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La última herida
Cuando alguien a quien amas sufre un accidente que le cambia la vida, tu vida cambia tambien; ya no te sientes tan seguro, ya no piensas las cosas de la misma manera, porque de la misma manera en que esa persona ha sufrido, tu sufres por el cariño que le tienes, y además una parte de ti sabe que nunca más las cosas volverán a ser como antes.
Pero si de pronto la solución a todos los problemas existiera ¿No sentirías que es el momento indicado para hacer lo necesario para conseguirla? Si tuvieras la posibilidad de encontrar el tratamiento o la medicina adecuada, algo nuevo que pudiera borrar lo que antes era una marca indeleble ¿Acaso no te jugarías el todo por el todo por lograrlo?
Lo más probable es que si.
Pero una vez que lo consigues, cuando ves con alegría que realmente has podido ayudar a alguien a quien amas a restaurar su vida ¿Es ese el fin? ¿Puedes decir realmente que todo está olvidado y aquel accidente es solo un mal recuerdo? ¿O la maravilla de la recuperación antes imposible, no es más que el primer paso de un nuevo camino?
Muy pronto conocerás una escalofriante verdad.
La última herida capítulo 4: El mismo sueño
Matilde regresó al centro de urgencias lo más rápido que
pudo después de su extraña experiencia con la modelo en la calle; cuando volvió
al centro de urgencias le informaron que
Patricia estaba estable en la habitación luego de habérsele administrado un
sedante y dejarla bajo vigilancia. Luego fue directo a una reunión con el
doctor Acacios.
–Lamento que haya tenido que pasar por esa compleja situación Matilde, no hay excusa.
–Un técnico me dijo que era poco habitual
que pasara algo así.
–Aún así no hay excusa –indicó el doctor– por lo que me he informado usted estaba presente cuando sucedió el accidente.
–Así es.
–Mire, voy a ser muy concreto porque no dispongo de mucho tiempo –comentó el profesional– en éstos momento a su hermana se le
aplicó el tratamiento regular para quemaduras de su tipo, que son de
segundo grado. Para ser sencillo, le explicaré que una
quemadura de segundo grado es del tipo que no se cura solo con una pomada
cuando tiene un accidente leve en la cocina de su casa; éstas quemaduras destruyen todo el tejido exterior de la piel,
anulan parte de las terminales nerviosas en la zona afectada y producen una
serie de consecuencias como déficit funcional.
Escuchar el doctor era extraño, porque era muy práctico y hacía que sus palabras se entendieran fácilmente, pero al
mismo tiempo parecía que no estaba hablando de una
persona o al menos a ella le sonaba así. Claro, Patricia
no era la única persona en el mundo que sufría ese tipo de
quemaduras, ya se sabía con claridad lo que pasaba.
–Es importante que sepa que con el nivel de extensión de quemaduras que tiene, casi el catorce por ciento del cuerpo,
su hermana deberá estar en tratamiento por varios días, inicialmente creemos que pueden ser quince, pero podrían ser inclusive cincuenta o más, dependiendo de
la evolución que demuestre.
Matilde se sentía desprovista de sentimientos, como si todas las emociones vividas
esa mañana hubieran agotado, al menos de manera momentánea, su capacidad de experimentar dolor o angustia.
–Usted me dijo que era probable que las heridas de mi hermana no
sanaran.
–Lo que dije es que nunca iba a ser la misma de antes –corrigió el doctor con total tranquilidad– y efectivamente es así. Por la gravedad
de las quemaduras los tratamientos están enfocados a
evitar la infección, para lo que se dispone de una
serie de protocolos, pero es improbable que la piel vuelva al mismo estado
original, además fue afectada la zona del cuello y
parte de la cara y esas zonas son más sensibles y de
tratamiento lento y con no muy buen pronóstico.
–¿Lo que le pasó a mi hermana puede ser una reacción a lo que vio de si misma doctor?
–Es probable, pero soy más partidario de
opinar que se debe al shock que sufrió por el accidente
propiamente tal que por lo que se ve físicamente, sobre
todo porque no es una persona débil de carácter. De todos modos ella va a necesitar ayuda sicológica de manera urgente y durante el tratamiento, porque está comprobado que las heridas en zonas visibles cambian la
personalidad del paciente; la forma en que se enfrenta a la sociedad y su
reacción ante críticas o miradas inquisitivas es
solo parte de lo que tendrá que enfrentar. Como trabajamos con
la policía y ayudando además al cuerpo de bomberos, tenemos
una red de apoyo importante para las personas afectadas y sus familias, así que le dejaré una nota con el número de contacto de la encargada de esa área.
–Mi hermana no murió en ese accidente y tampoco está en estado crítico como el delincuente que provocó todo esto, pero aunque tiene heridas que van a arruinarle la
vida, tuvo suerte.
El doctor no se sintió agredido por el comentario de Matilde, a pesar de que ella soltó las palabras sin ningún tipo de cortesía; había visto lo suficiente para saber
que no estaba atacándolo, pero que estaba frustrada y
enfadada.
–A mi modo de ver las cosas, cualquier persona que no muere es
afortunada, excepto quizás aquellas que sufren consecuencias
tan graves que no pueden escapar del dolor o que quedan tetrapléjicas, y soy sincero solo porque mis colegas no están presentes. El caso de su hermana no es ninguno de esos, y aunque
pueda creer que le estoy quitando importancia, lo que pretendo es decirle que
al final, cuando usted pueda compartir con ella más tiempo en vez
de menos, lo agradecerán ambas, aún si en el camino hay dolor o frustración por la evolución de su cuadro. Su hermana,
independientemente de como sea, sigue teniendo un futuro.
Por primera vez en el día escuchaba que alguien hacía una referencia
al futuro, y eso la devolvió al presente, a la situación que estaba viviendo en ese instante, y que no solo involucraba a
sus sentimientos o siquiera a los de su hermana, sino a todo el entorno de
ambas.
Sus padres, amigos, compañeros de trabajo, futuros amigos o amores, todos estaban
relacionados y todo tenía que ver, no podía simplemente negarse a revelar lo que estaba pasando o intentar
ocultarse de todo.
–Disculpe por lo que dije.
–No es necesario que se disculpe, entiendo lo que está pasando. Pero si es necesario que tenga en cuenta lo que le dije
y la ayuda que podemos brindarle.
–Se lo agradezco mucho, Pero no creo que sea suficiente solo con un
número, tal vez necesitemos más ayuda, y definitivamente
tengo que hacer algunas llamadas.
2
Esperaba que le contestara su padre
al momento de decir la noticia, pero el destino quiso que contestara su madre,
lo que agregó un componente extra de nerviosismo a la llamada; lo sorprendente
es que su madre se mostró increíblemente tranquila al escuchar de sus labios que Patricia había sufrido un accidente no mortal pero que estaba internada y en
tratamiento, debido a lo cual era necesario que viajaran lo más pronto posible a la cuidad. Y por supuesto, de alguna manera,
escuchar esa tranquilidad de parte de ella la hizo sentir aún más preocupada, pero ante la
adversidad estaba decidida a controlar las lágrimas, al menos
mientras tuviera que hacer algún trámite o estar en
presencia de quien fuera parte de la familia.
–Mamá, papá…
Tan básica y elemental,
la reacción más genuina al verlos traspasar la
puerta de la urgencia, igual como cuando era niña y estaba
enferma en el colegio y la iban a buscar. Pero se había convencido de mantener una actitud serena y sabía que si lo lograba con ellos, no tendría más de que ocuparse mientras tanto.
