Maldita secundaria Capítulo 16: Encuentros



Martes 23 Octubre

Alberto cerró la puerta de golpe.

—Cielos, ésto es lo... no, no voy a decir nada, absolutamente nada.

Fernando estaba tomando en sus brazos a la desmayada Teresa.

—Deja y hablar y ayúdame.
—No puede ser —dijo Carolina mirando por la ventana— los maestros están haciendo que todos vuelvan a las salas.
—No importa, sólo hay que salir sin llamar la atención.
— ¿Cómo salimos con una desmayada sin llamar la atención?
—No lo sé, solo aparenten que todo va bien, no vamos a resistir seguir llamando la atención tan seguido.

Poco después Teresa estaba en la enfermería y los demás se reunieron en la recepción.

— ¿Señorita Bastías, que tiene nuestra amiga?

La enfermera estaba muy seria, y tomó el teléfono marcando velozmente el número.

—Hola. Gabriela, necesito tu ayuda, tengo un caso acá en la secundaria, necesito que me envíes una ambulancia ahora mismo.

Dani y los demás se miraron alarmados.

—No me importa lo que diga tu jefe, déjame a ese viejo a mí, tengo un posible shock. De acuerdo, dile al chofer que entre por... si, por esa calle... cinco minutos, genial, gracias.

Cortó y se puso de pie.

—Vayan a clase, a Teresa la van a recoger ahora mismo.
—Pero díganos que es lo que le pasa.
—Eso lo tienen que decir los médicos —sentenció la señorita Bastías— pero no creo que sea un simple desmayo. Ustedes dos —indicó a Leticia y a Luciana— son sus amigas, acompáñenla a la ambulancia, los demás vuelvan a clase.

Y sin más los dejó por fuera de la oficina. Alberto comenzó a entrar en pánico.

—Ésto es tremendo, espero que esté bien.
— ¿Bien Carolina? —se escandalizó el más pequeño— ¿no se dan cuenta? El estado en el que está Teresa podría ser obra de los espíritus, ahora no sabemos cómo atacan; hay que ir a urgencias.
—No podemos saberlo —terció Dani— además, por lo mismo, si están pasando cosas, no podemos dejar sola la secundaria. Hay que esperar a que las chicas nos den alguna novedad, y mientras tanto estar atentos a lo que pueda pasar aquí.

Más tarde, Leticia y Luciana estaban en la sala de espera de la urgencia, aún sin novedades.

—Oye —dijo Luciana después de bastante rato de silencio— lamento lo del otro día, no quería ser agresiva.
—No tiene importancia —replicó Leticia— de todos modos ninguna de las dos ha sido amable.

En eso llegaron los demás.

— ¿Tienen alguna novedad?

Leticia se cruzó de brazos.

—Los padres de Teresa llegaron y se encerraron con un doctor en una oficina y aún no salen, así que no pinta muy bien que digamos.

Soledad se sentó a un costado.

—Ésto es muy preocupante, incluso tiendo a creer en lo que decía Alberto, ya ha pasado bastante rato y no hay noticias, yo esperaba que para cuando llegáramos ya estuviera bien.
—No hay que hacer conjeturas —intervino Dani con cautela— por lo menos no ha pasado nada más grave, ya saben que las noticias malas son las que vuelan; además no pasó nada en la secundaria, eso también es distinto.

En ese momento apareció Teresa acompañada de sus padres, y a pesar de lo que todos podían esperar, se veía muy tranquila; la joven se apartó de sus padres y caminó hacia el grupo.

—Teresa, estábamos muy preocupados —le dijo Carolina— ¿qué te pasó?
—Nada grave, disculpen por haberlos preocupado.

Hizo una pausa.

