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Contracorazón Capítulo 19: Decisión sin vuelta atrás




El miércoles llegó para Rafael como si hubiera estado separado del lunes por muchos días; se sentía cansado física y mentalmente, como si todo lo sucedido desde que descubrió el sentido total de sus sueños estuviera tomando parte de su energía; había disminuido el contacto social, no por no parecerle interesante, sino porque sentía que debía saber con claridad qué hacer antes de retomar el curso normal de su vida.
Con el matrimonio de su hermana a la vuelta de la esquina se sintió acorralado, pero al llegar a su departamento después de una agotadora jornada descubrió que en realidad la decisión ya la había tomado de forma involuntaria: tenía que intentar descubrir qué era lo que amenazaba a Martín, y encontrar una forma de ayudarlo.
El matrimonio de su hermana y Mariano era a las dos de la tarde, así que solicitó un permiso a Recursos humanos y salió a las doce del día, para ir a arreglarse al departamento; el traje era de corte clásico, de color gris pizarra, con una camisa azul cielo y corbata a juego, que iba sujeta con la pinza plateada que su madre le había pedido que usara.
En un principio no tenía pensado hacer algo especial con su aspecto, ya que el cabello lo tenía corto y le crecía lento, pero decidió dejarse una barba recortada en candado para refrescar un poco su apariencia. En el servicio civil estaban los novios y los testigos, entre los que él se encontraba, así como los padres de ambos; probablemente fue el momento en que pudo sentirse más a gusto, casi como de costumbre, rodeado de personas a quienes quería y que se preocupaban de él de la misma manera. Mariano estaba tan nervioso que apenas podía contener las lágrimas de emoción, pero se veía tan feliz que irradiaba, junto con Magdalena, una energía que era imposible de ignorar.
Tras volver al trabajo y terminar su jornada sin mayores contratiempos, regresó rápido al departamento para cambiarse otra vez y regresar a la tenida con que había asistido a la ceremonia civil; estaba aplicándose un poco de perfume cuando su móvil anunció una llamada de Martín. Había hecho el esfuerzo por mostrarse amable y cercano como siempre, pero en los pasados dos días había rehuido, de cierta forma, el intentar comunicarse con él; sin embargo, ya no podía seguir de ese modo, era fundamental controlarse y repetir una y otra vez que las cosas seguían el ritmo acostumbrado; Martín era su amigo y ambos estarían en una reunión social, para acompañar a los recién casados en su momento de alegría.

—Rafael, qué gusto —Lo saludó alegremente—, parece que no hablamos hace un siglo.
-Hola Martín —replicó el moreno—; estoy listo ¿Y tú?
-Preparado como figura de torta de novios, quizás hasta salgo casado ¿Nos encontramos abajo?

Rafael se repitió que todo estaba en orden, aunque no pudo evitar una punzada de nerviosismo mientras bajaba las escaleras hacia el primer piso.

—Y, ¿cómo me veo?

Martín había elegido un traje bastante clásico de un color beige listado, pero dando un toque sofisticado con una camisa blanca perlada y una corbata color terracota.

—Te ves muy bien, de verdad.
—Como me dijiste que era una reunión formal pero en tono de celebración, pensé que podía ir un poco más colorido ¿No es mucho?
—No, estás perfecto —Confirmó Rafael—, además tanto Mariano como mi hermana eligieron colores vibrantes para la ocasión.
—¿Cómo estuvo la ceremonia civil?
—Bien, fue algo breve —Explicó—; esas ceremonias son cortas y además los dos quieren hacer algo especial ahora. ¿Trajiste el auto?

El automóvil en el que habían ido hasta el lugar donde hirieron a Mariano algunos días atrás los esperaba en la calle; Martín desactivó la alarma y le hizo un gesto para que subiera.

—Fue una petición a medias, en realidad estaba hablando con mi jefe y le dije que tenía este evento y empecé a bromear con que iría en el transporte público con estas fachas, y una cosa llevó a la otra.

No era de extrañar; con el carácter afable que tenia, resultaba muy posible que lo hubiera logrado casi sin proponérselo. Rafael ocupó el asiento del copiloto y se ajustó el cinturón de seguridad mientras el trigueño ponía en marcha el vehículo.

—Estoy sorprendido: te iba a decir que fuéramos en un taxi.
—Con esto nos ahorramos esa carrera, el combustible es más barato, en cualquier caso; además, dejamos ese dinero para nuestra salida pendiente.

¿Qué evento podía estar en su futuro como una amenaza en las sombras? Rafael pensó por un momento en el asalto que sufrieron Magdalena y su ahora esposo, y sintió un estremecimiento ante una posibilidad sorpresiva e inesperada como esa.

—¿Salida pendiente? —preguntó algo ido.
—Claro, lo que sucedió —Explicó Martín—, tenemos que hacerlo, ya sabes, dos chicos jóvenes y solteros sueltos en la ciudad.

Lo había olvidado ¿Qué se suponía que debía hacer? No podía estar todo el día pendiente de él sin llamar la atención, y ante la posibilidad que había desterrado de decirle todo sobre ese asunto, no le quedaba otra alternativa que pretender que todo iba como de costumbre y hacer lo que estuviera en sus manos.

—Tienes razón, casi lo paso por alto. Pero ¿Para cuándo?
—Veamos después de fin de mes —comentó Martín con tono ligero—. Así puedo saber si va a ser una salida de celebración porque me quedo o de despedida porque me voy del trabajo.

Soltó una risa transparente, aunque a Rafael no se le hizo muy gracioso el comentario.

—No te veo preocupado.
—Estoy bien evaluado, eso es todo lo que puedo hacer además de ser responsable —respondió el trigueño, encogiéndose de hombros—, más que eso no hay, y tampoco me sirve angustiarme por ese asunto, al menos de momento puedo pasar este mes sin problema.
—¿Y en el trabajo no te han dicho algo al respecto? —preguntó Rafael.
—Nada de momento, solo queda esperar.

Llegaron al centro de eventos en donde estaban citados poco después de las siete y media; Mariano estaba en la puerta del lugar y los saludó alegremente; en ese momento llevaba vaqueros y una camisa, distinto del traje oscuro con que estaba en la ceremonia civil.

—Rafael, qué bueno que llegaron.
—Ya estamos aquí —replicó el moreno—, déjenme presentarlos.

Después de las presentaciones, Mariano estrechó con fuerza y calidez la mano de Martín.

—Con todo lo que pasó y el matrimonio encima no tuve tiempo de darte las gracias por tu ayuda cuando nos asaltaron; de verdad, muchas gracias.

Martín le sonrió amablemente, aunque un poco incómodo.

—No hay nada que agradecer, de verdad; solo ayudé en lo que pude y no fue mucho.
—Yo digo que sí —apuntó Mariano—, estoy agradecido por eso, y también muy contento de que seas amigo de mi cuñado.

El hombre se veía relajado y contento; hizo un gesto hacia el interior a ambos.

—Pasen y tomen una copa; yo me voy a retocar el maquillaje y vuelvo para la ceremonia ¡No me tardo!

Se alejó riendo por un pasillo lateral; el lugar era una casa antigua que había sido modificada para que la mayor parte de la primera planta y el jardín, techado, fueran utilizables para realizar eventos, mientras que la cocina y segunda planta eran salones para desarrollar labores acordes al evento como montaje de platillos y similares.
El ambiente estaba siendo animado por una agradable música ambiental; amigos de Magdalena, los padres de ambos novios, amigos y familiares de Mariano conformaban el grupo de alrededor de treinta personas que estaban compartiendo en esos momentos. Abigaíl y Benjamín se acercaron a Rafael.

—Al fin llegaste —comentó ella—, te estábamos esperando.

—Se saludaron y el moreno hizo las presentaciones correspondientes.

—Un gusto —dijo ella—, Rafael nos ha hablado de ti, dice que eres un amigo muy importante para él.
—Él también me habló de ustedes —replicó el trigueño—, los quiere mucho.
—Julio dejó grabado un saludo para cuando llegaran ustedes —comentó Benjamín con una sonrisa algo torcida—, dijo que estaba seguro de que llegarían juntos.

Rafael sintió una punzada de nerviosismo al pensar en que su amigo podría hacer algún comentario inadecuado, pero mantuvo la calma el recordar que les había dicho que su nexo con Martín era una amistad y no otra cosa; en la pantalla del móvil de apareció Julio, cuyo sonriente rostro estaba cubierto en parte por grandes anteojos oscuros, al parecer por estar al aire libre.

—Hola Rafael, estoy seguro de que te ves guapo como te aconsejé; ah, y tú debes ser Martín, ya tuviste el gusto de conocerme, luego tendré que devolverte la mano.

Rafael sonrió; a pesar de parecer una toma casual, la experiencia de su amigo hacía que se notara que cada detalle había sido considerado, desde el ángulo hasta el volumen del sonido ambiente.

—Ahora no lloren por mí, estoy filmando en exteriores y solo Dios sabe hasta qué hora; disfruten, bailen, beban y no conduzcan. Nos vemos.

Se despedía con una radiante sonrisa antes de que el video se fuera a negro.

—Bueno, ese fue el cinematográfico saludo de nuestro amigo —comentó Abigaíl con una sonrisa—, grabó otro para Magdalena, se lo mostraremos más tarde.

El grupo siguió conversando, y Rafael fue a saludar al resto de los asistentes; poco después regresó Mariano, ya vestido con el traje que había comprado para la ocasión, el que tenía algunas modificaciones que hacían que le quedara muy elegante y ajustado a su talla.

—Te ves genial —Le dijo Rafael, acercándose—, escogiste muy bien el traje, te lo dije.
—Gracias —apuntó Mariano—, ahora que lo estoy usando me siento más seguro y no es muy llamativo.

La madre de Rafael tomó lugar a un lado de una mesa alta preparada para la ocasión comenzó a hablar.

—Gracias a todos por estar aquí y acompañarnos en este momento.

Hizo una pausa, algo emocionada por lo que estaba sucediendo; el padre de la novia y los padres del novio se acercaron a ella, quedando los cuatro de frente a todos.

—Nosotros ya estuvimos en la ceremonia civil —declaró, repuesta—, pero los chicos querían hacer algo especial ahora, unos votos personales, así que los vamos a acompañar. Magdalena, por favor.

La hermana menor de Rafael se había ausentado un poco antes para prepararse; el hombre miró a su lado a su cuñado y vio que estaba muy tenso, con los ojos inundados en lágrimas.

—No voy a llorar.

Su declaración en voz muy baja nada tenía que ver con lo que estaba pasándole; en ese momento, Magdalena apareció en escena, luciendo el vestido diseñado por ella algún tiempo atrás. Llevaba el cabello recogido en un medio moño que dejaba caer el resto en cascada del lado izquierdo del cuerpo; un único pendiente de cristal tornasol daba la nota de brillo a su atuendo, que destacaba el maquillaje en tonos rosa.

—Oh dios mío —susurró Mariano—, se ve tan hermosa.
—Tranquilo —Le dijo Rafael apoyando una mano en su hombro—, conserva la calma.

Magdalena lucía emocionada y contenta, y miró a todos con alegría al quedar quieta junto a sus padres; Mariano avanzó con paso nervioso y se quedó de pie, mirándola muy fijo.

—Ustedes se conocen hace años —pronunció la madre de ella, con voz firme y clara —. Se quieren y prometieron acompañarse el Uno al otro; hoy dieron un paso que es importante para su relación y ahora quieren hacer algo más, una promesa para su vida, un compromiso de cara a las personas que los quieren.
Magdalena ¿Qué Te gustaría decirle a Mariano?

La chica sonrió y respiró profundo; ya sabía muy bien lo que iba a decir.

—Nunca pensé que me iba a comprometer siendo tan joven —Reflexionó, inspirando después—, supongo que de alguna forma pensaba que un compromiso era algo que hacer a una cierta edad. Pero contigo entendí que no es algo de edad: comprometerse y querer vivir con una persona es un asunto de amor y de entenderse, y no tengo ninguna duda de que quiero estar contigo.

Martín se acercó a Rafael con dos copas en las manos y le alcanzó una de ellas.

—Es como un juramento de casados, pero sin sacerdote ¿No?
—Si, ellos querían hacerlo así —replicó Rafael—, y me parece lindo, es más honesto.
—Tu cuñado está muy emocionado.
—Sí, es algo muy importante para él.

El aludido respiraba con algo de dificultad, tratando de mantener la compostura en ese momento; inspiró y soltó una vez más, e intentó hablar con claridad.

—Yo —Hizo una pausa, superado por la emoción—, lo siento, dije que no iba a llorar. Yo sólo quiero decir que soy demasiado afortunado de haberte conocido y de poder estar con una mujer fuerte y con tantas cualidades como tú. Y que voy a hacer todo lo que pueda para que seas feliz.