–Matilde, hija.
Su madre era Doña Rosario Mendoza, y a pesar de la edad que rondaba los setenta,
se mantenía impresionante, alta, fuerte con su cabello cano peinado hacia
atrás y arriba con las peinetas de carey heredadas de su abuela y
la mirada serena y fija al frente; y su
padre, Don Benjamín Andrade, elegante hasta en su
tenida más sencilla, ahora de impecable traje azul ultramarino, increíble que pareciera tanto un político asentado
cuando se definía a si mismo como un campesino de
origen y término. Ambos llevaban juntos más tiempo del que
eran capaces de explicar, se amaban profundamente y juntos habían enfrentado los avatares del destino con mayor éxito que fracaso, a pesar de lo cual sabían muy bien lo que era vivir dificultades. Mientras su madre se
acercaba abriendo los brazos Matilde no vio una sola huella de lágrimas en sus ojos.
–Hija.
El abrazo de su madre fue tan cálido que sintió automáticamente deseos de llorar, pero se contuvo exigiéndose mantener la calma aún con semejante punto
en contra; su padre, se dio cuenta en ese momento, se mantenía muy rígido junto a ellas.
–¿Qué dijo el doctor?
–Patricia está estable, pero tendrá que estar en tratamiento por las quemaduras.
–¿Podemos verla?
–En éste momento no, pero el doctor
Acacios dijo que en una hora más despertaría de los sedantes y podríamos verla.
Su padre asintió.
Eso nos deja una hora disponible
para que nos pongas al día hija, Necesito escuchar lo que
pasó de ti.
Dos horas quince minutos más tarde, Matilde había puesto al
corriente a sus padres de lo que había ocurrido
durante la mañana, y el doctor hecho lo propio con respecto a las consecuencias
del accidente en Patricia y como las quemaduras afectaran su cuerpo en el
futuro. Ambos se mostraron evidentemente interesados en saber detalles de los
tratamientos complementarios a seguir y como podían prestar ayuda
ya fuera de manera presencial o a la distancia, tomando nota de todo lo que les
pareciera necesario; luego fueron a la habitación donde estaba
Patricia, pero por desgracia la actitud de ésta fue la misma
que cuando Matilde la vio en primer lugar y se mostró silenciosa e inmóvil.
Pero ni eso mermó el espíritu de ambos padres.
De vuelta en la cafetería y tras la despedida de Soraya y Eliana, los tres al fin
estuvieron solos y con algún tipo de libertad para hablar con
más confianza, momento que la joven aprovechó para hacer algunas preguntas que tenía atragantadas.
–¿Sabían lo del accidente desde antes que
los llamara?
Su padre le dedicó una mirada que ella recordaba como condescendiente cuando, en la época del colegio, ella trataba de decir alguna excusa por
problemas en las calificaciones.
–Nos enteramos cuando tú nos dijiste
hija.
–Pero están increíblemente tranquilos –dijo ella a modo
de protesta– estuve tratando de reunir fuerzas para hablar con ustedes desde
que sucedió el accidente porque temía que tuvieran
una mala reacción y yo no estuviera cerca en ese
momento, incluso traté de decírtelo cuando me llamaste papá, pero no fui
capaz, y ahora parecen tan…
–¿Poco sorprendidos? –intervino su madre con una leve
inclinación de cabeza– ¿Crees que no he
estado sufriendo desde el primer segundo en que Benjamín me dijo lo que estaba pasando, incluso desde que vi su expresión al teléfono?
–No quise decir eso…
–¿Crees que no nos preocupamos por ustedes en la hacienda mientras
cada una hace su vida aquí en la ciudad cuando todos los días escuchamos noticias de robos y choques o accidentes?
Si bien no era una crítica, seguramente ambos estaban molestos y angustiados por lo que
sucediera en esos momentos. Matilde levantó las manos en
gesto de defensa.
–No estoy criticándolos mamá por favor, solo digo que es extraño verlos así, pensé que sería diferente, no creas que esto es un lecho de rosas para mi.
–Por supuesto que no –replicó su madre enérgicamente– pero no es necesario que seas presuntuosa creyendo que por vivir
en el campo o por ser mayores no tenemos alguna idea de las cosas que pasan en
el mundo o que tienes que protegernos de las cosas indebidas.
–¿Qué estás diciendo?
–Lo que escuchaste –dijo su madre con auténtico enfado– ni tú ni tu hermana
tienen el derecho de pensar que deben protegernos de ustedes mismas ni mucho
menos de mantenernos aislados ¿crees que no me di cuenta todo lo
que esperaste para decirnos?
La discusión se estaba volviendo exactamente el tipo de reprimenda que ambas
habían pasado en ocasiones anteriores cuando esperaban mantener a sus
padres fuera de sus vidas para poder construirlas, Matilde por los episodios de
violencia en la secundaria, Patricia por su fallido matrimonio.
–Te dije que estaba angustiada, no sabía como decirles lo que había pasado, además en un primer momento ni siquiera sabía qué era lo que iba a suceder.
–Eso no cambia tu actitud Matilde –sentenció su madre enérgicamente– nos dejaste fuera, igual que en otras ocasiones.
Su padre intervino con más calma en la voz pero el mismo tipo de comentario hacia ellas.
–Hija, sabemos muy bien que no podemos protegerlas de todo lo que
ocurre en el mundo ni tenerlas aisladas, pero lo que tú y tu hermana hacen desde hace años es aislarnos a
nosotros, y sabes que es incorrecto; cuando tu madre tuvo el pre infarto las
llamé de inmediato, y no fue para que se hicieran cargo, sino para que
lo supieran desde el principio ¿Por qué creen que no deben hacer lo mismo con nosotros? Antes que ustedes
nacieran pasamos por muchas dificultades, sabes que cuando se quemó la casa grande estuvimos a punto de perder la hacienda.
Matilde se puso de pie.
–Papá, esto es absurdo, nos estamos
desviando completamente del tema.
–No, no es así. Siéntate por favor.
No habló hasta que ella lo hizo. Luego siguió hablando ante la
atenta compañía de su esposa.
–Somos de otra época, cuando éramos jóvenes la gente no se iba de sus
casas al salir de la secundaria ni tenía otros planes
que formar una familia y tener hijos, pero a pesar de eso, entendimos que
nuestras dos hijas habían nacido en un tiempo distinto, y
tengo que decir que tu madre fue quien estuvo día tras día diciendo eso, haciendo que éste campesino
entendiera que vivíamos en un mundo donde cada
persona, y sobre todo las mujeres, tenían la oportunidad
de hacer lo que quisieran, desarrollarse como personas y cumplir con los
objetivos que quisieran.
–Papá…
–Cuando Patricia se separó de ese inútil que escogió por marido –siguió él sin detenerse– me sucedió lo mismo que cuando descubrimos
que tú estabas siendo agredida en la secundaria, sentí que estábamos cometiendo un error al dejar
que siguieran sus instintos y se defendieran por si mismas, pero aun así seguimos adelante, sabiendo que podía ser solo un
traspié en el camino, y con el tiempo ambas demostraron que podían no solo hacerse cargo de sí mismas, sino que
también ser mujeres completas y exitosas, Patricia entró a la policía y se convirtió en una oficial muy destacada, y tú sacaste la
carrera con honores mientras trabajabas para pagar tus propios gastos. No
tienen que demostrarnos nada, es absurdo que quieran seguir intentando ser
mujeres perfectas y que no necesitan de nada ni de nadie; las amamos y las
necesitamos, y sería bueno que ustedes hicieran lo
mismo y demostraran un poco de sensatez, ser honestas y reconocer que también puedes ser frágiles, eso es parte de la fortaleza
de una persona madura.