—Escuchen, hay algo de lo que no les he hablado; hace un tiempo me detectaron cáncer.
— ¿Qué?
—Así es; pero no es grave, es decir, en su momento lo fue, mis padres lo pasaron bastante mal, pero afortunadamente la enfermedad fue detectada a tiempo.
—Pero si se resolvió —le preguntó Soledad— ¿entonces qué pasó?
—Después que terminé el tratamiento, me prescribieron una serie de medicamentos, y tengo que ser rigurosa con eso para mantenerme estable, así me evito problemas, pero con todo lo que ha estado pasando me descompensé y por eso terminé aquí.

Dani no dijo nada, pero estar en esa situación le recordó otras escenas de antes; por supuesto, había algo que habían dejado pasar, y que él personalmente no había retomado, pero estaba casi seguro.

—Teresa, me alegro que estés bien.
—Muchas gracias Lorena.

Alberto consideró que ya la pausa había sido suficiente e intervino.

—Chicos, no es por ser alarmista, pero aunque lo de Teresa no haya sido nada de lo de los espíritus, sospecho que igual hay algo que pasa en ese sentido.

Fernando lo miró sorprendido.

— ¿Y en qué te basas?
—Me baso —respondió lentamente— en que por alguna razón, desde que nosotros estamos involucrados, han cambiado las cosas; por ejemplo, hay sistemas eléctricos afectados, mobiliario que ataca a las personas, ¿por qué no iba a haber algo que nos afectara directamente? Al fin y al cabo ustedes mismos nos dijeron que los espíritus de los secuestradores los agredían, y está claro que no todo sigue como antes.

Lorena y Dani se miraron.

— ¿Tú dices como si ahora pudieran hacer que tuviéramos problemas de salud?
—Sí.
—Es posible Alberto, pero la verdad es que todo es tan reciente que no lo podemos saber; de todos modos hay que estar pendientes.
—Si —comentó Dani— hay que tener todos los factores en cuenta; Teresa, me alegro de que finalmente todo esté bien, pero no debes descuidarte, sobre todo por todo lo que estamos pasando.

Alberto no dijo nada. Había una teoría que estaba creando en su mente, pero aún necesitaba tiempo para madurar la idea y ver si estaba en lo cierto.

Alrededores de la secundaria
Por la noche

Alberto estaba cerca de la puerta del estacionamiento, preparado para entrar; estaba más nervioso en esa ocasión que cuando habían entrado con los demás a la bodega, quizás porque estaba solo y había una enorme cantidad de cosas que podían salir mal.

—Bien —susurró para si— no es tan terrible, voy a entrar...

En ese momento alguien se deslizó por la vereda hacia él.

—Rayos.

No tenía donde esconderse y francamente no pasaba desapercibido; pero unos momentos después comprobó que era Hernán.

— ¿Y tú que haces aquí?

El rapado lo miró de arriba a abajo.

—Es divertido que tú me preguntes eso.
—Si, cierto, yo estoy entrando, tengo que hacer unas averiguaciones, ¿y tú?
—Evitando que te mates en el intento, entremos por ese lado, no por acá.

Entraron por un costado y caminaron silenciosamente hacia la bodega.

—Por cierto, ¿cómo es que Dani supo que yo estaba aquí?
—Dani no sabe que estoy aquí —respondió el rapado— ésto es culpa de Lorena, por lo visto empezó de nuevo con lo de las visiones, porque me llamó, parece que fui el primero al que encontró.

Eso pareció escandalizar al más pequeño en vez de tranquilizarlo.

— ¿Quieres decir que los demás vienen para acá?
—Claro que no, le dije que no era necesario. Ahora dime que hacemos acá a ésta hora.

Alberto sacó de un bolsillo un aparato electrónico y lo acercó a la puerta de la bodega.

—Ésta maquinita detecta las variaciones de la energía —siempre supe que las clases de electrónica servirían para algo— y quiero usarla para descubrir si aquí continúa pasando lo mismo.
— ¿Y cómo pretendes entrar sin las llaves?

Alberto fingió un estremecimiento.

—Por ahora no es necesario entrar, la energía que corresponde a Matías y a los secuestradores es tan fuerte en ésta zona que no es necesario.