Se tomaron de las manos y se dieron un tierno beso en los labios, tras lo cual él la abrazó con fervor, entre los aplausos de todos.
Rafael se tomó un momento para mirar a todos en el lugar, y también a ese esperado y emotivo momento de compromiso. Ahí estaba la mayoría de las personas que le importaban, y lo que estaba pasando era mucho más que una ceremonia; era la oportunidad de estar juntos, de apoyarse y compartir una forma de ver la vida, de amar y descubrir los sueños y proyectos para el futuro. Y eso era lo que quería preservar a toda costa.

2


Después de la ceremonia y algunas palabras de los recién casados, la reunión siguió en un ambiente relajado y ameno para todos; gracias a su cordialidad y buen trato, Martín se había mezclado sin problemas con los invitados, y al poco parecía uno más en el grupo.

—Y entonces le dice “No, pero podría ser más tarde”

Las risas salieron de forma espontánea ante el relato, mientras el trigueño imitaba los gestos; Rafael había escuchado ese chiste suyo, pero le seguía pareciendo divertido, además que le gustaba que él estuviera tan integrado con todos.

—¿Ya me olvidaron? —preguntó livianamente mientras se acercaba al grupo en donde estaba el trigueño y sus amigos del trabajo.
—Totalmente —replicó Abigaíl alzando una copa hacia él—. Te reemplazamos por tu amigo más joven y escultural que tú.
—Eso es maldad.
—¿Y en qué trabajas Martín?

El aludido hizo un encogimiento de hombros, como quitando algo de importancia al tema.

—Por ahora, en lo que sea; ventas, atención de público, pero no los voy a aburrir con eso.
—No es aburrimiento —comentó Benjamín—, pero me suena a que estás buscando.
—Un poco, sí. No me quiero quedar quieto, me gusta el dinamismo.
—Buero, si es así —Le replicó el otro hombre—, si necesitas un dato, están contratando personal en la librería Andes ¿la conoces?

Rafael había pasado por ahí en varias ocasiones; cerca de su trabajo, junto a una iglesia, estaba una sucursal muy antigua de esa librería, y no se le había ocurrido acercarse a mirar al tablero de anuncios que tenían en la pared junto a la puerta de entrada. Ese tipo de letrero era una costumbre muy antigua y esa librería lo había conservado probablemente para mantener la estética clásica que caracterizaba a la construcción en donde se ubicaba.

—Sí, en el centro comercial en donde trabajé había una, no se me ocurrió pasar a preguntar.
—La casa central es la que está al lado de la plaza de armas —explicó—, ahí reclutan gente.

Entonces la que él había recordado era la indicada para eso; le pareció curioso que esa información lo llevara tan cerca de donde él trabajaba, tan solo algunas cuadras hacia el norte caminando por el paseo peatonal.

—Muchas gracias —Estaba diciendo Martín—, iré a ver pronto.
—¿Alguien quiere más Martini?

De pronto, Rafael se sintió distinto, y dejó de escuchar la conversación; había algo familiar, una sensación que le era muy conocida pero que no conseguía entender del todo. Estaba sucediendo, era algo real.

Habían empezado a organizar su tiempo de acuerdo con los horarios de trabajo; él tenía turnos que podían cambiar de la mañana a la noche, y días de descanso que también podían rotar, lo que era algo complejo para poder verse, pero que decidieron tomar como una buena opción de refrescar el panorama y sentirse libres ante nuevas opciones.
Eran amigos a vista de los demás, pero su relación era la de una pareja formal cuando estaban solos.

—¿Rafael?

Dio un respingo en el asiento cuando notó que le estaban hablando; había perdido por completo el hilo de la conversación y la noción del tiempo.

—¿Qué, cómo?
—No recordaba que fueras tan sensible al alcohol —opinó Abigaíl con una media sonrisa.

No, no era el alcohol, pero prefería que pensaran eso a tener que decir la verdad de lo que estaba pasando; paseó la mirada por el grupo, y se preguntó qué tanto de ese desconcertante recuerdo se había reflejado en su cara. Optó por ponerse de pie, haciendo un gesto para quitar importancia a lo que sucedía, como si de verdad el suave brebaje hubiera hecho efecto en él.

—Creo que la anterior me la bebí muy rápido —Bromeó separándose del grupo—. Voy a mojarme la cara o tendrán que sacarme de aquí en una carretilla; ahora vengo.

Esperando que sus palabras hubiesen sido suficiente para distraer la atención, Rafael se alejó hacia uno de los baños habilitados en el lugar. Agradeció encontrarlo vacío, y se quedó un momento frente al gran espejo, apoyado en uno de los tres lavamanos mientras se miraba con un dejo de ansiedad.
No soy yo, no soy yo, se repitió mirando fijo en sus ojos; otro fragmento de sueño, un trozo de recuerdo que no era suyo, vagando frente a su mirada, casi como si pudiera tocarlo, como si de verdad hubiera en ello una clave que no conseguía descifrar.

—Muy fuerte el Martini ¿No?

Miró por el reflejo y vio a Martín apoyado en la pared, mirándolo de brazos cruzados; fantástico, no había conseguido engañarlo.

—Sólo fue algo leve, por la que me tomé antes.

Se estaba agarrando a un clavo ardiendo, y falló por completo; Martín le dedicó una mirada un poco preocupada.

—Si hay algo que te esté pasando, sólo dilo, aquí estoy.

La posibilitad de decirle que tenía unos extraños sueños en donde un hombre muy parecido a él moría resultaba absurda y por completo fuera de lugar; incluso si pudiera hilvanar todos esos trozos de historia en algo remotamente coherente, le resultaba imposible explicar con propiedad lo que sentía o la forma en que estaba seguro del origen real de aquellos recuerdos. No se trataba de creer, sino de saber, pero era más sencillo saberlo en su interior que transmitir ese mensaje.

—Gracias —replicó hablando con calma, controlando las emociones—, pero estoy bien, en serio.

Su mentira era tan débil que casi podía verse a través de ella; Martín lo miró un momento en silencio, sin cambiar la expresión en su rostro. Rafael quiso hacer algo normal como mojarse la cara, pero en cambio se quedó quieto, fingiendo normalidad mientras por dentro temía temblar y revelar su nerviosismo si se movía.

—Bien, como tú digas —replicó el trigueño al fin, volteando hacia la puerta—, en ese caso no tengo de qué preocuparme.

Estaba a punto de salir; Rafael se dijo que ya lo había logrado, que no tenia más que esperar  un momento más; pero Martín se detuvo justo antes de salir, y le habló con un tono casual, aunque sin mirarlo.

—Aunque tú y yo sabemos que no te hizo efecto el Martini, porque no te tomaste otra copa antes de esa.

No era una recriminación en regla, pero era evidente que Martín lo había dicho por una razón; había descubierto esa mentira desde un principio, y en vez de usar esa información de forma negativa, estaba dando la chance de estar ahí y escuchar si era necesario. Todo eso hacía que la mentira de Rafael, por superficial que fuera, sonara mucho peor, ya que daba la impresión de no estar teniéndole confianza.

—Voy a estar por ahí con los demás.

No esperó respuesta y salió, dejando la puerta cerrándose lentamente por el silencioso mecanismo que la sostenía.
Rafael se sentía mal por lo que acababa de pasar, pero se dijo que no tenía otra alternativa; decirle todo aquello que estaba pasando por su mente, incluso si no estuvieran en ese entorno, sería el comienzo de una bola de nieve imposible de detener. No conseguía imaginar la reacción exacta de Martín ante una situación como esa, pero si tomaba como referencia su propia experiencia al respecto, lo menos que podía suceder era que no creyera una sola palabra, o que creyese que estaba delirando.

Afuera, Martín deambuló por el amplio espacio en donde se desarrollaba la animada reunión; no estaba molesto por la repentina actitud tan reservada de Rafael, y de alguna forma no le sorprendía. Rafael era más introvertido que él, pero desde un principio sintió que él se encontraba en confianza cuando conversaban, de modo que fue natural pensar que, al verlo incómodo o en una situación donde las cosas no iban bien, se ofrecería para escucharlo.

—Martín.

La voz de Magdalena lo sacó de sus pensamientos; la flamante esposa se acercó a él radiante y sonriente.

—¿Cómo te sientes en nuestra reunión?
—Muy bien —respondió cordialmente—, todo está perfecto.
—¿Y mi hermano? —Preguntó ella mirando en todas direcciones—. No me digas que te dejó abandonado.
—Para nada —Hizo un gesto para apaciguar el comentario—, solo fue a mojarse la cara; se tomó una copa de un solo trago y se mareó un poco.
—Mi hermano tomando una copa de un solo trago —comentó ella, perpleja—, eso sí que es una sorpresa, Rafael bebe pero siempre de forma muy controlada.

Eso Martín ya lo sabía, pero decidió mantener la versión entregada por su amigo en primer lugar.

—Sí, creo que se dejó llevar por el sabor en realidad; pero no era algo grave.
—Me habría gustado ver eso, realmente —comentó ella con tono alegre— ¡Rafael! —agregó llamando a su hermano—. Ven acá ahora.

Rafael se demoró en acercarse a ambos, estudiando las expresiones de los dos; su hermana lucia contenta, mientras que Martín parecía igual que de costumbre.

—Martín me dice que pretendes emborracharte ¿En mi matrimonio? —Puso los brazos en jarras? — ¿Te das cuenta de cómo me siento con esa idea?

Martín se había ubicado un paso atrás, fuera de la vista de ella, y le hizo un gesto de complicidad, diciendo sin palabras que lo estaba apoyando en esa charada.

—No me estoy emborrachando, estaba exagerando —contestó tratando de sonar lo más natural posible—, sólo fue un trago un poco largo pero es temprano para ver doble.

Por suerte, ella estaba en la dinámica de bromas con él, de modo que podría esquivar cualquier probable sospecha.

—Espero que sea así, te lo advierto.
—Te prometo que no haré ningún espectáculo —Le sonrió e hizo la señal de promesa con la derecha—. No me verás bailando arriba de las mesas ni nada parecido.
—Más te vale.

Ella se alejó hacia unos amigos que la estaban saludando, y por un momento los dos hombres se miraron fijo, sin decir palabra; antes que uno de los dos hablara, el padre de Rafael se acercó a ellos con el móvil en las manos.

—Hasta que los veo juntos. Este muchacho —indicó a Martín—, es muy simpático y amable, te lo digo.
—Gracias —comentó el aludido, sonriendo ante el cumplido—, pero me está halagando mucho.

El hombre mayor le dedicó una mirada que Rafael reconoció como sus clásicos análisis humanos; conocía a las personas con facilidad y casi nunca se equivocaba.

—Ustedes dos se llevan muy bien, son buenos amigos.

No supo si fue a propósito o no, Martín no habló en primer lugar, dejando esa responsabilidad en Rafael; dudó una milésima de segundo, pero optó por decir lo que sentía y confiar en Martín.

—Es cierto —Se aventuró a decir—, Martín es un amigo genial y sé que puedo contar con él.
—Eso es bueno —reflexionó su padre—, tener personas en quien confiar; y ya que están juntos aquí, quiero una foto de los dos, espero que no me digan que no.

Se pararon uno al lado del otro, y para tranquilidad de Rafael, Martín lo abrazó pasando una mano por encima de su hombro; pareció cono si gracias a la foto todo se hubiera arreglado.

Por la noche, Rafael y Martín se despidieron de todos y salieron charlando animadamente; la reunión después de la ceremonia había sido amena para todos, en especial para los novios, quienes en todo momento se preocuparon de conversar y compartir con sus amigos y familiares. Por momentos parecía que todo estaba igual que antes entre ellos, pero se sintió en la necesidad de decir algo, aunque no fuera la verdad que había decidido callar.

—Martín, escucha, sobre lo que pasó en la tarde…
—No hay nada pendiente, tranquilo —dijo mientras sacaba las llaves del bolsillo.

Estaban cada uno a un lado del auto; Rafael vio en Martín la misma mirada honesta que se había ganado su confianza desde casi el primer momento.

—No quiero que parezca que no confío en ti.
—Entonces no mientas —Martín se encogió de hombros—. No hay que hacerse el fuerte, eso no es necesario; si quieres hablar de algo, dilo, y si no, dímelo también y eso es todo.

Tal vez podría haber aplicado ese sencillo razonamiento, de no ser porque su mente se encontraba aprisionada por todo tipo de complejos pensamientos; al menos podía decir que las cosas habían salido bien en la ceremonia, y que a pesar del malentendido, su amistad no había sido perjudicada.

—Tienes razón —Admitió mientras subían al auto—, sólo quiero decir que confío en ti, de verdad.