Resultaba increíble como los padres conseguían convertir
cualquier situación en una oportunidad de dar algún tipo de lección, y en ese caso hacer un esfuerzo
por enseñarle algo que resultaba tan abrumador como sencillo: el equilibrio
entre lo propio y lo compartido, o dicho de otra manera, entre la independencia
y la necesidad de los seres queridos. Y tenían tanta razón que se sintió descorazonada.
–Tienes razón papá, tú también mamá.
–No tienes que decirlo, tienes que sentirlo –dijo su padre– escucha, en éste momento, sobre todo ahora que Patricia está pasando por éste trance tan difícil, necesitamos ser una familia, ayudarnos mutuamente y confiar
los unos en los otros, no tratar de hacer todo por nuestra cuenta.
Matilde iba a decir algo más mientras asentía, pero en ese instante las imágenes que estaban siendo emitidas en la televisión de la cafetería llamaron poderosamente su atención. Nuevamente esa mujer.
–Matilde ¿que pasa?
En la pantalla del televisor estaba
Miranda Arévalo, la modelo que solo un par de horas antes estaba en el suelo
frente a ella llorando totalmente descompensada ¿Delirios de una
niña rica? A veces decían que la gente que lo tiene todo
puede pasar por desequilibrios que no vivía el resto de la
gente. Y era tan excepcionalmente hermosa que nada parecía afectar su apariencia, que diferente ella del caso de su hermana
donde hacía solo unos momentos le informaban que tendría que pasar por un largo tratamiento sin siquiera tener éxito asegurado.
–No pasa nada papá, es solo que… escuchen, entiendo perfectamente lo que me están diciendo, y siento que tienen razón, fue incorrecto
dejarlos fuera de esto y quiero remediarlo, pero tienen que entender que es
complicado de la noche a la mañana. Ayudémonos entre todos, ayudemos a Patricia y estoy segura de que
podremos salir adelante.
3
Unos minutos más tarde las buenas expectativas estaban diluyéndose en la habitación donde había sido trasladada Patricia. La mujer ya estaba despierta en la
camilla, pero si Matilde se había preocupado por el silencio
anterior, escuchar nuevamente la voz de su hermana resultaba muchísimo más preocupante.
–Voy a dejar el cuerpo de policía.
Matilde pudo percibir como su padre
fruncía el ceño a su lado; su madre ahogó un suspiro.
–¿Por qué quieres hacer eso, es por el
tratamiento?
Patricia hablaba en voz baja debido
a un rastro de los sedantes que le administraran anteriormente, pero además porque estaba enfrentando una decisión muy difícil.
–No Matilde, no es por el tratamiento, es por lo que estás viendo en éste momento.
–Patricia, el doctor dijo que tenemos que empezar con el
tratamiento lo más pronto posible y sé que es difícil pero juntos…
–Matilde, Matilde –la interrumpió con algo más de fuerza– no trates de hacer ningún acto de
convencimiento conmigo, tengo más experiencia que tú en eso. No voy a dejar el cuerpo de policía por el tratamiento, es por lo que el tratamiento no puede
arreglar; escuché lo que dijeron mientras me
analizaban y sé que no voy a quedar como antes.
La persona puede comenzar a
percibirse a si misma de una manera distinta, se ve enfrentada a una situación en que le es arrebatado todo lo que ve de su persona. Algo así le había dicho el doctor, por Dios que iba
a necesitar el apoyo de un sicólogo.
–Aún es muy pronto para decir eso,
escucha…
–No, escucha tú.
–Hija –interrumpió su madre a ambas– no te encierres, queremos
ayudarte, estamos aquí para eso.
–Y yo se los agradezco mamá –replicó sinceramente– pero dejar la policía no tiene que
ver con esto, se trata de mi. Siempre pensé, que tonta, que
si algún día dejaba la policía sería de vieja, llena de achaques y con
una jubilación, o porque me mataran en algún operativo.
Su padre habló con la garganta seca por la emoción que le producía frecuentemente hablar de la institución a la que pertenecía su hija y lo que sea que hiciera
ella allí, pero no solo se trataba de eso, también tenía que ver con el accidente y ver
tan delicada a su hija; no por no verlo llorar quería decir que no estuviera sufriendo.
–No digas eso hija, tienes que enterrarnos a tu madre y a mi.
–Pero eso es lo que pensaba que iba a pasar papá, son cosas que uno piensa del futuro a veces. Pero no así, mi futuro en el cuerpo de policía no va a ser así, no trabajando entre tanta gente, no voy a ser la policía quemada de la unidad ni la perra quemada en medio de un
operativo.
–Patricia…
–Eso es lo que va a suceder si sigo, hay que ser sensato y entender
cómo es que funcionan las cosas aquí; los policías son personas también, y expuestos a
que cada cosa de su apariencia que pueda servirles a los delincuentes ¿Por qué creen que usamos uniforme, porqué los usan todas las instituciones? No solo es para representarnos,
en nuestro caso también es para que nadie pueda
identificarnos con tanta facilidad, para que al estar de franco no sea tan
sencillo que un delincuente vengativo quiera hacer lo que él considera un ajuste de cuentas; pero no se trata de eso
solamente, también tiene que ver con lo que no
quiero recibir, y no quiero la lástima de nadie. De ninguna manera.
Próximo episodio:
Cuerpos imposibles
La última herida Capítulo 3: Cristales en mil pedazos
En medio de la cafetería del servicio de urgencia donde había pasado la mayor parte de la mañana y junto a tres de sus amigos, Matilde estaba aterrorizada ante una simple llamada telefónica, pero aún en el estado mental en que estaba le pareció que el tono de voz de su padre era extrañamente enérgico y trivial, todo lo contrario de lo que se esperaría de noticias trágicas.
–Papá, yo...
–Dijiste que ibas a llamarnos durante el desayuno –replicó él intensamente– y no llamaron, y después no contesta ninguna de las dos.
Se quedó un momento en blanco, tontamente mirando a la nada mientras escuchaba aquellas palabras. Y solo un momento después recordó que el día anterior los había llamado para decirles que los llamaría durante el desayuno con Patricia.
–¿Hola?
–Si, estoy aquí –respondió con voz mecánica– estoy aquí, lo que ocurre es que mi teléfono está estropeado, no puedo usarlo y Patricia parece que perdió el suyo.
–Dios, éstas muchachas –comentó él hacia un lado, seguramente hacia su madre– a veces no saben donde tienen la cabeza siquiera.
Tenía que cortar esa llamada.
–Papá, ahora mismo estoy fuera, voy al servicio técnico, llamo más tarde.
–Tu madre quiere decirte algo.
No. No iba a poder hablar con ella sin echarse a llorar; con un estremecimiento se decidió por extender la mentira que dijera momentos antes y terminar con eso.
–Papá, se me va a apagar otra vez y tendré que dejarlo en el servicio técnico ahora, los llamo luego ¿si?
