo sabía. La voz seguía molestándolo ¿Cómo podía estar pensando en eso cuando una amiga estaba…?

—Dime de qué hablas.

La voz no contestó de inmediato; su tono seguía siendo neutro y claro, tan irreal y tan estremecedor al mismo tiempo, por la pulcra falta de sentimientos.

“¿Dónde está tu reloj?”

De forma instintiva se miró la muñeca derecha, pero desde luego, no dormía con reloj.

“¿Dónde está tu reloj?”

El reloj quedaba siempre en el velador junto a su cama, se lo quitaba antes de acostarse.

“¿Dónde está tu reloj?”

Siguiendo un impulso inexplicable, salió de la cocina y subió las escaleras, los peldaños de dos en dos; entró al cuarto con la mayor tranquilidad posible, pero tan sólo al cruzar el umbral vio que el reloj no estaba en el velador.

— ¿Ocurre algo?
—Nada, un segundo.

Se inclinó junto al velador y revisó, comprobando que no estaba. Sin decir más, salió de nuevo del cuarto, yendo a la sala, sitio en donde podría haber estado; pero no era así.

“¿Dónde está?”

—Tal vez podrías decirlo.

“Tú ya lo sabes”

No, no los sabía ¿Cómo iba a saberlo? Se sintió extrañamente vulnerable ¿Por qué algo tan sencillo lo hacía sentir así? De pronto, las imágenes comenzaron a aparecer en su mente: él caminando, cerca de una zona en donde había árboles y vegetación; conocía ese sitio ¿Dónde era? Vio sus pasos desde arriba, y escuchó una voz, pero no era la suya, estaba hablando con alguien. Era una voz fuerte, con carácter, que hablaba de forma pausada pero impregnando cada palabra de su sabiduría y experiencia. Era una voz de mujer.
“No debiste”

— ¿Dónde está el reloj?

“Ella no quería hacerte daño. Pero tú no te controlabas, y no me escuchabas”

Oh por Dios. Había salido a caminar la noche anterior. No, no, salió en el auto, recordaba…en algún momento estacionó el auto, y luego caminó ¿En qué dirección fue?

— ¿Qué fue lo que pasó?

“Intenté hacerte entender”

En ese momento, la imagen de la persona a su lado, caminando, se hizo clara en su mente: era Nadia.

—Oh por Dios; tengo que estar soñando.

“No me escuchaste”

¿Por qué había ido a hablar con ella en medio de una incipiente noche? Había ido hasta su casa, pero no en auto, se había bajado antes y llegado a pie; luego ambos caminaban, se trataba de un lugar que él conocía ¿Cercanías de la casa de ella? Nadia y Sebastián, su esposo, vivían en una casa cerca del centro de la ciudad, a no más de media hora a buena velocidad de donde vivían ellos; se trataba de una zona antigua, revitalizada en el último tiempo por la reconversión de muchos sitios en nuevas fuentes de negocio, siendo de ellas un restaurante temático alabado por la crítica especializada. A poca distancia de ese restaurante, había un pequeño pero muy bien cuidado parque urbano; sus pasos deambulaban por ese sitio.

“Ella no quería hacerte daño, pero tú sí.”

—No, yo no le haría daño, no tengo ningún motivo.

“Dentro de tu mente hay un motivo; hay algo en ti que te lleva en esa dirección , he estado tratando de explicarte, de que entiendas, pero te niegas”

—No hay nada de eso, no es…

“El reloj. Lo tenías puesto, cuando te acercaste demasiado a ella; trató de liberarse, pero no pudo, y el reloj cayó”

El silencio sucedido a esas palabras resultó más estremecedor que el contenido de las mismas. No, no era posible, todo eso era un mal sueño, era producto del estrés. Salió al patio de forma apresurada y se acercó al auto, viendo en la consola que, en efecto, había estado en movimiento; se sentó ante el volante, esperando encontrar allí el artefacto que desmentiría toda esa locura que estaba escuchando. Pero no estaba.
Volvió a entrar a la casa, y tuvo que contener la sorpresa de encontrar a Iris en la sala.

“El reloj cayó”

— ¿Qué estabas haciendo afuera?
—Es que yo —necesitaba saberlo, necesitaba que eso quedara descartado como fuese, para eso tenía que existir un método—, estaba, escucha, creo que tenemos que hacer algo por Sebastián.

Su esposa le dedicó una mirada entre confundida y sorprendida; eran demasiadas sorpresas seguidas, estaba obligado a agregar algo de sustento a sus palabras.

—Lo que podríamos hacer es salir a buscarla, o a preguntar por ella.
— ¿Pero por qué haríamos eso, para qué?
—Porque eso es lo que corresponde, quiero decir, si Sebastián está preocupado y Nadia se fue sin el móvil, él tendría que quedarse en casa ¿No es así? Pues si lo hizo, tal vez podríamos salir y preguntar, en los lugares cercanos, o en sitios que ellos frecuentan ¿No van a ese restaurante que está cerca de su casa?
— ¿El Morlacos? —replicó ella algo confundida aún— Sí, van a menudo según sé.
—Esa es la idea, quizás todo esto no se trata más que de un malentendido, o Nadia esta con un paciente, alguien que le habló de forma muy urgente y sólo no puede llamar de vuelta, o está tan ocupada que no se ha dado cuenta de nada, deberíamos hacer algo, es una ayuda que puede servir, es como poner más ojos en distintas partes.

Iris lo miró con una expresión que denotaba que lo que dijo le causaba extrañeza, pero al mismo tiempo le parecía una buena decisión.

—Es muy lindo lo que dices amor; es un gesto muy noble.

“El reloj prueba que estuviste ahí”

—Entonces ¿Qué dices?

“El reloj prueba lo que hiciste”

—No me parece mal, pero Benjamín tiene escuela; escucha, no tengo nada importante hoy en la oficina a primera hora ¿Qué te parece si nos coordinamos para ayudar?
—Pienso lo siguiente —la atajó él antes de que prosiguiera—, aún es temprano, yo puedo salir ahora mismo, me doy una vuelta por el sector, hago algunas preguntas en las gasolineras o tiendas de 24 horas, y estamos en contacto.
—Me parece buena idea —replicó ella más animada—. Prepararé a Benjamín y lo dejaré en la escuela un poco antes para poder unirme a ti ¿Te parece?
—Genial.


4


El viaje en automóvil había sido casi topando la velocidad límite; se puso unos jeans y una campera sobre una camisa deportiva, y emprendió el viaje mientras el reloj no marcaba todavía las siete. No había vuelto a escuchar nada, pero ese silencio era estremecedor casi de la misma forma que las palabras con las que lo había estado acosando de forma continua antes de salir ¿Por qué no podía sacarse eso de la mente? Estacionó el auto a un costado del parque, y descendió de él, guardando el móvil en el bolsillo trasero del pantalón, adentrándose en el trozo de bosque implantado dentro de la urbe aún medio a oscuras, aún medio en silencio y desprovista de las miradas de personas no adecuadas.

“El reloj es la prueba de que estuviste aquí”

Aquí. Ya no era “ahí” sino “aquí” con la misma seguridad y falta de sentimiento que antes. Caminaba a paso lento, anticipando que sucediera algo que al mismo tiempo esperaba no fuera una realidad. No, no podía ser, todo eso no era más que imaginación y una coincidencia, junto a esa presencia mental que no encontraba modo de explicar, pero que estaba acosándolo de alguna manera. Pasó junto a una estatua del porte de una persona, con la forma de un caballo obeso, y la vio.

—Oh por Dios…

El sustento de su cuerpo parecía haberse disuelto en tan solo una milésima de segundo; Nadia estaba tendida en el suelo, muy quieta y pálida, inconciente; a su lado, tirado en el suelo, estaba su reloj. Vicente ahogó un grito.



