La otra matrix Capítulo 5: En manos equivocadas



Tan pronto como sintió la hoja afilada amenazando con cortar la placa exterior de su brazo y llegar hasta la Matrix oculta en la caja, Soulbreaker intentó moverse o defender su posición en medio de la espesa bruma que de la nada había surgido, pero la luz se lo impidió. Fue una situación muy extraña, en donde la luz parecía tener cuerpo físico igual como si estuviera en un sitio inundándose de algún tipo de sustancia acusa muy pesada; de inmediato sus sensores oculares y auditivos quedaron bloqueados y se vio incapaz de moverse, atenazado por esa sustancia que no podía tocar pero que al mismo tiempo lo inmovilizaba por completo. Ante una amenaza como ésta, lo lógico es que su sistema hubiese activado de inmediato los protocolos de defensa, pero esto no sucedió.
Dentro de su mente, Soulbraker sentía que estaba ahogándose en un mar de energon puro con la desesperación bullendo por todas partes.

“Ultramagnus —pensó desesperado— ¿Dónde estás, qué sucedió contigo?”

Después de varios minutos de un silencio y quietud insoportables, la luz se disipó como si hubiese sido una explosión silenciosa y sin ruido, tras lo cual Soulbraker se dio cuenta que había estado flotando en el exterior de la cámara sellada, y cayó como peso muerto al suelo.

—Levántate, estamos bajo ataque.

La voz de Ultramagnus, dura como el acero, lo obligó a ponerse de pie de inmediato; sólo en ese momento recordó que no traía armamento consigo, ya que las pistolas combinables habían sido destruidas en su muerte. Corrió a toda prisa tras Ultramagnus que ya estaba llegando a la superficie del asteroide mecánico con las pistolas preparadas para disparar, y recordó que lo único que tenía él era el disco magnético.
Una nave negra con unas vistosas líneas doradas estaba circundando el asteroide mecánico, y desde los disparadores ubicados en los extremos de las alas arrojaba pulsos eléctricos esféricos a gran velocidad. Soulbraker reguló la intensidad de las dos mitades del disco magnético para generar pulsos de igual frecuencia y comenzó a disparar en contra del misterioso atacante; Ultra magnus por su parte anulaba cada pulso esférico con una precisión envidiable.

— ¿Quién es ese decepticon?
—No es un decepticon, es Runflight, no te distraigas, es extremadamente poderoso.

Continuaron repeliendo el ataque mientras a su alrededor comenzaban a arder distintos focos de fuego, los que en su mayoría eran ocasionados por las esferas que Soulbraker no había podido evitar o detener antes de llegar a la superficie; el vuelo de su enemigo se desplazaba en distintos puntos de una manera inexacta, por lo que resultaba difícil saber cuál sería el siguiente punto de ataque, además que él contaba con la superioridad que le otorgaba el vuelo en esos momentos. De manera repentina y sin haber perdido la ventaja que tenía sobre ellos, el enemigo lanzó unos cuantos pulsos eléctricos más y se alejó a toda velocidad del asteroide.

— ¿Te encuentras bien? —le preguntó Ultramagnus acercándose.

El asteroide donde se encontraban estaba en ruinas, había fuego en distintas partes y varias Torres de comunicaciones se habían desmoronado ante el ataque; Soulbraker se sorprendió al revisar su brazo derecho y ver quién no tenía cortes como había sentido al momento en que la bruma envolvió a ambos.

—Si, estoy bien, pero es extraño, cuando nos envolvió esa niebla sentí que alguien estaba tratando de cortarme el brazo.
—Yo también lo sentí —dijo Ultramagnus— pero eso no era una simple neblina. Era espuma corrosiva.

En ese momento Soulbraker vio que Ultramagnus tenía una serie de heridas en distintas partes del cuerpo donde la cubierta exterior de metal había sido carcomida; él mismo tenía algunas de estas heridas, aunque eran sólo algunas y parecían de menor intensidad.

—Runflight es un mercenario muy poderoso, lo conocí tiempo atrás en una misión de rescate y lo dimos por muerto en Asblenios 6 hace más de cinco décadas cuando cayó a un pozo de lava, pero al parecer nos equivocamos y él sigue haciendo de las suyas por el universo.

Soulbraker sabía de mercenarios autobots y decepticons desde siempre, incluso sabía que a pesar de ser un mal para la sociedad, en muchos casos eran un mal aceptado ya que ellos realizaban misiones que otros no podían o no querían realizar; eran algo así como la versión no oficial y aún más salvaje de los Wreckers y La patrulla X.

—No lo entiendo, no tiene sentido que un mercenario esté atacándonos en este asteroide. ¿Cómo podría? Oh por Primus…
—Debe haber estado siguiéndonos, andaba cerca y nos vio descender en el asteroide.

En este instante lo entendió, la relación entre los hechos ocurridos inmediatamente después de despertar, y lo sucedido después. No tenía como probarlo y tampoco podía decírselo a Ultramagnus sin decir quién era y generar con ello una serie de nuevos conflictos, pero tenía la seguridad que ese mercenario que los había atacado unos minutos antes era el mismo que había asesinado a Slimdeam en las ruinas de ciudad autobot y que estaba al mando de los barredores.

—Él lo sabe.
— ¿De qué hablas?
—Él sabe que tengo la copia —dijo Soulbraker sin poder ocultar el nerviosismo— por eso nos atacó. ——Pero dijiste que nadie había visto la copia antes, además estaba en superioridad con respecto a nosotros, si quería la copia era el mejor momento para obtenerla en vez de irse.
—Pero nos arrojó esa espuma corrosiva, tiene que haberlo hecho por algo.
— ¿Comprobaste que la caja estuviera cerrada?
—Sí, sí lo está.

Ambos guardaron silencio, sabiendo que la luz que se había aparecido en el lugar luego de la niebla no tenía una explicación lógica.

—Estamos perdiendo tiempo y seguimos expuestos en el espacio. Tenemos que ir con Rodimus, así que vamos a subir a esta nave y dejaremos lo más rápido que sea posible este basurero.


2


Laboratorios subterráneos en Tarn
Spektre era un decepticon muy antiguo, pese a lo cual nunca había tenido una participación destacada en los ejércitos al servicio de Megatron; cuando Shockwave dominó Tarn y le asignó los laboratorios subterráneos, Spektre se sintió muy complacido, la tarea no era desafiante aunque sí rutinaria y muy específica, por lo que estaba obligado a estar permanentemente pendiente de los radares de superficie y las fluctuaciones de energía en los distintos túneles la ciudad. Él y su equipo estaban obligados a super vigilar y permitir que todo funcionara de manera correcta a las órdenes y al Servicio del gran Lord Megatron.
Algún tiempo después el líder de la sección subterránea descubrió que había mucho de lo cual sacar provecho en ese trabajo sin descuidar su misión como sirviente de los decepticons; estar en un lugar como ese, trabajando de manera constante lo volvía invisible para la mayoría de sus congéneres, y si se trataba de despistar el ojo vigilante de Shockwave, bastaba con ser riguroso hasta el extremo, en el envío de informes de resultado y también en los preventivos, de esta manera el matemático estaría concentrado y satisfecho con lo que recibía y él tendría tiempo disponible para sus propios planes. Algunos se dedicaban a la guerra, otros a los números, gobernar, construir o esclavizar, mientras que en sus tiempos libres él se dedicaba a escanear. Al final construyó un Scanner tan poderoso y detallado que era capaz de identificar casi cualquier fuente y frecuencia de energía en miles de kilómetros a la redonda, utilizando para ello millones de drones microscópicos que actuaban como sensores espejo; entre las muchas frecuencias que había podido identificar se encontraba por supuesto la Matrix de liderazgo, aquel poderoso objeto en poder del líder de los Autobots y que era un objeto ambicionado por Megatron y temido por el gigante come planetas Unicron, pero inalcanzable para cualquier otro Transformer que no fuera el líder de los Autobots.
Lo que nunca se imaginó fue detectar ese tipo de frecuencia energética tan única en dos sitios diferentes.