Él vaciló, pero finalmente aceptó.
–Está bien, puede esperar, además va a parir una yegua y queremos verla.
–Excelente. Te llamo después.
Cuando cortó se vio las manos temblorosas como si no fueran suyas; sus amigas, entendiendo todo, no hicieron comentarios y la guiaron hacia la mesa donde estaba Antonio en el celular.
–Tranquila, te pedimos un té de rosas.
–Gracias.
–Hice lo que me pediste –indicó Antonio con voz neutra, como si estuviera hablando de algo rutinario– hasta ahora la noticia solo está en un medio televisivo y uno de radio, no quiero sonar frio, pero un choque en la Rotonda El Cerro tiene congregada a mucha gente en la parte norte y esos caos viales tienden a opacar lo demás.
Para Matilde sonaba increíblemente tranquilizador, pero comprobar que sus padres aún no se enteraran de nada no quitaba las posibilidades de que eso ocurriera, inclusive sabiendo que no se moverían de Rio dulce por causa de los animales.
–Gracias Antonio.
–De nada, tener costumbre debe servir de algo –al ver que las tres lo miraban confusas, explicó– estoy trabajando en proceso de datos en Sircamp desde que salí del instituto.
Por un momento Matilde se sintió ridícula.
–¿Trabajas en Sircamp?
–Si.
–Mi tía trabaja ahí –dijo en voz baja– tal vez la has visto. Alta, cabello rojizo, más de cincuenta, usa un bastón...
–La señora Andrade, claro –replicó él perplejo– nunca había hecho la relación, pero la conozco, es decir la he visto con los peces gordos.
A Soraya le pareció excelente noticia.
–Excelente, creo que a través tuyo podríamos descubrir algo más.
–No es posible –la cortó él sonriendo– ella tiene un cargo alto, yo solo sé que existe. Además ni siquiera está en la ciudad.
Eso podía ser realmente interesante.
–¿Que quieres decir?
–Hoy hay un congreso o un seminario, no recuerdo bien –se encogió de hombros a modo de disculpa por lo vaga de la información– y es para todos los cargos altos y medios, es en un hotel en la playa. Un amigo que trabaja hace años ahí dice que es solo un gran coctel con bar y buffet abierto para todos, como un beneficio adicional de parte de la empresa. Dudo que puedas encontrarla el día de hoy.
–Eso me tranquiliza bastante en realidad –dijo ella suspirando– por lo menos creo que en este momento mi tía no es una amenaza.
Eliana no creía lo mismo.
–Matilde, tienes que decirle a tus padres lo que sucedió, no puedes esconderlo más tiempo.
–Lo sé, pero no puedo, es decir... no tengo corazón para hacerlo.
–Pero va a ser peor si se enteran por alguien más, y mientras pasa el tiempo eso es más probable.
Se dio cuenta que había estado negándose a tocar el tema deliberadamente, diciendose primero que hablaría con ellos cuando tuviera claridad de lo que le pasaba a Patricia, pero ahora que lo sabía, buscaba otra excusa para extender eso, y es que si ya estaba nerviosa y angustiada, la perspectiva de darles una noticia como esa era practicamente devastadora. ¿sería válido preguntarle a la propia Patricia? No, no era una opción, tenía que tomar la decisión por si misma, y actuar cobardemente escondiéndose no solucionaba nada.
Minutos después los cuatro seguían en la cafetería, cuando Antonio se levantó.
–Lo siento pero tengo que irme, debo trabajar.
–Tranquilo, yo voy a estar aquí y te aviso cualquier cosa –se despidió Eliana– gracias.
–Gracias por venir –se despidió Matilde– gracias por todo tu apoyo.
–Para eso estoy –repuso él sonriendo– no hay nada que agradecer.
Matilde caminó con Antonio en silencio hasta la escalera y bajó en su compañía, en parte para despedirlo y además porque quería pasar por la habitación donde estaba su hermana; estaba muy cansada como para entrar nuevamente tan pronto, pero al menos quería estar ahí y sentirse cerca de Patricia. Antonio ya se había ido cuando la relativa tranquilidad del centro de urgencias se vio interrumpida violentamente.
–Nooooo!!
Un grito muy fuerte se escuchó desde dentro de una de las habitaciones justo en el mismo pasillo. Varias personas y trabajadores voltearon tratando de identificar el origen del grito, pero un segundo después no fue necesario porque un nuevo ruido se dejó oir, el estruendo de cosas rompiéndose.
Patricia.
Con el corazón repentinamente oprimido por un presentimiento, Matilde corrió hacia la puerta que correspondía a la habitación en donde estaba Patricia, mientras a su alrededor la alerta y el desconcierto crecían.
–No se acerque.
Alguien dio una orden a voz fuerte al tiempo que otras personas hablaban apresuradamente; Matilde estaba segura de que se trataba de Patricia.
–¡Patricia!
Alcanzó a tocar el pomo de la puerta, pero un hombre vestido de impecable celeste la detuvo.
–No se acerque señorita.
–Mi hermana está adentro.
Nuevamente ruido de cosas moviéndose y gritos, aunque eran mucho más débiles que los anteriores. El hombre la apartó con poca delicadeza y abrió la puerta, dejando a la vista el desastre que estaba teniendo lugar ahí dentro tal como Matilde previera.
–¡Patricia!
La camilla estaba volteada de costado, la ropa revuelta y desperdigada, pero la policía no estaba en el suelo ni mucho menos. Cubierta únicamente por la bata sintética que le llegaba a las rodillas, la mujer estaba de pie a pocos pasos de la ventana del cuarto, y tenía en las manos una silla de metal plegable.
–Oh no...
Respiraba agitadamente, obviamente estaba haciendo un esfuerzo para moverse y mantenerse en pie. Un momento después se movió con mucha más fuerza y rapidez de la que parecía probable por causa de lo inestable de su cuerpo, y con los brazos alzados empuñó la silla como una especie de arma, arremetiendo con ella contra la ventana.
–¡Espere, que está haciendo!
El hombre iba a acercarse, pero Patricia golpeó violentamente la ventana una vez más, rompiendo el vidrio con un nuevo estruendo, miles de astillas friccionando y saltando en todas direcciones; el movimiento y el esfuerzo consumieron las energías que tenía la mujer de 29 años, quien dio un par de pasos hacia atrás sin rumbo fijo, como si los golpes que había dado los hubiera recibido en vez de lo contrario. Cuando la silla cayó de sus manos con un curioso sonido frio de metal y vidrio, el hombre de celeste se acercó rapidamente y la tomó por la espalda, sujetandola firmemente con los antebrazos por debajo de las axilas; solo en ese momento Matilde comprendió que era un trabajador pero aún así no salía de la sorpresa que la paralizó al entrar.
–Necesito sacarla de aquí, no puedo pasar con usted en medio.
El hombre no estaba siendo ni mucho menos que agresivo, pero su voz era firme al indicar lo obvio; aún sin poder creer lo que estaba viendo, Matilde se apartó lo suficiente para que el hombre pudiera salir, pero solo en ese momento pudo ver a su hermana de frente y se quedó completamente sin palabras, ni aire en los pulmones como para gritar por la sorpresa. Patricia se había quitado parte de las vendas que tenía en la cabeza, lo que dejaba a la vista los parches y quemaduras: la zona cercana al ojo, la piel sobre el parietal y parte del cuello habían sido afectadas por el fuego según lo que le dijeran anteriormente, pero ver esas heridas era algo completamente distinto. Pudo ver la carne viva donde debía estar la piel y el cabello, de un color rojo escarlata y con protuberancias y algo de un color blanquecino en algunas partes. Parecía estar doliendo por el solo hecho de estar, no como un corte que es puntual, sino como algo que abarca más, una marabunta sobre el cuerpo de su hermana.