Próximo capítulo: Lo que tú quieras

No vayas a casa Capítulo 13: Desrealización



Nadia era una mujer alta, de poco más de cuarenta según sus propias palabras, de figura fuerte por el atletismo, pero que tenía una constante apariencia de cansancio: se notaba en sus gestos desmañados, así como en sus ojeras y en la actitud corporal, siempre con los hombros un poco caídos. A Vicente le pareció que se había demorado muy poco en llegar desde la llamada de Iris, pero al estar sentado en el suelo con su esposa sosteniéndolo todo el tiempo mientras le hablaba en voz baja, quizás su percepción de la realidad estaba un poco trastocada; para el momento en que llegó Nadia, vestida de impecable azul en un traje pantalón que pasaba por uniforme de clínica de la alta sociedad al mismo tiempo que por un atuendo para una cita formal, él ya hablaba con normalidad, aunque tuvo que quedarse en el suelo ante las exigencias constantes de Iris; Benjamín se quedó con Jacinta, quien apareció a los pocos minutos para hacerse cargo de él, aunque en la sala mientras los adultos se trasladaban al cuarto. Ponerse de pie y subir la escalera fue una prueba más difícil de lo que esperaba, pero la afrontó aceptando el apoyo de Iris y dando cada paso con calma.

—Recuéstate lento, vas a sentir pesadez y un poco de inseguridad, pero es normal; asegúrate de seguir mis movimientos y escuchar todo lo que te digo ¿De acuerdo?
—De acuerdo.

Nadia era agradable al trato, cercana y entretenida en la vida común, pero cuando se desempeñaba como profesional era otra historia: su voz era un poco más dura, marcando de forma sutil la autoridad, modulando de forma clara, y explicando con sencillez lo que ocurría. Resultaba imposible negar que era ella quien estaba a cargo, no importaba si estaba haciendo algo o no.

— ¿Recuerdas lo que pasó al caer?
—Solo... —hizo una pausa, desplazando la mirada de Iris a Nadia. La profesional lo miraba con atención y dedicación, pero sin una pizca de piedad; en ella, atender a alguien enfermo era prioridad de trabajo, no de sentimentalismos— solo iba a subir la escalera y perdí el equilibrio, luego me estrellé contra la escalera, pero...
—Es probable que hayas sufrido un leve cambio de presión —explicó ella con calma—. Puede suceder si has estado mucho tiempo sentado en un sitio bajo o con la cabeza inclinada, ya que el ritmo al que funciona tu cuerpo varía.



Necesitaba decirlo; de algún modo se sentía más vulnerable al no verbalizarlo.

—Pero solo fue una caída, no entiendo por qué quedé tan...mal.

Nadia había dejado el maletín a los pies de la cama, y estaba sacando de él una serie de cosas. Iris estaba sentada en el taburete, mirando la escena en absoluto silencio.

—Vicente, ninguna caída con compromiso de conciencia es "Solo" una caída; cuando sucede un accidente de este tipo, pueden pasar muchas cosas, desde un sangrado como el que te ocurrió, o algo que no se note a simple vista, como que una vena interna quede comprimida o directamente se rompa. Al parecer no has tenido pérdida de conciencia, aunque es normal que te sientas un poco perdido porque las caídas con en su mayoría eventos inesperados, con el paso de las horas lo recordarás todo. Pero quiero estar segura de que no hay un compromiso mayor, así que tendrás que hacerte los exámenes que dejaré prescritos, mañana en la tarde. Seis horas de reposo: esto significa estar recostado en tu cama o tendido en ángulo de 45 grados durante todo ese tiempo y moverte sólo para lo necesario, evitar movimientos bruscos, música fuerte y bebidas alcohólicas.

Las instrucciones parecían apropiadas para alguien que hubiese tenido un gravísimo accidente; Vicente entendía que había estado sometido a debilidad y algo de extravío por el golpe, pero siempre estuvo conciente y sabiendo lo que pasaba en ese momento, no tuvo naúseas y de hecho, el dolor había disminuido de forma gradual. Sin embargo vio la postura rígida de Iris y decidió no seguir rebatiendo lo que dijera Nadia. Como si esta adivinara lo que ella estaba pensando, volteó hacia la mujer y habló con calma.

—Quiero que entiendan que la cantidad de sangre no tiene relación con la magnitud de un golpe, y las medidas que te he indicado son preventivas, nada más. Seguro que parece un poco impactante ver toda esa sangre, pero en realidad no es tanta, se trata de un elemento que se dispersa con facilidad, y cuando te golpeas la cabeza, por el escaso espacio que hay entre las venas y el hueso, la presión es más fuerte y hace que el líquido se dispare.
Esas palabras parecieron calmar parte del estrés en Iris, que aunque no se relajó, habló con cierta tranquilidad.

—Parecía mucha sangre.
—Hiciste lo correcto al contener la herida con una toalla mojada —indicó mientras aplicaba un producto con sus manos enguantadas—, la herida no es grande, es un corte de a lo sumo dos centímetros de largo, y es en el frontal, que no es de las zonas más delicadas en el cráneo; despreocúpate por la cantidad de sangre, te aseguro que si pudieras recogerla no harías ni el fondo de un vaso.
—Eso me tranquiliza; Benjamín se asustó.
—Va a estar bien, solo tienen que tratar esto con honestidad, de forma directa; tan pronto como le expliquen la forma en que sucedió, lo comprenderá, no hay de qué preocuparse.

Terminó de guardar sus elementos en el maletín; Vicente tenía en la frente, hacia el lado izquierdo, un parche que se sentía muy ligero y suave, y una sensación superficial de alivio gracias a los calmantes tópicos.

—Quiero que mañana por la tarde te hagas estos exámenes para descartar cualquier tipo de complicación; a primera vista es un traumatismo leve con una herida cortante, pero nada más. Llámenme por cualquier cosa que suceda, y por supuesto tan pronto tengan listos los resultados de los exámenes.
—Muchas gracias Nadia.
—No hay nada que agradecer —repuso la mujer con énfasis—, sabes que lo hago encantada, aunque prefiero que nos veamos en modo amigos y no como médico y paciente.

Iris se puso de pie y la acompañó a la salida; Jacinta volvió a los pocos minutos con Benjamín, quien aun se veía tímido y asustadizo.

—Gracias por traerlo Jacinta.
— ¿Se siente bien?
—Sí, muchas gracias. Hijo, ven acá.

Benjamín se movía a un ritmo muy lento para él; en su rostro se veía con toda claridad el estrés y el temor reflejados.

— ¿Qué pasa hijo?
— ¿Te duele mucho la cabeza?

Hablaba también en voz muy baja, y desprovisto de su habitual chispa e inteligencia; Vicente hizo que se sentara con él en la cama.

—Ya no me duele tanto. Tuve un accidente nada más, me caí porque iba caminando sin ver por dónde iba.
—Ah.

Se quedaron en un silencio incómodo para ambos; Vicente no lograba identificar qué era lo que lo tenía tan mal, cuando estaba viendo que ya se encontraba bien.

— ¿Te asustaste por la sangre?
—No.
—Escucha, no es nada malo que te sientas así, pero en serio no pasa nada.
—Está bien.

Otro silencio; la situación se le escapaba de las manos ¿Qué era lo que sucedía en realidad?

—Hijo, dime qué pasa.
—Nada.
—No me digas que nada. Se ve que te sucede algo, quiero que me digas qué es.

Benjamín se tomó largos momentos para decidir qué decir; nunca hablaba por hablar, cuando se trataba de asuntos que para él eran serios.

—Es que...
—Vamos, puedes decírmelo.
— ¿Te acuerdas de Pietro?

Tuvo que pensar un momento antes de saber de quién le estaba hablando, y lo recordó: se trataba del perro de un amigo de la escuela que había muerto el año pasado.