—Cariño, veo que volviste.

Arciagan llegaba justo en ese momento; la hermosa y misteriosa ladycon se sentó junto a él ante los tableros en donde se encontraba realizando su trabajo.

—Todo sigue igual en el exterior —dijo ella con un tono de voz sedoso y susurrante— ¿Qué hay de ti, hay alguna noticia de Runflight o de la señal?
—Parece que las cosas no están resultando tan sencillas como él mismo había dicho en un principio —repuso Spektre lentamente—, al parecer la señal se encuentra bastante bien cuidada, ya que no he vuelto registrarla. De todos modos Runflight insiste en que su trabajo está a punto de concluir.
— ¿Y tú le crees?
—Runflight funciona en base a créditos y los que le ofrecí son una enorme cantidad, así que puedo contar con que haga el trabajo que me prometió.
—Pero ese Mercenario también es codicioso —dijo ella—, ¿ qué tal si quiere quedarse con el objeto para sí mismo
—Puede —respondió Spektre sin alterarse—, pero no me importa que lo haga porque el poder de ese objeto será demasiado para alguien como él. Y no olvides que si logra apropiarse de ese objeto quiere decir que ya no estará en manos de los Autobots y por lo tanto un paso más cerca de nosotros.

3

Runflight volaba a toda velocidad en modo jet hacia el asteroide mecánico donde se ubicaba una de sus bases de operación; en realidad en ese lugar sólo había lo necesario para recargar energía y armas y el depósito completamente equipado en donde permanecía el robot agonizante conectado a una serie de aparatos. Después de ingresar los códigos necesarios en los paneles de seguridad, Runflight entró nuevamente en la habitación donde la compleja maquinaria que tiempo atrás había sido utilizado para torturas evitaba la casi inevitable muerte de un transformer; el recinto estaba aislado del exterior y poseía un regulador de temperatura además de un purificador de partículas, lo que permitía que el sistema nervioso y mecánico que quedaba del transformer y su expuesta chispa no fueran afectados por agentes exteriores. La gran camilla conectada a numeroso cableado, todo ello concentrando los esfuerzos de todas las máquinas en preservar la chispa.
Runflight se acercó lo suficiente para que el otro pudiera verlo directo a los ojos.

—Es un gusto volverte a ver viejo amigo —dijo con una voz desprovista de emoción como era casi habitual en sus visitas a este sitio—. Seguramente debes estar preguntándote por qué es que vuelvo a visitarte tan pronto siendo que antes me he tardado mucho más. Has sufrido tanto, y lo cierto es que eso ya no va a seguir sucediendo. No puedo seguir manteniéndote en este estado en el que tanto sufres, ni vivo ni muerto pero dándote cuenta del estado en el que te encuentras.Eesto termina ahora.

La mirada en los ojos del transformer vibró con nerviosismo por las palabras de Runflight. Este se sentía orgulloso de haber comprobado una vez más su excelente olfato para los trabajos que realizaba, y también la eficiencia de los inventos que había estado adaptando en el último tiempo; la espuma corrosiva que había arrojado sobre Ultramagnus y Heartfire contenía una molécula especial modificada por sus manos, que era capaz de atravesar virtualmente cualquier tipo de metal no vivo, por lo que no afectaba a los Transformers. Una vez que la espuma cubrió a sus víctimas, la molécula se dirigió al primer objeto metálico que encontró y que Runflight suponía era donde estaba guardado el objeto que Heartfire y Ultramagnus estaban transportando tan secretamente; sabía que Spektre de alguna manera estaba vigilándolo y agradeció que la espuma corrosiva bloqueara de manera momentánea cualquier tipo de señal o frecuencia, ya que eso y le dio tiempo para absorber una parte muy pequeña de la energía desplegada sin ser descubierto en el acto. De todos modos y aunque se hubiese apropiado de una minúscula fracción de la energía del objeto, sabía que no podía disponer de mucho tiempo y que tenía la obligación de continuar con el trabajo por el que le estaban pagando.
Utilizando el dispositivo con el que había absorbido una parte de la energía desplegada como una jeringa, introdujo el contenido en la chispa del robot que permanecía moribundo.

4

Asteroide de vigilancia fuera de la órbita de Cybertron
El viaje había sido corto y silencioso para ambos después del ataque que habían sufrido, pero tal como había indicado Ultramagnus aún tenían que traspasar La muralla autobot. El asteroide al que se dirigían no era de gran tamaño pero estaba dotado de muy buena tecnología y cuatro anillos de asteroides de carga magnética que impedían las comunicaciones a distancia y bloqueaban casi cualquier tipo de arma energética; Ultramagnus tuvo que detener la nave en el espacio. Un autobot grande armado con una cadena y una porra flotó hacia ellos y los enfrentó con cara de pocos amigos.

—Justo lo que necesitaba para hacer más entretenido mi día, Ultramagnus qué sorpresa verte por aquí.
—Sentinel Kharx —respondió éste a modo de saludo—, estoy aquí porque necesito hablar con Rodimus de manera urgente, se trata de una amenaza de nivel Gamma.

El otro no pareció sorprenderse ante esas palabras.

—El chico desobediente quiere hablar con el líder; déjame decirte que es improbable que el líder quiera hablar contigo después de lo que hiciste.
— Esto no se trata de mí.
—Imagino que no, entonces dime de qué se trata. ¿Quién es él y por qué está aquí?
—Este autobot tiene información importante que sólo puede ser escuchada por el líder, ya que se trata de algo confidencial.

El otro lo miró con desdén.

—Lo siento Ultramagnus pero eso no es suficiente.

 Soulbraker no se atrevía a decir una sola palabra, temeroso de causar un problema mayor al que ya estaban viviendo.

—Lo siento pero no puedo seguir perdiendo tiempo en este lugar —sentenció el gran guerrero—, invoco al Espíritu de Primus.

El otro quedó en silencio durante unos momentos, a todas luces impresionado por la declaración de Ultramagnus; el propio Soulbraker no podía creerlo.

— ¿Ttienes alguna idea de lo que estás diciendo?
—Claro que la tengo, conozco los estatutos y las leyes de Cybertron.

El espíritu de Primus era un antiguo juramento autobot, mediante el cual, quien lo invocara adquiría derecho a audiencia con el líder máximo sin importar las condiciones, ya que lo que lo apremiaba era un hecho o noticia de tal importancia que hasta el mismo Primus atendería sus razones; el lado malo del juramento es que generaba un código único en la memoria del robot que lo realizaba, por lo que si se hacía en vano, la ley indicaba que el culpable debía ser juzgado por alta traición. Después de un nuevo y tenso silencio el centinela le indicó a otro que estaba cerca que acompañar a los dos hacia el transporte que los acercaría  a la posición de Rodimus.

5

Runflight permaneció inmóvil a una prudente distancia mientras se producía el impresionante efecto. Frente a sus ojos el cuerpo del moribundo robot, comenzando por el núcleo y siguiendo por las conexiones nerviosas y terminales eléctricos, inició un proceso regenerativo que avanzaba a una velocidad sorprendente; poco a poco las articulaciones recobraron su estado original, los sensores y cableado interno se restituyeron y por una milésima de segundo, Runflight pudo ver los finos conductos de energía por donde el energon volvería a correr. Todo el sistema de cableado y sensores conectado a las máquinas que él mismo había conectado salieron despedidos cuando el cuerpo continuó con su reparación, y tan sólo unos minutos más tarde, el cuerpo había recuperado la estética original, la salud y la vida que tiempo atrás perdiera producto de desafortunados hechos.