Poco después llegaron al edificio y se separaron; Rafael acababa de entrar en su departamento cuando recibió un mensaje de su padre.

«Para que tengas una copia por si no se sacaron una foto juntos.»

El breve mensaje estaba acompañado por la foto, que en el momento no había tenido la oportunidad de mirar con atención; ambos sonreían de forma muy relajada, distraídos y unidos de forma amistosa. Le gustó ver que esa cercanía entre ambos se transmitía incluso en la imagen, y que la preocupación que él sentía no había traspasado más allá de los muros de su mente. Estaba escribiendo un agradecimiento para su padre cuando este envió una segunda foto.

«Tu madre dice que con este filtro se ve muy bien, es estilo antiguo.»

Se trataba de la misma imagen, pero con un filtro en blanco y negro y un marco de efecto desgastado en los bordes; el hombre se quedó inmóvil a tan solo unos pasos de la puerta, contemplando el teléfono en su mano como si fuera algo ajeno a este mundo.

—No puede ser.

En ningún momento desde que tuvo ese revelador sueño se le pasó por la mente hacer algo tan sencillo, pero que podía cambiar tanto a la vez; la foto, en blanco y negro, era una especie de retrato irreal, una captura imposible en el presente, pero real en el pasado.

Los rasgos se desdibujaban un poco, y ciertas formas óseas tomaban un aspecto distinto; tan ligero como para no llamar demasiado la atención, pero tanto como para establecer una conexión más y más fuerte. Viendo esa foto de aquel modo, la imagen del hombre al que llamó Miguel y su pareja era parecida de un modo alarmante a Martín y él.
Como si fueran antepasados, personas de otro tiempo.
Se había repetido tantas veces que no era él, que ese recuerdo no era suyo, pero por momentos dudaba y se decía que quizás tenía otro significado, que ese parecido era algo de su imaginación; pero con esa foto modificada fue imposible equivocar el camino. Ellos dos habían existido algún tiempo atrás, existieron, fueron amados el uno por el otro, y de alguna forma, contraviniendo las leyes de la lógica, seguían en el presente, estaban ahí a través de ese sentimiento y esas fracciones de memoria, ajenas a él por completo, pero vívidas y palpables
Ya no había duda en su mente, todo lo que estaba sucediendo era una advertencia; antes había pasado algo que destruyó las vidas de dos personas, y por algún motivo que no podía comprender, de alguna forma las cosas estaban a punto de repetirse.
Martín estaba caminando sin saberlo por el borde del precipicio, y la única forma de descubrir cuándo iba a caer era tener en sus manos la mayor cantidad de información posible.
Tenía que sumergirse en esos sueños y buscar una clave para poder evitar que algo malo sucediera.


Próximo capítulo: Una clave incierta

Contracorazón Capítulo 18: Una muerte sin sombra




Rafael tenía que hacer muchas consideraciones antes de seguir con su vida, pero fue imposible hacerlo; después de llegar a su casa se sintió cansado, y apenas pudo pensar en lo que estaba sucediendo. Después tuvo que dormir y levantarse temprano para ir a trabajar.
¿Qué iba a hacer desde ese momento en adelante?
No podía quitarse la imagen de la mente, mucho menos ignorar el significado que esto podría tener en el presente, pero por sobre todo en el pasado. Las dos personas que podía identificar en ese recuerdo eran muy parecidos a Martín y él. ¿Cómo reaccionar ante eso? Se había repetido una y mil veces que no eran ellos, que los rostros eran similares, aunque no iguales, pero la amenaza de esa similitud volvió a pesar sobre él antes de dormirse, como una advertencia incesante acerca de la importancia fundamental de todas esas imágenes.
¿Cuál era el significado completo de esa unión?
Una vez, tiempo atrás, dos hombres se conocieron y aprendieron a amarse; enfrentados al rechazo de una sociedad indiferente a los sentimientos, se vieron obligados a mantener su amor en secreto, protegido por débiles paredes que hacían que creyeran que podrían ser felices. Luego, todo se había derrumbado, y aunque no entendía cómo, ambos se enfrentaron a una muerte horrible; el primero, herido sin posibilidad de salvación, el segundo quedándose con él hasta el final, hasta acompañarlo en su mismo destino.
Quizás habían imaginado un futuro distinto, pero la realidad había caído sobre ellos con una fuerza brutal; el poder desconocido que había interrumpido sus vidas llegó en dos oleadas, dando apenas un misericordioso segundo para una frase, unas últimas palabras que no tuvieron el tiempo de ser el sello para una historia.
No había final feliz, ni una amorosa despedida; el abrazo final era un llanto mudo de desesperación ante un destino incontrarrestable, un grito sordo de impotencia, y al mismo tiempo una promesa vana.
Miguel había amado a ese hombre con una fuerza que él podía entender, pero no dimensionar del todo, y había sido amado por él de la misma forma, creando un lazo poderoso; al final habían estado juntos, envueltos en el dolor de la agonía, pero juntos de todos modos.
¿Por qué esa unión se sentía tan amarga?
No había consuelo a lo largo del tiempo, ni en ese pasado ni ahora. ¿Por qué podía acceder a esos momentos tan íntimos? ¿Por qué existía ese parecido con el hombre al que bautizó como Miguel? Y lo más inquietante de todo ¿Por qué el otro hombre en el recuerdo era tan similar a Martín? Él no estaba enamorado de Martín; cuando lo conoció se planteó algún asomo de interés amoroso, pero el carácter afable de él y la confianza automática entre ambos hizo que el sentimiento que nació fuera el de una amistad sincera, por lo que no había una similitud. Se conocían, eran amigos, pero no eran pareja, y no estaban...

—No puede ser...

Tardó mucho en comprender que lo que le impedía dormir no era insomnio, sino miedo.
¿Miedo a qué?
Todo eso tenía que estar sucediendo por una razón. No era casual, y de ninguna forma se trataba de algo sin sentido; tal vez no pudiera explicarlo, pero sabía con seguridad que esos recuerdos eran reales: eran el último grito de alguien que ya no estaba ahí. Y se dijo que, si él estaba accediendo a esos recuerdos, tenía que haber una razón, que de lo contrario sería una intromisión grotesca y grosera a un espacio al que no tenía derecho.
¿Y si las coincidencias entre ambas historias era un aviso?
Su amiga le había dicho que pensaba que esos sueños y frases sin sentido tenían un carácter auténtico, y que podían ser una advertencia sobre algo que iba a pasar en el futuro. El miedo que lo embargó fue producto de este pensamiento, porque en su interior sintió que algo se avecinaba, un peligro sin nombre como la repetición de un ciclo, el fin de la vuelta de una inmensa rueda.
Un peligro invisible pero imparable que los amenazaba a Martín y a él.

Comenzó la semana laboral con una gran sensación de cansancio, pero no tuvo más alternativa que reunir fuerzas y emprender con energía. El lunes fue un día intenso, ya que uno de los trabajadores de la tienda se reportó enfermo y tuvieron aumento de clientes, por lo que tuvo que abandonar las labores de oficina y volver al mesón para ayudar a los demás con la atención de público. Se dio cuenta que extrañaba la labor de atender, más que por interactuar con la gente, por la posibilidad de estar en movimiento de forma constante y en cierto modo por el desafío permanente de adivinar en base a nada qué era lo que tenían que vender.

—Rafael ¿Qué es una lámpara de Gobel?

En un momento de la mañana uno de los chicos que llevaba menos tiempo se le acercó con disimulo mientras él sacaba unas cajas de repuestos de interruptores; el moreno se quedó un momento pensando, con la vista desenfocada.

—Es una lámpara incandescente —dijo al cabo de un instante.
—Qué raro el nombre —murmuró el joven.
—Es el nombre del que las inventó —replicó con una sonrisa—. ¿Es el señor de allá?
—Sí, es él.

Parte importarte del trabajo en una tienda como esa era interpretar lo que los clientes querían. Muchas veces las personas pensaban que una descripción vaga bastaba para saber cuál era su necesidad, por lo que era común escuchar sobre “aparato que sirve para las fiestas” “el repuesto de esa máquina” y cosas similares.

—Tal vez lo que quiere es un repuesto para una lámpara halógena.
—¿Y eso por qué?

Se sintió como un anciano explicando todo eso en medio del trabajo, pero al mismo tiempo resultaba divertido.

—Porque las lámparas incandescentes calientan, y antiguamente no había tantas opciones como ahora; pregúntale si es una lámpara o una especie de estufa para calentar lo que está usando.

Dejó al joven buscando una solución a ese problema mientras él regresaba a atender. La tienda estuvo a tope todo el día, de modo que salvo una pausa que acortó para almorzar, estuvo pendiente de atender y reponer productos para mantener una buena atención.
Poco después de las cuatro, apenas terminaba de atender a una clienta, dio un respingo al recordar algo importante.

—La nómina de anticipos.

Corrió a la oficina al notar la hora y fecha que era; las nóminas de anticipos de remuneraciones debían ser enviadas a más tardar el día doce de cada mes a las cuatro y media de la tarde, y en el caso de no hacerlo, los trabajadores tendrían que esperar hasta la remuneración del mes.
Le quedaban cinco minutos y ni siquiera había hecho la planilla.
Por suerte había preguntado al respecto a todos el viernes en la tarde, de modo que tenía los datos necesarios; presionado por el tiempo y la responsabilidad, aporreó el teclado ingresando la información según el formato requerido y consiguió enviarlo justo un minuto antes del plazo límite. Más tranquilo al haber cumplido con la tarea que casi había olvidado, se dedicó a revisar algo de material pendiente, confirmó los correos electrónicos que eran necesarios e ingresó algunas solicitudes en espera; para cuando terminó casi era su hora de salir, y dejó la oficina por un momento, encontrándose con la tienda vacía excepto por un cliente que estaba saliendo.

—¿Dónde se fue la gente?
—El público empezó a bajar recién hace un rato —comentó Sara mientras ordenaba unas cajas.
—Qué bueno…

Iba a decir algo más, pero lo interrumpió una llamada al celular; era de la oficina de Recursos humanos, de modo que hizo un gesto a todos para que bajaran la voz.

—Buenas tardes… sí, así es…el cliente oculto, entiendo…

Lo pronunció con voz desprovista de emoción, pero hizo una seña característica dentro de la empresa para explicar que era de eso de lo que hablaba; la empresa contrataba personal externo para enviarlo como un supuesto cliente, y esta persona analizaba todos los detalles de atención, fórmulas de cortesía al trato, tiempos de espera y muchos otros factores. En el tiempo que llevaba ahí solo había ido uno, y cuando era encargado desde hace tan poco se topaba con una nueva visita; todos sabían que una mala evaluación implicaba potenciales cambios de localización, así como otras medidas internas. El silencio llenó el lugar.

—Comprendo. Muchas gracias por la información, buenas tardes.

Finalizó la llamada, y todos en la tienda lo estaban mirando, atentos a lo que iba a decir.

—Bien, ya oyeron que vino el diente oculto.
—¿Qué nota sacamos? —preguntó Sara sin poder esperar.

Respiró profundo antes de decirlo; era una noticia relevante como para hablar del modo incorrecto.

—Sacamos cien por ciento.

El alivio y alegría en todos fue evidente al escuchar esa declaración, y hasta él se tranquilizó mucho al verbalizarlo. Tener una evaluación perfecta en el cliente incógnito era algo muy difícil, pero señalaba que, durante ese lapso, aún con una persona menos y la tienda llena al completo, habían podido funcionar coordinadamente con eficiencia.

—Escuchen, esto es una muy buena noticia —señaló, más calmado—; si de aquí a que termine el mes no hay otra evaluación perfecta de otra tienda, nos debería llegar un bono incentivo en dinero para fin de mes.
—Eso sí que es una gran noticia —apuntó uno de los vendedores.
—Es cierto, pero también es una gran responsabilidad; a partir de ahora no podemos bajar el nivel de atención porque seguramente van a estar observándonos mucho desde arriba. Sé que estoy a cargo hace muy poco, pero de todos modos quiero felicitar a todos por el trabajo que están haciendo y decir que estoy aquí para apoyar en lo que sea necesario.

Poco después había terminado su jornada de trabajo y salió con una agradable sensación; desde que era el jefe de la tienda era la primera vez que sentía que las cosas iban mejorando junto a él y que estaba en lo cierto al proponerse hacer un liderazgo con participación, en donde no solo se ocupara del papeleo y tomar decisiones, sino también de estar en terreno ayudando al igual que antes.
Iba pensando en estas cosas cuando alguien tocó su hombro; algo sorprendido volteó y dio un salto hacia atrás al ver a la persona.

—iEpa!

Martín se quedó quieto al ver la reacción de Rafael y levantó las manos en gesto apaciguador.