Hernán se cruzó de brazos mientras el más pequeño registraba el área.

—Creo que tenemos un problema —resolvió apagando la máquina— porque mi invento no registra nada.
—  ¿Y entonces?
—Mañana a primera a hora tenemos que hablar con los demás, hay que hablar de algo importante, creo que Matías está perdido.



Próximo capítulo: Respuestas absolutas

Nueva serie semanal

Muy pronto saldrá una nueva serie semanal, para seguirla solo hay que seguir éste enlace
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Maldita secundaria Capítulo 15: Última oportunidad



Lunes 22 Octubre

Cuando la bodega explotó, el ruido ensordecedor fue grande, y el caos inmediato. Fernando se quedó inmóvil, y mientras los demás corrían hacia Hernán, Leticia se acercó a su amigo y lo removió.

— ¡Reacciona Fernando!

Los estudiantes comenzaron a salir al patio mientras Dani y los demás se acercaban a Hernán.

—Hernán, ¿estás bien?
—Claro que estoy bien —rezongó el otro tratando de levantarse— sólo me caí, ¿qué diablos pasó?

A esas alturas ya estaban en medio de un patio atestado de gente. Luciana hizo una mueca.

—Creo que en ésta parte lo de pasar desapercibidos queda en el olvido.
—Rayos —murmuró Alberto— intenten mezclarse, aparenten estar sorprendidos.
—Yo estoy auténticamente sorprendida —protestó Soledad— ésto es una completa locura. Ay no...

En ese momento apareció el inspector Vergara caminando a paso firme; en su expresión se notaba claramente que estaba decidido. No era la misma severa actitud de antes, en esa ocasión su mirada era dura como el acero.

—Estudiantes, vuelvan a sus salas ahora mismo.

Habló claramente, con la suficiente autoridad como para que los estudiantes comenzaran a volver  a las salas. Pero señaló al grupo alrededor de Hernán si dejar lugar a dudas.

—Ustedes, vengan conmigo.

Hernán se levantó, y acompañó a los demás tras el inspector, mientras los auxiliares corrían hacia la bodega para controlar el humo. Poco después Vergara los hizo entrar en una sala vacía y cerró la puerta.

—Ésta situación no puede continuar —comenzó realmente irritado— está sobrepasando todos los límites.
—Es verdad inspector —dijo Fernando tentativamente— han ocurrido accidentes...
—Silencio —replicó el inspector con tono amenazante— saben perfectamente de lo que estoy hablando, no pueden continuar así.

Dani sabía que la situación era extrema, pero trató de lograr una salida alternativa. Todo se había precipitado sin que lo pudieran evitar, pero tener al inspector enfrentándolos de esa forma era algo que no esperaba tener que pasar.

—Inspector, no sabemos de que...
—Usted no diga ni una palabra Dani —lo silenció el inspector— ni siquiera usted escapa a ésta situación, no puedo permitirlo más; durante todo éste tiempo he tratado de ser permisivo, pero los actos continúan, ustedes siete permanecen involucrados, y además parecen haber agregado nuevos miembros a su cofradía.

Fernando se ocultó detrás de los otros para lograr llamar al director, que en ese momento era el único que podía salvarlos.

—Inspector —intervino Alberto valientemente— todos estamos muy nerviosos por ese accidente...

La mirada del inspector lo fulminó antes que pudiera decir algo más.

—No continúe —lo cortó Vergara—   usted Alberto, a pesar de ser un estudiante sobresaliente, también está involucrado, y no lo permitiré ni un momento más.

Sorpresivamente, la puerta de la sala se abrió y entró el director San Luis, con actitud decidida, aunque no se mostraba alterado.

— ¿Qué sucede aquí?

El inspector no se molestó en mirar a los estudiantes buscando algún culpable de esa aparición tan sorpresiva. Simplemente le contestó al director con total frialdad.