—Maravilloso.

El mercenario no pudo menos que reconocer el inmenso poder de la fracción de energía de la matrix, y cómo esta logró restaurar el cuerpo y la esencia de un robot que debería haber muerto mucho antes, de no ser por su intervención; se trataba de un tanque cibertroniano del tipo guerrero, que casi doblaba su estatura en modo robot, y que ahora de pie, exhibía nuevamente las múltiples ruedas en las extremidades, los cañones direccionales en la espalda y los lanzamisiles en las piernas, además de muchos otros detalles que hacían de él una máquina de guerra.
El símbolo autobot también había sido restaurado.

—No puedo creerlo —dijo con voz quebrada por la sorpresa y emoción—. Esto es algo que no creí que pudiera suceder…
—Prometí que intentaría salvarte, viejo amigo —replicó Runflight en voz baja—, y estoy contento de haberlo logrado.

El gran robot movió los brazos y articuló las extremidades, aún sin poder creer lo que estaba pasando.

—Es increíble estar completo de nuevo Runflight. Estoy vivo, como si nada hubiera sucedido.
—Pero sí han sucedido muchas cosas amigo. El líder de los autobots ha resultado muerto, un nuevo líder y nuevas reglas se han establecido, y alguien amenaza con destruir tu recuerdo, suplantándote.

El otro lo miró, asombrado.

— ¿Por qué alguien querría suplantarme?
—Porque por tus logros en galaxias lejanas, serías ascendido al rango de defensor que mereces; sin embargo, mientras hablamos, el impostor está a un paso de recibir ese cargo y con ello, el poder que conlleva.
—No puedo creerlo.
—Las intenciones de ese ser, y de otros, pueden ser extrañas, y por eso mismo y la amenaza a la raza, es que tienes que hacer algo.
—Ven conmigo.
—Sabes que no puedo, por mis crímenes sería encarcelado, si es que no algo peor.

El gran robot apretó los puños, tomando la decisión.

—Mi restauración debió haber sido prodigada por los autobots, pero me abandonaron, y ahora tú me dices que alguien usurpa mi puesto y quiere obtener poder a costa de ello. ¿para eso resistí tanto sufrimiento por años?

Runflight ingresó en el tablero de la pared los datos correspondientes para apagar todos los sistemas y borrar los archivos, excepto una copia de seguridad; ninguno de los dos volvería a ese sitio.

—Lamento traer malas noticias.
—Nada de lo que venga de ti es malo, amigo mío; siempre estaré en deuda contigo y, cuando aclare todas estas cuestiones en Cybertyron y el mando autobot, exigiré que se te exculpe de los crímenes que cometiste en el pasado; tienes derecho a rehacer tu vida.
—Dudo que eso suceda, pero te agradezco la preocupación. Ahora lo que es importante es que salgas de este lugar, y llegues a tu destino lo más pronto posible. Enfrenta a los traidores, desenmascara al usurpador y recupera tu puesto, tu vida y tu poder.
—Gracias por cuidarme, Runflight.
—Gracias a ti por tener fe en mí, Tau.



Próximo capítulo: Nunca digas la verdad

La traición de Adán capítulo 17: Mariposas calcinadas



La mañana del día de la inauguración de la galería avanzaba rápidamente, y Carmen estaba tranquila en su departamento, hasta que tocaron insistentemente a la puerta.

–Pilar, ¿qué haces aquí?

Se le veía algo demacrada, y lo más llamativo de todo fue la expresión de su rostro; definitivamente estaba enfadada.

–Había pensado dejar esto para otro momento –dijo entrando sin preguntar – incluso pensé en esperar, pero después lo pensé mejor; sé que hoy inauguras tu galería, pero no voy a privarte de nada.

Carmen alzó las cejas.

–No sé de qué estás hablando, pero no recuerdo haberte invitado. Cuando te necesite te llamaré.

Le hablaba como a un empleado. Que indiferencia por Dios, ¿Acaso cambiaría al saber la verdad, o seguiría importándole tan poco como ahora?

–En realidad no creo que te importe, pero no voy a quedarme con esto aquí dentro, tú también tienes que saberlo.
– ¿A qué te refieres?
–A todo lo que ha pasado entre nosotras desde siempre –explicó serenamente– porque haciendo memoria mamá, es lo mismo que antes; siempre me has subestimado, siempre me has considerado... poca cosa para ser tu hija, y yo siempre traté de contentarte, siempre quise que me valoraras por quien soy, pero nada funcionaba –miró un cuadro– tu tenías cosas más importantes de que ocuparte.
–No tengo ganas de escuchar esa clase de cursilerías de ti –la interrumpió Carmen– no después de cómo te has comportado.
–Como según tú me he comportado –la corrigió la joven impasible– porque las cosas son muy distintas ahora que cuando me echaste de tu casa gritándome que era una traidora y una ladrona.

A Carmen se le agotó la paciencia.

–Pero si eso es lo que eres –exclamó decidida– o dime como se le llama a una hija que le roba a su madre algo invaluable y lo vende al mejor postor.

Pilar respiró. Otra vez el mismo desprecio, de nuevo la misma rabia; sabía que después de lo que iba a decir nada mejoraría, pero ya no importaba, porque ya había llegado al límite de la humillación.

–Es divertido que ahora recuerdes que soy tu hija –comentó duramente– por lo visto es solo porque te conviene. Pero si algo te acuerdas de lo que pasó, tal vez recuerdes que  esa tarde te supliqué de rodillas que me ayudaras y que me creyeras, y no solo me diste la espalda, también me echaste de tu vida, me maldijiste y además hiciste lo posible para perjudicarme. Qué clase de madre le hace eso a una hija sin escucharla.
–No te atrevas a hablarme así.
–Me atrevo Carmen Basaure –le espetó desafiante– me atrevo a decirte que no eres una madre, porque una madre de verdad iría al infierno por proteger a un hijo, y a ti te bastó con ver un par de papeles para arrojarme de tu vida. Jamás me quisiste.

Carmen iba a decir algo pero no lo hizo, ahogada por una exclamación que más parecía por sorpresa que por verse afectada por las palabras de Pilar. La joven sacó de su bolso un disco en un sobre transparente.

–La venta de tu querida colección de arte no la hice yo, y ahí está la prueba; como te dije entonces, soy inocente y fui utilizada porque quisieron perjudicarme. Si quieres saberlo por adelantado te lo diré, la responsable de esto, quien falsificó mi firma y envió gente a perjudicarme fue la madre de Micaela.
– ¿Qué?
–Así es, y en la grabación que hay en ese disco lo vas a comprobar.
–Eso es ridículo, no hay ningún motivo para que ella...
–Ella fue la única que salió ganando –siguió Pilar implacable– ¿No lo ves? La verdad siempre ha estado ahí frente a tus ojos, pero si no quieres entenderlo, no te mereces más mi insistencia. Solo vine a eso, ahora si te satisface más seguir engañada, déjalo, si quieres comprobar lo que te estoy diciendo, entonces escúchalo, es material de primera, como a ti te gusta.

Salió del departamento sin decir más, y dejando a Carmen perpleja; miró el disco con desconfianza, casi como si pudiera hacerle algún daño, pero no sabía aún si sería peor la incertidumbre o la verdad. Desde siempre había predicho que Pilar le provocaría problemas, y ahora mismo no sabía que pensar, más bien parecía todo orquestado como parte de un plan de ella. Sin embargo y aunque tenía cientos de dudas al respecto, la curiosidad pudo más, y finalmente la artista tomó en sus manos el disco, decidida a escuchar su contenido.

– ¿Sabes para que vuelan las mariposas?

La mujer se quedó  inmóvil, escuchando.

–Las mariposas vuelan para llegar al cielo. Pero nunca lo logran, porque cuando están demasiado alto, la luz del Sol les quema las alas.