—Soy yo —dijo con voz cauta—, soy yo, me conoces, no soy un asaltante.

No había visto a Martín luego de todo lo que había pasado, y toparse con él de forma intempestiva resultó un golpe mucho más fuerte de lo que habría esperado en primer lugar; tantas veces se preguntó cómo sería ese momento al verlo otra vez, cómo se sentiría al tener en su mente la imagen desdibujada de un hombre tan parecido a su amigo mientras lo veía a él, de cuerpo presente y respirando.
Pero Martín nada sabía de lo que él había visto, y en su interior Rafael sabía que la decisión de no hablar de eso con él ya estaba tomada; ese iba a ser su secreto y tenía que reaccionar antes de perder el control por completo.

—Martín.
—Rafael, en serio soy yo —explicó el otro, mirándolo con un leve dejo de alarma en los ojos—. ¿No me vas a caer a golpes o algo así?

En realidad, lo que quería era sostenerlo por los hombros y decirle lo que estaba pensando, del temor que sentía y todas las dudas que azotaban su mente, pero sabía que eso era imposible; Martín jamás le creería esa historia, y con franqueza, él tampoco se creería de no ser por haberlo vivido.

—Es que no te sentí acercar —dijo con un hilo de voz.
—¿Estás bien?

¿Tanto se había notado su reacción? Tenía que hablar, moverse, comportarse como una persona normal.

—Sí, claro, perdona la reacción tan exagerada, es solo que iba pensando en muchas cosas y estaba en otro mundo.

Venciendo el miedo y la angustia que le provocaba toda esa escena, se acercó a Martín y lo saludó de la forma en que lo hacía habitualmente; estrechó su mano y se acercó a él, en un medio abrazo que era común al verse.

—Es que fue un día muy agitado y tuvimos una sorpresa de última hora —explicó intentando sonar natural— ¿Has escuchado de algo que se llama Cliente incógnito?

Estaba hablando demasiado, más de lo que lo hacía de forma común; y además se estaba sobre explicando. Martín lo miraba un poco extrañado aún.

—No, no sé lo que es.
—Es alguien que envía la empresa a hacerse pasar por un cliente común —se obligó a hablar más despacio—, y nos evaluaron hoy, salió todo muy bien; tenía la cabeza en cualquier parte, creo que si no es por ti me habría ido de cabeza contra un poste. Disculpa por reaccionar así.
—No importa, no es nada —el trigueño hizo un gesto de quitar importancia al tema.
—¿Y esta sorpresa? —preguntó cambiando de tema—. ¿Saliste más temprano?
—Sólo un poco —replicó Martín, más relajado—, fue el mecánico a ver el auto, así que me quedé sin mucho que hacer y me dejaron ir un poco antes, al final no era muy útil sin tener algo que conducir. Así que me dije que tal vez podríamos ir por unas cervezas.

Desde el trabajo de Martín esa zona quedaba de paso, y su actitud era la habitual cuando hablaban; había una complicidad entre ellos que siempre era sana, y la única diferencia en ese momento radicaba en él. Pero no quería que su amistad con él resultara dañada, y, a fin de cuentas, tendría que hacerse a la idea de interactuar con él aún con lo que sabía.
O lo que no sabía.

—Creo que es la mejor idea que pudiste tener —repuso con más ánimo—, vamos, será bueno.
—Conozco un lugar un poco más allá —comentó Martín—, no es caro y es bastante tranquilo. ¿Cómo es eso del cliente oculto que me estabas contando?

Rafael le explicó con más detalle de qué se trataba ese método; para cuando terminó, el trigueño parecía más confundido que antes.

—Es un poco raro ese método—comentó, pensativo—; es como que quisieran que estuvieras siempre actuando en vez de simplemente hacer lo que corresponde.

En eso tenía razón; en alguna ocasión Rafael se había preguntado qué sentido tenía reorganizar al personal entre una tienda y otra, obligando a que todo empezara de nuevo en los equipos de trabajo, en vez de descubrir si había una razón de peso para ese mal diagnóstico, incluyendo en ello que los procesos diseñados por la empresa podrían quedar obsoletos o no ser los más apropiados.

—Es cierto, pero piensa que no toda la gente hace las cosas como se supone que debería.
—Ese es un gran punto —accedió Martín—. Allá hay un mensajero, es de estos que usan bicicleta; no trabaja realmente con nosotros, es del personal del edificio ¡Pero no sé a qué hora trabaja! En serio, sé que yo estoy a las idas y venidas, pero de verdad que cada vez que estoy ahí, él ya estaba desde antes.

La conversación siguió con bastante normalidad, aunque Rafael trató de hacer que la conversación fuera más por parte de Martín que por la suya, para reservar energías y a la vez poder darse el tiempo de analizar toda esa situación.

—Oye, escucha esto —dijo Martín señalando su teléfono, más tarde en el bar al que habían asistido—, me están invitando a beber de mi ex grupo de trabajo en la otra empresa.

Rafael vio que lo habían agregado a una sala de conversación grupal.

—¿Del restaurante?
—No, del trabajo de antes, en la consultora —replicó el trigueño—; no habíamos hablado desde que me fui de ese trabajo.
—¿Y son muy amigos?

Martín se lo pensó un momento antes de responder.

—No exactamente, digamos que son muy buenos conocidos, o buenos amigos del trabajo; sí, creo que esa es la mejor definición para ellos.

Rafael sirvió un poco más de cerveza para ambos; el burbujeante líquido era refrescante y ayudaba a hacerlo sentir cómodo en esos momentos, olvidando por instantes todo el torbellino en su mente.

—¿Te das cuenta de que no me has hablado mucho de tus amigos y esas cosas?
—Sí, tienes razón —admitió Martín—, pero tampoco hay mucho que contar; tengo pocos amigos en general: tú, un par de amigos desde la secundaria, mi tío René que es parte de la familia, y algún amigo de la vida, o amiga por supuesto. Es extraño, pero no se me hace sencillo confiar en las personas más allá de una buena voluntad o llevarse bien, lo que pasó contigo es una excepción a la regla. Mi tío René siempre me dice que yo tengo muchísimos conocidos, pero muy pocos amigos de verdad.

Escuchar esa expresión hacía mucho con su estado de ánimo, pero de todas formas resultaba contradictorio que esa expresión de amistad sincera con él fuera a la vez una probable segunda lectura que sólo Rafael podía comprender.
Sea como fuere, no tenía otra alternativa que continuar con su actuación, simulando que todo iba de forma normal.

—¿Y se van a reunir?
—Bueno, en el chat no dicen directamente en qué momento es que piensan reunirse.
—Deberías ir —comentó; al instante notó que había sonado muy apresurado y rectificó—, quiero decir, si se llevaban bien, es una buena oportunidad de no perder el contacto. ¿No pensaste en volver a ese trabajo? Ahora que tu hermano sabe lo que sucedió, podrías retomar lo que estabas haciendo.

Martín se lo pensó un momento antes de responder; era algo que se había planteado en un inicio, pero ya tenía una decisión al respecto.

—Lo pensé ¿Sabes? Es decir, no a esa empresa en particular porque no podría, Recursos humanos tiene una política de no reintegrar personal por un plazo de dos años, pero en realidad no es solo por eso; creo que es una etapa que ya terminó, y prefiero mantenerme fiel al plan original: me quedaré en este trabajo si se da la oportunidad, y si no, entonces buscaré otra opción en lo que sea que salga.
—¿Y por qué no volver a trabajar en lo que tú haces? —preguntó Rafael.
—No es un problema concreto con esa área —replicó Martín—. Es algo que me gusta hacer, pero recién cuando empecé en lo del restaurant me di cuenta que no había hecho nada mas en la vida , y me sentí un poco desprotegido.

Rafael no lo había pensado de ese modo; en su caso, había trabajado en distintas cosas desde que terminó la secundaria.

—Pero eres joven, tienes veinticuatro y estudios técnicos, tienes mucho en tu favor.
—Sí, es solo queme puse a pensar en las alternativas de la vida; de alguna manera pienso que mis papás me ayudaron con lo de los estudios técnicos porque era su forma de darme herramientas extra para el futuro. Pero sucede que salí de la secundaria, estuve dos años y medio en el técnico y después comencé a trabajar en eso, y me quedé con la sensación de no haber avanzado mucho en la vida. En el restaurante y ahora como conductor he aprendido tantas cosas que pienso que es la mejor forma de crecer. Además estaré más preparado para lo que pase más adelante.

Eso era toda una declaración de intenciones, y hablaba del esfuerzo de Martín por ser una persona más integral; por otro lado, dejaba entrever que los padres habían hecho un esfuerzo para ayudarlo a tener esa base de estudios porque sabían que la lucha por su hijo menor sería más ardua y constante. Sin embargo no quiso referirse a ese último punto porque entendió que Martín tomaba esos actos como parte de su vida y no como una carga a nivel personal o familiar.

—Es una buena forma de verlo. Mientras te sientas bien con tu decisión, todo está bien.
—Sí. Y a todo esto, creo que no lo habíamos hablado ¿Piensas estudiar algo o eso no es una prioridad?
—Me interesa, pasa que yo decidí hacer las cosas de otra forma —comentó Rafael—. Creo que fue como a los diecisiete que tomé la decisión de irme de la casa porque quería ser independiente.
—Como en Estados unidos.
—Algo parecido; hablé con papá y mamá esperando que se alarmaran, pero lo tomaron muy bien. No en el sentido de librarse de una carga, eso espero al meros.

Ambos rieron ante la broma; la conversación iba lo suficientemente bien como para que Rafael pretendiera que todo iba como de costumbre.

—El punto es quede alegraron de que tuviera un plan de vida —continuó Rafael—, que tomara una responsabilidad y me hiciera cargo de eso. Mamá me llenó de recomendaciones y papá dijo que estaba orgulloso de mí, pero me amenazó con que tendría que ser el criado de los quehaceres domésticos si fracasaba y tenía que volver con ellos.
—Pero ¿Te lo dijo en serio?
—No exactamente, pero creo que era su forma de decirme que tenía que hacer las cosas de verdad, que aunque era joven esa decisión no era un juego. Y sirvió porque me lo tomé como un desafío, mantenerme por mí mismo y aprender a no ser dependiente; desde luego que no podía estudiar y trabajar al mismo tiempo porque no me daba el tiempo ni los ingresos, y en cierto modo fue mejor, porque en realidad no sabía qué era lo que quería a esa edad.

Por momentos se preguntaba cuánto de la afinidad que había entre ellos tenía que ver con aquello que albergaba en su recuerdo; por un lado sentía miedo de que se perdiera parte de la autenticidad de su amistad, pero por otra, sentía que ese nexo entre los dos era demasiado honesto y real como para haber sido creado por algún medio fuese de su control y entendimiento. Más tarde Martín se interrumpió en la conversación.

—Es Carlos —explicó mientras sacaba el móvil del bolsillo—, dame un minuto.
—Adelante —comentó Rafael.

Generalmente su hermano menor no lo llamaba y se comunicaba con él por el chat, de modo que el trigueño contestó con naturalidad pero con un cierto toque de preocupación.

—¡Hola! Sí. No, estoy con Rafael tomando algo rápido. ¿Todo está bien? Sí, no hay problema, puedo ir de pasada. Está bien.

Cuando cortó lucía algo confundido.

—¿Sucedió algo? —preguntó el moreno.
—No. Es decir, sí, pero nada malo; Carlos sonaba un poco ansioso para la costumbre, pero dice que todo está en orden y que quiere enseñarme algo.
—¿Terminamos esta ronda y salimos o te vas ahora?
—No, terminemos la ronda con calma —respondió Martín—, estoy asumiendo que no es algo malo así que no hay prisa. Y hablando de hermanos ¿El matrimonio va?

Parecía increíble que al fin las cosas estuvieran bien con respecto a ese evento luego de lo sucedido; al menos en ese sentido tenia una tranquilidad total.

—Sí, todo sigue en pie —explicó después de dar un trago largo—, la ceremonia es el dieciséis a las dos de la tarde y luego la fiesta es en un centro de reuniones que está cerca de la casa de Magdalena, desde las siete; te esperamos allá o si quieres puedes ir conmigo. Quería ir desde antes para acompañar a Mariano pero ahora está en plan de no alterarse por nada y dijo que no era necesario, así que iré rápido a la ceremonia civil entre mi horario de trabajo.

Después de pagar la cuenta salieron charlando del bar; hacía una noche agradable, aunque fresca.

—Creo que podemos salir juntos.
—Confirmamos entonces.
—Hecho —replicó Martín—, me voy a ver qué se le ocurrió a mi hermano, hablamos después.
—Por supuesto —y agregó sin poderlo evitar—, cuídate.