—Imagino que eso usted lo sabe, director.

San Luis decidió pasar por alto el tono; la situación era más importante.

—Creo que hice mal la pregunta. Me refería a por qué motivo usted está aquí en vez de supervisando lo que ocurre con la bodega donde ocurrió el accidente, y por qué éstos estudiantes no están en sus salas.

Vergara se tomó un momento para responder.

—Sabe tan bien como yo que las cosas no han estado siguiendo un curso normal.
—Han sido tiempos convulsionados.
—Sabe que no se trata de eso, se supone que usted debería estar tan ocupado de éste asunto como yo, a menos que las cosas hayan cambiado en el último tiempo.

Los diez seguían el enfrentamiento en absoluto silencio; en ese momento todo estaba en manos del director.

—Tiene razón viejo amigo —concedió el director desplazándose hacia la puerta— hablaremos de ese asunto, pero no ahora, y no aquí.

Quedaron enfrentados unos momentos, hasta que finalmente Vergara se rindió ante la expresión sincera de San Luis, y sin mirar a los diez, salió de la sala seguido del director.

—Eso fue monstruoso —comentó Teresa— pero ahora sí que estamos en problemas.
—No lo sé, yo me preocuparía más por lo que está pasando con los sistemas —comentó Alberto— eso que ocurrió  no es para nada normal, Vergara tiene razón al decir que no es un accidente común.

Salieron de la sala y caminaron hacia un pasillo, pero el director San Luis pasó a paso veloz junto a ellos.

—Vengan a mi oficina ahora mismo.

Los diez lo siguieron en silencio. Una vez dentro de la oficina del director vieron que él se sentaba pesadamente ante su escritorio.

— ¿Qué está sucediendo, ellos están enterados de todo?

Carolina respondió en voz baja.

—Si director, ellos ahora están con nosotros.

San Luis les dedicó una mirada severa.

—Debieron haberme informado que las cosas habían cambiado, ¿cómo se supone que lo iba a saber de otra manera?
—Tiene razón director —repuso Dani— cometimos un error, debimos haberle dicho, pero con todas las cosas que pasaron lo dejamos. Lo lamentamos.
—No sirve de nada que lo lamenten ahora.

Se puso de pie, pero suspiró para relajarse.

—Escuchen, sé que están sometidos a mucho estrés por lo que están viviendo; me gustaría hacer más para poder ayudarlos, pero no está en mi poder, lo que puedo hacer es ayudarlos haciendo lo posible por mantenerlos al margen de la vista o de las acciones de los inspectores, pero es importante que esté enterado de lo que pasa.
—Tiene razón director —replicó Dani— no volverá a suceder.

San Luis volvió a sentarse.

—Eso espero. Alberto, Teresa, Luciana, lamento tener que darles la bienvenida a éste circo en el que se está convirtiendo la secundaria, pero lo principal es que quiero que sepan que cuentan con todo mi apoyo en éste trance.

—Muchas gracias —respondió Teresa educadamente— haremos nuestro mejor esfuerzo.
—Estoy seguro de eso. Ahora vayan a clases por favor.

Pero Leticia aún no estaba muy convencida.

—Director, ¿qué pasará con el inspector?
—Déjenme al cuerpo docente a mí, y aunque es un poco difícil, traten de mantenerse al margen de ellos lo más posible. Vayan a clase por favor.

Los diez salieron caminando lentamente.

—Vaya, San Luis está sometido a bastante presión.
—No somos los únicos —respondió Lorena— de hecho somos testigos de cuánto lo afecta tener que dejarnos a nosotros ésta responsabilidad.
—Es cierto —comentó Dani— ésta vez nos libramos de milagro, pero de todos modos hay que tratar de estar lo más discretos posible.

Martes 23
Segundo recreo

Fernando y Leticia estaban recorriendo el segundo patio en medio del resto de los estudiantes.