La mujer volteó lentamente; no creyó escuchar de alguien más esa críptica descripción, pero había pasado y sabía quién era la persona que había entrado por su cuenta a su departamento.

–Micaela.

La vió y al momento se sintió sorprendida: físicamente se veía como de costumbre, quizás con el cabello más largo, pero su expresión era distinta, su rostro estaba endurecido, la mirada afilada como un puñal.

–Hola Bernarda.

Bernarda Solar miró de pies a cabeza a Micaela; tenía la sospecha de que ella volvería en algún momento,  pero pensó que se tardaría más.

–Pudiste avisarme, te habría tenido algo especial.

Un saludo típico para ganar tiempo; pero en el estado mental en que se encontraba Micaela, no seguiría su juego.

–Ya sé lo que hiciste.  Ya sé que tú armaste la estrategia para quedarte con la colección Cielo y que me  mentiste para lograrlo. Ya sé todo lo que hiciste, mamá.

Lo último lo dijo como disparando un arma; Bernarda la miró fijo, así que después de esos meses finalmente lo había descubierto, no podía culparla por estar enfadada, pero nada más.

–Que sorpresa, no creí que estuvieras investigando este tema después de tanto tiempo.
–Me mentiste Bernarda. Me hiciste creer que estabas de mi lado, mientras a mi espalda tramabas la forma de intrigar contra mi relación con Pilar. Usaste mi cercanía con ella para conseguir información, y te valiste de engaños y falsificaciones.
–Culpable de esos cargos –replicó Bernarda sin inmutarse– por fin caen las máscaras hija mía, ahora podemos hablar con la verdad.
–Quiero que me digas porqué.
–Porque nunca iba a estar de acuerdo en esa aventurilla tuya con esa muchacha. ¿Por qué más?

Micaela la miró con desprecio. Siempre había sabido que su madre era una bestia de caza en los negocios, y nunca la apoyó ni estuvo de acuerdo, pero de alguna manera creyó que por ser su hija, ella establecería un límite de no dañar, de no destruir. Que estúpida había sido.

–Eso ya lo había supuesto, me refiero a porque me hiciste creer que eras mi aliada.
–Porque era la única forma de entrar en el área de Carmen sin poner en riesgo mis planes – respondió la otra simplemente– todo se trataba de oportunidades.

La joven vió por un momento la escena desde afuera, con ella por un lado,  joven, natural, sincera, y por el otro Bernarda, madura, artificial, mentirosa. No tenía ningún sentido estar allí pidiendo explicaciones, mejor era pasar a la parte importante. Tomó en sus manos una costosa figura tallada a mano en cristal blanco, una especie de hada con corazón de brillante.

–Así que solo fue otro negocio –comentó jugando con la estatuilla– otro día, otro billete para ti, nada más y nada menos. Solo otro comerciante pequeño expropiado porque pondrás en lugar de su tienda una automotora, otro grupo de obreros despedidos para abaratar costos, otra empleada tirada a una casa de reposo a cambio de una más joven. Eso fué para ti tu hija, y yo que creí que me mantendrías al margen de tus maquinaciones al menos para no perjudicar tus propios intereses.

Arrojó violentamente la figura contra una pared, haciéndola mil pedazos; Bernarda contrajo los músculos de su cara al ver la destrucción de una de sus posesiones, pero se mantuvo firme, a tres metros de distancia de la más joven, decidida a no dejarse intimidar por nadie, como siempre.

–Estás haciendo un melodrama barato –atacó haciendo ojos ciegos a la estatuilla– a fin de cuentas yo no soy la bruja de la historia ni eso que pretendes. ¿O acaso fui yo quien se llenó de desconfianza?

Eso fue un golpe bajo.

–Claro que no, pero si eres responsable de tus actos, a la larga todo lo que haces termina por tener una consecuencia, no puedes ser tan inocente como para creer que eso no pasará nunca. Soy una tonta, fui la mujer más estúpida del mundo al creer que tú, específicamente tú, ibas a tener alguna cuota de humanidad teniendo un botín jugoso a la vista; te creí, te  creí tu apoyo y tus palabras, incluso di por correcto que me pidieras mantener lo nuestro en secreto, porque pensé que era el precio que tenía que pagar por tener a mi madre de aliada. Luego –continuó con rabia– estuvo esa noche en la galería, cuando estábamos tú y yo y me mostraste esa horrenda pintura: un cielo tormentoso iluminado por infinitos colores, salidos de las alas de las más exquisitas mariposas, volando en ascensión hacia un cielo impredecible, y las que estaban más arriba con las alas incendiándose; me dijiste cual era el concepto de esa obra, y mientras yo miraba esas frágiles vidas destruirse, te escuchaba diciéndomelo ¨nunca logran llegar al cielo, porque cuando están demasiado alto la luz del Sol les quema las alas¨ Y sabías que yo le decía a Pilar que era mi mariposa, tú lo sabías. ¿Qué te ocurrió en ese momento? ¿Estabas advirtiéndome en un momento de debilidad a ver si yo comprendía el mensaje, o simplemente estabas anunciando mi destino?

–Un poco de las dos cosas –contestó Bernarda sin alterarse– pero a fin de cuentas daba lo mismo, porque lo importante ya estaba hecho, no iba a dar pie atrás, y lo mismo digo de ti, no te arrepentiste de mezclarte con esa chiquilla, y ahí tienes. Todo el amor que supuestamente tenías ni siquiera era tan grande después de todo.

Micaela miró de arriba a abajo a su madre; esa era la verdadera, la que había visto siempre y no otra.

–No estoy hablando de eso, ya te lo dije. Mis sentimientos por Pilar y lo que pueda pasar con ella son asunto mío, pero te concierne actuar contra tu hija, y lo sabes. Estás completamente sola en el mundo, mi papá huyo de ti, tus amigos solo se te acercan porque vives un buen momento, y no cuidas a tu hija ni siquiera por interés.

Bernarda sabía desde siempre que ser madre no era lo suyo, y en realidad Micaela había sido un dolor de cabeza desde que se convirtió en lesbiana, pero ya era irrelevante, simplemente tenía que quitarla del camino.

–No tengo interés en ti, no te necesito Micaela, siempre he sido autosuficiente, y si ya terminaste tu teatro, es mejor que te vayas.
–No tengo mayor interés en quedarme contigo aquí, pero si quiero que sepas que no me voy a cruzar de brazos viendo como le sigues arruinando la vida a los demás.
– ¿Y qué vas a hacer? ¿Destruir mis adornos?

Micaela la miró fijamente; escuchar a la propia madre hablarle como a una desconocida era duro, pero lo superaría, y cumpliría con lo que estaba anunciando.

–Voy a destruirte a ti –sentenció decidida– tal vez no pueda cambiar el engaño que hiciste, pero te conozco Bernarda Solar, y no solo puedo entrar a tu departamento, también conozco varios otros sitios, veremos qué tan molesta puede ser para una leona como tú una mariposa volando a su alrededor.

Una hora después, Micaela estaba en la obra del Boulevard, y aprovechó un momento para hablar con el mismo obrero que había visto saliendo del edificio de la constructora anteriormente.

–Mario, quiero que me digas por qué estabas en el edificio de la constructora.

El hombre la miró sorprendido.

– ¿En el edificio? Nunca estuve ahí, además ¿para qué?
–No lo niegues –replicó ella– sé que tienes estudios de informática, y creo saber lo que hiciste, pero quiero que primero me lo digas tú. Sé que hemos trabajado muy poco, pero siempre estuve  de su lado, respétame un poco y dime la verdad, me lo merezco.

El hombre tragó saliva.