Más tarde, Martín llegó a la casa de sus padres y fue hasta la habitación de su hermano menor. El joven lucía animado y lo saludó con una media sonrisa, sentado ante su escritorio.

—¿No estaba interrumpiendo?
—Para nada —replicó Martín—, nos juntamos con Rafael para una cerveza, era algo rápido. Y bien, ya estoy aquí ¿De qué se trata ese tema tan secreto que no podías decirme por teléfono?

El joven le enseñó un paquete con sellos que demostraban que era una encomienda, aunque no tenía identificación de su procedencia.

—La semana pasada se me ocurrió un proyecto. No sé si es un proyecto así con todas las letras —dudó un instante—, pero decidí hacerlo de todos modos.

Martín se sentó frente a él sin comprender.

—No te sigo.
—Estaba pensando en que hay muchas personas que hacen serigrafía o estampados en remeras, pero no he visto que hagan esto en el país.
—Aún no te sigo —apuntó el mayor.

El joven le entregó el paquete con cierto tono de ceremonia.

—Ábrelo y lo entenderás.

Martín, guiado por la curiosidad de aquella declaración, abrió el paquete y se quedó contemplando el contenido, asombrado.

—Carlos, esto es…
—Es el dibujo de un ornitorrinco que hice cuando era pequeño —comentó el chico, aunque sabía que su hermano lo había entendido—. Esa remera que estampaste con el dibujo que hice cuando era un niño me dio la idea; se me ocurrió que podría reinventar el diseño original para que no sea esa cosa que dibujé, y que se viera mejor hecho, como si hubiera crecido contigo. Es para ti.

Martín observó el diseño en la remera con todo detalle: estaba hecho con estilo de caricatura, pero para él que conocía el dibujo original era evidente que se trataba de la misma idea.

—Carlos, es genial, hiciste un trabajo increíble.
—Lo que estuve pensando es en hacer algo que he visto en Pictagram; podría ofrecer el servicio a personas que lo quieran y ordenar una impresión como esa.

Martín conocía la destreza que su hermano menor había desarrollado tanto para el dibujo como la edición en programas especializados; pero hasta el momento, nunca lo había visto tan auténticamente interesado por un proyecto como por ese.

—Estoy muy sorprendido ¿Por qué no me contaste antes que tenías estos planes?
—Quería que fuera una sorpresa —explicó el muchacho.
—Pues resultó, y es fantástica. Entonces ¿Quieres hacer un negocio con esta idea?

El muchacho le mostró una imagen en la pantalla del ordenador: se trataba del área trabajo en un programa de edición de imagen en donde, a la izquierda figuraba un dibujo infantil, y a derecha un proyecto que planteaba la misma idea, pero más detallado y trabajado.

—Esto lo pidió una persona que me contactó —explicó el chico—, no me va a pagar, pero me hará publicidad.
—Es una idea estupenda, te lo digo en serio —opinó Martín—, lo que me tiene más sorprendido es cómo llegaste a este proyecto, era todo un secreto.
—Hace tiempo vi un reportaje de unos joyeros que hacían algo parecido —explicó Carlos—: ellos hacían pendientes para cadenas con la misma imagen, así que me dije que podría ir un paso mas allá.

Martín estaba sorprendido y a la vez muy contento de ver cómo su hermano era capaz de llevar una idea a la práctica con tal grado de responsabilidad; recordó cómo Rafael le dijo que ya no era un niño, y que su deber era apoyarlo en su camino.

—Me gusta mucho esa idea ¿Sabes? Y me gusta verte implicado, que te importe esto y quieras hacerlo de corazón. Y esta va a ser mi segunda remera favorita, te lo aseguro. Estoy tan orgulloso de ti.

Mientras, Rafael estaba en su departamento reflexionando acerca de lo que había sucedido esa tarde; a todo lo que había en su mente tuvo que sumar la experiencia de volver a interactuar con Martín después de lo que había visto en ese recuerdo.
No era él, no era él.
Se repitió mil veces que no se trataba de él, que las similitudes seguían el mismo camino que con el nombre que había denominado como Miguel; que no la era la misma persona, solo alguien con un parecido, pero incluso en ese caso le resultaba imposible quedar tranquilo al respecto.
Porque el recuerdo tenía un significado tráfico que no podía ignorar, un cúmulo de sentimientos que habían sucedido, en algún momento a personas reales; personas que se amaron y que ya no tenían una segunda oportunidad.
¿Existía la oportunidad de evitar que la historia se repitiera? ¿Era eso lo que le trataban de decir esos recuerdos, como si se tratara de una advertencia?
Seguía diciéndose que todo eso no podía estar pasando por casualidad, que tenía que haber un motivo para eso, y llegado a la imagen del hombre que se parecía tanto a Martín, le asustaba la idea de que él pudiera estar en peligro.
¿Podía ser que la historia se estuviera repitiendo?
Pero era una amenaza que no podía identificar, porque en su sueño no sabía de dónde era Miguel, ni cómo había sucedido su muerte; no podía luchar o tratar de anticipar algo que no tenía un punto de origen específico.
Era como estar de manos atadas frente a algo que iba a golpear en cualquier momento.


Próximo capítulo: Decisión sin vuelta atrás










Contracorazón Capítulo 17: Tiempo atrás




A diferencia de otras veces, en esa ocasión podía ver con claridad lo que estaba sucediendo; los recuerdos lo envolvieron en silencio, como un manto transparente que cambiaba toda su visión del mundo.
Era un día importante.
Había habido otros antes, pero ese tenía un significado muy especial; sintió un creciente nerviosismo por la mañana, mientras se preparaba para dar ese importante paso.
Tranquilo, se había repetido una y mil veces.

Su vida había estado marcada por los secretos, muy a su pesar; el primero de ellos, sobre quién era, y eso fue una carga constante en su día a día. Al final, se consoló con el mal de los muchos, diciéndose que así era el mundo, que su caso no era especial, ni siquiera único, y que por tanto no valía la pena pensar que las cosas debían ser de otra manera.
Muchas veces se sintió solo, y se dijo que estaba bien, que era el precio que le había tocado pagar en esta vida por ser quien era y no doblegarse; tuvo tantas oportunidades de negarse, de mentirle al mundo y a sí mismo, sepultando para siempre su verdadera naturaleza. Tantas veces se dijo que quizás sería mejor así, que a la larga encontraría paz en esa mentira, porque una vez dicha, ya nadie lo atacaría, no existiría el peligro constante a su alrededor.
Pero no pudo.
La idea de involucrar a alguien más para justificar su mentira se le hizo intolerable ¿Dañar a alguien inocente solo para salvarse él? No pudo, era imposible para él hacer algo como eso, por lo que tomó la decisión más difícil, ser completamente sincero con los suyos, rogando en su interior por un poco de comprensión.
No tuvo la comprensión, ni el apoyo de hubiera querido, pero a eso también se resignó; obligado al secreto, lo único que lo confortaba era saber que había sido honesto consigo mismo, que no se había traicionado.
Entonces lo conoció, y por primera vez sintió que algo en su vida estaba bien. Una amistad sincera en un principio, y luego ese nerviosismo exquisito, el sentimiento de anticipación cuando la tensión entre ellos era inevitable, pero ninguno se atrevía a decir lo que estaba pensando.
Aquellos momentos de complicidad, las miles de veces que hablaron de tantas cosas y cómo esas sensaciones evolucionaron poco a poco en un sentimiento real; antes de eso sentía pánico de ser descubierto, y cuando supo que lo que sentía era algo total, fue la primera vez que el concepto de secreto tomó un valor positivo para él. Le hacía bien su presencia, lo extrañaba cuando no estaba, y disfrutaba cada momento en su compañía; pero nadie le enseñó qué hacer en ese tipo de situaciones o arte esos sentimientos, lo que hizo que sintiera miedo de lo que podía pasar.
Cuántas veces se preguntó, solo en su cuarto, qué hacer y cómo abordar el tema. Muchas de aquellas veces terminó diciéndose que quizás lo mejor era dejar todo tal como estala, en vez de tomar el riesgo y arruinar esa amistad; resignado al silencio, decidió no hacer nada, hasta que las cosas sucedieron por sí solas.
Fue el primer día tan importante en su vida, uno que jamás olvidaría; de pronto, las cosas simplemente sucedieron, y de un momento a otro estaban muy cerca, mirándose de una forma limpia y sincera, dominados ambos por una energía natural que no admitía falsas interpretaciones.
Ese primer beso, torpe y sin experiencia, despertó en él toda una nueva gama de emociones que no conocía; supo lo que era no querer soltar jamás a una persona, y el temor de que esa descarga de energía no volviera a sentirse, así como la emoción de la confirmación al volver a tocar sus labios.
Conoció el latido de su corazón, y por un segundo todo entre ellos fue eterno, no hubo miedo ni dolor que fuera capaz de amenazar el lazo que se había formado entre ambos. Si eso era amor, sólo una persona demasiado vacía de sentimientos podía pensar que estaba mal.
Luego, tuvo que resignarse a un secreto, pero que tenía un sabor dulce; la recompensa por callar y ocultar era tener esos maravillosos momentos juntos. Nunca fue algo solo de cuerpo, aunque por supuesto que había algo ahí; era hablar de cualquier cosa, era reírse y discutir seriamente sobre los temas que les importaban, y también era guardar silencio por largo rato, paso poder mirarse y sentirse, para reposar recostados, abrazados sin que importara el mañana.
Tendrían que haber sido felices.
El segundo día más importante estaba también cubierto por un secreto. Era el día donde le diría que estaba listo para que se unieran para siempre; sabía que tendría que mentir al respecto, pero no le importaba. El mundo podía cerrar los ojos, y las personas podían odiar, pero lo que había entre ellos era puro, y sobreviviría a pesar de esos prejuicios.

Estar juntos en un espacio propio era lo más a lo que podía aspirar; no habría compromisos, ni festejos, mucho menos una noticia pública celebrada por los conocidos, pero no le importaba. Con el tiempo aprendió a quedarse con las cosas buenas por sobre las malas, y decidió que ese amor sincero entre ambos era algo que merecían, un regalo a pesar de la injusticia, no algo por lo que debieran pagar un precio.
Ya no le importaban las mentiras que tuviera que sostener, mientras estuvieran juntos para apoyarse; era su mundo, y dentro de él nadie podía lastimarlos.

Todo ardía alrededor. No entendía por qué y las razones ya no importaban, porque el presente los estaba destruyendo. Estaba de rodillas en un suelo que lo quemaba, sosteniendo entre sus brazos a la persona más importante, al único por quien haría y daría todo; su cuerpo estaba destrozado, podía ver la sangre y las heridas como un silencioso ejemplo de lo que estaba pasando ¿Quién podía ser causante de algo tan horrendo?
Podía sentir el débil pulso de su corazón, abandonando la lucha, y sintió un dolor como nunca antes, uno que lo traspasaba; rogó que fuera fuerte, e intentó decirle que iba a ayudarlo, que todo estaría bien, pero la verdad lo golpeaba de forma inevitable con la fuerza de un muro. Esos cortes profundos, esas heridas expuestas tenían un único significado, y supo al verlo, al tocarlo, que su cuerpo no lo iba a resistir, que el castigo por él sufrido era demasiado para soportarlo.
Pero no podía ser así, no podía terminar así; tenía que haber alguna forma de salvarlo. Lo miró a los ojos, y entendió que en su infinito dolor había alcanzado la comprensión de la agonía, y que estaba en paz con ello.
Con los ojos inundados en lágrimas lo miró, desesperado, suplicando que no sucediera, que ese terrible acto no lo arrebatara de este mundo; que pudiera salvarse a pesar de ser imposible. Supo en ese momento que ese ferviente deseo no era por egoísmo, sino por amor; no quería que lograra salvarse para tenerlo consigo, quería que se salvara porque era lo correcto, porque se trataba de un buen hombre que no merecía que su vida fuera destrozada de esa forma.
Lo amaba con todo su ser, pero de ser necesario no lo quería para él; si era suficiente con eso, se sacrificaría en su lugar, y con gusto cambiaria lugar con él, para preservarlo. Se iría de este mundo con una sonrisa en el alma si era posible salvarlo a él.

«Recuérdame, cuando nuestros corazones se unieron.»

Rafael no necesitaba tomar nota de nada, a diferencia de alguna ocasión anterior; nunca iba a olvidar ese sueño, a partir de ese momento estaría grabado a fuego en su mente como una escena imposible de borrar.