— ¿Sabes algo? Encuentro que hay algo diferente en el ambiente Leticia, es como si las cosas hubieran cambiado de nuevo.
—Yo también lo siento —comentó ella— seguro que se trata de algo de los espíritus, ahora que entraron al juego los demás, todavía no sabemos cuántos cambios van a ocurrir, ya lo de la bodega fue extraño. Además —agregó con una sonrisa malvada— estamos en peligro, Hernán es la muestra de ello.
— ¿Y tú que tratas de decir?
—Nada, es solo que te preocupaste mucho por el accidente, cualquiera diría que estabas angustiado por un amigo.
—No seas ridícula.

Mientras tanto, Alberto y Soledad caminaban por el segundo piso del primer edificio.

—Ésto es muy raro, ahora no pasa nada en la secundaria.

Y entonces se cortó la luz.

—Insisto, no hay que decir esa frase.
—Hay que buscar a los demás —comentó ella mirando al patio— no va a pasar mucho rato antes que la gente se desespere.

Poco después el grupo se reunió en el primer patio mientras los profesores trataban de mantener en orden a los estudiantes.

— ¿Dónde está Teresa?
—Pensé que venía con ustedes —comentó Luciana— no la he visto.
—Ay por todos los cielos —dijo Alberto —es posible que ésto sea por los espíritus, quizás qué ocurrió con ella.
—Hay que encontrarla —sentenció Dani— si está pasando algo con los espíritus, no podemos tomar ningún riesgo, dividámonos y veamos qué pasa, cualquier cosa llamen de inmediato.

Poco después Alberto, Fernando y Carolina recorrían un pasillo del primer piso del segundo edificio.

—Suerte que las salas están vacías —comentó Fernando— es más rápido revisar.

Carolina se acercó a la última puerta del pasillo.

—Espero que no sea nada grave, no me gusta que esté... ¡Teresa!
— ¿Qué pasa?

Alberto y Fernando se apuraron hacia la última sala, y comprendieron de inmediato qué era lo que había hecho gritar a Carolina. Teresa estaba en el suelo, desmayada.



Próximo capítulo: Encuentros

Maldita secundaria Capítulo 14: Cambios inesperados



Sala de libros
Lunes 22 Octubre

—Disculpen el retraso —dijo Teresa entrando— pero ya llegué.

Alberto se acercó a uno de los libreros.

—Me encantó la idea de tener ésta base de operaciones acá, es un lugar simple y no muy visitado.
—Sí, es cierto...

Dani no alcanzó a decir nada más, cuando sintió como el pomo de la puerta giraba lentamente.

—Se suponía que la dejé con pestillo —susurró Teresa.
—Nunca se me ocurrió probar desde afuera —se excusó Dani— pero podemos hacer lo del otro día.

Rápidamente repartieron libros, un segundo antes que apareciera el inspector Vergara en la sala. El hombre les dedicó una de sus habituales miradas autoritarias.

—Buenos días.
—Buenos días inspector —lo saludó Dani con una sonrisa espléndida— ¿ya es hora de clase?
—Faltan cuatro minutos —replicó el otro con una expresión indescifrable en el rostro— ¿a qué se dedican?
—Estamos preparándonos —respondió Teresa tratando de sonar creíble— ya está finalizando el año, así que adelantamos para los exámenes del año entrante y para el futuro.
—Debe ser una preparación muy exhaustiva si además de todo incluye textos de energía nuclear.

Dani sabía que desde tiempo Vergara estaba tras ellos; Teresa respondió con más convicción de la que realmente sentía.

—Es importante porque tiene que ver con lo que pretendo estudiar.
—Qué interesante, coménteme más.

Alberto, que estaba casi fuera de vista del inspector golpeó los dientes unos con otros para que ella entendiera el mensaje.

—Se trata de una carrera muy importante.
—Lo imagino.
—Y ésta área —señaló el libro— tiene que ver con comida.
—No veo de qué manera.