—Sí cariño, lo recuerdo.
—Es que…
—Dime lo que tengas que decir, no lo dudes.
—Es que cuando escuché a mamá gritar y fui a ver…tus ojos…tus ojos eran como los de Pietro cuando lo atropellaron.

El perro del amigo de su hijo había muerto atropellado afuera de la casa cuando ambas familias compartían un fin de semana y el can escapó; el auto intentó esquivarlo, pero el animal iba a toda velocidad y se llevó el golpe de lleno. Los adultos no alcanzaron a evitar que los niños, tras correr tras el perro y llegar los primeros a la calle, lo vieran tras el fatal accidente: no quedó con heridas expuestas y murió al instante, pero ambos quedaron muy mal al ver su expresión, el pánico, el hocico abierto, los ojos fijos en la nada.

—Hijo, sé que te asustaste —replicó con calma—, pero esta es una situación completamente distinta ¿Estoy aquí hablando contigo cierto? Escucha, cuando me golpeé la cabeza quedé confundido, y sabes algo, no podía fijar la vista ¿Sabes lo que es eso?

El niño negó con la cabeza.

—Es como cuando fuimos al parque de diversiones y subimos en los carros en la montaña ¿Te acuerdas que al bajar no podíamos caminar derecho, porque estábamos mareados?

Benjamín asintió sin hablar, pero la expresión en su rostro comenzaba a cambiar; encontrar una explicación racional era fundamental para que no se hiciera ideas equivocadas de las cosas.

—Esto es algo muy parecido; estaba mareado por el golpe, y es natural que en ese caso uno abre mucho los ojos y trata de mirar muy fijo, porque es una manera de intentar hacer que las cosas no se muevan. Mírame.

El pequeño lo miró fijo; el temor en sus ojos se desvaneció más, aunque se notaba cansado, de seguro por la agitación pasada.

—Estoy bien ¿De acuerdo?
—Sí.
— ¿No vas a estar asustado por lo de Pietro?
—No.
—Eso me gusta; tal vez deberías ir a acostarte.
—Pero me quiero quedar un poco contigo ¿Puedo?
—Claro que sí; ven acá.

Benjamín se acostó a su lado y lo abrazó; se quedaron quietos, en silencio, Vicente escuchando el vigoroso latido de su corazón junto a su cuerpo. Esa preocupación por él, por un detalle aparentemente insignificante, y la relación que hizo entre dos hechos inconexos, hablaba de su gran compasión, y de los maravillosos sentimientos que tenía; sintió que pasó un período largo antes de que Iris entrara al cuarto.

— ¿Cómo te sientes?
—Bien, estamos bien.

Iris sonrió al ver a Benjamín abrazado a él; se había quedado dormido.

— ¿Quieres que lo lleve al cuarto? —dijo él en voz baja— Bajo de inmediato.
—No he dicho que bajes —replicó ella también hablando en voz baja—, no es necesario.
—Pero no quiero incomodarte.
—No me incomodas Vicente —repuso ella mirándolo con sinceridad—, deberías disponerte a dormir, yo llevaré a Benjamín a su cuarto.

Se acercó y tomó entre sus brazos al pequeño, que se dejó cargar sin alterar su sueño; Vicente se puso de pie con lentitud, y caminó hacia el baño. Al mirarse en el espejo, se sorprendió de ver que el golpe y corte era más leve incluso de lo que la propia Nadia había indicado: tenía un parche en el lado izquierdo de la frente, justo donde comenzaba el cabello, pero era del porte de una moneda, blanco y en efecto, muy suave al tacto.

—Qué tontería —dijo para sí en voz baja—, tengo que poner más atención en lo que hago.

Salió del baño y fue al borde de las escaleras; Jacinta ya estaba en su casa, y por suerte nadie había tocado la escalera luego del golpe. En verdad, lo que se comentaba acerca de la sangre era cierto: manchaba de una forma casi cinematográfica al caer, y desde luego, al ser una caída, de seguro salió despedida. Fue a la cocina y sacó un trapeador nuevo, y lo llevó con un balde para limpiar.

— ¿Qué estás haciendo?
—Limpiando lo que ensucié —repuso de forma liviana—, está húmedo así que terminaré en un instante.

Iris bajó las escaleras hasta ubicarse a un lado de él.

—Iba a hacerlo en un minuto.
—Pero quiero hacerlo —dijo él comenzando a pasar el trapeador—, escucha, me siento bien, de verdad; sé que Nadia dijo que no tenía que hacer esfuerzos, pero esto no me cuesta nada, mira, está saliendo con mucha facilidad.

Iris se rindió, y quedó observando mientras él escurría el trapeador en el recipiente.

—Benjamín estaba asustado, dijo que tenía cara de loco o algo así.
—No te veías nada de bien si es a eso a lo que te refieres —comentó ella en voz baja—; también me asusté, no fue sencillo verte así, a simple vista parecía algo mucho más grave.
—Por suerte no lo fue; y ahora tendré que pasar una aburrida mañana en cama viendo películas.

Ella obvió cualquier comentario acerca de su humor y fue al grano.

—Tienes que hacerte esos exámenes.

Lo dijo con cierta intención, pero Vicente ya anticipaba que iba a suceder; de los dos, era ella la que siempre se preocupaba de esas cosas, y él quien prestaba menos atención. Pero estando las cosas así, prefería hacer todo como correspondía y obedecer.

—Tomaré una hora para las seis de la tarde en el centro radiológico —repuso con firmeza—, apenas estemos levantados lo haré, para que no me dejen para más tarde.
—De acuerdo.

La sangre estaba diluyéndose en el agua; poco a poco las salpicaduras en la superficie perdían color, volviéndose opacas, difusas y con un aspecto menos vivo, mucho más irreal.

2

Tras la ronda de exámenes y la visita de Nadia, quedó descartado cualquier tipo de daño secundario luego del golpe, aunque la profesional de todos modos recomendó unos calmantes y estar al pendiente de cualquier cosa que se saliera de lo normal. Lo cierto es que no solo no sucedió nada extraño, sino que al día siguiente ya se sentía como si jamás se hubiera dado ese golpe; los días de descanso antes de comenzar de forma oficial su trabajo en Seri-prod pasaron muy rápido, con las cosas en calma, y la relación con Iris reconstruida y sólida otra vez. Al principio había sido un poco difícil recuperar la intimidad, ya que ella se mostró naturalmente poco receptiva, pero por fortuna él ya pensaba en que eso podría suceder y utilizó todo su encanto y delicadeza para explicar con hechos que el lamentable hecho de unos días atrás era una mala acción que no se volvería a repetir. La primera vez fue algo tensa y torpe por parte de ambos, no llegó a ser satisfactoria a plenitud pero sirvió para tender un puente entre ambos, de modo que a la siguiente y desde ahí en adelante las cosas volvieron a ser como antes. En ese aspecto, Vicente sintió que tenía en las manos u pequeño gran triunfo, ya que cuando la conexión entre ambos se restableció, pudo comprobar que ella estaba muy contenida, deseosa de volver a tener sexo con él sin tapujos ni tener que preocuparse por nada, lo que significaba que, de hecho, ella también había dejado sus andanzas fuera del hogar; nada tenía que ver allí el orgullo de hombre, más bien se trataba de una forma tácita de comprobar que lo de ambos estaba más fuerte que antes.
Sergio volvió a ser, al menos en apariencia, el mismo que Vicente conocía desde siempre; tras el estrés de la abrupta salida de la empresa de su padre, el hombre se mostró seguro de sí mismo y a sus anchas en las nuevas instalaciones; el equipo de trabajo, del que Vicente encontró tres caras conocidas de la empresa anterior, fue convocado el miércoles 25, día en que se hicieron las presentaciones de rigor, y el dueño dio un mensaje motivacional basado en las intenciones de éxito de la empresa y el esfuerzo que era requerido de parte de todos para que ese proyecto no solo fuera exitoso, sino que perdurara en el tiempo. A las nueve de la mañana en punto, Vicente estaba ya en su flamante oficina, que ya tenía la placa con su nombre en el exterior, y se dispuso a empezar la jornada, no sin sentir un poco de nervios por el proyecto y su puesta en marcha definitiva; revisó la prensa especializada, encontrándose con un tibio reportaje que hablaba del área y el comienzo en funciones de la nueva empresa, aunque se desviaba del tema central al aprovechar la circunstancia para detallar los esfuerzos de la pequeña y mediana empresa por conseguir suministros a precios bajos y sin tener que someterse a las reglas de las grandes distribuidoras; fue extraño, pero esperaba algo mucho más polémico, una suerte de arbitraje previo al comienzo de una batalla que de ninguna manera pasaría desapercibida dentro del rubro de los suministros para la industria y manufactura ¿habría dinero de por medio? Quizás Sergio se había encargado de callar estos rumores desde antes que salieran a la luz, con el objetivo de comenzar con el pie derecho y no empañar las funciones.
La jornada inicial fue tranquila, a media máquina, pero le reportó varios datos que ya conocía, de clientes que hacía un par de años eran parte de la lista de su antiguo trabajo, pero que dejaron de serlo de la noche a la mañana; en cualquier caso, estos clientes estaban ahora en un estrato un poco superior, ya que sus empresas pasaron de pequeñas a medianas o expandieron su rubro. Faltaba poco más de un mes para que Iris dejara su trabajo, pero las cosas ya estaban en marcha desde antes; ella comenzó a administrar contactos, y generar una nueva agenda de contactos, con los que tenía pensado trabajar; a partir de esto ponía las bases para tener a su disposición el material necesario para comenzar con un trabajo nuevo.