–Matilde.
Se dio cuenta que la imagen de su hermana se alejaba, pero podía escuchar débil mente su voz mientras la sacaban de la habitación y reaccionó a moverse de una vez.
–Patricia.
En unos momentos colocaron a su hermana en otra camilla y la trasladaron a una habitación cercana mientras la normalidad volvía al centro de urgencias y personal de aseo se ocupaba de los destrozos. Para ese momento Eliana y Soraya estaban llegando al pasillo y el doctor aparecía con el ceño fruncido.
–¿Quién es la persona a cargo de la medicación de ésta paciente?
–Yo doctor Acacios –replicó el mismo hombre de celeste– la paciente está desvanecida...
–¿Que ocurre con la medicación Andrés? –preguntó el doctor con preocupación– dejé especificados los medicamentos.
–Fue inesperado doctor –explicó el otro resueltamente– se aplicó la medicación que usted indicó, yo mismo lo hice. No podíamos prever ésta reacción.
Matilde dividía su atención entre las personas que se ocupaban de su hermana en la habitacion a la que había sido trasladada y la discusión entre el doctor y el otro hombre. Aparentemente el profesional dio por verdadera la versión y asintió comenzando a entrar en el lugar.
–Gracias por informarme Andrés, pensé que podía ser otra cosa. Por favor tráigame la ficha de la paciente.
Entró a la habitación cerrando la puerta tras si, pero el otro hombre adivinó lo que iba a pasar y se interpuso en el camino de Matilde.
–Señorita, usted es...
–Soy su hermana –replicó sin salir de la sorpresa– quiero verla, por favor.
–Es probable que la pueda ver después, es una situación poco habitual.
–¿A qué se refiere?
–Hay personas que tienen tolerancia a los sedantes o pueden experimentar reacciones violentas, o ambas. Parece que su hermana es un caso similar. ¿ha sido operada o tenido alguna enfermedad grave?
–No.
–Eso explica que no lo supieran. Lamento que haya tenido que ver ésto, es bastante impactante.
Por supuesto que lo era; Matilde le dio las gracias cuando el técnico le dijo que le avisaría apenas pudiera verla y se retiró de la puerta.
–¿Quieres volver a la cafetería o prefieres esperar aquí?
Durante varios segundos no contestó. Su corazón aún latía poderosamente por el choque emocional de ver a su hermana en ese estado, pero no era lo único que estaba sucediendo.
–Hay algo que tengo que hacer antes.
Dejó a sus sorprendidas amigas en el pasillo, y caminó hacia la siguiente esquina, directo al baño.
Al entrar al lugar encontró precisamente lo que esperaba, los lavamanos acompañados de una pared espejo que la reflejaba a ella misma y a la pared contraria nítidamente bajo la luz blanca; era primera vez en esa mañana que se miraba a si misma.
–Esto es lo que soy.
Lo dijo sin mayor convicción. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto y parecía tan cansada como se veía, pero independientemente de eso, seguía siendo la de siempre; nunca se había considerado especialmente bonita, pero si se reconocía a si misma rasgos armoniosos. Tenía ojos comunes, pero apreciaba sus labios por estar bien formados, y también estaba el color de su piel, que no era morena pero siempre tenía el color saludable que otras sustituían por rubor. Y estaba su cabello, desde luego que estaba su cabello, lacio y manejable, quizás un poco sin movimiento, pero no tenía que lidiar con él, bastaba un buen acondicionador y siempre se veía bien. Cuando era adolescente se preocupó por no tener curvas, y cuando empezó a tenerlas se angustió por la posibilidad de tener demasiadas, pero finalmente no quedó en ninguno de los dos extremos aún cuando siempre se quejaba de sus brazos delgados que no podía usar con ropa sin mangas porque parecía enferma.
–¿Esto soy yo?
Se quedó inmóvil mirando el reflejo en el enorme espejo, una mujer mirando a otra, tratando de verse desde un punto de vista diferente. ¿Era eso lo que le había pasado a Patricia? ¿Había recuperado la conciencia y con ella los recuerdos del enfrentamiento y el fuego y el dolor, luchando por reunir fuerzas para levantarse y encontrar donde verse?
¿Acaso Patricia presentía de alguna manera lo que estaba pasando? Quizás en la ambulancia no estaba completamente inconsciente y permanecía en un estado similar al letargo, escuchando como esos hombres hablaban de medicamentos y soluciones químicas y oxígeno, tal vez en alguna situación anterior escuchó algo o ayudó en un caso de incendio y reconoció las palabras, y al despertar, encontrándose sola y adormecida quiso saber, sintiendo el apremio de la duda. ¿Un corte de cabello puede hacer que no te reconozcas al día siguiente en el espejo verdad? Si te levantas de una camilla y te ves en el débil reflejo de un vidrio, y lo que ves es a otra persona, alguien que ha atrapado tu cuerpo y de quien no puedes escapar entras en pánico y sientes la imperiosa necesidad de hacer algo al respecto, da igual que lo que hagas tenga sentido o no, la reacción proviene de tu parte más básica, el instinto de supervivencia. Los miles de pedazos de vidrio esparcidos por esa habitación de la urgencia solo eran un reflejo inocente, lo que realmente estaba quebrado era Patricia.
Necesitaba salir.
Salió rapidamente de la urgencia sin saber con total claridad adonde se dirigía, solo necesitaba alejarse de todo ese dolor y descubrir alguna forma de ser útil cuando la fuerte siempre había sido su hermana en comparación con ella; avanzó medio a la carrera, doblando en la siguiente esquina con una vaga idea de en que parte estaba, pero solo queriendo caminar y caminar, correr o gritar, hacer cualquier cosa menos seguir sintiendo que no había nada que pudiera hacer para disminuir el dolor de Patricia. Algunos minutos después estaba seguramente a más de diez cuadras del centro de urgencias y un poco perdida, pero sin fijarse en lo que ocurría a su alrededor; comenzó a caminar más lento, jadeando mientras desplazaba la vista de un lado a otro sin ver y con la mente tan revuelta como antes. Fue un grito lo que nuevamente la sacó de sus pensamientos.
–¡Suéltame!
La voz de mujer se escuchó por sobre el sonido ambiente y la hizo mirar hacia un costado: en ese momento estaba cerca de una calle interior, algo como un pasaje que unía esa calle con la siguiente solo con cemento y paredes descuidadas que eran los traseros de los edificios de departamento contiguos. Una mujer corría o trataba de correr en su dirección dando tumbos de una pared a la otra mientras jadeaba notoriamente.
–¡Quiero que esto se termine!
Su voz le sonó extrañamente conocida, pero en los segundos que duró todo eso no estaba procesando la información y solo era espectadora de lo que pasaba; un momento después la mujer llegó a solo un par de metros de distancia en su torpe avance que la hizo tropezar para finalmente caer de rodillas, sollozando violentamente.
–¿Que le ocurre?