Alberto contuvo un ataque de risa; casi sin moverse estaba tratando de transmitir en mensaje, de modo que puso cara de dolor e hizo lo que él consideraba un disimulado gesto de taladro con un dedo.

—Claro, porque cuando no se cuida el cuerpo después de la comida puede haber graves consecuencias, así que esta carrera es importante en la medicina, quiero estudiar radiología para exámenes.

Alberto se tragó un suspiro de alivio mientras Leticia tiraba al suelo su libro para desviar la atención.

—Ay que tonta, se me cayó.
—Trate de no sufrir por eso —replicó el inspector saliendo— no se tarden en ingresar a clase.

Fernando se asomó a la puerta unos segundos después.

—Ya se fue.
—Déjenme adivinar —comentó Alberto— Vergara es uno de los problemas extra de los que tenemos que ocuparnos.
—Y tiene una increíble capacidad para aparecer en los lugares incorrectos —comentó Leticia— pero no sólo está él, Carvajal también es un problema.
—Y al final no hemos avanzado mucho —se quejó Fernando.
— ¿Como que no? —se escandalizó Alberto— ya nos pusimos de acuerdo, tenemos algunas luces de lo que deberíamos hacer y ya quedamos en que no hay que estar solos. Propongo entonces que hagamos patrullajes periódicos, es la única forma de saber si es que se teje algo con los espíritus.

Primer recreo
Sala de química

—Es una ironía que se te haya quedado un libro justo en ésta sala después de la escenita de más temprano.

Teresa tomó el libro y se acercó a la puerta.

—Gracias por acompañarme, ahora vamos a ver si es que está pasando algo en el patio.

Alberto se acercó a la ventana.

—Qué extraño, tenía la sensación de que hoy iba a ocurrir algo como para recibirnos, pero parece que las cosas están calmadas.

En eso una silla se elevó por los aires y voló directo hacia Teresa.

— ¡Nooo!

Mientras, Dani y Soledad estaban caminando por el último patio.

—Oye Dani, ¿tú crees que los nuevos sean realmente de ayuda?
—Espero que sí, aunque a decir verdad, ellos se han tomado las cosas mejor que nosotros al principio.

Soledad sacó el teléfono celular de su bolsillo.

—Creo que lo mejor es que veamos cómo van los demás. Ay no...
— ¿Qué pasa?
—Mira, no hay señal.
—Ah, pero no te preocupes, llama desde el mío... —dijo él sin darle importancia— que extraño, tampoco tiene señal.

Se miraron, llegando ambos a la misma conclusión.

— ¿Crees que sea por los espíritus?
—Prefiero salir de dudas —dijo poniéndose los guantes— adelántate y trata de encontrar a alguien más, enseguida te alcanzo.

En tanto, en la sala de química, Teresa estaba aprisionada contra la puerta por una silla que le atrapaba la cabeza entre las patas. Aún tenía espacio para respirar, pero la fuerza que estaba moviendo la silla estaba haciendo más presión contra la madera; mientras tanto Fernando trataba de quitar la silla.

—La próxima vez que diga que las cosas van bien, alguien que me golpee.

Fernando en tanto luchaba inútilmente por mover la silla.

—Deja de hablar y ayúdame.
—Lo más probable es que eso lo esté haciendo Matías, así que si se trata de energía, lo que tenemos que hacer es que se consuma de alguna manera...
—Alberto, lo que sea que vayas a hacer, hazlo ya.
—Si, está bien, mi culpa, solo tengo que hacer ésto...

Se acercó a un mechero y lo encendió, pero sorprendentemente la llama que salió del mechero casi llegaba al techo y era muy superior a lo que en realidad podía salir de ahí.

— ¡Pero que estás haciendo, nos vas a quemar vivos a los tres!

El propio Alberto retrocedió extrañado ante el resultado, que claramente no era el que se esperaba.

—Alberto, ayúdame con algo que no nos mate a todos.