–Tiene que comprender que es mucho dinero, y lo necesito.
–No te voy a juzgar. Solo dímelo.
–Me pagaron por conseguir información de los proyectos que lleva don Esteban –explicó el trabajador en voz baja– y lo hice. Es mucho lo que me pagaron, lo siento pero lo hice por mi familia.
– ¿Quién te pagó?
–La misma mujer que estuvo aquí la otra vez. Por favor no le diga a los demás o van a matarme.

Micaela lo miró, y comprendió porque es que personas como Bernarda  tenían éxito: porque habían personas como él que les pavimentaban el camino.

–No le voy a decir a nadie. Además no tendría sentido, me van a despedir dentro de muy poco.
– ¿Por lo que hice?
–No, iba a pasar igual. Eres un buen hombre Mario, no te arriesgues a colaborar con este tipo de gente, porque así  como ahora te  pagan por algo que necesitan que hagas, el día de mañana le pagaran a otro para quitarte de su camino si les estorbas; cuídate mucho de las personas como Eva San Román, con ellos lo único que tienes claro es que algún día te causaran problemas.

– ¿Y ahora qué hago?

Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, después de las visitas que les había hecho a Micaela y a su madre; estaba cansada, pero no sabía definir si estaba triste o no.

–Mira, lo importante es que ya diste ese paso tan importante.
–No lo habría logrado sin tu apoyo.
–Ni lo menciones –comentó la otra sonriendo– es lo mínimo que haría por ti amiga. Ahora, si ya pasaste esta etapa, creo que deberías hacer alguna clase de proyecto nuevo.
– ¿Pero de que, con qué dinero?
– ¿Cómo que con qué dinero? Pues con el del pago, ese que tienes ahí desde hace ocho meses.

Pilar frunció el ceño.

–Nunca he pensado en usar ese dinero, creo que no corresponde.
– ¿Y por qué no? Ese dinero no es mal habido si es eso en lo que estás pensando, es un pago mínimo en comparación con todo lo que has sufrido mujer; tómalo como una indemnización, si se pudiera enjuiciar a alguien por lo que te hicieron exigirías una reparación o una multa, esto es exactamente lo mismo.
–La verdad es que no lo había tomado de esa manera.
–Ya  veo. Pero hazme caso, te aseguro que es la mejor decisión.

Pilar sabía que había estado haciendo algunas cosas, además de algunas inversiones con el dinero que le dejara su padre, pero la idea, ahora planteada, tenía sentido.

–Margarita, y tú ¿que harías con ese dinero?
– ¿Yo?
–Claro, es tu idea, dime en que lo usarías.
–Pues si lo pones así... mira, la verdad yo pondría un restaurant o algo parecido, en estos tiempos está de moda eso de los lugares temáticos y tú has viajado así que tienes más conocimientos.

Pilar se lo pensó un momento. La idea tenía sentido tanto por el argumento de Margarita como por la perspectiva de estar ocupada.

– ¿Sabes qué? Que me parece una idea genial, eso voy a hacer, y tú vas a ayudarme.
–Pero como te voy a ayudar yo mujer si no sé nada de negocios.
–Pero sabes de recetas –replicó animándose– y yo no. Así que te voy a contratar, desde ahora serás mi asesora, pondremos un restaurante que será un éxito, y nos vamos a olvidar de todos estos problemas.

Interiormente sabía que no será fácil, pero si ya había enfrentado a su madre y a Micaela, seguramente todo lo demás sería fácil.




Próximo episodio: Paraíso sin retorno

Por ti, eternamente Capítulo 3: Única opción



Tan pronto como salió de la casa en donde había encontrado a Magdalena, un poderoso sentimiento de inseguridad se apoderó de Víctor. Parecía como si todo lo que pasara fuera una película, una fantasía en la que estaba atrapado sin poder hacer nada más que seguir participando, una situación excepcional en la que nada estaba bien, y donde parecía que todos podían estar observándolo. Con el bebé en sus brazos y muy bien envuelto en las cobijas, el hombre caminó varias cuadras en la dirección contraria por donde había llegado, sin poder sacarse de la cabeza las palabras de Magdalena, y la amenaza de la familia De la Torre como un ojo amenazante, muy cerca de él.
Algunas cuadras después subió a un taxi, pero descendió a cierta distancia de su casa, sin tener muy claro qué hacer; a fin de cuentas tenía un bebé en sus manos, y la posibilidad de que alguien lo viera con él era incómoda y desagradable. Caminando a paso rápido entró en el pasaje y se metió a su cuarto, sorprendiéndose de no haber topado con nadie en el trayecto, pero cuando se encontró en lo que consideraba la seguridad de su privacidad, comenzó a sentirse más angustiado.

—Esto no puede estar pasando...

Se sentó en la cama y dejó al bebé sobre las cobijas; seguía estando muy quieto, y aunque estaba despierto, no hacía más que respirar y mirarlo, muy fijamente con esos impresionantes ojos castaños que había heredado de su madre, casi como si quisiera conocerlo, como si estuviera estudiando su cara y sus rasgos.

—Tengo que ir a buscar a Magdalena.

Que ella le hubiera dicho con tanta propiedad que confiaba en él para hacerse cargo de Ariel era un peso que comenzaba a sentir sobre los hombros, pero aún en esos momentos no procesaba todo lo que estaba pasando; Magdalena estaba muy enferma, pero seguramente había algo que se podía hacer, además, el peligro que ella temía de su familia no era directo si era él quien tenía al bebé, lo que les daría tiempo para conseguir ayuda. De primera, lo importante era llevarla a algún centro asistencial, para que se hicieran cargo de estabilizarla. Pero obviamente no podía hacerse cargo del bebé y de ella a la vez, eso lo sabía desde el principio.

—Voy a tener que salir...

Sabía que estaba muy nervioso, pero al menos tenía algo en su favor, y es que cuando más joven había trabajado de canguro, así que sabía todo lo necesario del cuidado de un bebé o un niño, desde los alimentos hasta como detectar determinadas reacciones, y en ese momento Ariel estaba totalmente tranquilo, lo que le daba un tiempo en su favor.
Aunque no estaba muy convencido, acomodó al bebé justo en medio de la cama, y armó a su alrededor con las cobijas una estructura que lo mantuviera quieto, ligeramente ladeado y con la cabeza en ángulo para mantenerlo estable y con las vías despejadas. Tomó algo de dinero de entre sus cosas, pero se detuvo y puso música ambiental en el minicomponente, a un volumen suficiente para no molestar al bebé, pero suficiente también para que cubriera los llantos si es que los había.

—Volveré pronto, pórtate bien.

El bebé lo miró fijamente, pero no pareció alterado por quedarse en la cama, seguramente porque con la enfermedad de la madre estaba acostumbrado a permanecer sobre el lecho. Encomendándose a sí mismo a todos los santos, Víctor salió a toda velocidad y se subió a un taxi y comenzó el viaje, sabiendo que se tardaría aproximadamente ocho minutos en llegar. Luego tendría que rogar no tardarse demasiado en sacar a Magdalena de ese sitio en donde estaba.

Mientras Víctor hacía esos planes, Magdalena yacía sola sobre la cama, respirando lenta y cansadamente. De pronto su celular anunció una llamada, y con algo de dificultad lo alcanzó; era un número desconocido, pero sabía de quien se trataba, y no contestaría.

—Víctor...

Sus murmuraciones apenas se escuchaban en sus propios oídos; apagó el celular, sabiendo que le había entregado su hijo a su padre en el momento preciso, porque los hombres de su padre ya la habían localizado. ¿Qué tan cerca estarían? Ya no importaba.

—Víctor —murmuró como hablando con él— te confío a Ariel para que cuides de él; solo puedo confiar en ti, y mi corazón de madre me dice que harás lo correcto. Adiós Víctor.