Matilde se acercó a ella en lo que le pareció un gesto sumamente lento e indiferente, y se arrodilló a su lado intentando no mostrarse violenta como se sentía en esa situación, interrumpida en sus pensamientos y tristezas por los dolores de alguien más. Pero cuando la mujer sollozante levantó la mirada hacia ella se llevó una sorpresa.
–Yo los vi...
Aún sollozaba y tenía corrido el delineador de ojos, pero ni eso podía estropear la belleza de su rostro: no tenía más de veinticinco, y su piel resistía verla a dos centímetros de distancia sin mostrar una sola arruga o línea de expresión, ni siquiera entre sus lágrimas. Los ojos castaños claros, los labios carnosos, el mentón redondeado y frente amplia la definían como una mujer hermosa a ojos de cualquiera, pero su estado mental estaba lejos de ser similar a la armonía de sus rasgos. Repentinamente la tomó de los hombros, intentando débilmente zarandearla aunque su intento más se asemejaba a un temblor corporal intenso.
–Yo los vi –dijo como si intentara hacerla entender– yo vi sus ojos...
Matilde se la quedó mirando sin reaccionar, imposibilitada de moverse o decir algo debido a lo extremadamente raro de la situación ¿Que hacía ella lejos de la urgencia donde atendían a su hermana gravemente quemada, en una calle cualquiera presenciando una patética escena de borrachera de alcohol o drogas de una desconocida?
Antes de poder tener una respuesta un hombre se acercó decididamente a ellas.
–Ariana, cariño.
Se arrodilló y la levantó cuidadosamente del suelo, cobijándola en un abrazo mientras ella continuaba sollozando como si no lo viera o escuchara; el hombre era muy atractivo y aparentemente fuerte y vestía elegantemente aunque casual, y miró fijamente a Matilde mientras ella se levantaba.
–Disculpa por esta escena, no debiste ver algo así.
–No hay cuidado –replicó ella automáticamente– está bien, es decir, ella está bien?
El hombre asintió lentamente.
–Está bien, solo está pasando por un momento complicado, ya sabes como son de temperamentales, a veces se posesionan en exceso de su trabajo.
–Parecía muy asustada o afectada.
–Es menos de lo que parece, se trata de su carácter tan emocional. Pero te agradezco por la preocupación.
Matilde aún no salía de su asombro. ¿Por qué él le hablaba como si la llorosa mujer fuera alguien a quien ambos conocieran?
–No hay qué agradecer, cualquiera habría hecho lo mismo.
–Estoy seguro de eso –replicó el hombre en voz baja– solo que ya sabes como es éste mundo, es mejor que no haya demasiados ojos mirando. Te lo agradezco.
Pasó junto a ella con la mujer abrazada, y en un gesto claramente estudiado y discreto, dejó en las manos de Matilde varios billetes grandes. Antes que la joven pudiera reaccionar o siquiera salir de la sorpresa anterior como para ocuparse de esa, ambos ya habían subido a un taxi.
–Pero porque...
Iba a decir algo sin notar que en realidad estaba sola en la calle y el hombre no podría escuchar lo que ella dijera, pero cuando creía que no había ninguna sorpresa esperando, volvió a ver a la mujer de hace un momento atrás, solo que ahora estaba en un afiche en un bus de turistas que pasaba por la calle.
Hermosa, cautivante, sosteniendo un frasco cristalino de perfume mientras miraba como si quisiera hipnotizarte.
Por eso el hombre se refería a ella como si ambos la conocieran, porque seguramente en otras circunstancias Matilde la habría reconocido.
Era Miranda Arévalo, una conocida modelo y miembro de la alta sociedad.
Próximo episodio: El mismo sueño
La última herida Capítulo 2: Sin rostro
Escuchar que era probable que su hermana Patricia quedara desfigurada de por vida significó para Matilde el mismo efecto que un golpe directo en el estómago.
–¿Desfigurada?
–Como dije, no se trata de un diagnóstico, pero el nivel de quemaduras es extremadamente preocupante –explicó el doctor con voz neutra– haremos lo posible por ella.
–Gracias –intervino Manieri haciéndose cargo– por favor infórmanos de cualquier avance, también cuando pueda recibir visitas.
–La verdad le recomendaría ir a descansar –opinó el especialista– ahora lo primordial es que mi gente haga su trabajo, es improbable que pueda recibir visitas pronto. Tengo que irme.
Matilde iba a decir algo, pero no supo qué decir; solo se quedó mirando como el doctor desaparecía tras una puerta.
–Oh por Dios...
Tuvo que sentarse nuevamente para evitar caer al suelo; el viejo policía se sentó a su lado.
–Llamaré a sus padres.
–¡No!
El hombre la miró fijamente.
–Matilde, entiendo que estés muy conmocionada por lo que acaba de ocurrir, pero en un caso como éste, sobre todo en un caso como éste, es primordial que todo el circulo de ustedes los apoye, que se apoyen mutuamente.
Los padres de las hermanas no vivían en la ciudad, llevaban toda la vida en el campo. La sola perspectiva de que se enteraran de lo que estaba pasando le provocaba un nudo en la garganta.
–No, no puedo hacer eso, mamá moriría de un susto, no puedo darles esa noticia así como así.
–Matilde –replicó el policía con tono paternal– no puedes evitar que se sepa, tu hermana es una oficial de la policía, tarde o temprano la noticia va a saberse.
La joven sintió que se quedaba sin aire nuevamente. Por supuesto, en términos comunicacionales, un oficial de policía era tratado de manera distinta a un civil común, siempre que ocurría algún tipo de accidente o delito en el que se involucraba alguien de uniforme, la noticia se expandía con rapidez. Sus padres casi no veían televisión, pero eventualmente alguien les haría saber la noticia. Pero no podía, simplemente no podía.
–No, no puedo, no puedo.
–Escucha –dijo él en voz baja– entiendo que no quieras angustiarlos, pero está fuera de tu control. Además si se los dices tú será mucho mejor, puedes empezar por decirles que Patricia está fuera de peligro.
Quizás la noticia se hiciera bastante pública, pero aún tenía un par de horas, a lo sumo, lo necesario para calmarse y decidir como actuar.
–Oficial Manieri, no puedo dejar que ellos se enteren ahora, no hasta que sepa qué es exactamente lo que está ocurriendo.
El hombre pareció concordar con ella.
–Tienes razón, lo mejor será esperar, pero quiero que sepas que no estás sola.
–Gracias.
–Tal vez necesitas hablar con alguien, llamar a personas cercanas de Patricia o tuyos. Lo más importante es que tengas apoyo.
Apoyo. Sentía que la cabeza le daba vueltas, llamar a alguien le parecía simplemente inconcebible, pero por otro lado era cierto que necesitaría algún tipo de ayuda. Su mente entonces voló a Eliana.
–¿Donde puedo hacer una llamada?
2
Eliana era una mujer baja, con un poco de sobrepeso en su figura, acentuado por el vestido de mangas anchas que llevaba en ese momento; vestía siempre de varios colores, y llevaba el cabello atado en un medio moño con un lazo a juego. En su rostro de facciones redondeadas se dibujaba la inquietud al momento de entrar en la urgencia, pero no estaba sola; Matilde la vio caminar por el pasillo junto a Soraya, ambas sus amigas desde la época del instituto, pero también estaban acompañadas de Antonio, parte del grupo del instituto pero a quien no veía hacía mucho tiempo. Eliana la estrechó entre sus brazos.