Alberto sacó el celular y se acercó a la ventana para marcar mientras Fernando intentaba sin resultados quitar la silla, que ya comenzaba a hacer marcas en la puerta.

—Hola.
—Luciana, ¿estás sola?
—Si, ¿por qué?
—Estamos en química, ¡auxilio!

Luciana se apuró hacia el pasillo donde estaba la sala de química, pero la voz de Alberto la detuvo antes de tocar el pomo de la puerta.

— ¿Luciana?
—Soy yo.
—Estamos en problemas aquí, tienes que evitar que la gente se acerque a la puerta hasta que lo solucionemos.
— ¿Pero qué quieres que...?

Iba a decir algo más, pero volteó y vio que la maestra Santelices iba con un grupo de estudiantes. No supo qué hacer, pero con toda la gente ahí, hizo lo único que se le ocurrió y fingió un espectacular desmayo. Una vez en el suelo se quedó muy quieta, y sintió como se le acercaban, pero vio que en vez de aproximarse a ella, la maestra iba hacia la puerta.

— ¡Noo!

Se abalanzó sobre la maestra, que por milagro consiguió mantenerse equilibrada con ella prácticamente abrazada a sus piernas.

—Maestra... ¿qué pasó?
—Iba a buscar unas sales, pero por lo visto ya estás mejor, te llevaré a la sala para que te sientes.
— ¡No!
— ¿Por qué no?

Luciana hizo que la mujer se le acercara más.

— ¿Caí en alguna posición indigna?

La mujer la miró con infinita condescendencia.

—No. Ahora no se preocupe y acompáñeme a la sala.
— ¿Pero y no me va a acompañar a la enfermería? No me siento muy bien.
—Supongo que podría mandarla con uno de los chicos.
— ¿Solo con uno, no va a ir usted?
—No la veo tan mal como para necesitarme a mí y a todo un curso.
—Pues no pero...

Precisamente en ese momento la puerta de la sala se abrió, y salieron los chicos acompañando a Teresa que se cubría el cuello con las manos.

En tanto, en el primer patio, Soledad se encontró con Hernán.

—Hernán, ¿has visto a alguien más?
—No, ¿por qué, qué pasó ahora?
—No hay señal en los celulares, y con Dani creemos que puede ser algo de los espíritus.

Hernán comprobó en su móvil que no había señal.

—Diablos, revisa por acá, yo iré a la parte de adelante.
—Está bien.

El rapado se alejó a paso rápido hacia adelante, mientras Soledad se acercaba a las escaleras, pero Carolina y Lorena aparecieron bajando atropelladamente.

— ¡Baja, aléjate!

Solo alcanzaron a llegar abajo, cuando una voz las interrumpió.

— ¡Señoritas! ¿Qué es lo que...?

La inspectora Carvajal iba a decirles algo más, pero su expresión mutó en una mueca de espanto; acto seguido cayó desmayada. Las chicas voltearon hacia la escalera, y se toparon casi frente a ellas con dos enajenados.

—Diablos, estamos en problemas.

Pero antes que pudiera pasar nada más, por los altavoces se emitió un agudo sonido que parecía una falla de audio. Las chicas se taparon los oídos con el ruido, pero cuando volvieron a mirar, lo dos enajenados estaban de pie frente  a ellas, cabizbajos y totalmente inmóviles.

—Qué extraño, no se mueven.
—A lo mejor el ruido los afectó, puede ser parecido a los golpes en la cabeza.

Soledad volteó para mirar a la inspectora Carvajal que seguía tendida en el suelo.

—Tenemos que ayudar a la inspectora.
—Yo ni lo intentaría —dijo Carolina— si esos dos estaban así, es probable que hayan más, dejémosla ahí y vamos a ver qué pasa  con los demás.

Por otro lado, Hernán estaba en el segundo piso del primer edificio cuando sonaron los altavoces, y se sorprendió al encontrar a dos de ellos de pie e inmóviles frente a una puerta.