Nunca había sido solo un sueño.
Había estado viniendo a él poco a poco, desde hacía tiempo, y ahora todas las piezas encajaban en esa secuencia, que como una vista en primera persona daba sentido a esas sensaciones que antes no tenían explicación. Cuando despertó en la noche, gritando, se vio obligado a reprimir los sentimientos que lo embargaban para disimular frente a Martín y evitar que se inmiscuyera. De eso no podía hablar con él.
Pero cuando tuvo un poco más de soledad, ya no fue necesario mentir, porque nadie podría ver ni oír lo que pasara en el departamento; se derrumbó, atenazado por la presión de todo lo experimentado como si estuviera en primera persona, como si realmente le estuviera sucediendo a él, porque de una u otra forma, eso le estaba pasando.
Derrotado, se sentó en el borde de su cama, y sin fuerzas para resistir, lloró. No era un hombre de llorar con facilidad, y quizás eso hizo más lacerante el proceso, porque la energía del dolor lo lastimaba desde dentro en vez de ser un acto de sanación; se abrazó a sí mismo, encogido sobre su cuerpo, sintiéndose débil y roto en un momento en que nadie podía ayudarlo, y de seguro nadie podría entenderlo.
¿Cómo explicar que eso que estaba pasando era real, a pesar de no haberle pasado a él?
Estuvo largos minutos en la misma posición, esperando sin éxito que ese desasosiego pasara, pero no sucedió, y tuvo que resignarse a seguir experimentado la misma sensación; más tarde, logró incorporarse, aunque se quedó sentado en la cama, inmóvil mirando a la nada.

Los recuerdos lo envolvían.
Solía haber amor y lo encontró junto a alguien que lo amaba con la misma intensidad. Pero no, no era él, se trataba de otra persona, alguien que existió mucho tiempo atrás, alguien que de alguna forma podía entender, con quien tenía una conexión imposible de ignorar.
¿Quién era esa persona sin nombre?
Tenía que identificarlo, tenía que asignarle un nombre en su mente, o las similitudes acabarían por volverlo loco; se dijo que necesitaba saber que era alguien más, que, aunque el desvaído reflejo en el espejo insistiera en hacer que se reconociera a sí mismo, no era él.

Miguel.

El nombre surgió de forma espontánea en su mente, y al pensar en él de esa forma sintió un asomo de tranquilidad; él era Rafael, y ese hombre cuyos recuerdos estaba viendo como un intruso sin autorización, era Miguel.
Ese hombre existía, no era un producto de su imaginación; no era una maquinación de su mente, ni producto del estrés. Era un hombre, o al menos lo había sido.
Un hombre que había enfrentado el odio o el rechazo de su familia, así como el temor de ser descubierto ante una sociedad que no podía o no quería entenderlo; él no había vivido nada de eso, era afortunado por haber nacido y crecido en una familia que lo apoyó en sus decisiones y nunca lo hizo sentir rechazado o distinto de forma alguna. Mil veces fue afortunado por tener a su alrededor a personas que le enseñaron a ser fuerte, pero Miguel no había vivido de la misma forma; Miguel había estado solo en contra de un mundo que no lo entendía ni lo dejaba vivir, y aún con eso en contra, había tenido la enorme suerte de encontrar a alguien con quien nació el amor. Porque ese sentimiento tan fuerte, esa pasión y el arraigo solo podían ser signo de amor verdadero, una emoción completa que era más importante que todo; también tuvo el valor de asumir el desafío de vivir ese amor, porque ocultarlo no era una muestra de debilidad, sino un acto de rebeldía contra el mundo que intentaba cortar sus alas.
Ese hombre a quien no conocía había tenido una vida difícil, pero en vez de rendirse, había luchado con todas sus fuerzas hasta lograr formar algo con alguien; en un mundo lleno de odio, conoció el amor.
Pero ese hombre ya no estaba. Se había enfrentado a la peor situación posible, porque sin previo aviso, una tragedia había desolado su vida; había alcanzado a sentir junto a su cuerpo el último latido del corazón de alguien a quien amó con todo su ser, y sufrió el horrible sentimiento de la pérdida cuando esa vida se escurrió entre sus dedos. Y ahí, en medio de destrucción y el infierno pleno, se abrazó a esa persona tan amada, haciendo un último juramento; juró que encontraría la forma de salvarlo de las garras de la muerte.
Temeroso de que sus ojos pudieran traicionarlo, Rafael fue hasta el baño y contempló su imagen en el espejo, en medio de la penumbra de su departamento; era el mismo de siempre, nada había cambiado su forma de ser ni su aspecto, lo que significaba que en el exterior nada había cambiado.
Pero el hombre cuyos recuerdos había visitado sin proponérselo era tan real como él; la diferencia entre ambos era él estaba ahí, mientras que Miguel estaba muerto; ese hombre a través de cuyos ojos había visto con tanta claridad había muerto, aferrado al amor de su vida, quien había muerto momentos antes.
Y, sin embargo, sus recuerdos seguían ahí, vivos en él.

2


Rafael tuvo que hacerse ánimo de retomar su vida diaria aparentando normalidad a pesar de lo sucedido la noche anterior. Tenía que ir donde su hermana ese domingo, pero lo habría eliminado de la agenda si no fuera porque eso desataría sospechas; de cualquier modo, lo único que podía hacer era ser fuerte y asumir ese día como un desafío, agradeciendo de cierto modo que tenía algunas horas para adaptarse y regresar al trabajo aparentando que todo estaba bien.
Sin ánimo, volvió a poner el programa de cocina donde el chef explicaba paso a paso todo lo necesario para el platillo, y dispuso los ingredientes que había procesado con anterioridad; trabajar en ello de forma metódica lo ayudó a centrarse, y aunque no disfrutó el proceso como habría sido en otras circunstancias, pudo decir que el resultado era correcto y ayudaría en su plan.
Mientras iba en el metro con la bandeja metálica muy bien envuelta, pensó con detenimiento en cómo iba a enfrentar esa reunión sin llamar la atención, y se puso manos a la obra tan pronto llegó.

—Hermanito, pasa por favor.

Durante la semana la casa de la pareja había vuelto a la normalidad casi por completo, ya que los padres de Mariano habían terminado su visita y a partir del miércoles, Magdalena estaba de regreso en su trabajo, mientras que el afectado estaba con reposo solo hasta el domingo.

—¿Cómo está el herido? —preguntó Rafael al entrar.
—Recuperado —exclamó Mariano desde la sala. Te estoy escuchando.

Magdalena revoleó los ojos.

—No pierde oportunidad de decir lo bien que está de la herida —dijo en voz baja—; cuando lo examinaron, el profesional le dijo que estaba casi perfecto, que sanaba como un chico de quince años. Si no fuera porque conozco a sus amigos, pensaría que él lo era
—Me alegro de que esté bien –comentó Rafael mientras entraban en la sala.
—Sí, tuvimos que amenazarlo los primeros días, pero cuando el martes el doctor dijo que el reposo no era absoluto, lo perdimos.

Mariano lucía de mejor semblante en esos momentos; Rafael diría que estaba un poco más delgado, lo que hacía sentido con los extremos cuidados en la alimentación luego de la herida.

—¿Cómo te sientes?
—Un poco aburrido, pero me las he arreglado estos días para no desesperarme; estuve cocinando y haciendo cosas de casa, pero con cuidado para que mi señora futura esposa no pierda la cabeza.

Se saludaron amistosamente, y los hermanos siguieron hasta la cocina.

—No tenías que molestarte –comentó Magdalena—, sabes que no necesitas hacer algo especial si vas a venir.

Ese día, Magdalena llevaba una tenida muy sencilla para estar en casa: pantalones deportivos, una camisa blanca y el cabello recogido en una coleta alta. Lucía contenta y animada, y eso era algo que ayudaba mucho con el humor de Rafael.

—No es molestia –replicó, quitando importancia al tema—, solo espero que me haya quedado bien, seguí las instrucciones al pie de la letra. Supongo que ahora no estás pensando en postergar el matrimonio ¿verdad?

Inicialmente había dejado el tema para cuando se vieran en persona, porque no sabía con exactitud cómo sería la evolución de Mariano, y al mismo tiempo era él quien había sugerido que se tomaran todo con calma, lo que lo obligaba a esperar. Pero en ese momento, dado el estado mental en el que estaba, era la mejor oportunidad para hacerlos hablar con todo detalle de la situación en la que estaban, así no tendría que hablar él.

—Tengo que reconocer que tenías razón cuando nos dijiste que lo mejor era esperar y no complicarnos por lo que pudiera pasar –admitió ella—; recién ayer Mariano y yo volvimos a hablar del tema ¿Me puedes creer que me amenazó con enojarse conmigo si yo tan siquiera proponía posponer la boda?

Mariano entró en ese momento en la cocina, con el ceño fruncido.

—Aún puedo oírte ¿Sabes?
—No estaba hablando mal de ti, cariño.
—¿Y qué fue lo que trajiste, Rafael? —preguntó él haciendo como que la despreciaba—. Yo iba a cocinar hoy, pero Magdalena insistió en que tú habías traído algo.

El aludido terminó de abrir el envoltorio de lo que traía consigo; el aroma de la preparación inundó la cocina.

Un pastel de carne, me encanta –exclamó Mariano—, déjame probar.

Pero Magdalena le dio un golpe en la mano cuando él trató de acercarla a la preparación.

—¡No!
—Ay cariño, ¿No ves que estoy convaleciente?
—Convaleciente cuando te conviene –lo reprendió ella—. No, vamos a esperar porque apenas es pasado del mediodía. Rafael, deja eso en el horno y lo vemos en un rato ¿Pasemos por favor a la sala?

Con Mariano resignado regresaron a la sala; ella sirvió unos aperitivos refrescantes sin alcohol, muy coloridos.

—Entonces todo sigue en pie para la boda ¿No es así?
—Sí, todo sigue en pie —confirmó Mariano—. Supongo que contamos contigo.

Rafael aprovechó de avisar algo que tenía en mente; se dijo internamente que hasta el momento iba muy bien, y debía mantener ese comportamiento.

—Por supuesto, ya tengo mi traje.
—Y no me dijiste –exclamó Magdalena, haciendo una mueca de enfado, aunque no era en serio—, podría haberte acompañado.
—Fue de improviso, en serio –replicó con tono liviano—, lo había estado dejando para más tarde una y otra vez, y un día solo salí a almorzar, me hice el tiempo y lo compré.

Eso era estirar la verdad hasta el límite tolerable, porque en realidad había sido su amigo Julio quien le había avisado de una tienda apropiada, y prácticamente lo obligó a ir de inmediato.

—Está bien –refunfuñó su hermana—, te perdono solo porque estos días han sido muy movidos para todos. No recuerdo si confirmaron tus amigos.
—Sí, hablé con ellos, pero Julio no va a poder venir –aprovechó la oportunidad para alargar el tema—. Nos reunimos hace algunos días para tomar un café, y estuvimos hablando de muchas cosas; julio está con mucho trabajo y precisamente ese día tiene una grabación en exteriores, así que como es el director del proyecto, es imposible que escape.
—Qué lástima –comentó ella—, tendremos eso en mente para invitarlo cuando hagamos algo.

Vio una mirada de extrañeza de Mariano y se preocupó ¿o solo era una idea suya?

—Perdón, pero tengo que preguntar —comentó como si no percibiera la mirada de su cuñado— ¿Qué estamos tomando?

Magdalena soltó una risa cristalina que llenó el lugar, e hizo que Mariano sonriera de forma automática al verla; esa sonrisa significaba que las cosas estaban mucho mejor en ese momento para ambos, pero además era una confirmación mucho más importante: ante cualquier clase de dificultad que enfrentaran, ellos se iban a tener el uno al otro y eso los ayudaría a seguir adelante.

—Ahora que te tomaste casi todo el vaso me lo preguntas. Es una infusión de té de jengibre con frutilla y mora; la hice hoy en la mañana ¿Qué te parece?

Realmente no le parecía de ninguna manera, porque apenas estaba percibiendo el sabor de la bebida; estaba nervioso y cansado, pero a fuerza tenía que mantener la máscara. Tenía que mentir a como diera lugar.

—Me encanta, el sabor es muy especial, y no es tan dulce. Podrías enseñarme la receta para hacerla en casa.
—Pero tú no tomas mucho té —objetó ella, un poco extrañada.

No, no lo hacía, pero en ese momento cualquier excusa era buena para diluir la conversación lo mas posible.

—Es cierto, pero si no tengo la idea tampoco me voy a motivar a hacerlo ¿No crees?
—Rafael tiene razón en eso —intervino Mariano_, recuerda que cuando nos conocimos yo no era muy dedicado a tareas hogareñas y ahora ¡Mírame! Soy un amo de casa hecho y derecho; los hombres también podemos evolucionar.

Rafael asintió con interés; vio de reojo la hora en el reloj de pared y comprobó que aún era muy pronto para almorzar, de forma que tendría que usar alguna otra estrategia.

—Escuchen, perdón por preguntar, pero en estos días no hemos hablado de esto ¿Hay alguna novedad sobre los delincuentes?