“Vicente”

El nuevo horario de trabajo lo eximía de trabajar los fines de semana, aunque a cambio de eso, le exigía dejar todo listo el viernes para que su presencia no fuese necesaria, ya que la empresa trabajaba todos los días; de esta forma, programaba los despachos para sábado y domingo, dejaba la lista de bodega por agregar en caso de tener recepción, y preparaba la primera hora del lunes. Aquel jueves ya estaba viendo que el viernes sería bastante ajetreado, de modo que sería necesario que aprovechara cada segundo de su tiempo.

“Vicente”

Sentado ante el escritorio, guardó los cambios en la carpeta de “pendientes de revisión” y dejó el pad en modo espera; se llevó las manos a la cara, sintiendo por primera vez en el día el cansancio del trabajo. Había estado trabajando de forma ardua, incluso estando pendiente a medias mientras almorzaba; tenía que conocer un poco mejor la zona para decidir dónde almorzaría, porque el restaurante que eligió ese día, si bien no era malo por definición, no tenía un menú muy variado para el precio que cobraba.

“Vicente”

Cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza; tenía que hacer pausas como siempre lo había hecho con anterioridad, porque eso de estar pegado a la pantalla resultaba agotador para la vista, y de cierta manera hacía menos eficiente su propio trabajo. Se sorprendió de que en esa jornada no saliera del escritorio ni una sola vez, aunque esta era una costumbre aprendida y ejercida desde siempre.

“Vicente”

Soltó una risa ahogada mientras ponía el terminal en modo de espera y deslizaba el teclado bajo la pantalla.

—Siento como si alguien me hablara.

Y no le parecía raro después del día, sobre todo la mañana; se volvió casi vital durante las primeras horas del día, tanto para los otros trabajadores como para Sergio, que se apoyó mucho en él en esos momentos. Lo habían nombrado tantas veces y llamado por el número interno que a las cinco de la tarde ya creía que escuchaba su nombre a cada momento.
Pero cuando el nombre retumbó en su cabeza una vez más, levantó la vista.

—Cielos.

Estaba solo en la oficina; después de almuerzo, la tarde había sido tranquila en general. Esa voz no era más que un recuerdo de lo sucedido durante el día, igual que la factura de Edison & Hno que no encontró por dos horas cuando la necesitaba.

—Creo que voy a poner música —musitó con cierto cansancio—, nadie me está hablando, esto no es real.

“Lo volveré real”




Próximo capítulo: Una mano sobre tu hombro

No vayas a casa Capítulo 12: Di lo que estás pensando



La casa estaba temperada, y además aun no empezaba el invierno de forma oficial, de modo que Vicente dejó de lado la opción de dormir en la habitación de invitados del primer piso, y sólo sacó del armario de ese cuarto una manta de hilo, con la que se cubrió al recostarse en el sillón de la sala. Programó la alarma del móvil y trató de quedarse dormido, aunque esto fue mucho más difícil de lo que esperaba porque estuvo mucho tiempo pensando y dando vueltas a la misma situación; en cuanto despertó, fue a esperar a Iris afuera del cuarto, esperando que ese respeto por la intimidad forzosa fuera un buen signo de su arrepentimiento por sus acciones.

— ¿Qué haces ahí?

La voz de ella, al verlo de pie fuera del cuarto, fue cuidadosamente neutra, tras un instante muy breve de sorpresa al verlo al salir de la habitación; eran las seis treinta y cinco de la mañana.

—Iris, necesitamos hablar.

Estaba mirándola de forma abierta; no pensó en nada, ni preparó un discurso para ese momento. Decidió que lo mejor que podía hacer era ser sincero al cien por ciento, no importaba cuánto tuviera que soportar escuchar de ella, incluyendo las palabras ofensivas que sin duda se merecía.

—No es momento para eso, Benjamín tiene que ir a la escuela.
—Es que sí es el momento —cortó el paso hacia la habitación del pequeño, pero procurando no hacer contacto físico, cuando resultaba evidente que ella no lo quería—. No podemos dejar pasar esto, ni esperar más, si lo hacemos, va a ser peor.
—No quiero hablar de esto.
—Sí, quieres —dijo él con determinación—. Necesitas decirlo, necesitas decir lo que estás pensando, lo que pensaste de mí; antes que me escuches o que te pida disculpas, tienes que decirlo, o eso te va a hacer más daño. Tienes que hacerlo Iris.

Ella se lo quedó viendo durante un instante; en seguida, se acercó en un paso largo a él, levantando la mano derecha. Fue como si pusiera toda la fuerza de su cuerpo y mente en ese movimiento, pero no llegó a dar la bofetada que él pensó que daría, y el gesto se quedó en la mano alzada, pero no en la posición de asestar el golpe; en su interior, pidió que lo hiciera, que descargara la rabia y el pesar, que al menos empatara las cosas. Quedaron a tan sólo unos centímetros el uno del otro, y él pudo ver con claridad un resto de delineador en el párpado inferior de su ojo izquierdo, seña sutil pero al mismo tiempo brutalmente clara de que hasta ese punto había interferido su acción, hasta inmiscuirse en su rutina de cuidado personal diario. Lo miró con una furiosa determinación, sin miedo ni asomo de llanto, tan solo con un único sentimiento, una fuerza arrebatadora que él jamás había visto en ella.

—Hazlo.
—Si me pides que lo haga —replicó con intensidad—, quiere decir que en todos estos años no has aprendido a conocerme lo suficiente. Porque yo jamás haría algo como eso.

No, ella no lo haría; pero no se trataba de un caso normal, no era pedírselo porque quisiera, sino porque no veía otra salida.

— ¿Ni siquiera si eso ayudara a que te sintieras un poco más aliviada? Me lo merezco, merezco que lo hagas y que me digas lo que se te venga a la cabeza.

Iris lo miró como si al escuchar esas palabras no alcanzara a comprender por completo su significado; volvió a poner distancia entre ellos.

—No me sentiría más aliviada, porque yo no soy esa clase de persona. Escúchame muy bien, la única razón que me haría ser violenta con alguien, si pensarlo siquiera, es que algo amenace a mi hijo. Pero no pienses ni por un momento que algo como lo de anoche va a volver a pasar.