— ¿Y a éstos dos que les pasa?

Iba a devolverse por el pasillo cuando pensó que en realidad, fuera de cualquier situación, era extraño que los dos estuvieran frente a la puerta de esa salita, así que los rodeó y se acercó.

— ¿Hay alguien ahí?

Se sintió un poco ridículo hablándole a una puerta al lado de dos zombies, pero al cabo de un rato sintió ruido adentro.

— ¿Hay alguien? Es Hernán.

La puerta se abrió y salió Leticia.

— ¿Estás bien?
—Si, ¿y a esos que les pasó?
—Seguro fue por el sonido, ahora vamos.

Abajo, en el pasillo junto al segundo patio, se encontraron Soledad, Carolina y Lorena con Teresa, Alberto, Luciana y Fernando, y al poco regresó Dani y Leticia con Hernán.

— ¿Escucharon eso? —comentó Luciana— ese ruido de los altavoces sí que fue raro.
—Pero la buena noticia es que parece que eso afecta a los enajenados —dijo Leticia— así que tendríamos que irnos a las salas.

Alberto chasqueó los dedos.

—Sería genial poder haber grabado ese sonido, la frecuencia seguramente es muy anormal y eso nos ayudaría a defendernos en cualquier situación peligrosa.

Los demás lo estaban mirando muy fijamente.

—Está bien, de acuerdo, solo era una hipótesis.

Hernán se apoyó en una muralla.

— ¿Qué les pasó a ustedes?
—Teresa estuvo en riesgo pero logramos salir adelante —explicó Fernando— aunque ahora la puerta de química tiene algunas marcas.
— ¿Qué pasó?
—Una silla salió disparada y la atrapó.
—Cielos.
—Es un milagro que no me haya pasado nada grave —dijo la aludida con voz ahogada— me asusté mucho.
—Suerte que lograron salir de esa —comentó Lorena— debe haber sido difícil.
—Puse un afiche, pero luego habrá que ver que hacer para cubrirlo —dijo Alberto— o no sé cómo vamos a explicar que la puerta tiene marcas casi como agujeros en ella.

En ese momento los altavoces volvieron a emitir el intenso y agudo sonido de antes; todos se taparon los oídos, pero Hernán gruñó irritado ya que estaba precisamente debajo de un parlante.

—Diablos, voy a quedar sordo.
—Es mejor que nos vayamos a las salas antes que nos vean afuera —comentó Dani— el recreo ya terminó.

Pero el rapado comenzó a caminar hacia el otro extremo del patio, directo a una pequeña bodega.

—Luego los alcanzo.
—Ten cuidado —dijo Dani.

Alberto iba a decir algo, pero Dani le hizo un gesto con la mano.

—Ah, es decir que...
—No te hagas ideas Alberto, Hernán es...

Iba a decir algo más, pero se quedó quieto mirando hacia adonde había ido el rapado; el inconveniente con los altavoces podía muy bien no ser normal, pero fuera de eso, en esa bodega había una toma de energía, un puente que conectaba los motores con las edificaciones de atrás. De pronto miró a Lorena, y vio en ella la misma expresión, ella estaba pensando lo mismo.

—Fernando, ve por Hernán.
—Está bien pero...
— ¡Ahora!

Fernando apuró el paso; Dani nunca subía la voz, así que si lo había hecho era porque pasaba algo malo.

—Hernán.

El otro estaba muy cerca de la bodega; en ese momento recordó que había reclamado por el sonido, eso significaba que podía tener los oídos tapados.

— ¡Hernán!

Aún no escuchaba. Fernando comenzó a correr hacia él, pero parecía demasiado lejos, y con el corazón oprimido volvió a gritar mientras gesticulaba desesperadamente.

— ¡Hernán! ¡Quítate de ahí! ¡Hernán!

Después fue demasiado tarde. La bodega hizo una explosión sumamente ruidosa que lanzó al rapado al suelo.




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