La expresión de Magdalena se contrajo, pero la de Mariano se mantuvo en calma.

—Hasta ahora no hay novedad —respondió él_, la denuncia está hecha y entregamos toda la información que pudimos, pero realmente no hay mucho; los hombres no tenían algo que yo recuerde con claridad, ni siquiera sé si los podría reconocer si los viera otra vez.
—Hablamos con un amigo de Mariano que es abogado y nos está ayudando en esto —complementó ella—, pero la verdad, a menos que aparezcan en otro robo y los atrapen, se ve complicado.

Rafael sabía que era una situación difícil para ambos, pero se alegraba de ver que la reacción de ella iba hacia la frustración de no ver un avance real en el asunto y no un estancamiento en el miedo inicial. El miedo podía paralizar.

—Vamos a tomarnos ese asunto con mucha calina —explicó Mariano—; lo estuvimos conversando mucho ¿Sabes? Es cierto que sería mejor si a esos sujetos los atraparan ahora mismo, pero no sabemos lo que va a pasar. No por nosotros, quisiéramos que los atraparan porque son un peligro público, pero no podemos hacer de esto un motor.
—Eso es cierto _exclamó ella con decisión—. Nosotros tenemos nuestros propios planes ¡No podemos dejar que los arruinen! Además, viendo cómo funciona la justicia, no tengo demasiadas esperanzas con este asunto; de momento preferimos vivir las cosas buenas, y como estábamos hablando antes, prepararnos para el matrimonio.

Era una gran oportunidad para ellos, y Rafael lo sabía con claridad; pese a todo, podía hacer un espacio para alegrarse de forma honesta por ellos, por ver que estaban luchando por sus sueños y que estaban determinados a seguir con su proyecto de vida, dejando de lado las adversidades.
Ojalá fuera posible hacer eso en todos los casos.
Resistió bastante bien todo el almuerzo sin que ellos sospecharan, pero eso hizo que se sintiera mucho más cansado cuando terminó su visita y se devolvió a su casa.
Desde la noche anterior, muchas cosas habían cambiado para él, pero una en particular había sido trastocada del cielo a la tierra, y nada nunca sería lo mismo.
Había asignado un nombre para el hombre en su sueño, para poder separar a su yo interno de ese yo que no era él. Lo llamó Miguel sin saber por qué, y cuando pensó en él como un ser independiente pudo sentir algo de firmeza bajo sus pies, evitando que la densa bruma del doloroso recuerdo lo envolviera sin salida.
Pero, con todo ese sufrimiento, con la angustia de sentir esos recuerdos como si los estuviera viviendo, no fue eso lo que más lo perturbó en esa jornada; pese a todo no fue el dolor ni el horror alrededor, sino quien estaba en sus brazos.
Porque, así como ese hombre que no era él era muy similar en aspecto, como una versión borrosa y fantasmal que se asemejaba demasiado a su propio reflejo en el espejo, quien yacía en sus brazos, quien había muerto mirándolo a los ojos, era aterradoramente parecido a Martín.


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Contracorazón Capítulo 16: Un abrazo imposible




Faltando una semana para la boda de Magdalena y Mariano, las cosas para el novio estaban mejorando; la recuperación de la herida había avanzado sin mayores complicaciones, y el hombre ya podía hacer medio reposo, todo un alivio para él luego de los primeros días de descanso absoluto y vigilado por madre y novia. Así las cosas, el sábado Rafael se levantó temprano, con la idea de adelantar algo del proyecto que tenía en manos: llevaría un pastel de carne con gratinado de queso y verduras para el almuerzo en casa de su hermana al día siguiente. Mientras pelaba las papas, tenía en televisión un programa de cocina para guiarse en algunos pasos de la receta; podía hacer un pastel de carne sencillo por sí mismo, pero quería hacer algo más elaborado y para eso necesitaba algo de asistencia.
El chef que estaba en pantalla había tomado notoriedad en los medios después de publicar una serie de videos en donde criticaba los clips perfectos de recetas que abundaban en los canales, aquellos en donde los utensilios se multiplicaban hasta el infinito, los ingredientes más costosos o raros eran demasiado sencillos de conseguir, y todo funcionaba como una película; después de eso, su canal se hizo conocido por mostrarlo haciendo el proceso en tiempo real, incluyendo el lavado de los accesorios o las dificultades habituales en una casa como no tener una enorme variedad de cuchillos a disposición.
A Rafael le agradaba su programa y la forma didáctica de enseñar, y además le parecía muy atractivo, lo que era un regalo extra al momento de verlo; después de preparar los ingredientes y dejar en el refrigerador, limpió la cocina y ordenó un poco, justo a tiempo para contestar una llamada de Martín.

—¿Cómo va?
—Bien —respondió mientras sacaba una botella de gaseosa—, estaba adelantando un poco de trabajo para mañana.
—¿Mañana? —preguntó Martín.
—Sí, iré a almorzar donde mi hermana y llevaré un pastel de carne.

Martín silbó sorprendido al otro lado de la línea.

—Vaya, eso es mucho trabajo; yo no soy tan bueno cocinando, creo que soy mejor como ayudante ¿Recuerdas cuando te dije el otro día que estábamos preparando algo en casa de mis padres? Pues yo era más bien el trae esto, termina aquello, cuida que no se queme eso.

Los dos rieron ante el comentario; el trigueño siguió con la conversación yendo a lo que era más próximo.

—¿Sigues ocupado?
—No, terminé recién lo quería hacer —replicó Rafael.
—En ese caso, podríamos salir pronto, dan las once de la mañana y quiero llegar donde mis padres antes que empiecen a cocinar, para que no me acusen de no ayudar.

Rafael estaba pensando en lo mismo, ya que durante la semana no hablaron de ese tema a pesar de haber estado en contacto.

—Sí, creo que es buena hora. Me cambio de ropa, me ordeno un poco y bajo ¿En diez minutos?
—Perfecto. Nos encontramos abajo.

Se reunieron poco más tarde y fueron en dirección al metro, charlando animadamente; en medio del trayecto el trigueño recibió un mensaje en el móvil, que lo hizo sonreír al leer.

—Es de Carlos —explicó—. Dice que papá anda en el mercado comprando unas cosas. Anda de buen humor.
—Eso es bueno —comentó el moreno—. ¿Cómo le va con las clases?
—Con problemas con historia, lo que es medio mala suerte para mí.

Rafael lo miró, extrañado.

—¿Por qué para ti?
—Porque soy analista de datos ¿Recuerdas? Cuando no entiende algo la hago de guía por teléfono, pero por suerte sólo le está yendo mal en esa asignatura en el último tiempo.

Rafael no había pasado por una situación similar, ya que la diferencia de edad entre él y su hermana era de cuatro años, mientras que la de Martín con Carlos era de casi nueve.

—¿Cómo es eso de la escuela y esas cosas? Con Magdalena lo vivimos distinto porque somos más cercanos; de hecho, ella me ayudó siempre con aritmética y álgebra porque no soy muy bueno en esa área.
—Y ella sí.
—Sí, es buenísima en todo —explicó el moreno—, cuando éramos niños ella parecía una maestra conmigo, tenía que sentarme y no interrumpirla porque se enfadaba.

Martín meneó la cabeza.

—En nuestro caso fue distinto. Para cuando dejó la escuela yo tenía diecisiete, casi estaba saliendo de la secundaria, así que estaba adelantado y se me hizo una costumbre llegar en la tarde a ayudarlo con los deberes; además es listo, sólo que de vez en cuando se atrasa en alguna materia porque cree que es Dios para jugar en la consola, ver series y estudiar al mismo tiempo.

Poco después llegaron a la casa de los padres de Martín, que estaba hacia el norte de la zona en donde ambos vivían; el barrio en el que estaba ubicada era una especie de micro universo distinto a la mayoría de las calles de la ciudad, con multitud de pasajes con cerca en donde los niños jugaban en tranquilidad, y los adultos mayores reposaban al sol o conversaban de cualquier cosa. Rafael se sorprendió de ver ese clima tan especial en la ciudad, algo que veía de forma común en su hogar familiar, pero desconocía en la gran urbe. Los padres de Martín tenían en común un aspecto generalizado de cansancio, algo entendible por las experiencias que habían vivido, pero eran muy distintos de comportamiento y aspecto; él era de baja estatura, corpulento y bastante silencioso, mientras que ella era alta y distinguida, y se expresaba con cercanía en todo momento. Ambos fueron muy amables con él desde el principio, haciéndolo sentir acogido y cómodo, como si lo conocieran desde antes; en cuanto a Carlos, Rafael notó que estaba de buen humor, aunque un poco nervioso, rasgo que omitió para no ponerlo en evidencia.
Fue el propio Carlos quien sugirió que Rafael se uniera a ellos en la preparación del almuerzo, y gracias a la ayuda del buen carácter y facilidad de palabra de Martín, las cosas se dieron con naturalidad; al poco, se encontró charlando de forma amena con la familia, compartiendo anécdotas casi con la misma facilidad que lo hacía con Martín cuando hablaban a diario.

—Rafael ¿Puedes ir por la albahaca? Está en el patio —comentó Martín.
—Claro, voy en seguida.

La cocina de esa casa era enorme en comparación a la de su departamento, y conectaba con un pequeño patio trasero, en donde se veía un diminuto huerto de especias; Rafael salió y buscó lo que le habían encargado, pero no lo encontraba entre las demás especias.

—Son las que están colgando en la cuerda.

Carlos había salido al patio y le indicó un cordel blanco al extremo del patio.

—Ah, ahora las veo —replicó mirando en la dirección que indicaba el joven.
—Sí, mamá dijo que estaban secando así que creí que no las ibas a ver.
—Gracias.

Tomó las hojas de la aromática planta y sintió el agradable olor.

—¿También las tienen aquí?
—Sí, papá se encarga del huerto porque…

La frase quedó interrumpida; extrañado, Rafael volteó hacia el muchacho y se quedó de piedra al verlo.

—¿Carlos?

El muchacho estaba pálido, y se sostenía débilmente con la mano derecha en el mesón; Rafael sintió que se tardaba mucho tiempo en reaccionar ante algo que debería ser evidente.

—¿Carlos?
—Estoy bien —musitó el muchacho, mientras se sujetaba las costillas con la mano izquierda.

No pudo decir más, y en un acceso de dolor, el brazo derecho no pudo sostenerlo más; Rafael actuó puramente por instinto, sin pensar ni calcular, de modo que no supo cómo, pero alcanzó a llegar donde él justo un instante antes que el joven chocara contra el mueble. Lo sujetó, atrayéndolo hacia su cuerpo mientras tomaba su mano entre la suya.

—¡Martín!

Su destemplado grito hizo que el aludido saliera de la cocina casi como si se hubiera transportado hasta allí; entendió la escena en una milésima de segundo y se acercó, rodeando con sus brazos a su hermano menor.

—Estoy aquí, ya te tengo —dijo con voz suave, aunque firme— ¿Dónde te duele?
—No es nada —se esforzó por decir el muchacho.

El trigueño se había ubicado de frente a él, mirándolo con infinito cariño.

—Vamos, te llevaré a tu cuarto.

Intentó moverse, pero notó que las piernas del joven temblaban. Con una increíble combinación de fuerza y suavidad, lo tomó en sus brazos, sosteniéndolo abrazado a él, y levantándolo del suelo. Al dar un paso, notó que el muchacho seguía sosteniendo la mano de Rafael fuertemente entre sus dedos, acaso como un acto reflejo ante el dolor que lo acosaba; el trigueño volteó y le hizo un leve asentimiento para que los acompañara.
Mientras entraban en la cocina, Rafael no pudo evitar preguntarse dónde estaban los padres, pero unos momentos después comprendió que ya sabían lo que estaba sucediendo, y se dedicaron de inmediato a otras labores que tenían el mismo objetivo. El padre estaba en la sala, preparando unas jeringas y otras cosas desde un maletín metálico, muy concentrado en su acción, mientras que la madre se había adelantado hasta el cuarto del joven, dejando abierta la puerta y preparando la cama para que pudiera reposar; una vez todo estuvo listo, Martín pudo llegar hasta la cama, dejando sobre ella al muchacho, en un acto tan suave y cuidado que a primera vista daba la impresión de no requerir esfuerzo alguno. Sin embargo, Rafael pudo ver sus músculos tensos por el esfuerzo, en contraposición con su actitud dedicada y la expresión de total atención hacia él. En un momento como ese, no existía nadie más para Martín que su hermano.

—Ya estamos aquí —susurró mientras lo dejaba sobre la cama— ¿Quieres que apague la luz?