Cerró los ojos, y ya no sentía más preocupación; no podía estar equivocada, el hombre al que había conocido antes y que era el padre de Ariel no era ni por lejos perfecto, y claramente era joven como ella, pero algo en su interior le decía insistentemente que había tomado la decisión correcta, porque alguien que se estremece en un abrazo como el que le dio, alguien que puede sintonizar con lo realmente importante a pesar de todo lo demás, es realmente la persona indicada para criar a un niño.
La joven madre se quedó muy quieta, orgullosa de su hijo y tranquila con su decisión, y con los ojos cerrados esperó el momento, en que tuviera que dormir.

2

Víctor se bajó del taxi a un par de cuadras del sitio en donde estaba la casa donde poco antes encontrara a Magdalena, y mientras caminaba en esa dirección sacó del bolsillo el celular para llamarla; pero cambió de opinión, porque le pareció absurdo llamarla. Antes de girar en una esquina se le cayó el celular, y tuvo que detenerse a recogerlo, justo cuando escuchó unas voces del otro lado de la esquina.

— ¿Y qué se supone que vamos a hacer?
—Tenemos que llamar a Don Fernando, hay que decirle ahora mismo.
—Ese hombre se va  a poner como una fiera cuando le digamos que encontramos a la señorita Magdalena muerta en esa casa.

¿Muerta? Víctor sintió que se le helaba la sangre.

—Es verdad, pero hay que decirle ya mismo, después veremos cómo reacciona.

Los dos hombres se alejaron, justo en la dirección en donde estaba la casa donde había encontrado a Magdalena; Víctor se puso de pie dificultosamente, con las manos temblorosas, sin poder creer nada de lo que estaba sucediendo. ¿Cómo podía estar muerta? Es cierto que estaba  enferma, pero demostraba tanta fuerza al hablar de su hijo, y de cómo estuvo dispuesta a todo para ponerlo a salvo de...

—Oh por Dios...

Se tapó la boca con las manos para no dar un grito de espanto. ¿Cómo no lo había entendido, como no se había dado cuenta de lo que en realidad estaba pasando?

—Dios mío...

No daba crédito a su ingenuidad. Magdalena le había mentido, o le había dicho algo que no era totalmente cierto al menos; estaba encargándole a su hijo, pero no era por su familia o la enfermedad, o al menos esos no eran el motivo principal. Cuando le encargó al bebé, ella sabía que su muerte estaba cerca, muchísimo más cerca de lo que se veía y de lo que ella misma dijera, porque la estaba viviendo, no era una exageración decir que no quería que su hijo presenciara la muerte.
Estaba estupefacto, no podía creer lo que estaba pasando, pero de pronto reaccionó y supo que tenía que salir de allí lo más pronto posible; giró en dirección contraria, y caminó a toda velocidad, tenía que salir de ahí, tenía que alejarse de ese sitio y no volver, y lo más importante de todo, tenía que volver a su cuarto, y tomar una decisión muy importante.

                        3    

Víctor volvió en pocos minutos al cuarto, sin poder terminar de procesar nada de lo que estaba pasando; todo parecía una pesadilla, en la que estaba involucrado de manera irremediable, pero ahora no tenía más opción que vivir, y decidir lo qué iba a hacer.

— ¿Qué voy a hacer?

Se sentó en la cama junto al bebé, y se quedó mirándolo de hito en hito. El pequeño estaba prácticamente en la misma posición de antes, y se encontró con su mirada penetrante buscando la suya.

—Tengo que hacer algo, no puedo seguir así...

Lo primero que asomó en su mente fue la idea más inmediata, llamar a la policía y advertirles de lo que había ocurrido, creyendo que seguramente ellos tomarían la mejor decisión. Pero un momento después reaccionó, y recordó lo que la propia Magdalena le había dicho; no solo eso, el recuerdo de las palabras de esos hombres hablando de su muerte, la realidad de su muerte, todo se conjugaba para hacerle entender poco a poco la realidad.

No podía llamar a la policía sin perder a Ariel en el intento, y nuevamente apareció en su mente la imagen de Magdalena pidiéndole que le asegurara que cuidaría a su hijo. Él mismo no sabía muy bien cómo es que no había salido corriendo, ni tampoco por qué es que seguía involucrado, sin huir como de seguro haría cualquiera en su lugar. Tomó al bebé en sus brazos y lo liberó de las cobijas que lo envolvían; llevaba un trajecito celeste de dos partes, y lentamente, con sumo cuidado, levantó la tela para ver la piel. Ahí estaba, un lunar rojo alargado, increíblemente similar al suyo, que delataba la verdad en las palabras de Magdalena.

—Cielo santo, no puedo creerlo...

Era su hijo tal como ella lo había dicho, y se sintió culpable por haber dudado de sus palabras, pero comprobar con esa prueba que el bebé realmente llevaba su sangre no facilitaba las cosas, al contrario, las hacía muchísimo más complicadas.

—Así que te llamas Ariel...

Sostuvo al pequeño frente a si, mientras él lo miraba nuevamente, con esos profundos ojos color castaña, como si estuviera analizándolo, o queriendo decirle algo.

—Te llamas Ariel... yo soy Víctor, soy...

Pero no pudo decirlo. Era una tontería porque en su mente ya lo tenía claro, pero igual no pudo exteriorizarlo, solo pudo quedarse mirando al bebé mientras éste parecía querer escudriñar su alma a través de los ojos.

Tenía que tomar una decisión que iba a definir su vida.

No podía simplemente aparecer con un bebé de la nada, por mucho que fuera su hijo; existía Servicios infantiles, y tan pronto como alguien descubriera al pequeño, los tendría a ellos y a la policía encima, pero tampoco tenía ningún plan, no había nada que se le ocurriera, y desde luego no tenía familia en ninguna parte como para recurrir a ese tipo de salida momentánea. Ya lo tenía decidido, conservaría al pequeño ahí durante la tarde, y luego decidiría con más calma qué hacer, pero lo que tenía claro, al menos en  su mente, es que no iba a entregar al niño a la primera.

—Magdalena tenía razón —murmuró lentamente— tú no deberías vivir en un entorno como el de su familia, y si se lo prometí, no puedo fallarle, además que tú eres...

Se quedó un momento sin palabras, la música ambiental aún se dejaba escuchar, pero él no podía oír nada, solo sabía que todo había cambiado del cielo a la tierra en menos de un día, y que todas esas sorpresas y cambios lo hacían sentir sacudido, con una sensación total de vacío en el estómago.

—No sé qué es lo que va a pasar, ni tampoco sé si ésta es la decisión correcta, pero le hice una promesa a tu madre y haré lo posible por cumplirla.

Volvió a envolver al bebé en las cobijas, sintiendo el ritmo del corazón acelerado y la respiración entrecortada. A partir de ese momento no sabía lo que iba a pasar y sentía miedo de todo, pero algo en su interior pujaba por hacerlo cumplir la promesa que había hecho a una madre desesperada.



Próximo capítulo: Escándalo y escape

La traición de Adán capítulo 16: Errores en cadena



Pilar estaba nuevamente en la casa de su amiga Margarita, ésta vez ambas sentadas frente al ordenador. Ya caía la noche del día Lunes, y el trabajo había resultado muy satisfactorio, ya que en el banco le habían proporcionado una copia de la grabación de seguridad del día del depósito en su cuenta, luego de hacerla firmar un documento donde exime al banco de cualquier  responsabilidad penal; lo firmo sin más, lo que quería era ver a la persona que había hecho el depósito en su cuenta.

– ¿Estás lista?
–Sí.

No lo estaba, pero tampoco podía ya arrepentirse.  Dieron inicio al video y lo adelantaron hasta la hora del depósito, hasta que dieron con el hombre; pudo saber que era porque en el banco, además de su nombre, lo único otro que pudieron darle fue una vaga descripción, hombre de entre treinta y cuarenta, en la caja tres, con un dinero sacado de los bolsillos de su chaqueta.