Quería abrazarla, arrodillarse a sus pies y pedirle perdón, pero algo se lo impidió; sintió que al hacerlo estaría intentando el camino fácil, el de inspirar lástima, lo cual a todas luces no funcionaría.

—Sé que no es una buena explicación —dijo con voz conmovida—, pero lo que dije anoche es cierto: no estaba pensando, pero eso no soluciona nada de lo que hice. Fui un estúpido, cometí un acto de agresión contra ti y no puedo perdonarme; no quería hacerlo, nunca he querido y lo sabes, me conoces demasiado como para que no lo sepas.
—Pero lo hiciste.
—Y no lo puedo arreglar ahora —sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero aun con el nudo en la garganta, siguió hablando—. No puedo arreglar eso, sólo puedo jurarte que nunca se va a volver a repetir, no solo porque no debió suceder, sino porque no mereces estar ni siquiera en riesgo de esto.

Se quedó un momento sin palabras. ¿Cómo podía explicar lo que realmente sentía, cómo derribar esa pared de desconfianza? Hizo acopio de valor y dijo algo que pasó por su mente, sin siquiera pensar la dimensión de sus palabras.

—No puedo perderte —replicó apenas siendo capaz de articular las palabras—. No sabes cuánto te amo, pero si tengo que irme, si me tengo que alejar por hacer algo indebido, lo haré.
— ¿De qué estás hablando?
—Solo estoy diciendo lo que siento —replicó con sinceridad—, te amo demasiado, y aunque pueda decir que no se va a volver a repetir, es como si no fuera suficiente; si quieres que me vaya, o si tan siquiera hubiera un peligro de que pasara algo así otra vez, lo dejaré todo si así tú lo decides.

El silencio que siguió fue más largo, pero no por ello menos intenso; Iris mantuvo su mirada, mientras su expresión cambiaba de la furia inicial a algo que no supo definir.

—No tienes que irte a ninguna parte.
—Estoy tratando de hacer que sepas lo que siento, es todo.
—Te creo —no era duda lo que inundaba su voz—, pero esto no es sencillo para mí.
—Lo sé.
—No sé cómo enfrentarlo —replicó ella aun manteniéndose a la misma distancia de él—, supongo que es una idea absurda, pero si me hubieras gritado en medio de una discusión, no me habría sentido tan violenta; pero fue en un momento de intimidad ¿Sabes lo que sentí? Sentí como si estuviera con un Vicente que no es el que conozco y al que amo. Uno al que no le importaba lo que pudiera pasarme.

—Eso es lo mismo que sentí yo —intervino él, luchando por controlar la ansiedad—. Te prometo que eso que pasó no era yo, era algo que está en un lugar al que no quiero volver; no quiero volver a provocar nada así, ni contigo ni en ningún aspecto.

—No entiendo por qué pasó eso.

—Me gustaría poder responder a esa pregunta, pero es lo que me ha estado torturando toda la noche —tenía que aprovechar que ella estaba empezando a hablar para continuar con eso—. Sólo puedo decir que esa es una parte de mí que no quiero tener, pero que al menos ahora sé que existe y puedo luchar contra eso.

Se hizo un silencio, que por un instante le pareció reconstruir algo de la complicidad que en ese momento parecía tan lejana; no le importaba mostrarse vulnerable ante ella, lo que necesitaba era que las cosas funcionaran. En ese día, cuando había tanto en juego, cuando la perspectiva laboral de ambos y sus proyectos familiares podían dar un gran salto hacia el futuro, era vital que recuperaran lo que existía entre ellos desde hace tanto tiempo.

— ¿Necesitas ayuda?
—No lo sé, pero estoy dispuesto a ir con un especialista si crees que eso puede ayudar.
—Escucha, solo...solo deja que pase algo de tiempo ¿Está bien? piensa en esto, veamos qué es lo que sucede hoy, o mañana. Tengo que ir a levantar a Benjamín, podrías bajar a hacer el desayuno.
—Claro.

Iris pasó a su lado sin tocarlo, pero tampoco lo evadió como antes, al momento de dar otro paso más, rumbo al cuarto de su hijo. Vicente dio un suspiro y bajó a paso rápido las escaleras.


2


La primera jornada desde el incidente del inexplicable golpe fue larga y tensa; Vicente se sintió sin ánimos durante todo el día, pero se animó lo suficiente para ir por Benjamín a la escuela y dedicarle parte de la tarde, entendiendo que no tenía que mezclarlo con algo que era exclusivo de los adultos. Con la ayuda de Jacinta dejó algo preparado para la noche, y le pidió que se fuera más temprano, con el objetivo de evitar que ella los viera a ambos en una situación tensa; aun no era momento de que sus problemas personales salieran del punto en el que se encontraba en esos momentos.
Recién al momento de llegar Iris se preguntó a sí mismo dónde iba a dormir esa noche; durante el día había entrado al cuarto, pero no tenía claridad respecto de ese asunto y además empezar la tarde preguntando algo como eso significaría estar trivializando un hecho que era mucho más importante. Iris lo saludó con una media sonrisa y un tono natural ante la presencia de Benjamín, pero omitió de forma deliberada el beso que de costumbre se daban; su hijo no lo notó, principalmente porque no era una especie de ritual entre ellos, de modo que la ausencia solo la notaba él. Pasaron buena parte de la tarde preparando juntos un trabajo para la escuela, que consistía en un diorama hecho con figuras de masilla de colores; a Vicente le pareció divertido que con todos los avances tecnológicos del presente, los niños siguieran haciendo trabajos al igual que él treinta años atrás, aunque en ese sentido el cambio iba por la modernidad de los materiales: la masilla que usaban era de múltiples colores, y se podía pintar con una pintura especial incluida, que tenía la cualidad de brillar en la oscuridad pero ser invisible ante la luz. Benjamín dedicó mucho tiempo a decorar las luminarias diminutas y los supuestos vidrios de las ventanas de las pequeñas casas del pueblito en cuestión, con una atención que rayaba en la obsesión; ambos dejaron incluso un poco de lado su parte del trabajo para observarlo, mudos por largo rato mientras contemplaban el minucioso decorado. En ese momento, sus miradas se cruzaron, y al menos tuvo la tranquilidad de que ante el orgullo mutuo de tener a su hijo con ellos, las cosas no habían cambiado entre los dos.
Daban más de las de las nueve de la noche cuando por fin terminaron el trabajo, y tuvieron la oportunidad de apagar todas las luces y contemplar el resultado del trabajo, gracias al cual el pueblito tenía una serie de tenues luces que ayudaban a verlo en la oscuridad, como si de una auténtica escena nocturna del trabajo; Iris reguló las luces para que no hubiera en la sala una oscuridad total, y pudieron sacar varias fotos del proyecto, que dejó a su hijo muy contento pero rendido, al punto que se negó a tomar un chocolate dulce y decidió por su cuenta ir a dormir.

—En nuestros tiempos la masa que se secaba más lento era el mayor avance científico ¿Te acuerdas?
—Sí, es divertido; me encanta ver cuando se esfuerza de verdad por hacer algo —comentó ella—. Puedes ver cómo cambia, que se interesa y está decidido a hacer aquello que se propuso contra viento y marea.
—Pero no es terco —comentó él—, tiene corazón, sabe aprender y hacer suyo lo que le enseñas ¿te fijaste en lo atento que estaba cuando le explicaste esa regla de que la luz debe estar a cierta distancia para que se proyecte bien? Después lo estaba calculando por sí solo. Eso lo heredó de ti.

Iris iba a responder algo, pero sintieron los pasos de Benjamín bajando la escalera. Ambos voltearon hacia él, que ya estaba con su pijama de Jimmy K pero con expresión contrariada.

— ¿Qué pasa cariño?
—Lo que sucede es —dijo con ceremonia—, que lo pensé mejor y creo que sí voy a querer ese chocolate dulce.