El muchacho había soltado su mano cuando entraron al cuarto, y esta pendía sin fuerza por el borde de la cama; en la semi oscuridad del lugar, Martín se arrodilló en el suelo y acomodó la ropa de cama en torno al débil cuerpo del joven, que producto de los dolores que lo aquejaban parecía más delgado y pequeño, como un ser quebradizo que necesitara ser tratado con extremo cuidado. Rafael sintió un estremecimiento al ver la total entrega de Martín en ese momento, en donde lo único que le importaba era hacer lo que estuviera en su poder para ayudar a su hermano, poniendo en segundo lugar su propia tranquilidad y comodidad, sin cuestionar ni preguntar.

—Lamento arruinar el almuerzo —se esforzó por decir el muchacho.
—¿Quien se preocupa por el almuerzo? —exclamó Martín, con ligereza—, es sólo comida, podemos seguir con eso en cualquier momento.

Guiándose solo por su voz, se podría pensar que estaba hablando con total normalidad, pero el moreno identificó la actuación de su amigo; no estaba mintiendo, sólo se trataba de una decisión por poner el énfasis en las cosas que creía más importantes en ese instante.

—¿Es aquí? —indicó la zona en el torso que su hermano había estado sosteniendo—. Podría hacerte un masaje ¿Te parece?

Carlos asintió casi de forma imperceptible, ante lo que Martín se subió las mangas de la remera y comenzó a frotar las palmas.

—Sólo dame un segundo ¿De acuerdo? Tengo las manos un poco heladas y no quiero gritos por el frío.

No era un chiste propiamente tal, pero lo dijo con liviandad como si fuera una costumbre para él; mientras se frotaba las manos para activar la circulación, volteó hacia Rafael e hizo un leve asentimiento, dando a entender que estaba bien, que podía quedarse ahí y no sería un intruso en ese lugar, a pesar de lo íntimo y personal de ese momento.

—Bien, ahora estoy listo —declaró con seguridad—, vamos a ponernos en acción.

Poco a poco, el masaje dedicado de Martín ayudó al joven, y algunos momentos después, su padre ingresó al cuarto, listo para realizar las infiltraciones de medicamentos para las que se había estado preparando; el joven parecía hundido en la cama, con los ojos cerrados y respirando de forma pausada, con poca fuerza y a un ritmo que parecía aprendido para poder usarlo en una situación como esa.
Al compás de la respiración fuerte y decidida de Martín, los minutos fueron pasando, hasta que finalmente su hermano se sumió en un superficial, aunque estable sueño. Todos salieron del cuarto sin hacer ruido; los padres se encargaron de tareas prácticas como apagar los fuegos de la cocina y guardar los ingredientes para que no se estropearan, pero Rafael vio que Martín se escabulló hacia el patio delantero. Decidió seguirlo al sentir que sabía lo que le estaba sucediendo.

—Martín.

Lo encontró sentado en uno de los bancos de madera dispuestos al lado de la puerta de la casa; en la luminosa mañana, parecía que nada podía iluminarlo.

—Es mi culpa —murmuró al sentirlo acercar.
—¿De qué estás hablando?

El otro, medio perdido en sus pensamientos, demoró un momento en responder.

—Pensé que solo estaba nervioso porque venía una visita, porque se incomoda cuando está frente a personas que no conoce —dio un largo suspiro—; se siente vulnerable y no quiere que lo vean en ese estado. Estuvimos hablando de eso, y le insistí que no se preocupara por ti, que tú no lo ibas a mirar con lástima o algo parecido.

A Rafael ni siquiera se le había pasado por la mente esa idea.

—Pero yo en ningún momento quise…
—No, no es sobre ti —interrumpió—, tú no hiciste nada malo, eso ya lo sabía desde antes. Pero yo te conozco, no él, y como insistí en que estuviera tranquilo y se comportara como siempre con nosotros, le causé el efecto contrario, lo empujé a que fingiera que estaba bien cuando no era así. Y me convencí que estaba actuando extraño porque estaba algo nervioso, no quise ver ninguna de las señales.

Ambos quedaron en silencio luego de estas palabras; Rafael no esperaba que Martín se sintiera culpable por lo que estaba pasando ¿Era realmente así? Él había visto muchacho sólo una vez, por lo que no conocía su forma de comportarse de la misma forma; no sabía si lo que identificó como nerviosismo lo era o no, pero Martín de seguro lo conocía mucho mejor. Se sentó junto a él y lo miró a los ojos.

—No te sientas culpable.
—¿Cómo no? —Exclamó el otro—. Estaba aquí, yo soy el que lo conoce mejor; no pude evitar lo que le sucedió, pero pude haber actuado antes, tenía que haber actuado antes.

El moreno meditó las palabras un momento antes de hablar. Necesitaba saber muy bien lo que estaba diciendo para poder conectar.

—Escucha, esto no es tu culpa; tu hermano tomó esa decisión, fue algo que él quiso hacer.
—No entiendo lo que dices —replicó el otro.
—No quiso quedar fuera —explicó con lentitud—; tal vez no fue la forma más apropiada, pero quiso olvidarse de su enfermedad al menos por un momento.

Martín lo miró como si le estuviera hablando en otro idioma.

—¿Por qué haría eso? Yo no quería que él fingiera estar bien.
—Tal vez no lo hizo por ti —explicó Rafael—. Quizás sólo quería olvidarse de todo, ser uno más en un grupo, no necesitar ser diferente.
—¿Te dijo algo? —preguntó Martín con un dejo de ansiedad.
—No, no me dijo nada —respondió con sencillez—, sólo hablo de lo que veo. No me pareció ver que quisiera mentir por tu causa, sólo que fue algo que decidió por sí mismo; tienes que entender que tu hermano no es un niño, es un adolescente, pronto será un hombre. Ayúdalo a tomar buenas decisiones, eso es lo que puedes hacer, pero no puedes estar culpándote por cualquier cosa que él haga. Si quieres que se convierta en un buen hombre, vas a tener que dejar que se equivoque y estar ahí para apoyarlo.

Martín se había quedado en completo silencio, mirándolo muy fijo a los ojos; para cuando Rafael terminó de hablar, le dedicó una mirada sincera.

—Eso fue realmente bueno. Gracias por preocuparte tanto.
—Para eso son los amigos ¿No es así?

El trigueño asintió y se acercó a él, abrazándolo amistosamente. Después se puso de pie, tomando y botando aire en repetidas ocasiones.

—A veces me pregunto cómo ayudarlo de alguna otra forma, siempre siento que me quedo corto. Si pudiera, te lo juro que cambiaría lugares con él. Aunque fuera un día, aunque por una vez pudiera darle un momento de tranquilidad, algo que sepa que no va a desaparecer de un momento a otro.
Tener el poder de garantizar que por lo menos una vez, desde que se levante y hasta que se acueste, pudiera hacer lo que le plazca, sin interrupciones; sin dolor.
Es un pensamiento bastante ingenuo ¿No lo crees?

Rafael negó con la cabeza.

—Yo creo que es algo que todos pensamos en algún momento sobre alguien a quien amamos —repuso encogiéndose de hombros—. Todos queremos lo mejor para los nuestros, es algo natural; habla muy bien de ti que pienses de esa forma.

Durante la tarde, el núcleo familiar hizo un cambio en los planes para el almuerzo; decidieron hacer, bocadillos fríos para compartir cuando Carlos se sintiera un poco mejor; Rafael podía ver el esfuerzo de los padres por conservar un ambiente de normalidad en la casa, y decidió honrar esa decisión actuando de la misma forma. Más tarde, el hermano menor de Martín se recuperó un poco y se unió a ellos en una jornada de juegos de mesa, que sirvió mucho para mejorar los ánimos.
Por la noche, ambos amigos iban de regreso a casa tras un término de jornada mejor.

—¿Necesitas ayuda con esa preparación que estás haciendo? —preguntó Martín cuando estaban llegando al sector donde ambos vivían.
—No, estoy bien —replicó Rafael—, gracias, pero en la mañana dejé listo lo más complicado, falta poco. Gracias por la invitación.
—Gracias, a ti. Por todo.

Después le despedirse, Martín subió a su departamento y se dio una ducha; por lo general no se mostraba sentimental, pero en compañía de Rafael esos sentimientos afloraban con facilidad y se sentía cómodo para hablar de lo que le estaba sucediendo. Al final, sacando las cuentas del día, todo había salido mejor de lo que esperaba, incluso con el incidente con su hermano; se planteó hablar con él al respecto, pero decidió esperar un poco y hacerlo con más calma.
Rafael tenía razón, era una decisión de Carlos y tenía que actuar con respeto ante ella, no recriminarlo por sus acciones, de modo que pensaría bien qué decirle para hacerlo en el momento y de la forma apropiada.
Durante la noche, un grito lo hizo despertar sobresaltado.

—¡Ayúdenme!

Algo desorientado, creyó que era un sueño, pero luego entendió que era real. Y esa voz era conocida.

—¿Rafael?

En el cuarto de su departamento, Rafael despertó de un salto al escuchar su propio grito.
Estaba bañado en sudor, muy agitato y con una sensación de angustia terrible en el pecho. Por fin, después de muchas dudas y sensaciones vagas, sabía de una forma concreta qué era lo que le estaba pasando, y ese conocimiento lo había llenado de un horror que nunca creyó experimentar.

—¿Rafael?

Se incorporó con dificultad, sintiéndose atontado y perdido ¿Y esa voz? Eso no era parte del sueño, ya no estaba soñando. Recordaba el sueño, las voces y los gritos, pero por sobre todo, la desesperación sin límite, que era algo mucho más real que la evocación de un simple sueno.

—¿Rafael, estás bien?

La voz tenía un tono de alerta. Él conocía esa voz, pero aún estaba demasiado impactado por lo que le estaba pasando como para reaccionar y atar los cabos con más rapidez. Sin embargo, algo en su interior le dijo que tenía que concentrarse y actuar como si eso no estuviera sucediendo; tenía que reprimir lo que pasaba y actuar con la mayor normalidad de la que fuera capaz.

—Voy a bajar en un momento ¿De acuerdo?

Martín; en un instante reaccionó, y entendió que la voz era de Martín, quien lo estaba llamando, probablemente porque había escuchado sus gritos. Los gritos habían traspasado la barrera de los sueños, llegando hasta la realidad, teniendo la suficiente fuerza para hacerse escuchar fuera del recinto del departamento.
Había dejado la ventana abierta, por lo que su voz podría haber salido con mucha más facilidad que si no hubiera sido así.

—¡No! Estoy bien.

Se dio cuenta de la voz débil y supo que no iba a ser suficiente con hablar, que tendría que ponerse de pie y llegar hasta la ventana.
Aún si parecía que era una distancia interminable.

—Estoy bien —repitió, intentando sonar creíble.

No hubo respuesta, pero por alguna razón supo que el trigueño seguía ahí; con gran dificultad se puso de pie y caminó hasta la sala, luchando contra el dolor y la terrible sensación de angustia en su pecho. Lo que estaba sintiendo en ese momento tenía que quedar como un secreto para Martín.

—Perdón por despertarte.

Salió a la ventana, que había dejado abierta, y miró hacia arriba; la expresión de Martín decía con claridad que estaba preocupado.

—Disculpa por eso, solo fue un mal sueño.
—¿Estás seguro? —preguntó el otro hombre, incrédulo—. No sonaba como un sueño.

No iba a poder sostener esa mentira por mucho tiempo; hizo un esfuerzo por sonar creíble, por convencer a su amigo de algo que él mismo no sería capaz de creer si se escuchara. Tenía miedo, se sentía más solo y abandonado que jamás antes, pero era fundamental que eso no lo dijera, que parado en el pequeño balcón de su departamento lograra ser fuerte y demostrar que todo era un simple error, un malentendido sin trascendencia.

—Sí, es solo que me quedé dormido en la sala, en el sofá, y cuando hago eso duermo mal. Ahora me voy a la cama y se me pasa.

Hizo un gesto vago con las manos, tratando de quitar toda importancia al tema.
La expresión de Martín era de total incertidumbre; esa débil mentira no iba a resistir más, tenía que terminar con esa conversación.

—Perdona por molestar —dijo al cabo de un momento.
—No te preocupes. Rafael —preguntó el otro hombre, mirándolo con atención— ¿Todo está bien?

No, no lo estaba, y a partir de ese momento nunca sabría si iba a estar bien, no con lo que estaba experimentando. Se obligó a mantener el aplomo un momento más, lo suficiente para dar sentido a sus palabras.

—Sí, desde luego. Ve a dormir, y gracias.

Se despidió vagamente, cerró la ventana y regresó a su cuarto, derrumbándose por el trayecto.

Lo que había experimentado era real, era completamente real.
Sólo que no era un sueño, era un recuerdo.
Pero un recuerdo de otra persona; la experiencia de alguien que no era él.


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