–Mira, es ese.
–Pero no se le ve el rostro. Esperemos hasta que salga a ver si se da vuelta.

Pero en ningún momento se le vió la cara, y la cámara enfocaba desde arriba, así que tendría que voltear completamente o mirar hacia arriba. No lo hizo, y mientras se alejaba, las esperanzas de tener alguna respuesta se esfumaban.

–Rayos, ya está saliendo, creo que en esto llegamos hasta aquí.
–Espera.

Siguió mirando como el hombre se alejaba, y entonces lo vió.

–No es posible...
–Qué mujer, no veo nada.

No era posible. No podía ser que esa persona estuviera involucrada. ¿Cómo, porqué?
Sintió que se le escapaba el aire, esto era aún peor que  todo lo que había pasado antes, porque significaba que...

–Dime Pilar por Dios santo, te pusiste pálida, estás matándome con la angustia, dime que estás viendo que yo no.
–La mujer mayor  –respondió con voz temblorosa mientras detenía el video– la que está junto al sujeto.
– ¿Sabes quién es?
–Si... es imposible, tiene que haber un error...
– ¡Pero dime quien es!

No podía creerlo, no podía aceptar algo así, porque si era verdad, si en serio había ocurrido eso, entonces ella no era la única víctima en  toda esa historia, y la maquinación que se escondía detrás de todo eso era absolutamente monstruosa.

–Esa mujer... ahora está jubilada, tengo que encontrarla, tengo que enfrentarla y escuchar que me lo confirme o nunca podré creerlo. Ella es el ama de llaves de la madre de Micaela.

Margarita casi se cayó del asiento.

– ¿Qué?
–Es ella, la recuerdo muy bien, desde que me conoció siempre me trató con mucho cariño.
–Pero no lo entiendo, no tendría motivos para...
–No es ella. Ella solo hacía las cosas por órdenes, y si es así... Dios me libre, si de verdad esto no es un error, entonces puede ser que la madre de Micaela este detrás de todo esto. Mañana  a primera hora salgo a buscarla.

Adán estaba en la galería revisando los detalles necesarios para la re–inauguración de la galería la noche siguiente; por suerte había pasado tan poco que la mayoría estaba listo, y el personal necesario ya estaba contactado para que  a las diez de la noche atendieran a todos los invitados, y de hecho lo ocurrido la jornada anterior había servido pues ahora habían algunos medios de prensa más y habían confirmado prácticamente todos los invitados; todo era casi igual, excepto que ahora habría una recepción rápida afuera y los cuadros se quedarían en el interior, de hecho había dispuesto que el nuevo Regreso al paraíso estuviera en el centro de la galería, abrazado por las otras pinturas que eran de imagen más amable que ésta nueva. Sabía que la obra llamaría la atención, pero no estaba seguro del efecto en general, porque un resultado tan convulso podía perjudicar a todo lo demás. La suerte ya estaba echada otra vez, Carmen descansaba en su departamento y él tenía todo controlado excepto aquel molesto mensaje en la tarjeta: no había dejado de pensar en eso, hasta finalmente convencerse de que no había motivos para estar alarmado, porque por mucho que alguien deslizara cualquier tipo de amenaza, aún tendría que disponer de alguna prueba, y eso era sumamente difícil.
Sonó su teléfono celular.

–Eva.
–Ven al hotel.
–Voy para allá.

No dijo más y cortó. Tan pronto como escuchaba a Eva lo demás se borraba, ahora solo le importaba amarla otra vez, y  para eso cerró la galería, y salió rápidamente en su auto, sin percatarse del vehículo estacionado donde Miguel lo vigilaba atentamente.

–Parece que vas a tener noche de fiesta Adán –murmuró para si– y mañana es tu gran día. No me conviene decirle nada a Sofía aún, así que te voy a dejar disfrutar de tu noche de gloria y después atacaré; tranquila Sofía, tú y yo vamos a tener nuestra venganza.

A la mañana siguiente Pilar salió rápidamente y con solo un objetivo en la mente; no le fue difícil dar con el paradero de la persona que buscaba, sabía que por su edad no se había ido a vivir sola, de modo que le bastó hacer algunas averiguaciones y supo que estaba  en una casa de retiro campestre a las afueras de la ciudad. Estaba más nerviosa que antes, ante la posibilidad de encontrarse con una verdad que no quería oír, pero por dura que fuese la situación, no iba a acobardarse esta vez, de alguna manera el apoyo y la fe de su amiga le habían dado fuerzas para enfrentar de una vez por todas aquello de lo que tenía ocho meses escapando.
Cuando la localizó dentro de la casa de retiro, vio a una mujer de más de setenta años, quizás más envarnecida y canosa pero básicamente igual, de baja estatura, blanca de piel y cabello corto con rizos plateados, sentada sobre una reposadera, sola en ese instante.

–Marcia.

La mujer mayor miró en su dirección, y al cabo de unos momentos la reconoció, pero no pareció alegre al verla, aunque tampoco triste.

– ¿Y usted que hace aquí niña Pilar?

Sonaba como antes, con esa voz melodiosa que inspiraba a la vez respeto y confianza, pero no era lo mismo, no podía acercarse a ella sin más, primero tenía que saber.

–Necesito saber algo Marcia, por eso vine aquí. Tengo una pregunta que quiero que me respondas.

La anciana la miró fijo y más seria al notar su expresión.

–Dime mi niña.
–Dime quien te envió hace ocho meses a depositar mucho dinero en mi cuenta en el banco.

La mujer dió señales de no entender.

– ¿Dinero en el banco? No sé, yo no hago esas cosas, creo que estás confundida.
–Acompañaste a un hombre.
–No Pilar, yo no...
–Lo hiciste, te vi en una grabación –replicó conservando aún la calma– por favor no me lo niegues.
–Es que no estoy negando nada, yo nunca he sabido nada de esas cosas, estás confundida mi niña.
– ¡No me digas así, no me sigas tratando como si fuera estúpida!

No tenía costumbre  de gritar, así que su voz salió aguda, con una nota de histeria. Mejor, ya estaba harta de callar.

–Pilar...
–Dime la verdad Marcia.
–Pilar yo...
–Dime la verdad Marcia –exclamó con energía– me lo debes, después que confié en ti, después que te creí mi amiga me lo debes, al menos sé sincera conmigo una vez, porque está claro que nunca antes lo fuiste.

La anciana se sintió ofendida, pero mantuvo la mirada.

–Ustedes sabían que lo que hacían estaba mal.
– ¿Qué?
–Lo sabían –la acusó en voz más alta– y la señora estaba sufriendo por eso pero no les importó, nada les importaba; pero es verdad cuando dicen que las cosas se compensan por si solas, por eso es que ella las puso a prueba, y se demostró todo, lo mal hecho se les devolvió.

Hablaba como una fanática, refiriéndose a su relación con Micaela como un pecado o un delito imperdonable.

–No sabes de lo que estás hablando.
–Ustedes tampoco sabían que lo que hacían estaba mal, o no quisieron escuchar.
–Por Dios Marcia, estás hablando de Micaela, ¡tú prácticamente la criaste! Y estás hablando de mí, me acogiste, me escuchaste, y ahora me vienes con esto... ¿Por qué lo hiciste si siempre pensaste que nuestro amor era un delito?
–Porque siempre se intenta al comienzo –explicó con convicción– siempre se intenta convencer pero si no funciona hay que hacer algo, nunca quedarse de brazos cruzados.
–No sabes lo que dices. ¿Tienes alguna idea de lo que me hicieron? ¡Contéstame!
–Hicimos lo que era necesario.

Su paso por allí había terminado; era doloroso escuchar esas palabras de una persona en la que confió en su momento, pero fuese como fuese, a fin de cuentas la responsable mayor estaba en otro sitio.