–No me digas nada, ya tengo toda la información, no tienes que decir nada.
–Eli...
Iba a decir algo, pero una vez más las lágrimas asomaron a sus ojos, y eso que había logrado calmarse un poco en los recientes minutos, ayudada en gran parte por el calmante que le habían suministrado. Soraya también la abrazó, quedando las tres fundidas en un abrazo colectivo, las otras dos sosteniendo a quien en ese momento estaba pasando por un mal trance. La joven se secó las lágrimas.
–Gracias por venir, es muy importante para mi.
–Para eso estamos amiga.
–Y no digas tonterías –exclamó Soraya– debiste llamar antes, somos tus amigas, solo dinos que es lo que podemos hacer por ti.
Soraya tenía un carácter muy fuerte, era tan llamativa como se veía: era alta y fuerte, usaba un corte de cabello sumamente osado, irregular y resaltando el color oscuro, que probablemente solo le quedaba bien a ella. En ese momento usaba camisa y jeans, una tenida casual pero elegante, justo a su medida.
–¿Has tenido alguna noticia?
–En la última hora no.
–Déjame ir a preguntar a ver que noticias hay.
Sin decir más, Soraya se alejó hacia la recepción que estaba a la vuelta del pasillo en donde Matilde había pasado la ultima hora y media. Antonio se acercó y abrazó cuidadosamente a la joven.
–Lo lamento mucho por tu hermana y por ti.
–Gracias.
–Estoy aquí para ti, estoy contigo para lo que necesites.
Durante un instante no dijeron nada, pero la imagen del hombre subió muchos puntos con esa aparición; poco antes de salir del instituto, ella y Antonio tuvieron un altercado académico, porque se embrollaron en proyectos similares para presentar como calificación y, en parte por inmadurez y en parte por la presión, discutieron y se culparon mutuamente, situación que nunca hablaron pues después de la titulación él tomó algún trabajo y desapareció del mapa. Que ante una dificultad se presentara desinteresadamente significaba en realidad mucho.
–Muchas gracias por venir.
–No tienes nada que agradecer.
Soraya volvió a paso firme.
–Acabo de hablar con la enfermera y me dice que de un momento a otro tendremos un informe sobre Patricia.
–¿Como conseguiste averiguar eso?
–Le pregunté que tan fuertes estaban los turnos aquí y le hablé de lo duro que es el trabajo y como me preocupo por mi hermanita.
–¿Cual hermanita?
–Es una amiga que es enfermera, esos datos siempre sirven Eliana –afirmó simplemente– lo importante es que vas a tener algo de información.
–Estoy tan nerviosa –dijo con voz cansada– se suponía que solo íbamos a tomar desayuno, pero luego ocurrió todo tan rápido, no puedo creer que ahora esté en ese estado...
En ese momento apareció un doctor y se les acercó; Matilde había hablado con él algunos minutos antes para conocer alguna novedad.
–Señorita Andrade.
–Doctor, ¿Hay alguna novedad?
El hombre hizo un asentimiento leve a modo de saludo a todos.
–Su hermana se encuentra fuera de peligro vital, pero las quemaduras que sufrió son preocupantes.
–El doctor dijo que eran de mucho cuidado.
–Lo son –replicó con voz neutra, aunque frunciendo ligeramente el ceño– su hermana sufrió quemaduras producto de la explosión de un balón de gas de uso doméstico; no tengo mayores datos del sitio en donde ocurrió, pero ella tuvo suerte porque la onda expansiva previa al fuego la arrojó hacia atrás, lo que significa que al ser alcanzada por el fuego, éste tocó su cuerpo en un angulo más beneficioso si lo hay.
–¿Que significa?
El doctor explicó simplemente con las manos, dejando una con los dedos apuntando hacia el techo y la otra en diagonal.
–Si hubiera estado de pie, el fuego habría quemado las vías respiratorias, intoxicando en segundos el sistema, lo que la habría expuesto a quemaduras internas, daño pulmonar y a un shock séptico, en un caso más avanzado. Al caer de espalda, de ésta manera, las vías respiratorias quedaron a salvo del fuego, por lo que las quemaduras son principalmente externas, lo que no quiere decir que no sean de cuidado: providencialmente el ojo derecho no sufrió daños, pero la piel del lado derecho del rostro, el cuello, el hombro y parte del brazo fueron afectadas, son lo que se conoce como quemaduras tipo B, que son las más graves –el doctor hablaba a un ritmo continuo, pero sencillo de entender– éstas lesiones requieren un largo tratamiento, medicamentos, injertos de piel y sumo cuidado.
El hombre hizo una pausa, que Matilde aprovechó para intervenir.
–Quiero verla doctor.
–En éste momento está dormida por efecto de los sedantes, probablemente por la tarde será más propicio verla; ahora lo primordial es que usted se tranquilice, tiene que estar preparada para verla.
Preparada. Otra palabra que no tenía sentido.
–¿Que quiere decir con preparada?
–Escuche, siempre soy directo con mis pacientes y no voy a mentirle. La mujer que usted conoce, no será la misma que verá después; una herida, en éste caso una quemadura en una zona visible, más aún en el rostro, cambia a la persona, y como su hermana es bueno que lo sepa para que pueda ayudarla. El primer cambio es visual, la quemadura que sufrió en la cara puede, y será tratada, pero al ser del tipo que es, la piel nunca quedará igual, ella tendrá que aprender a convivir con esa parte de su persona modificada, arruinada para siempre. En muchos casos éste tipo de heridas provocan trastornos de comportamiento en la persona afectada, quien ve que todo su espectro personal, lo que es para el mundo, está destruido; tanto ella como su familia necesitarán apoyo sicológico, para ayudarla a enfrentar ésta nueva forma de vida. Lo sé porque trabajé años en un centro de ayuda a quemados, y créame cuando le digo que, si bien su hermana es afortunada por seguir con vida, es probable que por mucho tiempo se sienta desdichada de no haber seguido el mismo rumbo que el otro policía. Cuando su hermana sea trasladada a una habitación podrá verla, ahora tengo que atender otros pacientes.
Ninguno de los cuatro dijo nada mientras el doctor volvía a sus labores, pendientes de la desoladora expresión que surcaba el rostro de Matilde; su hermana, su graciosa y fuerte hermana, la policía, la protectora, la divertida, había pasado por una situación que había marcado con fuego el cuerpo, y probablemente, también el alma.
3
Parecía que estaba en trance, pero aunque le habían dicho que estaba saliendo de la inconsciencia inducida por los medicamentos, Patricia no daba ninguna señal de percatarse de su presencia o la de nadie a su alrededor; a Matilde se le rompió el corazón cuando al fin pudo entrar en la habitación en donde estaba recostada su hermana.
–Patricia...soy yo, Matilde...
El doctor le había advertido de lo que iba a ver, aunque ciertamente nunca se está preparado para ese tipo de impresiones. La mujer tenía rasurada casi toda la parte derecha de la cabeza por causa de las quemaduras y el tratamiento, pero la verdad de aquellas heridas permanecía oculta bajo las vendas y parches, que abarcaban también el ojo, la mejilla y parte de la barbilla. Y la piel quemada se dejaba notar de todas maneras.
–Escucha, yo...
Trató de seguir, pero sintió un nudo en la garganta; se había esforzado por entender que llorando no la ayudaría, y que debía estar fuerte y serena. No era momento para llorar, en esa ocasión ella estaba obligada a ser quien protegiera.