Por lo general sabía muy bien lo que quería, de forma que era un asunto importante cambiar de opinión; Iris sonrió y le respondió amablemente.


—Pues qué bueno que no te decidiste muy tarde; vamos a la cocina y lo preparamos. Cariño ¿Me esperas arriba? Subo en un instante.

Vicente asintió sin decir nada; no demostró ninguna emoción exagerada, solo una sonrisa y la actitud corporal de levantarse del sofá y rodearlo para ir hacia la escalera. No era momento todavía de cantar victoria, siempre podía ser que ella quisiera que conversaran a solas en el cuarto peor aún le dijera que durmiera en el cuarto de invitados, aunque era un avance que no se esperaba con tanta rapidez.
Al poner el pie derecho en el primer escalón, perdió el paso, resbaló y cayó de bruces.
No alcanzó a reaccionar de ninguna manera, por lo que al estrellar la cara contra un peldaño, lo único que vio fue una repentina oscuridad, y sus oídos se cerraron como si de un interruptor se tratara. Sintió el golpe al mismo tiempo que adelantaba las manos, pero esto fue tarde, ya que solo consiguió golpearlas también contra la madera pulida de los escalones; el peso de su cuerpo lo hizo quedar tendido de bruces, en una extraña posición, tras lo cual se deslizó, dando un medio giro involuntario que lo dejó sobre el costado izquierdo, con la vista tan nublada que por varios segundo no sólo no escuchó, sino que tampoco pudo ver nada.

— ¡Vicente!

Escuchó la voz de Iris como si se encontrara del otro lado de un túnel angosto, y trató de reaccionar de algún modo, pero le resultó imposible durante lo que pareció un tiempo muy largo; de pronto, pudo ver con más claridad, aunque todo se movía y estaba borroso, de forma similar a cuando se despierta de forma abrupta en un momento inapropiado. Con mucha torpeza hizo un esfuerzo por sentarse en el suelo ¿O estaba sobre un escalón? Sintió una extraña debilidad, como si el golpe y la caída hubiesen sido en las piernas en vez de en la parte superior del cuerpo.

—Vicente, Vicente.

La voz de su esposa continuaba escuchándose lejos, pero sintió que estaba cerca, y como si estuviera despertando, forzó la vista hacia ella, para conseguir enfocarla; durante lo que le parecieron muchos segundos hubo un gran silencio alrededor, hasta que logró verla a la cara: estaba pálida, arrodillada frente a él, hablando algo que en el momento no podía identificar con claridad.

—Estoy bien…

No escuchó su propia voz, pero hizo un esfuerzo por sonar natural. Sólo era un golpe, no se trataba de nada grave, pero ella lo seguía mirando con los ojos muy abiertos, y tenía sus manos en él, al parecer en los hombros.

—Vicente, mírame, mírame por favor.
—No es nada…sólo tropecé, no pasa…

La mirada de Iris era de verdadera preocupación, pero algo tras ella fue lo que en verdad lo asustó. Benjamín estaba a tres metros de ellos, de pie con su vaso color naranja en las manos, mirándolo como si se tratara de una aparición. Iris se percató del punto, y volteó hacia él, aunque sin dejar de sostenerlo por los hombros.

—Cariño, necesito que me ayudes con algo ¿Sí?
—Mamá, papá…

Ninguno de los dos dijo nada durante unos momentos, y esto fue lo que hizo que su miedo comenzara a convertirse en algo real; había una nota de histeria en la voz de Iris, nota que pudo controlar al dirigirse a su hijo.

—Cariño, papá se golpeó la cabeza, necesito que me traigas el móvil que está en la mesa de ahí. ¿Puedes?

Durante un eterno segundo el pequeño no se movió, y por una inexplicable razón, Vicente creyó que iba a escucharla gritar. Pero se contuvo, y siguió hablando.

—Hijo.
—Mamá…
— ¿Recuerdas cuando caíste del columpio? —dijo ella en un tono más agudo de lo que era su real voz, aunque en control de la forma en que se expresaba— Llamamos a la doctora y ella te puso una solución y una venda ¿Lo recuerdas?
—Si —la voz del pequeño era apenas un susurro—, si me acuerdo.
—Ahora es lo mismo, vamos a llamar a la doctora para que ayude a papá ¿bien? Trae el móvil por favor.

Algo que él no pudo captar hizo que el pequeño reaccionara; soltó el vaso, que esparció el contenido a su alrededor, y corrió a la sala, volviendo en un instante con el móvil entre las manos; sin embargo se mantuvo a cierta distancia de ambos, alargando el brazo.

—Gracias cariño. Ahora tienes que ir al baño y tomar una toalla ¿La que sea de acuerdo? Solo la tomas y la empapas de agua, no importa que se moje el suelo ¿Está bien?

Otra vez el niño salió a toda velocidad, mientras Iris marcaba con dedos temblorosos un número con la izquierda.

—Vicente, mírame. ¿Nadia? Perdón por la hora, es que —hizo una pausa, en que cerró los ojos con fuerza antes de seguir hablando—, escucha, Vicente tuvo un accidente, estamos en la casa. Se golpeó la cabeza, hay mucha sangre.

¿Mucha sangre? Por primera vez se miró las manos, que de forma involuntaria e había llevado a la cabeza, y las vio manchadas por completo. Parecía demasiada sangre.

—Sí, sí, estoy en eso, pero no sé ¿Cómo? Sí, está conciente, pero no sé si está en shock; tiene la vista perdida, se mueve, está sentado frente a mí, pero murmura, no estoy segura de si me escucha, pero no puede hablar y hay mucha sangre…

Su voz se cortó por unos momentos; Nadia era una doctora amiga de ellos, que desde hace muchos años estaba trabajando a tiempo parcial. Jamás atendía a nadie en emergencias.

—Está bien, lo haré, por favor date prisa. Sí, entiendo, gracias, gracias.

Cortó y dejó el móvil en el suelo, prácticamente soltándolo; de inmediato volvió a mirarlo fijo ¿No podía hablar? Creyó haber hablado ¿Era producto de su imaginación o en realidad no podía modular? Quiso ponerse de pie, presa de una repentina desesperación, como si la inmovilidad en el suelo después del golpe confabulara en su contra junto con la expresión de pánico en su hijo y en Iris, además de la certeza, dicha a través de ella, de que el golpe era más grave de lo que pensaba. Pero el cuerpo no le respondió, y siguió sentado en el suelo mientras ella lo sostenía de los hombros.

—Vicente, mírame por favor. No dejes de mirarme; la ayuda viene en camino. Vicente, no dejes de mirarme, no cierres los ojos.




Próximo capítulo: Desrealización

No vayas a casa Capítulo 11: Tienes razón



Iris recibió la noticia de la desvinculación de Vicente de la empresa con una cierta nota de sorpresa, aunque con calma, gracias a que él estaba muy calmado al respecto. Por su parte, ella tenía noticias nuevas también, aunque no se trataba en su caso de algo tan definitivo, y así se lo hizo saber esa misma tarde.

—Quedan aún algunos días de este mes; en el mes de junio voy a dar aviso de que me retiro tras las  vacaciones de invierno.

El periodo de vacaciones al que se refería comprendía las dos semanas intermedias del mes de julio; durante ese período la mayoría de los estudiantes salían a un corto lapso de descanso, y era oportunidad apropiada para reorganizar muchas cosas. La prontitud de esa decisión hizo que se sintiera ansioso y contento por ella.

—Eso es genial; pero supongo que ya lo hablaste con tus amigas.
—No. Esta vez quiero mantener el asunto en absoluto secreto, al menos hasta que ya la decisión sea algo concreto; además, solo tendré que esperar unos cuantos días.
— ¿Y qué te llevó a tomar la decisión? Me refiero a lo rápido que vas a hacerlo.

Iris no pensó la respuesta, lo que indicaba que se trataba de una decisión tomada, pero no de forma impulsiva.