–Fue ella, fue la madre de Micaela. Siento pena por ti Marcia, estás tan equivocada que no tendrás tiempo para entender la verdad. Suerte que no tendré que verte otra vez.

Dió media vuelta y se apresuró a salir de allí. Esperaba sentirse devastada o con deseos de llorar, pero por primera vez en su vida, en vez de pena, lo que sintió fue rabia; ella misma tenía culpa por haber sido crédula, pero aunque sabía que era inocente de lo que la habían acusado, siempre se había sentido más culpable que víctima, de ahí su salida del país, pero ahora ya no podía callar, ahora sabía que la mujer a la que amaba había faltado a su palabra de creer y confiar en ella, que su madre la había traicionado, que para su progenitora había sido más importante un lienzo que su hija, y que en resumidas cuentas había sido sacrificada para conseguir otros objetivos. Ya no más, tenía tomada la decisión, esta vez las cosas iban a aclararse, esta vez tendrían que escucharla.
Poco tiempo después llegó al departamento que estaba arrendando Micaela, el que no le fue difícil ubicar pues aún conservaba datos de ella a través de los cuales lo hizo. Aun no daban las diez de la mañana, temía no encontrarla pero abrió la puerta casi al momento con una sonrisa en los labios que desapareció al verla.

– ¿Que es lo que haces tú aquí?
–Necesito pasar, hay algo de lo que voy a hablarte.

Micaela frunció el ceño. ¿Qué le pasaba, como se atrevía a visitarla de ese modo?

– ¿Qué? Estás loca, lárgate de aquí.

Pero Pilar no la escuchó y entró apartándola a un lado. Entró en el departamento luchando por no desmoronarse al reconocer algunas cosas como adornos y muebles. Micaela la fulminó con la mirada.

–No sé qué te pasa y no me importa, pero es mejor que te vayas ahora antes que me enoje.
–No me voy a ir –sentenció– no hasta que te diga a lo que vine.
–No me interesa.
–Claro que te va a interesar, vas a escucharme.
–Ya te dije que no –exclamó Micaela– no hay nada de ti que me interese.
–¡Te dije que vas a escucharme!

El grito de Pilar descolocó a Micaela; jamás la había visto así, no supo cómo reaccionar.

–Estoy cansada de todos ustedes, estoy cansada de las amenazas de mi madre, de tus gritos y de la desconfianza de todos; no tengo por qué seguir soportándolo, me quedé callada demasiado tiempo, ahora vas a escuchar cada palabra maldita sea. Te amaba Micaela, eras la persona más importante para mí, se suponía que tú tenías que creer en mi antes que en nadie, pero tu amor fue demasiado frágil.

Puso en volumen alto la grabación de voz que había hecho de su conversación con Marcia, y mientras las palabras volvían a escucharse, vio como Micaela abría más los ojos sin poder dar crédito al registro.

–Ésta es la verdad –continuó con fuerza– jamás fui la responsable,  y te lo dije: ese día te dije que estaban pasando cosas extrañas, pero no me creíste y con eso me rompiste el corazón.
–No puede ser... –murmuró Micaela– no es posible, tiene que haber un error...
–Yo tampoco lo creía en un principio, me parecía una locura, pero a fin de cuentas los hechos son más fuertes.

Micaela se sentía como si la hubieran arrojado contra el pavimento desde la ventana del edificio; estaba escuchando a nana, a su nana decirle a Pilar que habían tenido que hacer eso porque ellas estaban cometiendo un pecado o algo por el estilo. ¡Pero si ella siempre lo supo, siempre la escuchó en todo!

–No puede ser –continuó con la voz quebrada– no lo entiendo, porque ella...
–Ella estaba trabajando para las órdenes de tu madre –acusó Pilar– por eso es que ella de pronto estaba de tu lado, porque sería mucho más fácil atacar desde adentro, así nunca sabrías que era lo que te había golpeado.

Solo en ese momento las piezas comenzaron a encajar. Recordó entonces esa fatídica jornada, y a su madre apareciendo en su cuarto con expresión compungida. ¨Descubrí algo tremendo hija. Descubrí quien es la persona que me hizo la venta de la colección de cuadros de Carmen Basaure, y por lo que sé, lo hizo a sus espaldas. Fue su hija, fue Pilar, mira este documento¨
En ese momento todo se fue al demonio, y resulta ser que todo era un plan, una maquinación de su propia madre para separarlas. Eso quería decir que Pilar tenía razón, porque sabía que su madre era capaz de todo, solo que nunca creyó que en contra de su propia hija; entonces había permitido que las separaran, había dejado que la mentira fuera más fuerte que el amor, y todas esas cosas horribles que le dijo eran totalmente injustificadas.
–Pilar –balbuceó aun sin poder creerlo del todo– esto es... es horrible, pero tienes que entender que yo... habían pruebas Pilar, todo coincidía, tu firma, los datos...
– ¡Y eso qué! –le reprochó con rabia– se supone que me amabas, me juraste que estaríamos juntas, me juraste que creerías en mí, pero me fallaste, y ni siquiera me diste  el beneficio de la duda, te bastó con ver unos papeles para olvidarte de lo nuestro y tratarme de lo peor; me dijiste cosas horribles, me trataste como si fuera la peor mujer del mundo y  no me dejaste defenderme. Podía aguantar lo que fuera, el rechazo de mi madre, podía aguantar que todo el mundo pensara que era una mala hija y una mala persona, pero no tú, tu tenías que ser mi apoyo y me dejaste sola cuando más te necesitaba.
–Pilar, por favor perdóname –suplicó Micaela acercándose– yo no sabía... fui una estúpida, fui la más tonta del mundo al creer en lo que me dijeron, pero yo te amaba, por eso es que no pensé con claridad, y me volví loca al creer que eras culpable.

Pero Pilar se alejó; durante meses había extrañado el abrazo de Micaela, ahora no quería que se le acercara.

–Esto no se trata de quien tiene la culpa, lo que está hecho ya no se puede deshacer, lo que me rompió el corazón no fue lo de la mentira ni que me acusaran de robarle a mi propia madre, ya te lo dije, esto se trata de tú y yo, se trata de que no fuiste capaz ni siquiera de escucharme y eso habla tan mal de tu supuesto amor por mi como de mi por creer que estarías conmigo hasta el fin.

Tenía razón en todo lo que le estaba diciendo, y al mismo tiempo Micaela estaba sintiendo asco de sí misma por haber sido tan ilusa, rabia con Marcia y odio por su madre, pero lo peor de todo, es que el amor por Pilar nunca se había ido y ahora que estaba descubriendo toda la verdad ese sentimiento volvía hecho culpa y dolor; no podía imaginar cuanto había hecho sufrir a Pilar, mientras estaba sola y sabiéndose inocente. ¿Cómo podía haber desconfiado tan fácilmente de ella? ¿Acaso en realidad su sentimiento nunca fue tan fuerte como creía?

–Pilar por favor escúchame –le rogó con los ojos llenos de lágrimas– fui una estúpida, pero podemos arreglarlo, puedo arreglarlo, yo jamás te he dejado de querer.

Pilar la miró con dureza.

–No tuve tu amor cuando lo necesité. Ahora es demasiado tarde para eso, solo vine porque no podía, no puedo dejar todo esto así. Adiós.
–Pilar espera...

Pero la otra mujer no la espero y salió rápidamente del departamento azotando la puerta; Micaela quedó entonces sola en el lugar, con la respiración entrecortada, comenzando a llorar convulsivamente mientras las escenas aparecían una a una en su mente; era culpable, era irremediablemente culpable de haber faltado a su promesa de amor, de no haber confiado en Pilar, de dejarse engañar con tanta facilidad y de haber herido a la mujer a la que amaba tanto como antes.





Próximo episodio: Mariposas calcinadas