–Sé que estás confundida y que tienes miedo y dolor, pero debes saber que estoy aquí, que todos los que te queremos estamos aquí. Te vamos a curar, vamos a ayudarte a que estés bien así que tú solo debes estar tranquila y confiar en nosotros, todos te vamos a apoyar.
El silencio de Patricia solo podía compararse con su quietud, inmóvil como si en el más profundo sueño siguiera sumida; pero tenía los ojos abiertos, estaba despierta o despertando y aún así no había reacción. ¿Que debía hacer?
–Te amo hermanita.
Durante muchos años se habían tratado cariñosamente de hermanita e incluso muchas veces en la actualidad lo hacían, pero nunca antes esa frase coloquial había tenido tanto sentido como en una situación como esa. Son embargo ella misma estaba llegando a su limite en ese momento, y su única opción era mantener la careta con la que entrara algunos minutos antes.
–Ha venido gente ¿sabes? –dijo tratando de sonar natural– tengo que atenderlos un poco, ahora que también voy a decirles que ya estás enterada de su compañía. Volveré en un rato.
Se puso de pie lentamente, sin querer parecer apresurada o demostrar que huía de algo o de ella misma, y le dedicó una larga mirada mientras el corazón le azotaba el pecho por la emoción; optó por no decir nada más ante el peligro de quebrarse, y salió cerrando muy lentamente la puerta.
Una vez fuera, aún creyendo solo momentos antes que lloraría, se quedó quieta sintiendo un agudo y punzante vacío en su interior, silencio frío igual que el que había en el interior de la habitación.
Los demás estaban en la cafetería, iría con ellos a sentarse un rato; mientras caminaba por el pasillo se metió las manos en los bolsillos del pantalón, y la izquierda chocó con el teléfono celular.
–¿Que...?
Se sorprendió de encontrarlo, básicamente porque estaba pensando en cualquier cosa menos en el celular desde el momento en que ambas habían salido del departamento. Estaba apagado seguramente producto del golpe cuando cayó en la calle, pero que lo estuviera no significaba nada en ese momento, en realidad nada significaba mucho para ella después de esa charla con el silencio.
–Oh por Dios...
Solo en ese momento la imagen de la tía Silvia apareció en su mente, y su estómago dio un vuelco. Mientras apuraba el paso hacia la cafetería, mantenía oprimido el botón de encendido del dispositivo; tía Silvia era hermana de su padre y no era del tipo de personas que pueden calificarse como malas, pero tenía la pesima costumbre de comunicar las malas noticias de golpe y tan pronto como llegaran a sus oídos, lo que significaba que mientras ella estaba negandose a llamar a sus padres para revelarles la noticia del horrendo accidente la tía podía haberlos llamado para contarles ¿cuanto tiempo pasó desde que llegaron los equipos de socorro? No lo sabía, había perdido la noción del tiempo por completo desde que vio a su hermana enfrentando a un delincuente en la calle, y de pronto el tiempo transcurrido era vital.
–¿Que pasa?
El celular no encendía. Comenzó a andar casi al trote hacia la escalera que llevaba al segundo piso donde se encontraba la cafetería, mientras le quitaba torpemente la tapa al celular y removía la batería para poder encenderlo de una vez. Llegando al segundo piso estaba entrando en pánico.
–¿Que pasa Matilde?
–Mi celular no enciende –replicó forcejeando con el aparato– no enciende, tengo que revisar algo ahora.
Eliana le quitó el celular de sus manos temblorosas e hizo el procedimiento, pero el objeto no respondía.
–No sé que le pasa, pero no enciende ¿a quien tienes que llamar?
Había llamado a Eliana desde el teléfono de la urgencia, y si su celular estaba apagado no podía saber si tenía llamadas perdidas ¿y si su madre estuviera llamando desesperada mientras tanto?
–Necesito revisar la agenda de mi teléfono –replicó nerviosamente– tengo que encontrar a mi tía Silvia.
Soraya y Antonio se acercaron a ver que pasaba en la entrada de la cafetería, pero como de costumbre ella reaccionó primero y puso la tarjeta del celular en el suyo y lo encendió.
–Mira, ya está resuelto, puedes ver la agenda y todo.
Matilde recibió agradecida el celular e ingresó a la lista de llamadas perdidas en donde figuraban varias de sus amigas allí presentes y un par más, pero ninguna de la tía Silvia. ¿Que iba a hacer? No podía llamarla para preguntarle si había o no llamado a sus padres o conocido la noticia, si no era así la pondría sobre aviso.
–¿Han visto las noticias?
–Si –reaccionó Soraya a la velocidad del rayo– aquí está el señal de noticias, pusieron un extra sobre el accidente aunque no dieron muchos detalles, en la edición del mediodía debería pasar algo.
Faltaban veinte minutos para el mediodía.
–Matilde –intervino Eliana con cuidado– ¿que ocurre, que pasó cuando viste a tu hermana?
–Necesito saber si la noticia del accidente es publica, es decir si ha salido en muchos medios.
–Yo puedo revisar eso si lo necesitas –intervino Antonio– si quieres lo veré en un minuto.
–Si, por favor, muchas gracias.
El hombre sacó de su bolsillo un moderno celular y comenzó a navegar en la red a través de él, mientras las mujeres se ocupaban de Matilde.
–Amiga, dinos que pasa.
–Es mi tía Silvia –explicó revolviendo el teléfono en las manos– ella es muy escandalosa, temo que les diga a mis padres lo que está pasando.
–¿Pero es que no los has llamado?
–Eli, son personas mayores, mi padre tuvo problemas al corazón, no puedes llamarlos de golpe para decirles algo así, además recién hace unos minutos sé con alguna claridad lo que pasa.
–Si, lo siento, tienes razón.
–Lo que me preocupa es que ella lo haya hecho.
Se quedó un momento en silencio, ordenando sus ideas; su tía trabajaba en un alto cargo administrativo en una compañia de servicios digitales, era por lo general una mujer ocupada en días de semana, al menos hasta el almuerzo, y esa era una hora perfecta para enterarse de chismes y ver las noticias ¿almorzaría a la una, quizás a las dos? Eso significaba que, descontando las personas del pueblo o los trabajadores de la hacienda, el principal peligro de que sus padres recibieran la noticia de manera inesperada estaba a una hora de distancia.
En ese momento el teléfono anunció con luces y estruendo una llamada, que la hizo dar un salto de susto. Pero solo fue el inicio, porque el numero que figuraba en pantalla, era el de la casa de sus padres.
–Es de mi casa...
Eliana le iba a quitar el celular al ver como palidecía, pero Matilde no la dejó.
–Tengo que contestar.
–Pero mira como estás, déjame hablar con ellos.
Tenía ganas de vomitar solo de pensar en el estado mental en que estarían ambos, sin contar siquiera si quien llamaba era su madre llorando por que a su padre le hubiera dado un ataque. Pero tenía que contestar. Durante un aterrador instante miró el celular como si éste pudiera hablarle por si solo, pero al final se obligó a contestar.
–Hola.
Tenía la garganta seca, pero para su sorpresa, quien habló del otro lado de la conexión fue su padre.
–Matilde.
–Papá...
–¿Quieres explicarme que es lo que pasa con Patricia, que sucede?
Próximo episodio: Cristales en mil pedazos
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