—Me quedé pensando en lo que me dijiste, y aunque fue apresurado, sentí que era el momento correcto para tomar esa decisión; ya estamos terminando este semestre, y sabes que siempre dejo los proyectos avanzados a finales o terminados, para poder desligarme de la empresa al tomar el descanso. Luego es como empezar de nuevo, en cierto modo, y dije "si empiezo de nuevo ahora, buscaré excusas para extender esto hasta el año entrante" pero al mismo tiempo me voy a quedar con la idea de qué y cuándo es que lo voy a lograr. Así que decidí que no tenía que posponerlo.

Hubo un instante de duda en sus ojos en las últimas palabras, como si esa determinación los pusiera en riesgo a causa del repentino cambio en el trabajo de él. Vicente sonrió y la calmó.

—Yo también pienso que fue la decisión correcta; además, piensa que tendré un pequeño descanso ahora y tú después, ambos tenemos la oportunidad de adaptarnos. Ahora que recuerdo, te voy a enseñar un video que grabé de mi nueva oficina.
—Está bien.

En efecto, la apreciación de él sobre el recinto era bastante acertada, y recibió la aprobación de Iris por una buena construcción y orientación del espacio; acerca del nuevo empleo, fue poco lo que tuvieron que comentar, ya que en realidad no había nada que decir de momento.

Comenzar su primer día libre no fue lo que se había esperado; de alguna manera, mientras avanzaba la tarde del martes y ya tenía el mapa mental de las nuevas instalaciones, dejando atrás el mal sabor de boca de la salida de la empresa anterior, tenía la impresión de que podría descansar con toda calma al menos en un principio, pero su presencia en casa más temprano de lo habitual desató una tormenta de amor de hijo sin precedentes recientes, la que por cierto se extendió hasta el miércoles. Tuvo que hacer gala de todo su poder de convencimiento para sacarlo de la cama, y luego para llevarlo al colegio, pero por otra parte resultó encantador pasar ese rato con él a solas, compensando un poco el hecho de que de forma común se turnaban con Iris para ir a dejarlo, y siempre con el sentimiento de urgencia de ir a sus propias labores. Su esposa fue a su trabajo con una gran sonrisa de complicidad por los planes que habían hecho para esa jornada más tarde, pero también le dejó algunos encargos, que no eran más que recordatorios de cosas con las que él se había comprometido en la casa, y que por motivos de trabajo dejó una y otra vez para más tarde. Así las cosas, se dedicó durante casi todo el día a limpiar las canaletas del techo, recortar las ramas altas de los árboles de la casa de junto que se pasaban al jardín, limpiar los vidrios del segundo piso y cambiar muebles de lugar en la planta baja. para cuando hubo terminado, daban casi las cuatro de la tarde, y sólo le quedó tiempo para darse una ducha rápida y salir a buscar a su hijo. En resto de la tarde la pasaron en casa, y tuvo la deliciosa oportunidad de dormir siesta con él, ambos tendidos en el sofá de la sala mientras el televisor seguía encendido; esa era una costumbre propia de las vacaciones, porque los fines de semana nunca les quedaba tiempo para eso. Benjamín le preguntó si estaba de vacaciones de nuevo, ante lo que Vicente respondió con sinceridad que estaba cambiando de empleo; fue extraño que el pequeño, que de forma habitual quedaba excluido de las conversaciones propias de adultos, se tomara el asunto con tanta seriedad. Le preguntó si había algo de malo en el ya antiguo trabajo, y si es que se había ido porque alguien lo molestaba; hizo una ingeniosa analogía con la primaria en la que estaba, mencionando que en determinando momento un niño de otra clase  se había ido porque alguien lo molestaba. Vicente resumió la respuesta diciendo que no, que no existía ningún problema, pero que en el nuevo trabajo tendría más tiempo para él y para su madre, y que por lo tanto las cosas irían de una forma más cómoda para ellos; esta explicación satisfizo la curiosidad del pequeño, quien decidió que era una buena idea que su padre cambiara de empleo. Una vez que llegó Iris y pasaron la tarde, dejaron a Benjamín con Jacinta, y salieron a comer a un bonito restaurante de pastas, en donde disfrutaron de una agradable velada; de regreso en casa, con su hijo durmiendo en su habitación y el resto de la casa para ellos, a Vicente le entraron ganas de hacer algo lúdico entre los dos: le pidió a Iris que subiera al cuarto mientras él preparaba unos tragos para ambos, pero en realidad fue a buscar algo a la bodega ubicada a un costado de la cocina. Tuvo que rebuscar un poco, pero al final encontró en una caja un regalo que en su momento le pareció absurdo, pero que servía bien a sus intenciones: se trataba de un regalo hecho por una familia de conocidos en algún cumpleaños o algo parecido, un set de accesorios para asar carne, junto a un delantal blanco con pechera y un impreso de corbata de lazo en la parte superior. Sin contar que tenía un delantal mejor que ese para asados, la imagen le pareció un tanto ridícula, pero para ese propósito le pareció perfecto; una vez servidos los tragos en altas copas, se desnudó, se puso el delantal atando las cintas por la cintura, y subió en silencio.

—Con su permiso señorita, traigo su pedido.

Iris estaba sentada en la cama mirando distraídamente el móvil, y se tardó un instante en prestarle atención; cuando lo hizo, su expresión pasó de la sorpresa inicial a una sonrisa de complicidad. Vicente cerró la puerta tras sí y avanzó hasta el mueble a la derecha, para dejar sobre él ambas copas, moviéndose con deliberada lentitud; el delantal lo tapaba por delante hasta por encima de las rodillas pero no dejaba nada a la imaginación por la espalda. Iris soltó un suspiro ahogado.



—Se supone que pedí el servicio a la habitación para estar tranquila, pero esto es una falta de respeto.
—Le pido disculpas señorita, estoy muy avergonzado.
—No creo que sus disculpas sean sinceras.

Él volteó hacia ella, con expresión compungida en el rostro.

—No sé cómo disculparme.

Comenzó a avanzar lentamente, como si le pidiera disculpas y temiera acercarse a una figura de poder. Iris se había sentado, de forma muy apropiada, erguida y mirándolo con severidad; siguiendo un instinto, Vicente puso una rodilla en tierra y la miró, anhelante.

— ¿Puede disculparme?

Ella se tomó un dramático instante para responder, mirando en su dirección como si supiera cuánto podía depender de sus palabras. Al fin, habló con un tono firme, casi desprovisto de emoción.

—Voy a pensarlo.

Extendió la mano derecha hacia él, ante lo cual el hombre la tomó con suavidad y le dio un beso, apenas rozando con los labios; Iris llevaba unos pantalones holgados de tela y una camisa escotada, que realzaba la forma redondeada de sus pechos desde ese ángulo inferior en el que él estaba. Sin soltar la mano, se acercó más a ella, aunque sin tocarla aún, solo respirando muy cerca, mientras ella aún se hacía la indiferente.

"Sabes lo que le gusta"

Permaneció en ese jugueteo un instante más, mientras ella comenzaba también el acercamiento, deslizando los dedos por la tela sintética sobre los muslos.

"Hazlo"

Al fin Vicente rompió la distancia, y apoyó las manos en las rodillas de ella, sin hacer presión; entonces sintió sus manos deslizándose a un costado, entrando en contacto con la piel pero todavía sin hacer más, limitando el roce a una caricia muy queda, casi inmóvil. Poco a poco avanzó hacia la cintura, tomó la cinta que ataba el delantal y jugueteó con ella, pero sin desatarla.

"Hazlo"

Ambos se pusieron de pie, sin abrazarse aún, como si de alguna manera el blanco delantal fuera una barrera fría y distante que mantuviera a los dos en lugares distintos; Vicente puso con lentitud las manos en las caderas de ellas, sintiendo el calor, mirándola de forma esquiva, fingiendo que no sabía qué o cómo hacerlo.

"Tú sabes lo que le gusta que hagas"

En ese momento, le dio una fuerte palmada en la nalga izquierda.



— ¡Vicente!

A Iris se le escapó un gritito ante el sorpresivo gesto, pero él intentó atraerla hacia sí, sonriendo.

—Vamos, esto te va a gustar.
—Suéltame.

"Hazlo"

—No te hagas...

Iris se separó con un movimiento más brusco; la expresión relajada e interesada había sido sustituida por una de asombrada molestia.

—Sabes que no me gustan esas cosas ¿Qué te pasa?

Quedaron por un momento enfrentados, a tan sólo un metro de distancia, con aspectos tan contrapuestos el uno del otro; ella vestida, él semidesnudo, ella alterada, él ansioso.

"Seguro que se excita cuando lo hace él"

—Vamos —dijo en voz baja—, no fue nada.
—Sí, fue algo y no me agradó —sentenció ella. Su voz era tensa, pero había recuperado el control de sí misma—. Sabes que no me gusta ese tipo de rudeza.

No estaba bromeando.

"Seguro que cuando él se lo hace, se excita"

—No es rudeza, seguro que...

Vio en ella la mirada que lo había estado fulminando desde hacía unos segundos, y cortó el hilo de las palabras ¿Qué estaba a punto de decir?

— ¿Qué ibas a decir?
—Nada, nada.
—Di lo que ibas a decir.

La nota de desafío en su voz comprobó que estaba más molesta a cada segundo; jamás entre ellos había habido ningún tipo de violencia, ni física ni verbal. La rudeza en la cama era la referente a hacerlo con más intensidad, a volcar en el otro más ganas, pero en ningún caso a ser violentos, de ninguna manera. Y a él ni siquiera le gustaba eso.

—Cariño, perdóname, no estaba pensando en nada, fui muy estúpido.

Avanzó un paso, pero ella retrocedió uno igual; perfecto, había arruinado la velada.

—Lo siento, Iris, es en serio; no estaba pensando, actué como un estúpido.

Pensó que debía verse patético medio desnudo y pidiendo disculpas por arruinar una oportunidad que él mismo había propiciado; Iris cedió un poco, pero mantuvo la distancia.

—No entiendo por qué te comportaste de esa manera.

Tenía que argumentar algo. Quedarse con cara de idiota, esperando que eso solucionara algo, en verdad no tenía ninguna utilidad; tenía que dar alguna razón, por mucho que dentro de su cabeza no supiera por qué es que había tomado esa acción.

—Yo solo, solo intentaba hacer algo diferente, no estaba pensando, solo lo hice como si fuera parte del juego.

Decir eso empeoró las cosas; el rostro de Iris se contrajo en una mueca de desagrado.

— ¿Parte del juego? Me golpeaste Vicente.
—Me di cuenta que usé un poco de fuerza.
—No usaste un poco de fuerza —exclamó ella por sobre su tono de voz habitual—, no fue un poco de fuerza, fue un golpe.

Oh, no.

—Pero no era eso lo que pretendía.
—No sé lo que pretendías, y no quiero saberlo. Quiero que salgas del cuarto; duerme en la sala o en la habitación de invitados.
—Cariño, por favor, escucha, solo hablemos de esto, no lo hice con mala intención.

Volvió a intentar acercarse, pero ella retrocedió otra vez, quedando a tan solo un paso de la cama; su mirada era dura como el acero, su expresión, de furibunda determinación.

—No me importa; y si te importa a ti, entonces no te me acerques ahora, estoy muy ofuscada. Sal del cuarto ahora Vicente.

Sostuvo la mirada de ella un instante más, hasta que se rindió, y salió del cuarto, sin mirar atrás. Bajó casi a la carrera la escalera, y se metió a la cocina para volver a vestirse, mientras arrojaba el delantal al suelo en u inútil gesto de impotencia.

— ¿Por qué hice eso maldita sea?

Se puso los pantalones y la camisa, y abrió la puerta del refrigerador, más por hacer algo que por necesidad: se quedó mirando el contenido mientras respiraba agitado, sintiendo como se asentaba en su interior la frustración y la culpa por lo que había hecho. No había sido solamente una palmada más fuerte de lo necesario, había sido prácticamente un golpe, que fue menos grave por la circunstancia de estar abrazado, lo que le dejaba menos margen de movimiento; había dado un golpe, inintencionado o no, pero se trataba de un golpe, y ellos ni siquiera se habían gritado en todos esos años ¿Cómo podía haber hecho eso? Sacó una cerveza y se quedó con ella en la mano, apoyado en la puerta mientras le llegaba el aire frío del interior de la blanca máquina, junto con ese sonido muy leve, el murmullo del mecanismo funcionando para mantener la temperatura; mirando pero sin ver. Al menos contaba con que la humillación no había llegado a tanto como para que ella le dijera que fuera a darse una ducha fría ¿Cómo demonios? Podía imaginarse a Iris en el interior del cuarto, sentada muy erguida en la cama o recostada, aovillada en su lado, con los ojos inundados en lágrimas, no por el hecho, sino por su significado: pensando en tantas cosas, quizás creyendo que, las sospechas que de seguro tenía de sus aventuras anteriores hubiera convertido a su esposo en alguien a quien ella no conocía. No le había gritado, pero la fuerza de su voz, lo tenso de su rostro y esa actitud corporal distante, a la defensiva, habían causado el efecto mucho más que si hubiese vociferado por todo lo alto. Estaría pensando en qué momento su esposo, el hombre a quien amaba, pasó a hacer un juego tan peligroso como ese, cuántas veces lo habría pensado antes de llevarlo a la realidad ¡Pero él jamás había pensado eso! No se trataba de dormir fuera del cuarto, ni siquiera de estar en la patética situación, se trataba de todo lo que iba a pasar a partir de la mañana siguiente. Iris tenía que ir al trabajo, él quedarse en casa y ocuparse de Benjamín, pero estaría la frialdad de ella ¿Lo dejaría al menos darle un beso de buenos días? Tal vez se iba a comportar de forma cortés frente a su hijo, sin demostrar lo que estaba sucediendo, pero poniendo distancia entre ambos, como si se tratara de una pantomima, para que el pequeño no se enterara de nada. Luego se despediría con un escueto “Hablamos más tarde” y después estaría muy ocupada para contestar los mensajes; todo se estaba convirtiendo en una especie de pesadilla ¿Por qué tenía que pasar en un momento como ese? Todo estaba tan bien, él descansando unos días antes del nuevo empleo, ella con planes de empezar al fin una carrera propia, mejores perspectivas, y sucedía esto.

“Vas a poder solucionarlo”

Algo en su interior le decía que tenía que solucionarlo, pero no de la forma que muchas personas intentaban; no podía tratar de olvidar, ni hacer como si nada, tenía que enfrentar la situación.

“Habla con ella, de corazón”

Tenía que conseguir que ella hablara con él; que ambos hablaran. Salir del cuarto había puesto entre los dos un muro que sería más difícil de derribar al día siguiente, pero tenía la obligación de hacerlo, porque a cada momento resultaría más y más difícil; era primordial entablar la conversación: no importaba si ella era dura con él, se lo merecía, y no había nada que disminuir ni evadir.

“Ella va a escucharte”

Sería una jornada larga y difícil, pero lo haría; estaba obligado a hacerlo, a intentar por todos los medios que ella entendiera que no tenía ninguna mala intención, sino que solo se trató de una estupidez, de un momento en que no pensó en absolutamente nada, y que lo hizo cometer una idiotez de grandes proporciones. No podía usar la expresión error. Tenía que ser más directo, aceptar su culpa en eso, pero dejar en claro que se trataba de algo excepcional, salido de alguna parte oscura de su cabeza, una parte que de ninguna manera iba a volver a visitar.



Próximo capítulo: Di lo que estás pensando